3/31/12


SAN GREGORIO DE NISA Y EL CAMINO

 PARA EL CONOCIMIENTO DE DIOS


4ªprédica Cuaresmal del padre Cantalamessa

1. Las dos dimensiones de la fe
San Agustín hizo, a propósito de la fe, una distinción que se ha mantenido clásica hasta hoy: la distinción entre las cosas que se creen y el acto de creer: “Aliud sunt ea quae creduntur, aliud fides qua creduntur1, la fides quae y la fides qua, como se dice en la teología. La primera se llama también fe objetiva, y la segunda fe subjetiva. Toda la reflexión cristiana sobre la fe se desarrolla entre estos dos polos.
Se plantean dos enfoques. Por un lado tenemos a aquellos que hacen hincapié en la importancia del intelecto en el creer, por lo tanto la fe objetiva, como asentimiento a las verdades reveladas; del otro lado, aquellos que hacen hincapié en la importancia de la voluntad y el afecto, es decir, la fe subjetiva, el creer en alguien ("creer en"), más que creer en algo ("creer que"); por un lado los que destacan las razones de la mente y del otro, los que, como Pascal, hacen hincapié en "las razones del corazón".
En diversas formas, esta oscilación reaparece en cada recodo de la historia de la teología: en la Edad Media, en las diferentes acentuaciones entre la teología de santo Tomás y la de san Buenaventura; en el tiempo de la reforma entre la fe confianza de Lutero, y la fe católica informada por la caridad; más tarde entre la fe dentro de los límites de la razón en Kant y la fe basada en el sentimiento de Schleiermacher y del romanticismo en general; más cerca a nosotros entre la fe de la teología liberal y aquella existencial de Bultmann, prácticamente vacía de todo contenido objetivo.
La teología católica contemporánea se esfuerza, como otras veces en el pasado, en encontrar el equilibrio adecuado entre las dos dimensiones de la fe. Se ha pasado la etapa en que, por razones polémicas contingentes, toda la atención en los manuales de teología había venido a centrarse en la fe objetiva (fides quae), es decir, en el conjunto de verdades en que se tiene que creer. "El acto de fe --se lee en un acreditado diccionario de teología--, en la corriente dominante de todas las denominaciones cristianas, aparece hoy como el descubrimiento de un Tú divino. La apologética de la prueba tiende a colocarse detrás de una pedagogía de la experiencia espiritual que tiende a iniciar una experiencia cristiana, de la cual se reconoce la posibilidad inscrita a priori en cada ser humano".2
En otras palabras, en lugar de aprovechar la fuerza de los argumentos externos a la persona, se busca de ayudarla a encontrar en sí misma la confirmación de la fe, tratando de despertar esa chispa que está en el "corazón inquieto" de cada hombre con el hecho de ser creado "a imagen de Dios".
Hice esta preámbulo, porque una vez más, esto nos permite ver la contribución que los padres pueden dar a nuestro esfuerzo por restaurar a la fe de la Iglesia, su brillo y su fuerza de impacto. Los más grandes entre ellos, son modelos insuperables de una fe que es tanto objetiva como subjetiva a la vez, preocupada del contenido de la fe, es decir de la ortodoxia, pero al mismo tiempo, creída y vivida con todo el ardor del corazón. El apóstol había proclamado: "corde creditur" (Rm 10,10), con el corazón se cree, y sabemos que con la palabra corazón, la Biblia incluye tanto las dimensiones espirituales del hombre, su inteligencia y su voluntad, el lugar simbólico del conocimiento y del amor. En este sentido, los padres son un enlace vital para encontrar la fe tal como se entiende en la Escritura.
2. "Creo en un solo Dios"
En esta última meditación nos aproximamos a los padres para renovar nuestra fe, en el objeto principal de la misma, en lo que comúnmente se entiende con la palabra "creer" y según lo cual distinguimos a las personas entre creyentes y no creyentes: la fe en la existencia de Dios. Hemos reflexionado, en las meditaciones anteriores, sobre la divinidad de Cristo, sobre el Espíritu Santo y sobre la Trinidad. Pero la fe en el Dios uno y trino es la etapa final de la fe, el "más" sobre Dios revelado por Cristo. Para alcanzar esta plenitud, primero se necesita haber creído en Dios. Antes de la fe en el Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo, está la fe en “un solo” Dio.
San Gregorio Nacianceno nos recuerda la pedagogía de Dios al revelarse a nosotros. En el Antiguo Testamento viene revelado abiertamente el Padre y veladamente el Hijo; en el Nuevo, abiertamente el Hijo y veladamente el Espíritu Santo; ahora, en la Iglesia, gozamos de la plena luz de la Trinidad entera. Jesús también se abstiene de decir a los apóstoles aquellas cosas de las cuales aún no son capaces de "poder con ello" (Jn. 16, 12). Debemos seguir la misma pedagogía también nosotros frente a aquellos a los que queremos anunciar hoy la fe.
La Carta a los Hebreos dice cuál es el primer paso para aproximarnos a Dios: "El que se acerca a Dios ha de creer que existe y que recompensa a los que le buscan" (Hb. 11,6). Y esto es el fundamento de todo lo demás, que sigue siendo así incluso después de haber creído en la Trinidad. Vamos a ver cómo los padres pueden sernos de inspiración desde este punto de vista, teniendo en cuenta que nuestro propósito principal no es apologético, sino espiritual, más orientado a fortalecer nuestra fe, que a comunicarla a los demás. La guía que elegimos para este camino es san Gregorio de Nisa.
Gregorio de Nisa (331-394), hermano carnal de san Basilio, amigo y contemporáneo de Gregorio Nacianceno, es un padre y doctor de la iglesia, del cual se va descubriendo cada día más la estatura intelectual y la importancia decisiva en el desarrollo del pensamiento cristiano. "Uno de los pensadores más importantes y originales que conozca la historia de la iglesia" (L. Bouyer), "El fundador de una nueva religiosidad mística y extática" (H. von Campenhausen).
Los padres no tuvieron, como nosotros, que probar la existencia de Dios, sino la unicidad de Dios; no tuvieron que luchar contra el ateísmo, sino contra el politeísmo. Veremos, sin embargo, cómo el camino trazado por ellos para llegar al conocimiento del Dios único, es el mismo que puede conducir al hombre de hoy al descubrimiento del Dios en plenitud.
Para valorizar la contribución de los padres, en particular del Niceno, es necesario saber cómo se presentaba el problema de la unicidad de Dios en su tiempo. A medida que se venía desarrollando la doctrina de la Trinidad, los cristianos se vieron expuestos a la misma acusación con la que siempre se habían dirigido a los gentiles: el de creer en varios dioses. He aquí por qué el credo de los cristianos que, en sus distintas ediciones, desde hacía tres siglos, comenzaba con las palabras "Creo en Dios" (Credo in Deum), desde el siglo IV, muestra una pequeña pero significativa adición que no será nunca más omitida en adelante: "Creo en un solo Dios (Credo in unum Deum).
No es necesario repetir aquí los pasos que condujeron a este resultado; sin duda podemos empezar por el final de la misma. Hacia el final del siglo IV, se puso fin a la transformación del monoteísmo del Antiguo Testamento en el monoteísmo trinitario cristiano. Los latinos expresaban los dos aspectos del misterio con la fórmula "una sustancia y tres personas", los griegos con la fórmula "tres hipóstasis, una sola ousia". Después de una confrontación, el proceso aparentemente concluyó con un acuerdo total entre las dos teologías. "¿Podemos concebir - exclamó el Nacianceno - un acuerdo más pleno y decir absolutamente lo mismo, aunque con diferentes palabras?"3.
Había en realidad una diferencia entre las dos formas de expresar el misterio; hoy en día es habitual expresarla de esta manera: los griegos y los latinos, en lo referente a la Trinidad, se mueven en lados opuestos; los griegos parten de las personas divinas, es decir, de la pluralidad, para llegar a la unidad de la naturaleza; los latinos, a la inversa, parten de la unidad de la naturaleza divina, para llegar a las tres personas. "El latino considera la personalidad como una forma de la naturaleza: el griego considera la naturaleza como el contenido de la persona"4.
Creo que la diferencia puede ser expresada de otra manera. Tanto el latín como el griego, parten desde la unidad de Dios; tanto el símbolo griego como el latino comienza diciendo: "Creo en un solo Dios" (Credo in unum Deum!). Sólo que esta unidad para los latinos está concebida como impersonal o pre-personal; es la esencia de Dios que se especifica después en Padre, Hijo y Espíritu Santo, sin, por supuesto, ser considerada como pre-existente a las personas. Para los griegos, sin embargo, se trata de una unidad ya personalizada, debido a que para ellos, "la unidad es el Padre, de quien y hacia quien existen las otras personas" 5. El primer artículo del credo de los griegos también dice "Creo en un solo Dios, Padre todopoderoso" (Credo in unum Deum Patrem omnipotentem), sólo que "el Padre todopoderoso" aquí no se separa del 'unum Deum', como en el credo latino, sino que hace un todo con él: "Creo en un solo Dios, Padre todopoderoso".
Esta es la manera en que concibieron la unidad de Dios los tres Capadocios, pero sobre todo san Gregorio de Nisa. La unidad de las tres personas divinas es dada, por él, en el hecho de que el Hijo es perfectamente (sustancialmente) "unido" al Padre, como lo es también el Espíritu Santo por medio del Hijo 6. Es este preciso argumento el que es difícil para los latinos, que ven en él el peligro de subordinar el Hijo al Padre y el Espíritu al uno y al otro: "El nombre "Dios"--dice Agustín--, indica toda la Trinidad, no solo el Padre" 7.
Dios es el nombre que damos a la divinidad cuando la consideramos no en sí misma, sino en relación a los hombres y al mundo, por que todo lo que ella hace fuera de sí, lo hace de manera conjunta, como única causa eficiente. La conclusión importante que podemos sacar de esto, a pesar de la diferente perspectiva de los latinos y de los griegos, es que la fe cristiana es también monoteísta; los cristianos no han renunciado a la fe judía en un solo Dios, que más bien la han enriquecido, dando un contenido y un significado nuevo y maravilloso a esta unidad. ¡Dios es uno, pero no solitario!
3. "Moisés entró en la nube"
¿Por qué elegir a san Gregorio de Nisa como una guía para el conocimiento de este Dios, ante quien somos como criaturas frente al Creador? La razón es que este padre, primero en el cristianismo, ha trazado un camino hacia el conocimiento de Dios que es particularmente útil en la situación religiosa del hombre moderno: el camino del conocimiento que pasa a través del no-conocimiento.
La ocasión la tuvieron por la polémica con el hereje Eunomio, el representante de un arrianismo radical contra el que escriben todos los grandes padres que vivieron a finales del siglo IV: Basilio, Gregorio Nacianceno, Juan Crisóstomo, y, con más agudeza que todos, el Niceno. Eunomio identificaba la esencia divina en el ser "ingenerado" (agennetos). En este sentido, para él esto es perfectamente conocible y no muestra ningún misterio; podemos conocer a Dios nada menos de lo que él se conoce a sí mismo.
Los padres respondieron al unísono apoyando la tesis de la "incognoscibilidad de Dios" en su realidad más íntima. Sin embargo, mientras los otros se detuvieron en una refutación de Eunomio basada sobre todo en las palabras de la biblia, el Niceno fue más allá al demostrar que el reconocimiento mismo de esta incognoscibilidad es el camino hacia el verdadero conocimiento (theognosia) de Dios. Lo hace retomando un tema ya esbozado por Filón 8: sobre Moisés que se encuentra con Dios entrando en la nube. El texto bíblico es Éxodo 24, 15-18 y he aquí su comentario:
"La manifestación de Dios a Moisés viene primero en la luz; más tarde habló con él en la nube; en la medida que se vuelve más perfecto, Moisés contempla a Dios en la oscuridad. La transición de la oscuridad a la luz es la primera separación de las ideas falsas y erróneas acerca de Dios; la inteligencia más cerca de las cosas ocultas, conduciendo al alma a través de las cosas visibles a la realidad invisible, es como una nube que oscurece toda la sensibilidad y acostumbra al alma a la contemplación de lo que está oculto; finalmente, el alma que ha recorrido estos caminos hacia las cosas celestiales, después de haber dejado todas las cosas terrenales lo más posible a la naturaleza humana, entra en el santuario del conocimiento divino (theognosia) rodeada por todas partes de la oscuridad divina" 9.
El verdadero conocimiento y la visión de Dios consiste "en ver que él es invisible, porque lo que el alma busca trasciende todo conocimiento, separado en cada parte de su incomprensibilidad como por una oscuridad" 10. En esta última etapa del conocimiento de Dios no se tiene un concepto, pero es aquello que el Niceno, con una expresión que se hizo famosa, llama "una cierta sensación de presencia" (aisthesin tina tes parusias) 11. Un sentir no con los sentidos corporales, por supuesto, sino con aquellos del interior del corazón. Este sentimiento no es la superación de la fe, sino su actuación más alta: "Con la fe --dice la novia del Cantar (Ct. 3, 6)--, he encontrado al amado." No lo "entiende"; hace algo mejor, ¡lo "abraza"! 12.
Estas ideas del Niceno han ejercido una inmensa influencia en el pensamiento cristiano posterior, al punto de ser considerado el fundador de la mística cristiana. A través de Dionisio Areopagita y Máximo el Confesor, que retomaron el tema, su influencia se extiende desde el mundo griego al latino. El tema del conocimiento de Dios en la oscuridad vuelve en Ángela de Foligno, en el autor de La nube del no-conocimiento, en el tema de la "docta ignorancia" de Nicolás de Cusa, en aquella de la "noche oscura" de Juan de la Cruz y en muchos otros.
4. ¿Qué humilla realmente a la razón?
Ahora me gustaría mostrar cómo la intuición de san Gregorio de Nisa puede ayudarnos a los creyentes a profundizar nuestra fe y a indicar al hombre moderno, convertido en escéptico de las "cinco vías" de la teología tradicional, alguna ruta que lo conduzca a Dios.
La novedad introducida por el Niceno en el pensamiento cristiano es que para encontrar a Dios, debemos ir más allá de los límites de la razón. Estamos en las antípodas del proyecto de Kant de mantener la religión "dentro de los límites de la simple razón ". En la cultura secularizada de hoy, se ha ido más allá de Kant: este en nombre de la razón (al menos de la razón práctica) « postulaba » la existencia de Dios; los racionalistas posteriores niegan también esto.
Se entiende cuán actual es el pensamiento del Niceno. El autor demuestra que la parte más alta de la persona, la razón, no se excluye de la búsqueda de Dios; que no se está obligado a elegir entre la fe y el seguir a la inteligencia. Entrando en la nube, es decir, creyendo, la persona humana no renuncia a su racionalidad, sino que la trasciende, que es algo muy diferente. El creyente toca fondo, por así decir, en los recursos de la propia razón, le permite hacer su acto más noble, pues, como dice Pascal, "el acto supremo de la razón está en el reconocer que hay una infinidad de cosas que la sobrepasan" 13.
Santo Tomás de Aquino, considerado justamente como uno de los más firmes defensores de las exigencias de la razón, escribió: "Se dice que al final de nuestro conocimiento, Dios es conocido como lo Desconocido, porque nuestro espíritu ha llegado al extremo de su conocimiento de Dios, cuando por fin se da cuenta de que su esencia está por encima de todo lo que se puede conocer en esto mundo " 14.
En el mismo instante que la razón reconoce su límite, lo fractura y lo supera. Entiende que no puede entender, "ve que no puede ver", decía el Niceno, pero también entiende que un Dios que se entiende no sería más Dios. Es por obra de la razón que se produce este reconocimiento, que es, por lo tanto, un acto del todo racional. Esta es, literalmente, una "docta ignorancia" 15.
Por lo tanto, hay que decir todo lo contrario, es decir que pone un límite a la razón y la humilla aquél que no le reconoce esta capacidad de trascenderse. "Hasta ahora --ha escrito Kierkegaard--, se habló siempre así: ‘El decir que no se puede comprender esto o aquello, no satisface la ciencia que se quiere entender’. Este es el error. Se debe decir todo lo contrario: cuando la ciencia humana no quiera reconocer que hay algo que ella no puede entender, o --de modo más preciso--, alguna cosa de la cual ella con claridad puede ‘entender que no puede entender’, entonces todo se trastorna. Por tanto, es una tarea del conocimiento humano entender que hay cosas y cuales son las cosas que ella no puede entender" 16.
Pero, ¿de qué clase de oscuridad se trata? De la nube que, en algún momento, se puso entre los egipcios y los judíos y se dice que era "oscuridad para unos y luminosa para los otros" (cf. Ex. 14, 20). El mundo de la fe es oscuro para los que miran desde el exterior, pero es brillante para los que entran en ella. De un brillo especial, del corazón más que de la mente. En la Noche oscura de san Juan de la Cruz (una variante del tema de la nube del Niceno), el alma declara proceder por su nuevo camino "sin otra luz y guía sino la que en corazón ardía." Una luz, sin embargo, que guía "más cierto que la luz del mediodía" 17.
La beata Ángela de Foligno, una de las máximas representantes de la visión de Dios en la oscuridad, dice que la Madre de Dios "estaba tan inefablemente unida a la suma y absolutamente inefable Trinidad, que en vida disfrutaba del gozo del cual gozan los santos en el cielo, la alegría de lo incomprensible (gaudium incomprehensibilitatis), porque entienden que no se puede entender" 18. Es un excelente complemento de la doctrina de Gregorio de Nisa sobre la incognoscibilidad de Dios. Nos asegura que, lejos del humillarse y privarse de algo, esta incognoscibilidad se hace para llenar al hombre de entusiasmo y de alegría; nos dice que Dios es infinitamente más grande, más hermoso, más bueno, de lo que seremos capaces de pensar, y que todo esto es para nosotros, para que nuestro gozo sea completo; ¡para que no aflore mínimamente el pensamiento de que podremos aburrirnos por pasar la eternidad junto a él!
Otra idea del Niceno, que es útil para una comparación con la cultura religiosa moderna, es aquella del "sentimiento de una presencia" que él pone al vértice del conocimiento de Dios. La fenomenología religiosa ha revelado, con Rudolph Otto, la existencia de un hecho primario, presente, en diferentes grados de pureza, en todas las culturas y en todas las edades que él llama "sentimiento de lo numinoso", en el sentido de una mezcla de terror y de atracción, que se apodera de repente del ser humano ante la manifestación de lo sobrenatural o de lo suprarracional 19. Si la defensa de la fe, de acuerdo con las últimas directrices de la apologética mencionadas al principio, "se coloca detrás de una pedagogía de la experiencia espiritual, de la cual se reconoce la posibilidad inscrita a priori en cada ser humano", no podemos descuidar el enganche que nos ofrece la moderna fenomenología religiosa.
Por supuesto, la "sensación de una cierta presencia" del Niceno es diferente del sentido confuso de lo numinoso y del estremecimiento de lo sobrenatural, pero las dos cosas tienen algo en común. Uno es el inicio de un camino hacia el descubrimiento del Dios viviente, el otro es el término. El conocimiento de Dios, decía el Niceno, comienza con un paso de las tinieblas a la luz y termina con una transición de la luz a la oscuridad. No se llega al segundo sin pasar por el primero; en otras palabras, es decir, sin haberse limpiado primero del pecado y de las pasiones. "Habría abandonado ya los placeres --dice el libertino--, si yo tuviera la fe. Pero yo respondo, dice Pascal: Tendrías ya la fe si hubieses renunciado a los placeres" 20.
La imagen que, gracias a Gregorio de Nisa, nos acompañó a lo largo de esta meditación, fue aquella de Moisés que asciende al monte Sinaí y entra en la nube. La proximidad de la Pascua nos impulsa a ir más allá de esta imagen, para pasar del símbolo a la realidad. Hay otra montaña donde otro Moisés encontró a Dios mientras se hacía " oscuridad sobre toda la tierra" (Mt. 27,45). En el monte Calvario, el hombre Dios, Jesús de Nazaret, ha unido por siempre el hombre a Dios. Al final de su Itinerario de la mente a Dios, san Buenaventura escribe: "Después de todas estas consideraciones, lo que queda de hacer es que nuestra mente se eleve especulando no solo por encima de este mundo sensible, sino también por encima de sí misma; y en ​​este ascenso Cristo es camino y puerta, Cristo es escala y vía... Aquel que mira atentamente este propiciatorio suspendido en la cruz, con fe, esperanza y caridad, con devoción, admiración, exultación, veneración, alabanza y júbilo, realiza con él la Pascua, es decir, el paso" 21.
¡Que el Señor Jesús nos permita realizar esta hermosa y santa Pascua con él!


1 Agostino, De Trinitate XIII,2,5)
2 J.-Y. Lacoste et N. Lossky, “Foi“, in Dictionnaire critique de Théologie, Presses Universitaires de France 1998, p.479).
3 Gregorio Nazianzeno, Oratio 42, 16 (PG 36, 477).
4 Th. De Régnon, Études de théologie positive sur la Sainte Trinité, I, Paris 1892, 433.
5 S. Gregorio Naz., Or. 42, 15 (PG 36, 476).
6 Cf. Gregorio Nisseno, Contra Eunomium 1,42 (PG 45, 464)
7 Agostino, De Trinitate, I, 6, l0; cf. anche IX, 1, 1 («credamus Patrern et Filium et Spiritum Sanctum esse unum Deum»).
8 Cf. Filone Al., De posteritate, 5,15.
9 Gregorio Niss., Omilia XI sobre el Cantar (PG 44, 1000 C-D).
10 Vida de Moises, II,163 (SCh 1bis, p. 210 s.).
1Omilia XI sobre el Cantar (PG 44, 1001B).
1Omilia VI sobre el Cantar (PG 44, 893 B-C).
13 B.Pascal, Pensamiemtos 267 Br.
14 Tomas de Aquino, In Boet. Trin. Proem. q.1,a.2, ad 1.
15 Agostino, Epistola 130,28 (PL 33, 505).
16 S. Kierkegaard, Diario VIII A 11.
17 Juan de la Cruz, Noche oscura, str.3-4.
18 Il libro della beata Angela da Foligno, ed. Quaracchi 1985, p. 468.
19 R. Otto, Il Sacro, Feltrinelli, Milano 1966.
20 Pascal, Pensamientos, 240 Br.
21 Bonaventura, Itinerarium mentis in Deum, VII, 1-2 (Opere di S. Bonaventura, V,1, Roma, Città Nuova 1993, p. 564).

3/30/12


EL CORAZÓN TRASPASADO DE CRISTO


Carta pastoral del obispo de Córdoba, monseñor Demetrio Fernández, ante la Semana Santa.

Hemos entrado de lleno en la Semana Santa, y se acercan los días santos de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. El centro de todos estos días es Jesucristo, muerto y resucitado. Fijemos nuestra atención en Cristo, y meditemos los misterios de su pasión y de su resurrección. Ese es el misterio pascual, núcleo del cristianismo y de la vida cristiana.
El Hijo de Dios hecho hombre se ha entregado libremente a la muerte, aceptando el plan redentor de su Padre-Dios de salvar a todos los hombres. Todos errábamos como ovejas sin pastor, y Él ha venido para reunirnos en un solo rebaño. Él es el pastor bueno que nos busca y cuando nos encuentra nos toma cariñosamente sobre sus hombros para llevarnos a la casa del Padre. Él es el hermano bueno que ha salido de la casa del Padre sin darle la espalda para buscar al hijo pródigo, a cada uno de nosotros, y reunirnos en su santa Iglesia. El retorno a casa será una alegría para el corazón de Dios-Padre, que espera cada día nuestra vuelta hacia Él.
La muerte de Cristo no es un accidente en la vida del Redentor. Él ha venido para eso, para dar su vida en un acto de culto al Padre, entregándose por cada uno de nosotros los hombres. Él ha pensado en este momento a lo largo de toda su vida. La muerte de Cristo es un acto supremo de amor. La muerte ya no es una desgracia sin sentido. El creyente en Jesucristo vive la muerte como la “hora” suprema de su vida, la hora de la verdad, la hora para la que ha de prepararse durante toda su vida.
Es preciso que en estos días santos miremos al Corazón traspasado de Cristo en la cruz. Es un corazón lleno de amor. La lanza que traspasó este costado nos ha abierto de par en par las puertas de la misericordia de Dios, nos ha declarado hasta dónde llega el amor de Dios por nosotros. “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15,13). El Corazón de Cristo es el lugar donde se han reciclado nuestras miserias en la turbina de un amor más grande, que se llama misericordia. La misericordia de Dios es más fuerte que nuestro pecado y es capaz de hacer de nosotros hombres nuevos.
Que nadie se sienta excluido. Es un amor muy profundo al tiempo que es un amor para todos y cada uno de nosotros. Dios no nos ama de palabra, sino con obras y de verdad. En la escuela de Jesucristo, la mirada constante al Corazón traspasado de Cristo nos ayuda a entender el sentido de nuestra vida, que está hecha para aprender a amar.
Los días que se acercan de la Semana Santa quieren transmitirnos esa serenidad del Crucificado, que ante el pecado de los hombres reacciona amando, y amando de manera más elocuente. El amor verdadero está hecho de sacrificio. En Cristo crucificado entendemos un amor que no se ha guardado nada, un amor sin medida, un amor hasta el extremo.
Ese amor ha vencido a la muerte. Jesucristo ha resucitado al tercer día. Si creemos en Él, es porque ha resucitado. Mirar a Cristo crucificado sabiendo que la muerte ha sido vencida es un motivo de esperanza para los que estamos abocados a la muerte. El Corazón de Cristo, destrozado de amor en la cruz, continúa latiendo glorioso en el cielo después de la resurrección. Es un corazón que continúa amando. No se trata sólo de recordar un amor, que llegó hasta el extremo. Se trata de mirar a quien nos ama ahora desde el cielo con un corazón humano, traspasado de amor por nosotros.
Que estos días santos nos hagan vivir de ese mismo amor con el que Jesucristo se entregó a la muerte, de ese mismo amor con el que palpita el corazón resucitado del Señor. “Mirarán al que traspasaron” (Jn 19,37 = Za 12,10). Mirar el corazón traspasado de Cristo, muerto y resucitado, será especialmente en estos días motivo de esperanza para todos, porque es en Él y sólo en Él donde el hombre encuentra la salvación. Con mi afecto y bendición.

LOS FRUTOS DE LA JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD Y SU IMPACTO EN ESPAÑA


Guión-Conferencia del cardenal Rouco en el Consejo Pontificio para los Laicos


I. Los frutos de la JMJ-2011 en la Archidiócesis de Madrid
1. En síntesis − finalizada la Jornada
a. Una renovada e interiorizada conciencia de la Catolicidad de la Iglesia. Se podría aplicar a la experiencia nuestra un efecto multiplicado “del dicho” de Romano Guardini: “Un acontecimiento de imprevisible trascendencia ha comenzado: ¡la Iglesia despierta en las almas!”.
-- de forma especialmente impactante en los jóvenes
-- aunque haya alcanzado a toda la comunidad diocesana que vivió la presencia del Santo Padre y de la juventud del mundo como “una nueva primavera de la Iglesia”.
b. Una espiritual y pastoralmente intensificada adhesión a Jesucristo, el Redentor y Salvador del hombre; manifestado:
--en una disponibilidad creciente para orientar toda la vida y misión de la Iglesia, pastoral y espiritualmente, sin rodeos y preludios “mundanos” hacia Él, “su Cabeza” y Pastor Supremo.
--en una disponibilidad creciente de las generaciones jóvenes a centrar su experiencia eclesial y humana en Él: “Su Hermano, Su Amigo, su Señor”.
--en una creciente adhesión a manifestarse libre y gozosamente como “cristiano” en la vida pública.
c. Una renovada toma de conciencia de la responsabilidad de la vocación para “la Misión” hacia dentro y hacia fuera de la Iglesia, manifestada:
--en el asumir positiva, creativa y apostólicamente la llamada a la Nueva Evangelización.
--en el propósito entusiasmado de poner en marcha “una Misión” diocesana, con el epicentro en la juventud.
--en una apertura creciente a los dones y carismas extraordinarios que el Señor dispensa a su Iglesia hoy.
d. Una renovación humana y espiritual de la relación Iglesia y sociedad, manifestada:
--en el crecimiento del aprecio de la Iglesia por parte de la opinión pública.
--en el crecimiento de la toma de conciencia dentro de la Iglesia del valor insustituible de su presencia y acción evangélicamente transformadora de las realidades temporales en sus más distintos aspectos: economía, sociedad, cultura, política.
--en el aspecto generalizado del valor del estilo cristiano de vivir y de “ser hombres” para lograr una sociedad y una civilización del amor.
--especialmente en una época o momento histórico de “Crisis”.
2. En análisis de aspectos parciales y detallado de la vida y de la misión de la Iglesia
1. En el proceso de “preparación”
--“La Cruz” y “el Icono” de la JMJ.2011: una contribución “misionera” a la vitalización de la Pastoral Juvenil. Las jóvenes testigos del Crucificado y de su Madre, en público
--Los momentos de oración y de adoración en todo el proceso de preparación espiritual, pastoral y técnico de la JMJ.
--Una “corriente de aire” espiritualmente fresca en las comunidades parroquiales.
--Una integración en “el empeño” diocesano de la preparación de la JMJ.2011 de la vida consagrada y de todas las realidades eclesiales.
--“Nacimiento” y “crecimiento” en la comunidad diocesana de una verdadera “tensión” evangelizadora.
--“La movilización” de “los católicos” en todos los ámbitos de la vida pública: desde la Economía a la Universidad, desde los círculos y sectores culturales a la Política; de los profesionales más insignes al pueblo de Madrid.
--La formación de una más intensa Pastoral Vocacional.
2. En la celebración de la JMJ misma
--Una puesta en acción y una experiencia personal y comunitaria del “principio de comunión eclesial” de una extraordinaria fidelidad y entrega. El reto de “la acogida” y de “las catequesis”.
--Una participación en todo “el curso” de los días de la JMJ, de calidad y acompañamiento espiritual, extraordinarios: el valor de la oración asumida por toda la Comunidad Diocesana. “La Vida Contemplativa” de comunidades y de Consagrados y de las comunidades parroquiales, de las familias y de muchas almas.
--Una actuación espiritual y actitud de servicio y solidaridad institucional y ciudadana, sin precedentes; sólo explicable por la tradición y las raíces cristianas de la sociedad madrileña.
--El impacto de la presencia del Santo Padre y de la acogida entusiasta y multitudinaria, como un factor de renovación del “sí histórico” de los católicos y los ciudadanos de Madrid al Sucesor de Pedro y a la Iglesia de Cristo.
--Una confirmación activa del entusiasmo y el fervor por “una Liturgia”, digna de los Misterios que se celebran y fiel al Vaticano II.
--Un apoyo decisivo a la Pastoral a la Pastoral de la Penitencia, ya iniciada y trabajada desde hacía décadas en la Archidiócesis de Madrid −”la Fiesta del Perdón”−.
--Una “lección” de pedagogía religiosa popular que confirmaba y renovaba lo mejor de la tradición española: “El vía Crucis”.
--Un apoyo “excepcional” para sembrar el amor a la vida consagrada entre los jóvenes. El encuentro con las Religiosas jóvenes
--Un apoyo valiosísimo a la Pastoral Universitaria.
--Un apoyo poderosísimo para la Pastoral social, especialmente con los más necesitados: discapacitados, enfermos,…; pueblos y países pobres; jóvenes en familias en crisis; en paro, etc.
3. Una actuación especial merece “la Pastoral Juvenil”
a. Confirmación y preparación de “un camino” de largo recorrido:
--Valentía para proponer a Cristo como el centro de la vida del joven.
--Valentía para proponer a la Iglesia como “su lugar”, para encontrar a Cristo y crecer y madurar en su vocación y en su realización como personas.
--Valentía para abrir cauces de búsqueda de conversión y de misión.
b. Desde “Santiago de 1989” a “Madrid 2011”: un camino de etapas consecuentes en “la misión” de los jóvenes y para los jóvenes de Madrid.
c. La respuesta de la pastoral general y la vivencia fiel de “la Comunión eclesial”.
--El éxito de la aplicación del principio “de comunión” en la Diócesis y con la Iglesia Universal.
--Sin miedo a “las nuevas realidades eclesiales”. Mejor aún: ¡agradecimiento!
--Sin cobardías y apocamientos ante las posibilidades de la pastoral juvenil en los ámbitos parroquiales.
--y en los escolares y universitarios.
--un nuevo campo para “la misión” joven.
--Nuestros proyectos: “el 12 de Mayo”; “Misión-Madrid”.
d. La vocación contemplativa y la vida de oración de los jóvenes:
--Penitencia y Eucaristía
--Propuesta humana y cristiana imprescindible por “la misión” “ad gentes” y entres los pobres.
--Las formas y tiempos de “la adoración” y su fuerza evangelizadora.
II. El impacto pastoral en España
1. La peregrinación de la Cruz y del Icono
--Un toque de atención misionera extraordinaria.
--Una fuerte renovación de la Pastoral Juvenil.
--Una creciente sensibilidad para la importancia de la Pastoral vocacional.
2. Afirmación y vivencia profunda del principio de “Comunión”
--con el Papa
--de los Obispos y Diócesis Españolas entre sí y con el Sucesor de Pedro.
--con toda la Iglesia Universal: la cuota de solidaridad.
3. Un impulso para una gran puesta en marcha de un programa de Nueva Evangelización
--El nuevo “Plan Pastoral” de la CEE.
--El Congreso de Pastoral Juvenil
--El Año de la Fe
4. Una aportación formidable para afrontar con la esperanza purificada y renovada el nuevo periodo de la historia de España
--con la Iglesia, más apreciada y entendida. “Es joven”, con un rostro humanamente fascinante, irradiadora de buena cultura, de valores familiares, de solidaridad.
--con la vocación espiritualmente acrecentada para cumplir con su misión apostólica de forma valiente y comprometida con una evangelización de la España tradicionalmente “Católica”, renovadora y transformadora de las conciencias personales y de la colectiva.

3/29/12


LAS MEDIDAS ECONÓMICAS RESTRICTIVAS IMPUESTAS DESDE FUERA PESAN NEGATIVAMENTE SOBRE CUBA


Discurso de despedida del Papa en el aeropuerto de La Habana

Señor presidente, Señores cardenales y queridos hermanos en el Episcopado, Excelentísimas autoridades, Señoras y señores, Amigos todos:

Doy gracias a Dios, que me ha permitido visitar esta hermosa Isla, que tan profunda huella dejó en el corazón de mi amado predecesor, el beato Juan Pablo II, cuando estuvo en estas tierras como mensajero de la verdad y la esperanza. También yo he deseado ardientemente venir entre ustedes como peregrino de la caridad, para agradecer a la Virgen María la presencia de su venerada imagen en el Santuario del Cobre, desde donde acompaña el camino de la Iglesia en esta nación e infunde ánimo a todos los cubanos para que, de la mano de Cristo, descubran el genuino sentido de los afanes y anhelos que anidan en el corazón humano y alcancen la fuerza necesaria para construir una sociedad solidaria, en la que nadie se sienta excluido. «Cristo, resucitado de entre los muertos, brilla en el mundo, y lo hace de la forma más clara, precisamente allí donde según el juicio humano todo parece sombrío y sin esperanza. Él ha vencido a la muerte –Él vive– y la fe en Él penetra como una pequeña luz todo lo que es oscuridad y amenaza» (Vigilia de oración con los jóvenes. Feria de Friburgo de Brisgovia, 24 septiembre 2011).
Agradezco al señor presidente y a las demás autoridades del país el interés y la generosa colaboración dispensada para el buen desarrollo de este viaje. Vaya también mi viva gratitud a los miembros de la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba, que no han escatimado esfuerzos ni sacrificios para este mismo fin, y a cuantos han contribuido a él de diversas maneras, en particular con la plegaria.
Me llevo en lo más profundo de mi ser a todos y cada uno de los cubanos, que me han rodeado con su oración y afecto, brindándome una cordial hospitalidad y haciéndome partícipe de sus más hondas y justas aspiraciones.
Vine aquí como testigo de Jesucristo, convencido de que, donde él llega, el desaliento deja paso a la esperanza, la bondad despeja incertidumbres y una fuerza vigorosa abre el horizonte a inusitadas y beneficiosas perspectivas. En su nombre, y como sucesor del apóstol Pedro, he querido recordar su mensaje de salvación, que fortalezca el entusiasmo y solicitud de los obispos cubanos, así como de sus presbíteros, de los religiosos y de quienes se preparan con ilusión al ministerio sacerdotal y la vida consagrada. Que sirva también de nuevo impulso a cuantos cooperan con constancia y abnegación en la tarea de la evangelización, especialmente a los fieles laicos, para que, intensificando su entrega a Dios en medio de sus hogares y trabajos, no se cansen de ofrecer responsablemente su aportación al bien y al progreso integral de la patria.
El camino que Cristo propone a la humanidad, y a cada persona y pueblo en particular, en nada la coarta, antes bien es el factor primero y principal para su auténtico desarrollo. Que la luz del Señor, que ha brillado con fulgor en estos días, no se apague en quienes la han acogido y ayude a todos a estrechar la concordia y a hacer fructificar lo mejor del alma cubana, sus valores más nobles, sobre los que es posible cimentar una sociedad de amplios horizontes, renovada y reconciliada. Que nadie se vea impedido de sumarse a esta apasionante tarea por la limitación de sus libertades fundamentales, ni eximido de ella por desidia o carencia de recursos materiales. Situación que se ve agravada cuando medidas económicas restrictivas impuestas desde fuera del país pesan negativamente sobre la población.
Concluyo aquí mi peregrinación, pero continuaré rezando fervientemente para que ustedes sigan adelante y Cuba sea la casa de todos y para todos los cubanos, donde convivan la justicia y la libertad, en un clima de serena fraternidad. El respeto y cultivo de la libertad que late en el corazón de todo hombre es imprescindible para responder adecuadamente a las exigencias fundamentales de su dignidad, y construir así una sociedad en la que cada uno se sienta protagonista indispensable del futuro de su vida, su familia y su patria.
La hora presente reclama de forma apremiante que en la convivencia humana, nacional e internacional, se destierren posiciones inamovibles y los puntos de vista unilaterales que tienden a hacer más arduo el entendimiento e ineficaz el esfuerzo de colaboración. Las eventuales discrepancias y dificultades se han de solucionar buscando incansablemente lo que une a todos, con diálogo paciente y sincero, comprensión recíproca y una leal voluntad de escucha que acepte metas portadoras de nuevas esperanzas.
Cuba, reaviva en ti la fe de tus mayores, saca de ella la fuerza para edificar un porvenir mejor, confía en las promesas del Señor, abre tu corazón a su evangelio para renovar auténticamente la vida personal y social.
A la vez que les digo mi emocionado adiós, pido a Nuestra Señora de la Caridad del Cobre que proteja con su manto a todos los cubanos, los sostenga en medio de las pruebas y les obtenga del Omnipotente la gracia que más anhelan.
¡Hasta siempre, Cuba, tierra embellecida por la presencia materna de María! Que Dios bendiga tus destinos.

"EN CUBA SE HAN IDO DANDO PASOS PARA QUE LA IGLESIA LLEVE A CABO SU MISIÓN"


Homilía del Papa en la Misa en la plaza de la Revolución José Martí de La Habana


Queridos hermanos y hermanas:
«Bendito eres, Señor Dios…, bendito tu nombre santo y glorioso» (Dn 3,52). Este himno de bendición del libro de Daniel resuena hoy en nuestra liturgia invitándonos reiteradamente a bendecir y alabar a Dios. Somos parte de la multitud de ese coro que celebra al Señor sin cesar. Nos unimos a este concierto de acción de gracias, y ofrecemos nuestra voz alegre y confiada, que busca cimentar en el amor y la verdad el camino de la fe.
«Bendito sea Dios» que nos reúne en esta emblemática plaza, para que ahondemos más profundamente en su vida. Siento una gran alegría de encontrarme hoy entre ustedes y presidir esta Santa Misa en el corazón de este Año jubilar dedicado a la Virgen de la Caridad del Cobre.
Saludo cordialmente al cardenal Jaime Ortega y Alamino, arzobispo de La Habana, y le agradezco las corteses palabras que me ha dirigido en nombre de todos. Extiendo mi saludo a los señores cardenales, a mis hermanos obispos de Cuba y de otros países, que han querido participar en esta solemne celebración. Saludo también a los sacerdotes, seminaristas, religiosos y a todos los fieles aquí congregados, así como a las autoridades que nos acompañan.
En la primera lectura proclamada, los tres jóvenes, perseguidos por el soberano babilonio, prefieren afrontar la muerte abrasados por el fuego antes que traicionar su conciencia y su fe. Ellos encontraron la fuerza de «alabar, glorificar y bendecir a Dios» en la convicción de que el Señor del cosmos y la historia no los abandonaría a la muerte y a la nada. En efecto, Dios nunca abandona a sus hijos, nunca los olvida. Él está por encima de nosotros y es capaz de salvarnos con su poder. Al mismo tiempo, es cercano a su pueblo y, por su Hijo Jesucristo, ha deseado poner su morada entre nosotros.
«Si os mantenéis en mi palabra, seréis de verdad discípulos míos; conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres» (Jn 8,31). En este texto del Evangelio que se ha proclamado, Jesús se revela como el Hijo de Dios Padre, el Salvador, el único que puede mostrar la verdad y dar la genuina libertad. Su enseñanza provoca resistencia e inquietud entre sus interlocutores, y Él los acusa de buscar su muerte, aludiendo al supremo sacrificio en la cruz, ya cercano. Aun así, los conmina a creer, a mantener la Palabra, para conocer la verdad que redime y dignifica.
En efecto, la verdad es un anhelo del ser humano, y buscarla siempre supone un ejercicio de auténtica libertad. Muchos, sin embargo, prefieren los atajos e intentan eludir esta tarea. Algunos, como Poncio Pilato, ironizan con la posibilidad de poder conocer la verdad (cf. Jn 18, 38), proclamando la incapacidad del hombre para alcanzarla o negando que exista una verdad para todos. Esta actitud, como en el caso del escepticismo y el relativismo, produce un cambio en el corazón, haciéndolos fríos, vacilantes, distantes de los demás y encerrados en sí mismos. Personas que se lavan las manos como el gobernador romano y dejan correr el agua de la historia sin comprometerse.
Por otra parte, hay otros que interpretan mal esta búsqueda de la verdad, llevándolos a la irracionalidad y al fanatismo, encerrándose en «su verdad» e intentando imponerla a los demás. Son como aquellos legalistas obcecados que, al ver a Jesús golpeado y sangrante, gritan enfurecidos: «¡Crucifícalo!» (cf. Jn 19, 6). Sin embargo, quien actúa irracionalmente no puede llegar a ser discípulo de Jesús. Fe y razón son necesarias y complementarias en la búsqueda de la verdad. Dios creó al hombre con una innata vocación a la verdad y para esto lo dotó de razón. No es ciertamente la irracionalidad, sino el afán de verdad, lo que promueve la fe cristiana. Todo ser humano ha de indagar la verdad y optar por ella cuando la encuentra, aun a riesgo de afrontar sacrificios.
Además, la verdad sobre el hombre es un presupuesto ineludible para alcanzar la libertad, pues en ella descubrimos los fundamentos de una ética con la que todos pueden confrontarse, y que contiene formulaciones claras y precisas sobre la vida y la muerte, los deberes y los derechos, el matrimonio, la familia y la sociedad, en definitiva, sobre la dignidad inviolable del ser humano. Este patrimonio ético es lo que puede acercar a todas las culturas, pueblos y religiones, las autoridades y los ciudadanos, y a los ciudadanos entre sí, a los creyentes en Cristo con quienes no creen en él.
El cristianismo, al resaltar los valores que sustentan la ética, no impone, sino que propone la invitación de Cristo a conocer la verdad que hace libres. El creyente está llamado a ofrecerla a sus contemporáneos, como lo hizo el Señor, incluso ante el sombrío presagio del rechazo y de la cruz. El encuentro personal con quien es la verdad en persona nos impulsa a compartir este tesoro con los demás, especialmente con el testimonio.
Queridos amigos, no vacilen en seguir a Jesucristo. En él hallamos la verdad sobre Dios y sobre el hombre. Él nos ayuda a derrotar nuestros egoísmos, a salir de nuestras ambiciones y a vencer lo que nos oprime. El que obra el mal, el que comete pecado, es esclavo del pecado y nunca alcanzará la libertad (cf. Jn 8,34). Sólo renunciando al odio y a nuestro corazón duro y ciego seremos libres, y una vida nueva brotará en nosotros.
Convencido de que Cristo es la verdadera medida del hombre, y sabiendo que en él se encuentra la fuerza necesaria para afrontar toda prueba, deseo anunciarles abiertamente al Señor Jesús como Camino, Verdad y Vida. En él todos hallarán la plena libertad, la luz para entender con hondura la realidad y transformarla con el poder renovador del amor.
La Iglesia vive para hacer partícipes a los demás de lo único que ella tiene, y que no es sino Cristo, esperanza de la gloria (cf. Col 1,27). Para poder ejercer esta tarea, ha de contar con la esencial libertad religiosa, que consiste en poder proclamar y celebrar la fe también públicamente, llevando el mensaje de amor, reconciliación y paz que Jesús trajo al mundo. Es de reconocer con alegría que en Cuba se han ido dando pasos para que la Iglesia lleve a cabo su misión insoslayable de expresar pública y abiertamente su fe. Sin embargo, es preciso seguir adelante, y deseo animar a las instancias gubernamentales de la Nación a reforzar lo ya alcanzado y a avanzar por este camino de genuino servicio al bien común de toda la sociedad cubana.
El derecho a la libertad religiosa, tanto en su dimensión individual como comunitaria, manifiesta la unidad de la persona humana, que es ciudadano y creyente a la vez. Legitima también que los creyentes ofrezcan una contribución a la edificación de la sociedad. Su refuerzo consolida la convivencia, alimenta la esperanza en un mundo mejor, crea condiciones propicias para la paz y el desarrollo armónico, al mismo tiempo que establece bases firmes para afianzar los derechos de las generaciones futuras.
Cuando la Iglesia pone de relieve este derecho, no está reclamando privilegio alguno. Pretende sólo ser fiel al mandato de su divino fundador, consciente de que donde Cristo se hace presente, el hombre crece en humanidad y encuentra su consistencia. Por eso, ella busca dar este testimonio en su predicación y enseñanza, tanto en la catequesis como en ámbitos escolares y universitarios. Es de esperar que pronto llegue aquí también el momento de que la Iglesia pueda llevar a los campos del saber los beneficios de la misión que su Señor le encomendó y que nunca puede descuidar.
Ejemplo preclaro de esta labor fue el insigne sacerdote Félix Varela, educador y maestro, hijo ilustre de esta ciudad de La Habana, que ha pasado a la historia de Cuba como el primero que enseñó a pensar a su pueblo. El Padre Varela nos presenta el camino para una verdadera transformación social: formar hombres virtuosos para forjar una nación digna y libre, ya que esta trasformación dependerá de la vida espiritual del hombre, pues «no hay patria sin virtud» (Cartas a Elpidio, carta sexta, Madrid 1836, 220). Cuba y el mundo necesitan cambios, pero éstos se darán sólo si cada uno está en condiciones de preguntarse por la verdad y se decide a tomar el camino del amor, sembrando reconciliación y fraternidad.
Invocando la materna protección de María Santísima, pidamos que cada vez que participemos en la Eucaristía nos hagamos también testigos de la caridad, que responde al mal con el bien (cf. Rm12,21), ofreciéndonos como hostia viva a quien amorosamente se entregó por nosotros. Caminemos a la luz de Cristo, que es el que puede destruir la tiniebla del error. Supliquémosle que, con el valor y la reciedumbre de los santos, lleguemos a dar una respuesta libre, generosa y coherente a Dios, sin miedos ni rencores. Amén.

3/28/12


"AVANZAR POR CAMINOS DE RENOVACIÓN Y ESPERANZA"


Palabras del papa en el santuario de Nuestra Señora de la Caridad de El Cobre


Queridos hermanos y hermanas:
He venido como peregrino hasta la casa de la bendita imagen de Nuestra Señora de la Caridad, «la Mambisa», como ustedes la invocan afectuosamente. Su presencia en este poblado de El Cobre es un regalo del cielo para los cubanos.
Deseo saludar cordialmente a los aquí presentes. Reciban el cariño del papa y llévenlo por doquier, para que todos experimenten el consuelo y la fortaleza en la fe. Hagan saber a cuantos se encuentran cerca o lejos que he confiado a la Madre de Dios el futuro de su Patria, avanzando por caminos de renovación y esperanza, para el mayor bien de todos los cubanos. También he suplicado a la Virgen Santísima por las necesidades de los que sufren, de los que están privados de libertad, separados de sus seres queridos o pasan por graves momentos de dificultad. He puesto asimismo en su inmaculado Corazón a los jóvenes, para que sean auténticos amigos de Cristo y no sucumban a propuestas que dejan la tristeza tras de sí. Ante María de la Caridad, también me he acordado de modo particular de los cubanos descendientes de aquellos que llegaron aquí desde África, así como de la cercana población de Haití, que aún sufre las consecuencias del conocido terremoto de hace dos años. Y no he olvidado a tantos campesinos y a sus familias, que desean vivir intensamente en sus hogares el evangelio, y ofrecen también sus casas como centros de misión para la celebración de la Eucaristía.
A ejemplo de la Santísima Virgen, animo a todos los hijos de esta querida tierra a seguir edificando la vida sobre la roca firme que es Jesucristo, a trabajar por la justicia, a ser servidores de la caridad y perseverantes en medio de las pruebas. Que nada ni nadie les quite la alegría interior, tan característica del alma cubana. Que Dios les bendiga. Muchas gracias.

LA OBEDIENCIA EN LA FE ES LA VERDADERA LIBERTAD


Homilía del Papa en Santiago de Cuba


Queridos hermanos y hermanas:
Doy gracias a Dios que me ha permitido venir hasta ustedes y realizar este tan deseado viaje. Saludo a monseñor Dionisio García Ibáñez, arzobispo de Santiago de Cuba, agradeciéndole sus amables palabras de acogida en nombre de todos; saludo asimismo a los obispos cubanos y a los venidos de otros lugares, así como a los sacerdotes, religiosos, seminaristas y fieles laicos presentes en esta celebración. No puedo olvidar a los que por enfermedad, avanzada edad u otros motivos, no han podido estar aquí con nosotros. Saludo también a las autoridades que han querido gentilmente acompañarnos.
Esta santa Misa, que tengo la alegría de presidir por primera vez en mi visita pastoral a este país, se inserta en el contexto del Año Jubilar mariano, convocado para honrar y venerar a la Virgen de la Caridad del Cobre, patrona de Cuba, en el cuatrocientos aniversario del hallazgo y presencia de su venerada imagen en estas tierras benditas. No ignoro el sacrificio y dedicación con que se ha preparado este jubileo, especialmente en lo espiritual. Me ha llenado de emoción conocer el fervor con el que María ha sido saludada e invocada por tantos cubanos, en su peregrinación por todos los rincones y lugares de la Isla.
Estos acontecimientos importantes de la Iglesia en Cuba se ven iluminados con inusitado resplandor por la fiesta que hoy celebra la Iglesia universal: la anunciación del Señor a la Virgen María. En efecto, la encarnación del Hijo de Dios es el misterio central de la fe cristiana, y en él, María ocupa un puesto de primer orden. Pero, ¿cuál es el significado de este misterio? Y, ¿cuál es la importancia que tiene para nuestra vida concreta?
Veamos ante todo qué significa la encarnación. En el evangelio de san Lucas hemos escuchado las palabras del ángel a María: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios» (Lc 1,35). En María, el Hijo de Dios se hace hombre, cumpliéndose así la profecía de Isaías: «Mirad, la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa “Dios-con-nosotros”» (Is 7,14). Sí, Jesús, el Verbo hecho carne, es el Dios-con-nosotros, que ha venido a habitar entre nosotros y a compartir nuestra misma condición humana. El apóstol san Juan lo expresa de la siguiente manera: «Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros» (Jn 1,14). La expresión «se hizo carne» apunta a la realidad humana más concreta y tangible. En Cristo, Dios ha venido realmente al mundo, ha entrado en nuestra historia, ha puesto su morada entre nosotros, cumpliéndose así la íntima aspiración del ser humano de que el mundo sea realmente un hogar para el hombre. En cambio, cuando Dios es arrojado fuera, el mundo se convierte en un lugar inhóspito para el hombre, frustrando al mismo tiempo la verdadera vocación de la creación de ser espacio para la alianza, para el «sí» del amor entre Dios y la humanidad que le responde. Y así hizo María como primicia de los creyentes con su «sí» al Señor sin reservas.
Por eso, al contemplar el misterio de la encarnación no podemos dejar de dirigir a ella nuestros ojos, para llenarnos de asombro, de gratitud y amor al ver cómo nuestro Dios, al entrar en el mundo, ha querido contar con el consentimiento libre de una criatura suya. Sólo cuando la Virgen respondió al ángel, «aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38), a partir de ese momento el Verbo eterno del Padre comenzó su existencia humana en el tiempo. Resulta conmovedor ver cómo Dios no sólo respeta la libertad humana, sino que parece necesitarla. Y vemos también cómo el comienzo de la existencia terrena del Hijo de Dios está marcado por un doble «sí» a la voluntad salvífica del Padre, el de Cristo y el de María. Esta obediencia a Dios es la que abre las puertas del mundo a la verdad, a la salvación. En efecto, Dios nos ha creado como fruto de su amor infinito, por eso vivir conforme a su voluntad es el camino para encontrar nuestra genuina identidad, la verdad de nuestro ser, mientras que apartarse de Dios nos aleja de nosotros mismos y nos precipita en el vacío. La obediencia en la fe es la verdadera libertad, la auténtica redención, que nos permite unirnos al amor de Jesús en su esfuerzo por conformarse a la voluntad del Padre. La redención es siempre este proceso de llevar la voluntad humana a la plena comunión con la voluntad divina (cf. Lectio divina con el clero de Roma, 18 febrero 2010).
Queridos hermanos, hoy alabamos a la Virgen Santísima por su fe y con santa Isabel le decimos también nosotros: «Bienaventurada la que ha creído» (Lc 1,45). Como dice san Agustín, María concibió antes a Cristo por la fe en su corazón que físicamente en su vientre; María creyó y se cumplió en ella lo que creía (cf. Sermón 215, 4: PL 38,1074). Pidamos nosotros al Señor que nos aumente la fe, que la haga activa y fecunda en el amor. Pidámosle que sepamos como ella acoger en nuestro corazón la palabra de Dios y llevarla a la práctica con docilidad y constancia.
La Virgen María, por su papel insustituible en el misterio de Cristo, representa la imagen y el modelo de la Iglesia. También la Iglesia, al igual que hizo la Madre de Cristo, está llamada a acoger en sí el misterio de Dios que viene a habitar en ella. Queridos hermanos, sé con cuánto esfuerzo, audacia y abnegación trabajan cada día para que, en las circunstancias concretas de su País, y en este tiempo de la historia, la Iglesia refleje cada vez más su verdadero rostro como lugar en el que Dios se acerca y encuentra con los hombres. La Iglesia, cuerpo vivo de Cristo, tiene la misión de prolongar en la tierra la presencia salvífica de Dios, de abrir el mundo a algo más grande que sí mismo, al amor y la luz de Dios. Vale la pena, queridos hermanos, dedicar toda la vida a Cristo, crecer cada día en su amistad y sentirse llamado a anunciar la belleza y bondad de su vida a todos los hombres, nuestros hermanos. Les aliento en su tarea de sembrar el mundo con la Palabra de Dios y de ofrecer a todos el alimento verdadero del cuerpo de Cristo. Cercana ya la Pascua, decidámonos sin miedos ni complejos a seguir a Jesús en su camino hacia la cruz. Aceptemos con paciencia y fe cualquier contrariedad o aflicción, con la convicción de que, en su resurrección, él ha derrotado el poder del mal que todo lo oscurece, y ha hecho amanecer un mundo nuevo, el mundo de Dios, de la luz, de la verdad y la alegría. El Señor no dejará de bendecir con frutos abundantes la generosidad de su entrega.
El misterio de la encarnación, en el que Dios se hace cercano a nosotros, nos muestra también la dignidad incomparable de toda vida humana. Por eso, en su proyecto de amor, desde la creación, Dios ha encomendado a la familia fundada en el matrimonio la altísima misión de ser célula fundamental de la sociedad y verdadera Iglesia doméstica. Con esta certeza, ustedes, queridos esposos, han de ser, de modo especial para sus hijos, signo real y visible del amor de Cristo por la Iglesia. Cuba tiene necesidad del testimonio de su fidelidad, de su unidad, de su capacidad de acoger la vida humana, especialmente la más indefensa y necesitada.
Queridos hermanos, ante la mirada de la Virgen de la Caridad del Cobre, deseo hacer un llamado para que den nuevo vigor a su fe, para que vivan de Cristo y para Cristo, y con las armas de la paz, el perdón y la comprensión, luchen para construir una sociedad abierta y renovada, una sociedad mejor, más digna del hombre, que refleje más la bondad de Dios. Amén.

ESTOY CONVENCIDO DE QUE CUBA ESTÁ MIRANDO YA AL MAÑANA


El Papa en la ceremonia de bienvenida


Señor presidente, Señores cardenales y hermanos en el Episcopado, Excelentísimas autoridades, Miembros del cuerpo diplomático, Señores y señoras, Queridos amigos cubanos:
Le agradezco, señor presidente, su acogida y sus corteses palabras de bienvenida, con las que ha querido transmitir también los sentimientos de respeto de parte del gobierno y el pueblo cubano hacia el Sucesor de Pedro. Saludo a las autoridades que nos acompañan, así como a los miembros del cuerpo diplomático aquí presentes. Dirijo un caluroso saludo al señor arzobispo de Santiago de Cuba y presidente de la Conferencia Episcopal, monseñor Dionisio Guillermo García Ibáñez, al señor arzobispo de La Habana, cardenal Jaime Ortega y Alamino, y a los demás hermanos obispos de Cuba, a los que manifiesto toda mi cercanía espiritual. Saludo en fin con todo el afecto de mi corazón a los fieles de la Iglesia católica en Cuba, a los queridos habitantes de esta hermosa isla y a todos los cubanos, allá donde se encuentren. Los tengo siempre muy presentes en mi corazón y en mi oración, y más aún en los días en que se acercaba el momento tan deseado de visitarles, y que gracias a la bondad divina he podido realizar.
Al hallarme entre ustedes, no puedo dejar de recordar la histórica visita a Cuba de mi predecesor, el beato Juan Pablo II, que ha dejado una huella imborrable en el alma de los cubanos. Para muchos, creyentes o no, su ejemplo y sus enseñanzas constituyen una guía luminosa que les orienta tanto en la vida personal como en la actuación pública al servicio del bien común de la nación. En efecto, su paso por la isla fue como una suave brisa de aire fresco que dio nuevo vigor a la Iglesia en Cuba, despertando en muchos una renovada conciencia de la importancia de la fe, alentando a abrir los corazones a Cristo, al mismo tiempo que alumbró la esperanza e impulsó el deseo de trabajar audazmente por un futuro mejor. Uno de los frutos importantes de aquella visita fue la inauguración de una nueva etapa en las relaciones entre la Iglesia y el Estado cubano, con un espíritu de mayor colaboración y confianza, si bien todavía quedan muchos aspectos en los que se puede y debe avanzar, especialmente por cuanto se refiere a la aportación imprescindible que la religión está llamada a desempeñar en el ámbito público de la sociedad.
Me complace vivamente unirme a vuestra alegría con motivo de la celebración del cuatrocientos aniversario del hallazgo de la bendita imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre. Su entrañable figura ha estado desde el principio muy presente tanto en la vida personal de los cubanos como en los grandes acontecimientos del País, de modo muy particular durante su independencia, siendo venerada por todos como verdadera madre del pueblo cubano. La devoción a «la Virgen Mambisa» ha sostenido la fe y ha alentado la defensa y promoción de cuanto dignifica la condición humana y sus derechos fundamentales; y continúa haciéndolo aún hoy con más fuerza, dando así testimonio visible de la fecundidad de la predicación del evangelio en estas tierras, y de las profundas raíces cristianas que conforman la identidad más honda del alma cubana. Siguiendo la estela de tantos peregrinos a lo largo de estos siglos, también yo deseo ir a El Cobre a postrarme a los pies de la Madre de Dios, para agradecerle sus desvelos por todos sus hijos cubanos y pedirle su intercesión para que guíe los destinos de esta amada Nación por los caminos de la justicia, la paz, la libertad y la reconciliación.
Vengo a Cuba como peregrino de la caridad, para confirmar a mis hermanos en la fe y alentarles en la esperanza, que nace de la presencia del amor de Dios en nuestras vidas. Llevo en mi corazón las justas aspiraciones y legítimos deseos de todos los cubanos, dondequiera que se encuentren, sus sufrimientos y alegrías, sus preocupaciones y anhelos más nobles, y de modo especial de los jóvenes y los ancianos, de los adolescentes y los niños, de los enfermos y los trabajadores, de los presos y sus familiares, así como de los pobres y necesitados.
Muchas partes del mundo viven hoy un momento de especial dificultad económica, que no pocos concuerdan en situar en una profunda crisis de tipo espiritual y moral, que ha dejado al hombre vacío de valores y desprotegido frente a la ambición y el egoísmo de ciertos poderes que no tienen en cuenta el bien auténtico de las personas y las familias. No se puede seguir por más tiempo en la misma dirección cultural y moral que ha causado la dolorosa situación que tantos experimentan. En cambio, el progreso verdadero tiene necesidad de una ética que coloque en el centro a la persona humana y tenga en cuenta sus exigencias más auténticas, de modo especial su dimensión espiritual y religiosa. Por eso, en el corazón y el pensamiento de muchos, se abre paso cada vez más la certeza de que la regeneración de las sociedades y del mundo requiere hombres rectos, de firmes convicciones morales y altos valores de fondo que no sean manipulables por estrechos intereses, y que respondan a la naturaleza inmutable y trascendente del ser humano.
Queridos amigos, estoy convencido de que Cuba, en este momento especialmente importante de su historia, está mirando ya al mañana, y para ello se esfuerza por renovar y ensanchar sus horizontes, a lo que cooperará ese inmenso patrimonio de valores espirituales y morales que han ido conformando su identidad más genuina, y que se encuentran esculpidos en la obra y la vida de muchos insignes padres de la patria, como el beato José Olallo y Valdés, el siervo de Dios Félix Varela o el prócer José Martí. La Iglesia, por su parte, ha sabido contribuir diligentemente al cultivo de esos valores mediante su generosa y abnegada misión pastoral, y renueva sus propósitos de seguir trabajando sin descanso por servir mejor a todos los cubanos.
Ruego al Señor que bendiga copiosamente a esta tierra y a sus hijos, en particular a los que se sienten desfavorecidos, a los marginados y a cuantos sufren en el cuerpo o en el espíritu, al mismo tiempo que, por intercesión de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre, conceda a todos un futuro lleno de esperanza, solidaridad y concordia. Muchas gracias.