4/30/12


El Papa a los obispos de lengua alemana sobre el “Pro multis”


Carta que ha enviado en torno a la traducción de las palabras de la consagración, de acuerdo a lo ordenado por la Congregación para el Culto Divino en el año 2006.    

¡Excelencia! ¡Venerado, querido señor arzobispo!
      Durante su visita del 15 de marzo de 2012, me hizo saber que, en relación a las palabras “pro multis” en el canon de la Misa, aún no existe un consenso entre los obispos de lengua alemana. Ahora parece existir el peligro de que, con el próximo y esperado lanzamiento del “Gotteslob” (“Libro de oraciones”), algunos lugares de lengua alemana mantengan la traducción “por todos”, aunque la Conferencia de los Obispos de Alemania ha concordado en usar el “por muchos”, como desea la Santa Sede. Yo le había prometido que me pronunciaría por escrito sobre esta seria cuestión para evitar una división en nuestro más íntimo lugar de oración. La carta, que por medio de usted envío a los miembros de la Conferencia Episcopal Alemana, también será enviada a los otros obispos de lengua alemana.
      Permítame, en primer lugar, decir algunas palabras sobre el origen del problema. En los años sesenta, cuando el Misal Romano fue traducido al alemán bajo la responsabilidad de los obispos, hubo un consenso exegético de que las palabras “muchos” y “mucho” encontradas en Is 53,11 en adelante, era una expresión hebrea que indicaría a la comunidad, a “todos”. La palabra “muchos” en la narración de Mateo y de Marcos también fue considerada un semitismo que debía ser traducido como “todos”. Esto también tenía relación directa con el texto latino que sería traducido, en el cual el “pro multis” en las narraciones del Evangelio se refería a Isaías 53 y debía, por lo tanto, ser traducido como “por todos”. Este consenso exegético se desmoronó, ya no existe. En la traducción alemana de la Sagrada Escritura, la narración de la Última Cena dice: “Esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos” (Mc 14, 24; Cf. Mt 26, 28). Esto indica algo muy importante: el cambio del “pro multis” a “por todos” no fue una traducción pura, sino una interpretación que fue y sigue siendo muy razonable, pero ya es más que traducción e interpretación.
      Esta mezcla de traducción y de interpretación pertenece, en retrospectiva, a los principios que, inmediatamente después del Concilio, guiaron la traducción de los libros litúrgicos a la lengua vernácula. Se entendió hasta qué punto la Biblia y los textos litúrgicos estaban ausentes del lenguaje y del pensamiento del hombre moderno, de modo que aún traducidos permanecían ampliamente incomprensibles a los participantes del culto divino. Hubo un nuevo empeño para que los textos sagrados fuesen revelados, en las traducciones, a los participantes de la celebración, pero aún así se mantenían alejados de su mundo, e incluso así sería todavía más visible ese alejamiento. No sólo se sentía justificados sino obligados a mezclar la interpretación en la traducción para que, de ese modo, se acortara el camino para las personas, cuyas mentes y corazones podrían ser alcanzados a través de esas palabras.
      Hasta cierto punto, el principio de una sustancial pero no necesariamente justificada traducción literal de los textos-fuentes permanece. Cuando yo rezo las oraciones litúrgicas en diversas lenguas, noto que frecuentemente es difícil encontrar un término medio entre las diversas traducciones y que el texto base subyacente muchas veces permanece visible sólo cuando es visto desde lejos. A esto se suman las socavantes banalizaciones que son verdaderas pérdidas. A causa de eso, a través de los años, se ha vuelto cada vez más claro para mí que el principio de la equivalencia estructural, pero no literal, en cuanto regla de traducción, tiene sus límites. Siguiendo estos razonamientos, la Instrucción de traducción Liturgiam authenticam, publicada por la Congregación para el Culto Divino el día 28 de marzo de 2001, volvió a colocar la traducción literal en primer plano, pero, es claro, sin imponer un vocabulario único. La importante idea que se encuentra en la base de esa instrucción ya se encuentra expresada en la distinción entre traducción e interpretación, como escribí anteriormente. Esto es necesario tanto para la Palabra de las Escrituras como para los textos litúrgicos. Por un lado, la Palabra sagrada debería, si es posible, presentarse a sí misma, incluso con la extrañeza y las preguntas que ella contiene en sí misma; por otro lado, a la Iglesia fue confiada la misión de interpretar, dentro de los límites de nuestro entendimiento, la Buena Noticia que el Señor quiso que recibiésemos. Una traducción empática tampoco puede sustituir la interpretación: forma parte de la estructura de la Revelación que la Palabra de Dios sea leída en la comunidad interpretativa de la Iglesia, que la fidelidad y la comprensión sean combinadas. La Palabra debe existir como ella misma, en su propia forma, aunque resulte extraña; la interpretación debe ser medida por la fidelidad a la propia Palabra, pero, al mismo tiempo, ser accesible al oído moderno.
      En este contexto, la Santa Sede decidió que en la nueva traducción del Misal las palabras “pro multis” deben ser traducidas en cuanto tales y no, al mismo tiempo, ser interpretadas. La simple traducción “por muchos” debe reemplazar a la interpretativa “por todos”. Me gustaría destacar que tanto en Mateo como en Marcos no tiene artículo, de modo que no es “por los muchos” sino “por muchos”. Teniendo entendido, como espero, la decisión fundamental sobre la ordenación de la traducción y de la interpretación, soy consciente de que esto representa un desafío enorme para todos los que tienen la misión de interpretar la Palabra de Dios en la Iglesia. Siendo que, para los fieles regulares, esto parecerá, casi inevitablemente, una ruptura en el corazón de aquello que es más sagrado. Preguntarán: ¿Cristo no murió por todos? ¿La Iglesia cambió su enseñanza? ¿Esto es posible y puede permitirse? ¿Esta es una reacción contra la herencia del Concilio? Todos sabemos, por la experiencia de los últimos 50 años, cuán profundamente los cambios en las formas y en los textos litúrgicos afectan a las personas; cuánto un cambio en un texto tan central afecta a las personas. Si bien este es el caso, desde hace tiempo se sostuvo que la traducción de “muchos” debe ser precedida por una profunda catequesis sobre la diferencia entre traducción e interpretación, una catequesis en la cual los obispos deben informar a sus sacerdotes que, a su vez, deben explicar de forma clara a los fieles de qué se trata esta cuestión. Esta catequesis es un requisito básico antes de que la nueva traducción entre en vigor. Por lo que sé, tal catequesis todavía no fue hecha en las zonas de lengua alemana. La intención de mi carta, queridos hermanos, es pedir urgentemente que esta catequesis sea establecida, para que entonces sea discutida con los sacerdotes e inmediatamente ponerla a disposición de los fieles.
      Esta catequesis debe explicar, en primer lugar, por qué después del Concilio la palabra “muchos” fue traducida por “todos” en el Misal: para expresar claramente la universalidad de la salvación deseada por y a través de Jesús. Esto lleva a la siguiente pregunta: si Jesús murió por todos, ¿por qué las palabras de la Última Cena dicen “por muchos”? Por otra parte, Jesús, de acuerdo con Mateo y Marcos, dijo “por muchos”, pero de acuerdo con Lucas y San Pablo, dijo “por vosotros”. Este hecho estrecha todavía más la cuestión. Pero, a partir de aquí, también podemos llegar a una solución. Los discípulos saben que la misión de Jesús los trasciende a ellos y a su círculo íntimo; que Él ha venido para reunir a todos los hijos de Dios dispersos (conforme Jn 11, 52). Este “por vosotros” vuelve la misión de Jesús muy concreta para los presentes: ellos no son un elemento anónimo de una amplia totalidad, sino que todos saben que el Señor murió particularmente por mí, por nosotros. “Por vosotros” alcanza al pasado y al futuro; yo fui nombrado muy personalmente; nosotros, que estamos aquí, somos conocidos personalmente por Jesús. En este sentido, “por vosotros” no es una reducción sino una especificación que es válida para cada comunidad que celebra la Eucaristía, que se une a sí misma al amor de Cristo. En las palabras de la consagración, el Canon Romano unió las dos lecturas bíblicas y se lee: “por vosotros y por muchos”. En la reforma litúrgica, esta fórmula fue llevada a todas las plegarias.
      Pero, nuevamente: ¿por qué “por muchos? ¿El Señor no murió, entonces, por todos? El hecho de que Jesucristo, en cuanto Hijo de Dios encarnado, es el Hombre para todos los hombres, el nuevo Adán, pertenece a las certezas básicas de nuestra fe. Me gustaría recordar solamente tres pasajes de la Escritura: Dios entregó a Su Hijo “por todos nosotros”, escribe Pablo en la Carta a los Romanos (Rom 8, 32). “Uno solo murió por todos”, dice San Pablo en la segunda Carta a los Corintios, sobre la muerte de Jesús (1 Cor 5, 14). Jesús “se entregó a sí mismo para rescatar a todos”, dice la primera carta a Timoteo (1 Tim 2, 6). Pero entonces podemos preguntarnos nuevamente: si todo esto está claro, ¿por qué, entonces, la plegaria eucarística dice “por muchos”? Bien, la Iglesia tomó esta formulación de la narrativa de la institución del Nuevo Testamento. Ella lo hace por respeto a la Palabra de Jesús, para permanecer fiel a Él también en la Palabra. El respeto por la Palabra de Jesús es la razón para la formulación de la oración. Pero entonces nos preguntamos: ¿por qué el propio Jesús dijo así? El verdadero motivo para esto es que Jesús, de esta forma, se reveló como el siervo de Dios de Is 53, se identificó según la forma que la palabra del profeta esperaba. Respeto de la Iglesia por la Palabra de Jesús, fidelidad de Jesús a la Palabra de las Escrituras: en esta doble fidelidad se encuentra la base sólida para la fórmula “por muchos”. En esta cadena de fidelidad reverente se encuentra la traducción literal de la Palabra de las Escrituras.
      Como hemos dicho anteriormente, el “por vosotros” en la tradición lucana-paulina no restringe, sino que especifica, de modo que podemos afirmar que la dialéctica de “muchos”-“todos” tiene su propio significado. “Todos” existe en un nivel ontológico —el ser y la acción de Jesús incluye a toda la humanidad, pasada, presente y futura. Pero, de hecho, en la comunidad concreta de aquellos que celebran la Eucaristía, se trata solamente de “muchos”. De este modo, podemos ver un triple significado en el ordenamiento de “muchos” y de “todos”. En primer lugar, debería significar para nosotros, que podemos sentarnos a Su mesa, sorpresa, alegría y gratitud por el hecho de que Él nos ha llamado, de que estamos con Él y podemos conocerlo. “Doy gracias al Señor, porque inmerecidamente me ha llamado a su Iglesia…”. En segundo lugar, es también una responsabilidad. Cómo el Señor alcanza a los otros —“todos”—, a su modo, sigue siendo un misterio. Pero, sin duda, es una responsabilidad ser llamado por Él y para Su mesa, de modo que yo pueda oír: por ti, por mí, Él ha sufrido. Los muchos tienen una responsabilidad por todos. La comunidad de los muchos debe ser la luz en los candeleros, la ciudad en la cima de las colinas, levadura para todos. Es un llamado que se aplica a todos personalmente. Los muchos, que somos nosotros, deben conscientemente practicar su misión en responsabilidad por la totalidad. Finalmente, podemos añadir un tercer aspecto. En la sociedad moderna, tenemos la impresión de que estamos lejos de ser “muchos”, sino bien pocos —un pequeño número que continuamente disminuye. Pero no —nosotros somos “muchos”: “Después de esto, vi una enorme muchedumbre, imposible de contar, formada por gente de todas las naciones, familias, pueblos y lenguas”, nos dice el Apocalipsis de Juan (Ap 7, 9). Somos muchos y representamos a todos. De esa manera, ambas palabras, “muchos” y “todos”, van juntas y se relacionan entre sí en la responsabilidad y en la promesa.
      ¡Excelencia, amados hermanos obispos! Con todo lo escrito anteriormente, deseaba indicar el contenido básico de catequesis que debe preparar, y cuanto antes, a sacerdotes y laicos, para la nueva traducción. Espero que todo esto pueda servir para una celebración más profunda de la Eucaristía y se convierte en parte de la gran tarea que tenemos por delante en el Año de la Fe. Espero que esta catequesis sea pronto presentada para convertirse en parte de una renovación litúrgica por la cual el Concilio trabajó desde su primera sesión.
      Con mis bendiciones pascuales, permanezco en el Señor,
                                                                                                           Benedictus PP XVI

COMPARTIR LA PREOCUPACIÓN POR LA GRAVE CRISIS ECONÓMICA


Carta pastoral del obispo de Orihuela-Alicante, Monseñor Rafael Palmero Ramos.

Queridos diocesanos:
Os dirijo esta carta con motivo del día primero de mayo, en la fiesta de San José Obrero. Al escribiros en este día del trabajo comparto con todos vosotros la honda preocupación de nuestra Iglesia por la grave crisis económica que venimos padeciendo y que afecta, de manera especial, a las personas menos favorecidas.
Con frecuencia llegan dolorosas noticias de cierre de empresas, desahucio de viviendas y aumento del desempleo. En nuestra provincia de Alicante, según los analistas, hay 40.000 personas que se encuentran en situación de extrema pobreza y 360.000 que viven en el umbral de la pobreza relativa. Buena parte de estos hermanos acuden a nuestras parroquias, angustiadas por esta situación y buscando una ayuda.
En el año 2009, nuestro Consejo Diocesano de Pastoral ofreció un valioso documento de reflexión titulado “Crisis económicas y propuestas operativas para las parroquias”. Se invitaba en el mismo a reflexionar sobre el origen moral de la crisis, para que las soluciones que se adopten estén sólidamente fundadas. Al mismo tiempo, se ofrecían, desde la Doctrina Social de la Iglesia, criterios para discernir la solución, y se presentaban algunas líneas de trabajo.
Deseo agradecer todas las iniciativas que muchas comunidades eclesiales han puesto en marcha a partir de ese momento con el fin de paliar los efectos de la crisis. Algunos resultados están a la vista. En los últimos años han crecido notablemente los proyectos de comunión y las iniciativas solidarias. Muchos cristianos laicos han incrementado también su compromiso en el mundo del trabajo, deseosos de “tratar y ordenar según Dios los asuntos temporales” (LG 31).
Os invito a continuar con este esfuerzo compartido, en las líneas que señalaba el documento mencionado. En primer lugar, favoreciendo el conocimiento de la Doctrina Social de la Iglesia, que ofrece los criterios para juzgar la situación actual y discernir las propuestas de solución de la crisis. En segundo lugar, potenciando las Cáritas parroquiales y redoblando nuestras acciones con el fin de continuar atendiendo a las personas que están sufriendo más las consecuencias de la crisis. En tercer lugar, potenciando la participación de los cristianos en la vida pública: “la actual crisis económica –se nos dice- está exigiendo el recuperar y hacer vida la caridad política para construir un mundo más justo y fraterno”.
Con el santo padre Benedicto XVI os animo a no dejarnos sumir en el desasosiego y el abatimiento: “ante el ingente trabajo que queda por hacer, la fe en la presencia de Dios nos sostiene, junto con los que se unen en su nombre y trabajan por la justicia” (Enc. Caritas in veritate, 78).
En comunión de oraciones, pidamos a San José, el fiel trabajador de Nazaret, continúe guiando ayudando a todos los hombres y mujeres del amplio mundo del trabajo.
'EL SEÑOR LLAMA SIEMPRE, PERO MUCHAS VECES NO LO ESCUCHAMOS'

 Palabras de Papa al introducir el Regina Coeli 

 ¡Queridos hermanos y hermanas!:
 Acaba de terminar, en la basílica de San Pedro, la celebración eucarística en la que he ordenado a nueve presbíteros nuevos para la diócesis de Roma. Demos gracias a Dios por este regalo, ¡un signo de su amor providente y fiel a la iglesia! Estrechémonos espiritualmente en torno a estos nuevos sacerdotes y recemos para que acojan plenamente la gracia del sacramento que los ha conformado con Cristo Sacerdote y Pastor. Y recemos para que todos los jóvenes estén atentos a la voz de Dios que habla interiomente a su corazón y los llama a desprenderse de todo para que le sirvan. A este objetivo está dedicada la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones de hoy. En efecto, el Señor llama siempre, pero muchas veces no lo escuchamos. Estamos distraídos por muchas cosas, por otras voces más superficiales; y después tenemos miedo de escuchar la voz del Señor, porque pensamos que puede cortarnos la libertad. En realidad, cada uno de nosotros es fruto del amor: ciertamente, del amor de los padres, pero, más profundamente, del amor de Dios. La biblia dice: si aunque tu madre no te quisiera, yo te quiero, porque te conozco y te amo (cf. Is. 49,15). En el momento que me doy cuenta de este amor, mi vida cambia: se convierte en una respuesta a este amor, más grande que cualquier otro, y así se realiza plenamente mi libertad. Los jóvenes que hoy he consagrado sacerdotes no son diferentes de otros jóvenes, pero han sido profundamente tocados por la belleza del amor de Dios, y no podían dejar de responder con toda su vida. ¿Cómo han conocido el amor de Dios? Lo han encontrado en Jesucristo, en su evangelio, en la eucaristía y en la comunidad eclesial. En la Iglesia se descubre que la vida de cada hombre es una historia de amor. Lo muestra claramente la sagrada escritura, y lo confirma el testimonio de los santos. Un ejemplo es la expresión de san Agustín en sus Confesiones, que se vuelve a Dios y le dice: «¡Tarde te amé, belleza tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Tú estabas dentro de mí, y yo fuera ... Tú estabas conmigo, y yo no estaba contigo ... Pero me has llamado, y tu grito le ha ganado a mi sordera" (X, 27.38). Queridos amigos, recemos por la iglesia, por cada comunidad local, para que sea como un jardín regado, donde pueden germinar y crecer todas las semillas de la vocación que Dios siembra en abundancia. Oremos para que todos cultiven este jardín, en la alegría de sentirse todos llamados, en la variedad de los dones. En particular, que las familias sean el primer lugar en el que se "respire" el amor de Dios, que da la fuerza interior, incluso en medio de las dificultades y las pruebas de la vida. Quien vive en familia la experiencia del amor de Dios, recibe un don inestimable, que da fruto a su tiempo. Que nos conceda todo esto la Santísima Virgen María, modelo de acogida libre y obediente a la llamada divina, Madre de toda vocación en la iglesia.

4/29/12


IMPLICACIONES DE LA LIBERTAD

 RELIGIOSA


Monseñor Felipe Arizmendi Esquivel

HECHOS
En la comparecencia de los cuatro candidatos presidenciales con los obispos del país, durante nuestra asamblea pasada, dijeron que promoverán la libertad religiosa, en beneficio de todas las opciones. Algunos, sin embargo, la reducen a libertad de culto y de creencia, sin advertir que tiene muchas otras implicaciones. Parecen desconocer los tratados internacionales firmados por México sobre este asunto.
Durante la visita del papa a nuestra patria, sólo en dos momentos enunció este derecho, pero con suma prudencia evitó describir en detalle lo que implica. Sabía que este asunto estaba en fase de discusión en el Senado, y no quiso intervenir en este proceso. En la bienvenida, señaló “la inigualable dignidad de toda persona humana, creada por Dios, y que ningún poder tiene derecho a olvidar o despreciar. Esta dignidad se expresa de manera eminente en el derecho fundamental a la libertad religiosa, en su genuino sentido y en su plena integridad”. No dijo cuál es su genuino sentido, ni explicó su plena integridad. A los obispos nos dijo: “Tampoco faltan preocupaciones por la carencia de medios y recursos humanos, o las trabas impuestas a la libertad de la Iglesia en el cumplimiento de su misión”. No se explayó sobre estas trabas.
Fue el cardenal Bertone quien abordó así el asunto: Entre los “derechos fundamentales de las personas, destaca la libertad del hombre para buscar la verdad y profesar las propias convicciones religiosas, tanto en privado como en público, lo cual ha de ser reconocido y garantizado por el ordenamiento jurídico. Y es de desear que en México este derecho fundamental se afiance cada vez más, conscientes de que este derecho va mucho más allá de la mera libertad de culto. En efecto, impregna todas las dimensiones de la persona humana, llamada a dar razón de su propia fe y anunciarla y compartirla con otros, sin imponerla, como el don más preciado recibido de Dios”.
CRITERIOS
En Cuba, el papa fue más explícito: “La Iglesia vive para hacer partícipes a los demás de lo único que ella tiene, y que no es sino Cristo, esperanza de la gloria (cf. Col 1,27). Para poder ejercer esta tarea, ha de contar con la esencial libertad religiosa, que consiste en poder proclamar y celebrar la fe también públicamente, llevando el mensaje de amor, reconciliación y paz que Jesús trajo al mundo. Es de reconocer con alegría que en Cuba se han ido dando pasos para que la Iglesia lleve a cabo su misión insoslayable de expresar pública y abiertamente su fe. Sin embargo, es preciso seguir adelante, y deseo animar a las instancias gubernamentales de la nación a reforzar lo ya alcanzado y a avanzar por este camino de genuino servicio al bien común de toda la sociedad cubana.
Cuando la Iglesia pone de relieve este derecho, no está reclamando privilegio alguno. Pretende sólo ser fiel al mandato de su divino fundador, consciente de que donde Cristo se hace presente, el hombre crece en humanidad y encuentra su consistencia. Por eso, ella busca dar este testimonio en su predicación y enseñanza, tanto en la catequesis como en ámbitos escolares y universitarios. Es de esperar que pronto llegue aquí también el momento de que la Iglesia pueda llevar a los campos del saber los beneficios de la misión que su Señor le encomendó y que nunca puede descuidar”.
PROPUESTAS
Legisladores y quienes critican la limitada y reciente reforma al artículo 24 de la Constitución: Comparen nuestra legislación con el No. 12 del Pacto de San José, suscrito y obligatorio para nuestro país; verán que los padres de familia tienen el derecho a decidir qué tipo de educación debe dar el Estado a sus hijos; no se excluye la religión. No pretendemos imponer el catolicismo en las escuelas oficiales, sino que los padres de familia decidan. Es su derecho.
Estudien el número 18 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos; verán cuánto nos falta para que en verdad tengamos libertad religiosa en su genuino sentido y en su plena integridad, sin trabas. Se deberían quitar las trabas para divulgar la fe en los medios de comunicación. Todas las religiones se beneficiarían.

4/28/12


"MIRAD QUÉ AMOR NOS HA TENIDO EL PADRE PARA LLAMARNOS HIJOS DE DIOS" (PASCUA 4º, CICLO B)

Pedro Mendoza LC 

"Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!. El mundo no nos conoce porque no le conoció a él. Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es". 1Jn 3,1-2
Comentario
En el pasaje escogido como 2ª lectura de este tercer domingo de pascua, el autor de la 1ª carta de san Juan se detiene todavía en el pensamiento de que "hemos nacido de Dios". Ahora, para expresarlo, afirma que somos "hijos de Dios". "Haber nacido de Dios" y ser "hijo de Dios", según la comprensión joánica, no es algo que el hombre posea ya como criatura de Dios, sino que es un don absolutamente gratuito, un don que no se puede esperar ni cabe imaginar por parte del hombre. Tal vez lo que aquí quiere decir con la expresión de "hijo de Dios" queda clarificado considerando cuanto afirma a propósito de esto en el prólogo del Evangelio de san Juan: "A todos los que lo recibieron... les dio potestad de llegar a ser hijos de Dios" (Jn 1,12). Con estas afirmaciones el evangelista nos ayuda a comprender que, para llegar a ser "hijo de Dios", es necesaria una "potestad" que ningún hombre tiene por sí mismo. Sólo puede tenerlo el Lógos, el Hijo unigénito que está en el seno del Padre. La filiación única y singularísima de Cristo es el presupuesto necesario para que nosotros podamos ser "hijos de Dios". Nosotros sólo podemos ser "hijos de Dios", sólo podemos "haber nacido de Dios", en cuanto participamos de la filiación del Hijo único. Puesto que "permanecemos en él" y cuando "permanecemos en él" (cf. Jn 15,10), no sólo nos llamamos hijos de Dios, sino que además lo somos.
Pero el autor no orienta nuestra mirada solamente a lo que somos por gracia, sino que primordialmente la dirige hacia el que nos da esta gracia, este regalo, y hacia su amor. "Mirad qué gran amor..." En la segunda mitad del v.1, se siente más aún la grandeza de lo que se nos ha dado graciosamente, al verlo sobre el trasfondo de la incomprensión por parte del "mundo": "el mundo no nos conoce, porque no lo conoció a él (a Cristo)". El "mundo" no nos "conoce", no nos puede acoger en su comunión como si le perteneciéramos a él, como tampoco conoció a Jesús, y por tanto lo aborreció (cf. Jn 15,18).
Como afirma el autor de la carta a continuación, el "haber nacido de Dios" y el ser "hijos de Dios", son cosas que traen consecuencias que todavía no pueden verse: "Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos" (v.2a). Esto significa que es inminente una transformación insospechada. Ahora bien, según el v.2b, es preciso resolver algunas preguntas: ¿a quién seremos semejantes? ¿A Dios o a Cristo? Y por las palabras "porque lo veremos tal como es", ¿se está significando una visión de Dios o una visión de Cristo? Para clarificar lo que quiere decir el autor, es útil recurrir al Evangelio de san Juan. En 17,24 afirma: "Padre, los que tú me has dado, quiero que donde yo esté estén también conmigo, para que contemplan mi gloria". Allí Jesús quiere que los suyos estén allá donde él está, es decir, junto al Padre. Esta es una manera joánica de expresar que los discípulos han de "contemplar" al Padre. Pero, ¿por qué, entonces, la acentuación de la visión de Cristo en 17,24? Hay que tener en cuenta que los discípulos, según 17,24, han de contemplar la "gloria" de Jesús: el esplendor de su unión de amor con el Padre o el amor eterno del Padre, que envuelve a Jesús y lo hace una sola cosa con el Padre. Pues bien, 1Jn 3,2 expresa exactamente la misma realidad objetiva que Jn 17,24.
Por último, la expresión "tal cual (él) es" habla en favor de que aquí se trate últimamente de una visión de Dios. Esta expresión se acomoda mejor a Dios, que todavía está completamente oculto, que a Cristo (cf. 1Jn 4,12; y también Jn 1,18: "A Dios nadie lo ha visto jamás"). Esta visión de Cristo y de Dios, en la consumación, comporta, por su esencia, una trasformación.
"Aún no se ha manifestado lo que seremos" (v.2a). Para nosotros los cristianos es esencial tener presente que lo mejor no ha llegado todavía, que nuestra existencia cristiana actual está abierta para un cumplimiento, frente al cual lo que ya poseemos, puede parecer desproporcionadamente pequeño. El v.2, con su manera contenida de expresarse, explica que lo futuro (lo que todavía no se ha manifestado) habrá de ser algo que, por su energía de fascinación, ha de eclipsar toda la vida embelesadora y palpitante que hay en la creación actual. Y lo expone así sencillamente, porque la riqueza de Dios en realidad, aun con este verlo "tal cual es", no se agotará nunca. Ya que esta visión y "ser semejantes a él" será siempre algo incesantemente nuevo.
Aplicación
Acoger el amor que el Padre nos tiene hasta el punto de constituirnos en hijos suyos.
En este cuarto domingo de Pascua la liturgia de la Palabra continúa tocando los temas de la resurrección, del misterio pascual de Jesús y de sus consecuencias para nosotros. En la primera lectura, san Pedro en su discurso después de la curación del tullido de nacimiento da testimonio de la resurrección de Jesús. La segunda lectura nos habla de una de las consecuencias para nosotros del misterio pascual: nuestra filiación divina. Finalmente, en el Evangelio del Buen Pastor encontramos alusiones explícitas al misterio pascual, pues el "el Buen Pastor ofrece la vida por las ovejas".
El relato del libro de los Hechos de los apóstoles, escogido como primera lectura, nos presenta la singular transformación acontecida en Pedro después de la resurrección de Jesús y después de Pentecostés (Hch 4,8-12). Aquel Pedro, que ante la terrible prueba de la Pasión había renegado del Maestro tres veces, ahora, en cambio, después de la resurrección de Jesús, ha sido invadido de la presencia del Espíritu Santo y demuestra una convicción inquebrantable en su Maestro y una fuerza desbordante para anunciar el Evangelio. Habla con plena libertad a los jefes del pueblo y a los ancianos, y da testimonio de Él con valentía y autoridad: "sabed todos vosotros y todo el pueblo de Israel que ha sido por el nombre de Jesucristo, el Nazoreo, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de entre los muertos; por su nombre y no por ningún otro se presenta éste aquí sano delante de vosotros" (v.10).
En el Evangelio de este 4º domingo de pascua descubrimos la relación establecida entre el Buen Pastor y sus ovejas (Jn 10,11-18): una relación recíproca, profunda, muy fuerte, pues entre ambos existen ese "conocimiento" mutuo, es decir, una participación plena y total de la propia existencia. Esta relación recíproca consiste no en otra cosa sino en la participación en la misma relación recíproca entre el Padre y el Hijo. Por lo mismo la relación que Cristo tiene con nosotros es un prolongamiento de su misma vida en el seno de la Sma. Trinidad. Es, precisamente, esta relación profunda, personal, llena de amor, existente entre el Buen Pastor y sus ovejas, que le impulsa a ofrecer su vida por ellas: "Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí, como me conoce el Padre y yo conozco a mi Padre y doy mi vida por las ovejas" (vv.14-15). No podía Jesús ilustrar con una imagen mejor que ésta toda la generosidad de su corazón fundada en su amor por nosotros.
En la lectura de la 1ª carta de san Juan (3,1-2), su autor nos ayuda a descubrir en nuestra filiación divina uno de los efectos grandiosos, gratuitos e inmerecidos del misterio pascual: "Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!" (v.1). Nos revela así, por una parte, la prueba del gran amor que el Padre nos ha dado al llamarnos a ser hijos suyos en su Hijo y constituirnos como tales. Y, por otra parte, confirma nuestra esperanza depositada en Cristo de alcanzar un día la dicha de gozar de la visión plena de Dios y del gozo perfecto. Abramos, por tanto, nuestro corazón de par en par a Dios que ha llegado a la locura de su donación total por cada uno nosotros para hacernos hijos suyos. Dejémonos penetrar hondamente de su amor y vivamos como hijos suyos amándolo y sirviéndolo plenamente en esta tierra para gozar de Él para siempre en la eternidad.

4/27/12


Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones 

Monseñor Demetrio Fernández

El domingo IV de Pascua es el domingo del Buen Pastor. Aparece Jesús como el pastor que da la vida por sus ovejas, por cada uno de nosotros. El pastor que conoce a cada uno por su nombre, que nos cuida. En contraposición a los malos pastores que se aprovechan de las ovejas, que huyen cuando viene el lobo, que no les importan las ovejas.
Coincidiendo con este domingo celebramos la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones con el lema: “Las vocaciones, don de la Caridad de Dios”. La oración por las vocaciones de especial consagración es una intención que hemos de tener constantemente presente, porque se trata de una necesidad primaria de la Iglesia, pero en la Jornada anual tenemos ocasión de reflexionar detenidamente sobre este aspecto de la vida de la Iglesia.
Necesitamos muchas vocaciones de especial consagración: en la vida contemplativa, monjes y monjas; en la vida apostólica del trabajo parroquial, de la atención a los necesitados de tantas carencias, de la tarea educativa, de la beneficencia; en la vida consagrada dentro del mundo, como son los institutos seculares y las vírgenes consagradas. Las vocaciones de especial consagración son el buen olor de Cristo, un perfume de alta calidad, que transparenta la belleza del Evangelio y de la vida cristiana.
La vocación es un don de Dios, porque es Dios el que llama, tocando el corazón y atrayendo suavemente como El sabe hacerlo. No violenta la libertad, sino que la sana para que pueda ser más libre en su respuesta. La vocación se cuece en el santuario de la conciencia donde Dios hace sentir su llamada y produce el atractivo de seguirle. La vocación es también respuesta de la libertad humana, es mérito de la persona humana que arriesga su vida, entregándola a Dios para el servicio de los hermanos.
Pero al mismo tiempo, la vocación es un don que se gesta en la Comunidad, en la Iglesia. Probablemente, los llamados hoy no percibirían la llamada, si no conocieran otras llamadas y respuestas en personas que han respondido anteriormente. En esto, como en todos los misterios de la fe, la transmisión se realiza por vía de testimonio. La vocación también se contagia, y Dios se sirve para llamar a nuevas vocaciones por la mediación de otros que han sido llamados y han respondido generosamente.
Es la Iglesia la que engendra y alimenta estas vocaciones, y dentro de ella las comunidades cristianas en las que se vive el Evangelio. Allí donde hay una comunidad viva, en el propio hogar, en la parroquia, en los grupos, movimientos y nuevas realidades eclesiales, allí brotan vocaciones. En nuestro viejo continente europeo, también. Hay vocaciones, Dios sigue llamando, aunque notamos la escasez en muchos ámbitos. La Jornada mundial de oración por las vocaciones nos lleva a esperar que se produzca un nuevo pentecostés y muchos jóvenes se sientan atraídos por esta manera de vivir el Evangelio en su más pura esencia. La JMJ del pasado agosto en Madrid fue una ocasión propicia para sentir esta llamada, que debe ser acompañada por la oración de toda la Iglesia
La vocación es fruto del amor de Dios, de la Caridad de Dios para con los hombres. El amor de Dios suscita amor y provoca respuestas de amor. En el diálogo de Jesús con Pedro, cuando le llama para ponerle al frente de su Iglesia, Jesús le examina de amor: “Simón, ¿me quieres?” Pedro responde afirmativamente, y al ser preguntado reiteradamente, se abandona en las manos de Jesús para decirle: “Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero” (Jn 21,17). El lema de este año nos sitúa ante ese amor de Dios, que va delante y que busca la correspondencia de una respuesta de amor, nos recuerda que sólo en la tensión del amor puede haber réplica vocacional, nos invita a pedir al Señor que por su Caridad infinita nos envíe nuevas vocaciones en todos los campos para afrontar con esperanza la tarea de la Nueva Evangelización.

4/26/12


EL PRIMADO DE LA ORACIÓN Y DEL ANUNCIO DE LA PALABRA DE DIOS

El Papa ayer en la Audiencia General

Queridos hermanos y hermanas:
En la última catequesis, mostré que la Iglesia desde el inicio de su recorrido, ha debido afrontar situaciones imprevistas, cuestiones nuevas y situaciones de emergencia a las que ha tratado de responder a la luz de la fe, dejándose guiar por el Espíritu Santo. Hoy quisiera detenerme a reflexionar sobre otra de estas situaciones, un problema serio que la primera comunidad cristiana de Jerusalén tuvo que enfrentar y resolver, como san Lucas narra en el sexto capítulo de los Hechos de los Apóstoles, referido al ministerio de la caridad ante las personas solas y necesitadas de asistencia y ayuda. La cuestión no es secundaria para la Iglesia y amenazó en ese momento con crear divisiones dentro de la misma; el número de discípulos, de hecho, fue en aumento, pero los de lengua griega comenzaron a quejarse contra los de lengua hebrea, porque sus viudas eran desatendidas en la distribución diaria (cf. Hch. 6,1). Frente a esta emergencia relacionada con un aspecto esencial en la vida de la comunidad, es decir, la caridad con los débiles, los pobres, los indefensos y la justicia, los apóstoles convocaron a todo el grupo de discípulos. En este tiempo de emergencia pastoral sobresale el discernimiento hecho por los apóstoles. Ellos se enfrentan a la exigencia primordial de proclamar la palabra de Dios de acuerdo con el mandato del Señor, pero aún siendo esta la primera exigencia de la Iglesia, consideran igualmente en serio el deber de la caridad y la justicia, es decir, el deber de ayudar a las viudas, a los pobres, de proveer con amor a las necesidades en que se encuentran los hermanos y hermanas, para responder al mandato de Jesús: ámense unos a otros como yo os los he amado (cf. Jn. 15,12.17 ).
Así, las dos realidades que se deben vivir en la Iglesia: la predicación de la palabra, la primacía de Dios, y la caridad práctica, la justicia, están creando dificultades y se debe encontrar una solución, para que ambas puedan tener su lugar, su relación justa. La reflexión de los apóstoles es muy clara, dicen, como hemos escuchado: "No está bien que nosotros abandonemos la palabra de Dios por servir a las mesas. Por tanto, hermanos, busquen de entre ustedes a siete hombres, de buena fama, llenos de Espíritu y de saber, y los pondremos al frente de esta tarea; mientras que nosotros nos dedicaremos a la oración y al ministerio de la palabra" (Hch. 6, 2-4).
Hay dos cosas que aparecen: en primer lugar, existe desde aquel momento en la iglesia, un ministerio de la caridad. La Iglesia no solo debe proclamar la palabra, sino también cumplir la palabra, que es amor y verdad. Y, en segundo lugar, estos hombres no solo deben gozar de buena reputación, sino que deben ser hombres llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, es decir, que no pueden ser solo organizadores que saben cómo "hacer" sino que deben "hacer" según el espíritu de la fe con la la luz de Dios, en la sabiduría del corazón; y por lo tanto su función --si bien es sobretodo práctica--, es sin embargo una función espiritual. La caridad y la justicia no son solo acciones sociales, sino son acciones espirituales realizadas a la luz del Espíritu Santo. Así que podemos decir que esta situación se enfrenta con una gran responsabilidad por parte de los apóstoles que toman esta decisión: son elegidos siete hombres; los apóstoles oran para pedir la fuerza del Espíritu Santo; y luego les imponen las manos para que se dediquen de manera particular a este servicio de la caridad. Por lo tanto, en la vida de la iglesia, en los primeros pasos que realiza, se refleja en un cierto modo lo que sucedió durante la vida pública de Jesús, en casa de Marta y María en Betania. Marta estaba abrumada con el servicio de ofrecer hospitalidad a Jesús y a sus discípulos; María, sin embargo, se dedica a la escucha de la palabra del Señor (cf. Lc. 10,38-42). En ambos casos, no se oponen los momentos de oración y escucha de Dios, con la actividad diaria, con el ejercicio de la caridad. El llamado de Jesús: "Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la mejor parte, que no le será quitada" (Lc. 10,41-42), así como la reflexión de los apóstoles: "Nosotros nos dedicaremos a la oración y al ministerio de la Palabra" (Hch. 6,4), muestran la prioridad que debemos darle a Dios; yo no entraría ahora en la interpretación de esta perícopa Marta-María. En cualquier caso, no se condena la actividad por el prójimo, por el otro, pero se subraya que debe ser penetrada interiormente también por el espíritu de la contemplación. Por otro lado, san Agustín dice que esta realidad de María es una visión de nuestra situación en el cielo, por lo que en la tierra nunca podremos tenerlo toda, pero un poco de la anticipación sí debe estar presente en toda nuestra actividad. Debe estar presente también la contemplación de Dios. No debemos perdernos en el activismo puro, sino siempre dejarnos penetrar en nuestras actividades de la luz de la palabra de Dios y así aprender la verdadera caridad, el verdadero servicio a los demás, que no necesita de tantas cosas --necesita sin duda de las cosas necesarias--, pero sobre todo tiene necesidad del afecto de nuestro corazón, de la luz de Dios.
San Ambrosio, comentando el episodio de Marta y María, exhorta de este modo a sus fieles y también a nosotros: "Buscamos tener también nosotros, aquello que no se nos puede quitar, dándole a la palabra del Señor una diligente atención, no distraída: ocurre también con las semillas de la palabra divina, que se pierden si se plantan a lo largo del camino. Te estimule también a ti, como a María, el deseo de saber: este es la más grande, la obra más perfecta" Y añade también que: "el cuidado por el ministerio no distraiga la atención de la palabra divina", por la oración (Expositio Evangelii secundum Lucam, VII, 85: PL 15, 1720). Los santos, por lo tanto, han experimentado una profunda unidad de vida entre la oración y la acción, entre el amor total a Dios y el amor a los hermanos. San Bernardo, que es un modelo de armonía entre la contemplación y la actividad, en su libro De consideratione, dirigido al papa Inocencio II para ofrecerle algunas reflexiones sobre su ministerio, insiste precisamente en la importancia del recogimiento interior, de la oración para defenderse de los peligros de una actividad excesiva, cualquiera que sea la condición en la que se encuentra y la tarea que se esté llevando a cabo. San Bernardo dice que las muchas ocupaciones, una vida frenética, a menudo terminan endureciendo el corazón y hacen sufrir el espíritu (cf. II, 3).
Es un valioso recordatorio para nosotros hoy, acostumbrados a evaluar todo con el criterio de la productividad y de la eficiencia. El pasaje de los Hechos de los Apóstoles nos recuerda la importancia del trabajo --sin duda se crea un verdadero ministerio--, del compromiso en la actividad diaria que se lleva a cabo con responsabilidad y dedicación, pero también nuestra necesidad de Dios, de su orientación, de su luz que nos da fortaleza y esperanza. Sin la oración diaria fielmente vivida, nuestra acción se vacía, pierde su alma profunda, se reduce a un simple activismo sencillo que con el tiempo nos deja insatisfechos. Hay una hermosa invocación de la tradición cristiana para ser recitada antes de una actividad, que dice: «Actiones nostras, quæsumus, Domine, aspirando præveni et adiuvando prosequere, ut cuncta nostra oratio et operatio a te semper incipiat, et per te coepta finiatur», es decir, "Inspira nuestras acciones, Señor, y acompáñalas con tu ayuda, para que todo nuestro hablar y actuar, tenga siempre en ti su principio y en ti su cumplimiento". Cada paso de nuestra vida, cada acción, incluso en la iglesia, debe estar realizada ante Dios, a la luz de su palabra.
En la catequesis del pasado miércoles, había subrayado la oración unánime de la primera comunidad cristiana frente a la prueba y cómo, justamente en la oración, en la meditación de la sagrada escritura, ha podido entender los acontecimientos que estaban ocurriendo. Cuando la oración se nutre de la palabra de Dios, podemos ver la realidad con nuevos ojos, con los ojos de la fe y el Señor, que habla a la mente y al corazón, da una nueva luz al camino en todo momento y en cualquier situación. Creemos en el poder de la palabra de Dios y en la oración. Incluso la dificultad que estaba experimentando la Iglesia frente al problema del servicio a los pobres, a la cuestión de la caridad, viene superada a través de la oración, a la luz de Dios, del Espíritu Santo. Los apóstoles no se limitan a ratificar la elección de Esteban y de los demás hombres. Sino "habiendo hecho oración, les impusieron las manos" (Hch. 6,6). El evangelista recordará estos gestos de nuevo en la elección de Pablo y Bernabé, donde leemos: "Después de haber ayunado y orado, les impusieron las manos y los enviaron" (Hch. 13,3). Confirma una vez más que el servicio práctico de la caridad es un servicio espiritual. Ambas realidades deben ir juntas.
Con el gesto de la imposición de las manos, los apóstoles confieren un ministerio particular a siete hombres, para que se les diera la correspondiente gracia. El énfasis de la oración, "después de haber rezado", es importante porque pone de relieve la dimensión espiritual del gesto; no se trata simplemente de asignar un encargo como en una organización social, sino que es un acontecimiento eclesial en que el Espíritu Santo toma posesión de siete hombres escogidos por la iglesia, consagrándolos en la Verdad que es Jesucristo: Él es el protagonista silencioso, presente en la imposición de las manos para que los elegidos sean transformados por su poder y santificados para hacer frente a los desafíos prácticos, los desafíos pastorales. Y el énfasis en la oración nos recuerda también que solo por la relación íntima con Dios, cultivada todos los días, nace la respuesta a la elección del Señor y se le confían todos los ministerios en la iglesia.
Queridos hermanos y hermanas, el problema pastoral que llevó a los apóstoles a elegir y a imponer las manos sobre siete varones encargados ​​del servicio de la caridad, para dedicarse ellos a la oración y a la proclamación de la Palabra, nos señala también a nosotros, la primacía de la oración y de la palabra de Dios, que, sin embargo, produce luego también la acción pastoral. Para los pastores esta es la primera y más valiosa forma de servicio a la grey a ellos confiada. Si los pulmones de la oración y la palabra de Dios no alimentan la respiración de nuestra vida espiritual, corremos el riesgo de asfixiarnos en medio de miles de cosas todos los días: la oración es la respiración del alma y de la vida. Y hay otro valioso llamado que me gustaría destacar: en la relación con Dios, en la escucha de su Palabra, en el diálogo con Dios, incluso cuando estamos en el silencio de una Iglesia o en nuestra habitación, estamos unidos en el Señor con muchos hermanos y hermanas en la fe, como un conjunto de instrumentos que, a pesar de su individualidad, elevan una única y gran sinfonía de intercesiones a Dios, de acción de gracias y de alabanzas.

CARTA A LOS SACERDOTES EN LA Jornada Mundial de Oración para la Santificación del Clero


Cardenal Mauro Piacenza, y Monseñor Celso Morga

Queridos Sacerdotes:
En la próxima solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, el 15 de junio de 2012, celebraremos, como de costumbre, la “Jornada Mundial de Oración para la Santificación del Clero”.
La expresión de la Escritura «Esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación» (1Ts 4, 3), aunque vaya dirigida a todos los cristianos, se refiere e n modo particular a nosotros, los sacerdotes, que hemos aceptado no sólo la invitación a “santificarnos”, sino también a convertirnos en “ministros de santificación” para nuestros hermanos.
Esta “voluntad de Dios”, en nuestro caso, por decirlo así, se ha doblado y multiplicado al infinito, tanto que a ella podemos y debemos obedecer en cada acción ministerial que llevamos a cabo.
Este es nuestro estupendo destino: no podemos santificarnos sin trabajar para la santidad de nuestros hermanos, y no podemos trabajar para la santidad de nuestros hermanos sin que antes hayamos trabajado y trabajemos para nue stra santidad.
Al introducir a la Iglesia en el nuevo milenio, el Beato Juan Pablo II nos recordaba la normalidad de este “ideal de perfección”, que debe ofrecerse en seguida a todos: «Preguntar a un catecúmeno: “¿quieres recibir el bautismo?”, significa al mismo tiempo preguntarle: “¿quieres ser santo?”» 1.
Ciertamente, en el día de nuestra Ordenación sacerdotal, esta misma pregunta bautismal resonó de nuevo en nuestro corazón, pidiendo una vez más nuestra respuesta personal; pero se nos ha confiado para que supiésemos dirigirla también a nuestros fieles, custodiando su belleza y preciosidad.
La conciencia de nuestros incumplimientos personales no contradice esta persuasión, como tampoco lo hacen las culpas de algunos que, a veces, han humillado el sacerdocio a los ojos del mundo.
A distancia de diez años —considerando que las noticias difundidas se agravan — debemos dejar que resuenen de nuevo en nue stro corazón, con mayor fuerza y urgencia, las palabras que Juan Pablo II nos dirigió el Jueves Santo del año 2002: «Además, en cuanto sacerdotes, nos sentimos en estos momentos personalmente conmovidos en lo más íntimo por los pecados de algunos hermanos nuestros que han traicionado la gracia recibida con la Ordenación, cediendo incluso a las peores
manifestaciones del mysterium iniquitatis que actúa en el mundo. Se provocan así escándalos graves, que llegan a crear un clima denso de sospechas sobre todos los demás sacerdotes beneméritos, que ejercen su ministerio con honestidad y coherencia, y a veces con caridad heroica. Mientras la Iglesia expresa su propia solicitud por las víctimas y se esfuerza por responder con justicia y verdad a cada situación penosa, todos nosotros —conscientes de la debilidad humana, pero confiando en el poder salvador de la gracia divina — estamos llamados a abrazar el
mysterium Crucis y a comprometernos aún más en la búsqueda de la santidad. Hemos de orar para que Dios, en su providencia, suscite en los corazones un generoso y renovado impulso de ese ideal de entrega total a Cristo que está en la base del ministerio sacerdotal»2.
Como ministros de la misericordia de Dios, sabemos, por tanto, que la búsqueda de la santidad siempre se puede retomar, a partir del arrepentimiento y el perdón. Pero a la vez sentimos la necesidad de pedirlo, cada sacerdote, en nombre de todos los sacerdotes y para todos los sacerdotes3.
Refuerza nuestra confianza la invitación que la propia Iglesia nos dirige a cruzar nuevamente el umbral de la Porta fidei, acompañando a todos nuestros fieles. Sabemos que este es el título de la Carta apostólica con la cual el Santo Padre Benedicto XVI convocó el Año de la Fe que comenzará el próximo 12 de octubre de 2012.
Una reflexión sobre las circunstancias de esta invitación nos puede ayudar.
Se sitúa en el 50° aniversario de la apertura del Concilio ecuménico Vaticano II (11 de octubre de 1962) y en el 20° aniversario de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica (11 de octubre de 1992). Además, para el mes de octubre de 2012, se ha convocado la Asamblea General del Sínodo de los Obispos sobre el tema de "La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana".
Se nos pedirá, pues, trabajar en profundidad sobre cada uno de estos “capítulos”:
– sobre el Concilio Vaticano II, a fin de que sea de nuevo acogido com o «la gran gracia de la que la Iglesia se ha beneficiado en el siglo XX»: “Una brújula segura para orientarnos en el camino del siglo que comienza ”, “una gran fuerza para la renovación siempre necesaria de la Iglesia”4;
– sobre el Catecismo de la Iglesia Católica, para que realmente se acoja y se utilice «como instrumento válido y legítimo al servicio de la comunión eclesial y como una regla segura para la enseñanza de la fe»5;
– sobre la preparación del próximo Sínodo de los Obispos, para que sea realmente «una buena ocasión para introducir a todo el cuerpo eclesial en un tiempo de especial reflexión y redescubrimiento de la fe »6.
Por ahora —como introducción a todo el trabajo— podemos meditar brevemente sobre esta indicación del Pontífice, en la cual todo converge: «Es el amor de Cristo el que llena nuestros corazones y nos impulsa a evangelizar. Hoy como ayer, él nos envía por los caminos del mundo para proclamar su Evangelio a todos los pueblos de la tierra (cf. Mt 28, 19). Con su amor, Jesucristo atrae hacia sí a los hombres de cada generación: en todo tiempo, convoca a la Iglesia y le confía el anuncio del Evangelio, con un mandato que es siempre nuevo. Por eso, también hoy es necesario un compromiso eclesial más convencido en favor de una nueva evangelización para redescubrir la al egría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe».7
“Los hombres de cada generación”, “todos los pueblos de la tierra”, “nueva evangelización”: ante este horizonte tan universal, sobre todo nosotros, los sacerdotes, debemos preguntarnos cómo y dónde estas afirmaciones pueden unirse y consistir.
Podemos, pues, comenzar recordando que ya el Catecismo de la Iglesia Católica se abre con un abrazo universal, reconociendo que “El hombre es «capaz» de Dios”8; pero lo hace eligiendo —como su primera cita— este texto del Concilio ecuménico Vaticano II: «La razón más alta (“eximia ratio”) de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la comunión con Dios. El hombre es invitado al diálogo con Dios desde su nacimiento; pues no existe sino porque, creado por Dios por amor (“ex amore”), es conservado siempre por amor (“ex amore”); y no vive plenamente según la verdad si no reconoce libremente aquel amor y se entrega a su Creador . Sin embargo, muchos de nuestros contemporáneos no perciben de ninguna manera esta unión íntima y vital con Dios o la rechazan explícitamente » (“hanc intimam ac vitalem coniunctionem cum Deo”)9.
¿Cómo olvidar que, con el texto que acabamos de citar —precisamente en la riqueza de las formulaciones escogidas— los Padres conciliares querían dirigirse directamente a los ateos, afirmando la inmensa dignidad de la vocación, de la que se habían alejado como hombres? ¡Y lo hacían con las mismas palabras que sirven para describir la experiencia cristiana, en el culmen de su intensidad mística!
También la Carta apostólica Porta Fidei inicia afirmando que esta «introduce en la vida de comunión con Dios », lo que significa que nos permite adentrarnos directamente en el misterio central de la fe que debemos profesar: «Profesar la fe en la Trinidad —Padre, Hijo y Espíritu Santo— equivale a creer en un solo Dios que es Amor» (ibídem, n. 1).
Todo esto debe resonar de modo especial en nuestro corazón y en nuestra inteligencia, para que seamos conscientes de cuál es hoy el drama más grave de nuestros tiempos.
Las naciones cristianizadas ya no sienten la tentación de ceder a un ateísmo genérico (como en el pasado), sino que corren el riesgo de ser víctimas de ese particular ateísmo que viene de haber olvidado la belleza y el calor de la Revelación Trinitaria.
Hoy son sobre todo los sacerdotes, en su adoración diaria y en su ministerio diario, quienes deben encauzarlo todo hacia la Comunión Trinitaria: sólo a partir de esta y adentrándose en esta, los fieles pueden descubrir verdaderamente el rostro del Hijo de Dios y su contemporaneidad, y pueden verdaderamente llegar al corazón de todo hombre y a la patria a la cual todos están llamados. Y sólo así los sacerdotes podemos ofrecer de nuevo a los hombres de hoy la dignidad del ser persona, el sentido de las relaciones humanas y de la vida social, y la finalidad de toda la creación.
“Creer en un solo Dios que es Amor”: no será realmente posible ninguna nueva evangelización si los cristianos no somos capaces d e sorprender y conmover nuevamente al mundo con el anuncio de la Naturaleza de Amor de Nuestro Dios, en las Tres Divinas Personas que la expresan y que nos hacen partícipes de su misma vida.
El mundo de hoy, con sus laceraciones cada vez más dolorosas y preocupantes, necesita al Dios-Trinidad, y anunciarlo es la tarea de la Iglesia.
La Iglesia, para poder desempeñar esta tarea, debe permanecer indisolublemente abrazada a Cristo y no dejar nunca que se le separe de Él: necesita santos que vivan “en el corazón de Jesús” y sean testigos felices del Amor Trinitario de Dios. ¡Y los Sacerdotes, para servir a la Iglesia y al mundo, necesitan ser santos!
Vaticano, 26 de marzo de 2012
Solemnidad de la Anunciación de la Santísima Virgen
NOTAS
1 Carta Apostólica Novo millennio ineunte, n. 31.
2 JUAN PABLO II, Carta a los sacerdotes para el Jueves Santo del año 2002.
3 CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, El sacerdote ministro de la Misericordia Divina. Material para Confesores y
Directores espirituales, 9 de marzo de 2011, 14-18; 74-76; 110-116 (el sacerdote como penitente y discípulo espiritual).
4 Cf. Porta fidei, n. 5.
5 Cf. Ibídem, n. 11.
6 Ibídem, n. 4.
7 Ibídem, n. 7.
8 Sección Primera. Capítulo I.
9 Gaudium et Spes, n. 19 y Catecismo de la Iglesia Católica n. 27.
LECTURAS Y TEXTOS para profundizar o para celebraciones
LECTURAS BÍBLICAS
Del Evangelio de Juan: 15, 14-17
Del Evangelio de Lucas: 22, 14 - 27
Del Evangelio de Juan: 20, 19 - 23
De la Carta a los Hebreos: 5, 1 - 10
LECTURAS PATRÍSTICAS
S. JUAN CRISÓSTOMO, El sacerdocio, III, 4-5; 6.
ORÍGENES, Homilías sobre el Levítico, 7, 5.
LECTURAS DEL MAGISTERIO
Gaudium et Spes, n. 19 y Catecismo de la Iglesia Católica, n. 27.
JUAN PABLO II, Carta a los Sacerdotes con ocasión del Jueves Santo, 2001.
Benedicto XVI, Homilía del Jueves Santo, 13 de abril de 2006.
LECTURAS de los ESCRITOS de los SANTOS
SAN GREGORIO MAGNO: Diálogos, 4, 59.
SANTA CATALINA DE SIENA, El diálogo de la divina Providencia, cap. 116; cf. Sl 104, 15.
SANTA TERESA DE LISIEUX, Ms A 56r; LT 108; LT 122; LT 101; Pr n. 8.
BEATO CHARLES DE FOUCAULD, Écrits Spirituels, pp. 69-70.
SANTA TERESA BENEDICTA DE LA CRUZ (EDITH STEIN), WS, 23.
ORACIÓN POR LA SANTA IGLESIA Y POR LOS SACERDOTES
Oh Jesús mío, te ruego por toda la Iglesia:
concédele el amor y la luz de tu Espíritu
y da poder a las palabras de los sacerdotes
para que los corazones endurecidos
se ablanden y vuelvan a ti, Señor.
Señor, danos sacerdotes santos;
Tú mismo consérvalos en la santidad.
Oh Divino y Sumo Sacerdote,
que el poder de tu misericordia
los acompañe en todas partes y los proteja
de las trampas y asechanzas del demonio,
que están siendo tendidas incesantemente para las almas de los sacerdotes.
Que el poder de tu misericordia,
oh Señor, destruya y haga fracasar
lo que pueda empañar la santidad de los sacerdotes,
ya que tú lo puedes todo.
Oh mi amadísimo Jesús,
te ruego por el triunfo de la Iglesia,
por la bendición para el Santo Padre y todo el clero,
por la gracia de la conversión de los pecadores empedernidos.
Te pido, Jesús, una bendición especial y luz
para los sacerdotes,
ante los cuales me confesaré durante toda mi vida.
(Santa Faustina Kowalska)
EXAMEN DE CONCIENCIA PARA LOS SACERDOTES
1. «Por ellos me santifico a mí mismo, para que ellos también sean santificados en la verdad » (Jn 17, 19)
¿Me propongo seriamente la santidad en mi sacerdocio? ¿Estoy convencido de que la fecundidad de mi ministerio sacerdotal viene de Dios y que, con la gracia del Espíritu Santo, debo identificarme con Cristo y dar mi vida por la salvación del mundo?
2. «Este es mi cuerpo» (Mt 26, 26)
¿El santo sacrificio de la Misa es el centro de mi vida int erior? ¿Me preparo bien, celebro devotamente y después, me recojo en acción de gracias? ¿Constituye la Misa el punto de referencia habitual de mi jornada para alabar a Dios, darle gracias por sus beneficios, recurrir a su benevolencia y reparar mis pecados y los de todos los hombres?
3. «El celo por tu casa me devora» (Jn 2, 17)
¿Celebro la Misa según los ritos y las normas establec idas, con auténtica motivación, con los libros litúrgicos aprobados? ¿Estoy atento a las sagradas especies conservadas en el tabernáculo, renovándolas periódicamente? ¿Conservo con cuidado los vasos sagrados? ¿Llevo con dignidad todos las vestidos sagrados prescritos por la Iglesia, teniendo presente que actúoin persona Christi Capitis?
4. «Permaneced en mi amor» (Jn 15, 9)
¿Me produce alegría permanecer ante Jesucristo presente en el Santísimo Sacramento, en mi meditación y silenciosa adoración? ¿Soy fiel a la visita cotidiana al Santísimo Sacramento? ¿Mi tesoro está en el Tabernáculo?
5. «Explícanos la parábola» (Mt 13, 36)
¿Realizo todos los días mi meditación con atención, tratando de superar cualquier tipo distracción que me separe de Dios, buscando la luz del Señor que sirvo? ¿Medito asiduamente la Sagrada Escritura? ¿Rezo con atención mis oraciones habituales?
6. Es preciso «orar siempre sin desfallecer» (Lc 18, 1)
¿Celebro cotidianamente la Liturgia de las Horas integralmente, digna, atenta y devotamente? ¿Soy fiel a mi compromiso con Cristo en esta dimensión importante de mi ministerio, rezando en nombre de toda la Iglesia?
7. «Ven y sígueme» (Mt 19, 21)
¿Es, nuestro Señor Jesucristo, el verdadero amor de mi vida? ¿Observo con alegría el compromiso de mi amor hacia Dios en la continencia del celibato? ¿Me he detenido conscientemente en pensamientos, deseos o actos impuros; he mantenido conversaciones inconvenientes? ¿Me he puesto en la ocasión próxima de pecar contra la castidad? ¿He custodiado mi mirada? ¿He sido prudente al tratar con las diversas categorías de personas? ¿Representa mi vida, para los fieles, un testimonio del hecho de que la pureza es algo posible, fecundo y alegre?
8. «¿Quién eres Tú?» (Jn 1, 20)
En mi conducta habitual, ¿encuentro elementos de debilidad, de pereza, de flojedad? ¿Son conformes mis conversaciones al sentido humano y sobrenatural que un sacerdote debe tener? ¿Estoy atento a actuar de tal manera que en mi vida no se introduzcan particulares superficiales o frívolos? ¿Soy coherente en todas mis acciones con mi condición de sacerdote?
9. «El Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cab eza» (Mt 8, 20)
¿Amo la pobreza cristiana? ¿Pongo mi corazón en Dios y estoy desapegado, interiormente, de todo lo demás? ¿Estoy dispuesto a renunciar, para servir mejor a Dios, a mis comodidades actuales, a mis proyectos personales, a mis legítimos afectos? ¿Poseo cosas superfluas, realizo gastos no necesarios o me dejo conquistar por el ansia del consumismo? ¿Hago lo posible para vivir los momentos de descanso y de vacaciones en la presencia de Dios, recordando que soy siempre y en todo lugar sacerdote, también en aquellos momentos?
10. «Has ocultado estas cosas a sabios y inteligentes, y se las has revelado a los pequeños » (Mt 11, 25)
¿Hay en mi vida pecados de soberbia: dificultades interiores, susceptibilidad, irritación, resistencia a perdonar, tendencia al desánimo, etc.? ¿Pido a Dios la virtud de la humildad?
11. «Al instante salió sangre y agua» (Jn 19, 34)
¿Tengo la convicción de que, al actuar “en la persona de Cristo” estoy directamente comprometido con el mismo cuerpo de Cristo, la Iglesia? ¿Puedo afirmar sinceramente que amo a la Iglesia y que sirvo con alegría su crecimiento, sus causas, cada uno de sus miembros, toda la humanidad?
12. «Tú eres Pedro» (Mt 16, 18)
Nihil sine Episcopo —nada sin el Obispo— decía San Ignacio de Antioquía: ¿están estas palabras en la base de mi ministerio sacerdotal? ¿He recibido dócilmente órdenes, consejos o correcciones de mi Ordinario? ¿Rezo especialmente por el Santo Padre, en plena unión con sus enseñanzas e intenciones?
13. «Que os améis los unos a los otros» (Jn 13, 34)
¿He vivido con diligencia la caridad al tratar con mis hermanos sacerdotes o, al contrario, me he
desinteresado de ellos por egoísmo, apatía o indiferencia? ¿He criticado a mis hermanos en el sacerdocio? ¿He estado al lado de los que sufren por enfermedad física o dolor moral? ¿Vivo la fraternidad con el fin de que nadie esté solo? ¿Trato a todos mis hermanos sacerdotes y también a los fieles laicos con la misma caridad y paciencia de Cristo?
14. «Yo soy el camino, la verdad y la vida » (Jn 14, 6)
¿Conozco en profundidad las enseñanzas de la Iglesia? ¿Las asimilo y las transmito fielmente? ¿Soy
consciente del hecho de que enseñar lo que no corresponde al Magisterio, tanto solemne como
ordinario, constituye un grave abuso, que causa daño a las almas?
15. «Vete, y en adelante, no peques más» (Jn 8, 11)
El anuncio de la Palabra de Dios ¿conduce a los fieles a los sacramentos? ¿Me confieso con regularidad y con frecuencia, conforme a mi estado y a las cosas santas que trato? ¿Celebro con generosidad el Sacramento de la Reconciliación? ¿Estoy ampliamente disponible a la dirección espiritual de los fieles dedicándoles un tiempo específico? ¿Preparo con cuidado la predicación y la catequ esis? ¿Predico con celo y con amor de Dios?
16. «Llamó a los que él quiso y vinieron junto a él » (Mc 3, 13)
¿Estoy atento a descubrir los gérmenes de vocación al sacerdocio y a la vida consagrada? ¿Me preocupo de difundir entre todos los fieles una mayor conciencia de la llamada universal a la santidad? ¿Pido a los fieles rezar por las vocaciones y por la santificación del clero?
17. «El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a se rvir» (Mt 20, 28)
¿He tratado de donarme a los otros en la vida cotidiana, sirviendo evangélicamente? ¿Manifiesto la caridad del Señor también a través de las obras? ¿Veo en la Cruz la presencia de Jesucristo y el triunfo del amor? ¿Imprimo a mi cotidianidad el espíritu de servicio? ¿Considero también el ejercicio de la autoridad vinculada al oficio una forma imprescindible de servicio?
18. «Tengo sed» (Jn 19, 28)
¿He rezado y me he sacrificado verdaderamente y con generosidad por las almas que Dios me ha confiado? ¿Cumplo con mis deberes pastorales? ¿Tengo también solicitud de las almas de los fieles difuntos?
19. «¡Ahí tienes a tu hijo! ¡Ahí tienes a tu madre!» (Jn 19, 26-27)
¿Recurro lleno de esperanza a la Santa Virgen, Madre de los sacerdotes, para amar y hacer amar más a su Hijo Jesús? ¿Cultivo la piedad mariana? ¿Reservo un espacio en cada jornada al Santo Rosario? ¿Recurro a su materna intercesión en la lucha contra el demonio, la concupiscencia y la mundanidad?
20. «Padre, en tus manos pongo mi espíritu » (Lc 23, 44)
¿Soy solícito en asistir y administrar los sacramentos a los moribundos? ¿Considero en mi meditación personal, en la catequesis y en la ordinaria predicación la doctrina de la Iglesia sobre los Novísimos? ¿Pido la gracia de la perseverancia final y invito a los fieles a hacer lo mismo? ¿Ofrezco frecuentemente y con devoción los sufragios por las almas de los difuntos?