12/31/16

El 2016, un año de viajes papales en el signo de la misericordia



A Cuba con Kirill, en México, Lesbos, Armenia, Polonia, Georgia, Azerbaiján, Suecia, Asís y los lugares del terremoto en Italia
 
En el 2016 el papa Francisco realizó diversos viajes apostólicos, todos marcados profundamente por el espíritu de misericordia que ha caracterizado el Jubileo extraordinario que concluyó el pasado 20 de noviembre. En total fueron 24 días de viaje, a lo que se suman diversas peregrinaciones en Italia, dos de las cuales con etapa en Asís.

La Habana, 12 de febrero, encuentro con Kirill
Casi mil años después del Cisma de Oriente, el obispo de Roma y el patriarca ortodoxo de Moscú tuvieron por primera vez un encuentro. Francisco y Kirill se dieron un abrazo histórico en ‘territorio neutral’, fruto de medio siglo de camino ecuménico. Ni de cortesía ni de fachada, en el que firmaron una declaración común contra la guerra, el tráfico de armas, la trata de personas y por la libertad religiosa. El viaje apostólico de cuatro días del Papa a Cuba fue el año anterior, en septiembre de 2015 , ahora se trató de una escala de pocas horas en su viaje hacia México

México (12-18), a los piés de ‘la Morenita’
Un viaje en el que no ha faltado el homenaje de Francisco a la Virgen de Guadalupe, en el que hace diversas denuncias, contra la corrupción y el narcotráfico. Visitó también comunidades indígenas como la de Chiapas y presidió una misa en la Ciudad Juárez, en la frontera con Estados Unidos.

Lesbo: los refugiados son nuestros hermanos (16 de abril)
En la isla griega, lugar de llegada de miles de refugiados que huyen de la guerra, el Papa realizó una visita breve, pero en la que el diálogo interreligioso y ecuménico se encontraron. Con Francisco estaba el arzobispo ortodoxo de Atenas, Ieronymos II, y el Patriarca ecuménico de Constantinopla Bartolomé I. El Papa elogia al pueblo griego que a pesar de la crisis financiera recibe a los migrantes. “No pierdan la esperanza” clama a los 2.500 huéspedes del campo prófugo de Moria. Y a su regreso a Roma se trae a 12 migrantes, de los cuales 6 menores. Tres familias, todas musulmanas, recibidas en Roma como refugiados políticos por la Comunidad San Egidio.

Armenia: cien años después para no olvidar (24-26 junio)
En el 2015 el papa Francisco había conmemorado el centenario del ‘primer genocidio del siglo XX’, subrayando la persecución contra los cristianos que existía en el trágico evento, despertando la ira de las autoridades turcas. Del 24 al 26 de junio de 2016 Francisco realiza una vista de tres días, va a  Erevan, Gyumri y Etchmiadzin, y elogia la fidelidad a de los católicos. Tiene un encuentro con el Cathólicos de los armenios, Karekin II, firman una declaración común en el signo del “ecumenismo de la sangre” que une a los cristianos en el martirio.

Polonia: tierra de santos y cuna de la misericordia (27 – 31 de julio)
La ocasión son los 1050° años del ‘bautismo’ de Polonia y la Jornada Mundial de la Juventud en Cracovia. El papa latinoamericano visita el santuario de la Virgen de Czestochowa, rinde homenaje a Santa Faustina Kowalska, y a san Juan Pablo II. Conmueve al mundo en Auschwitz, contemplando el misterio del mal provocado por manos humanas. Llega a Cracovia, ciudad en la que nació el culto a la Divina Misericordia. En la Jornada Mundial de la Juventud el Papa invita a los jóvenes a ‘levantarse del sofá” y a ser protagonistas de la nueva evangelización.

Georgia y Azerbaiján: en las fronteras del cristianismo (30 de septiembre – 2 de octubre)
Apenas tres meses después del viaje a Armenia, Francisco vuelve a visitar dos países del Cáucaso, Georgia y Azerbaiján. El Papa peregrina a la Sacra Túnica del Señor que se encuentra en la catedral patriarcal ortodoxa de Svetyskhoveli, indicada por él como “misterio de unidad”. En su encuentro con los religiosos, sacerdotes y laicos en la Iglesia de la Asunta en Tbilisi, denuncia la “guerra mundial contra la familia”, causada por la ideología de gender. Y abraza a la pequeña comunidad cristiana.

Suecia: la Reforma, 500 años después (31 de octubre – 1 noviembre)
Es el último viaje del año y también el más controvertido para el papa Francisco. En la vigilia de los 500 años de la Reforma protestante, un momento doloroso de separación entre hermanos, para recordar y reflexionar. Son también los 50 años del inicio del diálogo ecuménico de los católicos con los protestantes. En la misa final en el Swedbank Stadion de Malmö, el Papa señala elementos que distinguen la catolicidad, como las santas suecas Brigida y Hesselblad, recordando que si bien es más importante lo que nos une de lo que nos divide, demuestra que para dialogar no hay que negar la propia identidad.

Asís y lugares del terremoto (4 de agosto, 18 de septiembre y 4 de octubre)
Aunque en el 2016 habían sido suspendidas las visitas pastorales en Italia, el Papa hizo tres excepciones: La primera el 4 de agosto por los 800 años de la fiesta del perdón de Asís, que lleva a Francisco después de tres años a dicha ciudad.
Un mes y medio después, el 18 de septiembre, el Santo Padre regresa allí por los 30 años del primer encuentro interreligioso promovido por la Comunidad de San Egidio, con la presencia de tantos líderes religiosos del mundo, entre los cuales el patriarca Bartolomé. El mensaje es que toda fe religiosa si vivida con autenticidad lleva a la fraternidad entre los hombres, y que es sacrílego usar el nombre de Dios para asesinar.
Y el 4 de octubre visita a las poblaciones que sufrieron el terremoto en el centro de Italia. No les vistió antes, dijo, porque “no quise crear fastidio”, ya que su presencia en las primeras semanas habría dificultado la asistencia en la fase de emergencia. Visita a los pueblos más dañados: Amatrice, Accumoli, Arquata del Tronto, Pescara del Tronto y Norcia. Abraza a la población herida, visita una escuela montada en un container. Pero la imagen más impresionante es la del Papa que en total soledad se acerca a las ruinas de la ciudad destruída. Casi una metáfora de una humanidad destruída que necesita de la consolación del Padre.

12/30/16

Belén, única respuesta ante la violencia


Belén trae una propuesta de vida, su ofrecimiento de reconciliación y el único camino que nos conducirá a la verdadera paz
 Santa María Madre de Dios

Números 6, 22-27: “Invocarán mi nombre y yo los bendeciré”
Salmo 66: “Ten piedad de nosotros, Señor, y bendícenos”
Gálatas 4, 4-7: “Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer”
San Lucas 2, 16-21: “Encontraron a María, a José y al niño. Al cumplirse los ocho días, le pusieron el nombre de Jesús”.

El mes de diciembre estuvo teñido de sangre. Sangre derramada por la imprudencia e irresponsabilidad que cobró vidas en las explosiones de Tultepec; sangre derramada por las prisas y el alcohol que provocaron mortales accidentes; pero más grave, sangre derramada con premeditación, alevosía y una crueldad inexplicable. Muchos de nuestros estados reportan horribles crímenes que parecen brotar de un odio incontenible. Y a nivel internacional nos hemos visto sacudidos por las tragedias de Alepo, de Berlín, de… tantos lugares convulsionados por la violencia. En el recuento de un noticiero se atreven a opinar: “¿Salvajes?, No sé si pudiéramos llamar salvajes a estas atrocidades. La vida salvaje de los animales encuentra su explicación en la necesidad de sobrevivir, en la lucha por el territorio y en saciar su hambre… pero esos actos criminales van mucho más allá: es matar por matar, o por ideología o por ambición. Es manifestar un desprecio total por la vida y por el hermano. Es llevar mucho más lejos la ley de la selva. Son guerras sin sentido, ni razones”. Los comentarios, no siempre imparciales, siguen desgranando trágicas narraciones ante la indiferencia de muchos. Continúan las guerras falsamente justificadas, la terrible hambruna que azota gran parte de nuestro planeta, la violencia familiar y el dolor y la crucifixión de una humanidad humillada en millones de hermanos de nuestras sociedades en frontera. ¿Qué pasa en el corazón del hombre?
Olvidado por unos y despreciado por otros, queda el Belén con su propuesta de vida, su ofrecimiento de reconciliación y el único camino que nos conducirá a la verdadera paz. Lo que sucedió “en aquel tiempo”, parece estar sucediendo ahora: Cristo continúa su encarnación en medio de los pobres y despreciados, mientras el mundo continúa su camino de ignorancia y desprecio. Este primer día del año, en medio de una gran gama de oportunidades para nuestra reflexión, nos ofrece la pausa y el respiro necesarios para tomar aliento e iniciar con decisión el nuevo año. La propuesta está ahí: al mismo tiempo que se nos presenta este nuevo día como momento de gracia y bendición, descubrimos el paso del Señor en el año que se ha ido y suplicamos su bendición para el nuevo año que comienza. La imagen de Belén trae nuevas esperanzas y oportunidades para la construcción de un nuevo mundo posible. Jesús se nos ofrece como el verdadero Príncipe de la Paz que con su vida y amor desarma y construye, ilumina y descubre nuevos caminos para la paz. Y todo esto lo podemos hacer de la mano, con el ejemplo y bajo el cuidado de María, la pequeña, la sencilla, la que escucha la palabra, la madre de Jesús.
Uno a uno se han ido deshojando los días del calendario. Uno a uno los hemos gastado y desgastado hasta terminar en recuerdos, dolores y alegrías. ¿Qué nos deja el año que se va? Mientras unas voces pedían ya terminara como si el cambio de calendario pudiera traer cosas diferentes, otras quisieran detener el tiempo por el temor a lo desconocido y a los negros presagios. ¿Qué me deja el año que termina? Miro hacia atrás y contemplo la sucesión de los días como en un torbellino, y me detengo a revisar qué viví como importante, qué me ha dejado huecos y vacíos, cuántas cosas pude hacer que me trajeron alegría, cuántas cosas se quedaron en el baúl de los deseos y de las buenas intenciones… Hubo momentos de soledad, de dolor y sufrimiento, es cierto; pero también hubo momentos de comprensión, de cariño, de trabajo, de éxitos y de alegrías… Es la vida vivida a plenitud, es la vida regalo de Dios. Me duelen las ausencias de los seres queridos que se han ido y me han dejado recuerdos llenos de nostalgia y vacíos imposibles de llenar; me duelen las enfermedades propias y ajenas que prueban nuestra fe y nuestra fortaleza, que minan nuestras seguridades y que nos hacen comprender lo frágiles que somos. Me duele la violencia, el hambre, la muerte y la corrupción. Pero al mirar cada día y cada instante, descubro con sorpresa y agradecimiento la presencia de Jesús siempre, incondicionalmente. Hay momentos que me he olvidado de Él, pero Él nunca se ha olvidado de mí; hay momentos que mi actuar no fue conforme a su pensamiento, pero Él nunca me abandonó. Siempre he sentido su presencia cercana, discreta e incondicional. Como en Belén, en silencio, en medio de la violencia sigue ofreciendo su propuesta de paz. Para mí, este momento es un instante de gracia y un regalo de su amor.
Y como todo cristiano al inicio del año encuentro una bendición. Moisés transmite a Aarón la forma en que todo israelita debe iniciar todas sus obras, con el recuerdo y la experiencia de la presencia de Dios en sus vidas: “El Señor te bendiga y te proteja, haga resplandecer su rostro sobre ti y te conceda su favor. Que el Señor te mire con benevolencia y te conceda la paz”. Es el acontecimiento más grande para todos los hombres: contemplarse en el rostro misericordioso de Dios. Es el inicio de una verdadera paz: descubrirse hermanos y bendecidos por el mismo Padre. Es convertirnos en bendición para los demás y manifestar el rostro de Dios en nuestras vidas al mismo tiempo que descubrimos en ellos el rostro de Dios. Esta bendición tiene su plenitud en el pasaje evangélico. El texto termina con el relato de la circuncisión. Es un rito que expresa las raíces judías de Jesús, el entronque con las promesas de los profetas del Antiguo Testamento. Jesús nació bajo la Ley, pero vino a rescatar a los que estaban bajo la Ley, para convertirles en hijos de adopción. Todos hemos sido rescatados por Jesús, pues Él es nuestro hermano. Ahora ya podemos llamar a Dios “¡Abbá!”, Padre. Confieso que es la mejor noticia que podía recibir: Dios es mi padre, que me quiere, me mima, me perdona, está pendiente de mí, me guía por el buen camino. ¿Por qué temer, si Dios me acompaña siempre?
Y esta noticia y bendición es el mejor camino que tenemos para romper con la escalada de violencia. Como propone el Papa Framcisco tenemos que decir “no a la violencia”. Sólo cuando nos descubramos rostro e imagen de Dios, cuando miremos en los demás el rostro y la imagen de nuestro Padre, seremos capaces de superar los odios, ambiciones y rencores. Así lo hace y así nos lo enseña Jesús. No somos conscientes de la grandeza y el gozo que produce esta gran noticia: “saber que Dios es mi Padre”. Eliminemos de nuestro ánimo el temor o el miedo, pues no tiene sentido en aquél que cree en el Dios revelado por Jesús. El nombre que recibe el Niño-Dios indica cuál es su misión; en aquel tiempo no se le ponía el nombre por casualidad o porque le gustase mucho al padre. Jesús significa “Dios salva”, es decir Dios está a favor nuestro. La religión del miedo o de la agresión no es cristiana, sólo es verdadera la religión del amor, de la esperanza y de la fraternidad. Si Dios nos ama, si me ha hecho su hijo, si Jesús se ha hecho hombre por mí pero también por mi hermano, si nos viene a salvar a todos ¿por qué continuar agrediéndonos y luchando? ¿Por qué no romper la cadena de violencia con el amor?
Hoy, al inicio del año, renovemos la bendición que nos ofrece Dios nuestro Padre en su Hijo Jesús. Comprometámonos en serio en la construcción de un mundo sin violencia. Revisemos nuestros espacios y desterremos toda violencia familiar, institucional y discriminatoria. Si Jesús se ha hecho hombre por nosotros es seguro que se puede construir un mundo diferente, con su amor, con su palabra y a su estilo. María, la pequeña y fiel, supo escuchar las palabras y hacerlas vida. Sigamos su ejemplo y desde lo cotidiano construyamos un mundo mejor.
“María, Virgen de la espera y del cumplimiento, que conservas el secreto de la Navidad, haznos capaces de reconocer en el Niño que estrechas en tus brazos al Salvador anunciado, que trae a todos la esperanza y la paz”. Amén

Navidad, brote de esperanza


Se nos ha propuesto, para este tiempo de Navidad, una actitud fundamental, el asombro ante la belleza del Dios niño que se nos entrega

Este tiempo de Navidad está enmarcado por el Papa Francisco en la esperanza, antes y después de la Nochebuena. Ya en la audiencia general del 7 de diciembre señaló que la esperanza cristiana es la única que puede garantizar la sonrisa al mundo, porque Dio se ha hecho un niño que juega y sonríe: “La esperanza es la virtud de los pequeños. Los grandes, los satisfechos no conocen la esperanza; no saben lo que es”.

Una nueva esperanza


En su catequesis del 21 de diciembre de 2016, el Papa identificaba la encarnación del Hijo de Dios con la entrada de la esperanza en el mundo. Tal es el sentido de la Navidad: “Dios cumple la promesa haciéndose hombre; no abandona a su pueblo, se acerca hasta despojarse de su divinidad. De tal modo, Dios demuestra su fidelidad e inaugura un Reino nuevo, que da una nueva esperanza a la humanidad. ¿Y cuál es esa esperanza? La vida eterna”.

Hoy se hace necesario explicar en qué consiste la vida eterna: una vida feliz, plena y definitiva, más allá del pecado y de sus consecuencias: el dolor y la muerte. Una vida que comienza ya ahora, aunque sólo de modo incoado, cuando se vive cabalmente la vida cristiana. La Natividad de Cristo, porque inaugura la redención salvadora, nos trae una esperanza fiable, visible y comprensible. No es una esperanza como las humanas, siempre limitadas y falibles, porque esta esperanza está fundada en Dios. Y eso nos permite vivir de una manera nueva en el presente, con la certeza de caminar con Cristo hacia el Padre que nos espera.

Así lo dice Francisco: “Esta esperanza, que el Niño de Belén nos da, ofrece una meta, un destino bueno para el presente, la salvación a la humanidad, la bienaventuranza a quien se fía de Dios misericordioso”. San Pablo resume todo esto con la expresión: «En la esperanza fuimos salvados» (Rm 8,24), de donde por cierto, sale el título de la segunda encíclica de Benedicto XVI: Spe salvi, salvados por la esperanza.

Caminar con esperanza


Y el Papa invita a preguntarnos, a cada uno de nosotros: “¿Yo camino con esperanza, o mi vida interior está parada, cerrada? ¿Mi corazón es un cajón cerrado o es un cajón abierto a la esperanza que me hace caminar no solo, sino con Jesús?”

Este es en último término el sentido del “belén” que ponemos los cristianos en nuestros hogares, o en los escaparates y en las calles y plazas de nuestros pueblos: “El belén −observa Francisco− trasmite esperanza; cada uno de los personajes está inmerso en esa atmósfera de esperanza”. Belén es un lugar pequeño, porque Dios gusta de actuar a través de los pequeños y humildes.

Allí está María, Madre de la esperanza: “su corazón de muchacha estaba lleno de esperanza, toda animada por la fe”. Y también José, descendiente de Jesé y de David; “también él creyó en las palabras del ángel” que le mandaba poner el nombre a Jesús (que significa salvador), un nombre que trae la esperanza a la humanidad y a cada persona.

Y en el belén están los pastores, que representan a los humildes y pobres que esperaban al Mesías. En cambio, señala Francisco, “quien confía en sus propias seguridades, sobre todo materiales, no espera la salvación de Dios. Metámonos esto en la cabeza: nuestras seguridades no nos salvarán; la única seguridad que nos salva es la de la esperanza en Dios. Nos salva porque es fuerte y nos hace caminar en la vida con alegría, con ganas de hacer el bien, con ganas de ser felices para toda la eternidad. Los pequeños, los pastores, en cambio confían en Dios, esperan en Él y gozan cuando reconocen en aquel Niño la señal indicada por los ángeles” (cfr. Lc 2,12).

Los ángeles anuncian y cantan esa esperanza, mediante la alabanza y el agradecimiento a Dios, cuya venida al mundo inaugura su Reino de amor, de justicia y de paz.

La Navidad, tiempo de esperanza


Por eso, apunta el Papa, la Navidad es fiesta y tiempo de esperanza. “Será verdaderamente una fiesta si acogemos a Jesús, semilla de esperanza que Dios pone en los surcos de nuestra historia personal y comunitaria. Cada sí a Jesús que viene es un brote de esperanza. Confiamos en ese brote de esperanza, en ese sí: Sí, Jesús, tú puedes salvarme, tú puedes salvarme” Y con ello, y con el Papa, podemos desear una ¡Feliz Navidad de esperanza a todos!

En la felicitación navideña a la Curia, el día 22, el Papa ha descrito la Navidad como la fiesta de la humildad amorosa o amante de Dios, que se ha hecho pequeño para que nos acerquemos a Él con confianza.

“El Niño que nace −apuntaba en la Nochebuena− nos interpela: nos llama a dejar las ilusiones de lo efímero para ir a lo esencial, a renunciar a nuestras insaciables pretensiones, a abandonar la insatisfacción perenne y la tristeza por cualquier cosa que siempre nos faltará. Nos vendrá bien dejar esas cosas para encontrar en la sencillez de Dios-Niño la paz, la alegría, el sentido de la vida”.

A pesar de tantas indiferencias y tinieblas que nosotros ponemos en el mundo, la Navidad tiene un sabor de esperanza, porque la luz de Dios brilla: “Su luz gentil no da miedo; Dios, enamorado de nosotros, nos atrae con su ternura, naciendo pobre y frágil entre nosotros, como uno de nosotros. Nace en Belén, que significa casa de pan. Parece querernos decir así que nace como pan para nosotros; viene a la vida para darnos su vida; viene a nuestro mundo para traernos su amor. No viene a devorar ni a mandar, sino a alimentar y a servir. Así hay un hilo directo que une el pesebre y la cruz, donde Jesús será pan partido: es el hilo directo del amor que se da y nos salva, que da luz a nuestra vida, paz a nuestros corazones”.

Y por todo ello se nos ha propuesto, para este tiempo de Navidad, una actitud fundamental, el asombro ante la belleza del Dios niño que se nos entrega.

“Acerquémonos a Dios que se hace cercano, detengámonos a mirar el belén, imaginemos el nacimiento de Jesús: la luz y la paz, la suma pobreza y el rechazo. Entramos en la verdadera Navidad con los pastores, llevemos a Jesús lo que somos, nuestras marginaciones, nuestras heridas no curadas. Así, en Jesús, saborearemos el verdadero espíritu de la Navidad: la belleza de ser amados por Dios. Con María y José estamos ante el pesebre, ente Jesús que nace como pan para mi vida. Contemplando su amor humilde e infinito, digámosle gracias: gracias, porque has hecho todo esto por mí”.

12/29/16

Siete lecciones del Papa Francisco para comunicar la fe


De sus gestos y sus palabras pueden proponerse siete lecciones de comunicación


Desde el día de su elección, el 13 de marzo de 2013, el papa Francisco ha ido conquistando la confianza de la gente, llamando incluso la atención de quienes tienen responsabilidad en el mundo sobre los problemas de la pobreza, la inmigración o los excluidos. Francisco ha recuperado la autoridad de los mejores años de Juan Pablo II −cuando defendía la libertad frente al comunismo− y de Benedicto XVI −cuando separaba la religión de la violencia−. Ha devuelto a muchos el sano orgullo de sentirse católicos y está atrayendo a personas hasta ahora alejadas de la Iglesia. Un fenómeno que algunos han llamado “efecto Francisco”, y que se verifica en un cambio favorable en la opinión pública.

Se trata de un efecto con doble causa: la influencia del papa quizá no habría sido posible sin la renuncia de Benedicto, un acto de humildad de enorme grandeza. En febrero de 2013, cuando se hizo efectiva su marcha, la Iglesia arrastraba desde hacía años graves problemas, sobre todo por la crisis de pedofilia, desgarradora por los daños personales, donde un solo caso es demasiado. Pero tuvo además otra consecuencia: robó la credibilidad de la Iglesia, pues algunos pensaron: la Iglesia no practica lo que predica, no me interesa lo que dice.

En el tiempo transcurrido desde la elección ha cambiado el ambiente. Se ha verificado un paso de página y se mira hacia la Iglesia como un punto de referencia. Además de la asistencia del Espíritu Santo en la Iglesia, ¿cómo ha sucedido este cambio? ¿qué está haciendo el papa? ¿qué podemos aprender de él a la hora de comunicar la fe?  De sus gestos y sus palabras pueden proponerse siete lecciones de comunicación.

 

Una iglesia ‘en salida’


Los creyentes han de ser personas que no se instalen en
sus convicciones y salgan al encuentro de los demás

Es una de las expresiones más repetidas por Francisco desde el primer día. Suele decir que prefiere «una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades» (Evangelii Gaudium, 49) o a una Iglesia que se queda esperando a que los fieles acudan. Hoy no se trata, como en la parábola evangélica, de salir a recuperar a la oveja perdida mientras esperan las otras 99 en el redil. Dice el papa: «Nosotros tenemos una ¡nos faltan las noventa y nueve! Tenemos que salir, tenemos que ir a buscarlas» (Catequesis, 17 de junio del 2013).

Para Francisco la Iglesia no es un establecimiento donde se despacha un producto que el público viene a recoger, sino un conjunto de personas que sale al encuentro de los demás, con una buena noticia que comunicar. El papa propone una nueva cultura del encuentro. Las instituciones católicas y cada uno de los creyentes han de ser personas en salida, que no se instalan en sus creencias y convicciones, que no se rodean solamente de quienes piensan igual, sino que salen al encuentro, se exponen a la intemperie.

Juan Pablo II decía que la fe madura cuando se comunica. De modo similar, los católicos maduran al someterse a la prueba del diálogo con quienes no han recibido el don de la fe.  Esto lo saben bien los educadores: sólo se ha aprendido algo de verdad cuando se es capaz de explicarlo.

La salida que Francisco reclama para la Iglesia tiene como destino preferente las periferias. Es decir, el papa propone una salida sin exclusiones, que llegue a las personas más alejadas, a las que aparentemente menos pueden entender el mensaje. Confirma así uno de los rasgos de la Iglesia: la universalidad. Rodney Stark decía que, a lo largo de la historia, la Iglesia ha mantenido su capacidad de evangelizar cuando ha mantenido su capacidad de relacionarse con extraños: bárbaros, paganos, ateos. Del mismo modo, ha perdido esa capacidad cuando se ha encerrado en guetos.

Esta disposición de salida tiene mucho que ver con la comunicación. Quien desea comunicar no actúa con pasividad, de modo defensivo o reactivo. Toma la iniciativa, se da a conocer, expone su discurso. Una Iglesia en salida es una Iglesia dispuesta a comunicar.

 

Volver a lo esencial del mensaje


Los católicos no siguen una doctrina, ni una moral, sino a
Jesucristo, que les redime, les libera y les hace felices

Si buscásemos los motivos de la aparición de la Iglesia en los medios de comunicación en las últimas décadas nos encontraríamos algunas cuestiones recurrentes como homosexualidad, preservativos, comunión de divorciados, ordenación de mujeres, celibato sacerdotal… y quizá alguno más, de características similares. Temas que han hecho que la Iglesia sea sobre todo tema de debate o de polémica. Podríamos decir que, con frecuencia, el anuncio de la fe ha tomado la forma de las discusiones, donde a menudo se mezclan cuestiones religiosas, ideológicas e incluso políticas. Además, el tono de esas discusiones es, muchas veces, negativo, defensivo o reductivo.

Paradójicamente, los asuntos que se acaban de mencionar, aunque tengan relevancia, no pertenecen a los artículos del Credo, ni son mencionados entre las bienaventuranzas. Dicho con otras palabras, no son comunes las conversiones al catolicismo por lo que la Iglesia dice sobre los preservativos o el celibato.

Se entiende que Francisco, en Evangelii Gaudium, haya recordado que el anuncio cristiano ha de concentrarse en «lo esencial, que es lo más bello, lo más grande, lo más atractivo y, al mismo tiempo, lo más necesario». Poniendo nombre: Jesucristo, nuestro Salvador. No se comienza a ser cristiano por una gran idea, ni como consecuencia de una discusión. Benedicto XVI recordaba con frecuencia que los católicos no siguen una doctrina, ni una moral, sino a Jesucristo, Dios y hombre verdadero, el amor de sus vidas, que les redime, les libera y les hace felices. Desde Cristo, paulatinamente, se llega a entender el dogma y a vivir la moral, pero en ese orden, de más a menos, de modo positivo, con paciencia.

Quizá esto se puede aplicar a los católicos de a pie: en las conversaciones sobre la fe, podemos preguntarnos cuánto tiempo ocupan los asuntos polémicos y cuánto otros temas esenciales. Hay que mostrar la belleza y el atractivo de lo esencial. Aspirar a que se verifique una primera conversión, aunque queden muchas cosas por aclarar. Este es el único modo de pasar de una actitud de resistencia a una actitud de influencia. En el campo de la comunicación, este principio de volver a lo esencial y de abandonar las discusiones equivale a mantener el foco al presentar el mensaje, y también a recuperar la serenidad en el tono de las conversaciones. Como ha dicho Austen Ivereigh: en las discusiones sobre estos temas hace falta más luz y menos calor (more light, less heat).

 

Una Iglesia de los pobres y para los pobres


Con esta insistencia en los más necesitados, Francisco se empeña
en que los católicos seamos más misericordiosos

Dentro de esos temas esenciales a los que es preciso volver, Francisco repite una y otra vez la prioridad de la atención a los más necesitados, a los que Cristo se dirige de modo especial y a los que hay que ayudar también materialmente. Ha puesto en el candelero una prioridad que es evangélica. Es una manera radical de dejar de discutir sobre temas secundarios y de dedicarse operativamente a lo que Jesucristo encargó a sus discípulos.

Hemos dicho antes que los problemas de la pedofilia dañaron gravemente la credibilidad de la Iglesia. En consecuencia, para lograr que la propuesta cristiana sea aceptada, es preciso recuperar la credibilidad, que es una condición de la comunicación: si no se cree en quien comunica, no se cree tampoco en lo que dice, diga lo que diga. La insistencia de Francisco en los más necesitados puede ser una buena manera de restaurar la credibilidad. Al dedicarse a los pobres, los católicos demuestran rectitud, desinterés, generosidad. Existe una relación entre la pureza y la pobreza.

El mandato evangélico es suficiente para mantener esta prioridad, no hacen falta más motivos. Es bueno por sí mismo. Es bueno por las personas a las que se ayuda. Pero la preocupación por los más necesitados tiene múltiples efectos positivos, también en los que fomentan esta premura. Como ha escrito Stefan Zweig «la visión del dolor ajeno despierta una mirada más penetrante y sabia».

Quien practica la misericordia, se vuelve misericordioso. Con esta insistencia en los más necesitados, Francisco está haciendo que los católicos seamos más misericordiosos. Pablo VI, en un famoso discurso después del Concilio Vaticano II, decía que él veía a la Iglesia como «sirvienta del mundo». No como juez ni policía del mundo. Sirvienta, profesión con una gran fuerza evocadora. Quizá tenemos que profundizar en esta autoconciencia.

En suma, con esta orientación hacia los pobres, Francisco promueve acciones que son buenas en sí mismas, ayuda a los católicos a recuperar la credibilidad en su comunicación y a convertir su propio corazón.

 

Un lenguaje transparente


Hablar desde la experiencia personal, con palabras
sencillas y claras; hechas propias en nuestra vida

El papa ha establecido una nueva agenda de prioridades. Y está empleando un estilo y un lenguaje diferentes. Son muchas las expresiones que Francisco ha usado y que han roto esquemas: se ha referido por ejemplo, a las «quince enfermedades» de la Curia romana; ha instado a los políticos europeos a evitar que «el Mediterráneo se convierta en el cementerio de Europa»; en México se inventó la «cariñoterapia».

El papa suele dirigirse una vez al año a toda la Curia, para felicitar la Navidad y desear un buen año nuevo. En el mensaje de 2014, recomendaba la autoironía y el buen humor. Y aconsejaba rezar una oración de santo Tomás Moro: «Dame, Dios mío, una buena digestión y también algo que digerir; dame la salud del cuerpo y el buen humor necesario para mantenerla. Dame un alma que no conozca el aburrimiento, los suspiros y las quejas. No permitas que me líe demasiado con esa cosa tan estorbosa que se llama “yo”».

Benedicto XVI solía decir que el léxico cristiano está plagado de expresiones de gran profundidad, de gran valor histórico, que han pasado al lenguaje común, pero cuyo verdadero significado mucha gente ignora. Él se refería al término “tabernáculo”, pero podemos decir lo mismo de calvario, trinidad, eucaristía. Los católicos los emplean, pero poca gente los entiende. Se ha producido una gran pérdida de memoria colectiva.

Muchas personas conocen vagamente esas palabras y piensan que realmente conocen los conceptos. Es decir, muchos no saben que no saben, no hay demanda. Por eso, Benedicto XVI concluía que nuestra misión es «crear una nueva curiosidad», inducir la demanda. Y esto implica una gran transparencia en el lenguaje. Al hablar de la experiencia cristiana tenemos que buscar palabras sencillas y claras; conviene que usemos nuestras propias palabras, que hablemos desde el corazón, sin limitarnos a repetir lo que otros han pensado. Hemos de abandonar los lugares comunes. Ese lenguaje sencillo surge cuando se dan determinadas actitudes personales: transparencia, sencillez, sinceridad, humildad, que se expresan también en las palabras.

Antes hablábamos de volver a lo esencial del anuncio. Cabría añadir ahora: volver a lo esencial en las actitudes. Actitudes cristianas básicas, que a veces parecen también dormidas en su sueño encantado, por el desuso. Lenguaje claro, actitudes sencillas, son condiciones de toda buena comunicación, también de la comunicación de la fe.

 

Ver la evangelización desde la misión


La comunicación de la fe ha de transmitir algo interesante para
quien escucha, no algo interesante para quien habla

El papa vincula la acción evangelizadora a los problemas de la Iglesia y del mundo: los inmigrantes, las guerras, el conflicto palestino, la crisis ecológica, los cristianos perseguidos, la situación de Cuba. Estas referencias nos recuerdan que no conviene ver la comunicación de la fe sólo desde lo individual ni desde lo subjetivo, ni ver la experiencia cristiana sólo desde el esfuerzo de superación personal.

Una actitud subjetivista puede conducir al voluntarismo, puede convertirnos en autorreferenciales. Y nos puede terminar agotando, porque nuestros defectos son agotadores. El papa invita a ver las cosas desde la mirada de Dios misericordioso, que es quien primerea, quien da el primer paso, quien convierte los corazones. Y también desde la mirada del otro. Sobre todo, desde la persona que necesita nuestra ayuda, material o espiritual, que es lo más motivador, lo que remueve la comodidad, la pereza, los respetos humanos.

Es mucho más motivador el esfuerzo por construir un mundo mejor, que el esfuerzo por convertirse en una persona mejor. Ver la comunicación desde el otro tiene otras consecuencias. Si se quiere proponer a alguien que se transforme en un cristiano en salida, hay que contagiarle el entusiasmo por el proyecto, por la apasionante misión de la Iglesia. Y se entusiasmará con los fines, no con  los medios; con la meta, no con el esfuerzo.

Esta idea se ha expresado de muchas maneras. Recordamos la metáfora del dedo y de la luna: cuando alguien señala la luna, podemos mirar al cielo, o podemos quedarnos en el dedo. En la misma línea se sitúa una metáfora de Saint Exupery. Decía: si quieres que un joven sea un gran navegante no tienes que enseñarle la técnica de hacer barcos, tienes que contagiarle el amor al mar. Suele decirse que la comunicación no es lo que se dice sino lo que el otro entiende. Que la comunicación ha de transmitir algo interesante para quien escucha, no algo interesante para quien habla. Esto sucede cuando se va la comunicación desde la misión, como nos anima Francisco.

Coherencia


Francisco primero hace y luego dice: se oyen sus palabras, se
ven sus actitudes, y se comprueba que coinciden

Se ha dicho que el papa emplea un lenguaje diferente. Pero ante todo vemos que toma decisiones y que actúa. Francisco primero hace y luego dice. Le vemos usar un coche discreto, abrazar a un enfermo de apariencia repulsiva, subir su propio maletín al avión: se oyen sus palabras, se ven sus actitudes, y se comprueba que unas y otras coinciden.

Hay un famoso libro de comunicación que se titula “Tú eres el mensaje”. Y un autor afirma: lo que haces grita tanto que no me deja oír lo que dices. Con otras palabras: la coherencia entre el ser, el obrar y el hablar es un requisito esencial de la comunicación. Por eso, quien quiere comunicar la fe ha de ser, él mismo, más amable, sociable, dialogante, misericordioso o servicial. Así deberían ser conocidos los cristianos en el mundo: como los que más y mejor saben escuchar, comprender, conversar.

Esta idea tiene otra aplicación: el mejor modo de transmitir la experiencia cristiana es compartirla, animar a vivirla. Confucio, en una expresión de sabiduría ancestral, afirma: «Lo oí y lo olvidé, lo vi y lo entendí, lo viví y lo aprendí».

Coherencia también en el tiempo. Hay personas que, con el paso de los años, se van desgastando en su forma de vivir la fe: se van enfriando, desencantando, perdiendo el vigor y la alegría. Y los demás observan y se hacen preguntas. Recientemente encontré unas palabras que me llamaron la atención: «La vejez hay que dedicarla a rezar, a sonreír, a dar gloria a Dios, a dar alegría a los demás, manteniendo la capacidad de maravillarse y conservando el gusto de vivir». Son ideas que pueden aplicarse a la vejez, a la madurez y a la juventud, a todas las etapas de la vida.

Vivida de este modo, la vocación cristiana convierte el paso del tiempo no en un ejercicio de desgaste, sino en un camino hacia la plenitud. Cuantos más años pasan, más cerca se está de la plenitud. Más el cuerpo se deteriora, más el espíritu madura. Esto se puede aplicar a la biografía personal −décadas− y a la historia de la Iglesia −siglos−. Cuanto más tiempo lleva la Iglesia en un lugar, más frutos trae. Esa coherencia en el tiempo, esa madurez, esa plenitud, es lo que atrae, lo que verdaderamente comunica.

 

Contagiar la alegría


Al ver la alegría de los católicos, muchos se tienen que
sentir removidos y “querer ser parte de esto”

Así ha llamado el Papa a su documento programático: la alegría del Evangelio. Allí invita a los católicos a «una nueva etapa evangelizadora marcada por la alegría». Los cristianos transmiten el Evangelio «no como quien impone una nueva obligación, sino como quien comparte una alegría», afirma en el número 14 de ese documento.

Estas palabras recuerdan una expresión de la Madre Teresa de Calcuta: «Posiblemente no nos encontraremos en situación de dar mucho, pero siempre podemos dar la alegría de un corazón que ama a Dios». San Josemaría Escrivá contaba que, en los primeros tiempos del Opus Dei, la gente decía que aquellos jóvenes que se acercaban a él habían hecho un voto de alegría: tan contentos se les veía.

Uno de mis libros favoritos se llama así: “Por qué la alegría”. Allí se recogen unas famosas y amargas palabras de Nietzsche: «Más salvados tendrían que parecer (los cristianos) para creer yo en su Salvador». Son amargas, pero es otra forma de expresar lo que hemos afirmado en positivo.

Alguien ha dicho que el cristianismo se contagia por envidia. Las personas que se acercan a la Iglesia, al ver la alegría de los católicos, se tienen que sentir removidos, hasta poder decir: “quiero ser parte de esto”. Se trata de una clave muy importante de la comunicación de la fe. Los católicos experimentan a Dios, tocan a Dios, confían en Dios y de ahí surge la alegría. No son optimistas por las estadísticas, por sus virtudes personales, ni por la situación del mundo. La alegría nace de saber que forman parte de algo más grande que ellos.

En suma, de acuerdo con estas lecciones del Papa Francisco, ¿qué tendría que ser la Iglesia? Una comunidad acogedora y alegre, que celebra su fe, que vive con austeridad, que practica la caridad, que se preocupa de los necesitados, que tiene un proyecto apasionante, una visión positiva del hombre y del mundo que nace de la fe y de la esperanza.

Solemnidad de Santa María Madre de Dios – 1 de enero


Ciclo A – Textos: Números 6, 22-27; Gálatas 4, 4-7; Lucas 2, 16-21.

María es verdadera Madre de Dios, la Theotokos


Idea principal: María es Madre de Dios y Madre nuestra.

Resumen del mensaje: Como nuestros hermanos orientales de rito sirio, demos hoy los augurios y felicitaciones a María Santísima, por ser la Madre de Dios. Acerquémonos a Ella con estos sentimientos, pues también es nuestra madre en el plano de la gracia.

Aspectos de esta idea:  
En primer lugar, esta verdad de que María es verdadera Madre de Dios, la Theotokos, la Iglesia la definió en el concilio de Éfeso en el 431. San Cirilo de Alejandría, que presidió el Concilio, escribía a continuación a sus fieles: “Sabéis que se reunió el santo sínodo en la gran iglesia de María, Madre de Dios. Pasamos allí el día entero… Había allí unos doscientos obispos reunidos. Todo el pueblo esperaba con ansiedad, aguardando desde el amanecer hasta el crepúsculo la decisión del santo Sínodo… Cuando salimos de la iglesia, nos acompañaron con antorchas hasta nuestros domicilios, porque era de noche. Se respiraba alegría en el ambiente; la ciudad estaba salpicada de luces; incluso las mujeres nos precedían con incensarios y abrían la marcha” (Epístola 24). San Ignacio de Antioquía llama a Jesús “el hijo de Dios y de María”. Esto coloca a María a una altura que da vértigo, al lado del Padre. Pero también, por ser de nuestra raza “nacido de una mujer”, está cercana a nosotros y se hace nuestra madre también, madre de la Iglesia. De esclavos que éramos pasamos a ser hijos en el Hijo (segunda lectura). Maravilloso intercambio éste como para felicitar a María y felicitarnos entre nosotros.

En segundo lugar, veamos la misión que tiene esta Madre, como toda madre. Una madre da a luz a su hijo con amor y acompaña a su hijo hasta el final. Así hizo María con su Hijo Jesús. Una madre amamanta a su hijo. Una madre cuida a su hijo. Una madre respeta la libertad de su hijo. Una madre acompaña a su hijo en sus momentos alegres y también en los momentos difíciles. María es madre de todos los hombres en el orden de la gracia. Al dar a luz a su primogénito, parió también espiritualmente a aquellos que pertenecerían a él, a los que serían incorporados a él y se convertirían así en miembros suyos. Ella desde el cielo intercede por nosotros, nos consuela, nos anima y nos apunta a su Hijo diciéndonos: “Haced lo que Él os diga”.
Finalmente, preguntémonos qué podemos imitar de María, nuestra Madre. El evangelio nos da dos secretos: “Ella conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón”. Seamos hombres que sabemos rumiar las cosas de Dios en nuestra vida, y como decía san Agustín, dado que no podemos imitarla en la primera Encarnación física, imitémosla en la segunda encarnación espiritual “concibiendo el Verbo con la mente”. Y segundo, salgamos de la Navidad como los pastores que salieron “dando gloria y alabanza a Dios por todo lo que habían oído y visto”, es decir, seamos testigos de esta Encarnación del Hijo de Dios y de esta Maternidad divina de María.

Para reflexionar: ¿Tengo a María como madre de mi fe, esperanza y amor? ¿Rezo continuamente a María? Puedo, como María, recibir la palabra, custodiarla en mi corazón, hacer de ella la luz para mis pasos, alimento de mi vida espiritual.

Para rezar: recemos el famoso “Acordaos”.
Acuérdate, oh Piadosísima Virgen María, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a tu protección, implorando tu asistencia y reclamando tu socorro, haya sido abandonado de ti. Animado con esta confianza, a ti también acudo, oh Virgen Madre, y aunque gimiendo bajo el peso de mis pecados, me atrevo a comparecer ante tu Presencia Soberana; no deseches, oh Purísima y Santísima Madre de Dios mis humildes súplicas, antes bien escúchalas y atiéndelas favorablemente. Amén”.

Jesús es esperanza de paz


Buscar a Jesús en el silencio de un Sagrario o en el sufrimiento de los pobres

VER

En varias partes del mundo hay conflictos y guerras. En Siria, entre israelíes y palestinos, en diversas regiones de Africa, en Venezuela, y en tantos otros lugares, con mayor o menor intensidad. Pero lo mismo sucede entre nosotros. En Oxchuc y Chenalhó, no han podido tomar plena posesión como presidentas municipales dos mujeres, a pesar de que las autoridades federales les han confirmado en sus puestos. No es cuestión de género, sino que hay divisiones internas en sus comunidades, que tornan muy peligrosa, incluso sangrienta, su reinstalación. Es lo que queremos evitar. Pero el interés por el dinero, por administrar los recursos públicos, impide cualquier negociación y acuerdo. No hay la paz social que anhelamos en esos lugares. Y con bloqueos carreteros, que dañan tanto a las propias comunidades y al turismo, presionan para quedarse con el poder.
Tampoco hay paz en muchos hogares. ¡Cuánto sufren los hijos con el alcoholismo de un papá, o con la violencia intrafamiliar! Hay hermanos que no se hablan, por inconformidades internas con las herencias. ¡Cuánta guerra, subterránea o abierta, entre los candidatos de partidos políticos! Entre los mismos seguidores de Jesús, hay ataques fundamentalistas, usando hasta la misma Biblia para destrozarnos. Y ¡cuántos corazones rotos por odios y resentimientos, incapaces de perdonar!
En cambio, cuando descubrimos a Jesús y lo sentimos cercano, la vida cambia por completo. Así me lo escribió un encarcelado, ahora que visité el Centro de Readaptación Social No. 5 de Chiapas, como acostumbramos hacer muchos obispos y sacerdotes en las fiestas navideñas: “Como nunca, entiendo de manera literal lo que significa no ser libre a causa del pecado. Tenemos muchas cárceles: vicios, excesos, alejamientos, rencores, enfermedades, pobreza, hambre, indiferencia, y sólo cuando estás en la cárcel y te dicen que alguien llegará para darte la libertad, tu corazón despierta y comienza a albergar una luz en su interior: esperanza… En Navidad, damos gracias a Dios que nos libera, que puso su vista en nosotros y nuestra necesidad… Por eso, para quienes no somos libres, este día es un día de alegría, porque hoy nace Dios, y por eso es un día feliz”.

PENSAR

El Papa Francisco, con ocasión de la Navidad, nos invita a volver los ojos a Jesús. Si lo aceptamos y procuramos vivir su Evangelio, no sólo encontraremos paz y esperanza para nosotros, sino que las contagiaremos a los demás:
“Cuando todo parece terminar, cuando, ante tantas realidades negativas, la fe se hace difícil y viene la tentación de decir que nada más tiene sentido, ahí está en cambio la bella noticia: Dios está viniendo a realizar algo nuevo, a instaurar un reino de paz; Dios viene a traer libertad y consolación. El mal no triunfará por siempre; existe un final para el dolor. La desesperación ha sido vencida, porque Dios está entre nosotros.
Estamos llamados a convertirnos en hombres y mujeres de esperanza. Pero qué feo es cuando encontramos un cristiano que ha perdido la esperanza: “Yo no espero nada, todo ha terminado para mí”; un cristiano que no es capaz de mirar el horizonte con esperanza y, ante su corazón, solo hay un muro. ¡Dios destruye estos muros con el perdón! Y por esto, nuestra oración para que Dios nos dé cada día la esperanza y la dé a todos, aquella esperanza que nace cuando vemos a Dios en el pesebre en Belén. Y viendo al pequeño Niño de Belén, los pequeños del mundo sabrán que la promesa se ha cumplido, el mensaje se ha realizado. En un niño apenas nacido, necesitado de todo, envuelto en pañales y puesto en un pesebre, está contenida toda la potencia del Dios que salva” (14-XII-2016).
“Para encontrarlo, hay que ir allí, donde él está: es necesario reclinarse, abajarse, hacerse pequeño. El Niño que nace nos interpela: nos llama a dejar los engaños de lo efímero para ir a lo esencial, a renunciar a nuestras pretensiones insaciables, a abandonar las insatisfacciones permanentes y la tristeza ante cualquier cosa que siempre nos faltará. Nos hará bien dejar estas cosas para encontrar de nuevo en la sencillez del Niño Dios la paz, la alegría, el sentido luminoso de la vida” (24-XII-2016).

ACTUAR

Si piensas que esto son sólo bellas palabras, consuelos baratos, sentimentalismos ocasionales, haz la prueba de acercarte a Jesús y verás cómo cambia tu corazón. Encontrarás la paz que necesitas, suceda lo que sucediere, y serás constructor de paz a tu alrededor. Búscalo en el silencio de un Sagrario y en el sufrimiento de los pobres. Tu vida será diferente.

12/28/16

Segundo domingo después de Navidad - Ciclo A


P. Antonio Rivero, L.C.


Textos: 
Eclesiástico 24, 1-4.12-16; Efesios 1, 3-6.15-18; Juan 1, 1-18
 
Idea principal: Dios en Cristo puso su tienda entre nosotros.

Resumen del mensaje: Dios se encarnó y “acampó” entre nosotros, puso su “tienda” entre nosotros, expresión ésta usada por san Juan en el evangelio de hoy, y usada anteriormente en el libro del Éxodo para señalar el lugar de reunión entre Dios y su pueblo, la morada de Yahvé.

Aspectos de la idea principal:

En primer lugar, Dios ha puesto su tienda entre nosotros (evangelio). En Jesús se ha hecho uno de nosotros, con carne y sangre como nosotros. Esta es su tienda. Su tienda, él mismo con su cuerpo, permanece entre nosotros como uno de nosotros. La tienda para los judíos y los habitantes del desierto, es algo habitual. Cuando ellos van caminando día con día, llegan a algún lugar y se establecen ahí. Ponen tienda, es decir, se establecen ahí, para vivir ahí. Poner la tienda quiere decir que acomodan todo, y van disponiendo todo de manera que puedan establecerse. No es simplemente poner una tienda de campaña; es llegar, colocar la tienda, en medio de la tierra, acomodarla, y colocar dentro todos los utensilios para la vida, así como los animales y demás cosas. Poner la tienda significa establecerse, introducirse a la vida.

En segundo lugar, preguntémonos por qué Dios pone su tienda entre nosotros. Lo hizo para quedarse con nosotros, para vivir en medio de nosotros, nosotros somos su tienda, él está aquí para transformarnos, para conocernos. Él se hace carne para conocer nuestra fragilidad, nuestra pequeñez, nuestro dolor, y se establece aquí, pone su tienda para estar siempre cerca de nosotros, viviendo junto a nosotros. Dios quiere estar con nosotros, y quiere entrar en nuestras vidas, pero no para que lo encerremos en nuestras categorías, en nuestros esquemas, en nuestras maneras de pensar. Dios viene en Jesús para que descubramos en Él la verdadera sabiduría (primera lectura), la novedad de la fe de nuestra filiación divina (segunda lectura) y seamos capaces de entender esa Palabra que es Luz y Vida (evangelio). Ciertamente, esto para muchos es un absurdo, porque vemos en Dios algo lejano, algo sin sentido, una mera idea, un absurdo o una quimera más, alguien que nos incomoda con su tienda. Y por ello, no le dejan acampar en su corazón.
Finalmente, celebrar, pues, la navidad es ser capaces de ir a la tienda, entrar en ella, encontrarnos con Él y descubrir quién es realmente. Él ha puesto su tienda –su humanidad diría santa Teresa-. Sólo es entrar en ella para llegar a su divinidad. No es que yo lo meta a mi tienda, Él fue quién se metió en mi tienda para ensancharla, limpiarla, divinizarla. Sin esta verdad, la navidad no tiene ningún sentido; se queda en nacimientos, árboles, regalos. Dejemos que él acampe en nuestra vida, en nuestra familia, en nuestro puesto de trabajo y proyectos. ¿No es la Eucaristía la prolongación de esa tienda que comenzó el día de la Encarnación?

Para reflexionar: ¿Por qué no quiero entrar en esa tienda? ¿Porque no quiero confrontar mi vida con la Vida, mi verdad con la Verdad, mi luz natural con esa Luz?

Para rezar: Señor, quiero entrar en tu Tienda para encontrarme contigo en esta Navidad. Y tu tienda hoy la has puesto en la Eucaristía. Enséñame tus caminos para que camine con rectitud. Que mi vida arrastre a otros a entrar en tu Tienda y a encontrarse contigo. Amén.

‘Al mirar las estrellas confiar en la promesa de Dios’


“Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
San Pablo, en la Carta a los Romanos, nos recuerda la gran figura de Abraham, para indicarnos la vía de la fe y de la esperanza.
De él el apóstol escribe: «Esperando contra toda esperanza, Abraham creyó y llegó a ser padre de muchas naciones» (Rom 4,18); “esperando contra toda esperanza”: Este concepto es fuerte ¿no?: aún cuando no hay esperanza yo espero. Es así nuestro padre Abrahán. San Pablo se está refiriendo a la fe con la cual Abrahán creyó en la palabra de Dios que le prometía un hijo.
Pero era verdaderamente una confianza “contra toda esperanza”, porque era tan imposible aquello que el Señor le estaba anunciando, ya que él era anciano – tenia casi cien años – y su mujer era estéril. No lo había logrado.
Pero lo ha dicho Dios, y él creyó. No había esperanza humana porque él era anciano y su mujer estéril: y él cree. Confiando en esta promesa, Abraham se pone en camino, acepta dejar su tierra y hacerse extranjero, esperando en este hijo “imposible” que Dios habría debido donarle no obstante que el vientre de Sara estaba como muerto.
Abraham cree, su fe se abre a una esperanza aparentemente irracional; esta es la capacidad de ir más allá de los razonamientos humanos, de la sabiduría y de la prudencia del mundo, más allá de lo que es normalmente considerado sentido común, para creer en lo imposible. La esperanza abre nuevos horizontes, nos vuelve capaces de soñar lo que no es ni siquiera imaginable. La esperanza hace entrar en la oscuridad de un futuro incierto para caminar en la luz. Es bella la virtud de la esperanza; nos da tanta fuerza para ir en la vida.
Pero es un camino difícil. Y llega el momento, también para Abraham de la crisis de desaliento. Ha confiado, ha dejado su casa, su tierra y sus amigos… todo. Y ha partido y ha llegado al país que Dios le había indicado, el tiempo ha pasado. En aquel tiempo hacer un viaje así no era como ahora, con los aviones – en 12 o 15 horas se hace –; se necesitaban meses, años.
El tiempo ha pasado, pero el hijo no llega, el vientre de Sara permanece cerrado en su esterilidad. Y Abraham, no digo que pierde la paciencia, sino se queja ante el Señor. También esto aprendemos de nuestro padre Abraham: quejarnos ante el Señor es un modo de orar. A veces cuando confieso yo escucho: “Me he quejado con el Señor…” y yo respondo: “No te quejes Él es Padre”. Y este es un modo de orar: quejarme ante el Señor, esto es bueno.
Abraham se queja ante el Señor y dice así: «Señor, respondió Abraham, […] yo sigo sin tener hijos, y el heredero de mi casa será Eliezer de Damasco (Eliezer era quien gobernaba todas las cosas). Después añadió: “Tú no me has dado un descendiente, y un servidor de mi casa será mi heredero”.
Entonces el Señor le dirigió esta palabra: “No, ese no será tu heredero; tu heredero será alguien que nacerá de ti”. Luego lo llevó afuera y continuó diciéndole: “Mira hacia el cielo y si puedes, cuenta las estrellas”. Y añadió: “Así será tu descendencia”. Abraham creyó nuevamente en el Señor, que lo tuvo en cuenta como justicia» (Gen 15,2-6).
La escena se desarrolla de noche, afuera esta oscuro, pero también en el corazón de Abraham esta la oscuridad de la desilusión, del desánimo, de la dificultad de continuar esperando en algo imposible. Ahora el patriarca es demasiado avanzado en los años, parece que no hay más tiempo para un hijo, y será un siervo el que entrará a heredando todo.
Abraham se está dirigiendo al Señor, pero Dios, aunque este ahí presente y habla con él, es como si se hubiera alejado, como si no hubiese cumplido su palabra. Abraham se siente solo, esta viejo y cansado, la muerte se acerca. ¿Cómo continuar confiando?
Y este reclamo suyo es entretanto una forma de fe, es una oración. A pesar de todo, Abrahán continúa creyendo en Dios y esperando en algo que todavía podría suceder.
Contrariamente ¿para qué interpelar al Señor, quejándose ante Él, reclamando sus promesas? La fe no es solo silencio que acepta todo sin reclamar, la esperanza no es la certeza que te da seguridad ante las dudas y las perplejidades. Pero muchas veces, la esperanza es oscura; pero está ahí, la esperanza… que te lleva adelante. La fe es también luchar con Dios, mostrarle nuestra amargura, sin piadosas apariencias.
“Me he molestado con Dios y le he dicho esto, esto, esto” Pero Él es Padre, Él te ha entendido: ve en paz. ¡Tengamos esta valentía! Y esto es la esperanza. Y la esperanza es también no tener miedo de ver la realidad por aquello que es y aceptar las contradicciones. Abraham por lo tanto en la fe, se dirige a Dios para que lo ayude a continuar esperando.
Es curioso, no pide un hijo. Pide: “Ayúdame a seguir esperando”, la oración para tener esperanza. Y el Señor responde insistiendo con su improbable promesa: no será un siervo el heredero, sino un hijo, nacido de Abraham, generado por él.
Nada ha cambiado, por parte de Dios. Él continúa afirmando aquello que había dicho, y no ofrece puntos de apoyo a Abrahán, para sentirse seguro. Su única seguridad es confiar en la palabra del Señor y continuar esperando.
Y aquel signo que Dios dona a Abraham es una invocación a continuar creyendo y esperando: «Mira hacia el cielo y cuenta las estrellas […] Así será tu descendencia» (Gen 15,5). Es todavía una promesa, hay todavía algo que esperar para el futuro. Dios lleva a Abraham afuera de la tienda, en realidad (fuera) de sus visiones restringidas, y le muestra las estrellas.
Para creer, es necesario saber ver con los ojos de la fe; no solo estrellas, que todos podemos ver, sino para Abraham tienen que convertirse en el signo de la fidelidad de Dios. Es esta la fe, este el camino de la esperanza que cada uno de nosotros debe recorrer.
Si también a nosotros nos queda como única posibilidad mirar las estrellas, entonces es tiempo de confiar en Dios. No hay nada más bello. La esperanza no defrauda. Gracias.

12/27/16

Misa de la Sagrada Familia - Ciclo A

P. Antonio Rivero, L.C.



Textos: Eclesiástico 3, 2-6.12-14; Colosenses 3, 12-21; Mateo 2, 13-15.19-23


Idea principal: Ese Niño que nace en Belén nace y tiene una familia humana, modelo para todas las familias.

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, preguntémonos cómo vivía esta familia humana de Jesús. Unidos en la oración y en la obediencia a Dios: “Levántate, toma al niño y a su madre y huye a Egipto…vuelve a la tierra de Israel”. Unidos en el amor mutuo: “se levantó, tomó al niño y a su madre, se fue a Egipto”. Unidos en el trabajo, dolor y las pruebas: “…porque Herodes va a buscar al niño para matarlo” (evangelio). Todo un programa para las familias de hoy.

En segundo lugar, preguntémonos cómo viven algunas de nuestras familias hoy. Unas, unidas en la oración, amor y dolor. Otras, no tanto, experimentando la separación, el divorcio, viviendo como si Dios no existiese y dejándose llevar por el silbido de las sirenas, dejando las ventanas de la afectividad de par en par a nuevos aires de liberación, o abriendo la puerta del corazón a piratas intrusos que lo único que pretenden es destrozar la barca matrimonial y familiar. Familias que viven por motivos de interés o de mera convivencia civilizada, y no en la fe, en la oración, en la certeza de saberse amados y bendecidos por Dios por un santo sacramento.

Finalmente, preguntémonos cómo deberían vivir nuestras familias, siguiendo el ejemplo de la Sagrada Familia de Nazaret. Dios en el centro. El amor como motivación y corona. El dolor como prueba para ejercitar las virtudes teologales y mirar para arriba. Los hijos, honrando a sus padres, no causándoles tristezas, obedeciéndoles (segunda lectura) y cuidándoles en la vejez (primera lectura). Los padres revestidos de respeto y amor entre ellos, y de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia, perdón, amor para con sus hijos; y piedad y gratitud con Dios (segunda lectura).

Para reflexionar: Padres de familia, ¿se parecen a san José? Madres, ¿se parecen a María? Hijos, ¿se parecen al Niño Jesús? ¿Repasan juntos el cuarto mandamiento de la ley de Dios tan bien explicado en el Catecismo de la Iglesia católica en los números 2217-2218?

Para rezar:
Sagrada Familia de Nazaret;
enséñanos el recogimiento,
la interioridad;
danos la disposición de
escuchar las buenas inspiraciones y las palabras
de los verdaderos maestros.
Enséñanos la necesidad
del trabajo de reparación,
del estudio,
de la vida interior personal,
de la oración,
que sólo Dios ve en los secreto;
enséñanos lo que es la familia,
su comunión de amor,
su belleza simple y austera,
su carácter sagrado e inviolable. Amén

12/26/16

‘También hoy la Iglesia sufre el martirio en diversas partes del mundo’

El Papa en el Ángelus


“¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
La alegría de la Navidad llena también hoy nuestros corazones, mientras que la liturgia celebra el martirio de San Esteban, el primer mártir, invitándonos a recoger el testimonio que él nos ha dejado con su sacrificio. Es el testimonio glorioso propio del martirio cristiano, sufrido por amor a Jesucristo; martirio que continúa a estar presente en la historia de la Iglesia, desde Esteban hasta nuestros días.

De este testimonio nos ha hablado el Evangelio de hoy. Jesús preanuncia a sus discípulos el rechazo y la persecución que encontraran: «Serán odiados por todos a causa de mi Nombre». Pero ¿Por qué el mundo persigue a los cristianos? El mundo odia a los cristianos por la misma razón por la cual ha odiado a Jesús, porque Él ha traído la luz de Dios y el mundo prefiere las tinieblas para esconder sus obras malignas.
Recordemos que el mismo Jesús, en la Última Cena, rezó al Padre para que nos defendiera del espíritu mundano maligno. Hay contraposición entre la mentalidad del Evangelio y aquella mundana. Seguir a Jesús quiere decir seguir su luz, que se ha encendido en la noche de Belén, y abandonar las tinieblas del mundo.
El protomártir Esteban, lleno de Espíritu Santo, fue lapidado porque confesó su fe en Jesucristo, Hijo de Dios. El Unigénito que viene al mundo invita a cada creyente a elegir la vía de la luz y de la vida.
Este es el significado de su venida entre nosotros. Amando al Señor y obedeciendo a su voz, el diácono Esteban ha elegido a Cristo, Vida y Luz para todo hombre. Escogiendo la verdad, él se ha convertido al mismo tiempo en víctima del misterio de la iniquidad presente en el mundo. ¡Pero en Cristo, Esteban ha vencido!
También hoy la Iglesia, para dar testimonio de la luz y de la verdad, sufre en diversos lugares duras persecuciones, hasta la suprema prueba del martirio. ¡Cuántos hermanos y hermanas en la fe sufren injusticias, violencias y son odiados a causa de Jesús! Yo les digo una cosa, los mártires de hoy son en número mayor respecto a los primeros siglos.
Cuando nosotros leemos la historia de los primeros siglos, aquí, en Roma, leemos tanta crueldad con los cristianos; yo les digo: la misma crueldad existe hoy y en número mayor hacia los cristianos.
Hoy queremos recordarnos de ellos que sufren persecuciones, y estar cerca de ellos con nuestro afecto, nuestra oración y también nuestro llanto.
Ayer, en el día de Navidad, los cristianos perseguidos en Irak han celebrado la Navidad en su catedral destruida: es un ejemplo de fidelidad al Evangelio.
No obstante las pruebas y los peligros, ellos testimonian con valentía su pertenencia a Cristo y viven el Evangelio comprometiéndose en favor de los últimos, de los más olvidados, haciendo el bien a todos sin distinción; testimonian la caridad en la verdad.
Al hacer espacio dentro de nuestro corazón al Hijo de Dios que se dona a nosotros en la Navidad, renovemos la alegre y valiente voluntad de seguirlo fielmente como único guía, perseverando en el vivir según la mentalidad evangélica y rechazando la mentalidad de los dominadores de este mundo.
A la Virgen María, Madre de Dios y Reina de los mártires, elevemos nuestra oración, para que nos guie y nos sostenga siempre en nuestro camino en el seguimiento de Jesucristo, que contemplamos en la gruta del pesebre y que es el Testimonio fiel de Dios Padre”.
Después de la oración del ángelus el Papa dirige las siguientes palabras:
“Expreso mi pésame por la triste noticia del avión ruso que precipitó en el Mar Negro. El Señor consuele al querido pueblo ruso y a los familiares de los pasajeros que estaban abordo: periodistas, tripulación y el excelente coro y orquesta de las Fuerzas Armadas. La bienaventurada Virgen María les apoye en las operaciones de búsqueda actualmente en curso. En el 2004 este coro se exhibió en el Vaticano por los 26 años del pontificado de san Juan Pablo II; recemos por ellos.
Queridos hermanos y hermanas, en el clima de gozo cristiano que emana de la Navidad de Jesús, les saludo y agradezco por vuestra presencia. A todos ustedes que han venido de Italia y de diversos países, renuevo el deseo de paz y de serenidad: sean estos para ustedes y para sus familiares, días de alegría y de fraternidad.
Saludo y envío mis mejores deseos a todas las personas que se llaman Esteban o Estefania. En estas semanas he recibido mensajes de saludos de todo el mundo.
No me es posible responder a cada uno, por ello expreso hoy a todos mi especial agradecimiento, especialmente por el don de la oración. ¡Gracias de corazón! El Señor les recompense por la generosidad. ¡Buena fiesta! Y por favor no se olviden de rezar por mi.Buon pranzo y arrivederci”.