1/31/13


''DIOS, AL CREARNOS LIBRES, RENUNCIÓ A UNA PARTE DE SU PODER''

El Papa ayer en la Audiencia semanal

Queridos hermanos y hermanas:
En la catequesis del miércoles pasado nos centramos en las palabras iniciales del Credo: "Creo en Dios". Sin embargo, la profesión de fe especifica esta afirmación: Dios es el Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra.
Quisiera reflexionar con ustedes esta vez sobre la primera y fundamental definición de Dios que el Credo nos presenta: Él es Padre.
No siempre es fácil hablar hoy en día de la paternidad. Especialmente en Occidente: las familias rotas, los compromisos de trabajo cada vez más absorbentes, las preocupaciones, y muchas veces el esfuerzo por equilibrar el presupuesto familiar o la invasión distractiva de los medios de comunicación en la vida diaria, son algunos de los muchos factores que pueden impedir una serena y constructiva relación entre padres e hijos.
La comunicación a veces se hace difícil, se pierde la confianza, y la relación con la figura del padre puede llegar a ser problemática; también es difícil imaginar a Dios como un padre, sin tener modelos adecuados de referencia. Para aquellos que han tenido la experiencia de un padre demasiado autoritario e inflexible, o indiferente y poco afectuoso, o peor aún ausente, no es fácil pensar con serenidad en Dios como Padre y entregarse a Él con confianza.
Pero la revelación bíblica ayuda a superar estas dificultades hablándonos de un Dios que nos muestra lo que verdaderamente significa ser "padre"; y es sobre todo el evangelio el que nos revela el rostro de Dios como Padre que ama hasta entregar a su propio Hijo para la salvación de la humanidad. La referencia a la figura paterna ayuda por lo tanto a comprender algo del amor de Dios, que sin embargo permanece aún infinitamente más grande, más fiel, más completo que el de cualquier hombre. "¿Quién de ustedes --dice Jesús para mostrar a los discípulos el rostro del Padre--, al hijo que le pide pan, le dará una piedra? ¿Y si le pide un pescado, le dará una serpiente? Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, cuánto más su Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que se lo pidan?" (Mt. 7,9-11;. cf. Lc. 11,11-13). Dios es nuestro Padre porque nos ha bendecido y escogido antes de la fundación del mundo (cf. Ef. 1,3-6), nos hizo realmente sus hijos en Jesús (cf. 1 Jn. 3,1). Y, como Padre, Dios acompaña con amor nuestra vida, dándonos su Palabra, sus enseñanzas, su gracia, su Espíritu.
Él --como lo revela Jesús--, es el Padre que alimenta a las aves del cielo sin que deban sembrar ni cosechar, y reviste de magníficos colores las flores del campo, con vestidos más bellos que los del rey Salomón (cf. Mt. 6, 26-32; Lc. 12, 24-28); y nosotros --añade Jesús--, ¡valemos más que las flores y las aves del cielo! Y si Él es lo suficientemente bueno para hacer "salir el sol sobre malos y buenos, y... llover sobre justos e injustos" (Mt. 5,45), podremos siempre, sin temor y con total confianza, confiarnos a su perdón de Padre cuando nos equivocamos de camino. Dios es un Padre bueno que acoge y abraza al hijo perdido y arrepentido (cf. Lc. 15,11 ss), se entrega gratuitamente a aquellos que se lo piden (cf. Mt. 18,19; Mc. 11,24, Jn. 16,23) y ofrece el pan del cielo y el agua viva que da vida para siempre (cf. Jn. 6,32.51.58).
Por lo tanto, el orante del salmo 27, rodeado de enemigos, asediado por malvados y calumniadores, mientras busca la ayuda del Señor y lo invoca, puede dar su testimonio lleno de fe, diciendo: "Mi padre y mi madre me han abandonado, pero el Señor me ha acogido" (v. 10). Dios es un Padre que nunca abandona a sus hijos, un Padre amoroso que apoya, ayuda, acoge, perdona y salva, con una fidelidad que supera inmensamente a la de los hombres, para abrirse a dimensiones de eternidad. "Porque su amor es para siempre", como sigue repitiendo como una letanía, en cada verso, el salmo 136 a través de la historia de la salvación. El amor de Dios nunca falla, no se cansa de nosotros; es el amor el que da hasta el extremo, hasta el sacrificio de su Hijo. La fe nos da una certeza, que se convierte en una roca para la construcción de nuestras vidas: podemos afrontar todos los momentos de dificultad y de peligro, la experiencia de lo oscuro de la crisis y del tiempo del dolor, apoyados por la fe de que Dios no nos deja solos y siempre está cerca, para salvarnos y llevarnos a la vida eterna.
Es en el Señor Jesús, donde se muestra plenamente el rostro benevolente del Padre que está en los cielos. Y es conociéndolo a Él que podemos conocer al Padre (cf. Jn. 8,19; 14,7); y viéndolo a Él podemos ver al Padre, porque Él está en el Padre y el Padre está en Él (cf. Jn. 14, 9.11). Él es la "imagen del Dios invisible", como lo define el himno de la Carta a los Colosenses, "primogénito de toda la creación... el primogénito de los que resucitan de entre los muertos", "por quien hemos recibido la redención, el perdón de los pecados" y la reconciliación de todas las cosas, "habiendo pacificado con la sangre de su cruz, tanto las cosas que están en la tierra, como las que están en los cielos" (cf. Col. 1,13-20).
La fe en Dios Padre nos pide creer en el Hijo, bajo la acción del Espíritu, reconociendo en la Cruz que salva, la revelación definitiva del amor divino. Dios es nuestro Padre al darnos a su Hijo; Dios es Padre perdonando nuestros pecados y llevándonos a la alegría de la vida que resucita; Dios es el Padre que nos da el Espíritu que nos hace hijos y nos permite llamarlo, en verdad, "Abbà, ¡Padre!" (cf. Rom. 8,15). Por lo tanto Jesús, al enseñarnos a orar, nos invita a decir "Padre Nuestro" (Mt. 6,9-13; cf. Lc. 11,2-4).
La paternidad de Dios es, pues, infinito amor, ternura que se inclina sobre nosotros, hijos débiles, necesitados de todo. El salmo 103, el gran himno de la misericordia divina, proclama: "Como un padre es tierno con sus hijos, así el Señor es tierno para con los que le temen, porque sabe bien cómo están formados, se acuerda de que somos polvo" (vv. 13-14). Es nuestra pequeñez, nuestra débil naturaleza humana, nuestra fragilidad que se convierte en un llamado a la misericordia del Señor, para que se manifieste la grandeza y ternura de un Padre que nos ayuda, nos perdona y nos salva.
Y Dios responde a nuestro llamado, enviando a su Hijo, que murió y resucitó por nosotros; entra en nuestra fragilidad y hace lo que el hombre solo nunca podría haber hecho: él toma sobre sí el pecado del mundo, como cordero inocente y abre el camino a la comunión con Dios, nos hace verdaderos hijos de Dios. Está allí, en el Misterio pascual, que revela en todo su esplendor, el rostro definitivo del Padre. Y está allí, en la Cruz gloriosa, que viene a ser la plena manifestación de la grandeza de Dios como "Padre Todopoderoso".
Pero podemos preguntarnos: ¿cómo es posible imaginar a un Dios todopoderoso, al mirar la cruz de Cristo? ¿En este poder del mal, que llega a matar al Hijo de Dios? Sin duda que quisiéramos una omnipotencia divina según nuestros esquemas mentales y nuestros deseos: un Dios "todopoderoso" que resuelva los problemas, que intervenga para evitarnos los problemas, que le gane al adversario, y que cambie el curso de los acontecimientos y anule el dolor. Por lo tanto, hoy en día muchos teólogos dicen que Dios no puede ser omnipotente, de lo contrario no podría haber tanto sufrimiento, tanta maldad en el mundo. De hecho, ante el mal y el sufrimiento, para muchos, para nosotros, es problemático, es difícil creer en Dios Padre y creer que es todopoderoso; algunos buscan refugio en los ídolos, cediendo a la tentación de encontrar una respuesta en una supuesta omnipotencia "mágica" y en sus promesas ilusorias.
Sin embargo la fe en Dios Todopoderoso nos lleva por caminos muy diferentes: tales como aprender a conocer que el pensamiento de Dios es diferente al nuestro, que los caminos de Dios son diferentes de los nuestros (cf. Is. 55,8), e incluso su omnipotencia es diferente: no se expresa como una fuerza automática o arbitraria, sino que se caracteriza por una libertad amorosa y paternal. En realidad, Dios, al crear criaturas libres, dándoles libertad, renunció a una parte de su poder, dejando el poder en nuestra libertad. Así, Él ama y respeta la respuesta libre de amor a su llamado. Como Padre, Dios quiere que seamos sus hijos y que vivamos como tales en su Hijo, en comunión, en plena intimidad con Él. Su omnipotencia no se expresa en la violencia, no se expresa en la destrucción de todo poder adverso como quisiéramos, sino que se expresa en el amor, en la misericordia, en el perdón, en la aceptación de nuestra libertad y en la incansable llamada a la conversión del corazón; en una actitud aparentemente débil --Dios parece débil si pensamos en Jesucristo orando, que se deja matar. ¡Una actitud aparentemente débil, hecha de paciencia, de mansedumbre y de amor, muestra que este es el camino correcto para ser poderoso! ¡Esta es la potencia de Dios! ¡Y este poder vencerá! El sabio del libro de la Sabiduría se dirige así a Dios: "Tú eres misericordioso con todos, porque todo lo puedes; cierras los ojos ante los pecados de los hombres, esperando su arrepentimiento. Amas a todos los seres que existen... ¡Eres indulgente con todas las cosas, porque son tuyas, Señor, amante de la vida!" (11,23-24a.26).
Solo quien es realmente poderoso puede soportar el mal y mostrarse compasivo; solo quien es verdaderamente poderoso puede ejercer plenamente el poder del amor. Y Dios, a quien pertenecen todas las cosas, porque todas las cosas fueron hechas por Él, revela su fuerza amando todo y a todos, en una paciente espera de la conversión de nosotros los hombres, que quiere tener como hijos. Dios espera nuestra conversión. El amor todopoderoso de Dios no tiene límites, hasta el punto de que "no retuvo a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros" (Rm. 8,32). La omnipotencia del amor no es la del poder del mundo, sino es aquella del don total, y Jesús, el Hijo de Dios, revela al mundo la verdadera omnipotencia del Padre dando su vida por nosotros pecadores. Este es el verdadero, auténtico y perfecto poder divino: Entonces el mal es en verdad vencido porque es lavado por el amor de Dios; entonces la muerte es definitivamente derrotada porque es transformada en don de la vida. Dios Padre resucita al Hijo: la muerte, el gran enemigo (cf. 1 Cor. 15,26), es engullida y privada de su veneno (cf. 1 Cor. 15, 54-55), y nosotros, liberados del pecado, podemos acceder a nuestra realidad de hijos de Dios.
Es así que cuando decimos "Creo en Dios Padre Todopoderoso," expresamos nuestra fe en el poder del amor de Dios, que en su Hijo muerto y resucitado vence el odio, la maldad, el pecado y nos da vida eterna: aquella de los hijos que quieren estar siempre en la "Casa del Padre". Decir "Creo en Dios Padre Todopoderoso", en su poder, en su modo de ser Padre, es siempre un acto de fe, de conversión, de transformación de nuestros pensamientos, de todo nuestro amor, de todo nuestro modo de vida.
Queridos hermanos y hermanas, pidamos al Señor que sostenga nuestra fe, que nos ayude a encontrar verdaderamente la fe y que nos de la fuerza para anunciar a Cristo crucificado y resucitado y de testimoniarlo en el amor a Dios y al prójimo. Y que Dios nos conceda acoger el don de nuestra filiación, para vivir plenamente la realidad del Credo, en el abandono confiado al amor del Padre y a su omnipotencia misericordiosa, que es la verdadera omnipotencia y que salva.

1/30/13


LA CARENCIA DE FE PUEDE HERIR LA VALIDEZ DEL MATRIMONIO

El Papa a los miembros de la Rota Romana

¡Estimados integrantes del Tribunal de la Rota Romana!
Es para mí un motivo de alegría encontrarme en ocasión de la inauguración del año judicial Agradezco a vuestro decano Mons. Pio Vito Pinto, por los sentimientos expresados en vuestro nombre, los que devuelvo de corazón. Este encuentro me ofrece la oportunidad de reafirmar mi estima y consideración por el alto servicio que dan al Sucesor de Pedro y a toda la Iglesia, como de invitales a un empeño cada vez mayor en un ámbito seguramente duro, pero precioso para la salvación de las almas. El principio que la 'salus animarum' es la suprema ley de en la Iglesia debe ser tenido bien presente y encontrar cada día, en vuestro trabajo la debida y rigurosa respuesta.
1. En el contexto del Año de la Fe, me gustaría detenerme de manera particular sobre algunos aspectos de la relación entre fe y matrimonio, observando como la actual crisis de fe que afecta a varias partes del mundo, trae consigo una crisis de la sociedad conyugal, con toda la carga de sufrimiento y de disgusto que esto comporta también para los hijos. Podemos tomar como punto de partida la común raíz idiomática que en latín tiene el término 'fides' y 'foedus', vocablo este último con el cual el Código de Derecho Canónico define la realidad natural del matrimonio como pacto irrevocable entre el hombre y la mujer (cfr can. 1055 § 1). La confianza recíproca, de hecho es la base irrenunciable de cualquier pacto o alianza.
En el plano teológico, la relación entre la fe y el matrimonio tiene un significado más profundo. El vínculo esponsal, aunque sea realidad natural entre los bautizados, fue elevado por Cristo a la dignidad de sacramento”. (Cfr ibidem).
El pacto indisoluble entre hombre y mujer no requiere, a los fines de la sacramentalidad, la fe personal de los contrayentes. Lo que si se pide como condición mínima necesaria es la intención de hacer lo que hace la Iglesia. Y si bien es importante no confundir el problema de la intención con el de la fe personal de los contrayentes, no es posible separarlos totalmente. Como hacía notar la Comisión Teológica Internacional en un documento de 1977, “En el caso en el que no se advierta ningún rastro de fe en cuanto tal (en el sentido del término “creencia” disposición a creer) ní algún deseo de la gracia y de la salvación, se pone en el problema de saber en realidad si la intención general de la que hemos hablado es verdaderamente sacramental, está presente o no , y si el matrimonio ha sido contraído válidamente o no”. (La dottrina cattolica sul sacramento del matrimonio [1977], 2.3: Documenti 1969-2004, vol. 13, Bolonia 2006, p. 145).
El beato Juan Pablo II, dirigiéndose a este Tribunal, diez años atrás, precisó que “una actitud de los contrayentes que no tenga en cuenta la dimensión sobrenatural en el matrimonio, puede volverlo nulo solamente si golpea la validez en el plano natural en el que se pone el mismo signo sacramental. (ibidem). Sobre tal problemática, especialmente en el contexto actual será necesario promover ulteriores reflexiones.
2. La cultura contemporánea, marcada por un fuerte subjetivismo y un relativismo ético y religioso plantea serios retos a la persona y a la familia. En primer lugar, el de la capacidad misma del ser humano para unirse, y el de si una unión que dure toda la vida es realmente posible (...) Es parte de una mentalidad muy extendida, pensar que la persona sea ella misma permaneciendo “autónoma” y entrando en contacto con el otro solo través de relaciones que pueden ser interrumpidas en cualquier momento. Cfr Allocuzione alla Curia Romana [21 dicembre 2012]: L’Osservatore Romano, 22 diciembre 2012, p. 4).
A nadie se le escapa como la decisión del ser humano de unirse con un vínculo que dure toda la vida influye la perspectiva básica de cada uno, es decir, si está anclada en un terreno puramente humano o si se abre a la luz de la fe en Señor. Sólo abriéndose a la verdad de Dios, de hecho es posible entender y realizar en lo concreto de la vida también conyugal y familiar, la verdad del hombre como su hijo, regenerado por el bautismo.
"El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque separados de mí no podéis hacer nada", así decía Jesús a sus discípulos, recordándoles la incapacidad sustancial del ser humano para efectuar , sólo por sí mismo, lo que es necesario para el verdadero bien. El rechazo de la propuesta divina conduce, de hecho, a un desequilibrio profundo en todas las relaciones humanas, (Cfr Discorso alla Commissione Teologica Internazionale [7 diciembre 2012]: L’Osservatore Romano, 8 de diciembre de 2012, p. 7), incluida la matrimonial y facilita una errada comprensión de la libertad y la auto-realización, lo que unido a la fuga ante el sufrimiento soportado con paciencia condena al hombre a cerrarse en su egoísmo y egocentrismo. Por el contrario, la aceptación de la fe hace al hombre capaz de la entrega de sí, en el cual solamente “abriéndose al otro, a los otros, a los hijos y la familia... dejándose plasmar en el sufrimiento, él descubre la amplitud de la persona humana. (Discurso a la Curia Romana [21 dicembre de 2012]: L’Osservatore Romano, 22 dicembre 2012, p. 4).
La fe en Dios, sostenida por la gracia divina, es por lo tanto un elemento muy importante para vivir la dedicación mutua y la fidelidad conyugal. (Catequesis en la Audiencia general [8 de junio de 2011] : Insegnamenti VII/I [2011], p. 792-793). No se pretende con esto afirmar que la fidelidad, como las otras propiedades, no sean posibles en el matrimonio natural entre los no bautizados. De hecho, éste no se encuentra desprovisto de bienes que "proceden de Dios Creador y se insertan de forma incoativa en el amor esponsal que une a Cristo con la Iglesia".(Commissione Teologica Internazionale, La dottrina cattolica sul sacramento del matrimonio [1977], 3.4: Documenti 1969-2004, vol. 13, Bologna 2006, p. 147).
Pero, seguramente el cerrarse a Dios o el rechazo de la dimensión sagrada de la unión conyugal y su valor en el orden de la gracia hacen ardua la encarnación concreta del altísimo modelo de matrimonio concebido por la Iglesia, según el plan de Dios, pudiendo llegar a socavar la validez misma del pacto -como asume la consolidada jurisprudencia de este Tribunal- cuando se traduzca en un rechazo del principio de la obligación conyugal de fidelidad o de los otros elementos o propiedades esenciales del matrimonio.
Tertuliano, en su famosa "Carta a la esposa", hablando de la vida matrimonial marcada por la fe, escribe que las parejas cristianas "son verdaderamente dos en una sola carne y donde la carne es única, único es el espíritu. Juntos oran, juntos se postran y ayunan juntos, cada uno enseña al otro, el uno honra al otro, el que sabe sostiene al otro". (Ad uxorem libri duo, II, IX: PL 1, 1415B-1417A).
En términos similares se expresa san Clemente Alejandrino: “Si de hecho para ambos uno sólo es Dios, entonces para ambos uno sólo es el Pedagogo -Cristo-, una es la Iglesia, una la sabiduría, uno el pudor, en común tenemos la nutrición, el matrimonio nos une... Y se común es la vida, común también la gracia, la salvación, la virtud, la moral”. (Pædagogus, I, IV, 10.1: PG 8, 259B).
Los santos que han vivido la unión matrimonial y familiar desde una perspectiva cristiana, fueron capaces de superar incluso las situaciones más adversas, logrando la santificación del cónyuge y los hijos con un amor que se ve reforzado por una solida fe en Dios, una sincera piedad religiosa y una intensa vida sacramental. Justamente estas experiencias, marcadas por la fe, hacen comprender cómo, aún hoy, es precioso el sacrificio ofrecido por el cónyuge abandonado o que ha padecido un divorcio, si —reconociendo la indisolubilidad del vínculo matrimonial válido— consigue no dejarse "implicar en una nueva unión … En tal caso su ejemplo de fidelidad y de coherencia cristiana asume un particular valor de testimonio frente al mundo y a la Iglesia". (Juan Pablo II, Exhort. ap. Familiaris Consortio [22 noviembre 1981], 83: AAS 74 [1982], p. 184).
3. Quisiera, al concluir, detenerme brevemente en el "bonum coniugum". La fe es importante en la realización del auténtico bien conyugal, que consiste simplemente en querer siempre y en cualquier caso el bien del otro, en función de un verdadero e indisoluble "consortium vitae". De hecho, en el propósito de los esposos cristianos de vivir una verdadera "communio coniugalis" hay un dinamismo propio de la fe, por lo que la "confessio", la respuesta personal y sincera al anuncio salvífico, implica al creyente en el movimiento de amor de Dios. "Confessio" y "caritas" son "las dos maneras en que Dios nos atrae, nos hace actuar con Él, en Él y para la humanidad, para su criatura... La "confessio" no es una cosa abstracta, es "caritas", es amor. Sólo así, es realmente el reflejo de la verdad divina, que como verdad es también inseparablemente amor. (Meditación en la primera Congregación General del la XIII Asamblea Ordinaria del Sínodo de los obispos [8 de octubre de 2012]: L’Osservatore Romano, 10 octubre de 2012, p. 7).
Sólo a través de la llama de la caridad, la presencia del Evangelio no es ya sólo palabra, sino realidad vivida. En otras palabras, si bien es cierto que "la fe sin la caridad no da fruto, y la caridad sin fe sería un sentimiento constantemente a merced de la duda", hemos de concluir que "fe y caridad se necesitan mutuamente, de modo que la una permite a la otra realizar su camino". (Lett. ap. Porta fidei [11 octubre de 2012], 14: L’Osservatore Romano, 17-18 octubre 2011, p.
4. Si esto vale en el contexto más amplio de la vida comunitaria, debe tener aún más valor en la unión matrimonial. Es en ella, en efecto, que la fe hace crecer y fructificar el amor de los esposos, dando espacio a la presencia del Dios Trino y haciendo que la misma vida conyugal, vivida así, sea "buena noticia" ante mundo.
Reconozco las dificultades, desde un punto de vista jurídico y práctico, para dilucidar el elemento esencial del "bonum coniugum", entendido hasta ahora principalmente en relación a las hipótesis de incapacidad. (cfr CIC, can. 1095). El "bonum coniugum" es también relevante en el ámbito de la simulación del consentimiento. Ciertamente, en los casos sometidos a vuestro juicio, será la indagación "in facto" que verificará la posible validez de esta causa de nulidad, predominante o coexistente con los tres "bienes" agustinianos: la procreación, la exclusividad y la perpetuidad.
No se debe prescindir por lo tanto, de la consideración de que puedan darse casos en que, precisamente por la ausencia de fe, el bien de los cónyuges resulte dañado, es decir, excluido del mismo consenso, por ejemplo, en el caso de subversión por parte de uno de ellos, a causa de una concepción errónea del vínculo nupcial, del principio de paridad, o en el caso de rechazo de la unión dual que caracteriza el vínculo matrimonial, en relación con la posible coexistente exclusión de la fidelidad y del uso de la cópula realizada "humano modo".
Con estas consideraciones ciertamente no quiero sugerir ningún automatismo fácil entre carencia de fe e invalidez de la unión matrimonial, sino más bien poner de relieve cómo tal carencia puede, aunque no necesariamente, dañar los bienes del matrimonio, ya que la referencia al orden natural querido por Dios es inherente al pacto conyugal. (cfr Gen 2,24).
Queridos hermanos, invoco la ayuda de Dios sobre vosotros y sobre todos aquellos que en la Iglesia obran para salvaguardar la verdad y la justicia referente al vínculo sacro del matrimonio, y por ello mismo, de la familia cristiana.
Os confío a la protección de María Santísima, madre de Cristo, y de san José, custodio de la Familia de Nazaret, silencioso y obediente ejecutor del plan divino de la salvación, mientras les imparto con gusto a Uds. y a vuestros queridos, la bendición apostólica.

'TAMBIÉN ENTRÓ EL OTRO DISCÍPULO, VIO Y CREYÓ''


Carta a la vida contemplativa del arzobispo de Burgos Francisco Gil Hellín en el Año de la Fe

‘También entró el otro discípulo, vio y creyó’ (Jn 20,8). La actitud de los dos discípulos de Jesús, corriendo hacia el sepulcro para verificar la ‘buena noticia’ de María Magdalena, es una buena expresión de lo que significa el deseo de la fe y la necesidad de confirmarlo, según las Escrituras. En el diálogo de María Magdalena con el Señor, en la sorpresa de los discípulos más queridos, en el corazón ardiente por confirmar la noticia entendemos el desenlace final del sepulcro vacío: el Señor ya no está. Por eso creemos que nuestra vida ya camina hacia la resurrección con Él.
Este rostro luminoso de vida nueva en los primeros testigos de la resurrección del Señor es lo que compruebo en las miradas de muchos religiosos y religiosas contemplativos de nuestra diócesis. Los diferentes cenobios están hechos de losas de resurrección y son el mejor testimonio de la fe perenne, hecha camino hacia la eternidad. Por eso, sin miedo, abren las puertas de sus muros a los peregrinos para que descubramos en ellos y en ellas que su corazón sigue ardiendo en el silencio, gracias al alimento de la Palabra de Dios y de la Eucaristía.
Estos hombres y mujeres contemplativos, amantes de la naturaleza, son el pulmón de nuestra Iglesia Local que oxigena y revitaliza cada una de las iniciativas evangelizadoras realizadas por cada ‘célula eclesial’. Sienten como propios los gozos y las fatigas, las alegrías y esperanzas de nuestros paisanos burgaleses. Conocen de primera mano la intensidad con la que estamos viviendo este Año de la fe.
Por eso me siento orgulloso de dirigirme a vosotros para redescubrir juntos ese aire puro de la resurrección y contagiarme de vuestra vitalidad y belleza.
Por la fe’ nace la vida contemplativa
Nuestro más ilustre burgalés, preocupado por el verdadero conocimiento y difusión de la Palabra de Dios, alentaba con estas palabras a sus primeros hermanos de comunidad: ‘contemplari et contemplata aliis tradere’. En esta máxima de santo Domingo de Guzmán veo con nitidez vuestra misión en este Año de la fe, que nos ha regalado el papa Benedicto XVI.
Las comunidades contemplativas sois el vivo testimonio de que la vida de Cristo resucitado es vuestro único fundamento. En ellas ‘sólo se vive de la fe y desde la fe’ (cf. Hb 10, 38). Por eso vuestra vida común, lejos de ser una cuestión funcional, se convierte en una actualización y anticipación del Reino de Dios en la tierra. Habéis dejado ‘padre, madre, hacienda, profesión y amor carnal’ (Mt 19,29) no por ascesis, sino por abandono en el único Dios que es riqueza eterna. Vuestra fe es vuestro único tesoro, que habéis puesto a buen recaudo en una comunidad de vida, lejos del peligro de los avatares y los deseos de éxito humano.
Me alegra llamaros ‘mártires de la fe y mártires de la esperanza en la vida eterna’ en un momento histórico donde no pocos de vuestros coetáneos han perdido ambos elementos vitales. En vuestro testimonio recordamos y redescubrimos que la vida no viene de nosotros mismos. Sólo podemos seguir creyendo y esperando si sabemos contemplar al Señor de la vida. Él nos la regala totalmente, aunque pensemos que la perdemos por no tener propiedades. Él nos la da gratuitamente, aunque creamos que la conquistamos nosotros por nuestros méritos. Él nos hace eternamente fecundos, aunque parezca que nuestros cuerpos se consumen sin función ni servicio.
Soy testigo de ‘vuestro vivir del amor a Dios y por amor a Dios’ y os animo a que lo mostréis a cuantos se acerquen a vuestros monasterios. Si el amar es el mejor icono de Dios, el dejarse amar es hacer la voluntad de Dios. Son muchos los que viven en el desamor o en la manipulación del amor. En vuestro vivir el amor de Dios ponéis toda vuestra inteligencia para que sea auténtico y vuestro cuerpo no sea más que el velo que trasluce la verdad que lleváis dentro y que nadie os arrebatará en la tierra.
Una Iglesia de Comunión, agradecida a vuestra presencia
La reciente exposición de Las Edades del Hombre en Oña, titulada Monacatus nos ha servido para comprobar, una vez más, que los grandes hitos de la cultura y fe de nuestra Iglesia Local están enraizados en la vida contemplativa. Ésta, lejos de reservarse en el arca del pasado, tiene una actualidad muy significativa. Son muchos los creyentes y no creyentes los que, después de visitar la exposición, se han acercado a un monasterio para comprobar el hoy de esta riqueza. En todos ellos no es poca la satisfacción de convivir unos minutos con vosotras y vosotros. Cuando en vuestros rostros va impresa la impronta de la alegría por la fe, la esperanza y la caridad, el visitante se lleva a su lugar vital el mejor regalo: la misma vida de Cristo resucitado.
Debo recordar y agradeceros el ser los continuadores de la tradición monacal de hitos como Valpuesta, Fresdelval, Oña, Arlanza, Silos, Cardeña, Caleruega, Palacios de Benaver, Huelgas… Todos ellos nos recuerdan la existencia milenaria de nuestra diócesis y nos permiten la celebración de no pocos eventos que hacen de nuestra diócesis un atractivo universal.
Igualmente, el recordar la pluralidad de carismas monacales nos hace una diócesis única. El carisma y regla de san Benito, san Romualdo, san Bernardo y san Bruno siguen viviéndose en no pocas comunidades. También san Agustín de Hipona, santo Domingo de Guzmán, san Francisco de Asís, santa Clara, santa Teresa de Jesús o san Francisco de Sales siguen inspirando una manera peculiar de vivir el Evangelio en el siglo XXI. En todos ellos descubrimos que la puerta de la fe sigue abierta y son muchos los que cruzan este umbral para formar parte de la comunidad original que fundaron estos grandes santos1.
La vivencia de estos carismas es la mejor expresión del ‘don de Dios a nuestra Iglesia Local’2. La mejor manera de agradecer este don admirable es vivirlo con fidelidad y renovación, tal y como hicieron los fundadores. Esto hará posible acoger nuevos frutos e, incluso, nuevas familias de religiosos y religiosas que siguen la inspiración del Espíritu Santo en la Iglesia. El Espíritu orientará a que fidelidad y renovación sean el cauce para nuevas vocaciones a esta forma de vida y a un mayor compromiso bautismal de todos los fieles.
Cuando la vocación contemplativa es vivida como don y en comunión con la Iglesia Local, resplandece todo su atractivo. Unas veces se manifiesta como ‘interrogante de sentido’, otras como modelo de generosidad, otras como ejemplo de plenitud vital, etc. En cualquiera de los casos, es una invitación permanente a ‘venir y ver’ y a ‘ver y creer’. Vosotras y vosotros, desde vuestra pequeñez, no debéis tener miedo a que el hombre de hoy conozca la fuente de vuestra alegría y la riqueza de vuestro don.
Testigos del Dios vivo
Insisto en la oportunidad de vuestras comunidades de fe y vida como centros de que irradian la hermosura del creer. ‘La caridad de Cristo nos urge’ (2 Co 5,14). Es el amor de Cristo el que llena vuestros corazones y os impulsa a comunicar -‘aliis tradere’- lo que estáis viviendo. Desde el testimonio vivo de este amor y desde vuestra oración y trabajo podéis ser el mejor estímulo para tantos creyentes, que viven con gozo su fe o que se ven en el momento dramático de perderla. Igualmente podéis ser referencia para tantos no creyentes, que miran con recelo a la Iglesia, pero se acercan a la vida contemplativa con una especial benevolencia, admirados por vuestra autenticidad. No podemos desaprovechar la oportunidad que nos ofrece el Año de la Fe para convertir vuestras comunidades en centros de oración, de peregrinación y de evangelización.
Centros de oración: Vuestra experiencia de oración merece ser conocida. Sois maestros y maestras de lectio divina, en los que se pueden mirar tantos cristianos de nuestras parroquias y movimientos, que expresan la dificultad de ser iniciados en la oración profunda. Vuestro sosiego y estabilidad es billete seguro para todo aquel que quiera encontrar una experiencia de método de oración. No pocos jóvenes de forma aislada o en grupo demandan esta iniciación tanto en la oración personal como en la oración litúrgica. Vuestros espacios pueden ser el lugar más idóneo para el aprendizaje o la consolidación.
Centros de peregrinación: La tradición monástica, siguiendo el ejemplo de los primeros cristianos, siempre ha tenido una especial atención a la acogida. Quien acude a un monasterio sabe a dónde va. Las motivaciones son múltiples, y no siempre aparecen en un primer encuentro, pero siempre hay una cierta predisposición en quien se acerca a vuestro ‘lugar santo’. Lo hace con tiempo como turista, como persona con penuria económica, como peregrino que busca, como persona afligida… espera y sabe que vuestra acogida, vuestra escucha y vuestra palabra son como ‘al mismo Cristo que se acerca’.
Centros de evangelización: La evangelización parte y se fundamenta en el testimonio y anuncio de Cristo resucitado y vuestras comunidades son espacios privilegiados. En la era de la Nueva Evangelización los monasterios se pueden convertir en auténticos espacios de ‘primer anuncio’. Creo que es un ‘signo de los tiempos’ que merece reflexión y atención por parte de todos. Vuestra forma de vivir, vuestra alegría y esperanza cuestionan al hombre de hoy cómo es posible ser feliz ‘sin nada como propio’. En el encuentro con vosotras y vosotros comprueban que esa posibilidad es real y es la verdad de vuestra vida. Vuestro testimonio pasa de ser algo oculto a ser una invitación. Así ocurría en las primeras comunidades cristianas que vivían y anunciaban el kerygma.
Conocéis ya el programa de actividades del Año de la fe. Los encuentros arciprestales con comunidades contemplativas os ayudarán a participar de forma más directa en la dinámica pastoral que la Vicaría de Pastoral ha diseñado para el presente curso.
Conclusión
Junto al sepulcro del resucitado estaba también María, la Madre de Jesús. Benedicto XVI proponía a esta mujer de Nazaret como primer ejemplo de fe, que ha marcado el decurso de dos mil años de historia de salvación3. Ella acogió la palabra del Ángel y creyó en el anuncio de que sería Madre de Dios (Lc 1,38). Con fe saboreó los frutos de la resurrección de Jesús y, guardando los recuerdos de su corazón (Lc 2, 19.51), los transmitió a los Doce, reunidos con ella para recibir el Espíritu Santo (cf. Hc 1,14; 2, 1- 4). Esos mismos frutos de la fe son los que abundan en vuestras comunidades. A la vez que agradezco vuestra fidelidad, como la de ella, a la Palabra de Dios, os invito a que los comuniquéis a todos aquellos hombres de buena voluntad que se acerquen a vosotros y vosotras.
Con mi afecto sincero y mi bendición,
+ Francisco Gil Hellín Arzobispo de Burgos
Burgos, Solemnidad de la Epifanía 2013
Orientaciones pastorales para los monasterios de vida contemplativa en el Año de la Fe
El Año Litúrgico es el norte que orienta y da sentido a nuestro tiempo para reconocer en Él a Dios como regalo y alabarle en su epifanía. A la dinámica del Año Litúrgico añadimos ‘la alegría de nuestra fe y nuestro entusiasmo por comunicarla’. Con este objetivo de celebrar y comunicar nos situamos en el Año de la fe. A continuación recojo algunas propuestas pastorales que os pueden ayudar a hacer más prístino el resplandor del regalo de vuestra fe individual y comunitaria:
Acentuar la formación, teniendo presente el Catecismo de la Iglesia Católica y los Documentos del Concilio Vaticano II. En este sentido son muy valiosas las catequesis del Papa, pronunciadas cada miércoles desde el 17.10.12.
Profundizar en el estudio de vuestras Constituciones y en las diversas actualizaciones del carisma fundacional. Todo ello forma parte de vuestra tradición y os ayuda a descubrir vuestro ser eclesial, dentro de la ‘Iglesia de comunión’.
Potenciar los encuentros comunitarios para compartir la fe y la alegría con los miembros de la propia comunidad. El mejor estímulo es el que viene de dentro. Igualmente será útil compartir testimonios con otras comunidades de la diócesis a través de medios, como publicaciones, que permiten hacerlo con sencillez.
Acentuar y profundizar en el sentido expiatorio de la penitencia y su carácter de ‘búsqueda de Dios’. El penitente busca con mayor ahínco a Dios en su desierto particular, a la vez que encuentra al hermano sufriente en el silencio de su corazón. Que en vuestro corazón manso y beato estén las familias más necesitadas.
Crear cauces para mostrar la riqueza espiritual de la comunidad a las parroquias y movimientos del arciprestazgo: ofertar sesiones de lectio divina o lectura compartida del Evangelio; ofertar la celebración de la Liturgia de las Horas, acogiendo y preparando materiales adecuados para los fieles… Se puede comenzar invitando a los miembros de los consejos parroquiales o arciprestales o a miembros de grupos ya iniciados.
Cuidar con esmero la acogida en la recepción (porta coeli), en el locutorio, en la iglesia. Ofertar vuestro tiempo y vuestra escucha, vuestro acompañamiento espiritual o diálogos de fe para todas aquellas personas que se acercan a vosotros, especialmente los jóvenes.
Habilitar un espacio ad intra y ad extra como ‘Biblioteca de fe vivida’ con materiales sobre el Año de la Fe: libros, DVDs, evangelios… y momentos para compartir su lectura.
Seguir con atención las actividades de la Iglesia Universal y Local sobre el Año de la fe. Es importante que de alguna manera os hagáis presentes en el encuentro arciprestal con la vida contemplativa, que se ha programado.
Intensificar la oración por la Iglesia Local, por sus agentes de pastoral, por los misioneros, por las nuevas vocaciones… sin olvidar vuestra condición de ‘pulmón’ y de rostro del resucitado.
Compartir vuestra opción de vida pobre con los más afectados por la crisis económica, viviendo en la austeridad de lo necesario y participando en las campañas orientadas por Cáritas. Que ningún pobre marche de vuestra casa sin el rostro alegre.
Aprovechar la oportunidad de que vuestros monasterios son lugares de peregrinación. El peregrino camina hacia un lugar santo del que espera el testimonio del Dios vivo. Que encuentren en vosotros y vosotras al Dios del amor y del perdón. El turista busca alimentar su curiosidad. Que vuestra acogida sea ocasión para ‘el primer anuncio’ y puente para el encuentro con el Señor.
NOTAS
1.- Cf. Porta Fidei 1.
2.- Cf. Constituciones Sinodales nº 236
3.- Cf. Porta Fidei 13.

1/29/13


FALTÓ VINO EN LA FIESTA

Rachel Leemos Abdalla

El evangelio de las Bodas de Caná (Jo 2,1-11) trae nítidamente el ejemplo de la relación de amor entre hijo y madre, y viceversa, porque la Madre intercede por sus hijos junto a su Hijo que la escucha.
María al hablar con Jesús y comunicarle que falta vino en la fiesta de bodas, muestra en realidad su atención hacia las carencias de los hombres.
Ella fue la primera discípula y la más perfecta, abriendo el camino a todos aquellos que desean seguir a Jesús. La primera maestra de los discípulos... aquella que intercede por las necesidades de los hombres (1), enseñando la esperanza, la caridad y la confianza en Dios. Y movida por la compasión lleva a Jesús a revelarse y a dar inicio a sus milagros, para que todos conozcan al Mesías, el Hijo amado de Dios, y glorifiquen al Padre.
Todo sucedió porque ese día faltó vino, en esa fiesta, del mismo modo que está faltando amor en la vida y en las relaciones, en los hogares, en las cunas, en las gestaciones, entre los cónyuges. Ese sentimiento que hoy resulta tan banalizado, es la esencia del ser humano que fue generado por Aquel que es amor.
Todos necesitamos recibir amor, entretanto los niños necesitan que se les declarade este amor incondicional, esta dedicación sin igual, este sentimiento que acoge, para que crezcan y sean ejemplo y señal de humanidad, de solidaridad y de esperanza en el mundo.
Faltó vino en la fiesta, así como está faltando la presencia de los padres en la vida de los hijos y el respeto de los hijos hacia los padres.
Es necesario revalorizar la paternidad y maternidad responsable, que son compromisos sociales y cristianos de los padres con la sociedad ¡y principalmente con Dios!
Faltó vino en la fiesta así como falta la paciencia en la educación y la perseverancia en la práctica de las virtudes. Los hijos son el reflejo del comportamiento de los padres: se volvieron agresivos o pacíficos, bondadosos o indiferentes, de acuerdo a las vivencias que tienen cada día.
Faltó vino en la fiesta, así como falta la orientación de los padres para que sus hijos caminen junto con ellos de la mano de Jesús, dando ejemplo de fe y siendo espejos que reflejen los pasos que han que seguir.
En la familia, como en una iglesia doméstica, los padres deben, con la palabra y el ejemplo, ser para los hijos los primeros heraldos de la fe y favorecer la vocación propia de cada uno, especialmente la vocación sagrada.
Falto vino en la fiesta, así como falta en el mundo la fe en Jesucristo, entretanto en Caná, María aparece como quien cree en Jesús: su fe provoca el primer milagro, que contribuye a suscitar la fe de los discípulos. María es la discípula que nos lleva hasta Jesús y nos enseña a obedecerle, despertando la fe en los corazones.
¿Está faltando vino en nuestra casa? Es necesario ser como María, tener a Jesús a su lado y la confianza en que solamente Él puede transformar el agua (signo de humanidad) en vino (signo de una vida envuelta en la divinidad).
Los papás y los catequistas necesitan ser ejemplos y enseñar a los niños a realizar también su parte, llenando de agua las vasijas de la vida, ejercitando las virtudes y practicando actitudes cristianas, creyendo que Dios las acepta y las transforma en vino nuevo, o sea en amor, sentimiento que vuelve el mundo más humano, más justo y más fraterno.

1/28/13


SANTO TOMÁS DE AQUINO «DOCTOr angélico»

Isabel Orellana Vilches

De la familia de los condes de Aquino y de Teano, emparentada con reyes europeos, vino al mundo en el castillo de Roccasecca (Nápoles) hacia 1225. Fue el benjamín de doce hermanos. Precoz en su interés por Dios, sobre el que se preguntaba siendo muy pequeño «¿Qué és?» –cuestión a la que trataría de dar respuesta toda su vida–, se afanaba en el estudio y la oración. Excepcionalmente dotado para la investigación, pronto superó a sus egregios profesores universitarios en Nápoles, Pietro Martín y Petrus Hibernos, hecho que se reprodujo con Pedro de Irlanda. El predicador dominico fray Juan de San Giuliano terminó de despertar su vocación a la vida religiosa, y sin plantear esta opción a sus padres, tomó el hábito a sus 19 años. La condesa se apresuró a viajar a Nápoles para ver a su hijo, pero los dominicos ya le habían destinado a Roma anticipándose a un hecho que de antemano consideraron sería irremediable: que sus padres se llevarían al novicio con ellos.
La persecución familiar se puso en marcha. Y sus hermanos, aguerridos soldados al servicio del rey, lo mantuvieron a buen resguardo durante dos años urdiendo tretas diversas, algunas rocambolescas, para derrocar su voluntad de entrega a Dios. La madre se apiadó y fue abriendo la mano progresivamente: autorización de lecturas de textos eruditos y obras de piedad, además de las Sagradas Escrituras. Cuando le permitieron abandonar el encierro, su progresión intelectual dejó a todos admirados. Fue enviado a Roma, de allí a París, y luego a Colonia, donde tuvo como maestro a san Alberto Magno. En esta ciudad fue ordenado sacerdote. Mostraba una gran devoción por Cristo, en particular por la Cruz y también por la Eucaristía así como por la Virgen María. Se caracterizaba por su inocencia evangélica y espíritu religioso; era sencillo, cercano, fiel al carisma dominico. Su vida, breve, estuvo marcada por la oración, la predicación, la enseñanza y la escritura. La vida espiritual para él era fundamentalmente la caridad que culmina en oración y contemplación; ambas revierten en un aumento de la caridad. Pensaba, y así lo dejó escrito: que a Dios es mejor amarle que conocerle.
Se había propuesto buscar denodadamente la verdad con este lema: «contemplata aliis trajere», esto es,participar a otros el fruto de su reflexión. Hombre de extraordinaria inteligencia y memoria portentosa, siendo alumno se convirtió en profesor de filosofía y de teología. Primeramente, y por deseo de sus superiores, enseñó en París, y luego daría clases en Orvieto, Roma y Nápoles. Para él no existía el tiempo; se quedaba completamente enfrascado en el estudio. Sus escritos y discursos denotan su sabiduría y el grado de su hondura espiritual. Y es que el estudio era oración para él y la oración estudio. Antes de ejercitar la labor docente, discutir, estudiar o escribir, oraba, y muchas veces lo hacía envuelto en lágrimas. Dedicaba muchas horas a la oración, postrado de hinojos ante el crucifijo. Así brotaron muchas de sus obras. El  «doctor angélico» fue una persona devota que no dejó a nadie indiferente. Sus compañeros decían: «la ciencia de Tomás es muy grande, pero su piedad es más grande todavía. Pasa horas y horas rezando, y en la misa, después de la elevación, parece que estuviera en el paraíso. Y hasta se le llena el rostro de resplandores de vez en cuando mientras celebra la Eucaristía». Su obra máxima, la Summa Theologiae, de 14 tomos, es un ejemplo de síntesis y de claridad. Renunció a ser arzobispo de Nápoles en 1265, como deseaba Clemente IV, que aceptó su decisión. El pontífice le encargó que escribiera los himnos para la festividad del Cuerpo y Sangre de Cristo, y compuso el Pange lingua (Tantum ergo), Adoro te devote y otros bellísimos cantos dedicados a la Eucaristía. Después de haber escrito tratados hermosísimos acerca de Jesús en la Eucaristía, sintió Tomás que le decía en una visión: «Tomás, has hablado bien de Mí. ¿Qué quieres a cambio?». El santo le respondió: «Señor: lo único que yo quiero es amarte, amarte mucho, y agradarte cada vez más». Con frecuencia experimentaba raptos y éxtasis. En uno de ellos, el 6 de diciembre de 1273, mientras oficiaba la misa las revelaciones que recibió debieron tener tal altura, que abandonó la pluma para siempre: «No puedo hacer más. Se me han revelado tales secretos que todo lo que he escrito hasta ahora parece que no vale para nada». Murió el 7 de marzo de 1274 en el monasterio cisterciense de Fossanova, cuando partía hacia el concilio de Lyon. Fue canonizado por Juan XXII el 18 de julio de 1323. San Pío V lo proclamó doctor de la Iglesia el 11 de abril de 1567. León XIII lo designó patrón de las universidades y escuelas católicas el 4 de agosto de 1880.

1/27/13


JESÚS ES EL «HOY» DE LA SALVACIÓN EN LA HISTORIA

El Papa hoy durante el Ángelus

¡Queridos hermanos y hermanas!
La liturgia de hoy nos presenta, unidas en sí, dos piezas separadas del evangelio de Lucas. El primero (1,1-4) es el prólogo, dirigido a un tal “Teófilo”; ya que este nombre en griego significa "amigo de Dios", podemos ver en él a todo creyente que se abre a Dios y quiere conocer el evangelio. El segundo pasaje (4,14-21), nos presenta a Jesús que "con el poder del Espíritu", se presenta el sábado en la sinagoga de Nazaret. Como buen observante, el Señor no se excluye del ritmo litúrgico semanal y se une a la asamblea de sus conciudadanos en la oración y en la escucha de las Escrituras. El rito consiste en la lectura de un texto de la Torá o de los profetas, seguido de un comentario.
Ese día, Jesús se levantó a leer y encontró un pasaje del profeta Isaías, que comienza así: "El Espíritu de Jehová el Señor está sobre mí, / porque cuanto me ha ungido el Señor, / me ha enviado a anunciar la buena nueva a los pobres" (cf. 61,1-2). Orígenes comenta: "No es una coincidencia que al abrir el libro, halló el capítulo dedicado a la lectura que profetiza sobre él, ya que también esto fue obra de la providencia de Dios" (Homilías sobre el Evangelio de Lucas, 32, 3). Jesús, por cierto, terminada la lectura, en un silencio lleno de atención, dijo: "Esta Escritura que acaban de oir, se ha cumplido hoy" (Lc. 4,21). San Cirilo de Alejandría dice que el "hoy", que se encuentra entre la primera y la última venida de Cristo, está relacionado con la capacidad del creyente para escuchar y arrepentirse (cf. PG 69, 1241).
Pero, en el sentido aún más radical, el mismo Jesús es "el hoy" de la salvación en la historia, porque lleva a cumplimiento la plenitud de la redención. El término "hoy", muy querido por san Lucas (cf. 19,9; 23,43), nos lleva de nuevo al título cristológico preferido por el evangelista, es decir, "salvador" (sōtēr). Ya en los relatos de la infancia, está presente en las palabras del ángel a los pastores: "Les ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador; que es el Cristo Señor" (Lc. 2,11).
Queridos amigos, este pasaje nos interpela también "hoy" a nosotros. En primer lugar, nos hace pensar en nuestra forma de vivir el domingo: día de descanso y de la familia, pero ante todo un día para dedicar al Señor, participando en la Eucaristía, en la cual somos alimentados por el Cuerpo y la Sangre de Cristo y de su Palabra de vida. En segundo lugar, en este tiempo de dispersión y distracción, el evangelio nos invita a preguntarnos acerca de nuestra capacidad para escuchar. Antes de que podamos hablar de Dios y con Dios, se requiere escucharlo, y la liturgia de la Iglesia es la "escuela" de esta escucha del Señor que nos habla. Por último, nos dice que cada momento puede convertirse en un "hoy" propicio para nuestra conversión. Todos los días (kathēmeran) puede volverse salvíficos, porque la salvación es una historia que continúa para la Iglesia y para todos los discípulos de Cristo. Esto es el sentido cristiano del "carpe diem": ¡aprovechar el día en que Dios te llama para darte la salvación!
Que la Virgen María sea siempre nuestro modelo y nuestra guía en el saber reconocer y acoger, cada día de nuestra vida, la presencia de Dios, Salvador nuestro y de toda la humanidad.

LA LITURGIA DE LA IGLESIA ES COMO LA «ESCUELA» DEL SEÑOR QUE NOS HABLA

Jose Antonio Varela Vidal

Durante el Ángelus de hoy, el papa estuvo acompañado por los niños de la Acción Católica de la diócesis de Roma quienes concluyeron con la "Caravana de la Paz", un mes dedicado en enero a reflexionar sobre la paz.
Al final de la oración, un niño y una niña, pertenecientes a dos diferentes parroquias de Roma, invitados al departamento pontificio, leyeron un mensaje en nombre de la Acción Católica de Roma y liberaron con Bened5cto XVI dos palomas desde la ventana, símbolo de la paz.
En su meditación el santo padre recordó el pasaje del evangelio de Lucas que presenta a Jesús que "con el poder del Espíritu", se presenta el sábado en la sinagoga de Nazaret. Es así que, como buen observante, “el Señor no se excluye del ritmo litúrgico semanal y se une a la asamblea de sus conciudadanos en la oración y en la escucha de las Escrituras”, anotó.
Ese día –comentó--, “Jesús se levantó a leer y encontró un pasaje del profeta Isaías, que comienza así: "El Espíritu del Señor está sobre mí, / porque cuanto me ha ungido el Señor, / me ha enviado a anunciar la buena nueva a los pobres" (cf. 61,1-2). Se detuvo por tanto a explicar que el mismo Jesús “es "el hoy" de la salvación en la historia, porque lleva a cumplimiento la plenitud de la redención”.
El "hoy" del creyente
El Catequista universal quiso interpelar también "hoy" a los presentes, sobre todo en la forma de vivir el domingo: “día de descanso y de la familia, pero ante todo un día para dedicar al Señor, participando en la Eucaristía, en la cual somos alimentados por el Cuerpo y la Sangre de Cristo y de su Palabra de vida”
Por otra parte, preguntó “acerca de nuestra capacidad para escuchar (porque) antes de que podamos hablar de Dios y con Dios, se requiere escucharlo”. Quiso entonces presentar a la liturgia de la Iglesia “como la "escuela" de esta escucha del Señor que nos habla”.
Otra relación que le dio el papa a la palabra “hoy”, tan querida y repetida por Lucas en su evangelio, es que “cada momento puede convertirse en un "hoy" propicio para nuestra conversión”. Porque para Benedicto XVI, “todos los días (kathēmeran) puede volverse salvíficos, porque la salvación es una historia que continúa para la Iglesia y para todos los discípulos de Cristo”.
Invocó la protección de la Virgen María, a fin de que sea para los cristianos “modelo y guía en el saber reconocer y acoger, cada día de nuestra vida, la presencia de Dios, Salvador nuestro y de toda la humanidad”.
Se puede leer el texto completo de las palabras del papa en: www.zenit.org/article-44289?l=spanish
Llamado del papa
Este domingo se conmemoran también tres importantes actos a nivel mundial, sobre los que el papa se refirió con las siguientes palabras:
“Hoy es el "Día de la Memoria", en recuerdo del Holocausto de las víctimas del nazismo. La memoria de esta terrible tragedia, que golpeó con tanta fuerza sobre todo al pueblo judío, debe ser un recuerdo constante a fin de que no se repitan los horrores del pasado, se superen todas las formas de odio y de racismo y se promuevan el respeto y la dignidad de la persona humana”.
En referencia a la Jornada de Lucha contra la lepra, dijo:
“Hoy se celebra también la sexagésima Jornada Mundial de lucha contra la Lepra. Expreso mi cercanía a las personas que sufren de esta enfermedad y animo a los investigadores, a los operadores sanitarios y a los voluntarios, en particular los que forman parte de las organizaciones católicas y a la asociación Amigos de Raoul Follereau. Invoco para todos el apoyo espiritual de san Damián de Veuster y de santa Marianna Cope, quienes dieron su vida por los enfermos de lepra”.
Finalmente, hizo referencia a la oración que une a todos a favor de la tierra de Jesús:
“Este domingo también es un día especial de intercesión por la paz en Tierra Santa. Doy las gracias a quienes la promueven en muchas partes del mundo y saludo en particular a los aquí presentes”.
Saludos en español
Ante la presencia de fieles provenientes de países de habla hispana, Benedicto XVI les dirigió un saludo especial:
“Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, en particular a los fieles de la parroquia de la Epifanía del Señor, de Valencia, así como a los alumnos del Instituto Meléndez Valdés, de Villafranca de los Barros, y Pedro Mercedes, de Cuenca.
En el evangelio de este domingo resuena la llamada de Jesús a convertirnos y a creer, porque está cerca el Reino de Dios. También este Año de la fe, que estamos celebrando, es una invitación a una profunda conversión al Señor, único Salvador del mundo. Que la intercesión de la Virgen María nos conceda redescubrir la alegría de la fe y el gozo de transmitirla a los demás. Feliz domingo.”

1/26/13


REDES SOCIALES: PORTALES DE VERDAD Y DE FE; NUEVOS ESPACIOS PARA LA EVANGELIZACIÓN

Mensaje del Papa para la 47 Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales

Queridos hermanos y hermanas:
Ante la proximidad de la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales de 2013, deseo proponeros algunas reflexiones acerca de una realidad cada vez más importante, y que tiene que ver con el modo en el que las personas se comunican hoy entre sí. Quisiera detenerme a considerar el desarrollo de las redes sociales digitales, que están contribuyendo a que surja una nueva «ágora», una plaza pública y abierta en la que las personas comparten ideas, informaciones, opiniones, y donde, además, nacen nuevas relaciones y formas de comunidad.
Estos espacios, cuando se valorizan bien y de manera equilibrada, favorecen formas de diálogo y de debate que, llevadas a cabo con respeto, salvaguarda de la intimidad, responsabilidad e interés por la verdad, pueden reforzar los lazos de unidad entre las personas y promover eficazmente la armonía de la familia humana. El intercambio de información puede convertirse en verdadera comunicación, los contactos pueden transformarse en amistad, las conexiones pueden facilitar la comunión. Si las redes sociales están llamadas a actualizar esta gran potencialidad, las personas que participan en ellas deben esforzarse por ser auténticas, porque en estos espacios no se comparten tan solo ideas e informaciones, sino que, en última instancia, son ellas mismas el objeto de la comunicación.
El desarrollo de las redes sociales requiere un compromiso: las personas se sienten implicadas cuando han de construir relaciones y encontrar amistades, cuando buscan respuestas a sus preguntas, o se divierten, pero también cuando se sienten estimuladas intelectualmente y comparten competencias y conocimientos. Las redes se convierten así, cada vez más, en parte del tejido de la sociedad, en cuanto que unen a las personas en virtud de estas necesidades fundamentales. Las redes sociales se alimentan, por tanto, de aspiraciones radicadas en el corazón del hombre.
La cultura de las redes sociales y los cambios en las formas y los estilos de la comunicación suponen todo un desafío para quienes desean hablar de verdad y de valores. A menudo, como sucede también con otros medios de comunicación social, el significado y la eficacia de las diferentes formas de expresión parecen determinados más por su popularidad que por su importancia y validez intrínsecas. La popularidad, a su vez, depende a menudo más de la fama o de estrategias persuasivas que de la lógica de la argumentación. A veces, la voz discreta de la razón se ve sofocada por el ruido de tanta información y no consigue despertar la atención, que se reserva en cambio a quienes se expresan de manera más persuasiva. Los medios de comunicación social necesitan, por tanto, del compromiso de todos aquellos que son conscientes del valor del diálogo, del debate razonado, de la argumentación lógica; de personas que tratan de cultivar formas de discurso y de expresión que apelan a las más nobles aspiraciones de quien está implicado en el proceso comunicativo. El diálogo y el debate pueden florecer y crecer asimismo cuando se conversa y se toma en serio a quienes sostienen ideas distintas de las nuestras. «Teniendo en cuenta la diversidad cultural, es preciso lograr que las personas no sólo acepten la existencia de la cultura del otro, sino que aspiren también a enriquecerse con ella y a ofrecerle lo que se tiene de bueno, de verdadero y de bello» (Discurso para el Encuentro con el mundo de la cultura, Belém, Lisboa, 12 mayo 2010).
Las redes sociales deben afrontar el desafío de ser verdaderamente inclusivas: de este modo, se beneficiarán de la plena participación de los creyentes que desean compartir el Mensaje de Jesús y los valores de la dignidad humana que promueven sus enseñanzas. En efecto, los creyentes advierten de modo cada vez más claro que si la Buena Noticia no se da a conocer también en el ambiente digital podría quedar fuera del ámbito de la experiencia de muchas personas para las que este espacio existencial es importante. El ambiente digital no es un mundo paralelo o puramente virtual, sino que forma parte de la realidad cotidiana de muchos, especialmente de los más jóvenes. Las redes sociales son el fruto de la interacción humana pero, a su vez, dan nueva forma a las dinámicas de la comunicación que crea relaciones; por tanto, una comprensión atenta de este ambiente es el prerrequisito para una presencia significativa dentro del mismo.
La capacidad de utilizar los nuevos lenguajes es necesaria no tanto para estar al paso con los tiempos, sino precisamente para permitir que la infinita riqueza del Evangelio encuentre formas de expresión que puedan alcanzar las mentes y los corazones de todos. En el ambiente digital, la palabra escrita se encuentra con frecuencia acompañada de imágenes y sonidos. Una comunicación eficaz, como las parábolas de Jesús, ha de estimular la imaginación y la sensibilidad afectiva de aquéllos a quienes queremos invitar a un encuentro con el misterio del amor de Dios. Por lo demás, sabemos que la tradición cristiana ha sido siempre rica en signos y símbolos: pienso, por ejemplo, en la cruz, los iconos, el belén, las imágenes de la Virgen María, los vitrales y las pinturas de las iglesias. Una parte sustancial del patrimonio artístico de la humanidad ha sido realizada por artistas y músicos que han intentado expresar las verdades de la fe.
En las redes sociales se pone de manifiesto la autenticidad de los creyentes cuando comparten la fuente profunda de su esperanza y de su alegría: la fe en el Dios rico de misericordia y de amor, revelado en Jesucristo. Este compartir consiste no solo en la expresión explícita de la fe, sino también en el testimonio, es decir, «en el modo de comunicar preferencias, opciones y juicios que sean profundamente concordes con el Evangelio, incluso cuando no se hable explícitamente de él». (Mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales 2011). Una forma especialmente significativa de dar testimonio es la voluntad de donarse a los demás mediante la disponibilidad para responder pacientemente y con respeto a sus preguntas y sus dudas en el camino de búsqueda de la verdad y del sentido de la existencia humana. La presencia en las redes sociales del diálogo sobre la fe y el creer confirma la relevancia de la religión en el debate público y social.
Para quienes han acogido con corazón abierto el don de la fe, la respuesta radical a las preguntas del hombre sobre el amor, la verdad y el significado de la vida -que están presentes en las redes sociales- se encuentra en la persona de Jesucristo. Es natural que quien tiene fe desee compartirla, con respeto y sensibilidad, con las personas que encuentra en el ambiente digital. Pero en definitiva los buenos frutos que el compartir el Evangelio puede dar, se deben más a la capacidad de la Palabra de Dios de tocar los corazones, que a cualquier esfuerzo nuestro. La confianza en el poder de la acción de Dios debe ser superior a la seguridad que depositemos en el uso de los medios humanos. También en el ambiente digital, en el que con facilidad se alzan voces con tonos demasiado fuertes y conflictivos, y donde a veces se corre el riesgo de que prevalezca el sensacionalismo, estamos llamados a un atento discernimiento. Y recordemos, a este respecto, que Elías reconoció la voz de Dios no en el viento fuerte e impetuoso, ni en el terremoto o en el fuego, sino en el «susurro de una brisa suave» (1R 19,11-12). Confiemos en que los deseos fundamentales del hombre de amar y ser amado, de encontrar significado y verdad –que Dios mismo ha colocado en el corazón del ser humano- hagan que los hombres y mujeres de nuestro tiempo estén siempre abiertos a lo que el beato cardenal Newman llamaba la «luz amable» de la fe.
Las redes sociales, además de instrumento de evangelización, pueden ser un factor de desarrollo humano. Por ejemplo, en algunos contextos geográficos y culturales en los que los cristianos se sienten aislados, las redes sociales permiten fortalecer el sentido de su efectiva unidad con la comunidad universal de los creyentes. Las redes ofrecen la posibilidad de compartir fácilmente los recursos espirituales y litúrgicos, y hacen que las personas puedan rezar con un renovado sentido de cercanía con quienes profesan su misma fe. La implicación auténtica e interactiva con las cuestiones y las dudas de quienes están lejos de la fe nos debe hacer sentir la necesidad de alimentar con la oración y la reflexión nuestra fe en la presencia de Dios, y también nuestra caridad activa: «Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo caridad, soy como bronce que suena o címbalo que retiñe» (1 Co 13,1).
Existen redes sociales que, en el ambiente digital, ofrecen al hombre de hoy ocasiones para orar, meditar y compartir la Palabra de Dios. Pero estas redes pueden asimismo abrir las puertas a otras dimensiones de la fe. De hecho, muchas personas están descubriendo, precisamente gracias a un contacto que comenzó en la red, la importancia del encuentro directo, de la experiencia de comunidad o también de peregrinación, elementos que son importantes en el camino de fe. Tratando de hacer presente el Evangelio en el ambiente digital, podemos invitar a las personas a vivir encuentros de oración o celebraciones litúrgicas en lugares concretos como iglesias o capillas. Debe de haber coherencia y unidad en la expresión de nuestra fe y en nuestro testimonio del Evangelio dentro de la realidad en la que estamos llamados a vivir, tanto si se trata de la realidad física como de la digital. Ante los demás, estamos llamados a dar a conocer el amor de Dios, hasta los más remotos confines de la tierra.
Rezo para que el Espíritu de Dios os acompañe y os ilumine siempre, y al mismo tiempo os bendigo de corazón para que podáis ser verdaderamente mensajeros y testigos del Evangelio. «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación» (Mc 16,15).
Vaticano, 24 de enero de 2013, fiesta de san Francisco de Sales
BENEDICTUS PP. XVI

1/25/13


EN CRISTO, LA LEY SE CUMPLE PERFECTAMENTE Y, AÚN MÁS, SE SUPERA

Redacción Zenit.org  (III Domingo Tiempo Ordinario C)

“Todo el pueblo lloraba mientras escuchaba las palabras de la ley” (Ne 8,9). Todo el pueblo de Israel, escuchando las palabras de la ley, ¡llora! Llora de conmoción y llora de dolor. En uno y otro caso, el llanto es saludable, es don de Dios, que riega la dureza de los corazones y los abre a la obra de su amor.
«Todo el pueblo, escuchando las palabras de la ley, lloraba»! ¿Por qué?¿Por qué, escuchando esas palabras, el pueblo se conmovía tanto que, como hemos escuchado, Esdrás y Nehemías, guías del pueblo, deben recomendarle que no lloren y que no hagan luto?
Porque escuchando esas palabras, los corazones se sentían arrebatados por la alegría y, al mismo tiempo, por el dolor.
Sobre todo, Israel llora de alegría. Sí, el pueblo llora de alagría escuchando esas palabras, porque la ley, es decir, la voluntad que Dios había querido revelar a la nación que había elegido, representa el signo más grande de la proximidad y de la predilección de Dios. Una proximidad y una predilección que hunde sus raíces no en una preeminencia geográfica, militar o económica de Israel frente a las otras naciones –el pueblo, en efecto, había retornado hacía poco del exilio de Babilonia, durante el cual había experimentado toda la fragilidad y el peso de su pecado- sino solo en la soberana voluntad de Dios, cuya Providencia había reunido a Israel en la tierra prometida para prestarle atención a su palabra. El pueblo, por esto, llora conmovido, porque Dios es fiel a sus promesas y no se ha alejado, ni siquiera por el pecado.
En segundo lugar, el pueblo llora de dolor. ¿Por qué? Porque la lectura del libro de la ley le recuerda de qué dignidad ha caído y qué grande es su infidelidad, una infidelidad hecha de numerosas traiciones, una infidelidad que parece ineluctable, invencible. Una infidelidad que sólo la fuerza de aquel amor fuerte, incansable, obstinado de Dios podrá borrar.
El libro de la ley es un libro de bendición, porque revela la cercanía de Dios, pero también es un libro de maldición, porque a la luz de la ley, todo el mundo se reconoce culpable ante Dios (cfr.Rm 3,19).
Esta doble dimensión de la ley, que bendice y maldice al mismo tiempo, que habla del amor y el cuidado de Dios por el hombre y de la culpabilidad del hombre, que no corresponde al amor de Dios, perdura en la historia hasta que sucede un hecho nuevo, hasta que ocurre un acontecmiento del que habla San Lucas en la página del Evangelio que hemos escuchado: «Ya que muchos han intentado poner en orden la narración de las cosas que se han cumplido entre nosotros, conforme nos las transmitieron quienes desde el principio fueron testigos oculares y ministros de la palabra, me pareció también a mí, después de haberme informado con exactitud de todo desde los comienzos, escribírtelo de forma ordenada » (Lc 1,1-4).
¿De qué acontecimiento se trata? ¿Qué se nos ha transmitido por medio de los que fueron testigos oculares? ¿Qué ha sucedido?
Queridos hermanos y hermanas, lo que ha sucedido es la Misericordia de Dios hecha carne. Ha sucedido que el Hijo de Dios ha “nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a aquellos que estaban bajo la ley (Gal 4,4) Nos ha sucedido que Jesucristo fue crucificado, muerto y resucitó. Él, aquí como en la sinagoga de Nazaret, nos dice: “Hoy –es decir, ahora, mientras me están mirando; “hoy”, es decir, en mí, en mi persona, en mi carne- se ha cumplido la Escritura que habéis escuchado”.
Es en Cristo, verdadero hombre y verdadero Dios, que la ley encuentra su perfecto cumplimiento; es en su carne, que la voluntad del hombre se adhiere perfecta y definitivamente a la voluntad de Dios; es en su carne que, por el Misterio de la Encarnación, se nos da la comunión del hombre con Dios y es siempre en Él que esta comunión se cumple en la obediencia perfecta “hasta la muerte y muerte de cruz” (Fil 2,8).
En Cristo, la ley se cumple perfectamente y, aún más, se supera. Al hombre ya no se le pide solamente un amor “creatural”, humano; al hombre Dios le pide ahora un amor divino, el amor eterno del Hijo por el Padre, en el cual Cristo nos ha introducido, abriéndonos su corazón, dándonos su Espíritu en el Bautismo y haciéndonos miembros de su Cuerpo.
Nuestra ley, ahora, es Él, el mismo Cristo, ley de gracia, ley escrita en nuestros corazones con el fuego del Espíritu, ley viva que, mientras nos comunica el amor de Dios, por pura misericordia nos hace también capaces de amarlo porque “cada uno es un miembro de él” (1Cor 12,27).
Pidamos a María Santísima, icono perfecto de este Cuerpo, que ilumine los ojos de nuestra mente, que nos muestre a cada uno la inaudita proximidad del Misterio hecho hombre en su vientre y que acoja siempre más la comunión viva con Cristo, para abrazar, con completa gratitud, el puesto que Él nos ha asignado en la Iglesia y, desde él, servirlo con todo el corazón. Amén.


PREDICACIÓN SAGRADA

Antonio Rivero

Queridos amigos sacerdotes: Agradezco a Zenit la oportunidad de colaborar con un grano de arena en la formación sacerdotal en este campo de la Predicación Sagrada, tan importante hoy día.
Hoy iniciamos este curso que con alegría y placer quiero compartirles, fruto de mi formación, primero como profesor de oratoria durante más de 30 años, y después, con la experiencia que Dios me ha concedido durante estos 26 años de sacerdote yendo por estos mundos de Dios predicando, llevando y explicando la Palabra de Dios. Todos los años tengo la gracia de predicar al mundo latino de los Estados Unidos. También Colombia, Venezuela, Bolivia y Perú, además de Brasil, han podido oír mi voz.
Y para ser más claro en esta presentación de mi curso, les dejo unos puntos para que queden grabados en el gran tesoro de la memoria:
Toda nuestra vida como sacerdotes será predicar.
Hay varias formas de predicar: la oración, el sacrificio, el testimonio personal, el ministerio de los sacramentos y el ministerio propiamente dicho de la predicación sagrada.
La predicación sagrada u oratoria sagrada no es una técnica para vender nuestra “mercancía” de Dios. Esto sería una especie de profanación de la Palabra de Dios. Así hacen algunas sectas protestantes que se preparan en los resortes psicológicos de la oratoria para ganar adeptos y sacar dinero. Esto no se debe dar entre nosotros, ministros y predicadores de los Misterios de Dios.
Nadie quiere tener un auditorio dormido, bostezando, disgustado…a la hora de la predicación. Queremos un auditorio que disfrute y esté bien dispuesto para nuestra predicación. Para esto, hay que saber predicar bien. No sólo predicar. Se trata de predicar bien, pues no siempre tendremos gente que por caridad nos soporta, nos aguanta y nada nos dice sobre nuestra predicación.
Les ofrezco este curso de Predicación Sagrada fruto de mi experiencia como predicador durante mis 26 años de ministerio sacerdotal. Doce de esos años, prediqué diariamente en la parroquia de Buenos Aires; además de dar charlas, triduos, retiros y ejercicios espirituales que ofrecía a hombres y mujeres.
Son consejos que a mí me han ayudado. Ojalá que también a ustedes les ayuden, queridos sacerdotes.
Introducción general
I. Primero unos presupuestos:
Ser consciente de que somos ministros de la Palabra desde el bautismo, y después se agrava esta responsabilidad y tarea el día de nuestra ordenación sacerdotal. Por eso debemos leerla, meditarla, rumiarla durante toda nuestra vida. Debemos hacerla propia, revestirnos de esa Palabra, encarnarla en nuestra vida. Sólo así la transmitiremos fielmente, sin cortes, sin menguas, sin oscurecerla ni rebajarla.
Ser consciente de que es Dios quien convierte a las almas, no nosotros. Pero Él se sirve de nosotros como canales, altavoces, acueductos y ministros de su Palabra para iluminar las mentes, caldear los corazones y mover las voluntades para que amen a Dios y cumplan sus mandamientos. Por eso, debemos estar bien preparados en este campo de la predicación de la Palabra. Todos nuestros estudios humanísticos, filosóficos, teológicos, pedagógicos…tienen como término final nuestra predicación, sea escrita (libros, artículos…), sea oral (homilías, retiros, congresos, charlas…). Estudiamos para estar mejor preparados a la hora de nuestra predicación sagrada, no por prurito de vanidad, sino porque esa Palabra de Dios merece ser tratada y anunciada con dignidad, claridad y unción.
Ser consciente de que la Palabra de Dios está destinada a germinar, a crecer y a dar fruto en el alma de los hombres. Por sí misma, la Palabra tiene toda la potencia de entrar en el corazón del hombre y convertirle. ¿Entonces dónde está el fallo? Una de dos: o en el que predica, que no lo sabe hacer, o en el campo –el alma- que recibe esa Palabra predicada. Que al menos no sea por nuestra culpa como predicadores sagrados. Si el corazón de los hombres se cierra como nos narra Cristo en la parábola del sembrador por culpa de las piedras, de las espinas, de la superficialidad (cf. Mateo 13: parábola del sembrador)…ahí está el desafío de un buen predicador: ayudar a que esas almas se abran a la Palabra. ¿Y qué recurso tiene además de la oración y el sacrificio? ¡La predicación bien preparada, incisiva, respetuosa, profunda, clara, motivadora y bien pronunciada!
II. Después, unos consejos prácticos:
Conocer el auditorio, es decir, las almas a las que vamos a predicar. Conocer la idiosincracia de esas personas, sus cualidades, sus debilidades, sus problemas, su modo de ser. A eso la Iglesia llama “inculturación”. No es lo mismo el español que el brasileño; ni el francés que el norteamericano, el alemán que el africano…Hay que hablar con el lenguaje de las almas, hacernos todo a todos para ganarlos para Cristo, como san Pablo (cf. 1 Co 9, 20-22). No podemos ir a Latinoamérica con categorías europeas. ¡Simplemente no nos entenderán! O peor, ¡nos rechazarán! “Mañana te oiremos”.
Preparar bien cada predicaciónsin improvisar, dejándolo todo para última hora. La predicación no es algo que hagamos a título personal. ¡No! Lo hacemos en nombre de la Iglesia. Es la Iglesia quien en ese momento explica la Palabra de Dios, a través del predicador sagrado. Por tanto, preparar la predicación desde la oración personal. Pero también leyendo comentarios de Papas, de autores espirituales bien sólidos y probados, acerca de esos textos litúrgicos o sobre ese tema del que predicaremos. Los mejores comentarios que existen a los evangelios son LOS SANTOS PADRES. Tenemos que leerlos mucho y siempre. Son siempre actuales. Son un auténtico tesoro por descubrir todavía. Ejemplo de esto es el Papa Benedicto XVI. Por eso son tan profundas sus predicaciones, al tiempo que tan sencillas.
Ser ordenado y estructurado en las ideas de la predicación: hoy debemos dar solamenteuna idea en la homilía o en la plática, y desarrollar esa idea en dos o tres aspectos. Pero solamente una idea. Sólo así el oyente saldrá con una idea bien aprendida y tratará de vivirla en su día a día. De las tres lecturas dominicales se puede sacar perfectamente una sola idea, desarrollada en dos o tres aspectos. P.e. una homilía con la liturgia de un domingo: Dios nos invita a la conversión (única idea, sacada del evangelio); esa conversión supone reconocernos pecadores (primer aspecto de esa única idea, sacada tal vez de la primera lectura dominical o del salmo responsorial); esa conversión traerá como efecto la paz interior y la reconciliación con Dios (segundo aspecto de esa única idea, sacada tal vez de la segunda lectura dominical). Y ambos aspectos deben estar apoyados en los textos litúrgicos leídos. ¡Una sola idea! Quien habla de muchas ideas lo único que hace es dispersar al oyente y no saldrá con nada claro ni concreto. Quien dice muchas ideas está manifestando que no preparó a fondo la predicación.
Ser ingenioso a la hora de exponer la idea: esa idea tiene que estar presentada con alguna metáfora, imagen, novedad, un hecho o anécdota…Sólo así se graba más fácilmente en el alma del oyente, pues sonará a novedad y originalidad. En esto el cardenal vietnamita Van Thuan, que en paz descanse, era modelo. No ser aburridos con ideas ya trilladas y sin mordiente. Hay que ser atractivos. Esto no se logra con excentricidades ni con cuentitos ni haciendo reír, ¡no! Esto se logra habiendo meditado mucho y con profundidad en la Palabra de Dios. Y observando mucho el devenir humano.
Distinguir el modelo de predicación que se me pide y el lugar donde se da la predicación: primero, distinguir qué clase de predicación debemos dar, pues una cosa es predicar una homilía que una reflexión en una hora santa con Cristo Eucaristía ahí expuesto; distinta es una charla abierta en un auditorio que una meditación en un retiro; una cosa es predicar una conferencia a jóvenes y otra predicar a adultos o a niños o a sacerdotes. Y el lugar: porque una cosa es predicar en la capilla, otra cosa es predicar en un salón de estar o en un estadio o en una fábrica. Todo esto hay que tenerlo en cuenta a la hora de predicar.
Ser siempre expresivo: sin forzar el temperamento propio, sin querer ser el otro que es tal vez más apasionado y dinámico…pero hay que ser expresivo. Recordemos los tres elementosde toda predicación: fondo de ideas, forma concreta de esas ideas y expresión (ritmo y temperatura oratoria) de esas ideas. Hay que conjugar los tres elementos para que la predicación sea perfecta. Todo nuestro ser debe ser expresivo: voz, gestos, manos, cuerpo, ojos, sentimientos, emociones, silencio, interpelación y preguntas directas…No debemos ser acartonados, ni tener miedo ni hablar con voz apagada o monótona, o en abstracto o sin mirar al auditorio. Así se duerme la gente. Así odiarán las predicaciones, en vez de gozar de la predicación sagrada. Fides ex auditu, nos dice san Pablo, “la fe entra por el oído” (Rm 10, 17) .
Predicar a todo hombre y a todo el hombreA todo hombre: al niño, al joven, al adulto, al anciano, al enfermo, al que sufre, al ignorante y al sencillo, al complicado y cuestionador…Y a todo el hombre: inteligencia, sentimientos, afectos, corazón, voluntad… Y la Palabra de Dios predicada tiene que “tocar” la existencia humana en todos los campos: personal, familiar, laboral, profesional, religioso... Por eso, el predicador tratará de aplicar esa Palabra de Dios y“hacerla caminar” por los vericuetos de la vida del oyente. El oyente durante la predicación debería decir: “¡Justo!, eso es lo que yo necesito, me viene a cuento lo que dice este predicador”. Es así cómo el oyente se dejará transformar por esa Palabra de Dios que el predicador supo bajar a la vida de ellos en concreto. Y de seguro que tendremos a esa persona en todas nuestras predicaciones porque nos entiende y entiende que la Palabra de Dios explicada es muy actual para su vida, y no algo del pasado o de museo.
Ser sencillo, respetuoso y positivo al predicar: no insistas tanto en lo que está mal. Presenta mucho más el bien que necesariamente atrae. No estamos en el siglo de cierta apologética agresiva, inflexible, estricta y un tanto altanera. Hoy hay que ganarnos a la gente con la bondad, con la sencillez, con el encanto y la gota de miel. Esto no significa que no digamos la verdad. Hay que presentarla, pero con bondad y respeto, para que atraiga. Cuando haya que decir algo fuerte, duro y negativo (p.e. los que viven juntos o divorciados y casados en segundas nupcias no pueden ni deben comulgar, etc…), hay que decirlo en tercera persona y nunca interpelar a la persona en cuestión. No decir: “Tú que estás juntado…no debes comulgar”. Sería muy ofensivo. Decir mejor: “Quien se encuentra en esa situación no debería acercarse a la comunión por estas razones…”. Y cuando es algo positivo, entonces sí, interpelar en segunda persona: “¡Qué bueno que fuiste generoso y fiel! Dios lo será también contigo”.
Sentir con la Iglesia en todo aquello que proponga para ese año: si es el año sacerdotal, no debería haber ninguna predicación durante el año sin hacer alguna mención a esa circunstancia…si es el año paulino, lo mismo. O el año dedicado a Jesucristo (1997), o al Espíritu Santo (1998), o a Dios Padre (1999), o el año de la Eucaristía (2000). O el año de la fe, en el que ahora estamos. No se puede ir en paralelo con la Iglesia. Los triduos de ese año y los ejercicios espirituales y los retiros, las homilías deberían estar enfocados y marcados por esa circunstancia eclesial. Esto es parte del “sentire cum Ecclesia”. Debemos ir al paso de la Iglesia. También en esto.
Sacar con frecuencia en las predicaciones aspectos y virtudes de los santos: los santos son hermanos nuestros que ya consiguieron lo que nosotros estamos buscando: la santidad de vida. Ellos nos dan ejemplo y nos dicen qué aspectos hay que practicar para agradar a Dios, crecer en las virtudes y alcanzar la salvación eterna, que es la gracia de las gracias. ¡Cuánto edifican las anécdotas de los santos! Cómprate libros de santos y léelos. Y así podrás poner en las predicaciones ejemplos maravillosos y edificantes de los santos en los temas que estás tratando en tu predicación.
Conclusión: Espero que estos consejos les sirvan para que su predicación sea cada día de calidad, para la gloria de Dios y la salvación de las almas. Esto es lo que a mí me ha ayudado. No sé si ayudará a todos, pues todos somos distintos.