1/31/16

‘Ninguna condición humana puede ser motivo de exclusión del corazón del Padre’

El Papa en el Ángelus


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El relato evangélico de hoy nos conduce de nuevo, como el pasado domingo, a la sinagoga de Nazaret, el pueblo de Galilea donde Jesús creció en familia y lo conocían todos. Él, que hacía poco tiempo que había salido para comenzar su vida pública, vuelve ahora por primera vez y se presenta a la comunidad, reunida el sábado en la sinagoga. Lee el pasaje del profeta Isaías que habla del futuro Mesías y al final declara: “Hoy se cumple esta palabra que acabáis de oír” (Lc 4,21). Los conciudadanos de Jesús, en un primer momento sorprendidos y admirados, comienzan después a poner cara larga, a murmurar entre ellos y a decir: ¿Por qué este que pretende ser el Consagrado del Señor, no repite aquí los prodigios y milagros que ha realizado en Cafarnaúm y en los pueblos cercanos? Entonces Jesús afirma: “Ningún profeta es bien recibido en su patria” (v. 24) y recuerda a los grandes profetas del pasado, Elías y Eliseo, que realizaron milagros a favor de los paganos para denunciar la incredulidad de su pueblo. Llegados a este punto, los presentes se sienten ofendidos, se levantan indignados, expulsan a Jesús fuera del pueblo y quisieran arrojarlo desde un precipicio. Pero Él, con la fuerza de su paz, “pasando en medio de ellos, continuó su camino” (v. 30). Su hora todavía no había llegado.
Este relato del evangelista Lucas no es simplemente la historia de una pelea entre paisanos, como a veces pasa en nuestros barrios, suscitada por envidias y celos, sino que saca a la luz una tentación a la cual el hombre religioso está siempre expuesto, todos nosotros estamos expuestos, y de la cual es necesario tomar decididamente las distancias. ¿Y cual es esta tentación? Es la tentación de considerar la religión como una inversión humana y, en consecuencia, ponerse a “negociar” con Dios buscando el propio interés. En cambio en la verdadera religión se trata de acoger la revelación de un Dios que es Padre y que se preocupa de cada una de sus criaturas, también de aquellas más pequeñas e insignificantes a los ojos de los hombres. Precisamente en esto consiste el ministerio profético de Jesús: en anunciar que ninguna condición humana pueda constituir motivo de exclusión, ¡ninguna condición humana puede ser motivo de exclusión!, del corazón del Padre, y que el único privilegio a los ojos de Dios es aquel de no tener privilegios. El único privilegio a los ojos de Dios es aquel de no tener privilegios, de no tener padrinos, de abandonarse en sus manos.
“Hoy se cumple esta palabra que acabáis de oír” (Lc 4, 21). El “hoy”, proclamado por Cristo aquel día, vale para cada tiempo; resuena también para nosotros en esta plaza, recordándonos la actualidad y la necesidad de la salvación traída por Jesús a la humanidad. Dios viene al encuentro de los hombres y las mujeres de todos los tiempos y lugares en las situaciones concretas en las cuales estos estén. También viene a nuestro encuentro. Es siempre Él quien da el primer paso: viene a visitarnos con su misericordia, a levantarnos del polvo de nuestros pecados; viene a extendernos la mano para hacernos levantar del abismo en el que nos ha hecho caer nuestro orgullo, y nos invita a acoger la consolante verdad del Evangelio y a caminar por los caminos del bien. Siempre viene Él a encontrarnos, a buscarnos. Volvamos a la sinagoga…
Ciertamente aquel día, en la sinagoga de Nazaret, también estaba allí María, la Madre. Podemos imaginar los latidos de su corazón, una pequeña anticipación de aquello que sufrirá debajo de la Cruz, viendo a Jesús, allí en la sinagoga, primero admirado, luego desafiado, después insultado, luego amenazado de muerte. En su corazón, lleno de fe, ella guardaba cada cosa. Que ella nos ayude a convertirnos de un dios de los milagros al milagro de Dios, que es Jesucristo.
Al término de estas palabras, el Santo Padre rezó la oración mariana:
Angelus Domini nuntiavit Mariae…
Al concluir la plegaria, Francisco se refirió a la enfermedad de Hansen:
Queridos hermanos y hermanas,
Se celebra hoy la Jornada mundial de los enfermos de lepra. Esta enfermedad, a pesar de estar en regresión, desafortunadamente todavía afecta a las personas más pobres y marginadas. Es importante mantener viva la solidaridad con estos hermanos y hermanas, que han quedado inválidos después de esta enfermedad. A ellos les aseguramos nuestra oración y aseguramos nuestro apoyo a quienes les asisten. Buenos laicos, buenas hermanas, buenos sacerdotes.
A continuación, llegó el turno de los saludos que tradicionalmente realiza el Papa:
Os saludo con afecto a todos vosotros, queridos peregrinos llegados desde diferentes parroquias de Italia y de otros países, así como a las asociaciones y los grupos. En particular, saludo a los estudiantes de Cuenca y a los de Torreagüera (España). Saludo a los fieles de Taranto, Montesilvano, Macerata, Ercolano y Fasano.
Ahora saludo a los chicos y chicas de la Acción Católica de la diócesis de Roma. Ahora entiendo porque había tanto ruido en la plaza. Queridos chicos, también este año, acompañados por el Cardenal Vicario y por vuestros Asistentes, habéis venido muchos al final de vuestra “Caravana de la Paz”.
Este año vuestro testimonio de paz, animado por la fe en Jesús, será todavía más alegre y consciente, porque está enriquecido por el gesto que acabáis de hacer, al pasar por la Puerta Santa. ¡Os animo a ser instrumentos de paz y de misericordia entre vuestros compañeros!
Escuchamos ahora el mensaje que vuestros amigos, que están aquí junto a mí, nos van a leer. (Lectura del mensaje)
El Obispo de Roma terminó su intervención diciendo:
A todos os deseo un feliz domingo y buen almuerzo. Y por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Hasta pronto!

1/30/16

¿Alumbramos una nueva civilización o asistimos al parto de los montes?

Creemos que es bueno lo nuevo sólo por serlo, sin detenernos en la consecuencias que comporta, imaginamos que la zafiedad es mejor que su contrario…
A primera vista, podemos otear indicadores de que caminamos hacia una nueva civilización que aportaría un modo nuevo de vivir o incluso de ser. Cambiar la esencia del hombre no parece empresa fácil, pero lo dejamos estar. Y vayamos a los asuntos que pueden renovarse en la cultura humana. De hecho, si repasamos la historia, hemos transformado mucho nuestra civilización. Las eras que parten el devenir humano están ancladas en grandes renovaciones realizadas por los hombres, tanto en el plano intelectual como en el técnico o en el modo de pensar de los hombres. Podríamos remontarnos a la invención de la rueda, poner el punto de mira en la imprenta o fijarnos en la Ilustración. Desde luego, no parece un momento de inflexión de la cultura la propuesta de no usar animales en la cabalgata de Reyes en Catarrotja.
Pero ahora hay menos pensadores, una idea del hombre más pequeña, poco magnánima, creemos que es bueno lo nuevo sólo por serlo, sin detenernos en la consecuencias que comporta, imaginamos que la zafiedad es mejor que su contrario… Sin embargo, hay muchos aspectos de la vida humana que mejoran, pero no precisamente por esas sendas. Hay una reforma radical de la técnica, de la medicina, del arte en sus diversas manifestaciones, del cuidado de la naturaleza, tal vez somos más libres, pero el hombre pierde a pasos agigantados porque no se valoran virtudes personales y sociales como la veracidad, lealtad, respeto a la opinión diversa, capacidad de disculpar, perdonar, escuchar, de ir al fondo de lo que nos proponemos, de pensar más en la persona, valor del sufrimiento, capacidad de servicio, etc., etc. Sin esto, la nueva cultura  será incultura.
Más que hacia nueva civilización, podemos dirigirnos hacia el parto de los montes, como en la fábula del mismo nombre. La fábula es un género literario que de forma amena y jocosa induce a una conclusión ética. Moralina, dirían seguramente los que se escurren de la moral. Ha tenido su cultivo en todas las épocas y en modo muy parecido. Ahí están EsopoHoracioSamaniego o Lafontaine. El DRAE define la fábula comoBreve relato ficticio, en prosa o verso, con intención didáctica frecuentemente manifestada en una moraleja final, y en el que pueden intervenir personas, animales y otros seres animados o inanimados.
Horacio hace una referencia al Parto de los Montes en su Epístola a los Pisones, de la que Samaniego extrae su conocida fábula: Con varios ademanes horrorosos / Los montes de parir dieron señales; / Consintieron los hombres temerosos / Ver nacer los abortos más fatales. / Después que con bramidos espantosos / Infundieron pavor a los mortales, / Estos montes, que al mundo estremecieron, / Un ratoncillo fue lo que parieron. / Hay autores que en voces misteriosas / Estilo fanfarrón y campanudo / Nos anuncian ideas portentosas; / Pero suele a menudo / Ser el gran parto de su pensamiento, / Después de tanto ruido sólo viento.
Observamos que esta breve fábula relata cómo los montes suministran terribles signos de dar a luz, infundiendo pánico en quienes los escuchan. Sin embargo, después de señales tan asombrosas, los montes paren un pequeño ratón. La fábula, y la expresión "el parto de los montes", se refieren a aquellos acontecimientos que se anuncian como algo mucho más grande o importante de lo que realmente terminan siendo. ¿Nos dice algo de la situación político-social que estamos viviendo en España? Posiblemente sí. Tiene su aspecto jocoso por la especie de circo que estamos viviendo. Pero no está exento de dramatismo porque no conocemos muy bien qué buscamos y hacia dónde caminamos. Algunos saben muy bien qué desean destruir, pero no se sabe tan bien lo que anhelan construir. Y si se imagina, por la semejanza con lo sucedido en sus regímenes amigos, la conclusión es terrorífica.
El doloroso parto del ratón conduce al estremecimiento de los montes, de la entera sociedad. Además, el pequeño roedor es extraordinariamente dañino. No alumbra un hombre nuevo, sino que muy probablemente extrae lo peor que poseemos los humanos para convertirlo en regla de juego para ese extraño género de vida de obligado cumplimiento. Claro que necesitamos mejoras, pero auténticas. Porque no habrá políticos, economistas o artistas no corruptos con la venta de un hombre tratado peor que a los animales hasta límites del dislate absoluto. Prefiero no poner ejemplos, pero el lector los conoce mejor que yo. Sólo unos interrogantes. ¿Viviremos con más libertad?  ¿Habrá más opciones para el pensamiento? ¿Tiraremos a la basura un pasado entendido como depósito de bienes comunes? ¿Podremos entender la cultura como una obra humana a respetar? ¿Viviremos lo que siempre se denominó buena educación?
No he dicho nada de la economía porque no es lo más importante. Sí lo es en el aspecto del paro y la gente que habita las periferias existenciales como reitera el Papa Francisco. No deseo fomentar ese materialismo de moverse sólo por intereses. Para el materialismo −residente en un empolvado neomarxismo− lo único que diferencia al hombre del resto del cosmos es su capacidad de acción, sin que se le reconozca su interioridad, porque sólo le importa cambiar el mundo con su acción.

1/29/16

Iglesia pobre, con y para los pobres

FELIPE ARIZMENDI ESQUIVEL

Obispo de San Cristóbal de las Casas 
VER
Algunas personas se molestan cuando el Papa Francisco y otros miembros de la Iglesia hablamos de la situación de pobreza y exclusión en que viven millones de personas; cuando se denuncia el sistema económico actual, idolátrico del dinero; cuando se invita a los seguidores de Jesús a asumir la opción prioritaria que Él hizo por los pobres. Un tiempo se les calificó de comunistas, teólogos de una liberación marxista, incitadores de una guerra violenta entre clases sociales, poco fieles a la misión de la Iglesia.
En una reunión eclesial latinoamericana muy importante en que participé en julio del año pasado, cuando se propuso como objetivo ser una Iglesia pobre para los pobres, siguiendo el sueño del papa Francisco, algunos protestaron, pidiendo que se matizara la frase, que eso a algunos los escandalizaría, que no volviéramos a otros tiempos de confrontación interna por estos temas… Afortunadamente la propuesta se aceptó, al menos en los planes y papeles, pues no es fácil asumirla con todas sus consecuencias. El mismo Papa ha encontrado serias resistencias en esto, pues a muchos les cuestiona y les molesta su insistencia y su propio estilo de vida, austero y sencillo.
PENSAR
Al respecto, el Papa Francisco ha sido muy explícito:
El corazón de Dios tiene un sitio preferencial para los pobres, tanto que hasta Él mismo se hizo pobre. La pobreza está en el centro del Evangelio. ¡Cómo quisiera una Iglesia pobre y para los pobres!
Existe un vínculo inseparable entre nuestra fe y los pobres. De nuestra fe en Cristo hecho pobre, y siempre cercano a los pobres y excluidos, brota la preocupación por el desarrollo integral de los más abandonados de la sociedad.
Hoy y siempre, los pobres son los destinatarios privilegiados del Evangelio. Para la Iglesia, la opción por los pobres es una categoría teológica antes que cultural, sociológica, política o filosófica. Sin la opción preferencial por los más pobres, el anuncio del Evangelio corre el riesgo de ser incomprendido. Es necesario que todos nos dejemos evangelizar por los pobres.
Todas las personas, verdaderamente todas, son importantes a los ojos de Dios. El rico y el pobre tienen igual dignidad, porque a los dos los hizo el Señor. El Papa ama a todos, ricos y pobres, pero tiene la obligación, en nombre de Cristo, de recordar que los ricos deben ayudar a los pobres, respetarlos, promocionarlos. Nunca los dejemos solos.
Estamos llamados a descubrir a Cristo en los pobres, a prestarles nuestra voz en sus causas, pero también a ser sus amigos, a escucharlos, a interpretarlos y a recoger la misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de ellos.
Nadie puede sentirse exceptuado de la preocupación por los pobres y por la justicia social. ¡Ruego al Señor que nos regale más políticos a quienes les duela de verdad la sociedad, el pueblo, la vida de los pobres! Estamos llamados a reconocer a Cristo sufriente en los sin techo, los toxicodependientes, los refugiados, los pueblos indígenas, los ancianos cada vez más solos y abandonados, los migrantes.
Hay un signo que no debe faltar jamás: la opción por los últimos, por aquellos que la sociedad descarta y desecha. Jesús nos advierte: el amor a los demás —extranjeros, enfermos, encarcelados, los que no tienen hogar, incluso los enemigos— es la medida con la que Dios juzgará nuestras acciones. De esto depende nuestro destino eterno.
Tenemos que aprender a estar con los pobres. No nos llenemos la boca con hermosas palabras sobre los pobres. Acerquémonos a ellos, mirémosles a los ojos, escuchémosles. Los pobres son para nosotros una ocasión concreta de encontrar al mismo Cristo, de tocar su carne que sufre. Ayudar a los pobres con dinero debe ser siempre una solución provisoria para resolver urgencias. El gran objetivo debería ser siempre permitirles una vida digna a través del trabajo. La peor discriminación que sufren los pobres es la falta de atención espiritual”.
ACTUAR
Para que la visita del Papa empiece a dar frutos, revisemos nuestros criterios y nuestras actitudes ante los pobres, que están en todas partes.

El Papa A La Congregación Para La Doctrina De La Fe


Queridos hermanos y hermanas, tenemos este encuentro como conclusión de los trabajos de vuestra Sesión Plenaria. Les saludo cordialmente y saludo al cardenal prefecto por sus amables palabras.
Nos encontramos en el Año Santo de la Misericordia. Espero que en este Jubileo todos los miembros de la Iglesia renueven su fe en Jesucristo que es el rostro de la misericordia del Padre, el camino que une a Dios y al hombre. Por lo tanto misericordia es el arquitrabe que sostiene la vida de la Iglesia: de hecho la primera verdad de la Iglesia es el amor de Cristo.
¿Cómo no desear entonces que todo el pueblo cristiano –pastores y fieles– descubran y pongan en el centro, durante el Jubileo, las obras de misericordia corporales y espirituales? Y cuando en el ocaso de la vida, se nos preguntará si hemos dado de comer al hambriento y de beber al sediento, también se nos preguntará si hemos ayudado a las personas a salir de sus dudas, si nos hemos comprometido a recibir a los pecadores, advirtiéndolos o corrigiéndolos, si hemos sido capaces de luchar contra la ignorancia, especialmente la relativa a la fe cristiana y a la vida buena. Esta atención a las obras de misericordia es importante: no son una devoción. Es la concretización de cómo los cristianos deben llevar adelante el espíritu de misericordia. Un vez, en estos años, recibí un movimiento importante en el Aula Pablo VI, estaba llena. Y toqué el tema de las obras de misericordia. Me paré e hice una pregunta: “¿Quién de vosotros se acuerdan bien de cuáles son las obras de misericordia espirituales y corporales? Quien se acuerde que levante la mano”. No eran más de 20 en un aula de 7 mil. Tenemos que volver a enseñar esto a los fieles, que es tan importante.
En la fe y en la caridad existe una relación de conocimiento y unificadora con el misterio del Amor, que es el mismo Dios. Y si bien Dios queda un misterio en sí mismo, la misericordia efectiva de Dios se ha vuelto en Jesús, misericordia afectiva, siendo que Él se hizo hombre para la salvación de los hombres. La tarea confiada a vuestro dicasterio encuentra aquí su más profundo fundamento y su justificación adecuada.
La fe cristiana, de hecho, no solo es conocimiento para conservar en la memoria, sino verdad que hay que vivir en el amor. Por lo tanto, junto con la doctrina de la fe, también hay que custodiar la integridad de las costumbres, sobre todo en los ámbitos más sensibles de la vida. La adhesión de fe a la persona de Cristo implica tanto el acto de la razón como la respuesta moral a su don. En este sentido, doy las gracias por todo el esfuerzo y la responsabilidad con que son tratados los casos de abuso de menores por parte del clero.
El cuidado de la integridad de la fe y de las costumbres es una tarea delicada. Para cumplir bien esa misión es importante un compromiso colegial. Vuestra Congregación valoriza mucho la contribución de los consultores y de los comisarios, a quienes deseo agradecerles el trabajo precioso y humilde. Y les animo a proseguir en la praxis de tratar los temas en el congreso semanal y los más importantes en las sesiones ordinarias o plenarias. Hace falta promover, en todos los niveles de la vida eclesial, una correcta sinodalidad. En este sentido el año pasado habéis organizado una reunión con los representantes de las Comisiones doctrinales de las Conferencias Episcopales de Europa, para abordar colegialmente algunos retos doctrinales y pastorales.
De esta manera se contribuye a suscitar en los fieles un nuevo impulso misionero y una mayor apertura a la dimensión trascendente de la vida, sin la cual Europa corre el riesgo de perder el espíritu humanista que, no obstante, ama y defiende. Les invito también a seguir y a intensificar las colaboraciones con tales órganos consultivos que ayudan a las Conferencias Episcopales y con cada uno de los obispos en su solicitud por la sana doctrina en un tiempo de cambios rápidos y de problemáticas de creciente complejidad.
Otra aportación significativa a la renovación de la vida eclesial es el estudio sobre la complementariedad entre los dones jerárquicos y carismáticos. Según la lógica de la unidad en la legítima diferencia -lógica que caracteriza toda auténtica forma de comunión en el Pueblo de Dios-, dones jerárquicos y carismáticos están llamados a colaborar en sinergia por el bien de la Iglesia y del mundo. El testimonio de esta complementariedad es hoy muy urgente y representa una expresión elocuente de aquella ordenada pluriformidad que caracteriza a cada tejido eclesial, como reflejo de la armoniosa comunión que vive en el corazón de Dios Uno y Trino. La relación entre dones jerárquicos y carismáticos, de hecho lleva a su raíz Trinitaria, en la relación entre el Logos divino encarnado y el Espíritu Santo, que es siempre don del Padre y del Hijo.
Justamente, si esa raíz es reconocida y aceptada con humildad, permite que la Iglesia se renueve en cada tiempo como ‘un pueblo que deriva su unidad de la unidad de Padre, del Hijo y del Espíritu Santo’, de acuerdo con la expresión de san Cipriano (De oratione dominica, 23). Unidad y pluriformidad son el sello de una Iglesia que, movida por el Espíritu, sabe encaminarse con un paso seguro y fiel hacia las metas que el Señor Resucitado le indica en el curso de la historia.
Aquí se puede ver cómo la dinámica sinodal, si se entiende correctamente, nace de la comunión y conduce hacia una comunión, cada vez más efectiva, profunda y dilatada, al servicio de la vida y de la misión del Pueblo de Dios. Queridos hermanos y hermanas, les aseguro que les recordaré en las oraciones y confío en las que harán por mi. El Señor les bendiga y la Virgen les proteja.

Señor, sálvanos de la corrupción

Homilía del Papa en Santa Marta

Se puede pecar de muchos modos y por todo se puede pedir sinceramente perdón a Dios y, sin duda alguna, sabemos que obtendremos ese perdón. El problema nace con los corruptos. Lo peor de un corrupto es que cree que no necesita pedir perdón porque le basta el poder en el que se apoya su corrupción.
Es el comportamiento que el rey David asume cuando se enamora de Betsabé, mujer de su oficial Urías, que está combatiendo lejos. Después de haber seducido a la mujer y de saber que está encinta, David trama un plan para ocultar el adulterio. Manda llamar desde el frente a Urías y le dice que se vaya a casa a descansar. A Urías, hombre leal, ni se le ocurre ir a estar con su mujer mientras sus hombres mueren en la batalla. Entonces David lo intenta otra vez emborrachándolo, pero tampoco le funciona. David se puso nervioso, y dijo: ‘No, esto lo arreglo yo’. Y escribióla carta que hemos escuchado: «Pon a Urías en primera línea, donde sea más recia la lucha, y retiraos dejándolo solo, para que lo hieran y muera» (2Sam 11,15). La condena a muerte. Este hombre fiel —fiel a la ley, fiel a su pueblo, fiel a su rey— lleva consigo la condena a muerte.
David es santo pero también pecador. Cae en la lujuria a pesar de que Dios le que­ría tanto. Sin embargo, el grande, el noble David se siente tan seguro –porque el reino era fuerte– que, tras haber cometido adulterio, mueve todas los recursos a su disposición con tal de arreglar el asunto, aunque sea de modo engañoso, hasta llegar a urdir y ordenar el asesinato de un hombre leal, haciendo que parezca una desgracia de guerra. Este es un suceso en la vida de David que nos hace ver un momento por el que todos podemos pasar en nuestra vida: es el paso del pecado a la corrupción. Aquí David comienza, da el primer paso hacia la corrupción. Tiene el poder, tiene la fuerza. Por eso la corrupción es un pecado más fácil para todos los que tenemos algún poder, ya sea poder eclesiástico, religioso, económico, político… Porque el diablo nos hace sentirnos seguros: ‘¡Yo puedo!’.
La corrupción —de la que luego, por la gracia de Dios, David se salvará— afectó el corazón de aquel chico valiente que había enfrentado al filisteo con una honda y unas piedras. Hoy me gustaría subrayar solo esto: hay un momento donde el hábito del pecado, o un momento donde nuestra situación es tan segura y estamos tan bien vistos y tenemos tanto poder, que el pecado deja de ser pecado y se vuelve corrupción. El Señor siempre perdona, pero una de las cosas más feas que tiene la corrupción es que el corrupto no pide perdón, no siente la necesidad de pedir perdón.
Hagamos hoy una oración por la Iglesia, comenzando por nosotros, por el Papa, por los obispos, por los sacerdotes, por los consagrados, por los fieles laicos: Señor sálvanos, sálvanos de la corrupción. Pecadores sí, Señor, lo somos todos, ¡pero corruptos jamás! Pidamos esta gracia.

1/28/16

Comentario a la liturgia dominical

P. Antonio Rivero, L.C.

Cuarto Domingo Tiempo Común Ciclo C 

Textos: Jr 1, 4-5.17-19; 1 Co 12, 31-13,13; Lc 4, 21-30

Idea principal: Cristo y sus seguidores seremos signo de contradicción.
Síntesis del mensaje: Hoy es la continuación del Evangelio de la semana pasada. Un auténtico cristiano –llámese Papa, obispo, sacerdote, religiosa, laico- siempre será signo de contradicción, a ejemplo de Cristo, que no fue comprendido, que echó en cara la falta de fe de sus compatriotas, y por eso quisieron despeñarle (evangelio). Ante esto debemos reaccionar con la caridad de Cristo (2ª lectura), sin miedo y con la confianza en Dios, quien nos consagró desde el bautismo para ser profetas para las naciones y está a nuestro lado para salvarnos (1ª lectura).
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, Cristo fue desde que nació signo de contradicción; así se lo dijo Simeón a María y a José cuando éstos lo presentaron en el templo (cf. Lc 2, 21-40). Tres veces fue Jesús a hablar a su pueblo, Nazaret. La primera le aplaudieron hasta el punto de echar humo las palmas de la mano, porque hablaba “como los ángeles”, era su paisano y no había más que hablar. La segunda le silbaron porque enmendó la página al profeta Isaías, el hijo del carpintero al profeta, ¡hasta ahí podemos llegar!, diciendo que el Mesías no es el Dios de las venganzas, sino el Dios de las bondades y del perdón. La tercera, fue la vencida: porque igualó delante de Dios a extranjeros, judíos y paganos, le empujaron por las calles del pueblo hasta las afueras, al despeñadero, un envite y…¿a quién se le ocurre igualar paganos, extranjeros y judíos, estos últimos que eran raza elegida por Dios? Definitivamente este Jesús de Nazaret está loco de atar. ¡Signo de contradicción! Porque predica otra Noticia distinta –las bienaventuranzas-, más interior y no tanto exterior y esclava de preceptos, y que no hacía resonar el eco del Antiguo Testamento…¡está desfigurando la religión de Israel! Porque iba a banquetes, era un comilón y bebedor. Porque se dejaba tocar por los pecadores, era un proscrito y un apestado. Porque se hacía acompañar por mujeres que le servían en sus necesidades, era un incumplidor de la ley de Moisés. Porque enseñaba en las calles y caminos sin tener su título y sin ser escriba sabihondo y sin llevar un libro debajo del brazo, era criticado. Porque dejaba que los niños se acercasen a Él, y los acariciaba y bendecía, estaba bajo la lupa de los fariseos y doctores de la ley. Porque era un peregrino itinerante que no tenía donde reclinar la cabeza, era considerado raro y estrafalario. ¡Signo de contradicción! «Vino a los suyos, y los suyos no le recibieron» Jn 1, 11). ¿Para quién Jesús es signo de contradicción y piedra de escándalo? Para los soberbios, para los que se resisten a creer, se convierte en “roca de escándalo” (cf. 1 P 2,8). Y es el mismo Señor quien advierte: “Bienaventurado el que no se escandalice de mí” (Mt 11,6).
En segundo lugar, también la Iglesia fue, es y será signo de contradicción. La predicación de la Iglesia, su misma presencia en medio del mundo, resulta incómoda cuando, haciéndose eco de la enseñanza de Cristo, pronuncia lo que no desea ser oído; cuando recuerda que el hombre no es Dios, que la ley dictada por los hombres no siempre coincide con la ley de Dios; cuando desafía los convencionalismos pacíficamente aceptados por nuestro egoísmo, nuestra comodidad y nuestra soberbia; cuando proclama la verdad del matrimonio uno, indisoluble, fecundo, hasta la muerte. La Iglesia es signo de contradicción cuando no comulga con las ideologías de moda. Como Jeremías (1ª lectura), y como Cristo, la Iglesia no debe dejarse amedrentar. Es Dios quien hace al profeta plaza fuerte, columna de hierro y muralla de bronce. La fuerza de la Iglesia no proviene del poder de las armas, o del dinero, o del prestigio mundano. La fuerza de la Iglesia proviene de su fidelidad al Señor. La resistencia de la Iglesia radica en la fuerza paradójica del amor; un amor que “disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites” (1 Cor 13,7). La auténtica prioridad para la Iglesia, ha escrito el Papa Benedicto XVI, es “el compromiso laborioso por la fe, por la esperanza y el amor en el mundo”. Con esa prioridad debemos trabajar todos, aceptando el desafío del rechazo, y dando, incansablemente, testimonio del amor de Dios.
Finalmente, los auténticos seguidores de Cristo, los profetas de Dios experimentarán también esta señal de contradicción. Esta es una constante que acompaña a los auténticos profetas, desde el Antiguo Testamento hasta los tiempos presentes. Los falsos profetas, los que dicen lo que la gente quiere oír y, sobre todo, lo que halaga el oído de los poderosos, prosperan. Pero los profetas verdaderos resultan incómodos y provocan una reacción en contra cuando en su predicación tocan temas candentes, poniendo el dedo en la llaga de alguna injusticia o situación de infidelidad. Si no, preguntemos a san Juan Bautista al denunciar el adulterio del rey Herodes. O al beato Óscar Romero, que se ganó el sobrenombre de “la voz de los sin voz”. Su defensa de los más desfavorecidos de El Salvador hizo que el Parlamento británico lo propusiera como candidato al Premio Nobel de la Paz en 1979. Desgraciadamente, sus continuas llamadas al diálogo, para que los ricos no se aferraran al poder, y los oprimidos no optaran por las armas, no surtieron efecto, a pesar de la popularidad que alcanzaron sus homilías dominicales. Obstinados en reprimir toda oposición, agentes del Estado terminaron por asesinar a monseñor Romero, el 23 de marzo de 1980, y continuaron violando los derechos humanos, provocando una guerra civil en El Salvador que duraría once años y causaría 70.000 muertos.
Para reflexionar: reflexionemos en estas palabras del Papa Francisco: “«Mantenemos la mirada fija en Jesús, porque la fe, que es nuestro «sí» a la relación filial con Dios, viene de Él, viene de Jesús. Es Él el único mediador de esta relación entre nosotros y nuestro Padre que está en el cielo. Jesús es el Hijo, y nosotros somos hijos en Él. […] Por esto Jesús dice: he venido a traer división; no es que Jesús quiera dividir a los hombres entre sí, al contrario: Jesús es nuestra paz, nuestra reconciliación. Pero esta paz no es la paz de los sepulcros, no es neutralidad, Jesús no trae neutralidad, esta paz no es una componenda a cualquier precio. Seguir a Jesús comporta renunciar al mal, al egoísmo y elegir el bien, la verdad, la justicia, incluso cuando esto requiere sacrificio y renuncia a los propios intereses. Y esto sí, divide; lo sabemos, divide incluso las relaciones más cercanas. Pero atención: no es Jesús quien divide. Él pone el criterio: vivir para sí mismos, o vivir para Dios y para los demás; hacerse servir, o servir; obedecer al propio yo, u obedecer a Dios. He aquí en qué sentido Jesús es “signo de contradicción”» (Homilía de S.S. Francisco, 18 de agosto de 2013).
Para rezar: Señor, dame valentía para poder ser signo de contradicción sin miedo, a ejemplo tuyo y de tantos hermanos y hermanas cristianos, que incluso dieron la vida por ti y el Evangelio.

El secreto que dirige las páginas más hermosas de la historia humana...

P. Fernando Pascual  Fuente: Catholic.net 



La verdad y la violencia. La violencia se origina en los corazones desde ideas equivocadas e injustas sobre los demás


De vez en cuando se escuchan afirmaciones como las siguientes: quienes creen poseer la verdad son peligrosos, pues en nombre de la verdad se han cometido innumerables crímenes; en nombre de algunas religiones que se han considerado a sí mismas como verdaderas (especialmente en nombre del cristianismo) se ha derramado sangre sin límites; los que pretenden tener razón son más peligrosos que las personas que viven en la duda o la indiferencia hacia cierto tipo de temas...
Ante afirmaciones como estas podemos hacer dos reflexiones. La primera, que quien las dice cree que es verdad lo que dice. De lo contrario, no diría nada. Cree que es verdad que quien piensa que posee la verdad es peligroso para los demás. Si es consecuente con lo que dice, debería aceptar que él mismo es peligroso al creer que posee esta verdad...
Para huir de esta paradoja habría que dejar de creer en cualquier verdad, también la anterior, para poder vivir en paz. Pero esa misma “solución”, ¿la consideramos verdadera o no? La paradoja, así, vuelve a empezar, pues si es verdad que hay que renunciar a toda verdad podemos ser violentos por creer que poseemos esta verdad ante quienes piensen de modo distinto...
La segunda reflexión va más a fondo. Pensar que uno “posee la verdad” no es sinónimo de ser violento, aunque ciertas “presuntas verdades” sí pueden ser motivo de violencia, mientras que otras verdades o creencias construyen la paz y el amor entre los hombres.
Si uno cree que Dios ama a todos los hombres, que invita a los pecadores a la conversión, su actitud hacia los demás debería de ser de benevolencia, respeto, comprensión, mansedumbre. Si uno cree, en cambio, que el enemigo debe ser destruido, que otras razas no tienen derecho a vivir sobre la tierra, que los malhechores deben ser eliminados (aunque cometan delitos de poca importancia), que el aborto es un progreso de la humanidad... la agresividad encerrada en estas “certezas” podrá llevarse a la práctica de forma violenta y para daño de cientos, miles o millones de seres humanos.
No es correcto, por lo tanto, pensar que la “verdad” sea la causa de la violencia y los odios. La violencia se origina en los corazones desde ideas equivocadas e injustas sobre los demás.
La actitud más correcta, entonces, no es renunciar a las propias certezas, sino promover aquellas certezas, aquellas convicciones, que más fomenten la concordia y la paz.
Quizá entonces descubriremos que el cristianismo, a pesar de los errores cometidos por tantos millones de bautizados que no han sabido vivir a fondo el mensaje de Cristo, no es una religión de la violencia, sino del amor. “Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mt 5,9).
El mensaje de Cristo sigue en pie, ofrecido a todos en un clima de libertad y de respeto, no impuesto a nadie por la espada o el miedo. Ninguna violencia puede convencer a nadie, ni siquiera “en nombre de la verdad”. La tolerancia no nace de la renuncia a la verdad, sino de la búsqueda sencilla del misterio de la vida, del secreto que dirige las páginas más hermosas de la historia humana: Dios es amor...

1/27/16

‘La misericordia de Dios no es indiferente al dolor del oprimido’

El Papa en la Audiencia General


“Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En la Sagrada Escritura, la misericordia de Dios está presente a lo largo de toda la historia del pueblo de Israel.

Con su misericordia, el Señor acompaña el camino de los patriarcas, les dona hijos a pesar de la condición de esterilidad, les conduce por caminos de gracia y de reconciliación, como muestra la historia de de José y sus hermanos (cfr Gen 37-50). Y pienso en tantos hermanos que están alejados en una familia y no se hablan. Pero este Año de la Misericordia es una buena ocasión para reencontrarse, abrazarse y perdonarse, ¡eh! Olvidar las cosas feas. Pero, como sabemos, en Egipto la vida para el pueblo se hizo dura. Y es precisamente cuando los israelitas van a sucumbir, que el Señor interviene y da la salvación.
Se lee en el Libro del Éxodo: “Pasó mucho tiempo y, mientras tanto, murió el rey de Egipto. Los israelitas, que gemían en la esclavitud, hicieron oír su clamor, y ese clamor llegó hasta Dios, desde el fondo de su esclavitud. Dios escuchó sus gemidos y se acordó de su alianza con Abraham, Isaac y Jacob. Entonces dirigió su mirada hacia los israelitas y los tuvo en cuenta  (2,23-25). La misericordia no puede permanecer indiferente frente al sufrimiento de los oprimidos, al grito de quien está sometido a la violencia, reducido a la esclavitud, condenado a muerte. Es una dolorosa realidad que aflige a todas las épocas, incluida la nuestra, y que hace sentir a menudo impotentes, tentados a endurecer el corazón y pensar en otra cosa. Dios sin embargo, no es indiferente (Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2016, 1), no quita nunca la mirada del dolor humano. El Dios de misericordia responde y cuida de los pobres, de los que gritan su desesperación. Dios escucha e interviene para salvar, suscitando hombres capaces de sentir el gemido del sufrimiento y de trabajar a favor de los oprimidos.
Es así como comienza la historia de Moisés como mediador de liberación para el pueblo. Él se enfrenta al Faraón para convencerlo de que deje salir a Israel; y después guiará al pueblo a través del Mar Rojo y el desierto, hacia la libertad. Moisés, que la misericordia divina lo ha salvado de la muerte apenas nacido en las aguas del Nilo, se hace mediador de esa misma misericordia, permitiendo al pueblo nacer a la libertad salvado de las aguas del Mar Rojo. Y también nosotros en este Año de la Misericordia podemos hacer este trabajo de ser mediadores de misericordia con las obras de misericordia para acercarnos, para dar alivio, para hacer unidad. Tantas cosas buenas se pueden hacer.
La misericordia de Dios actúa siempre para salvar. Es todo lo contrario de las obras de aquellos que actúan siempre para matar: por ejemplo aquellos que hacen las guerras. El Señor, mediante su siervo Moisés, guía a Israel en el desierto como si fuera un hijo, lo educa en la fe y realiza la alianza con él, creando una relación de amor fuerte, como el del padre con el hijo y el del esposo con la esposa.
A tanto llega la misericordia divina. Dios propone una relación de amor particular, exclusiva, privilegiada. Cuando da instrucciones a Moisés a cerca de la alianza, dice: «Ahora, si escuchan mi voz y observan mi alianza, serán mi propiedad exclusiva entre todos los pueblos, porque toda la tierra me pertenece. Ustedes serán para mí un reino de sacerdotes y una nación que me está consagrada» (Ex 19,5-6).
Cierto, Dios posee ya toda la tierra porque lo ha creado; pero el pueblo se convierte para Él en una posesión diversa, especial: es su personal “reserva de oro y plata” como aquella que el rey David afirmaba haber donado para la construcción del Templo.
Por lo tanto, en esto nos convertimos para Dios acogiendo su alianza y dejándonos salvar por Él. La misericordia del Señor hace al hombre precioso, como una riqueza personal que le pertenece, que Él custodia y en la cual se complace.
Son estas las maravillas de la misericordia divina, que llega a pleno cumplimiento en el Señor Jesús, en esa “nueva y eterna alianza” consumada con su sangre, que con el perdón destruye nuestro pecado y nos hace definitivamente hijos de Dios (Cfr. 1 Jn 3,1), joyas preciosas en las manos del Padre bueno y misericordioso. Y si nosotros somos hijos de Dios, tenemos la posibilidad de tener esta herencia – aquella de la bondad y de la misericordia – en relación con los demás. Pidamos al Señor que en este Año de la Misericordia también nosotros hagamos cosas de misericordia; abramos nuestro corazón para llegar a todos con las obras de misericordia, la herencia misericordiosa que Dios Padre ha tenido con nosotros. Gracias.

1/26/16

‘Misericordia quiero y no sacrificio’


Mensaje del Papa para la Cuaresma

1/25/16

‘Pidamos perdón por el pecado de nuestras divisiones’

Rocío Lancho García


El papa Francisco ha pedido que en este Año Jubilar extraordinario de la Misericordia, tengamos bien presente que “no puede haber auténtica búsqueda de la unidad de los cristianos sin fiarse plenamente de la misericordia del Padre”. Asimismo ha invitado a pedir perdón “por el pecado de nuestras divisiones, que son una herida abierta en el Cuerpo de Cristo”. Y como Obispo de Roma y Pastor de la Iglesia Católica, “quiero invocar misericordia y perdón por los comportamientos no evangélicos de parte de católicos en lo relacionado con cristianos de otras Iglesias”. Al mismo tiempo, el Santo Padre ha invitado a todos los hermanos y hermanas católicos a perdonar si, hoy o en el pasado, “han sufrido ofensas de otros cristianos”. Al respecto, el Papa ha asegurado que no podemos cancelar lo que ha pasado, pero no queremos permitir que el peso de las culpas pasadas continúe contaminando nuestras relaciones. La misericordia de Dios –ha subrayado– renovará nuestras relaciones. Así lo ha indicado en la tradicional celebración de las vísperas en la solemnidad de la conversión de san Pablo, en la basílica de San Pablo Extramuros, en la conclusión de la Semana de oración por la unidad de los cristianos.
En la celebración han participado representantes de otras Iglesias y comunidades eclesiales presentes en Roma. Tal y como ha recordado el Santo Padre durante su discurso, la conversión de Pablo no es solo un cambio moral, sino una experiencia transformadora de la gracia de Cristo, y al mismo tiempo la llamada a una nueva misión, la de anunciar a todos a ese Jesús que antes perseguía persiguiendo a sus discípulos.
Para los primeros cristianos, como hoy para todos los bautizados, es motivo de consuelo y de constante asombro saberse elegidos para formar parte del diseño de salvación de Dios, realizado en Jesucristo y en la Iglesia.
La vocación de ser apóstol –ha observado el Papa– no se funda en los méritos humanos de Pablo, que se considera “ínfimo”e “indigno”, sino sobre la voluntad infinita de Dios, que le ha elegido y le ha confiado el ministerio.
Asimismo, ha asegurado que la abundante misericordia de Dios es la única razón sobre la que se funda el ministerio de Pablo, y al mismo tiempo lo que el apóstol debe anunciar a todos. Reflexionando sobre el misterio de la misericordia y de la elección de Dios, el Pontífice ha precisado que “el Padre ama a todos y quiere salvar a todos, y por eso llama a algunos, ‘conquistándoles’ con su gracia, para que a través de ellos su amor pueda llegar a todos”.
Por otro lado, el Papa ha indicado que a la luz del tema que ha guiado esta Semana de oración por la unidad de los cristianos – Destinados a proclamar las grandezas del Señor – podemos decir que “todos nosotros creyentes en Cristo” tenemos esta llamada.
Más allá de las diferencias que todavía nos separan, “reconocemos con alegría que en el origen de la vida cristiana hay siempre una llamada cuyo autor es Dios mismo”.
El Obispo de Roma ha asegurado en su intervención que “podemos progresar en el camino de la plena comunión visible entre los cristianos no solo cuando nos acercamos los unos a los otros, sino sobre todo en la medida en la que nos convertimos al Señor, que por su gracia nos elige y nos llama a ser sus discípulos”. Y convertirnos –ha precisado– significa dejar que el Señor viva y trabaje en nosotros.

Por este motivo, “cuando los cristianos de distintas Iglesias escuchan juntos la Palabra de Dios y tratan de ponerla en práctica, realmente realizan pasos importantes hacia la unidad”. Y no es solo la llamada lo que nos une, nos reúne también la misma misión: “anunciar a todos las obras maravillosas de Dios”. Mientras estamos en camino hacia la plena comunión entre nosotros –ha afirmado Francisco– podemos ya desarrollar múltiples formas de colaboración para favorecer la difusión del Evangelio. “Y caminando y trabajando juntos, nos damos cuenta que ya estamos unidos en el nombre del Señor”, ha añadido.
Para concluir, ha señalado que junto con los representantes de las otras Iglesias han atravesado la Puerta Santa de esta Basílica “para recordar que la única puerta que nos conduce a la salvación es Jesucristo nuestro Señor, el rostro misericordioso del Padre”.

Misericordia de Dios a familias heridas y matrimonio verdad irrenunciable


Queridos hermanos, os doy mi cordial bienvenida, y agradezco al Decano las palabras con las que ha introducido nuestro encuentro.
El ministerio del Tribunal Apostólico de la Rota Romana es desde siempre auxilio al Sucesor de Pedro, para que la Iglesia, inseparablemente unida a la familia, continúe proclamando el plan de Dios Creador y Redentor sobre la sacralidad y belleza de la institución familiar. Una misión siempre actual, pero que adquiere particular relevancia en nuestro tiempo.
Junto a la definición de la Rota Romana como Tribunal de la familia[1], quisiera resaltar otra prerrogativa, y es que también es el Tribunal de la verdad del vínculo sagrado. Y estos dos aspectos son complementarios.
La Iglesia puede mostrar el indefectible amor misericordioso de Dios por las familias, en particular por las heridas por el pecado y las pruebas de la vida, y a la vez proclamar la irrenunciable verdad del matrimonio según el plan de Dios. Este servicio está confiado primariamente al Papa y a los Obispos.
En el recorrido sinodal sobre el tema de la familia, que el Señor nos ha concedido realizar en los dos pasados años, hemos podido hacer, con espíritu y estilo de efectiva colegialidad, un profundo discernimiento sapiencial, gracias al cual la Iglesia ha −entre otras cosas− indicado al mundo que no puede haber confusión entre la familia querida por Dios y cualquier otro tipo de unión.
Con esa misma actitud espiritual y pastoral, vuestra actividad, ya sea al juzgar ya sea al contribuir a la formación permanente, asiste y promueve el opus veritatis. Cuando la Iglesia, a través de vuestro servicio, se propone declarar la verdad sobre el matrimonio en el caso concreto, por el bien de los fieles, al mismo tiempo tiene siempre presente que cuantos, por libre elección o por infelices circunstancias de la vida[2], viven en un estado objetivo de error, continúan siendo objeto del amor misericordioso de Cristo y, por eso, de la misma Iglesia.
La familia, fundada en el matrimonio indisoluble, unitivo y procreativo, pertenece al “sueño” de Dios y de su Iglesia para la salvación de la humanidad[3].
Como afirmó el beato Pablo VI, la Iglesia siempre ha dirigido «una mirada particular, llena de solicitud y de amor, a la familia y a sus problemas. Por medio del matrimonio y de la familia Dios ha sabiamente unido dos de las mayores realidades humanas: la misión de trasmitir la vida y el amor mutuo y legítimo del hombre y de la mujer, por el cual están llamados a completarse mutuamente en una entrega recíproca no solo física, sino sobre todo espiritual. O, mejor dicho: Dios ha querido hacer partícipes a los esposos de su amor: del amor personal que Él tiene por cada uno de ellos y por el cual les llama a ayudarse y a entregarse mutuamente para alcanzar la plenitud de su vida personal; y del amor que Él trae a la humanidad y a todos sus hijos, y por el cual desea multiplicar los hijos de los hombres para hacer-les partícipes de su vida y de su felicidad eterna»[4].
La familia y la Iglesia, en planos diversos, concurren para acompañar al ser humano hacia el fin de su existencia. Y lo hacen ciertamente con las enseñanzas que trasmiten, pero también con su misma naturaleza de comunidad de amor y de vida. Porque si a la familia se le puede bien decir “Iglesia doméstica”, a la Iglesia se le aplica justamente el título de familia de Dios. Por tanto, «el “espíritu familiar” es una carta constitucional para la Iglesia: así debe aparecer el cristianismo, y así debe ser. Está escrito con letras claras: “Vosotros que un tiempo estabais alejados −dice san Pablo− […] ya no sois extraños ni invitados, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios” (Ef 2,19). La Iglesia es y debe ser la familia de Dios»[5].
Y precisamente porque es madre y maestra, la Iglesia sabe que, entre los cristianos, algunos tienen una fe fuerte, formada por la caridad, reforzada por la buena catequesis y nutrida por la oración y la vida sacramental, mientras otros tiene una fe débil, descuidada, no formada, poco educada, u olvidada.
Es bueno recordar con claridad que la calidad de la fe no es condición esencial del consentimiento matrimonial que, según la doctrina de siempre, puede ser minado solo a nivel natural (cfr. CIC, can. 1055 §1 y 2). El habitus fidei se infunde en el momento del Bautismo y sigue teniendo influjo misterioso en el alma, aunque la fe no haya sido desarrollada y psicológicamente parezca estar ausente. No es raro que los novios, impulsados al verdadero matrimonio por el instinctus naturae, en el momento de la celebración tengan una conciencia limitada de la plenitud del proyecto de Dios, y solamente después, en la vida de familia, descubran todo lo que Dios Creador y Redentor ha establecido para ellos. La falta de formación en la fe e incluso el error acerca de la unidad, la indisolubilidad y la dignidad sacramental del matrimonio vician el consentimiento matrimonial solo si determinan la voluntad (cfr. CIC, can. 1099). Precisamente por eso los errores que se refieren a la sacramentalidad del matrimonio deben ser valorados muy atentamente.
La Iglesia, pues, con renovado sentido de responsabilidad sigue proponiendo el matrimonio, en sus elementos esenciales −prole, bien de los cónyuges, unidad, indisolubilidad, sacramentalidad[6]−, no como un ideal para pocos, a pesar de los modernos modelos centrados en lo efímero y en lo transitorio, sino como una realidad que, con la gracia de Cristo, puede ser vivida por todos los fieles bautizados. Y por eso, con mayor razón, la urgencia pastoral, que implica a todas las estructuras de la Iglesia, lleva a converger en un común intento ordenado a la preparación adecuada al matrimonio, en una especie de nuevo catecumenado −subrayo esto: en una especie de nuevo catecumenado− tan deseado por algunos Padres Sinodales[7].
Queridos hermanos, el tiempo que vivimos es muy comprometido, tanto para las familias como para nosotros los pastores, que estamos llamados a acompañarlas. Con esta conciencia os deseo un buen trabajo para el nuevo año que el Señor nos da. Os aseguro mi oración y cuento yo también con la vuestra. Que la Virgen y san José obtengan que la Iglesia crezca en el espíritu de familia y que las familias se sientan cada vez más parte viva y activa del pueblo de Dios. Gracias.

Silenciados los trastornos post-aborto en la psiquis de la mujer

Alertan dos especialistas (ZENIT.org)

Dada la extrema frecuencia del aborto «legal» –26 millones al año en el mundo–, es sorprendente que «todavía hoy no se tomen adecuadamente en consideración los efectos que la “interrupción voluntaria del embarazo” [IVE] determina en la psiquis de la mujer».
Es la alerta de dos especialistas, el profesor Tonino Cantelmi –psiquiatra y psicoterapeuta- y Cristina Carace –psicóloga clínica–, en una intervención enviada a Zenit acerca del síndrome post-aborto.
Autores de publicaciones sobre la materia y responsables del Centro para el Tratamiento del Síndrome Post-aborto –con sede en Roma–, los dos advierten de que cada vez se está evidenciando más –científicamente— la repercusión aborto en la aparición de trastornos psicológicos.
Los efectos psicológicos del aborto «son extremadamente variables y no parecen estar determinados por la educación recibida o por el credo religioso», apuntan.
«La reacción psicológica al aborto espontáneo y al aborto voluntario es distinta»; está relacionada –aclaran— con las características de cada uno de estos sucesos: «el aborto espontáneo es un evento imprevisto e involuntario, mientras que la IVE [aborto provocado interrumpiendo el desarrollo del embrión o del feto y extrayéndolo del útero materno] contempla la responsabilidad consciente de la madre».
Decisión irreversible en plena vulnerabilidad de madre e hijo
«El embarazo es un momento extremadamente delicado en la vida de una mujer», caracterizado «por una vivencia psíquica y emocional muy particular, pues desde el momento de la concepción se verifican en la mujer una serie de cambios no sólo físicos, sino sobre todo psicológicos», recuerdan Cantelmi y Carace.

Y es que «convertirse en madre presupone una adecuación de la propia identidad en el paso del papel de hija al de madre», un proceso que «comienza con la concepción» y que tienen muchos momentos de «gratificación y entusiasmo», pero «inevitablemente también de sentimientos de angustia».
En conjunto, en la futura madre ello indica «mayor necesidad de seguridad y de afecto para poder trabajar la ansiedad que acompaña este proceso transformador que lleva a la mujer a abandonar una condición conocida para afrontar otra completamente nueva», apuntan los especialistas.
También de lo anterior se deduce el impacto y la crisis que puede representar en la vida de una mujer descubrir que se espera un niño «cuando esto sucede en condiciones poco favorables», añaden psiquiatra y psicóloga.
«El vínculo madre-feto comienza inmediatamente después de la concepción también en las mujeres que proyectan abortar –recalcan–, en cuanto que los procesos psicológicos sustantivos a esta relación precoz son inconscientes y van más allá del control consciente de la madre».
Así, «una mujer, frente a la elección de llevar a término o no el embarazo, vive sentimientos ambivalentes y extremadamente dolorosos que la dejan muy vulnerable a cualquier influencia, tanto interna como externa», subrayan.
«La fragilidad psicológica en la que se encuentra, de hecho, la lleva a tener menos confianza en aquello que piensa y en la capacidad de lograr tomar la decisión adecuada; por esto se verifican, con demasiada frecuencia –constatan–, situaciones en las que padres, compañeros, amigos, personal sanitario u otras figuras significativas pueden tener una grandísima influencia en la decisión final».
Así que, «pensando que abortar puede ayudarle a sentirse mejor» o puede contribuir «a volver a poner las cosas en su sitio», la mujer «se puede encontrar con que toma una decisión que no se corresponde a una elección consciente y que sucesivamente puede provocar graves sentimientos de arrepentimiento», explican.
El «día después» del aborto voluntario
Ambos especialistas concuerdan en que, inmediatamente después del aborto, la mujer puede experimentar una reducción de los niveles de ansiedad, pues decae el elemento ansiógeno constituido por un embarazo indeseado; pero sucesivamente «muchísimas mujeres viven una ansiedad mayor, presentando trastorno de estrés post-traumático, depresión y mayor riesgo de suicidio y abuso de sustancias».

«Estos trastornos se deben a un profundo sufrimiento que atenaza a la mujer que ha abortado voluntariamente y pueden manifestarse también bastante tiempo después del aborto, para luego durar a veces varios años», confirman.
El rasgo traumático del aborto voluntario procede del hecho –puntualizan– de que «cuando la mujer descubre que espera un niño no lo considera sólo un “embrión” o un “montón de células”, sino el propio hijo, un ser humano pequeño e indefenso que está creciendo dentro de su propio cuerpo, de forma que abortar significa permitir que se mate de manera voluntaria el propio niño».
Un porcentaje considerable de mujeres que han abortado desarrolla el trastorno de estrés postraumático, cuyos síntomas son «recuerdos desagradables, recurrentes e intrusivos de la IVE que se manifiestan en imágenes, pensamientos o percepciones; sueños desagradables y recurrentes del suceso; sensación de revivir la experiencia del aborto a través de ilusiones, alucinaciones y episodios disociativos en los que a través del “flashback” resurge el recuerdo; malestar psicológico intenso a la exposición de factores desencadenantes internos o externos que simbolizan o se asemejan a algún aspecto del evento traumático, como el contacto con recién nacidos, mujeres embarazadas, volver al lugar donde se practicó la IVE o someterse a una exploración ginecológica; evitación persistente de todo estímulo que pueda asociarse con el aborto», enumeran los especialistas.
Ya se empiezan a definir estos trastornos como «síndrome post-aborto» –subrayan–, que muy frecuentemente además «evoluciona en una vivencia de dolor y temor que determina cambios en el comportamiento sexual, depresión, incremento o inicio de consumo de alcohol u otras drogas, cambios del comportamiento en la alimentación, trastornos somáticos, aislamiento social, trastornos de ansiedad, pérdida de autoestima, ideación suicida e intentos de suicidio».
«Todos estos trastornos pueden manifestarse también varios meses después de la intervención, en el aniversario de la IVE o en el del hipotético nacimiento del niño», sin olvidar que las mujeres que han abortado anteriormente «pueden seguir teniendo sentimientos de culpa o depresión ligados a tal aborto, incluso durante los embarazos sucesivos», advierten el profesor Cantelmi y la psicóloga Carace.