1/31/17

Domingo V del Tiempo Ordinario Ciclo A

L.C.

 
Textos: Isaías 58, 7-10; 1 Corintios 2, 1-5; Mateo 5, 13-16

Idea principal: el cristiano seguidor de Cristo debe ser sal y luz.

Resumen del mensaje: Jesús sigue haciendo el retrato y la fisonomía de sus discípulos y seguidores en el famoso Sermón de la Montaña (Mateo, capítulos 5-7). Además de las bienaventuranzas, que nos marcaban el camino de la auténtica felicidad (domingo pasado), hoy Jesús usa dos imágenes expresivas: quien lleve el nombre de cristiano debe ser sal y luz en este mundo (evangelio).

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, Jesús nos dice que somos y debemos ser sal, no azúcar. ¿Qué hace la sal? Da sabor a las comidas, es aderezo. Impide la corrupción de los alimentos; es conservante, por ser ácido. Derrite el hielo en las carreteras para evitar los accidentes de tráfico. La sal de bicarbonato es un antiácido para el estómago. La sal también remueve la herrumbre acumulada en las chimeneas, evitando posibles incendios peligrosos. Los colores pueden ser restaurados con el auxilio de un paño humedecido en una solución con sal y agua. La sal mantiene lejos la polilla de las alfombras nuevas de lana. El secreto es limpiar el piso con una solución concentrada de sal y agua caliente antes de poner la alfombra. Todo un símbolo de lo que debe ser el cristiano. Así fue Jesús: con la sal de su palabra iba dando sabor a todas las situaciones humanas –alegres y dolorosas-; iba preservando los valores humanos y morales con su mensaje divino, para que no se pudrieran. Y la segunda imagen: también el cristiano tiene que ser luz, porque llevamos en el alma y en la conciencia el resplandor de Cristo resucitado. Somos cristianos de Pascua. Cristo con su Pascua disipó las tinieblas del demonio, que parecía haber triunfado en ese Viernes Santo. En nuestras pupilas brilla la luz del cirio pascual. En nuestros labios resuena el “Lumen Christi”. Nuestras manos sostienen la vela que se alimenta de ese cirio pascual que es Cristo. Desafiamos a Nietzsche, pues sí tenemos rostros de resucitados.
En segundo lugar, que Dios nos libre de ser cristianos insípidos y apagados. Con la sal, daremos sabor a nuestra vida cristiana y también curaremos las heridas de nuestros hermanos (primera lectura), no con palabras rimbombantes, sino con la palabra y bálsamo del crucificado (segunda lectura) y preservaremos nuestro mundo de la opresión e injusticia (primera lectura) y de la mundanidad. Con la sal –dice el Crisóstomo- podemos volver a su sabor quienes se tornaron insípidos, pero con la sal en su medida; mucha sal estropea la comida. Con la luz de la fe en Cristo iluminamos nuestro interior e iluminamos nuestro ambiente, allá donde estamos. Fe que nos ilumina desde dentro, como trata de expresarlo la iconografía oriental. Con ella vivimos en este mundo para no tropezar, sí, pero con los ojos puestos en la eternidad. Por la luz de la fe vemos con claridad cuál es el camino que nos conduce al cielo. Ya no somos “un pueblo que anda en tinieblas”, sino que tiene “la luz de la vida”.

Finalmente, cuidemos de no estropear la sal echándole otras sustancias edulcorantes, como pueden ser nuestros gustos personales y los condimentos picantes de este mundo. Cuidemos nuestra luz, que es participación de la de Cristo, para que no alumbremos con la minúscula luz de nuestras tontas vanidades o deslumbremos con nuestros saberes enciclopédicos y culturales mundanos (segunda lectura).

Para reflexionar: ¿Soy sal o azúcar; soso o salado? ¿Soy luz u oscuridad con mi mal ejemplo?

Para rezar:
Te necesito a ti, Señor, para ser sal en medio
de los quehaceres de la vida diaria;
ser sal cuando preparo la mesa, pongo la lavadora,
voy conduciendo, o estoy en mi oficina.
Ser sal y luz porque en tu nombre, Señor, sepa dar el sabor o la luz
de la concordia, del consuelo, de la alegría, del perdón, de la esperanza.

Te necesito, Señor, para ser luz en medio de un mundo de tinieblas,
un mundo injusto al que amo.

“Jesús no masifica a la gente, nos mira a cada uno”

El Papa en Santa Marta


El autor de la Carta a los Hebreos nos anima a correr en la fe con constancia (12,1-4), fijos los ojos en Jesús. Y en el Evangelio es Jesús quien nos mira y se da cuenta de nosotros. Él está cerca y siempre está en medio de la gente. No tiene guardia de escolta para que la gente no lo toque. ¡No, no! Se queda ahí y la gente lo apretuja. Y cada vez que Jesús salía, había más gente. Los especialistas en estadísticas quizá habrían podido publicar: Baja la popularidad del Rabí Jesús… Pero él buscaba otra cosa: buscaba a la gente. Y la gente lo buscaba a Él: la gente tenía los ojos fijos en Él y Él tenía los ojos fijos en la gente. Pero no en la multitud, no; ¡en cada uno! Esa es la peculiaridad de la mirada de Jesús. Jesús no masifica la gente: mira a cada uno.
El Evangelio de Marcos cuenta dos milagros (5,21-43): Jesús cura a una mujer enferma de hemorragia desde hace doce años que, en medio de la muchedumbre, consigue tocarle el manto. Y el Señor se da cuenta de que le han tocado. Luego, resucita a la hija de doce años de Jairo, uno de los jefes de la sinagoga. Y como se da cuenta de que la niña tiene hambre, dice a sus padres que le den de comer. La mirada de Jesús va a lo grande y a lo pequeño. Así mira Jesús: nos mira a todos, pero mira a cada uno. Mira nuestros grandes problemas o nuestras grandes alegrías, y mira también nuestras cosas pequeñas. Porque está cerca. Jesús no se asusta de las grandes cosas, sino que también tiene en cuenta las pequeñas. Así nos mira Jesús.
Si corremos con perseverancia, teniendo fija la mirada en Jesús, nos pasará lo que le pasó a la gente después de la resurrección de la hija de Jairo, que quedaron fuera de sí llenos de estupor. Yo voy, miro a Jesús, camino delante, fijo la mirada en Jesús y ¿qué encuentro? ¡Que él ha fijado su mirada en mí! Y eso me hace sentir ese gran asombro. Es el estupor del encuentro con Jesús. ¡Pero no tengamos miedo! No tengamos miedo, como no lo tuvo aquella viejecita para ir a tocar el borde del manto. ¡No tengamos miedo! Corramos por esa senda, siempre fija la mirada en Jesús. Y tendremos esa bonita sorpresa, que nos llenara de asombro: el mismo Jesús tiene fija su mirada en mí.

1/30/17

‘Una Iglesia sin mártires es una Iglesia sin Jesús’

El Papa en Santa Marta


Sin memoria no hay esperanza. Lo recuerda la Carta a los Hebreos (11,32-40) en la que se exhorta a recordar la memoria de toda la historia del pueblo del Señor. Precisamente en el capítulo once, que la Liturgia propone estos días, se habla de la memoria. Ante todo, una memoria de docilidad, la memoria de la docilidad de tanta gente, empezando por Abraham que, obediente, salió de su tierra sin saber adónde iba.
Luego se habla de otras dos memorias. La memoria de las grandes gestas del Señor, realizados por Gedeón, Barac, Sansón, David y tanta gente que hizo grandes gestas en la historia de Israel.
Y luego hay un tercer grupo que hay que recordar: la memoria de los mártires, los que sufrieron y dieron la vida como Jesús, que fueron lapidados, torturados, muertos a espada. La Iglesia es ese pueblo de Dios, pecador pero dócil, que hace grandes cosas y también da testimonio de Jesucristo hasta el martirio. Los mártires son los que sacan adelante la Iglesia, los que sostienen la Iglesia, la han sostenido y la sostienen hoy. ¡Y hoy hay más que en los primeros siglos! Los medios no lo dicen porque no son noticia, pero muchos cristianos en el mundo hoy son bienaventurados porque son perseguidos, insultados, encarcelados. Hay tantos en la cárcel, ¡solo por llevar una cruz o por confesar a Jesucristo! Esa es la gloria de la Iglesia y nuestro apoyo, y también nuestra humillación: nosotros que tenemos de todo, que todo nos parece fácil, y si nos falta algo nos quejamos… ¡Pensemos en esos hermanos y hermanas que hoy, en número más grande que en los primeros siglos, sufren el martirio! No puedo olvidar el testimonio de aquel sacerdote y de aquella monja en la catedral de Tirana: años y años de cárcel, trabajos forzados, humillaciones, para los que no existían los derechos humanos.
Y nosotros —es verdad y justo también— estamos satisfechos cuando vemos un acto eclesial grande, que ha tenido gran éxito, cristianos que se manifiestan… ¡Y eso es bonito! ¿Eso es fuerza? Sí, es fuerza. Pero la fuerza más grande de la Iglesia hoy está en las pequeñas Iglesias, pequeñitas, con poca gente, perseguidas, con sus obispos en la cárcel. Esa es nuestra gloria hoy, esa es nuestra gloria y nuestra fuerza hoy.
Una Iglesia sin mártires —me atrevería a decir—  es una iglesia sin Jesús. Recemos por nuestros mártires que sufren tanto, por esas Iglesias que no son libres de expresarse: ellos son nuestra esperanza. En los primeros siglos de la Iglesia un antiguo escritor decía: “La sangre de los mártires es semilla de los cristianos”. Ellos con su martirio, con su testimonio, con su sufrimiento, también dando la vida, ofreciendo la vida, siembran cristianos para el futuro y en otras Iglesias. Ofrezcamos esta Misa por nuestros mártires, por los que ahora sufren, por las Iglesias que sufren, por las que no tienen libertad. Y damos gracias al Señor por estar presentes con la fortaleza de su Espíritu en esos hermanos y hermanas nuestros que hoy dan testimonio de Él.

1/29/17

Importancia del “buen acompañamiento” en la vida consagrada


El papa Francisco ha recibido este sábado a los participantes de la Plenaria de la Congregación para los Institutos de vida consagrada y las Sociedades de vida apostólica, que se reúnen en estos días para reflexionar sobre el tema de la “fidelidad y de los abandonos”. Al respecto, el Santo Padre ha observado que es un tema importante porque en este momento “la fidelidad está a prueba”. Según ha querido precisar, “estamos frente a una hemorragia que debilita la vida consagrada y la vida misma de la Iglesia”. Al mismo tiempo que ha asegurado que “los abandonos en la vida consagrada nos preocupan muchos”. En esta línea, ha indicado dos posibilidades. Algunos que lo dejan por un acto de coherencia al darse cuenta que no tuvieron nunca vocación y otros que con el paso del tiempo disminuye la fidelidad. Y aquí, ¿qué ha sucedido?, se pregunta el Pontífice. Son muchos los factores –ha precisado– que condicionan la fidelidad en este que es un cambio de época y no solo una época de cambio, en el que resulta difícil asumir compromisos serios y definitivos.
De este modo, el papa Francisco ha explicado que el primer factor que no ayuda a mantener la fidelidad es el contexto social y cultural en el que nos movemos. Así, ha advertido que “vivimos inmersos en la llamada cultura del fragmento, de lo provisional, que puede conducir a vivir ‘a la carta’ y a ser esclavos de las modas”. Esta cultura –ha reconocido el Papa– induce a la necesidad de tener siempre abiertas las ‘puertas laterales’ a otra posibilidad, alimenta el consumismo y olvida la belleza de la vida sencilla y austera, provocando muchas veces un gran vacío existencial.
Por otro lado, ha observado que se ha difundido también un “fuerte relativismo práctico”, según el cual todo viene juzgado en función de una “autorrealización” mucha veces extraña a los valores del Evangelio.
Según ha lamentado el Papa, vivimos en una sociedad donde las reglas económicas sustituyen las morales, dictan leyes e imponen los propios sistemas de referencia a expensas de los valores de la vida. Una sociedad –ha proseguido– donde la dictadura del dinero y del beneficio aboga una visión de la existencia en la que quien no rinde es descartado. Por eso, en esta situación, “está claro que uno tiene primero que dejarse evangelizar para después comprometerse en la evangelización”, ha explicado Francisco.
A este factor del contexto socio-cultural se deben añadir otros. Tal y como ha explicado el Papa uno de ellos es el “mundo juvenil”, un mundo complejo, al mismo tiempo rico y desafiante. Al respecto, ha advertido que entre los jóvenes hay muchas víctimas de la lógica de la mundanidad: búsqueda del éxito a cualquier precio, del dinero y el placer fácil. Por esta razón, el Pontífice ha subrayado que “nuestro compromiso” no puede ser otro que estar junto a ellos para contagiarles “la alegría del Evangelio y de la pertenencia a Cristo”.
Un tercer factor condicionante, ha indicado, viene de dentro de la misma vida consagrada, donde junto a tanta santidad, no faltan situaciones de contra-testimonio que hacen difícil la fidelidad. Estas situaciones son, por ejemplo, “la rutina, el cansancio, el peso de la gestión de las estructuras, las divisiones internas, la búsqueda de poder, una forma mundana de gobernar los institutos, un servicio de la autoridad que a veces se convierte en autoritarismo y otras veces en un ‘dejar hacer’”.
Si la vida consagrada quiere mantener su misión profética y su fascinación, debe mantener “la frescura y la novedad de la centralidad de Jesús, el atractivo de la espiritualidad y la fuerza de la misión, mostrar la belleza de la secuela de Cristo e irradiar esperanza y alegría”. En esta misma línea, Francisco ha asegurado que un aspecto que se tendrá que curar de forma particular es “la vida fraterna en comunidad”. Y esta, se alimenta con “la oración comunitaria, la lectura orante de la Palabra, la participación activa a los sacramentos de la eucaristía y la reconciliación, el diálogo fraterno y la comunicación sincera entre sus miembros, la corrección fraterna, la misericordia hacia el hermano o hermana que peca, el compartir de las responsabilidades”. Todo ello –ha añadido– acompañado de un elocuente y alegre testimonio de vida sencilla junto a los pobres y a una misión que privilegia a las periferias existenciales.
El Pontífice ha aseverado que la vocación tiene que ser cuidada como se hace con las “cosas más preciosas” para que nadie “nos robe este tesoro” ni que “pierda con el pasar del tiempo su belleza”. Asimismo, con la gracia del Señor, “cada uno de nosotros está llamado a asumir con responsabilidad” el compromiso del “propio crecimiento humano, espiritual e intelectual y, al mismo tiempo, mantener viva la llama de la vocación”.
Otra actitud destacada por Francisco en su discurso ha sido “el acompañamiento”. Es necesario –ha explicado– que la vida consagrada invierta en el preparar acompañantes cualificados para este ministerio. Necesitamos, ha proseguido, hermanos y hermanas expertos en los caminos de Dios, para poder hacer lo que hizo Jesús con los discípulos de Emaús: acompañarles en el camino de la vida y en el momento de la desorientación y encender de nuevo en ellos la fe y la esperanza mediante la Palabra y la Eucaristía.
Al respecto ha advertido de que “no pocas vocaciones se pierden por falta de acompañantes válidos”. Pero, también hay que evitar “cualquier tipo de acompañamiento que cree dependencia”.


1/28/17

Santo Tomás de Aquino



«El doctor angélico, designado patrón de las universidades y escuelas católicas por León XIII, fue un prodigio de inteligencia y virtud que puso al servicio de Dios. Su influencia en el pensamiento filosófico y teológico no ha cesado»
El 4 de agosto de 1880 fue designado por León XIII patrón de las universidades y escuelas católicas. No podía ser de otro modo. Aparte de ser uno de los santos más conocidos y aclamados en la Iglesia, es también, seguramente, el que mayor influencia ha ejercido y sigue manteniendo en el ámbito filosófico y teológico. Y hoy desde esta sección de ZENIT nos unimos a los millares de profesores y estudiantes que especialmente le veneran.
De la familia de los condes de Aquino y de Teano, emparentada con reyes europeos, vino al mundo en el castillo de Roccasecca, Nápoles, Italia, hacia 1225. Fue el benjamín de doce hermanos. Precoz en su interés por Dios sobre el que se preguntaba siendo muy pequeño «¿Qué és?» –cuestión a la que trataría de dar respuesta toda su vida–, se afanaba en el estudio y en la oración. Excepcionalmente dotado para la investigación, pronto superó a sus egregios profesores universitarios en Nápoles, Pietro Martín y Petrus Hibernos, hecho que se reprodujo con Pedro de Irlanda. El predicador dominico fray Juan de San Giuliano terminó de despertar su vocación a la vida religiosa y, sin plantear esta opción a sus padres, tomó el hábito a sus 19 años. La condesa se apresuró a viajar a Nápoles para ver a su hijo, pero los dominicos ya le habían destinado a Roma anticipándose a un hecho que de antemano consideraron sería irremediable: que sus padres se llevarían al novicio con ellos.
La persecución familiar se puso en marcha. Y sus hermanos, aguerridos soldados al servicio del rey, lo mantuvieron a buen resguardo durante dos años urdiendo tretas diversas, algunas rocambolescas, para derrocar su voluntad de entrega a Dios. La madre se apiadó y fue abriendo la mano progresivamente: autorización de lecturas de textos eruditos y obras de piedad, además de las Sagradas Escrituras. Cuando le permitieron abandonar el encierro, su progresión intelectual dejó a todos admirados. Fue enviado a Roma, de allí a París, y luego a Colonia, donde tuvo como maestro a san Alberto Magno. En esta ciudad fue ordenado sacerdote.
Mostraba una gran devoción por Cristo, en particular por la cruz y también por la Eucaristía así como por la Virgen María. Se caracterizaba por su inocencia evangélica y espíritu religioso; era sencillo, cercano, fiel al carisma dominico. Su breve existencia estuvo marcada por la oración, la predicación, la enseñanza y la escritura. La vida espiritual para él era fundamentalmente la caridad que culmina en oración y contemplación; ambas revierten en un aumento de aquélla virtud teologal. Pensaba, y así lo dejó escrito: que a Dios es mejor amarle que conocerle.
Se había propuesto buscar denodadamente la verdad con este lema: «contemplata aliis trajere», esto es, participar a otros el fruto de su reflexión. Hombre de extraordinaria inteligencia y memoria portentosa, siendo alumno se convirtió en profesor de filosofía y de teología. Primeramente, y por deseo de sus superiores, enseñó en París, y luego daría clases en Orvieto, Roma y Nápoles. Una de sus aplaudidas tesis es el reconocimiento de que no existe oposición entre fe y razón, sino que ambas se necesitan y complementan.
Para él no existía el tiempo; se quedaba completamente enfrascado en el estudio. Sus escritos y discursos denotan su sabiduría y el grado de su hondura espiritual. Y es que el estudio era oración para él y la oración estudio. Antes de ejercitar la labor docente, discutir, estudiar o escribir, oraba, y muchas veces lo hacía envuelto en lágrimas. Dedicaba muchas horas a la oración, postrado de hinojos ante el crucifijo. Así brotaron muchas de sus obras. El «doctor angélico» fue una persona devota que no dejó a nadie indiferente. Sus compañeros decían: «la ciencia de Tomás es muy grande, pero su piedad es más grande todavía. Pasa horas y horas rezando, y en la misa, después de la elevación, parece que estuviera en el paraíso. Y hasta se le llena el rostro de resplandores de vez en cuando mientras celebra la Eucaristía». Su obra máxima, la Summa Theologiae, de 14 tomos, es un ejemplo de síntesis y de claridad.
Renunció a ser arzobispo de Nápoles en 1265, como deseaba Clemente IV, que aceptó su decisión. El pontífice le encargó que escribiera los himnos para la festividad del Cuerpo y Sangre de Cristo, y compuso el Pange lingua (Tantum ergo), Adoro te devote y otros bellísimos cantos dedicados a la Eucaristía. Después de haber escrito tratados hermosísimos acerca de Jesús en la Eucaristía, sintió Tomás que se le decía en una visión: «Tomás, has hablado bien de Mí. ¿Qué quieres a cambio?». El santo le respondió: «Señor: lo único que yo quiero es amarte, amarte mucho, y agradarte cada vez más». Brotaba de su interior esta ferviente oración: «Concédeme, te ruego, una voluntad que te busque, una sabiduría que te encuentre, una vida que te agrade, una perseverancia que te espere con confianza y una confianza que al final llegue a poseerte».
Con frecuencia experimentaba raptos y éxtasis. En uno de ellos, el 6 de diciembre de 1273, mientras oficiaba la misa las revelaciones que recibió debieron tener tal altura que abandonó la pluma para siempre: «No puedo hacer más. Se me han revelado tales secretos que todo lo que he escrito hasta ahora parece que no vale para nada».
Murió el 7 de marzo de 1274 en el monasterio cisterciense de Fossanova, cuando partía hacia el concilio de Lyon. Fue canonizado por Juan XXII el 18 de julio de 1323. San Pío V lo proclamó doctor de la Iglesia el 11 de abril de 1567.

Pusilanimidad

El Papa ayer en Santa Marta


La Carta a los Hebreos propuesta por la liturgia del día exhorta a vivir la vida cristiana con tres puntos de referencia: el pasado, el presente y el futuro. Primero nos invita a hacer memoria, porque la vida cristiana no comienza hoy: continúa hoy. Hacer memoria es recordarlo todo: las cosas buenas y las menos buenas, es poner mi historia ante Dios, sin taparla o esconderla. Hermanos, recordad aquellos días primeros: los días del entusiasmo, de avanzar en la fe, cuando se comenzó a vivir la fe, las pruebas sufridas… No se entiende la vida cristiana, tampoco la vida espiritual de cada día, sin memoria. No solo no se entiende: no se puede vivir cristianamente sin memoria. La memoria de la salvación de Dios en mi vida, la memoria de los males en mi vida; y cómo el Señor me ha salvado de esos males. La memoria es una gracia: una gracia que hay que pedir. Señor, que yo no olvide tu paso por mi vida, que yo no olvide los buenos momentos, también los malos; los gozos y las cruces. El cristiano es un hombre de memoria.
Luego, el autor de la Epístola nos hace comprender que estamos en camino esperando algo, en espera de llegar a un punto: un encuentro; encontrar al Señor. Y nos anima a vivir de fe. La esperanza: mirar al futuro. Así como no se puede vivir una vida cristiana sin la memoria de los pasos dados, no se puede vivir una vida cristiana sin mirar al futuro con la esperanza del encuentro con el Señor. Y dice una frase bonita: Un poquito de tiempo todavía… ¡La vida es un soplo! Pasa. Cuando uno es joven, piensa que tiene mucho tiempo por delante, pero luego la vida nos enseña que eso que decimos todos: ¡Cómo pasa el tiempo! ¡A ese lo conocí de niño, y ya se va a casar! ¡Cómo pasa el tiempo! Se pasa pronto. Pero la esperanza de encontrarlo es una vida en tensión, entre la memoria y la esperanza, el pasado y el futuro.
Tercer punto, la Carta invita a vivir el presente, tantas veces doloroso y triste, con valentía y paciencia: o sea, con franqueza, sin vergüenza, y soportando las vicisitudes de la vida. Somos pecadores, todos lo somos. Cualquiera, antes o después… si queréis, podemos hacer la lista luego, pero todos somos pecadores. Todos. Pero vamos adelante con valentía y con paciencia. No nos quedamos ahí, quietos, porque eso no nos hará crecer.
En fin, el autor de la Epístola a los Hebreos exhorta a no caer en el pecado que hace no tener memoria, esperanza, valentía y paciencia: la pusilanimidad. Es un pecado que no te deja avanzar por miedo, mientras que Jesús dice: No tengáis miedo. Pusilánimes son los que van siempre para atrás, lo que se protegen demasiado a sí mismos, los que tienen miedo de todo. No te arriesgues, por favor, no… la prudencia… Los mandamientos todos, todos… Sí, es verdad, pero eso te paraliza también, te hace olvidar tantas gracias recibidas, te quita la memoria, te quita la esperanza porque no te deja andar. Y el presente de un cristiano, de una cristiana así es como cuando uno va por la calle y viene una lluvia inesperada y el vestido no es tan bueno y se encoje la ropa… Ánimas encogidas… eso es la pusilanimidad: ese es el pecado contra la memoria, la valentía, la paciencia y la esperanza. Que el Señor nos haga crecer en la memoria, nos haga crecer en la esperanza, nos dé cada día valentía y paciencia y nos libre de eso que es la pusilanimidad, tener miedo de todo…. Ánimas encogidas por salvarse. Y Jesús dice: Quien quiera salvar su vida, la perderá.

1/27/17

Jornada de la Memoria

Sergio Mora
 

Un día como hoy de 1945 fueron abatidas las rejas del campo de concentración de Auschwitz
La Jornada internacional de conmemoración de las víctimas del Holocausto fue instaurada por las Naciones Unidas, el 27 de enero, recordando ese día de 1945 cuando fueron abatidas las rejas del campo de concentración de Auschwitz por las tropas soviéticas.
El 29 de julio de 2016, el papa Francisco durante su viaje apostólico a Polonia con motivo de la JMJ, fue al campo de concentración de Auschwitz, quiso recorrerlo en silencio, en recogimiento, sin discursos ni protocolos. Uno de los momentos más conmovedores fue cuando el Santo Padre entró en la celda del hambre, la celda del martirio de san Maximiliano Kolbe, sacerdote polaco que ofreció su vida por la de otro preso judío, padre de familia. Y firmó en el Libro de Honor donde escribió en español: “¡Señor, ten piedad de tu pueblo! ¡Señor, perdón por tanta crueldad!”.
En todo el mundo se realizan ceremonias para no olvidar lo ocurrido. Desde Roma la Comunidad de san Egidio recuerda que “es un evento aún más sentido justamente en el momento en el cual va desapareciendo la generación de los sobrevivientes de la Shoah”.
“A 72 años de la liberación del campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau –se lee en el comunicado de la Comunidad– el recuerdo del horror y del abismo causado por el antisemitismo y la predicación del odio racial es particularmente importante en este momento histórico para Europa y todo el mundo”.
La memoria del Holocausto no puede “limitarse a un ejercicio pasivo”, añade la nota, que subraya “demasiada indiferencia delante de los nuevos actos de intolerancia y de racismo que vemos producirse en el mismo continente que conoció el nacimiento del nazismo”.
Invitan así a “valorizar los actos de solidaridad, de integración e inclusión social hacia los más débiles” y “multiplicarlos para crear una nueva cultura y transmitirla a las jóvenes generaciones” como el mejor modo “para construir una civilización de la convivencia en el cual hay espacio con todos”. 

Gracias por todo

  

La palabra gracias proviene del latín gratia, la cual deriva de gratus (agradable, agradecido). Gratia significa la honra o alabanza que se tributa a otro, para luego significar el reconocimiento de un favor.
Todos sabemos que el agradecimiento es algo indispensable en la vida, pues cada uno de nosotros hemos recibido algo de alguien. En general, todos hemos recibido muchísimos favores desde que nacimos. Las bendiciones de nuestra vida son difíciles de contar.
El hecho de ser agradecidos tiene mucho que ver con nuestra humildad o falta de ésta. Un corazón humilde recibe y luego agradece. Un corazón soberbio, por más que reciba, nunca agradecerá. Nuestra soberbia comúnmente nos hace pensar que merecemos más de lo que tenemos, y que lo que tenemos no es suficiente, o no es precisamente lo que queremos.
Pero si reflexionamos en ello, podemos hacer el siguiente planteamiento: si no valoramos lo que tenemos, ¿qué nos hace pensar que merecemos más? O ¿qué nos hace creer que si pedimos y recibimos más seremos felices, si no somos agradecidos con lo que ya tenemos?
Una persona que agradece, comúnmente recibe más y se siente feliz con lo que tiene, es decir, se siente satisfecha y en paz. Una persona que no agradece, es común que carezca de muchas cosas, así como que se sienta frustrada y ansiosa, es decir, infeliz. En otras palabras, el ser agradecidos nos lleva a la alegría, mientras que el ser malagradecidos nos conduce a la amargura.
La falta de agradecimiento está ligada a un estado de insaciedad, a la exigencia, al afán, al enojo, a un falso sentimiento de “injusticia” en el que creemos que somos mucho mejores de lo que en verdad somos.
Es aceptable querer tener más y luchar por tenerlo, pero lo que no es aceptable es no reconocer ni valorar lo que ya tenemos. Todo proviene de la fuente de abundancia que es Dios, sus favores son nuevos cada mañana, siempre hay mucho que agradecer. Sin embargo, a veces nos levantamos y nos enrolamos en la rutina de manera tan apurada y repentina que no tenemos el tiempo ni el cuidado de ver todo lo que nos rodea, toda la provisión que ya ha sido puesta delante de nosotros, mucho antes de abrir los ojos.
Si nos proponemos el ejercicio de agradecer por la mañana todo lo que nos venga a la mente, mientras nos vestimos o manejamos, encontraremos una visión nueva, una perspectiva más objetiva entre lo que tenemos y lo que nos hace falta. Esto traerá paz a nuestra alma y agradecimiento sincero a nuestro corazón. Cuando le damos las gracias al Creador, Él multiplica las bendiciones, nos otorga nuevos talentos, pues nos considera seres responsables, sencillos y capaces de multiplicar dichos talentos.
A una persona que siempre pide, pero nunca agradece, ¿para qué habría de darle más? Alguien que valora lo que tiene, así sea mucho o poco, le da el mejor uso y procura aprovecharlo al máximo, sin quejarse. La felicidad no proviene de los objetos sino de una actitud correcta del corazón.
Dios espera nuestra gratitud ante todo lo que nos da, y también quiere corazones agradecidos. Si nos dio mucho, mucho nos demandará cuando estemos en su presencia.
 

1/26/17

“El amor de Cristo nos empuja a la reconciliación”

Homilía del Papa en la 50° semana de la Unidad de los Cristianos


“El encuentro con Jesús en el camino de Damasco transformó radicalmente la vida de san Pablo. A partir de entonces, el significado de su existencia no consiste ya en confiar en sus propias fuerzas para observar escrupulosamente la Ley, sino en la adhesión total de sí mismo al amor gratuito e inmerecido de Dios, a Jesucristo crucificado y resucitado.
De esta manera, él advierte la irrupción de una nueva vida, la vida según el Espíritu, en la cual, por la fuerza del Señor Resucitado, experimenta el perdón, la confianza y el consuelo.
Pablo no puede tener esta novedad sólo para sí: la gracia lo empuja a proclamar la buena nueva del amor y de la reconciliación que Dios ofrece plenamente a la humanidad en Cristo. Para el Apóstol de los gentiles, la reconciliación del hombre con Dios, de la que se convirtió en embajador (cf. 2 Co 5,20), es un don que viene de Cristo.
Esto aparece claramente en el texto de la Segunda Carta a los Corintios, del que se toma este año el tema de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos: «Reconciliación. El amor de Cristo nos apremia» (cf. 2 Co 5,14-20).
«El amor de Cristo»: no se trata de nuestro amor por Cristo, sino del amor que Cristo tiene por nosotros. Del mismo modo, la reconciliación a la que somos urgidos no es simplemente una iniciativa nuestra, sino que es ante todo la reconciliación que Dios nos ofrece en Cristo.
Más que ser un esfuerzo humano de creyentes que buscan superar sus divisiones, es un don gratuito de Dios. Como resultado de este don, la persona perdonada y amada está llamada, a su vez, a anunciar el evangelio de la reconciliación con palabras y obras, a vivir y dar testimonio de una existencia reconciliada.
En esta perspectiva, podemos preguntarnos hoy: ¿Cómo anunciar el evangelio de la reconciliación después de siglos de divisiones? Es el mismo Pablo quien nos ayuda a encontrar el camino. Hace hincapié en que la reconciliación en Cristo no puede darse sin sacrificio. Jesús dio su vida, muriendo por todos. Del mismo modo, los embajadores de la reconciliación están llamados a dar la vida en su nombre, a no vivir para sí mismos, sino para aquel que murió y resucitó por ellos (cf. 2 Co 5,14-15).
Como nos enseña Jesús, sólo cuando perdemos la vida por amor a él es cuando realmente la ganamos (cf. Lc 9,24). Es esta la revolución que Pablo vivió y es también la revolución cristiana de todos los tiempos: no vivir para nosotros mismos, para nuestros intereses y beneficios personales, sino a imagen de Cristo, por él y según él, con su amor y en su amor.
Para la Iglesia, para cada confesión cristiana, es una invitación a no apoyarse en programas, cálculos y ventajas, a no depender de las oportunidades y de las modas del momento, sino a buscar el camino con la mirada siempre puesta en la cruz del Señor; allí está nuestro único programa de vida.
Es también una invitación a salir de todo aislamiento, a superar la tentación de la autoreferencia, que impide captar lo que el Espíritu Santo lleva a cabo fuera de nuestro ámbito. Una auténtica reconciliación entre los cristianos podrá realizarse cuando sepamos reconocer los dones de los demás y seamos capaces, con humildad y docilidad, de aprender unos de otros, sin esperar que sean los demás los que aprendan antes de nosotros. Si vivimos este morir a nosotros mismos por Jesús, nuestro antiguo estilo de vida será relegado al pasado y, como le ocurrió a san Pablo, entramos en una nueva forma de existencia y de comunión.
Con Pablo podremos decir: «Lo antiguo ha desaparecido» (2 Co 5,17). Mirar hacia atrás es muy útil y necesario para purificar la memoria, pero detenerse en el pasado, persistiendo en recordar los males padecidos y cometidos, y juzgando sólo con parámetros humanos, puede paralizar e impedir que se viva el presente.
La Palabra de Dios nos anima a sacar fuerzas de la memoria para recordar el bien recibido del Señor; y también nos pide dejar atrás el pasado para seguir a Jesús en el presente y vivir una nueva vida en él.
Dejemos que Aquel que hace nuevas todas las cosas (cf. Ap 21,5) nos conduzca a un futuro nuevo, abierto a la esperanza que no defrauda, a un porvenir en el que las divisiones puedan superarse y los creyentes, renovados en el amor, estén plena y visiblemente unidos.
Este año, mientras caminamos por el camino de la unidad, recordamos especialmente el quinto centenario de la Reforma protestante. El hecho de que hoy católicos y luteranos puedan recordar juntos un evento que ha dividido a los cristianos, y lo hagan con esperanza, haciendo énfasis en Jesús y en su obra de reconciliación, es un hito importante, logrado con la ayuda de Dios y de la oración a través de cincuenta años de conocimiento recíproco y de diálogo ecuménico.
Mientras imploro a Dios el don de la reconciliación con él y entre nosotros, saludo cordial y fraternalmente a su eminencia el metropolita Gennadios, representante del Patriarcado Ecuménico, a su gracia David Moxon, representante personal en Roma del arzobispo de Canterbury, y a todos los representantes de las distintas Iglesias y comunidades eclesiales aquí presentes.
Me complace saludar particularmente a los miembros de la Comisión mixta para el diálogo teológico entre la Iglesia católica y las Iglesias ortodoxas orientales, a quienes deseo un trabajo fructífero en la sesión plenaria que está teniendo lugar en estos días.
Saludo también a los estudiantes del Ecumenical Institute of Bossey, que están visitando Roma para profundizar en su conocimiento de la Iglesia Católica, y a los jóvenes ortodoxos y ortodoxos orientales que estudian en Roma, gracias a las becas del Comité de Cooperación Cultural con las Iglesias ortodoxas, que opera en el Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los cristianos.
A los superiores y a todos los colaboradores de ese Dicasterio expreso mi estima y agradecimiento. Queridos hermanos y hermanas, nuestra oración por la unidad de los cristianos participa en la oración que Jesús dirigió al Padre antes de la pasión, «para que todos sean uno» (Jn 17,21).
No nos cansemos nunca de pedir a Dios este don. Con la esperanza paciente y confiada de que el Padre concederá a todos los creyentes el bien de la plena comunión visible, sigamos adelante en nuestro camino de reconciliación y de diálogo, animados por el testimonio heroico de tantos hermanos y hermanas que, tanto ayer como hoy, están unidos en el sufrimiento por el nombre Jesús. Aprovechemos todas las oportunidades que la Providencia nos ofrece para rezar juntos, anunciar juntos, amar y servir juntos, especialmente a los más pobres y abandonados”.

1/25/17

“Las mujeres son más valientes que los hombres”

El Papa en la audiencia general 

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Entre las figuras de mujeres que el Antiguo Testamento nos presenta, destaca la de una gran heroína del pueblo: Judit. El libro bíblico que lleva su nombre narra la imponente campaña militar del rey Nabucodonosor, quien, reinando en Nínive, extiende las fronteras del imperio derrotando y esclavizando a todos los pueblos alrededor. El lector entiende que se encuentra delante de un grande, invencible enemigo que está sembrando muerte y destrucción y que llega hasta la Tierra Prometida, poniendo en peligro la vida de los hijos de Israel. El ejército de Nabucodonosor, de hecho, bajo la guía del general Holofernes, asedia a una ciudad de Judea, Betulia, cortando el suministro de agua y minando así la resistencia de la población.
La situación se hace dramática, al punto que los habitantes de la ciudad se dirigen a los ancianos pidiendo que se rindan a los enemigos. Las suyas son palabras desesperadas: “Ya no hay nadie que pueda auxiliarnos, porque Dios nos ha puesto en manos de esa gente para que desfallezcamos de sed ante sus ojos y seamos totalmente destruidos”. Han llegado a decir esto, Dios nos ha vendido, y la desesperación de esa gente era grande. “Llámenlos ahora mismo y entreguen la ciudad como botín a Holofernes y a todo su ejército” (Jdt 7,25-26). El final parece casi ineluctable, la capacidad de fiarse de Dios ha desaparecido, la capacidad de fiarse de Dios ha desaparecido. Y cuántas veces nosotros llegamos a situaciones límite donde no sentimos ni siquiera la capacidad de tener confianza en el Señor, es una tentación fea. Y, paradójicamente, parece que, para huir de la muerte, no queda otra cosa que entregarse a las manos de quien mata. Pero ellos saben que estos soldados entrarán y saquearán la ciudad, tomarán a las mujeres como esclavas y después matarán a todos los demás. Esto es precisamente “el límite”.  
Y delante de tanta desesperación, el jefe del pueblo trata de proponer un punto de esperanza: resistir aún cinco días, esperando la intervención salvífica de Dios. Pero es una esperanza débil, que le hace concluir: “Si transcurridos estos días, no nos llega ningún auxilio, entonces obraré como ustedes dicen” (7,31). Pobre hombre, no tenía salida. Cinco días vienen concedidos a Dios –y aquí está el pecado– cinco días vienen concedidos a Dios para intervenir; cinco días de espera, pero ya con la perspectiva del final. Conceden cinco días a Dios para salvarles, pero saben, no tienen confianza, esperan lo peor. En realidad, nadie más, entre el pueblo, es todavía capaz de esperar. Estaban desesperados.
Es en esta situación que aparece en escena Judit. Viuda, mujer de gran belleza y sabiduría, ella habla al pueblo con el lenguaje de la fe, valiente, regaña a la cara al pueblo: “¡Ahora ustedes ponen a prueba al Señor todopoderoso, […]. No, hermanos; cuídense de provocar la ira del Señor, nuestro Dios. Porque si él no quiere venir a ayudarnos en el término de cinco días, tiene poder para protegernos cuando él quiera o para destruirnos ante nuestros enemigos. No exijan entonces garantías a los designios del Señor, nuestro Dios, porque Dios no cede a las amenazas como un hombre ni se le impone nada como a un mortal. Por lo tanto, invoquemos su ayuda, esperando pacientemente su salvación, y él nos escuchará si esa es su voluntad” (8,13.14- 15.17).
Es un lenguaje de la esperanza. Llamamos a las puertas del corazón de Dios, Él es Padre, Él puede salvarnos. ¡Esta mujer, viuda, corre el riesgo también de quedar mal delante de los otros! ¡Pero es valiente! ¡Va adelante! Y esto es algo mío, esta es una opinión mía: ¡las mujeres son más valientes que los hombres!
Con la fuerza de un profeta, Judit llama a los hombres de su pueblo para llevarles de nuevo a la confianza en Dios; con la mirada de un profeta, ella ve más allá del estrecho horizonte propuesto por los jefes y que el miedo hace todavía más limitado. Dios actuará realmente –ella afirma–, mientras la propuesta de los cinco días de espera es un modo para tentarlo y para escapar de su voluntad. El Señor es Dios de salvación, y ella lo cree, sea cual sea la forma que tome. Es salvación liberar de los enemigos y hacer vivir, pero, en sus planes impenetrables, puede ser salvación también entregar a la muerte. Mujer de fe, ella lo sabe. Después conocemos el final, como ha terminado la historia: Dios salva.
Queridos hermanos y hermanas, no pongamos nunca condiciones a Dios y dejemos que la esperanza venza a nuestros temores. Fiarse de Dios quiere decir entrar en sus diseños sin pretender nada, también aceptando que su salvación y su ayuda lleguen a nosotros de forma diferente de nuestras expectativas. Nosotros pedimos al Señor vida, salud, afectos, felicidad; y es justo hacerlo, pero en la conciencia de que Dios sabe sacar vida incluso de la muerte, que se puede experimentar la paz también en la enfermedad, y que puede haber serenidad también en la soledad y felicidad también en el llanto. No somos nosotros los que podemos enseñar a Dios lo que debe hacer, es decir lo que necesitamos. Él lo sabe mejor que nosotros, y tenemos que fiarnos, porque sus caminos y sus pensamientos son muy diferentes a los nuestros.
El camino que Judit nos indica es el de la confianza, de la espera en la paz, de la oración en la obediencia. Es el camino de la esperanza. Sin resignaciones fáciles, haciendo todo lo que está en nuestras posibilidades, pero siempre permaneciendo en el camino de la voluntad del Señor, porque  Judit –lo sabemos– ha rezado mucho, ha hablado mucho al pueblo y después, valiente, se ha ido, ha buscado el modo de acercarse al jefe del ejército y ha conseguido cortarle la cabeza, ha degollarlo. Es valiente en la fe y en las obras. El Señor busca siempre. Judit, de hecho, tiene su plan, lo realiza con éxito y lleva al pueblo a la victoria, pero siempre en la actitud de fe de quien acepta todo de la manos de Dios, segura de su bondad. Así, una mujer llena de fe y de valentía da de nuevo fuerza a su pueblo en peligro mortal y lo conduce en los caminos de la esperanza, indicándole también a nosotros. Y nosotros, si hacemos un poco de memoria, cuántas veces hemos escuchado palabras sabias, valientes, de personas humildes, de mujeres humildes que uno piensa que  –sin despreciarlas– son ignorantes… ¡Pero son palabras de la sabiduría de Dios, eh! Las palabras de las abuelas. Cuántas veces las abuelas saben decir la palabra justa, la palabra de esperanza, porque tienen la experiencia de la vida, han sufrido mucho, se han encomendado a Dios y el Señor da este don de darnos el consejo de esperanza.
Y, yendo por esos caminos, será alegría y luz pascual encomendarse al Señor con las palabras de Jesús: “Padre, si quieres, si tú quieres, aleja de mí este cáliz. Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya(Lc 22,42). Y esta es la oración de la sabiduría, de la confianza y de la esperanza.

Cuando el Señor me llama, ¿respondo ‘aquí estoy’?

El Papa ayer en Santa Marta


Acabamos de leer en la Epístola a los Hebreos que cuando Cristo viene al mundo, dice: «Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me has preparado un cuerpo; no aceptas holocaustos ni víctimas expiatorias. Entonces yo dije lo que está escrito en el libro: Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad». Esta palabra de Jesús cierra una historia de aquí estoy concatenados: la historia de la salvación, que es una historia de aquí estoy. Después de Adán, que se esconde por miedo al Señor, Dios comienza a llamar y a escuchar la respuesta de aquellos hombres y mujeres que dicen: Aquí estoy. Estoy dispuesto. Estoy dispuesta. Desde el aquí estoy de Abraham, Moisés, Elías, Isaías, Jeremías, hasta llegar al gran Aquí estoy de María y al último Aquí estoy, el de Jesús. Una historia de Aquí estoy, pero no automáticos, porque el Señor dialoga con aquellos a los que invita. El Señor dialoga siempre con los que invita a hacer ese camino y a decir el aquí estoy. Tiene tanta paciencia, tanta paciencia. Cuando leemos el Libro de Job, todos esos razonamientos de Job, que no entiende, y las respuestas, y el Señor que le dice, lo corrige… y al final, ¿cuál es el aquí estoy de Job? Ah, Señor, Tú tienes razón: yo solo te conocía de oídas; ahora mis ojos te han visto. El aquí estoy cuando hay voluntad, ¿verdad? La vida cristiana es eso: un aquí estoy, un aquí estoy continuo de hacer la voluntad del Señor. Y uno tras otro… Es bonito leer la Escritura, la Biblia, buscando las respuestas de las personas al Señor, cómo respondían, y encontrarlas es tan bonito: Aquí estoy para hacer tu voluntad.
La liturgia de hoy nos exhorta a pensar: ¿cómo va mi Aquí estoy al Señor? ¿Voy a esconderme, como Adán, para no responder? ¿O, cuando el Señor me llama, en vez de decir aquí estoy o qué quieres de mí, huyo, como Jonás que no quería hacer lo que Dios le pedía? ¿O disimulo hacer la voluntad del Señor, pero solo externamente, como los doctores de la ley a quienes Jesús condena duramente? Disimulaban: Todo bienninguna pregunta: hago esto y nada más. ¿O miro para otra parte como hicieron el levita y el sacerdote ante aquel pobre hombre herido, apaleado por bandidos, abandonado medio muerto? ¿Cómo es mi respuesta al Señor?
El Señor nos llama todos los días y nos invita a decir nuestro Aquí estoy, pero podemos discutir con Él. A Él le gusta discutir con nosotros. Alguno me dice: Pero, Padre, yo muchas veces cuando voy a rezar, me enfado con el Señor… ¡Eso también es oración! A Él le gusta cuando te enfadas y le dices a la cara lo que sientes, ¡porque es Padre! Pero eso también es un aquí estoy. ¿O me escondo? ¿O huyo? ¿O disimulo? ¿O miro para otro lado? Cada uno puede responder cómo es mi aquí estoy al Señor, para hacer su voluntad en mi vida. ¿Cómo es? Que el Espíritu Santo nos dé la gracia de hallar la respuesta.
 

1/24/17

El Papa nombra prelado del Opus Dei a Mons. Fernando Ocáriz



A última hora de la tarde del lunes, 23 de enero, el Papa Francisco ha nombrado prelado del Opus Dei a Mons. Fernando Ocáriz Braña. El Santo Padre ha confirmado la elección realizada por el tercer congreso electivo de la prelatura en ese mismo día.

Con este nombramiento, Mons. Fernando Ocáriz, que hasta el momento era vicario auxiliar del Opus Dei, se convierte en el tercer sucesor de san Josemaría al frente de la prelatura, tras el fallecimiento de Mons. Javier Echevarría, el pasado 12 de diciembre.

Mons. Fernando Ocáriz nació en París, el 27 de octubre de 1944, hijo de una familia española exiliada en Francia por la Guerra Civil (1936-1939). Es el más joven de ocho hermanos. Es licenciado en Ciencias Físicas por la Universidad de Barcelona (1966) y en Teología por la Pontificia Universidad Lateranense (1969). Obtuvo el doctorado en Teología, en 1971, en la Universidad de Navarra. Ese mismo año fue ordenado sacerdote. En sus primeros años como presbítero se dedicó especialmente a la pastoral juvenil y universitaria.

Es consultor de la Congregación para la Doctrina de la Fe desde 1986 y de otros dos organismos de la Curia romana: Congregación para el Clero (2003) y Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización (2011). En 1989 ingresó en la Pontificia Academia Teológica. En la década de los ochenta, fue uno de los profesores que iniciaron la Universidad Pontificia de la Santa Cruz (Roma), donde fue profesor ordinario (ahora emérito) de Teología Fundamental.

Entre sus publicaciones teológicas destacan libros sobre cristología, como The mystery of Jesus Christ: a Christology and Soteriology textbook; Hijos de Dios en Cristo. Introducción a una teología de la participación sobrenatural. Otros volúmenes tratan temas de índole teológica y filosófica como Amar con obras: a Dios y a los hombres; Naturaleza, gracia y gloria, con prefacio del cardenal Ratzinger. En 2013 se publicó un libro entrevista de Rafael Serrano bajo el título Sobre Dios, la Iglesia y el mundo. Entres sus obras hay dos estudios de filosofía: El marxismo: teoría y práctica de una revolución; Voltaire: Tratado sobre la tolerancia. Además, es coautor de numerosas monografías, y autor de numerosos artículos teológicos y filosóficos.

Desde 1994 es vicario general del Opus Dei y en 2014 fue nombrado vicario auxiliar de la prelatura. Durante los últimos 22 años ha acompañado al anterior prelado, Mons. Javier Echevarría, en sus visitas pastorales a más de 70 naciones. En los años 60, siendo estudiante de Teología, convivió en Roma con san Josemaría Escrivá, fundador del Opus Dei. Desde joven es aficionado al tenis, deporte que sigue practicando.

En los próximos días, el nuevo prelado propondrá a los congresistas los nombres de sus vicarios, así como el de los demás nuevos miembros de los consejos que le asistirán durante los próximos 8 años.

«No temas, que yo estoy contigo» (Is 43,5).

Mensaje del Papa para la 51ª Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales

(Se celebra, en muchos países, el 28 de mayo, Solemnidad de la Ascensión del Señor.)


Gracias al desarrollo tecnológico, el acceso a los medios de comunicación es tal que muchísimos individuos tienen la posibilidad de compartir inmediatamente noticias y de difundirlas de manera capilar. Estas noticias pueden ser bonitas o feas, verdaderas o falsas. Nuestros padres en la fe ya hablaban de la mente humana como de una piedra de molino que, movida por el agua, no se puede detener. Sin embargo, quien se encarga del molino tiene la posibilidad de decidir si moler trigo o cizaña. La mente del hombre está siempre en acción y no puede dejar de «moler» lo que recibe, pero está en nosotros decidir qué material le ofrecemos. (cf. Casiano el Romano, Carta a Leoncio Igumeno).
Me gustaría con este mensaje llegar y animar a todos los que, tanto en el ámbito profesional como en el de las relaciones personales, «muelen» cada día mucha información para ofrecer un pan tierno y bueno a todos los que se alimentan de los frutos de su comunicación. Quisiera exhortar a todos a una comunicación constructiva que, rechazando los prejuicios contra los demás, fomente una cultura del encuentro que ayude a mirar la realidad con auténtica confianza.
Creo que es necesario romper el círculo vicioso de la angustia y frenar la espiral del miedo, fruto de esa costumbre de centrarse en las «malas noticias» (guerras, terrorismo, escándalos y cualquier tipo de frustración en el acontecer humano). Ciertamente, no se trata de favorecer una desinformación en la que se ignore el drama del sufrimiento, ni de caer en un optimismo ingenuo que no se deja afectar por el escándalo del mal. Quisiera, por el contrario, que todos tratemos de superar ese sentimiento de disgusto y de resignación que con frecuencia se apodera de nosotros, arrojándonos en la apatía, generando miedos o dándonos la impresión de que no se puede frenar el mal. Además, en un sistema comunicativo donde reina la lógica según la cual para que una noticia sea buena ha de causar un impacto, y donde fácilmente se hace espectáculo del drama del dolor y del misterio del mal, se puede caer en la tentación de adormecer la propia conciencia o de caer en la desesperación.
Por lo tanto, quisiera contribuir a la búsqueda de un estilo comunicativo abierto y creativo, que no dé todo el protagonismo al mal, sino que trate de mostrar las posibles soluciones, favoreciendo una actitud activa y responsable en las personas a las cuales va dirigida la noticia. Invito a todos a ofrecer a los hombres y a las mujeres de nuestro tiempo narraciones marcadas por la lógica de la «buena noticia».

La buena noticia
La vida del hombre no es sólo una crónica aséptica de acontecimientos, sino que es historia, una historia que espera ser narrada mediante la elección de una clave interpretativa que sepa seleccionar y recoger los datos más importantes. La realidad, en sí misma, no tiene un significado unívoco. Todo depende de la mirada con la cual es percibida, del «cristal» con el que decidimos mirarla: cambiando las lentes, también la realidad se nos presenta distinta. Entonces, ¿qué hacer para leer la realidad con «las lentes» adecuadas?
Para los cristianos, las lentes que nos permiten descifrar la realidad no pueden ser otras que las de la buena noticia, partiendo de la «Buena Nueva» por excelencia: el «Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios» (Mc 1,1). Con estas palabras comienza el evangelista Marcos su narración, anunciando la «buena noticia» que se refiere a Jesús, pero más que una información sobre Jesús, se trata de la buena noticia que es Jesús mismo. En efecto, leyendo las páginas del Evangelio se descubre que el título de la obra corresponde a su contenido y, sobre todo, que ese contenido es la persona misma de Jesús.
Esta buena noticia, que es Jesús mismo, no es buena porque esté exenta de sufrimiento, sino porque contempla el sufrimiento en una perspectiva más amplia, como parte integrante de su amor por el Padre y por la humanidad. En Cristo, Dios se ha hecho solidario con cualquier situación humana, revelándonos que no estamos solos, porque tenemos un Padre que nunca olvida a sus hijos. «No temas, que yo estoy contigo» (Is 43,5): es la palabra consoladora de un Dios que se implica desde siempre en la historia de su pueblo. Con esta promesa: «estoy contigo», Dios asume, en su Hijo amado, toda nuestra debilidad hasta morir como nosotros. En Él también las tinieblas y la muerte se hacen lugar de comunión con la Luz y la Vida. Precisamente aquí, en el lugar donde la vida experimenta la amargura del fracaso, nace una esperanza al alcance de todos. Se trata de una esperanza que no defrauda ―porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones (cf. Rm 5,5)― y que hace que la vida nueva brote como la planta que crece de la semilla enterrada. Bajo esta luz, cada nuevo drama que sucede en la historia del mundo se convierte también en el escenario para una posible buena noticia, desde el momento en que el amor logra encontrar siempre el camino de la proximidad y suscita corazones capaces de conmoverse, rostros capaces de no desmoronarse, manos listas para construir.

La confianza en la semilla del Reino
Para iniciar a sus discípulos y a la multitud en esta mentalidad evangélica, y entregarles «las gafas» adecuadas con las que acercarse a la lógica del amor que muere y resucita, Jesús recurría a las parábolas, en las que el Reino de Dios se compara, a menudo, con la semilla que desata su fuerza vital justo cuando muere en la tierra (cf. Mc 4,1-34). Recurrir a imágenes y metáforas para comunicar la humilde potencia del Reino, no es un manera de restarle importancia y urgencia, sino una forma misericordiosa para dejar a quien escucha el «espacio» de libertad para acogerla y referirla incluso a sí mismo. Además, es el camino privilegiado para expresar la inmensa dignidad del misterio pascual, dejando que sean las imágenes ―más que los conceptos― las que comuniquen la paradójica belleza de la vida nueva en Cristo, donde las hostilidades y la cruz no impiden, sino que cumplen la salvación de Dios, donde la debilidad es más fuerte que toda potencia humana, donde el fracaso puede ser el preludio del cumplimiento más grande de todas las cosas en el amor. En efecto, así es como madura y se profundiza la esperanza del Reino de Dios: «Como un hombre que echa el grano en la tierra; duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece» (Mc 4,26-27).
El Reino de Dios está ya entre nosotros, como una semilla oculta a una mirada superficial y cuyo crecimiento tiene lugar en el silencio. Quien tiene los ojos límpidos por la gracia del Espíritu Santo lo ve brotar y no deja que la cizaña, que siempre está presente, le robe la alegría del Reino.

Los horizontes del Espíritu
La esperanza fundada sobre la buena noticia que es Jesús nos hace elevar la mirada y nos impulsa a contemplarlo en el marco litúrgico de la fiesta de la Ascensión. Aunque parece que el Señor se aleja de nosotros, en realidad, se ensanchan los horizontes de la esperanza. En efecto, en Cristo, que eleva nuestra humanidad hasta el Cielo, cada hombre y cada mujer puede tener la plena libertad de «entrar en el santuario en virtud de la sangre de Jesús, por este camino nuevo y vivo, inaugurado por él para nosotros, a través del velo, es decir, de su propia carne» (Hb 10,19-20). Por medio de «la fuerza del Espíritu Santo» podemos ser «testigos» y comunicadores de una humanidad nueva, redimida, «hasta los confines de la tierra» (cf. Hb 1,7-8).
La confianza en la semilla del Reino de Dios y en la lógica de la Pascua configura también nuestra manera de comunicar. Esa confianza nos hace capaces de trabajar ―en las múltiples formas en que se lleva a cabo hoy la comunicación― con la convicción de que es posible descubrir e iluminar la buena noticia presente en la realidad de cada historia y en el rostro de cada persona.
Quien se deja guiar con fe por el Espíritu Santo es capaz de discernir en cada acontecimiento lo que ocurre entre Dios y la humanidad, reconociendo cómo él mismo, en el escenario dramático de este mundo, está tejiendo la trama de una historia de salvación. El hilo con el que se teje esta historia sacra es la esperanza y su tejedor no es otro que el Espíritu Consolador. La esperanza es la más humilde de las virtudes, porque permanece escondida en los pliegues de la vida, pero es similar a la levadura que hace fermentar toda la masa. Nosotros la alimentamos leyendo de nuevo la Buena Nueva, ese Evangelio que ha sido muchas veces «reeditado» en las vidas de los santos, hombres y mujeres convertidos en iconos del amor de Dios. También hoy el Espíritu siembra en nosotros el deseo del Reino, a través de muchos «canales» vivientes, a través de las personas que se dejan conducir por la Buena Nueva en medio del drama de la historia, y son como faros en la oscuridad de este mundo, que iluminan el camino y abren nuevos senderos de confianza y esperanza.
Vaticano, 24 de enero de 2017

1/23/17

A menudo, los recién casados se ven abandonados a sí mismos


Discurso del Papa a la Rota Romana


“Queridos jueces, oficiales, abogados y colaboradores del Tribunal Apostólico de la Rota Romana.

Extiendo a cada uno de vosotros mi cordial saludo, empezando por el Colegio de los prelados auditores con el Decano, Mons. Pío Vito Pinto, a quien agradezco sus palabras, y el pro-decano, quien recientemente fue nombrado para este puesto. Deseo a todos que vuestro trabajo esté a la enseña de la serenidad y del  amor ferviente de la Iglesia en este año judicial que hoy inauguramos.
Hoy me gustaría volver al tema de la relación entre la fe y el matrimonio, en particular, sobre las perspectivas de fe inherentes en el contexto humano y cultural en que se forma la intención matrimonial. San Juan Pablo II  explicó muy bien, a la luz de la enseñanza de la Sagrada Escritura, “el vínculo tan profundo que hay entre el conocimiento de fe y el de la razón […].La peculiaridad que distingue el texto bíblico consiste en la convicción de que hay una profunda e inseparable unidad entre el conocimiento de la razón y el de la fe.. “(Enc. Fides et ratio, 16).
Por lo tanto, cuanto más se aleja  de la perspectiva de la fe, tanto más, ” el hombre se expone al riesgo del fracaso y acaba por encontrarse en la situación del ‘necio'”. Para la Biblia, en esta necedad hay una amenaza para la vida. En efecto, el necio se engaña pensando que conoce muchas cosas, pero en realidad no es capaz de fijar la mirada sobre las esenciales. Ello le impide poner orden en su mente (cf. Pr 1, 7) y asumir una actitud adecuada para consigo mismo y para con el ambiente que le rodea. Cuando llega a afirmar: ‘Dios no existe’ (cf. Sal 14 [13], 1), muestra con claridad definitiva lo deficiente de su conocimiento y lo lejos que está de la verdad plena sobre las cosas, sobre su origen y su destino” (ibid., 17).
Por su parte, el Papa Benedicto XVI, en el último discurso que les dirigió recordaba  que “sólo abriéndose a la verdad de Dios […] se puede entender, y realizar en  lo concreto de la vida, también en la conyugal y familiar, la verdad del hombre como hijo suyo, regenerado por el bautismo […]. El rechazo de la propuesta divina, de hecho conduce a un desequilibrio profundo en todas las relaciones humanas […], incluyendo la matrimonial” (26 de enero de 2013).
Es muy necesario profundizar en la relación entre  amor y  verdad. “El amor tiene necesidad de verdad. Sólo en cuanto está fundado en la verdad, el amor puede perdurar en el tiempo, superar la fugacidad del instante y permanecer firme para dar consistencia a un camino en común. Si el amor no tiene que ver con la verdad, está sujeto al vaivén de los sentimientos y no supera la prueba del tiempo. El amor verdadero, en cambio, unifica todos los elementos de la persona y se convierte en una luz nueva hacia una vida grande y plena. Sin verdad, el amor no puede ofrecer un vínculo sólido, no consigue llevar al « yo » más allá de su aislamiento, ni librarlo de la fugacidad del instante para edificar la vida y dar fruto.”(Enc. Lumen fidei, 27 ).
No podemos ignorar el hecho de que una mentalidad generalizada tiende a oscurecer el acceso a las verdades eternas. Una mentalidad que afecta, a menudo en forma amplia y generalizada, las actitudes y el comportamiento de los cristianos (cfr. Exhort. ap Evangelii gaudium, 64), cuya fe se debilita y pierde la originalidad de criterio interpretativo y operativo para la existencia personal, familiar y social. Este contexto carente de valores religiosos y de fe,  no puede por menos que condicionar también el consentimiento matrimonial.
Las experiencias de fe de aquellos que buscan el matrimonio cristiano son muy diferentes. Algunos participan activamente en la vida parroquial; otros se acercan por primera vez; algunos también tienen una vida de intensa oración; otros están, sin embargo, impulsados por un sentimiento religioso más genérico; a veces son personas alejadas de la fe  o que carecen de ella.
Ante esta situación, tenemos que encontrar remedios válidos. Indicó un  primer remedio en la formación de los jóvenes a través de un adecuado proceso de preparación encaminado a redescubrir el matrimonio y la familia según el plan de Dios. Se trata de  ayudar a los futuros cónyuges a entender y disfrutar de la gracia, la belleza y la alegría del amor verdadero, salvado y redimido por Jesús.
La comunidad cristiana a la que los novios se dirigen está llamada a anunciar el Evangelio cordialmente a estas personas, para que su experiencia de amor puede convertirse en un sacramento, un signo eficaz de la salvación. En esta circunstancia, la misión redentora de Jesús alcanza al hombre y a la mujer en lo concreto de su vida de amor. Este momento se convierte para toda la comunidad  en una ocasión extraordinaria de misión.
Hoy más que nunca esta preparación se presenta como una ocasión verdadera y propia de  evangelización para los adultos y, a menudo, de los llamados lejanos. De hecho, son  muchos los  jóvenes para los que el acercarse  de la boda representa una ocasión para encontrar de nuevo la fe, relegada durante mucho tiempo al  margen de sus vidas; por otra parte se encuentran en un momento particular, a menudo caracterizado por una disposición a analizar y cambiar su orientación existencial. Puede ser así un momento favorable para renovar su encuentro con la persona de Jesucristo, con el mensaje del Evangelio y la doctrina de la Iglesia.
Por lo tanto, es necesario que los operadores y los organismos encargados de la pastoral familiar estén motivados por la fuerte preocupación de hacer cada vez más eficaces los itinerarios de preparación para el sacramento del matrimonio, en pro del crecimiento no solamente humano, sino sobre todo de la fe de los novios. El propósito fundamental de los encuentros  es ayudar a los novios a realizar una inserción progresiva en el misterio de Cristo, en la Iglesia y con la Iglesia. Esto lleva aparejada una maduración progresiva en la fe, a través de la proclamación de la Palabra de Dios, de la adhesión y el generoso seguimiento de Cristo.
El fin de esta preparación es  ayudar a los novios a  conocer y vivir la realidad del matrimonio que quieren celebrar, para que lo hagan no sólo válida y lícitamente, sino también fructuosamente, y para que estén dispuestos a  hacer de esta celebración una etapa de su camino de fe. Para lograrlo, necesitamos personas con competencias específicas y adecuadamente preparadas para ese servicio, en una sinergia oportuna entre sacerdotes y parejas de cónyuges.
Con este espíritu, quisiera reiterar la necesidad de un “nuevo catecumenado”, en preparación al matrimonio. En respuesta a los deseos de los Padres del último Sínodo Ordinario, es urgente aplicar concretamente todo lo ya propuesto en la Familiaris consortio (n. 66), es decir, que así como para el bautismo de los adultos el catecumenado es parte del proceso sacramental, también la preparación para el matrimonio debe convertirse en una parte integral de todo el procedimiento de matrimonio sacramental, como un antídoto para evitar la proliferación de celebraciones matrimoniales  nulas o inconsistentes.
Un segundo remedio es ayudar a los recién casados a proseguir el camino en la fe y en la Iglesia también  después de la celebración de la boda. Es necesario identificar con valor y creatividad, un proyecto de formación para las parejas jóvenes, con iniciativas destinadas a aumentar la toma de conciencia sobre el sacramento recibido. Se trata de animarles a considerar los diversos aspectos de su vida diaria como pareja, que es un signo e instrumento de Dios, encarnado en la historia humana.
Pongo dos ejemplos. En primer lugar, el amor con que vive la nueva familia tiene su raíz y fuente última en el misterio de la Trinidad, de la que lleva siempre este sello a pesar de las dificultades y las pobrezas con que se deba enfrentar en su vida diaria. Otro ejemplo: la historia de amor de la pareja cristiana es parte de la historia sagrada, ya que está habitada por Dios y porque Dios nunca falta al compromiso asumido con los cónyuges el día de su boda; Efectivamente es “un Dios fiel  y no puede negarse a  sí mismo” (2 Tim 2:13) .
La comunidad cristiana está llamada a acoger, acompañar y ayudar a las parejas jóvenes, ofreciendo oportunidades apropiadas y herramientas –empezando por la participación en la misa dominical –para fomentar la vida espiritual, tanto en la vida familiar,  como parte de la planificación pastoral en la parroquia o en las agregaciones.
A menudo, los recién casados se ven abandonados a sí mismos, tal vez por el simple hecho de que se dejan ver menos en la parroquia; como sucede sobre todo cuando nacen los niños. Pero es precisamente  en estos primeros momentos de la vida familiar cuando hay que garantizar más cercanía y un fuerte apoyo espiritual, incluso en la tarea de la educación de los hijos, frente a  los cuales  son los primeros testigos y portadores del don de la fe. En el camino de crecimiento humano y espiritual de la joven pareja es deseable que existan grupos de referencia donde llevar a cabo un camino de formación permanente: a través de la escucha de la Palabra, el debate sobre cuestiones que afectan a la vida de las familias, la oración, el compartir fraterno.
Estos dos remedios que he mencionado están encaminados a fomentar un contexto apropiado de fe en el que celebrar y vivir el matrimonio. Un aspecto tan crucial para la solidez y la verdad del sacramento nupcial llama a los párrocos a ser cada vez más conscientes de la delicada tarea que se les ha encomendado en la guía del recorrido sacramental de los novios, para hacer  inteligible y real en ellos la sinergia entre foedus y fides.
Se trata de pasar  de una visión puramente jurídica y formal de la preparación de los futuros cónyuges a una fundación sacramental ab initio, es decir, de camino a la plenitud de su foedus-consenso elevado por  Cristo a sacramento. Esto requerirá la generosa contribución de cristianos adultos, hombres y mujeres, que apoyen al sacerdote en la pastoral familiar para la construcción de la “obra maestra de la sociedad, la familia, el hombre y la mujer que se aman” (Catequesis, 29 abril 2015) según “el luminoso plan de  Dios (Palabras al Consistorio Extraordinario, 20 febrero 2014).
El Espíritu Santo, que guía siempre y  en todo al pueblo santo de Dios, ayude y sostenga a todos aquellos, sacerdotes y laicos, que se comprometen  y se comprometerán  en este campo, para que no pierdan nunca el impulso y el valor de trabajar en pro de la belleza de las familias cristianas, a pesar de las ruinosas amenazas de la cultura dominante de lo efímero y lo provisional.
Queridos hermanos, como ya he dicho varias veces,  hace falta  mucho valor para casarse en el momento en el que vivimos. Y cuantos tienen la fuerza y la alegría de dar este paso importante deben sentir a su lado el amor y la cercanía concreta de la Iglesia. Con esta esperanza, renuevo mis mejores deseos de buen trabajo para el nuevo año, que el Señor nos da. Les aseguro mi oración y cuento  con la vuestra  mientras os imparto de corazón la bendición apostólica”.