11/30/15

"La violencia desfigura el rostro de Dios"

El papa Francisco ha visitado la mezquita de Bangui, capital de República Centroafricana, este lunes, por la mañana, en último día de su viaje apostólico a África. Poco antes de llegar se detuvo en una escuela en la que saludó a algunos niños.
Una vez en la mezquita, el Papa dijo: "Cristianos y musulmanes somos hermanos. Tenemos que considerarnos así, comportarnos como tales". Y precisó que los últimos sucesos y la violencia que ha golpeado el país no "tuvo un fundamento precisamente religioso", porque la violencia  "desfigura el Rostro de Dios". Dios es paz, recordó. 
El Santo Padre agradeció los numerosos gestos de solidaridad que cristianos y musulmanes han tenido hacia sus compatriotas de otras confesiones religiosas. E indicó que confía "en que las próximas consultas nacionales den al país unos representantes que sepan unir a los centroafricanos, convirtiéndose en símbolos de la unidad de la nación".
Texto del discurso del papa Francisco
"Queridos hermanos, representantes y creyentes musulmanes:
Es para mí una gran alegría estar con ustedes y expresarles mi gratitud por su afectuosa bienvenida. Agradezco particularmente al Imán Tidiani Moussa Naibi sus palabras de bienvenida. Mi visita pastoral a la República Centroafricana no estaría completa sin este encuentro con la comunidad musulmana.
Cristianos y musulmanes somos hermanos. Tenemos que considerarnos así, comportarnos como tales. Sabemos bien que los últimos sucesos y la violencia que ha golpeado su país no tenía un fundamento precisamente religioso. Quien dice que cree en Dios ha de ser también un hombre o una mujer de paz. Cristianos, musulmanes y seguidores de las religiones tradicionales, han vivido juntos pacíficamente durante muchos años. Tenemos que permanecer unidos para que cese toda acción que, venga de donde venga, desfigura el Rostro de Dios y, en el fondo, tiene como objetivo la defensa a ultranza de intereses particulares, en perjuicio del bien común. Juntos digamos «no» al odio, a la venganza, a la violencia, en particular a la que se comete en nombre de una religión o de Dios. Dios es paz, salam.
En estos tiempos dramáticos, las autoridades religiosas cristianas y musulmanes han querido estar a la altura de los desafíos del momento. Han desempeñado un papel importante para restablecer la armonía y la fraternidad entre todos. Quisiera expresarles mi gratitud y mi estima. Podemos recordar también los numerosos gestos de solidaridad que cristianos y musulmanes han tenido hacia sus compatriotas de otras confesiones religiosas, acogiéndolos y defendiéndolos durante la última crisis en su país, pero también en otras partes del mundo.
Confiamos en que las próximas consultas nacionales den al país unos Representantes que sepan unir a los centroafricanos, convirtiéndose en símbolos de la unidad de la nación, más que en representantes de una facción. Los animo vivamente a trabajar para que su país sea una casa acogedora para todos sus hijos, sin distinción de etnia, adscripción política o confesión religiosa. La República Centroafricana, situada en el corazón de África, gracias a la colaboración de todos sus hijos, podrá dar entonces un impulso en esta línea a todo el continente. Podrá influir positivamente y ayudar a apagar los focos de tensión todavía activos y que impiden a los africanos beneficiarse de ese desarrollo que merecen y al que tienen derecho.
Queridos amigos, los invito a rezar y a trabajar en favor de la reconciliación, la fraternidad y la solidaridad entre todos, teniendo presente a las personas que más han sufrido por estos sucesos.
Que Dios los bendiga y los proteja". 


El Papa pide a los cristianos centroafricanos ser artífices de la renovación humana y espiritual del país

Rocío Lancho García



“Ustedes, queridos centroafricanos, deben mirar sobre todo al futuro y, apoyándose en el camino ya recorrido, decidirse con determinación a abrir una nueva etapa en la historia cristiana de su País, a lanzarse hacia nuevos horizontes, a ir mar adentro, a aguas profundas”. Esta ha sido la última exhortación que el papa Francisco ha dejado al pueblo de República Centroafricana.
Lo ha hecho durante la celebración eucarística este lunes por la mañana en el Estadio “Barthélémy Boganda” de Bangui, República Centroafricana, como acto final de su viaje apostólico a África. Miles de personas han acudido para tener un último encuentro con el Pontífice.
En la homilía, el Santo Padre ha asegurado que “es bueno, sobre todo en tiempos difíciles, cuando abundan las pruebas y los sufrimientos, cuando el futuro es incierto y nos sentimos cansados, con miedo de no poder más” reunirse alrededor del Señor  para gozar de su presencia, de su vida nueva y de la salvación que nos propone, como esa otra orilla hacia la que debemos dirigirnos.
De este modo, ha precisado que la otra orilla es “la vida eterna, el Cielo que nos espera”. La vida eterna --ha asegurado-- no es una ilusión, no es una fuga del mundo, sino una poderosa realidad que nos llama y compromete a perseverar en la fe y en el amor.
Pero esa otra orilla más inmediata que buscamos alcanzar, la salvación que la fe nos obtiene y de la que nos habla san Pablo, “es una realidad que transforma ya desde ahora nuestra vida presente y el mundo en que vivimos”.
Y así, el Pontífice ha invitado a dar las gracias al Señor “por su presencia y por la fuerza que nos comunica en nuestra vida diaria, cuando experimentamos el sufrimiento físico o moral, la pena, el luto”. También “por los gestos de solidaridad y de generosidad que nos ayuda a realizar; por las alegrías y el amor que hace resplandecer en nuestras familias, en nuestras comunidades, a pesar de la miseria, la violencia que, a veces, nos rodea o del miedo al futuro”. Así como “por el deseo que pone en nuestras almas de querer tejer lazos de amistad, de dialogar con el que es diferente, de perdonar al que nos ha hecho daño, de comprometernos a construir una sociedad más justa y fraterna en la que ninguno se sienta abandonado”.
El papa Francisco ha reconocido que “todavía no hemos llegado a la meta, estamos como a mitad del río y, con renovado empeño misionero, tenemos que decidirnos a pasar a la otra orilla”. Todo bautizado, ha observado, ha de romper continuamente con lo que aún tiene del hombre viejo, del hombre pecador, siempre inclinado a ceder a la tentación del demonio –y cuánto actúa en nuestro mundo y en estos momentos de conflicto, de odio y de guerra–, que lo lleva al egoísmo, a encerrarse en sí mismo y a la desconfianza, a la violencia y al instinto de destrucción, a la venganza, al abandono y a la explotación de los más débiles.
Al respecto, ha indicado que también las comunidades cristianas, llamadas a la santidad, les queda todavía un largo camino por recorrer. “Es evidente que todos tenemos que pedir perdón al Señor por nuestras excesivas resistencias y demoras en dar testimonio del Evangelio”, ha asegurado. Por eso, el Papa ha deseado que el Año Jubilar de la Misericordia ayude a ello.
Por otro lado, el Santo Padre ha invitado a los presentes a preguntarse sobre su relación personal con Jesús, y examinar “lo que ya ha aceptado –o tal vez rechazado– para poder responder a su llamado a seguirlo más de cerca”. Y ha recordado la invitación a perseverar con entusiasmo en la misión, una misión que necesita de nuevos mensajeros, más numerosos todavía, más generosos, más alegres, más santos. Todos y cada uno de nosotros --ha asegurado el Papa-- estamos llamados a ser este mensajero que nuestro hermano, de cualquier etnia, religión y cultura, espera a menudo sin saberlo.
Finalmente, el papa Francisco ha subrayado que “la otra orilla está al alcance de la mano, y Jesús atraviesa el río con nosotros”.  Y ha concluído diciendo a los cristianos de Centroáfrica, que cada uno de ellos está llamado a ser, con la perseverancia de su fe y de su compromiso misionero, “artífice de la renovación humana y espiritual de su país”.

Amar, perdonar y construir la paz.

A  El Papa a los jóvenes



Después de la misa en la catedral que el papa Francisco presidió este domingo en la capital de la República Centroafricana, tuvo un encuentro con los jóvenes del país.
En la escalinata de la catedral de Bangui les exhortó a no huir, a quedarse para construir la paz, que es un trabajo que se logra día a día. Además subrayó varias veces tres conceptos: amor, perdón y paz.
“Les saludo con todo mi afecto. Este joven que ha hablado en nombre de todos ha dicho que el símbolo de ustedes es el banano. El banano es un símbolo de vida que crece, se reproduce y da su fruto con tanta energía alimentaria.
El banano es resistente, creo que esto marca claramente el camino que se propone en este momento difícil, de guerra, odio, división. El camino de la resistencia.
El amigo decía que algunos de ustedes quieren irse, huir de los desafíos nunca es una solución. Es necesario resistir, tener el coraje de la resistencia de la lucha por el bien. Quien se escapa no tiene el coraje de dar vida. 
El banano da la vida y se reproduce y da más vida porque se queda allí. Algunos de ustedes me preguntarán, ¿Qué podemos hacer? Cómo se hace para resistir? Les daré dos o tres ideas que podrán ser útiles para resistir.
Primero de todo la oración, porque es poderosa. La oración vence al mal, la oración acerca a Dios que es Todopoderoso. Les pregunto: ¿Ustedes rezan? No lo olviden.
Segundo, trabajar por la paz, y la paz no es un documento que se firma y queda allí, la paz se hace todos los días. La paz es un trabajo artesanal, se hace con las manos. Alguien me preguntará: ¿padre, cómo puedo ser yo un artesano de la paz?
No odiar nunca y si alguien hace el mal, buscar perdonarlo, nada de odio, mucho perdón. Van juntos, nada odio, mucho perdón. Si tú no tienes odio en tu corazón, si tú perdonas, serás un vencedor, porque serán vencedores de la batalla más difícil de la vida, vencedores en el amor. Y a través del amor llega la paz.
¿Quieren ustedes ser perdedores o vencedores en la vida? ¿Qué quieren? (Responden 'vencedores') Y solamente se vence en el camino del amor, en el camino del amor, y ¿se puede amar al enemigo? Sí. ¿Se puede perdonar a quién hizo el mal? Sí. Así con el amor y con el perdón ustedes vencerán. Serán vencedores en la vida, el amor nunca les hará vencidos.
Les deseo lo mejor a ustedes, piensen en el banano, en la resistencia delante a las dificultades, Huir, escapar lejos no es la solución. Tienen que ser valientes. ¿Entendieron lo que significa ser valientes? Valientes en el perdón, valientes en el amor, valientes en construir la paz.
¿De acuerdo? Digámoslo juntos: valientes en el perdón, en amor, en la paz. (El público responde).
Queridos jóvenes centroafricanos, estoy muy contento de encontrarlos, hoy hemos abierto esta Puerta, significa la puerta de la misericordia de Dios, confíen en Dios, porque Él es misericordioso. Él es amor, Él es capaz de darnos la paz. Y por ello he dicho hace poco que es necesario rezar para resisitir, para amar, para no odiar, para ser artesanos de la paz.
Gracias por vuestra presencia. Ahora iré a confesar adentro a algunos de ustedes. ¿Están con el corazón dispuesto a resistir? ¿Si o no? (El público responde).
¿Están con el corazón dispuesto a luchar por la paz? (El público responde). ¿Están con el corazón dispuesto a perdonar? (El público responde). ¿Tienen el corazón dispuesto a la reconciliación? (El público responde). ¿Tienen el corazón dispuesto para amar a esta hermosa patria? (El público responde). Y vuelvo al inicio,¿están con el corazón dispuesto a rezar?
Ahora les pido también que recen por mí, para que pueda ser un buen obispo, para que pueda ser un buen Papa. ¿Me prometen que rezarán por mí? Ahora les doy la bendición, a ustedes y a sus familias, pidiendo al Señor que les dé el amor y la paz. Que la bendición de Dios...
Buenas noches y recen por mí".

11/29/15

'Ante la violencia, el anuncio del Evangelio es urgente'

Sergio Mora



El santo padre Francisco ha sido recibido por las comunidades evangélicas de la República Centroafricana en la sede de la FATEB (Facultad de teología evangélica de Bangui).
“Desde hace demasiado tiempo --indica el discurso del Papa-- su pueblo está marcado por pruebas y violencia que provocan tanto sufrimiento. Eso hace que el anuncio del Evangelio sea más necesario y urgente”.
“Queridos amigos --prosigue el Santo Padre-- la división de los cristianos es un escándalo, porque es ante todo contraria a la voluntad del Señor”. Y también un escándalo “frente al odio y la violencia que desgarra a la humanidad, frente a las numerosas contradicciones que se alzan contra el Evangelio de Cristo”.
Y tras indicar su aprecio por el “espíritu de respeto mutuo y de colaboración que existe entre los cristianos en su país”, los animó a “proseguir por este camino, sirviendo juntos con caridad”. Porque esto “es un testimonio de Cristo, que construye la unidad”.
"Dios no hace distinción entre los que sufren. A esto lo he llamado con frecuencia el ecumenismo de la sangre" indicó Francisco.
Francisco además expresó su cercanía y solicitud hacia el pastor Nicolás, "cuya casa ha sido recientemente saqueada e incendiada, así como la sede de su comunidad".
A continuación publicamos el discurso que el Santo Padre ha programado y que ha sido difundido por la Oficina de Prensa del Vaticano. Entretanto no hubo ni audio ni imágenes que puedan confirmar los añadidos o modificaciones realizadas por el papa Francisco.
“Queridos hermanos y hermanas: Me alegra estar en esta Facultad de Teología Evangélica. Agradezco al decano de la Facultad y al presidente de la Alianza Evangélica Centroafricana sus amables palabras de bienvenida.
Con profundo sentimiento de amor fraterno, saludo a cada uno de ustedes y, por su medio, también a los miembros de sus comunidades. Todos estamos aquí para servir al mismo Señor resucitado, que nos congrega hoy; y, gracias al mismo bautismo recibido, estamos invitados a anunciar la alegría del Evangelio a los hombres y mujeres de este querido País de Centroáfrica.
Desde hace demasiado tiempo, su pueblo está marcado por pruebas y violencia que provocan tanto sufrimiento. Eso hace que el anuncio del Evangelio sea más necesario y urgente. Porque es la carne del mismo Cristo quien sufre en sus miembros predilectos: los pobres de su pueblo, los enfermos, los ancianos y los abandonados, los niños huérfanos o que han sido abandonados a su suerte, sin guía y sin educación. Son también todos aquellos cuya alma y cuerpo han sido heridos por la violencia y el odio; aquellos a los que la guerra les ha quitado todo, el trabajo, la casa, sus seres queridos.
Dios no hace distinción entre los que sufren. A esto lo he llamado con frecuencia elecumenismo de la sangre. Todas nuestras comunidades sin distinción sufren a causa de la injusticia y el odio ciego que el demonio desencadena; y en esta circunstancia, quiero expresar mi cercanía y mi solicitud hacia el Pastor Nicolás, cuya casa ha sido recientemente saqueada e incendiada, así como la sede de su comunidad.
En este difícil contexto, el Señor no deja de enviarnos a manifestar a todos su ternura, su compasión y misericordia. Este sufrimiento común y esta misión común son una ocasión providencial para progresar juntos en el camino de la unidad; y son también un medio espiritual indispensable. ¿Cómo podría el Padre rechazar la gracia de la unidad, aunque todavía imperfecta, a sus hijos que sufren juntos y que en diversas ocasiones se unen para servir a los hermanos?
Queridos amigos, la división de los cristianos es un escándalo, porque es ante todo contraria a la voluntad del Señor. Es también un escándalo frente al odio y la violencia que desgarra a la humanidad, frente a las numerosas contradicciones que se alzan contra el Evangelio de Cristo. Por eso, y apreciando el espíritu de respeto mutuo y de colaboración que existe entre los cristianos en su país, los animo a proseguir por este camino, sirviendo juntos con caridad. Es un testimonio de Cristo, que construye la unidad.
Que, con ánimo siempre creciente y con vistas a la plena comunión que anhelamos, añadan a la perseverancia y a la caridad el servicio de la plegaria y de la reflexión en común, en búsqueda de un mejor conocimiento recíproco, de una mayor confianza y amistad.
Les aseguro que los acompañaré con mi oración en este camino fraterno de servicio, reconciliación y misericordia, un camino largo pero lleno de alegría y esperanza.
Que Dios los bendiga, que bendiga a sus comunidades”.

El Papa clama por la paz y la fraternidad en el campo de refugiados en Bangui

Rocío Lancho García



El santo padre Francisco ha visitado un campo de refugiados en Bangui, en la parroquia de St. Sauveur, poco después de su llegada a la capital de la República Centroafricana. El Papa ha aterrizado este domingo por la mañana en el último país de su gira por África, donde ya ha visitado Kenia y Uganda. 
Procedente del palacio presidencial, el Pontífice ha llegado al campo de refugiados y ha sido acogido por un grupo de niños. Los pequeños, sujetaban unos carteles de tela, con mensajes de bienvenida al Santo Padre. Y así, ha comenzado a caminar por el lugar y se ha detenido con calma para dar la mano y saludar a la gente que le esperaba con alegría y profundo entusiasmo. También se podía ver a algunos cascos azules, que garantizaban la seguridad en el encuentro.
Una mujer, del Centro St Jean XXIII, le ha dirigido unas palabras de bienvenida. De este modo, ha manifestado la alegría y la felicidad de los presentes por la visita del Papa para “compartir nuestra angustia y nuestra esperanza”. Y subrayando la gran alegría de esta parroquia que lo recibe, la mujer ha dado las gracias al Santo Padre por su amistad.
A continuación, Francisco ha tomado el micrófono y ha saludado a los presentes en italiano, mientras le traducían simultáneamente a la lengua local. El Santo Padre ha mencionado las palabras que ha leído en los carteles de los niños: paz, perdón, amor. Por eso, ha indicado que “debemos trabajar, rezar y hacer de todo por la paz”. Pero --ha observado-- la paz sin amor, sin amistad, sin tolerancia, sin perdón, no es posible. El Pontífice ha asegurado que “cada uno de nosotros debe hacer algo”. De este modo, ha deseado a los presentes y a todos los centroafricanos la paz, “una gran paz entre vosotros”, “que podáis vivir en paz, cualquiera que sea la etnia, la cultura, la religión, la clase social, pero todos en paz”. Finalmente, ha subrayado que “todos somos hermanos” y ha invitado a los refugiados de este campo a gritar varias veces "¡todos somos hermanos!”.
Uno de los encuentros más emotivos del viaje a África, en el que el Santo Padre ha podido tocar y acariciar a los “últimos”, los olvidados. Personas que han dejado todo, huyendo de la violencia y la pobreza. El Papa ha llevado esperanza a un lugar marcado por la necesidad extrema. Ha visitado, una vez más, la periferia existencial, sin prisa, deteniéndose con cada niño, con cada enfermo. Todo ello acompañado de cantos y danzas tradicionales, que demostraban la alegría profunda de estas personas que esperaban la visita del sucesor de Pedro.
La República Centroafricana permanece como una de las más grandes crisis humanitarias actuales en África. Se cuentan cerca de 440 mil refugiados dentro del país y otros 450 mil refugiados en los países fronterizos, en total un quinto de la población.      

'La grandeza del ser humano es trabajar por la dignidad de sus semejantes'

Rocío Lancho García




“Vengo como peregrino de la paz, y me presento como apóstol de la esperanza”. Con estas palabras el papa Francisco ha querido iniciar este domingo su primer discurso en la República Centroafricana, en su encuentro con las autoridades en el Palacio Presidencia. El Santo Padre ha llegado a Bangui, última etapa de su viaje a África. Después de aterrizar este domingo a las 10.00 de la mañana en el aeropuerto de Bangui, el Papa se ha dirigido directamente a la visita de cortesía a la Jefa de Estado de la Transición de la RepúblicaCentroafricana, Catherine Samba-Panza.
A su llegada al palacio presidencial, después de escuchar los himnos y rendir homenaje a las banderas, el Papa ha sido recibido por la Jefe de Estado, con la que se ha reunidos en privado. A la vez, ha tenido un encuentro entre la delegación vaticana y la del Gobierno de Centroáfrica. Tras el encuentro privado, ha tenido lugar el intercambio de regalos. A continuación, el Santo Padre se ha reunido con las autoridades del Estado, la clase dirigente y el cuerpo diplomático de la nación, en el patio del palacio presidencial de Bangui.
En su discurso, el Papa ha observado que en este momento este país se encamina, poco a poco y a pesar de las dificultades, hacia la normalización de su vida social y política. Por ello ha querido felicitar a las diversas autoridades nacionales e internacionales “por los esfuerzos que han realizado para dirigir el país en esta etapa”. Y así, ha deseado que las diferentes consultas nacionales, que se celebrarán en las próximas semanas, “permitan al país entrar con serenidad en una nueva etapa de su historia”.
Haciendo referencia al lema de la República Centroafricana, «Unidad – Dignidad – Trabajo», el Santo Padre ha asegurado que “hoy más que nunca, esta trilogía expresa las aspiraciones de todos los centroafricanos y, por tanto, es una brújula segura para las autoridades que han de guiar los destinos del país”. De este modo, ha estructurado su discurso en estas tres ideas.
A propósito de la unidad, el Pontífice ha recordado que “es un valor fundamental para la armonía de los pueblos”. Se ha de vivir y construir “teniendo en cuenta la maravillosa diversidad del mundo circundante, evitando la tentación de tener miedo de los demás, del que no nos es familiar, del que no pertenece a nuestro grupo étnico, a nuestras opciones políticas o a nuestra religión”, ha indicado. Asimismo ha añadido que la unidad requiere “crear y promover una síntesis de la riqueza que cada uno lleva consigo”.
En segundo lugar, la dignidad. El Santo Padre ha subrayado que este valor moral es el que “caracteriza a los hombres y mujeres conscientes de sus derechos y de sus deberes, y que lleva al respeto mutuo”. Hay que hacer lo que sea --ha añadido-- para salvaguardar la condición y dignidad de la persona humana. De este modo, también ha asegurado que el que tiene los medios para vivir una vida digna “debe tratar de ayudar a los pobres para que puedan acceder también a una condición de vida acorde con la dignidad humana, mediante el desarrollo de su potencial humano, cultural, económico y social”. Por lo tanto, el Obispo de Roma ha reconocido que “el acceso a la educación y a la sanidad, la lucha contra la desnutrición y el esfuerzo por asegurar a todos una vivienda digna, ha de tener un puesto principal en un plan de desarrollo que se preocupe de la dignidad humana”. La grandeza del ser humano --ha precisado-- consiste en trabajar por la dignidad de sus semejantes.
Finalmente ha reflexionado sobre el trabajo. Así, Francisco ha indicado que los centroafricanos “pueden mejorar esta maravillosa tierra, usando con responsabilidad sus múltiples recursos”. Recordando que este país se encuentra en una zona que, por su excepcional riqueza en biodiversidad, está considerada como uno de los dos pulmones de la humanidad,  el Papa ha llamado la atención acerca de la grave responsabilidad que les corresponde en la explotación de los recursos medioambientales, en las opciones y proyectos de desarrollo. La construcción de una sociedad próspera --ha observado-- debe ser una obra solidaria.
Por otro lado, el Santo Padre ha hecho hincapié en la importancia crucial que tiene la conducta y la gestión de las autoridades públicas, ya que debeb ser las primeras que han de encarnar en sus vidas con coherencia los valores de la unidad, la dignidad y el trabajo, y ser un ejemplo para sus compatriotas.
Para concluir su discurso, el Santo Padre ha dedicado unas palabras al papel de la Iglesia en este país. Y junto con los obispos, ha renovado “el propósito de esta Iglesia particular de contribuir cada vez más a la promoción del bien común, especialmente a través de la búsqueda de la paz y la reconciliación”. También ha reconocido los esfuerzos realizados por la Comunidad internacional. Y les ha animado a que sigan avanzando todavía más en el camino de la solidaridad, “con la esperanza de que su compromiso, unido al de las Autoridades centroafricanas, sirva para que el país progrese, sobre todo en la reconciliación, el desarme, la preservación de la paz, la asistencia sanitaria y la cultura de una buena gestión en todos los ámbitos”.

11/28/15

Homilía del Papa en Namugongo



«Recibirán la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes, y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra» (Hch 1,8).

Desde la época Apostólica hasta nuestros días, ha surgido un gran número de testigos para proclamar a Jesús y manifestar el poder del Espíritu Santo. Hoy, recordamos con gratitud el sacrificio de los mártires ugandeses, cuyo testimonio de amor por Cristo y su Iglesia ha alcanzado precisamente «los extremos confines de la tierra». Recordamos también a los mártires anglicanos, su muerte por Cristo testimonia el ecumenismo de la sangre. Todos estos testigos han cultivado el don del Espíritu Santo en sus vidas y han dado libremente testimonio de su fe en Jesucristo, aun a costa de su vida, y muchos de ellos a muy temprana edad.
También nosotros hemos recibido el don del Espíritu, que nos hace hijos e hijas de Dios, y también para dar testimonio de Jesús y hacer que lo conozcan y amen en todas partes. Hemos recibido el Espíritu cuando renacimos por el bautismo, y cuando fuimos fortalecidos con sus dones en la Confirmación. Cada día estamos llamados a intensificar la presencia del Espíritu Santo en nuestra vida, a «reavivar» el don de su amor divino para convertirnos en fuente de sabiduría y fuerza para los demás.
El don del Espíritu Santo se da para ser compartido. Nos une mutuamente como fieles y miembros vivos del Cuerpo místico de Cristo. No recibimos el don del Espíritu sólo para nosotros, sino para edificarnos los unos a los otros en la fe, en la esperanza y en el amor. Pienso en los santos José Mkasa y Carlos Lwanga que, después de haber sido instruidos por otros en la fe, han querido transmitir el don que habían recibido. Lo hicieron en tiempos difíciles. No estaba amenazada solamente su vida, sino también la de los muchachos más jóvenes confiados a sus cuidados. Dado que ellos habían cultivado la propia fe y habían crecido en el amor de Cristo, no tuvieron miedo de llevar a Cristo a los demás, aun a precio de la propia vida. Su fe se convirtió en testimonio; venerados como mártires, su ejemplo sigue inspirando hoy a tantas personas en el mundo. Ellos siguen proclamando a Jesucristo y el poder de la cruz.
Si, a semejanza de los mártires, reavivamos cotidianamente el don del Espíritu Santo que habita en nuestros corazones, entonces llegaremos a ser de verdad los discípulos misioneros que Cristo quiere que seamos. Sin duda, lo seremos para nuestras familias y nuestros amigos, pero también para los que no conocemos, especialmente para quienes podrían ser poco benévolos e incluso hostiles con nosotros. Esta apertura hacia los demás comienza en la familia, en nuestras casas, donde se aprende a conocer la misericordia y el amor de Dios. Y se expresa también en el cuidado de los ancianos y de los pobres, de las viudas y de los huérfanos.
Como aquella madre y sus siete hijos, que describe el segundo Libro de los Macabeos, se animaban unos a otros en el momento de la gran prueba (7,1-2.9-14), del mismo modo, como miembros de la familia de Dios, debemos ayudarnos unos a otros, protegernos y guiarnos a la plenitud de la vida. Pienso con gratitud en todos aquellos –Obispos, sacerdotes, mujeres y hombres consagrados y catequistas– que de mil modos diversos han ayudado a las familias cristianas. Que la Iglesia en este país, especialmente mediante las comunidades parroquiales, siga ayudando a las parejas jóvenes en su preparación al matrimonio, anime a los esposos a vivir el vínculo conyugal en el amor y la fidelidad, y ayude a los padres en su tarea de ser los primeros maestros de la fe de sus hijos.
Al igual que los Apóstoles y los mártires de Uganda antes que nosotros, hemos recibido el don del Espíritu Santo para ser discípulos-misioneros, llamados a salir hacia los otros y llevar el Evangelio a todos. En ocasiones esto supondrá ir hasta los confines del mundo, como misioneros en tierras lejanas. Esto es esencial para la difusión del Reino de Dios, y les pido siempre una respuesta generosa a esta exigencia. Sin embargo, no es necesario viajar para ser discípulos-misioneros. En realidad, solamente hace falta abrir los ojos a las necesidades que encontramos en nuestras casas y en nuestras comunidades locales para darnos cuenta de las numerosas oportunidades que allí nos esperan.
También en esto los mártires de Uganda nos indican el camino. Su fe buscó el bien de todos, incluso del mismo Rey que los condenó por su credo cristiano. Su respuesta buscaba oponer el amor al odio, y de ese modo irradiar el esplendor del Evangelio. Ellos no se limitaron a decir al Rey lo que el Evangelio prohibía, sino que mostraron con su vida lo que significa realmente decir «sí» a Jesús. Significa misericordia y pureza de corazón, ser humildes y pobres de espíritu, y tener sed de la justicia, con la esperanza de la recompensa eterna.
El testimonio de los mártires nuestra, a todos los que han conocido su historia, entonces y hoy, que los placeres mundanos y el poder terreno no dan alegría ni paz duradera. Es más, la fidelidad a Dios, la honradez y la integridad de la vida, así como la genuina preocupación por el bien de los otros, nos llevan a esa paz que el mundo no puede ofrecer. Esto no disminuye nuestra preocupación por las cosas de este mundo, como si mirásemos solamente a la vida futura. Al contrario, nos ofrece un objetivo para la vida en este mundo y nos ayuda a acercarnos a los necesitados, a cooperar con los otros por el bien común y a construir, sin excluir a nadie, una sociedad más justa, que promueva la dignidad humana, defienda la vida, don de Dios, y proteja las maravillas de la naturaleza, la creación, nuestra casa común.
Queridos hermanos y hermanas, esta es la herencia que han recibido de los mártires ugandeses: vidas marcadas por la fuerza del Espíritu Santo, vidas que también ahora siguen dando testimonio del poder transformador del Evangelio de Jesucristo. Esta herencia no la hacemos nuestra como un recuerdo circunstancial o conservándola en un museo como si fuese una joya preciosa. En cambio, la honramos verdaderamente, y a todos los santos, cuando llevamos su testimonio de Cristo a nuestras casas y a nuestros prójimos, a los lugares de trabajo y a la sociedad civil, tanto si nos quedamos en nuestras propias casas como si vamos hasta los más remotos confines del mundo.
Que los mártires ugandeses, junto con María, Madre de la Iglesia, intercedan por nosotros, y que el Espíritu Santo encienda en nosotros el fuego del amor divino.
¡Omukama abawe omukisa! (Que Dios los bendiga). 

El Papa reza en Namugongo, lugar del martirio de católicos y anglicanos

Sergio Mora



El santo padre Francisco, comenzó su segundo día de viaje a Uganda y cuarto del viaje apostólico a África, yendo a Namugongo, para realizar una visita al lugar donde se encuentran los dos santuarios de los mártires, el católico y a pocos kilómetros de distancia, el anglicano.
Los santos mártires de Uganda fueron un grupo de 22 servidores del rey local, convertidos al cristianismo por los Padres Blancos. Fueron asesinados por su fe entre el 1885 y 1887, por orden del rey Mwanga II. Otros 23 cristianos anglicanos fueron también martirizados en las mismas persecuciones. 
Uganda es un país que sufrió persecución también en un pasado relativamente reciente, cuando el presidente Idi Amín quiso erradicar el cristianismo. 
El santuario anglicano es un amplio edificio circular en cuyo interior se encuentran una serie de estatuas de tamaño natural que representan el momento del martirio de los 23 cristianos. 
En medio de estrictas medidas de seguridad el Papa entró allí y recorrió el lugar el santuario acompañado por el arzobispo anglicano del lugar. Duranet el recorrido, Francisco hizo algunas preguntas a quienes le acompañaba y se arrodilló en un reclinatorio permaneciendo algunos minutos en silencio, mientras se escuchaba la banda que tocaba. 
El Pontífice depositó un ramo de flores y firmó el libro de la memoria del santuario. Al concluir la visita todos salieron al exterior del santuario donde los 40 obispos anglicanos, fieles y demás personas presentes, rezaron en inglés junto con Francisco la oración del Padre Nuestro. El Pontífice también desveló una placa que recuerda el sacrificio de los mártires. 
A poca distancia de allí, se encuentra el santuario católico. El Papa recorrió estos tres kilómetros en el jeep descubierto, saludando a las personas que le esperaban a lo largo del camino hasta la basílica menor, en donde fue recibido con gran entusiasmo por los miles de fieles allí presentes. En este lugar del martirio de los laicos católicos el Santo Padre celebró la santa misa.
Los mártires de Uganda fueron canonizados el 8 de octubre de 1964 por el papa Pablo VI, quien 5 años después, al visitar el país africano les dedicó el santuario de Namugongo, lugar del martirio de san Carlo Lwanga, el más célebre del grupo, quien fue quemado junto a otros 12 laicos. 

11/27/15

El Papa pide a los obispos y sacerdotes que den a los catequistas una buena formación doctrinaria, espiritual y pastoral


« Queridos catequistas y maestros, queridos amigos:  Les saludo con afecto en el nombre de Jesucristo, nuestro Señor y nuestro Maestro.
«Maestro». Qué hermoso título este. Jesús es nuestro primer y más grande maestro. San Pablo nos dice que Jesús dio a su Iglesia no sólo apóstoles y pastores, sino también maestros, para edificar todo el cuerpo en la fe y en el amor. Junto a los Obispos, a los presbíteros y a los diáconos, que han sido ordenados para predicar el Evangelio y cuidar del rebaño del Señor, ustedes, como catequistas, tienen un papel importante en la tarea de llevar la Buena Noticia a cada pueblo y aldea de su país.
Quisiera ante todo darles las gracias por los sacrificios que hacen ustedes y sus familias, y por el celo y la devoción con la que llevan a cabo su importante misión. Ustedes enseñan lo que Jesús enseñó, instruyen a los adultos y ayudan a los padres para que eduquen a sus hijos en la fe, y llevan a todos la alegría y la esperanza de la vida eterna. Gracias por su dedicación, por el ejemplo que ofrecen, por la cercanía al pueblo de Dios en su vida cotidiana y por los tantos modos en que plantan y cultivan la semilla de la fe en toda esta vasta tierra. Gracias especialmente por el hecho de enseñar a rezar a los niños y a los jóvenes.
Sé que su trabajo, aunque gratificante, no es fácil. Por eso les animo a perseverar, y pido a sus Obispos y a sus sacerdotes que les den una formación doctrinal, espiritual y pastoral que les ayude cada vez más en su acción. Aun cuando la tarea parece difícil, los recursos resultan insuficientes y los obstáculos demasiado grandes, les hará bien recordar que el suyo es un trabajo santo, y quiero subrayarlo, el vuestro es un trabajo santo.
El Espíritu Santo está presente allí donde se proclama el nombre de Cristo. Él está en medio de nosotros cada vez que en la oración elevamos el corazón y la mente a Dios en la oración. Él les dará la luz y la fuerza que necesitan.
El mensaje que llevan hundirá más sus raíces en el corazón de las personas en la medida en que ustedes sean no solo maestros, sino también testigos. Otra cosa importante: ustedes tienen que predicar, pero no sirve si no llevan el testimonio. Que su ejemplo haga ver a todos la belleza de la oración, el poder de la misericordia y del perdón, la alegría de compartir la Eucaristía con todos los hermanos y hermanas.
La comunidad cristiana en Uganda ha crecido mucho gracias al testimonio de los mártires. Ellos han dado testimonio de la verdad que hace libres; estuvieron dispuestos a derramar su sangre para permanecer fieles a lo que sabían que era bueno, bello y verdadero.
Estamos hoy aquí en Munyonyo, donde el Rey Mwanga decidió eliminar a los seguidores de Cristo. No tuvo éxito en su intento, como tampoco el Rey Herodes consiguió matar a Jesús. La luz brilló en las tinieblas y las tinieblas no prevalecieron (cf. Jn 1,5). Después de haber visto el valiente testimonio de san Andrés Kaggwa y de sus compañeros, los cristianos en Uganda creyeron todavía más en las promesas de Cristo.
Que san Andrés, su Patrón, y todos los catequistas ugandeses mártires, obtengan para ustedes la gracia de ser sabios maestros, hombres y mujeres cuyas palabras estén colmadas de gracia, de un testimonio convincente del esplendor de la verdad de Dios y de la alegría del Evangelio, testimonios de santidad. Vayan sin miedo a cada ciudad y pueblo de este país, sin miedo, para difundir la buena semilla de la Palabra de Dios, y tengan confianza en su promesa de que volverán contentos, con gavillas de abundante cosecha.
Les pido que recen por mi y que hagan rezar a los niños por mi. Omukama Abawe Omukisa!(Que Dios los bendiga)».

"¡No le tomen el gusto a ese azúcar que se llama corrupción!"

Iván de Vargas



Después de visitar el suburbio de Kangemi, en Nairobi, el papa Francisco ha mantenido este viernes por la mañana un encuentro con los jóvenes keniatas en el Estadio Kasarani. La reunión ha comenzado con un momento de cantos polifónicos, danzas y actuaciones musicales, que son un importante modo de comunicarse para los pueblos africanos. A continuación, se ha leído la lectura de la carta a Timoteo, leída en braille por una niña ciega.
En medio de un clima festivo y colorido, el obispo encargado de la pastoral de los laicos, Mons. Anthony Muheria, ha dirigido un discurso de bienvenida al Santo Padre, y dos jóvenes han compartido sus inquietudes y esperanzas con todos los presentes, incluido el presidente del país. A continuación, el Pontífice ha recibido una placa que indica el número de rosarios recitados en los últimos meses por sus intenciones.
Como en otras ocasiones, el Papa ha querido responder a las preguntas de la juventud de Kenia de forma espontánea e improvisada, y lo ha hecho en su lengua madre, con la ayuda de un traductor.
En sus palabras, Francisco ha invitado a los jóvenes a no dejarse arrastrar por el azúcar de la corrupción ni por el tribalismo, al tiempo que ha reclamado a las autoridades educación y trabajo para que ellos no se vean seducidos por el reclutamiento de los grupos radicales. "El espíritu del mal nos lleva a la destrucción. Y el espíritu del mal nos lleva a la desunión, al tribalismo, a la corrupción, a la drogadicción, a la destrucción por los fanatismos", ha señalado.
"Hay una palabra que puede parecer incómoda pero no la quiero evitar porque ustedes la usaron antes que yo, la usaron cuando me trajeron contándome los rosarios que habían rezado por mí. La usó el obispo cuando presentó que se prepararon a esta visita con la oración. Lo primero que respondería es que un hombre o una mujer pierde lo mejor de su ser humano cuando se olvida de rezar porque se siente omnipotente, porque no siente necesidad de pedir ayuda delante de tantas tragedias", ha proseguido.
"La vida está llena de dificultades, pero hay dos maneras de ver las dificultades: como algo que te bloquea, te destruye o te detiene o lo miras como una oportunidad", ha dicho. "Chicos y chicas, no vivimos en el cielo, vivimos en la tierra y la tierra está llena de dificultades, está llena también de invitaciones para desviarte hacia el mal. Pero hay algo que todos ustedes, los jóvenes, tienen, que dura un tiempo más o menos grande: la capacidad de elegir qué camino quiero, cuál de estas dos cosas quiero elegir, dejarme vencer por la dificultad o transformar la dificultad en una oportunidad para vencer yo", ha insistido.
Así, el Santo Padre les ha preguntado: "¿Ustedes son como los deportistas que cuando vienen a jugar al estadio quieren ganar? ¿O son como aquellos que ya vendieron la victoria a los otros y se pusieron la plata en los bolsillos?" "A ustedes les toca elegir", ha añadido.
Hablando de los desafíos, el Pontífice se ha referido al tribalismo que "destruye una nación. Es tener las manos escondidas por detrás y tener una piedra en cada mano para tirársela al otro". "El tribalismo solo se vence con el oído, con el corazón y con la mano", ha asegurado.
"Si ustedes no dialogan y no se escuchan entre ustedes siempre va a existir el tribalismo que es como una polilla que va a roer la sociedad", ha recordado. "¡Todos somos una nación! ¡Todos somos una nación! Así tienen que ser nuestros corazones y el tribalismo no es solo levantar las manos hoy. Este es el deseo, es la decisión. Pero el tribalismo es un trabajo de todos los días. Vencer el tribalismo es un trabajo de todos los días. Un trabajo del oído, escuchar al otro. Del corazón, abrir mi corazón al otro, y un trabajo de las manos, darse las manos unos con otros", ha enfatizado.
Sobre la corrupción, el Pontífice ha asegurado que "es algo que se nos mete adentro, es como el azúcar, es dulce, nos gusta, es fácil y después terminamos mal y de tanto azúcar fácil terminamos diabéticos o nuestro país termina diabético. Cada vez que aceptamos una coima (soborno) y la metemos en el bolsillo destruimos nuestro corazón, destruimos nuestra personalidad y destruimos nuestra patria. Por favor, ¡no le tomen el gusto a ese azúcar que se llama corrupción!" En todas las instituciones, "incluso en el Vaticano hay casos de corrupción", ha lamentado.
"Como en todas las cosas hay que empezar, si no querés corrupción en tu corazón, en tu vida, en tu patria empezá vos. Si no empezás vos tampoco va a empezar el vecino", ha indicado. "La corrupción además nos roba la alegría, nos roba la paz, la persona corrupta no vive en paz", ha reiterado.
Los jóvenes también han preguntado al Papa sobre cómo usar los medios de comunicación para divulgar el mensaje de esperanza de Cristo y promover iniciativas justas para que se vea la diferencia.  "El primer medio de comunicación es la palabra, es el gesto, es la sonrisa. El primer gesto de comunicación es la cercanía, es buscar la amistad. Si ustedes hablan bien entre ustedes, se sonríen, se acercan como hermanos; si ustedes están cerca el uno del otro aunque sean de diversas tribus; y si ustedes se acercan a los que necesitan, a los pobres, enfermos, abandonados, al anciano que nadie visita, esos gestos de comunicación son más contagiosos que cualquier red de televisión", ha afirmado.
Frente a un joven lleno de ilusiones que se deja reclutar o va a buscar ser reclutado y se aparta de su familia, de sus amigos, de su tribu y de su patria, Francisco ha explicado que "lo primero que tenemos que hacer para evitar que un joven sea reclutado o quiera ser reclutado es educación y trabajo". "Si un joven no tiene trabajo, ¿qué futuro le espera? Y ahí entra la idea de dejarse reclutar. Si un joven no tiene posibilidades de educación, incluso de educación de emergencia, de pequeños oficios, ¿qué puede hacer? Ahí está el peligro", ha advertido. "Es un peligro social que está más allá de nosotros, incluso más allá del país porque depende de un sistema internacional que es injusto, que tiene al centro de la economía no a la persona sino al dios dinero", ha subrayado.
"Les voy a contar una confidencia: en el bolsillo llevo siempre dos cosas. Un rosario, un rosario para rezar y una cosa que parece extraña, que es esto (lo muestra) y esto es la historia del fracaso de Dios, es un Via Crucis, un pequeño Via Crucis, es como Jesús fue sufriendo desde que lo condenaron a muerte hasta que fue sepultado. Con estas dos cosas me arreglo como puedo, pero gracias a estas dos cosas no pierdo la esperanza", les ha confiado el Pontífice.
Por último, el Santo Padre ha destacado el papel de la familia: "En todas partes hay chicos abandonados o porque los abandonaron cuando nacieron o porque la vida les abandonó, la familia, los padres y no sienten el afecto de la familia. Por eso la familia es tan importante. ¡Defiendan la familia! Defiéndanla siempre. En todas partes no solo hay chicos abandonados, sino también ancianos abandonados que están sin que nadie los visite, sin que nadie los quiera".
"¿Cómo salir de esa experiencia negativa, de abandono, de lejanía de amor? Hay un solo remedio para salir de esas experiencias. ¡Hacer aquello que yo no recibí! Si vos no recibiste comprensión sé comprensivo con los demás. Si vos no recibiste amor, ama a los demás, si vos sentiste el dolor de la soledad, acércate a aquellos que están solos. La carne se cura con la carne y Dios se hizo carne para curarnos a nosotros. Hagamos lo mismo nosotros con los demás", ha exhortado.
"Bueno, yo creo que antes de que el árbitro suene el pito es hora de terminar. Yo les agradezco de corazón que hayan venido, que me hayan permitido hablar en mi lengua materna. Les agradezco que hayan rezado tantos rosarios por mí, y por favor, les pido que recen por mí porque yo también necesito, y mucho. Cuento con las oraciones de ustedes y antes de irnos, les pediría que nos pongamos todos de pie y recemos juntos a nuestro Padre del cielo, que tiene un solo defecto: no puede dejar de ser Padre", ha concluido. Al término del encuentro, el papa Francisco ha bendecido unas plantas y otros objetos que le han presentado.

Los niños son 'carne de cañón' para negocios ensangrentados

Sergio Mora



El santo padre Francisco inició este viernes el tercer día de su viaje apostólico en África. El miércoles llegó a Nairobi, la capital de Kenia, donde el jueves tuvo una intensa jornada llena de eventos. Y donde hoy viernes a primeras horas de la tarde concluye su viaje en el país. 
Por la mañana, después de haber celebrado la santa misa en privado en la Nunciatura, el papa Francisco se dirigió al barrio pobre de Kangemi, situado en la periferia de Nairobi.
Favela, villa de emergencia, bidonville, los nombres de estos barrios varía, pero en ellos viven personas, a quienes el Papa quiso encontrar. 
El Santo Padre que llegó a las 8,30 locales fue recibido por población del lugar que le esperaba demostrando gran alegría, cantando y agitando banderas. Francisco en un jeep descubierto pasó por las calles de tierra hasta la iglesia de San José Obrero, una parroquia católica en el interior de este barrio marginado, en donde trabajan sacerdotes jesuitas.
Allí el Papa ha sido recibido por el superior provincial de la Orden, para África orienta, el padre Joseph Oduor Afulo y por el párroco de Kangemi, P. Pascal Mwijage. Se encontraban allí presentes también la directora del Mukuru Promotion Centre, sor Mary Killeen, el arzobispo de Mombasa y presidente de Caritas Kenya, Mons. Martin Musonde Kivuva y el obispo encargado de la Comisión Justicia y Paz, Mons. Cornelius Arap Korir. 
El Santo Padre firmó el libro de los huéspedes y asistió a la proyección de un breve documental y un saludo de una señora de la bidonville de Kibera.
Francisco entonces dirigió unas palabras a los presentes en las que confió sentirse "como en casa compartiendo este momento con hermanos y hermanas", y de conocer las dificultades que tienen cada día, olvidados por una sociedad que vive en la opulencia.
Se refirió a "la sabiduría de los barrios populares" con los valores como la solidaridad; dar la vida por otro; preferir el nacimiento a la muerte; ofrecer un lugar para el enfermo en la propia casa; compartir el pan con el hambriento: “donde comen 10 comen 12”; la paciencia y la fortaleza frente a las grandes adversidades, etc. "Valores que se sustentan en que cada ser humano es más importante que el dios dinero", dijo el Papa.
Manifestaciones de vida buena que no implica desconocer la atroz injusticia de la marginación urbana. Así señaló los diversos abusos que sufren, y problemas como la falta de acceso al agua, a infraestructuras y servicios básicos. Situación que se agrava cuando la violencia se generaliza, y donde "no faltan, de hecho, presiones para que se adopten políticas de descarte, como la de la reducción de la natalidad".
Pidió por ello invitó a "pagar la deuda social, la deuda ambiental con los pobres de las ciudades" y para ello pidió "concretar acciones sistemáticas que mejoren el hábitat popular y planificar nuevas urbanizaciones de calidad para albergar a las futuras generaciones", para que todos puedan tener  "la paz y la seguridad que se merecen conforme a su infinita dignidad humana".

Texto completo: 
"Gracias por recibirme en su barrio. Gracias al Señor Arzobispo Kivuva y al Padre Pascal por sus palabras. En verdad, me siento como en casa compartiendo este momento con hermanos y hermanas que, no me avergüenza decirlo, tienen un lugar preferencial en mi vida y opciones. Estoy aquí porque quiero que sepan que sus alegrías y esperanzas, sus angustias y tristezas, no me son indiferentes. Sé de las dificultades que atraviesan día a día.
¿Cómo no denunciar las injusticias que sufren? Pero ante todo, quisiera detenerme en una realidad que los discursos excluyentes no logran reconocer o parecen desconocer.
Me quiero referir a la sabiduría de los barrios populares. Una sabiduría que brota de la «empecinada resistencia de lo auténtico», de valores evangélicos que la sociedad opulenta, adormecida por el consumo desenfrenado, pareciera haber olvidado.
Ustedes son capaces de tejer «lazos de pertenencia y de convivencia que convierten el hacinamiento en una experiencia comunitaria donde se rompen las paredes del yo y se superan las barreras del egoísmo».
La cultura de los barrios populares, impregnada con esa sabiduría particular, «tiene características muy positivas, que son un aporte para el tiempo que nos toca vivir, se expresa en valores como la solidaridad; dar la vida por otro; preferir el nacimiento a la muerte; dar un entierro cristiano a sus muertos. Ofrecer un lugar para el enfermo en la propia casa; compartir el pan con el hambriento: “donde comen 10 comen 12”; la paciencia y la fortaleza frente a las grandes adversidades, etc.»
Valores que se sustentan en que cada ser humano es más importante que el dios dinero. Gracias por recordarnos que hay otro tipo de cultura posible. Quisiera reivindicar en primer lugar estos valores que ustedes practican, valores que no cotizan en Bolsa, valores con los que no se especula ni tienen precio de mercado. Los felicito, los acompaño y quiero que sepan que el Señor nunca se olvida de ustedes.
El camino de Jesús comenzó en las periferias, va desde los pobres y con los pobres hacia todos. Reconocer estas manifestaciones de vida buena que crecen cotidianamente entre ustedes no implica, de ninguna manera, desconocer la atroz injusticia de la marginación urbana.
Son las heridas provocadas por minorías que concentran el poder, la riqueza y derrochan con egoísmo, mientras crecientes mayorías deben refugiarse en periferias abandonadas, contaminadas, descartadas. Esto se agrava cuando vemos la injusta distribución del suelo –tal vez no en este barrio pero sí en otros–, que lleva en muchos casos a familias enteras a pagar alquileres abusivos por viviendas en condiciones edilicias nada adecuadas.
También sé del grave problema del acaparamiento de tierras por parte de «desarrolladores privados» sin rostro, que hasta pretenden apropiarse del patio de las escuelas de sus hijos. Esto sucede porque se olvida que «Dios ha dado la tierra a todo el género humano para que ella sustente a todos sus habitantes, sin excluir a nadie ni privilegiar a ninguno».
En este sentido, es un grave problema la falta de acceso a infraestructuras y servicios básicos. Me refiero a baños, alcantarillado, desagües, recolección de residuos, luz, caminos, pero también a escuelas, hospitales, centros recreativos y deportivos, talleres artísticos.
Quiero referirme en particular al agua potable. «El acceso al agua potable y segura es un derecho humano básico, fundamental y universal, porque determina la sobrevivencia de las personas, y por lo tanto es condición para el ejercicio de los demás derechos humanos.
Este mundo tiene una grave deuda social con los pobres que no tienen acceso al agua potable, porque eso es negarles el derecho a la vida radicado en su dignidad inalienable». Negarle el agua a una familia, bajo cualquier pretexto burocrático, es una gran injusticia, sobre todo cuando se lucra con esta necesidad.
Este contexto de indiferencia y hostilidad que sufren los barrios populares se agrava cuando la violencia se generaliza y las organizaciones criminales, al servicio de intereses económicos o políticos, utilizan a niños y jóvenes como «carne de cañón» para sus negocios ensangrentados.
También conozco los padecimientos de las mujeres que luchan heroicamente para proteger a sus hijos e hijas de estos peligros. Pido a Dios que las autoridades asuman junto a ustedes el camino de la inclusión social, la educación, el deporte, la acción comunitaria y la protección de las familias, porque es esta la única garantía de una paz justa, verdadera y duradera.
Estas realidades que he enumerado no son una combinación casual de problemas aislados. Incluso son una consecuencia de nuevas formas de colonialismo que pretende que los países africanos sean «piezas de un mecanismo y de un engranaje gigantesco».
No faltan, de hecho, presiones para que se adopten políticas de descarte, como la de la reducción de la natalidad, que pretenden «legitimar el modelo distributivo actual, donde una minoría se cree con el derecho de consumir en una proporción que sería imposible generalizar».
En ese sentido, propongo retomar la idea de una respetuosa integración urbana. Ni erradicación, ni paternalismo, ni indiferencia, ni mera contención. Necesitamos ciudades integradas y para todos. Necesitamos superar la mera proclamación de derechos que en la práctica no se respetan, concretar acciones sistemáticas que mejoren el hábitat popular y planificar nuevas urbanizaciones de calidad para albergar a las futuras generaciones.
La deuda social, la deuda ambiental con los pobres de las ciudades se paga haciendo efectivo el derecho sagrado a las «tres T»: tierra, techo y trabajo. No es filantropía, es una obligación de todos.
Quiero llamar a todos los cristianos, en particular a los pastores, a renovar el impulso misionero, a tomar la iniciativa frente a tantas injusticias, a involucrarse con los problemas de los vecinos, a acompañarlos en sus luchas, a cuidar los frutos de su trabajo comunitario y celebrar juntos cada pequeña o gran victoria.
Sé que hacen mucho pero les pido que recuerden que no es una tarea más, sino tal vez la más importante, porque «los pobres son los destinatarios privilegiados del Evangelio».
Queridos vecinos, queridos hermanos. Recemos, trabajemos y comprometámonos juntos para que toda familia tenga un techo digno, tenga acceso al agua potable, tenga un baño, tenga energía segura para iluminarse, cocinar, para que puedan mejorar sus viviendas... para que todo barrio tenga caminos, plazas, escuelas, hospitales, espacios deportivos, recreativos y artísticos; para que los servicios básicos lleguen a cada uno de ustedes; para que se escuchen sus reclamos y su clamor de oportunidades; para que todos puedan gozar de la paz y la seguridad que se merecen conforme a su infinita dignidad humana.
Mungu awabariki (Que Dios los bendiga).
Y les pido, por favor, que no se olviden de rezar por mí". 

El diálogo interreligioso no es un lujo, es fundamental

Sergio Mora



El papa Francisco inició su segundo día del viaje apostólico en Kenia con un encuentro interreligioso y ecuménico en la capital Nairobi, en el salón de la Nunciatura Apostólica
En un país en el que conviven diversas religiones: musulmanes, anglicanos, hindúes, pentecostales, católicos y de otros credos, en donde el diálogo interreligioso es algo familiar, el Papa recordó que “cuidando el crecimiento espiritual nos convertimos en una bendición para las comunidades en las que viven nuestros pueblos”. Y que por lo tanto “la cooperación entre los líderes religiosos y sus comunidades se convierte en un importante servicio al bien común”.
El Pontífice quiso subrayar el rol esencial de las religiones “en la formación de las conciencias, infundiendo en los jóvenes los profundos valores espirituales de nuestras respectivas tradiciones” y preparando buenos ciudadanos que sean “capaces de impregnar la sociedad civil de honradez, integridad” y fundamentalmente una visión del mundo que “valore a la persona humana por encima del poder y del beneficio material”.
El Papa quiso también aseverar que “el Dios a quien buscamos servir es un Dios de la paz. Su santo Nombre no debe ser usado jamás para justificar el odio y la violencia”.
Así al recordar el Concilio Vaticano II, en el que la Iglesia católica se ha comprometido con el diálogo ecuménico e interreligioso, el Pontífice reafirmó "este compromiso, que brota de nuestra convicción en la universalidad del amor de Dios y en la salvación que Él ofrece a todos”.
A continuación el texto completo del mensaje:
«Queridos amigos: les agradezco su presencia esta mañana y la oportunidad de compartir con ustedes estos momentos de reflexión. Deseo dar las gracias, de modo particular, a Monseñor Kairo, Arzobispo de Wabukala, y al profesor El-Busaidy por las palabras de bienvenida que me han dirigido en nombre de ustedes y de sus respectivas comunidades.
Siempre que visito a los fieles católicos de una Iglesia local considero importante el poder reunirme con los líderes de otras comunidades cristianas y tradiciones religiosas.
Espero que este tiempo que pasamos juntos sea un signo de la estima que la Iglesia tiene por los seguidores de todas las religiones y afiance los lazos de amistad que ya nos unen.
En realidad, nuestra relación nos impone desafíos e interrogantes. Sin embargo, el diálogo ecuménico e interreligioso no es un lujo. No es algo añadido u opcional sino fundamental; algo que nuestro mundo, herido por conflictos y divisiones, necesita cada vez más.
En efecto, nuestras creencias y prácticas religiosas influyen en nuestro modo de entender nuestro propio ser y el mundo que nos rodea. Son para nosotros una fuente de iluminación, sabiduría y solidaridad, que enriquece a las sociedades en las que vivimos.
Cuidando el crecimiento espiritual de nuestras comunidades, mediante la formación de la inteligencia y el corazón en las verdades y en los valores que nuestras tradiciones religiosas custodian, nos convertimos en una bendición para las comunidades en las que viven nuestros pueblos.
En las sociedades democráticas y pluralistas como la keniata, la cooperación entre los líderes religiosos y sus comunidades se convierte en un importante servicio al bien común.
Desde esta perspectiva, y en un mundo cada vez más interdependiente, vemos siempre con mayor claridad la necesidad de una mutua comprensión interreligiosa, de amistad y colaboración para la defensa de la dignidad otorgada por Dios a cada persona y a cada pueblo, y el derecho que tienen de vivir en libertad y felicidad.
Al promover el respeto de esa dignidad y de esos derechos, las religiones juegan un papel esencial en la formación de las conciencias, infundiendo en los jóvenes los profundos valores espirituales de nuestras respectivas tradiciones, preparando buenos ciudadanos, capaces de impregnar la sociedad civil de honradez, integridad y una visión del mundo que valore a la persona humana por encima del poder y del beneficio material.
Pienso aquí en la importancia de nuestra común convicción, según la cual el Dios a quien buscamos servir es un Dios de la paz. Su santo Nombre no debe ser usado jamás para justificar el odio y la violencia.
Sé que está aún vivo en sus mentes el recuerdo de los bárbaros ataques al Westgate Mall, al Garissa University College y a Mandera. Con demasiada frecuencia, se radicaliza a los jóvenes en nombre de la religión para sembrar la discordia y el miedo, y para desgarrar el tejido de nuestras sociedades.
Es muy importante que se nos reconozca como profetas de paz, constructores de paz que invitan a otros a vivir en paz, armonía y respeto mutuo. Que el Todopoderoso toque el corazón de los que cometen esta violencia y conceda su paz a nuestras familias y a nuestras comunidades.
Queridos amigos, este año se celebra el quincuagésimo aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II, en el que la Iglesia católica se ha comprometido con el diálogo ecuménico e interreligioso al servicio de la comprensión y la amistad.
Deseo reafirmar este compromiso, que brota de nuestra convicción en la universalidad del amor de Dios y en la salvación que Él ofrece a todos. El mundo espera justamente que los creyentes trabajen junto con las personas de buena voluntad, para afrontar los numerosos problemas que afectan a la familia humana.
Mirando hacia el futuro, imploremos que todos los hombres y las mujeres se consideren hermanos y hermanas, pacíficamente unidos en y a través de sus diferencias. Recemos por la paz.
Les agradezco su atención y suplico a Dios Todopoderoso que les conceda a ustedes y a sus comunidades la abundancia de sus bendiciones.

'Comencemos el Año litúrgico con el deseo de recibir a Jesús, que viene a nosotros de múltiples maneras'

Carta del obispo de Córdoba, Mons. Demetrio Fernández.



Comenzamos en este domingo un nuevo Año litúrgico, a lo largo del cual iremos celebrando el misterio de Cristo desde distintas perspectivas. Siempre el misterio de Cristo, para que vaya calando en nosotros hasta identificarnos con él. La liturgia cristiana tiene esta virtud y este poder de ir transformándonos según vamos celebrando sus misterios. Se trata no sólo de un recuerdo de los distintos aspectos del misterio, sino de una actualización real del mismo hasta que Cristo viva plenamente en nosotros.
El adviento inaugura todo el Año litúrgico y por eso lo vivimos en actitud de esperanza y abiertos a las nuevas gracias que nos traiga, desde el nacimiento de Jesús hasta el envío del Espíritu Santo, pasando por el misterio pascual de su muerte y resurrección. Qué nos traerá este Año litúrgico en concreto. Será el Año de la misericordia, y podemos esperar fundadamente gracias abundantes de conversión para nosotros y para los demás. Hemos de comenzar este nuevo Año con deseo de aprovechar y los frutos vendrán a su tiempo.
Pero el adviento es preparación para la venida del Señor, en su doble aspecto: la venida al final de los tiempos, que coincide con el final de nuestra propia vida; y la venida del Señor en la Navidad, que recuerda y celebra aquella primera venida en carne del Hijo de Dios hecho hombre en el seno virginal de María.
El centro del adviento es Jesús, no podía ser otro. Jesús presente ya, pero ausente todavía. Celebramos la venida del Señor. Llegará un año litúrgico que lo comenzaremos en la tierra y lo culminaremos en el cielo. Y el cielo es encontrarle a él definitivamente y para siempre. El cielo es estar con Cristo para siempre. El adviento nos prepara a eso, y la liturgia nos pone en los labios y en el corazón ese grito de esperanza: Ven, Señor Jesús!
Y junto a Jesús, su Madre bendita. Para venir a este mundo, Dios ha preparado una mujer, como la más bella y bendita entre todas las mujeres: María. Y esta mujer ocupa el centro del tiempo de adviento, porque lleva en su vientre virginal nada menos que al Creador del mundo, que se ha hecho carne en ella por obra del Espíritu Santo. Por eso, María nos puede enseñar mejor que nadie a recibir a Jesús en nuestros corazones, a abrazarlo con amor como lo ha hecho ella y a llevarlo a los demás, como nos lo ha entregado ella. Precisamente en este tiempo de adviento y como una primicia de la redención que Cristo trae para todos celebraremos la fiesta de la Inmaculada.
Juan el Bautista aparece frecuentemente durante el tiempo de adviento. Es el personaje –el más grande de los nacidos de mujer- que nos invita a preparar los caminos al Señor con actitud penitencial. El tiempo de adviento es tiempo penitencial, particularmente para purificar la esperanza, en el doble sentido de cancelar la memoria del mal ya perdonado y depurar los proyectos para que se ajusten a los planes de Dios. Juan Bautista nos señalará al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
Tiempo de adviento, tiempo de gozosa esperanza. Y Dios es fiel a sus promesas. Comencemos el Año litúrgico con el deseo de recibir a Jesús, que viene a nosotros de múltiples maneras. Al final de la historia, al final de nuestra vida personal. Y en esta próxima Navidad. Con María y con José lo esperamos anhelantes. Ven, Señor Jesús.
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio