7/31/16

‘A Dios no le importa qué móvil tienes, le importas tú’

El Papa, en la homilía de la última Misa en Polonia


El papa Francisco ha celebrado en el Campus Misericordiae de Cracovia la misa de clausura de la Jornada Mundial de la Juventud. Entre dos y dos millones y medio, según indica al organización, se encontraban allí esperando para celebrar juntos este gran momento. Muchos de ellos, un millón y medio, ya se encontraban allí desde la tarde del sábado en la que también celebraron la vigilia con el Papa. Jóvenes de todos los rincones del mundo que han pasado la noche orando y celebrando la alegría de la fe. Hoy concluye una semana de encuentros, catequesis, oración y amistad y tras la que no volverán a sus casas indiferentes tal y como les pidió ayer el Papa en un motivador discurso
Mientras que en la homilía de esta mañana, el Papa ha querido recordar a los jóvenes que Dios cuenta con ellos por lo que son, no por lo que tienen. “Ante Él, nada vale la ropa que llevas o el teléfono móvil que utilizas; no le importa si vas a la moda, le importas tú. A sus ojos, vales, y lo que vales no tiene precio”. 
El Santo Padre ha hecho referencia a la lectura del día, el encuentro de Jesús con Zaqueo, para explicar que Él “desea acercarse a la vida de cada uno”, “recorrer nuestro camino hasta el final, para que su vida y la nuestra se encuentren realmente”. 
Zaqueo, tal y como ha recordado Francisco, era un rico colaborador de los “odiados ocupantes romanos”. Sin embargo, “el encuentro con Jesús cambió su vida, como sucedió, y cada día puede suceder, con cada uno de nosotros”. De este modo, el Santo Padre ha desarrollado su homilía indicando que Zaqueo tuvo que superar al menos tres obstáculos “que también pueden enseñarnos algo a nosotros”.
El primero es la baja estatura. Una tentación –ha precisado– que no solo tiene que ver con la autoestima, sino que afecta también la fe. Esta es nuestra estatura, nuestra identidad espiritual: “somos los hijos amados de Dios, siempre”. Así, ha subrayado que “no reconocer nuestra identidad más auténtica es como darse la vuelta cuando Dios quiere fijar sus ojos en mí”, “significa querer impedir que se cumpla su sueño en mí”. ¡Tú eres importante!, ha exclamado recordando a los jóvenes que “Dios cuenta contigo por lo que eres, no por lo que tienes”. Dios, ha precisado, nos ama más de lo que nosotros nos amamos, cree en nosotros más que nosotros mismos, “está siempre de nuestra parte, como el más acérrimo de los hinchas”. En este punto, el Santo Padre ha invitado a los jóvenes a rezar cada mañana: “Señor, te doy gracias porque me amas; haz que me enamore de mi vida”.
El segundo obstáculo del que ha hablado es “la vergüenza paralizante”. Por eso ha recordado que Zaqueo superó la vergüenza y subió al árbol “porque la atracción de Jesús era más fuerte”. Zaqueo “sintió que Jesús era de tal manera importante que habría hecho cualquier cosa por él, porque él era el único que podía sacarlo de las arenas movedizas del pecado y de la infelicidad”. El Papa ha contado también a los jóvenes un “secreto de la alegría”: “no apagar la buena curiosidad, sino participar, porque la vida no hay que encerrarla en un cajón”. Ante Jesús, “no podemos quedarnos sentados esperando con los brazos cruzados”, no podemos responderle con “un simple mensajito”.
El Papa ha exhortado a los jóvenes a no avergonzarse de llevar todo a Jesús, “especialmente las debilidades, las dificultades y los pecados, en la confesión”.  Él sabrá –ha asegurado– sorprenderos con su perdón y su paz.
El tercer y último obstáculo no estaba en un  interior sino “a su alrededor”: la multitud que murmura, que primero lo bloqueó y luego lo criticó. Así, Francisco ha pedido a los jóvenes “no tengáis miedo” y que recuerden el lema de la JMJ: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia”. Del mismo modo les ha invitado a no desanimarse porque “con vuestra sonrisa y vuestros brazos abiertos predicáis la esperanza y sois una bendición para la única familia humana, tan bien representada por vosotros aquí”.
La mirada de Jesús –ha añadido– va más allá de los defectos para ver a la persona. “No se detiene en el mal del pasado, sino que divisa el bien en el futuro”, “no se resigna frente a la cerrazón, sino que busca el camino de la unidad y de la comunión”, “no se detiene en las apariencias, sino que mira al corazón”. El Pontífice también ha pedido a los jóvenes que instalen “bien la conexión más estable, la de un corazón que ve y transmite el bien sin cansarse”.
Para finalizar la homilía, el Santo Padre, haciendo referencia a las palabras de Jesús a Zaqueo “hoy tengo que alojarme en tu casa”, ha asegurado que la JMJ “comienza hoy y continúa mañana, en casa”, porque es allí donde Jesús quiere encontrarnos a partir de ahora. Jesús espera que, entre tantos contactos y chats de cada día, “el primer puesto lo ocupe el hilo de oro de la oración”. Jesús desea que su Palabra “se convierta en tu ‘navegador’ en el camino de la vida”. Jesús –ha recordado el Papa a los jóvenes– te llama por tu nombre. “Tu nombre es precioso para Él”, ha indicado. La memoria de Dios no es “un disco duro” que almacena todos nuestros datos, “sino un corazón tierno de compasión, que se regocija eliminando definitivamente cualquier vestigio del mal”. De este modo ha invitado a “imitar la memoria fiel de Dios y custodiar el bien que hemos recibido en estos días”.

No responder a la violencia con violencia sino crear puentes y caminar por las vías del Señor

El Papa en la vigilia de la JMJ

pido encarecidamente que recen por mi amado país». Una historia marcada por la guerra, el dolor, la pérdida, que finaliza con un pedido: el de la oración. Qué mejor que empezar nuestra vigilia rezando.
Venimos desde distintas partes del mundo, de continentes, países, lenguas, culturas, pueblos diferentes. Somos «hijos» de naciones, que quizá pueden estar enfrentadas luchando por diversos conflictos, o incluso estar en guerra. Otros venimos de países que pueden estar en «paz», que no tienen conflictos bélicos, donde muchas de las cosas dolorosas que suceden en el mundo sólo son parte de las noticias y de la prensa.
Pero seamos conscientes de una realidad: para nosotros, hoy y aquí, provenientes de distintas partes del mundo, el dolor, la guerra que viven muchos jóvenes, deja de ser anónima, deja de ser una noticia de prensa, tiene nombre, tiene rostro, tiene historia, tiene cercanía. Hoy la guerra en Siria, es el dolor y el sufrimiento de tantas personas, de tantos jóvenes como el valiente Rand, que está aquí entre nosotros pidiéndonos que recemos por su amado país.
Existen situaciones que nos pueden resultar lejanas hasta que, de alguna manera, las tocamos. Hay realidades que no comprendemos porque sólo las vemos a través de una pantalla (del celular o de la computadora).
Pero cuando tomamos contacto con la vida, con esas vidas concretas no ya mediatizadas por las pantallas, entonces nos pasa algo importante, sentimos la invitación a involucrarnos: «No más ciudades olvidadas», como dice Rand: ya nunca puede haber hermanos «rodeados de muerte y homicidios» sintiendo que nadie los va a ayudar.
Queridos amigos, los invito a que juntos recemos por el sufrimiento de tantas víctimas fruto de la guerra, que recemos por tantas familias de la amada Siria y de otras partes del mundo, para que de una vez por todas podamos comprender que nada justifica la sangre de un hermano, que nada es más valioso que la persona que tenemos al lado.
Y en este pedido de oración también quiero agradecerles a Natalia y a Miguel, porque ustedes también nos han compartido sus batallas, sus guerras interiores. Nos han mostrado sus luchas y cómo hicieron para superarlas. Son signo vivo de lo que la misericordia quiere hacer en nosotros.
Nosotros no vamos a gritar ahora contra nadie, no vamos a pelear, no queremos destruir. Nosotros no queremos vencer el odio con más odio, vencer la violencia con más violencia, vencer el terror con más terror. Y nuestra respuesta a este mundo en guerra tiene un nombre: se llama fraternidad, se llama hermandad, se llama comunión, se llama familia. Celebremos el venir de culturas diferentes y nos unimos para rezar. Que nuestra mejor palabra, que nuestro mejor discurso, sea unirnos en oración.
Hagamos un rato de silencio y recemos; pongamos ante el Señor los testimonios de estos amigos, identifiquémonos con aquellos para quienes «la familia es un concepto inexistente, y la casa sólo un lugar donde dormir y comer», o con quienes viven con el miedo de creer que sus errores y pecados los han dejado definitivamente afuera. Pongamos también las «guerras», nuestras guerras ustedes, las luchas que cada uno trae consigo, dentro de su corazón, en presencia de nuestro Dios. Y por esto, para estar en familia, en fraternidad, todos juntos, les invito a levantarse, a tomarse por la mano y la mano, y rezar en silencio. Todos.
Mientras rezábamos, me venía la imagen de los Apóstoles el día de Pentecostés. Una escena que nos puede ayudar a comprender todo lo que Dios sueña hacer en nuestra vida, en nosotros y con nosotros. Aquel día, los discípulos estaban encerrados por miedo.
Se sentían amenazados por un entorno que los perseguía, que los arrinconaba en una pequeña habitación, obligándolos a permanecer quietos y paralizados. El temor se había apoderado de ellos. En ese contexto, pasó algo espectacular, algo grandioso. Vino el Espíritu Santo y unas lenguas como de fuego se posaron sobre cada uno, impulsándolos a una aventura que jamás habrían soñado. ¡La cosa cambia completamente!
Hemos escuchado tres testimonios, hemos tocado, con nuestros corazones, sus historias, sus vidas. Hemos visto cómo ellos, al igual que los discípulos, han vivido momentos similares, han pasado momentos donde se llenaron de miedo, donde parecía que todo se derrumbaba.
El miedo y la angustia que nace de saber que al salir de casa uno puede no volver a ver a los seres queridos, el miedo a no sentirse valorado ni querido, el miedo a no tener otra oportunidad. Ellos nos compartieron la misma experiencia que tuvieron los discípulos, han experimentado el miedo que sólo conduce a un lugar. ¿Dónde nos lleva el miedo? A cerrarnos. Y cuando el miedo se acovacha en el encierro siempre va acompañado por su «hermana gemela»: la parálisis, sentirnos paralizados.
Sentir que en este mundo, en nuestras ciudades, en nuestras comunidades, no hay ya espacio para crecer, para soñar, para crear, para mirar horizontes, en definitiva para vivir, es de los peores males que se nos puede meter en la vida y especialmente en la juventud.
La parálisis nos va haciendo perder el encanto de disfrutar del encuentro, de la amistad; el encanto de soñar juntos, de caminar con otros.
Nos aleja de los otros, nos impide de apretarles la mano, como hemos visto (en la coreografía ndr.), todos cerrados en aquellas pequeños cuartos de vidrio.
Pero en la vida hay otra parálisis todavía más peligrosa y muchas veces difícil de identificar; y que nos cuesta mucho descubrir. Me gusta llamarla la parálisis que nace cuando se confunde «felicidad» con un «diván, un canapé.
Sí, creer que para ser feliz necesitamos un buen sofá. Un sofá que nos ayude a estar cómodos, tranquilos, bien seguros. Un sofá como los que hay ahora modernos con masajes adormecedores incluidos, que nos garantiza horas de tranquilidad para trasladarnos al mundo de los videojuegos y pasar horas frente a la computadora. Un sofá contra todo tipo de dolores y temores.
Un sofá que nos haga quedarnos en casa encerrados, sin fatigarnos ni preocuparnos. La «sofá-felicidad», «kanapa-szczęście», es probablemente la parálisis silenciosa que más nos puede perjudicar, que puede arruinar a la juventud.
– ¿Y por qué sucede esto, Padre?
– Porque poco a poco, sin darnos cuenta, nos vamos quedando dormidos, nos vamos quedando embobados y atontados.

Anteayer hablé de los jóvenes que se jubilan a los 20 años, hoy hablo de jóvenes adormecidos, muñecos, embobados, mientras otros –quizás los más vivos, pero no los más buenos– deciden el futuro por nosotros.
Seguramente para muchos es más fácil y beneficioso tener a jóvenes embobados y atontados que confunden felicidad con un sofá; para muchos eso les resulta más conveniente que tener jóvenes despiertos, inquietos respondiendo al sueño de Dios y a todas las aspiraciones del corazón.
Les pregunto, a ustedes: ¿quieren ser jóvenes dormidos, muñecos, embobados? ¿Quieren ser libres? ¿Quieren ser despiertos? ¿Quieren luchar por el propio futuro? No los siento tan convencidos… ¿Quieren luchar por el vuestro futuro?
Pero la verdad es otra: queridos jóvenes, no vinimos a este mundo a «vegetar», a pasarla cómodamente, a hacer de la vida un sofá que nos adormezca; al contrario, hemos venido a otra cosa, a dejar una huella. Es muy triste pasar por la vida sin dejar una huella. Pero cuando optamos por la comodidad, por confundir felicidad con consumir, entonces el precio que pagamos es muy, pero que muy caro: perdemos la libertad.
Ahí está precisamente una gran parálisis, cuando comenzamos a pensar que felicidad es sinónimo de comodidad, que ser feliz es andar por la vida dormido o narcotizado, que la única manera de ser feliz es ir como atontado.
Justamente aquí hay una gran parálisis, cuando comenzamos a pensar que la felicidad es sinónimo de comodidad, que ser feliz es caminar en la vida adormecidos y narcotizados, que el único modo de ser feliz es estar como atontado. Es cierto que la droga hace mal, pero hay muchas otras drogas socialmente aceptadas que nos terminan volviendo tanto o más esclavos. Unas y otras nos despojan de nuestro mayor bien: la libertad.
Amigos, Jesús es el Señor del riesgo, del siempre «más allá». Jesús no es el Señor del confort, de la seguridad y de la comodidad. Para seguir a Jesús, hay que tener una cuota de valentía, hay que animarse a cambiar el sofá por un par de zapatos que te ayuden a caminar por caminos nunca soñados y menos pensados, por caminos que abran nuevos horizontes, capaces de contagiar alegría, esa alegría que nace del amor de Dios, la alegría que deja en tu corazón cada gesto, cada actitud de misericordia.
Ir por los caminos siguiendo la «locura» de nuestro Dios que nos enseña a encontrarlo en el hambriento, en el sediento, en el desnudo, en el enfermo, en el amigo caído en desgracia, en el que está preso, en el prófugo y el emigrante, en el vecino que está solo. Ir por los caminos de nuestro Dios que nos invita a ser actores políticos, pensadores, movilizadores sociales.
Que nos incita a pensar una economía más solidaria. En todos los ámbitos en los que ustedes se encuentren, ese amor de Dios nos invita llevar la buena nueva, haciendo de la propia vida un homenaje a él y a los demás. Y esto significa tener coraje, esto significa ser libres.
Podrán decirme: «Padre pero eso no es para todos, sólo es para algunos elegidos». Sí, y estos elegidos son todos aquellos que estén dispuestos a compartir su vida con los demás. De la misma manera que el Espíritu Santo transformó el corazón de los discípulos el día de Pentecostés -estaban paralizados- lo hizo también con nuestros amigos que compartieron sus testimonios.
Uso tus palabras, Miguel, vos nos decías que el día que en la Facenda te encomendaron la responsabilidad de ayudar a que la casa funcionara mejor, ahí comenzaste a entender que Dios pedía algo de ti. Así comenzó la transformación.
Ese es el secreto, queridos amigos, que todos estamos llamados a experimentar. Dios espera algo de ti, Dios quiere algo de ti, Dios te espera a ti. Dios viene a romper nuestras clausuras, viene a abrir las puertas de nuestras vidas, de nuestras visiones, de nuestras miradas. Dios viene a abrir todo aquello que te encierra. Te está invitando a soñar, te quiere hacer ver que el mundo con vos puede ser distinto. Eso sí, si tú no pones lo mejor de ti mismo, el mundo no será distinto.
Es un desafío. El tiempo que hoy estamos viviendo, no necesita jóvenes-sofá, młody-kanapa, sino jóvenes con zapatos; mejor aún, con los botines puestos.
Este tiempo sólo acepta jugadores titulares en la cancha, no hay espacio para suplentes. El mundo de hoy les pide que sean protagonistas de la historia porque la vida es linda siempre y cuando querramos vivirla, siempre y cuando querramos dejar una huella.
La historia hoy nos pide que defendamos nuestra dignidad y no dejemos que sean otros los que decidan nuestro futuro.
¡No!, nosotros tenemos que decidir nuestro futuro, ustedes vuestro futuro. El Señor, al igual que en Pentecostés, quiere realizar uno de los mayores milagros que podamos experimentar: hacer que tus manos, mis manos, nuestras manos se transformen en signos de reconciliación, de comunión, de creación. Él quiere tus manos para seguir construyendo el mundo de hoy. Él quiere construirlo contigo.
¿Y tú qué respondes? ¿Qué respondes tú? ¿Sí o no? … Me dirás, Padre, pero yo soy muy limitado, soy pecador, ¿qué puedo hacer? Cuando el Señor nos llama no piensa en lo que somos, en lo que éramos, en lo que hemos hecho o de dejado de hacer. Al contrario: él, en ese momento que nos llama, está mirando todo lo que podríamos dar, todo el amor que somos capaces de contagiar. Su apuesta siempre es al futuro, al mañana. Jesús te proyecta al horizonte, nunca al museo.
Por eso, amigos, hoy Jesús te invita, te llama a dejar tu huella en la vida, una huella que marque la historia, que marque tu historia y la historia de tantos.
La vida de hoy nos dice que es mucho más fácil fijar la atención en lo que nos divide, en lo que nos separa. Pretenden hacernos creer que encerrarnos es la mejor manera para protegernos de lo que nos hace mal. Hoy los adultos, nosotros los adultos, necesitamos de ustedes, que nos enseñen como ahora hacen ustedes a convivir en la diversidad, en el diálogo, en compartir la multiculturalidad, no como una amenaza sino, como una oportunidad. Y ustedes son una oportunidad para el futuro. Tengan el coraje de enseñarlos, tengan valentía para enseñarnos que es más fácil construir puentes que levantar muros.
Necesitamos aprender esto. Y todos juntos pidamos que nos exijan transitar por los caminos de la fraternidad. Que sean ustedes nuestros acusadores si nosotros elegimos el camino de los muros, el camino de la enemistad, de la guerra.
Construir puentes: ¿Saben cuál es el primer puente a construir? Un puente que podemos realizarlo aquí y ahora: estrecharnos la mano, darnos la mano. Anímense, hagan ahora, aquí, ese puente primordial, y dénse la mano todos ustedes: es el puente primordial, es el puente huano, es el primero, es el modelo. Siempre está el riesgo -lo he dicho el otro día- de quedarse con la mano tendida, pero en la vida hay que arriesgar, quien no arriesga no gana. Con este puente vamos hacia adelante. Aquí este puente primordial: apriétense la mano. Gracias.
Es el gran puente fraterno, y ojalá aprendan a hacerlo los grandes de este mundo… pero no para la fotografía, cuando se dan la mano piensan en otra cosa, sino para seguir construyendo puentes más y más grandes. Que éste puente humano sea semilla de tantos otros; será una huella.
Hoy Jesús, que es el camino, te llama a ti, a ti y a ti, a dejar tu huella en la historia. Él, que es la vida, te invita a dejar una huella que llene de vida tu historia y la de tantos otros. Él, que es la verdad, te invita a desandar los caminos del desencuentro, la división y el sinsentido. ¿Te animas? ¿Te animas? ¿Qué responden ahora -quiero ver- tus manos y tus pies al Señor, que es camino, verdad y vida?
¿Te animas? El Señor bendiga vuestros sueños. Gracias.

7/27/16

Comentario a la liturgia dominical

P. Antonio Rivero, L.C.
Décimo octavo domingo del Tiempo ordinario

Idea principal: “Guardaos de toda codicia”. Ante los bienes materiales, ni desprecio, ni apego, sino el “tanto cuanto” de san Ignacio de Loyola.
Síntesis del mensaje: “La avaricia rompe el saco”. Esta frase proverbial parte de la imagen de un ladrón que iba poniendo en un saco cuanto robaba y cuando, para que la cupiera más, apretó lo que iba dentro, el saco se rompió. La codicia rompe el saco es una forma más antigua que La avaricia rompe el saco, como lo muestra su presencia en obras como La Lozana Andaluza 252, El Guzmán de Alfarache, esa novela picaresca de Mateo Alemán, El Quijote I 20, II 13 y 26. Una forma sinónima aparece en El Criticón de Baltasar Gracián:Por no perder un bocado, se pierden cientos. El corazón del codicioso no reposa ni siquiera de noche (evangelio). Busquemos las cosas de arriba (2ª lectura), pues las de acá abajo no sacian y son perecederas (1ª lectura).
Puntos de la idea principal:
En primer lugarante los bienes materiales no cabe el despreciarlos. Jesús no nos está invitando a despreciar los bienes de la tierra (evangelio). Son buenos y lícitos, y si conseguidos honestamente nos ayudan a llevar una vida digna y desahogada, en orden a tener una casa confortable y un trabajo remunerado, alimentar y sostener la familia, ofrecer una buena educación a los hijos y ayudar a los necesitados. La riqueza en sí no es buena ni mala: lo que puede ser malo es el uso que hacemos de ella y la actitud interior ante ella. Si Jesús llamó necio o insensato al rico del evangelio, no es porque fuera rico, o porque hubiera trabajado por su bienestar y el de su familia, sino porque había programado su vida prescindiendo de Dios y olvidando también la ayuda a los demás. La codicia lleva a los hombres a expresar un profundo amor por las posesiones, lo que los constituye en idólatras.
En segundo lugarante los bienes materiales nos haría muy mal el apegarnos o idolatrarlos. Basta abrir la Sagrada Escritura: Judas fue codicioso y entregó a su Maestro; David codició a Betsabé y cometió asesinato; Jacob codició los derechos de su hermano y le incitó a despreciarlos; los hijos de Jacob codiciaron el amor del padre y por envidia quisieron matar a su hermano José; Ananías y Safira mintieron y murieron. La codicia es un pecado tan antiguo como sutil. En el mundo en que vivimos, materialista por excelencia, no es nada raro que nos veamos tentados por la codicia. La Palabra de Dios nos habla del origen de la codicia, de sus efectos y de cómo enfrentarla. Este dicho esta ligado a la fábula de Esopo que habla del perro y el reflejo en el río. Un perro que iba con un pedazo de carne en su hocico y al pasar por un puente vio su imagen reflejada en el agua.. pensó que era otro perro que tenía un pedazo más grande y quiso quitárselo…El resultado: se quedó sin nada. Qohelet (1ª lectura) nos invita a relativizar los diversos afanes que solemos tener con su tono pesimista: “vanidad, todo es vanidad”, que podemos también traducir así: “vaciedad, todo es vaciedad”. La riqueza no nos lo da todo en la vida, ni es lo principal: la muerte lo relativiza todo. Es sabio reconocer los límites de lo humano y ver las cosas en el justo valor que tienen, transitorio y relativo. Tanto afán y tanta angustia, incluso del trabajo, no puede llevarnos a nada sólido. Nuestra vida es como la hierba que está fresca por la mañana y por la tarde ya se seca (Salmo). Jesús en el evangelio nos invita al desapego del dinero porque no es un valor absoluto ni humana ni cristianamente. Por encima del dinero está la amistad, la vida de familia, la cultura, el arte, la comunicación interpersonal, el sano disfrute de la vida, la ayuda solidaria a los demás. Hay que tener tiempo para sonreír, jugar, “perder tiempo” con los familiares y amigos.

Finalmenteante los bienes materiales sigamos la consigna de san Ignacio de Loyola: “en tanto cuanto”. La regla del «tanto cuanto» es importante para todos los mortales. No se trata de una doctrina filosófica, ni de una planificación económica, ni de un proyecto político, pero pudiera servir para todo. El gran San Ignacio de Loyola, en sus Ejercicios Espirituales, lo presenta con las siguientes expresiones. “El hombre es creado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y, mediante esto, salvar su alma; y las otras cosas sobre la haz de la tierra son creadas para el hombre y para que le ayuden en la prosecución del fin para que es creado. De donde se sigue, que el hombre tanto ha de usar de ellas, cuanto le ayuden para su fin, y tanto debe privarse de ellas, cuanto para ello le impiden. Por lo cual es menester hacernos indiferentes a todas las cosas creadas, en todo lo que es concedido a la libertad de nuestro libre albedrío, y no le está prohibido; en tal manera, que no queramos, de nuestra parte más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta, y por consiguiente en todo lo demás; solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin que somos creados”(Ejercicios, nº 23). Esta regla, de alguna forma la emplean todas las personas, pero no en el sentido en el que exige San Ignacio, porque todos buscan las criaturas, tanto en cuanto lo puedan enriquecer, deleitar, distraer, divertir. Es una óptica totalmente diversa, ya que la mayoría emplea la filosofía del tanto cuanto, sólo en logros terrenos, humanos, materiales, olvidando aplicar esta fórmula en nuestras relaciones con Dios, en el negocio más importante: la salvación del alma. Sólo cuando tenemos a Cristo como Señor de nuestras vidas, podemos estar seguros de que moriremos más y más al pecado y viviremos más y más para El, interesándonos por la salvación del alma.
Para reflexionar: ¿Dónde pongo mi felicidad: en las cosas materiales y perecederas o en las cosas eternas e incorruptibles? ¿Podría afirmar de verdad que uso y deseo todo «tanto cuanto» me es provechoso para mi salvación eterna? ¿Peco de codicia, aceptando sobornos, aprovechándome del débil para mi beneficio, defendiendo al injusto, ardiendo de envidia, viviendo siempre descontento con lo que tengo?

Para rezarDios Todopoderoso que impulsaste a san Antonio Abad a abandonar las cosas de este mundo para seguir en pobreza y soledad el Evangelio de tu Hijo, te pedimos que, a ejemplo suyo sepamos desprendernos interior y exteriormente de todo lo que nos impide amarte y servirte con todo el corazón, el alma y las fuerzas. Por Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor. Amén.

Viaje apostólico del Papa a Polonia


Galería fotográfica
JMJ 2016 en Cracovia: tras la senda de san Juan Pablo II en Polonia”Repasamos algunos de los lugares que el peregrino podrá recorrer en esos días
”JMJ Polonia 1991 y 2016: de san Juan Pablo II, al Papa Francisco”Dos décadas y media en las que los jóvenes y el Papa se unen bajo el mismo objetivo: profundizar en el mensaje de la fe
‘La JMJ es siempre un acontecimiento cargado de novedad’Entrevista al subsecretario del Consejo Pontificio para los Laicos sobre la celebración de la Jornada Mundial de la Juventud en Cracovia
“Abrid las puertas a la misericordia”Artículo del Prelado del Opus Dei con ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud
“Que Europa vuelva al espíritu cristiano de De Gasperi y Schuman”Entrevista al que fue secretario particular de Papa san Juan Pablo II

Decoro en el templo

CATHOLIC.NET


A juzgar por el atuendo, parece que algunas personas confunden la casa de Dios con una sala de fiestas
En verano, las iglesias de los pueblos se llenan. Se nota que la mayoría sabe dónde pisa cuando entra en el templo: resalta el recato de la mayoría, como signo de respeto. Pero, a juzgar por el atuendo, parece que algunas personas confunden la casa de Dios con una sala de fiestas, o que sea signo de desvergüenza o de ignorancia supina;  quizá, nadie les ha dicho que, en los lugares de culto católico, hay un Sagrario, en donde está Cristo mismo, con su cuerpo, sangre, alma y divinidad y que, con Él, también mora la Santísima Trinidad.
No vale todo:  ni siquiera en las bodas se debe olvidar el pudor en el porte.
Acceder a la casa de Dios con ropa impropia, es una falta de consideración a Cristo en la Eucaristía, y a los fieles. Lo más importante, allí, no son las imágenes sagradas, tal vez  artísticas o muy  queridas, sino el Dueño. A mi madre, su maestra  le enseñó a decir: “Entro, Señor, en tu Casa, en tu santo templo; te adoraré, reverenciaré y confesaré tu santísimo nombre”.
También nuestro cuerpo es “templo del Espíritu Santo” (I Cor. 6, 19). Por eso, en todas partes, se debe observar la modestia en el vestir, que no está reñida con la belleza y la elegancia (no es coherente que una persona cristiana no sea pudorosa). En el Vaticano hay un cartel con normas de vestimenta: “… a la Basílica de San Pedro sólo será permitido entrar a los visitantes vestidos con decoro (está prohibido llevar prendas sin mangas…, pantalones cortos, minifaldas, gorras)”. ¿No deberían tenerlo todas las iglesias?

“La palabra ‘Padre’ es el secreto en la oración”

El Papa el domingo en el Ángelus


«¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
El Evangelio de este domingo se abre con la escena de Jesús que reza solo, apartado; cuando termina los discípulos le dicen: “Señor enséñanos a rezar”. Y él responde: “Cuando rezan digan Padre…”. Esta palabra es el secreto de la oración de Jesús, es la llave que él mismo nos da para que podamos entrar también nosotros en esa relación de diálogo confiado con el Padre que ha acompañado y sostenido su vida.
Al nombre de “Padre”, Jesús asocia dos peticiones: “sea santificado tu nombre, venga tu reino”. La oración de Jesús, y por lo tanto la oración cristiana, es antes de todo hacerle un lugar a Dios, dejándole manifestar su santidad en nosotros y haciendo avanzar su reino a partir de la posibilidad de ejercitar su señoría de amor en nuestra vida.
Otras tres peticiones completan esta oración que Jesús nos enseña, el Padre Nuestro. Son tres preguntas que expresan nuestras necesidades fundamentales: el pan, el perdón y su ayuda en las tentaciones. No se puede vivir sin pan, no se puede vivir sin el perdón y no se puede vivir sin la ayuda de Dios en las tentaciones.
El pan que Jesús nos hace pedir es aquel necesario, no el superfluo; es el pan de los peregrinos, del justo, un pan que no se acumula y no se desperdicia, que no vuelve pesada nuestra marcha.
El perdón es sobre todo el que nosotros mismos recibimos de Dios: solamente la conciencia de ser pecadores perdonados por la infinita misericordia divina puede volvernos capaces de cumplir gestos concretos de reconciliación fraterna.
Si una persona no se siente pecador perdonado, nunca podrá hacer un gesto de perdón o de reconciliación. Se inicia del corazón donde nos sentimos pecadores perdonados. La último petición “no nos dejes caer en la tentación”, expresa la conciencia de nuestra condición, siempre expuesta a las insidias del mal y de la corrupción. ¡Todos conocemos qué es una tentación!
La enseñanza de Jesús sobre la oración sigue con dos parábolas, con las cuales Él toma como modelo la actitud de un amigo hacia otro amigo y el de un padre hacia su hijo.
Ambas nos quieren enseñar a tener plena confianza en Dios, que es Padre. Él conoce mejor que nosotros mismos nuestras necesidades, pero quiere que se las presentemos con audacia y con insistencia, porque este es nuestro modo de participar a su obra de salvación.
¡La oración es el primero y principal ‘instrumento de trabajo’ en nuestras manos! Insistir con Dios no sirve para convencerlo sino para robustecer nuestra fe y nuestra paciencia, o sea nuestra capacidad de luchar junto a Dios por las cosas realmente importantes y necesarias. En la oración somos dos: Dios y yo para luchar juntos por las cosas importantes.
Entre estas hay una, la cosa importante que Jesús nos dice hoy en el Evangelio, pero que casi nunca nos planteamos, y es el Espíritu Santo. “¡Dóname el Espíritu Santo!”. Y Jesús lo dice: “Aunque ustedes sean malos, saben dar cosas buenas a vuestros hijos, cuánto más el Padre vuestro del cielo dará el Espíritu Santo a quienes se lo piden”. ¡El Espíritu Santo! Tenemos que pedir que el Espíritu Santo venga a nosotros. ¿Pero para qué sirve el Espíritu Santo? Sirve para vivir bien, para vivir con sabiduría, con amor, haciendo la voluntad de Dios. ¡Que linda oración sería que en esta semana cada uno de nosotros le pidiera al Padre: “Padre, dame el Espíritu Santo”.
La Virgen nos lo demuestra con su existencia, toda animada por el Espíritu de Dios. Nos ayuda Ella a rezar al Padre unidos a Jesús, para vivir no de manera mundana, sino de acuerdo al Evangelio, guiados por el Espíritu Santo».
El Santo Padre reza la oración del ángelus y después dirige las siguientes palabras:
«En estas horas nuestro ánimo se encuentra una vez más turbado por las tristes noticias relativas a los deplorables actos de terrorismo y de violencia que han causado dolor y muerte.
Pienso en los dramáticos hechos de Múnich en Alemania y de Kabul en Afganistán, donde han perdido la vida numerosas personas inocentes.
Estoy cerca de las familias de las víctimas y de los heridos. Les invito a unirse a mi oración, para que el Señor inspire a todos propósitos de bien y de fraternidad.
En la medida que las dificultades más parecen insuperables y oscuras las perspectivas de seguridad y de paz, tanto más insistente tiene que volverse nuestra oración”».
El Papa reza un Ave María, acompañado por todos los presentes.
«Queridos hermanos y hermanas, en estos días muchos jóvenes desde cada parte del mundo se están encaminado hacia Cracovia, donde se realizará la XXXI Jornada Mundial de la Juventud.
También yo partiré el miércoles próximo para encontrar a estos muchachos y muchachas y celebraré con ellos y para ellos el Jubileo de la Misericordia, con la intercesión de Juan Pablo II.
Les pido que me acompañen con la oración. Desde ahora saludo y agradezco a todos los que están trabajando para recibir a los jóvenes peregrinos, con numerosos obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas.
Un pensamiento especial lo dirijo a tantísimos jóvenes de su edad, que no pudiendo estar personalmente seguirán el evento a través de los medios de comunicación. ¡Estaremos todos unidos en la oración!».
Y ahora les saludo a ustedes, queridos peregrinos provenientes de Italia y de otros países. En particular los de São Paulo y de São João de Boa Vista, en Brasil; al coro “Giuseppe Denti” de Cremona; a los particular a la peregrinación en bicicleta de Piumazzo a Roma, enriquecido por un empeño de solidaridad.
Saludo a los jóvenes de Valperga y Pertusio CanaveseTurín: sigan intentando vivir y no sobrevivir, como han escrito en sus camisetas.
A todos les deseo un buen domingo. Y por favor no se olviden de rezar por mí. “¡Buen almuerzo y hasta la vista!”».Pope Francis greets faithful during the Angelus of Sunday 26th of July 2015
ANSA
(ZENIT – Ciudad del Vaticano). El papa Francisco rezó este domingo la oración del ángelus desde la ventada de su estudio que da hacia la plaza de San Pedro, donde se encontraban miles de fieles y peregrinos.
A continuación las palabras del Santo Padre, texto completo

7/22/16

En las manos del Padre

ENRIQUE DÍAZ DÍAZ


XVII Domingo Ordinario
Génesis 18, 20-32: “No se enfade mi Señor, si sigo hablando”Salmo 137: “Te damos gracias de todo corazón”Colosenses 2, 12-14: “Les dio a ustedes una vida nueva con Cristo, perdonándoles todos sus pecados”San Lucas 11, 1-13: “Pidan y se les dará”
Con frecuencia me preguntan qué es lo que más me ha sorprendido de los pueblos indígenas. Es cierto que es maravilloso su sentido de comunidad, su amor a la madre tierra, sus danzas, ritos y cantos, sus ceremonias tan llenas de signos y significados… pero lo que más me sorprende es su sentido de Dios. Viven en el ambiente de Dios. Todo se encuentra en relación con Dios. Y así la milpa, la lluvia, el terremoto, el sol… por todo hay que alabar y bendecir al Señor. En todo momento hay que pedirle y ofrecerle. Nuestra vida está en sus manos. Aunque ahora con el ataque despiadado del neoliberalismo, las nuevas generaciones desconcertadas van perdiendo estos sentimientos. “Nuestra vida toda está en manos de Dios y todo el día estamos haciendo oración al Señor”.
El pueblo judío, igual que nuestros pueblos, tenía un especial sentido de la presencia de Dios. Como lo podemos deducir de la primera lectura, Dios está detrás de todos los acontecimientos. Los fenómenos naturales, el día o la noche, la lluvia o la sequía, todo tiene sentido delante de Dios y todos nuestros actos están en relación con Dios. No se entiende la vida sin Dios. Pero no es un Dios lejano, es un Dios con el que se puede dialogar, discutir, pedir, rogar. Ha llegado la modernidad y hemos perdido ese sentido de Dios y su providencia. No es que pretendamos ignorar los avances científicos o nos pongamos irresponsablemente en manos de Dios cuando debemos actuar nosotros. No es el sentido mercantilista del que prende una veladora y espera un milagro, no es comprar a Dios o renunciar a las propias responsabilidades, es vivir en la presencia y en manos de Dios lo que nos enseña esta actitud.
Sin darnos cuenta hemos ido expulsando a Dios de nuestra vida, nos llenamos de cosas, de actividad, de preocupaciones y evadimos disimuladamente a Dios. Siempre tenemos otra cosa más importante que hacer, algo más urgente o más útil. ¿Cómo ponerse a orar cuando uno tiene tantas cosas en qué ocuparse? Y así, nos acostumbramos a vivir “cómodamente” sin la necesidad de orar, pero llevando una vida cada vez más apagada e ineficaz.
San Lucas en su Evangelio nos da una rica enseñanza: Jesús siempre y en todos los momentos hace oración. Y no es que tuviera pocas cosas que hacer. Antes de escoger a sus discípulos, hace oración; antes de curar un enfermo, hace oración; antes de iniciar su vida apostólica, hace cuarenta días de oración. No es raro que el pasaje de este domingo nos lo presente haciendo oración. Y esto llama la atención de sus discípulos. ¿Qué verían en el rostro de Jesús que también quieren hacer oración? Cierto que había maestros de oración, como los hay ahora. Pero este ejemplo de Jesús mueve a los discípulos, y debería despertar en nosotros el deseo de aprender a orar.
Quizás sabemos alguna oración aprendida de pequeños que rezamos de vez en cuando. Está bien, como una fórmula de inicio, pero no basta, se requiere mucho más. Y esto es lo que Jesús nos enseña. La oración no es una fórmula, la oración es la experiencia más hermosa de Dios que podemos tener. Por eso inicia así su oración “Padre”.“PADRE” es la palabra con la cual Jesús nos enseña a llamar a Dios. La noticia más bella que nos trajo Cristo es que Dios es nuestro Padre y que le agrada que lo tratemos como a un papá muy amado. San Pablo dirá: “no hemos recibido un espíritu de temor sino un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre! (Rom 8,15). No tenemos a un Dios lejano, es un papá cercano. Ninguno de nosotros es un huérfano. Ninguno de nosotros se sienta desamparado; todos somos hijos del Padre más amable que existe. Y si tenemos un mismo Padre, somos todos hijos de Él, por lo tanto debemos reconocernos y amarnos como hermanos. Si lo llamamos “Padre”, amémoslo como a un buen Padre y no seamos faltos de cariño para con Él. Dios, pues, es un Padre que conoce muy bien todo lo que necesitan sus hijos y se deleita en ayudarlos y siente enorme satisfacción cada vez que puede socorrerlos. Él nos ayuda no porque nosotros somos buenos, sino porque Él tiene un corazón lleno de misericordia y generosos sentimientos. Quizás no nos habríamos atrevido a llamar a Dios, Padre, si Jesús no nos hubiera enseñado a llamarlo así. No lo olvidemos, la oración es el medio más seguro para obtener de Dios las gracias que necesitamos para nuestra salvación.
La experiencia de Dios como Papá sólo Cristo nos la puede enseñar. La oración a Dios como Padre, Él nos la compartió. Él es el maestro, por eso necesitamos hoy también nosotros decirle: “enséñanos a orar”. Pero, a caminar se aprende caminando, a nadar se aprende nadando y a orar se aprende orando, cada día, a cada momento, en toda ocasión. ¿Acaso no podemos sentirnos amados a toda hora y en todo momento por Papá Dios? Pues hacer consciente este amor, es inicio de oración.
Pero sumergirnos en el amor de Dios no excluye el compromiso con los hermanos, sino todo lo contrario, nos compromete a pedir por ellos. Muy acorde con este texto el papa Francisco nos descubre la riqueza de la intercesión: “Interceder no nos aparta de la verdadera contemplación, porque la contemplación que deja fuera a los demás es un engaño. Es un agradecimiento constante por los demás… Cuando un evangelizador sale de la oración, el corazón se le ha vuelto más generoso, se ha liberado de la conciencia aislada y está deseoso de hacer el bien y de compartir la vida con los demás. Podemos decir que el corazón de Dios se conmueve por la intercesión, pero en realidad Él siempre nos gana de mano, y lo que posibilitamos con nuestra intercesión es que su poder, su amor y su lealtad se manifiesten con mayor nitidez en el pueblo”.
Nos quejamos de nuestro mundo, criticamos a toda institución, renegamos de cómo van las cosas, pero si el tiempo que dedicamos a renegar o a quejarnos sin sentido, lo dedicáramos a hacer oración, seguramente el mundo iría mejor y cada unos de nosotros también, porque nos sentiríamos más amados por Dios.
Padre, que a través de tu Hijo nos enseñaste a pedir, buscar y llamar con insistencia, escucha nuestra oración y concédenos la alegría de sabernos amados y escuchados, de sentirnos seguros en tus manos. Amén.

María Magdalena, cercana al Maestro


El Papa Francisco ha querido que la memoria litúrgica de María Magdalena (22 de julio) se eleve a la categoría de fiesta. Mons. Javier Echevarría, Prelado del Opus Dei ha escrito un texto sobre esta discípula de Cristo, anunciadora del Resucitado:
A lo largo del año, la liturgia invita a los cristianos a recordar algunas de las figuras que siguieron de cerca a Cristo. Hacer memoria de los santos constituye un incentivo para revitalizar la propia vida cristiana, mirando a quienes −hombres o mujeres−, con su ejemplo y su intercesión, invitan al Pueblo de Dios a contemplar el futuro con esperanza segura.
El Papa Francisco, en este año de la misericordia, ha querido subrayar la relevancia de una gran figura, seguidora de Cristo, María Magdalena, disponiendo que su memoria litúrgica se eleve a la categoría de fiesta. Con tal decisión, el Santo Padre desea que el ejemplo de esta santa discípula de Jesús se halle más presente en la vida de piedad de la Iglesia.
La Magdalena irrumpe en el Evangelio con la fuerza de quien ama profundamente y desea amar siempre más. De ella se escribe en el texto que Jesús había expulsado siete demonios, una afirmación que puede referirse a situaciones dolorosas, físicas o morales. En cualquier caso, el sufrimiento la condujo a Cristo y, desde entonces, no miró atrás. Comprendió que su caminar ya sólo tenía sentido si se gastaba al servicio de Dios y de los hermanos. Liberada de esos males, se muestra grande y generosa ante nuestros ojos, cuando −cercana a la Cruz− nos ofreció una lección de fortaleza; y luego, acudiendo a la tumba del Crucificado, no permitió que la esperanza se apagara en el mundo. ¡Gran discípula de Cristo fue María Magdalena!
«Mujer, ¿por qué lloras?», le preguntó Cristo cuando había llegado a buscarle al sepulcro, para ungir su cadáver, y lo buscaba con pasión santa, con perseverancia. Como señaló muchas veces el fundador del Opus Dei, «sin Jesús no estamos bien». En 1964, en la memoria litúrgica de esta mujer, san Josemaría hizo su oración personal ante el Sagrario y, entre otras cosas, comentaba: «¡El sepulcro vacío! María Magdalena llora, hecha un mar de lágrimas. Necesita al Maestro. Había ido allí para consolarse un poco estando cerca de Él, para hacerle compañía, porque sin el Señor no merece la pena ninguna cosa. Persevera María en oración, le busca por todos los sitios, no piensa más que en Él. Hijos míos, frente a esa fidelidad, Dios no se resiste: para que tú y yo saquemos consecuencias; para que aprendamos a amar y a esperar de verdad».
En un primer momento, ella no reconoció al Maestro. Pero perseveró en su afán de encontrarle. Sólo al escuchar su nombre, con el acento personalísimo con que Jesús se dirige a cada uno, reconoce al Salvador. Y a ella, la primera entre los discípulos que vio al Resucitado, se le confía el primer anuncio de la resurrección: un mensaje que no ha cesado de difundirse desde entonces en el mundo. Una preciosa responsabilidad que recae ahora en cada uno de nosotros. ¡Cuántas veces se sirve el Señor de otras personas, para llamarnos a cada uno por nuestro nombre y comunicarnos también el encargo de darle a conocer a otras gentes!
Las mujeres del Evangelio −María Magdalena, Marta y María de Betania, Juana, Susana y Salomé−, sirvieron a Jesucristo con una lealtad que no siempre demostraron los discípulos. Ellas acompañaban al Maestro por los senderos de Palestina o lo alojaron en su hogar; lloraron a su lado en el camino de la Cruz; fueron con la Madre, Santa María, hasta el patíbulo; y quisieron honrar el cuerpo de Jesús tras la sepultura...
Hoy como entonces, la mujer está convocada a contribuir a la misión de la Iglesia con su inteligencia, su sensibilidad y fortaleza, su piedad, su celo apostólico y su afán de servicio, su capacidad de iniciativa y su generosidad. Pero, por encima de todo, puede contribuir −como los demás fieles cristianos− con su santidad personal. Esta es la enseñanza primordial de la vida de María Magdalena: quien desea verdaderamente servir a la Iglesia, ante todo pone sus ojos en Cristo, le sigue de cerca por los caminos de la tierra, con fidelidad total, incluso cuando los demás huyen ante la aparente victoria del mal.
El próximo 22 de julio supone una ocasión para recordar la vida de la Magdalena, que viene a presentarse como el resumen de la biografía de cada cristiano: comenzar y recomenzar, con humildad; amar a Cristo; confiar en Él pese a las sombras que, a veces, quizá oscurezcan el camino; servir a los demás con empeño creciente, en el lugar donde nos ha tocado vivir. La humanidad necesita mujeres y hombres así: capaces de acudir sin cansancio a la misericordia divina, leales al pie de la Cruz, atentos a escuchar −en las tareas ordinarias de cada jornada− el propio nombre de los labios del Resucitado.