6/30/17

El porqué


No es la primera vez que pasa en la historia: los ciudadanos asediados distrayendo su desesperación con fiestas mientras los bárbaros esperan a las puertas, adustos y despreciativos
La parte más dura del trabajo de las columnas periodísticas la hace el lector. Tiene que leerlas, entenderlas, discutirlas y, sobre todo, desarrollarlas y completarlas. A veces se dejan cabos sueltos adrede, para que el lector experimente el placer intelectual de atarlos; pero más a menudo son las limitaciones del columnista las que el lector ha de suplir amablemente. En mi artículo sobre la sobreabundancia de festejos y celebraciones infantiles olvidé preguntarme el porqué.
Cuando me leí, me di cuenta enseguida del fallo. Ayudó que el mismo día publicaban en el Diario los datos estadísticos que constatan el envejecimiento de la población, que se producen menos nacimientos que muertes (y eso que la esperanza de vida se ha alargado lo suyo) y que las bodas caen en picado. Dije: "Ojú". Y a renglón seguido, más culturalísticamente, exclamé: "¡Eureka!" Ahí, delante de mis narices, estaba el motivo de tanto jolgorio. Los niños son, a estas alturas, algo extraordinario, que se sale de la tendencia, de la moda y del índice, una fiesta sorpresa en sí. Nada en la sociedad ni en la cultura pasa por capricho. La apoteosis de las fiestas infantiles está más que justificada.
El motivo resulta, eso sí, bastante cenizo. No es la primera vez que pasa en la historia: los ciudadanos asediados distrayendo su desesperación con fiestas mientras los bárbaros esperan a las puertas, adustos y despreciativos. Otra paradoja: ahora que se comprenden las razones de tanta fiesta infantil entran ganas de dejarse de piñatas.
Por ellos. Nuestros hijos van a ser las víctimas directas del descenso de la natalidad. Tendrán que echarse sobre los hombros, criaturitas, sobre esos hombros delicados criados entre lluvias de caramelos de goma, el sostenimiento del Estado del Bienestar y sus fronteras.
Aún podría hacerse algo. La gente no tiene hijos, además de por los dictados de la naturaleza, que es muy suya, por problemas económicos, por un lado, y anímicos por otro. Los primeros, tienen más fácil arreglo: hay que apoyar a las familias, fomentar la conciliación y dejar de castigar fiscalmente el trabajo y el ahorro. Los anímicos también pueden sanarse con una actitud social mucho más positiva ante el regalo de la vida y ante el prodigio de la paternidad. No se ve lo uno ni lo otro ni las ganas políticas, pero los padres podríamos en las fiestas ir exigiendo estas cosas en vez de resoplar. Por ellos.

La "Laudato si" dos años después

Sergio Mora

La encíclica Laudato Si’ ha tenido gran éxito no solo el mundo católico sino y principalmente en el mundo laico. Una encíclica que ha sido de los documentos pontificios que más éxito y repercusión ha tenido en el mundo incluso no cristiano.
Lo indicó Mons. Sánchez Sorondo, presidente de la Academia Pontificia de la Ciencia (PAC), en un desayuno de trabajo realizado este viernes en Roma con periodistas y diplomáticos, en el Hotel NH Giustiniani, organizado por Mediatrends América-Europa.
Mons. Sánchez Sorondo reconoció que si bien “cada uno la ha jalado un poco para su lado”, ha tenido gran peso también ante las Naciones Unidas, en la cumbre de París Cop 21 y en otros encuentros internacionales. El presidente de la PAC, además consideró que la Laudato Si’, es una síntesis bien lograda sobre mandato bíblico, al precisar que el hombre es custodio del planeta. Además porque califica al planeta como un bien común.
Señaló que “Galileo Galilei, dice que hay dos libros que hablan de Dios, uno es la Naturaleza y el otro el de la Biblia”. Y así como el Papa y los obispos son intérpretes de la Biblia, los científicos son quienes interpretan la ley de la naturaleza. “Por eso el Papa asume lo que dicen los científicos: el planeta está enfermo y debido al calentamiento global antrópico, o sea que el hombre determina negativamente el clima con el calentamiento global”.
Calentamiento, indicó, que se produce “no solo por el tema de los ciclos del sol, porque los cambios de este tipo se notan en milenios, y en por el contrario esto se ha agravado en los últimos treinta años, como demuestra el derretirse de los glaciares”. Aseguró que “es una tesis que he escuchado desde 1988, cuando asumí la Academia, fundamentada por científicos serios y Premios Nobel”.
Explicó que la actividad humana que usa material fósil pone más anhídrido carbónico que el debido “rompiendo los equilibrios, calentando la tierra y alterando el ciclo del agua”. Añadió que “el ciclo del agua permite la vida y alterándolo se acaba como los planetas que no tienen vida” y esto “lo sufren todos pero en particular los pueblos pobres o menos favorecidos”.
Y se preguntó: “¿El Papa puede adoptar doctrinas que vienen de la ciencia? Y respondió que “la tesis del recalentamiento la asume y el Santo Padre y dice que viene de la comunidad científica”. Y aseguró que el calentamiento global “es una afirmación como decir que la tierra es redonda”.
Primero indicó, porque “es una verdad científica” que se pueden utilizar “como las verdades que vienen de la filosofía o la ética”. Por ejemplo, “la economía tiene que apuntar al bien común, aunque esto no está en la Biblia”.
“Segundo: porque nuestra relación con la tierra es una actividad humana y ellas están regidas por la ética. Las actividades repercuten sobre nosotros mismos”. Además porque “el Papa, con el tema de la ecología ha agrandado el ámbito de la doctrina social de la Iglesia” indicó, y “la ecología pasa a estar al par del bien común, de la justicia y otros temas de la doctrina social de la Iglesia”.
Y si bien en el Cop 21 de París había grupos que negaban el recalentamiento, “se sabe que eran pagados por las lobbies del petróleo”. Es una tesis que nace en su academia de las ciencias. Incluso algunas instituciones católicas pagadas por estas lobbies claramente no están de acuerdo y a la corta o a la larga la pagan todos.
El canciller de la PAC, consideró además que las universidades católicas deberían tener un instituto sobre climatología, para que influyeran en todas las universidades.
Sobre la tesis de que el calentamiento sea algo irreversible, consideró que no, porque justamente es algo antrópico, o sea producido por el hombre
Otro problema relacionado, señaló Mons. Sánchez Sorondo, son las nuevas formas de esclavitud debido a la pobreza, que producen migraciones con su consecuencia de “trabajo forzado, prostitución y trata humana, lo más inhumano que se pueda encontrar”.

6/29/17

Pedro y Pablo fueron enviados a anunciar el Evangelio en ambientes difíciles

El Papa en el Ángelus

 

«Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Los Padres de la Iglesia amaban comparar a los santos Apóstoles Pedro y Pablo con dos columnas, sobre las cuales se apoya la construcción visible de la Iglesia. Ambos han confirmado con su propia sangre el testimonio dado a Cristo con la predicación y el servicio a la naciente comunidad cristiana. Este testimonio es puesto en evidencia en las Lecturas bíblicas de la liturgia hodierna, Lecturas que indican el motivo por el cual su fe, confesada y anunciada, ha sido luego coronada con la prueba suprema del martirio.
El Libro de los Hechos de los Apóstoles (Cfr. 12,1-11) narra el evento de la reclusión y de la consiguiente liberación de Pedro. Él experimentó el rechazo del Evangelio ya en Jerusalén, donde había sido encerrado en la prisión por el rey Herodes, «su intención era hacerlo comparecer ante el pueblo» (v. 4). Pero fue salvado de modo milagroso y así pudo llevar a termine su misión evangelizadora, primero en la Tierra Santa y después en Roma, poniendo todas sus energías al servicio de la comunidad cristiana.
También Pablo ha experimentado hostilidad de las cuales ha sido liberado por el Señor. Enviado por el Resucitado en muchas ciudades con poblaciones paganas, él encontró fuertes resistencias sea de parte de sus correligionarios que de parte de las autoridades civiles. Escribiendo al discípulo Timoteo, reflexiona sobre su propia vida y sobre su propio recorrido misionero, como también sobre las persecuciones sufridas a causa del Evangelio.
Estas dos “liberaciones”, de Pedro y de Pablo, revelan el camino común de los dos Apóstoles, los cuales fueron enviados por Jesús a anunciar el Evangelio en ambientes difíciles y en ciertos casos hostiles. Ambos, con sus acontecimientos personales y eclesiales, demuestran y nos dicen a nosotros, hoy, que el Señor está siempre a nuestro lado, camina con nosotros, no nos abandona jamás. Especialmente en el momento de la prueba, Dios nos extiende la mano, viene en nuestra ayuda y nos libera de las amenazas de los enemigos.
Pero recordémonos que nuestro verdadero enemigo es el pecado, y el Maligno que nos empuja a ello. Cuando nos reconciliamos con Dios, especialmente en el Sacramento de la Penitencia, recibiendo la gracia del perdón, somos liberados de los vínculos del mal y aliviados del peso de nuestros errores. Así podemos continuar nuestro recorrido de gozosos anunciadores y testigos del Evangelio, demostrando que nosotros en primer lugar hemos recibido misericordia.
A la Virgen María, Reina de los Apóstoles, dirigimos nuestra oración, que hoy es sobre todo por la Iglesia que vive en Roma y para esta ciudad, de los cuales Pedro y Pablo son sus patronos. Ellos le obtengan el bienestar espiritual y material. La bondad y la gracia del Señor sostengan a todo el pueblo romano, para que viva en fraternidad y concordia, haciendo resplandecer la fe cristiana, testimoniado con intrépido ardor por los santos Apóstoles Pedro y Pablo.

Solemnidad de san Pedro y san Pablo

Homilía del Papa


 «La liturgia de hoy nos ofrece tres palabras fundamentales para la vida del apóstol: confesión, persecución, oración. La confesión es la de Pedro en el Evangelio, cuando el Señor pregunta, ya no de manera general, sino particular. Jesús, en efecto, pregunta primero: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?» (Mt 16,13).
Y de esta «encuesta» se revela de distintas maneras que la gente considera a Jesús un profeta. Es entonces cuando el Maestro dirige a sus discípulos la pregunta realmente decisiva: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (v. 15).
A este punto, responde sólo Pedro: ‘Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo’ (v. 16). Esta es la confesión: reconocer que Jesús es el Mesías esperado, el Dios vivo, el Señor de nuestra vida.
Jesús nos hace también hoy a nosotros esta pregunta esencial, la dirige a todos, pero especialmente a nosotros pastores. Es la pregunta decisiva, ante la que no valen respuestas circunstanciales porque se trata de la vida: y la pregunta sobre la vida exige una respuesta de vida. Pues de poco sirve conocer los artículos de la fe si no se confiesa a Jesús como Señor de la propia vida.
Él nos mira hoy a los ojos y nos pregunta: ‘¿Quién soy yo para ti?’. Es como si dijera: ‘¿Soy yo todavía el Señor de tu vida, la orientación de tu corazón, la razón de tu esperanza, tu confianza inquebrantable?’.
Como san Pedro, también nosotros renovamos hoy nuestra opción de vida como discípulos y apóstoles; pasamos nuevamente de la primera a la segunda pregunta de Jesús para ser «suyos», no sólo de palabra, sino con las obras y con nuestra vida.
Preguntémonos si somos cristianos de salón, de esos que comentan cómo van las cosas en la Iglesia y en el mundo, o si somos apóstoles en camino, que confiesan a Jesús con la vida porque lo llevan en el corazón. Quien confiesa a Jesús sabe que no ha de dar sólo opiniones, sino la vida; sabe que no puede creer con tibieza, sino que está llamado a ‘arder’ por amor; sabe que en la vida no puede conformarse con ‘vivir al día’ o acomodarse en el bienestar, sino que tiene que correr el riesgo de ir mar adentro, renovando cada día el don de sí mismo.
Quien confiesa a Jesús se comporta como Pedro y Pablo: lo sigue hasta el final; no hasta un cierto punto sino hasta el final, y lo sigue en su camino, no en nuestros caminos. Su camino es el camino de la vida nueva, de la alegría y de la resurrección, el camino que pasa también por la cruz y la persecución.
Y esta es la segunda palabra, persecución. No fueron sólo Pedro y Pablo los que derramaron su sangre por Cristo, sino que desde los comienzos toda la comunidad fue perseguida, como nos lo ha recordado el libro de los Hechos de los Apóstoles (cf. 12,1). Incluso hoy en día, en varias partes del mundo, a veces en un clima de silencio —un silencio con frecuencia cómplice—, muchos cristianos son marginados, calumniados, discriminados, víctimas de una violencia incluso mortal, a menudo sin que los que podrían hacer que se respetaran sus sacrosantos derechos hagan nada para impedirlo.
Por otra parte, me gustaría hacer hincapié especialmente en lo que el Apóstol Pablo afirma antes de ‘ser –como escribe– derramado en libación’ (2 Tm 4,6). Para él la vida es Cristo (cf. Flp 1,21), y Cristo crucificado (cf. 1 Co 2,2), que dio su vida por él (cf. Ga 2,20). De este modo, como fiel discípulo, Pablo siguió al Maestro ofreciendo también su propia vida.
Sin la cruz no hay Cristo, pero sin la cruz no puede haber tampoco un cristiano. En efecto, ‘es propio de la virtud cristiana no sólo hacer el bien, sino también saber soportar los males’ (Agustín, Disc. 46.13), como Jesús.
Soportar el mal no es sólo tener paciencia y continuar con resignación; soportar es imitar a Jesús: es cargar el peso, cargarlo sobre los hombros por él y por los demás. Es aceptar la cruz, avanzando con confianza porque no estamos solos: el Señor crucificado y resucitado está con nosotros.
Así, como Pablo, también nosotros podemos decir que estamos ‘atribulados en todo, mas no aplastados; apurados, mas no desesperados; perseguidos, pero no abandonados’ (2 Co 4,8-9). Soportar es saber vencer con Jesús, a la manera de Jesús, no a la manera del mundo.
Por eso Pablo –lo hemos oímos– se considera un triunfador que está a punto de recibir la corona (cf. 2 Tm 4,8) y escribe: «He combatido el noble combate, he acabado la carrera, he conservado la fe» (v. 7). Su comportamiento en la noble batalla fue únicamente no vivir para sí mismo, sino para Jesús y para los demás. Vivió «corriendo», es decir, sin escatimar esfuerzos, más bien consumándose. Una cosa dice que conservó: no la salud, sino la fe, es decir la confesión de Cristo. Por amor a Jesús experimentó las pruebas, las humillaciones y los sufrimientos, que no se deben nunca buscar, sino aceptarse.
Y así, en el misterio del sufrimiento ofrecido por amor, en este misterio que muchos hermanos perseguidos, pobres y enfermos encarnan también hoy, brilla el poder salvador de la cruz de Jesús.
La tercera palabra es oración. La vida del apóstol, que brota de la confesión y desemboca en el ofrecimiento, transcurre cada día en la oración. La oración es el agua indispensable que alimenta la esperanza y hace crecer la confianza. La oración nos hace sentir amados y nos permite amar. Nos hace ir adelante en los momentos más oscuros, porque enciende la luz de Dios. En la Iglesia, la oración es la que nos sostiene a todos y nos ayuda a superar las pruebas.
Nos lo recuerda la primera lectura: «Mientras Pedro estaba en la cárcel bien custodiado, la Iglesia oraba insistentemente a Dios por él» (Hch 12,5). Una Iglesia que reza está protegida por el Señor y camina acompañada por él. Orar es encomendarle el camino, para que nos proteja. La oración es la fuerza que nos une y nos sostiene, es el remedio contra el aislamiento y la autosuficiencia que llevan a la muerte espiritual. Porque el Espíritu de vida no sopla si no se ora y sin oración no se abrirán las cárceles interiores que nos mantienen prisioneros.
Que los santos Apóstoles nos obtengan un corazón como el suyo, cansado y pacificado por la oración: cansado porque pide, toca e intercede, lleno de muchas personas y situaciones para encomendar; pero al mismo tiempo pacificado, porque el Espíritu trae consuelo y fortaleza cuando se ora. Qué urgente es que en la Iglesia haya maestros de oración, pero que sean ante todo hombres y mujeres de oración, que viven la oración.
El Señor interviene cuando oramos, él, que es fiel al amor que le hemos confesado y que nunca nos abandona en las pruebas. Él acompañó el camino de los Apóstoles y os acompañará también a vosotros, queridos hermanos Cardenales, aquí reunidos en la caridad de los Apóstoles que confesaron la fe con su sangre.
Estará también cerca de vosotros, queridos hermanos arzobispos que, recibiendo el palio, seréis confirmados en vuestro vivir para el rebaño, imitando al Buen Pastor, que os sostiene llevándoos sobre sus hombros.
El mismo Señor, que desea ardientemente ver a todo su rebaño reunido, bendiga y custodie también a la Delegación del Patriarcado Ecuménico, y al querido hermano Bartolomé, que la ha enviado como señal de comunión apostólica.

6/28/17

El cristiano es contracorriente por fidelidad a la lógica del Reino de Dios

 El Papa en la Audiencia General


«Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy reflexionamos sobre la esperanza cristiana como fuerza de los mártires. Cuando, en el Evangelio, Jesús envía a sus discípulos en misión, no los ilusiona con quimeras de fácil suceso; al contrario, les advierte claramente que el anuncio del Reino de Dios implica siempre una oposición.
Y usa incluso una expresión extrema: «Serán odiados – odiados – por todos a causa de mi Nombre». Los cristianos aman, pero no siempre son amados. Desde el inicio Jesús nos pone ante esta realidad: en una medida más o menos fuerte, la confesión de la fe se da en un clima de hostilidad.
Los cristianos son pues hombres y mujeres ‘contracorriente’. Es normal: porque el mundo está marcado por el pecado, que se manifiesta en diversas formas de egoísmo y de injusticia, quien sigue a Cristo camina en dirección contraria. No por un espíritu polémico, sino por fidelidad a la lógica del Reino de Dios, que es una lógica de esperanza, y se traduce en el estilo de vida basado en las indicaciones de Jesús.
Y la primera indicación es la pobreza. Cuando Jesús envía a sus discípulos en misión, parece que pone más atención en el ‘despojarlos’ que en el ‘vestirlos’. De hecho, un cristiano que no es humilde y pobre, desapegado de las riquezas y del poder y sobre todo desapegado de sí, no se asemeja a Jesús.
El cristiano recorre su camino en este mundo con lo esencial para el camino, pero con el corazón lleno de amor. La verdadera derrota para él o para ella es caer en la tentación de la venganza y de la violencia, respondiendo al mal con el mal.
Jesús dice: ‘Yo los envío como a ovejas en medio de lobos’. Por lo tanto, sin fauces, sin garras, sin armas. El cristiano deberá ser más bien prudente, a veces también astuto: estas son virtudes aceptadas por la lógica evangélica. Pero la violencia jamás. Para derrotar al mal, no se puede compartir los métodos del mal.
La única fuerza del cristiano es el Evangelio. En los momentos de dificultad, se debe creer que Jesús está delante de nosotros, y no cesa de acompañar a sus discípulos. La persecución no es una contradicción al Evangelio, sino que forma parte de este: si han perseguido a nuestro Maestro, ¿Cómo podemos esperar que nos sea eximida la lucha?
Pero, en medio a la tormenta, el cristiano no debe perder la esperanza, pensando de haber sido abandonado. Jesús conforta a los suyos diciendo: ‘Ustedes tienen contados todos sus cabellos’. Para decir que ningún sufrimiento del hombre, ni siquiera el más pequeño y escondido, es invisible a los ojos de Dios. Dios ve, y seguramente protege; y donará su rescate.
De hecho, existe en medio de nosotros Alguien que es más fuerte que el mal, más fuerte que las mafias, que los oscuros engaños, de quien lucra sobre la piel de los desesperados, de quien aplasta a los demás con prepotencia… Alguien que escucha desde siempre la voz de la sangre de Abel que grita desde la tierra.
Los cristianos deben pues encontrarse siempre del ‘otro lado’ del mundo, aquel elegido por Dios: no perseguidores, sino perseguidos; no arrogantes, sino humildes; no vendedores de humo, sino subyugados a la verdad; no impostores, sino honestos.
Esta fidelidad al estilo de Jesús –que es un estilo de esperanza– hasta la muerte, será llamada por los primeros cristianos con un nombre bellísimo: “martirio”, que significa “testimonio”.
Habían tantas otras posibilidades, ofrecidas por el vocabulario: se podía llamar heroísmo, abnegación, sacrificio de sí. En cambio, los cristianos de los primeros tiempos los han llamado con un nombre que perfuma de seguidores.
Los mártires no viven para sí, no combaten para afirmar sus propias ideas, y aceptan deber morir sólo por fidelidad al Evangelio. El martirio no es ni siquiera el ideal supremo de la vida cristiana, porque sobre ello está la caridad, es decir, el amor hacia Dios y hacia el prójimo.
Lo dice bien el Apóstol Pablo en el himno a la caridad, es decir el amor hacia Dios y hacia el prójimo. Lo dice bien el Apóstol Pablo en el himno a la caridad: ‘Aunque repartiera todos mis bienes para alimentar a los pobres y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, no me sirve para nada’. Disgusta a los cristianos la idea que los terroristas suicidas puedan ser llamados “mártires”: no hay nada en su fin que pueda asemejarse a la actitud de los hijos de Dios.
A veces, leyendo las historias de tantos mártires de ayer y hoy –que son más de los mártires de los primeros tiempos– nos quedamos sorprendidos ante la fortaleza con la cual han enfrentado la prueba. Esta fortaleza es signo de la gran esperanza que los animaba: la esperanza cierta que nada y nadie los podía separar del amor de Dios donado en Jesucristo.
Que Dios nos done siempre la fuerza de ser sus testigos. Nos done vivir la esperanza cristiana sobre todo en el martirio escondido de hacer bien y con amor nuestros deberes de cada día. Gracias».



Consistorio del 28 de junio de 2017

Palabras del Papa 

«Jesús caminaba delante de ellos». Esta es la imagen que nos ofrece el Evangelio que hemos escuchado (Mc 10,32-45), y que hace de escenario también para el acto que estamos realizando: un Consistorio para la creación de nuevos Cardenales. Jesús camina con decisión hacia Jerusalén. Sabe bien lo que allí le aguarda y ha hablado ya de ello muchas veces a sus discípulos.
Pero entre el corazón de Jesús y el corazón de los discípulos hay una distancia, que sólo el Espíritu Santo podrá colmar. Jesús lo sabe; por esto tiene paciencia con ellos, habla con sinceridad y sobre todo les precede, camina delante de ellos. A lo largo del camino, los discípulos están distraídos por intereses que no son coherentes con la ‘dirección’ de Jesús, con su voluntad, que es una con la voluntad del Padre.
Así como hemos escuchado, los dos hermanos Santiago y Juan piensan en lo hermoso que sería sentarse uno a la derecha y el otro a la izquierda del rey de Israel. No miran la realidad. Creen que ven pero no ven, que saben pero no saben, que entienden mejor que los otros pero no entienden…
La realidad en cambio es otra muy distinta, es la que Jesús tiene presente y la que guía sus pasos. La realidad es la cruz, es el pecado del mundo que él ha venido a tomar consigo y arrancar de la tierra de los hombres y de las mujeres.
La realidad son los inocentes que sufren y mueren a causa de las guerras y el terrorismo; es la esclavitud que no cesa de pisar la dignidad también en la época de los derechos humanos; la realidad es la de los campos de prófugos que a veces se asemejan más a un infierno que a un purgatorio; la realidad es el descarte sistemático de todo lo que ya no sirve, incluidas las personas.
Esto es lo que Jesús ve mientras camina hacia Jerusalén. Durante su vida pública él ha manifestado la ternura del Padre, sanando a todos los que estaban bajo el poder del maligno. Ahora sabe que ha llegado el momento de ir a lo más profundo, de arrancar la raíz del mal y por esto camina decididamente hacia la cruz.
También nosotros, hermanos y hermanos, estamos en camino con Jesús en esta vía. De modo particular me dirijo a vosotros, queridos nuevos cardenales. Jesús ‘camina delante de vosotros’ y les pide de seguirlo con decisión en su camino.
Los llama a mirar la realidad, a no distraerse por otros intereses, por otras perspectivas. Él no los ha llamado para que sean ‘príncipes’ en la Iglesia, para que ‘se sientan a su derecha o a su izquierda’. Los llama a servir como él y con él. A servir al Padre y a los hermanos. Los llama a afrontar con su misma actitud el pecado del mundo y sus consecuencias en la humanidad de hoy. Siguiéndolo, también vosotros camináis delante del pueblo santo de Dios, teniendo fija la mirada en la Cruz y en la Resurrección del Señor.
Y así, a través de la intercesión de la Virgen María, invocamos con fe el Espíritu Santo, para que reduzca toda distancia entre nuestro corazón y el corazón de Cristo, y toda nuestra vida sea un servicio a Dios y a los hermanos».

6/27/17

Levántate, mira, ten esperanza y sueña

 El Papa en su homilía en la capilla Paulina


No quedarse sentado, sino levantarse y salir, como Abraham, a quien el Señor lo invita siendo ya anciano, para así transmitir los sueños y horizontes en particular a los más jóvenes.
Este fue el tema de la homilía del santo padre Francisco en la misa que concelebró con los cardenales presentes en Roma, en la Capilla Paulina en el Vaticano, con motivo de sus 25 años de ordenación episcopal.
El Santo Padre partió del ‘levántate’ y ‘anda’ de Abraham que “estaba siempre en camino” y “el símbolo es la tienda” y precisó que “nunca construyó una casa para él”, sino “solamente construyó un altar”.
‘Mira’, dijo, es segundo imperativo: levanta los ojos, “mira el horizonte, non construyas muros, mira siempre y ve adelante”. “Es la mística del horizonte” que cuanto más de va hacia adelante “más grande es el horizonte”.
El tercer imperativo es ‘ten esperanza’: el heredero saldrá de ti, ten esperanza, dicho a un hombre que no podía tener descendencia sea por su edad que por la esterilidad de la mujer. “Mira al cielo y cuenta las estrellas si logras, así será tu descendencia”.
El Santo Padre recordó que “cuando fue llamado tenía más o menos nuestra edad, para ir en pensión o a reposarse”, en cambio “inició a esa edad”.
Un hombre anciano, con el peso de la edad, con sus achaques, como si fuera un jovencito: ‘ve’. “Como si fuera un scout: ve”. “Esta palabra es también para nosotros, con nuestra edad, como la de Abraham, aunque hay algunos más jóvenes aquí entre nosotros”. Señor nos dice, levántate, mira y ten esperanza. “Nos dice que nuestra historia está abierta hasta el final”.
“Algunos que no nos quieren dicen que somos la gerontocracia de la Iglesia, es una burla, no somos gerontos, somos abuelos, y si no lo sentimos debemos pedir la gracia de sentirlo”.
Por eso aseguró debemos darles a ellos un sentido de la vida con nuestra experiencia. No cerrados en la tristeza sino abiertos. Somos abuelos llamados a soñar y transmitir nuestro sueño a la juventud de hoy, porque ellos tomarán de nuestros sueños la capacidad de profetizar y de realizar sus tareas.
Recordó también “Simeon y Ana, qué capacidad de soñar tenían”. Y Ana iba por todas partes indicando que Jesús, que él era el mesías. Aseguró que los más jóvenes “esperan en nuestra experiencia y sueños positivos”.
“Pido al Señor para todos nosotros, la gracia de ser abuelos, de soñar y dar este sueño a nuestros jóvenes, grandes sueños”.

‘Nuestro trabajo, lugar de la acción de Dios’

Al recordar hoy el mensaje de la llamada universal a la santidad y al apostolado, del que san Josemaría fue portavoz durante su vida terrena, nuestro corazón se llena de alegría y de agradecimiento a Nuestro Señor.
La oración colecta que nos propone la liturgia destaca esta verdad proclamada por el Concilio Vaticano II y, haciendo referencia a san Josemaría, añade: «Concédenos, por su intercesión y su ejemplo, que en el ejercicio del trabajo ordinario nos configuremos a tu Hijo Jesucristo». Esta petición resume, en cierto sentido, nuestro camino en la tierra: parecernos cada día más a Jesús, a través de una actividad que nos resulta tan familiar como es el trabajo.
La luz de la fe ensancha los horizontes de nuestro trabajo: nos hace ver que el hombre fue creado por Dios y colocado "en el jardín de Edén para que lo trabajara y lo guardara" (Gn 2, 15). La tierra se confía a los hombres como un jardín que se debe cultivar y cuidar cada día, un entorno lleno de potencialidad, que debemos descubrir y desarrollar para la gloria de Dios y para el servicio de nuestros hermanos.
El Espíritu Santo es, en realidad, el gran protagonista de este itinerario de santidad en lo cotidiano. Como dice san Pablo a los Romanos: "Recibisteis un Espíritu de hijos de adopción, en el que clamamos: ‘¡Abbá, Padre!’". Es un grito, una oración, que el Espíritu Santo pone en nuestros labios, y que podemos repetir lo largo del día, por ejemplo cuando experimentamos el cansancio en nuestra actividad profesional y, al mismo tiempo, tenemos que seguir trabajando. El saberse hijos de Dios nos anima a rezar y servir a todos, a no permanecer indiferentes ante quienes sufren por situaciones diversas, como el desempleo o un trabajo en condiciones precarias.
La luz del Espíritu Santo nos hace encontrar a Jesús, que sale a nuestro encuentro, como salió a buscar a los primeros discípulos junto al lago de Genesaret. Él entra en nuestras vidas del mismo modo en que subió a la barca de Pedro y de sus compañeros. Y la misma barca, que había sido testigo de un fracaso profesional −una pesca de la que no pudieron llevarse nada− se convierte en la cátedra del Maestro, en el lugar desde el que revela los misterios del Reino de Dios. Más aún: en esa misma barca comienza una aventura sobrenatural, prefigurada por la pesca milagrosa. La presencia de Cristo transforma nuestro trabajo, nuestra barca vieja, en el lugar de la acción de Dios. Y esto se puede hacer con gestos simples pero llenos de caridad: ayudar a un colega que nos cae peor, pero que necesita un consejo práctico para terminar bien lo que está haciendo; o tal vez dedicar unos minutos a una persona, si sabemos que tiene necesidad de hablar porque su rostro refleja cierta preocupación.
El Señor nos pide que seamos instrumentos en sus manos, para llevar alegría y felicidad a este mundo que tanto lo necesita. Nos dirige la misma invitación que hizo a Pedro: "Guía mar adentro, y echad vuestras redes para la pesca" (Lc 5, 4). Las redes, esta vez, se echan en aquel trabajo impregnado por la gracia divina, para que se transforme un lugar de testimonio cristiano, de ayuda sincera a nuestros colegas y a todas las personas que tratamos. En este sentido, podemos recordar la invitación del Papa Francisco: «Cuando los esfuerzos para despertar la fe entre vuestros amigos parecen inútiles, como la fatiga nocturna de los pescadores, recordad que con Jesús todo cambia. La Palabra del Señor llenó las redes, y la Palabra del Señor hace eficaz el trabajo misionero de los discípulos» (Discurso, 22-IX-2013).
El Espíritu Santo, que habita en nosotros, nos moverá, si se lo permitimos, a remar mar adentro, es decir, a adentrarnos en esos horizontes apostólicos que se descubren cada día: en la familia, en el ambiente profesional, en la relación con nuestros amigos y conocidos. Se repetirán los milagros, como señala san Josemaría: «Jesús, al salir a la mar con sus discípulos, no miraba sólo a esta pesca. Por eso, cuando Pedro se arroja a sus pies y confiesa con humildad: "Apártate de mí, Señor, que soy un hombre pecador", Nuestro Señor responde: "No temas, de hoy en adelante serán hombres los que has de pescar" (Lc 5, 10). Y en esa nueva pesca, tampoco fallará toda la eficacia divina: instrumentos de grandes prodigios son los apóstoles, a pesar de sus personales miserias» (Amigos de Dios, n. 261). Porque también nosotros debemos ser apóstoles, apóstoles en medio del trabajo y de todas las realidades humanas que tratamos de llevar a Dios.
Nuestra Señora es la Reina de los Apóstoles; así la invocamos en las letanías del Rosario. Pidámosle que nos enseñe a colaborar activamente en la misión de la Iglesia para la salvación del mundo. Este era el anhelo que san Josemaría atesoraba en su corazón: poner a Cristo en el centro y en la raíz de cada actividad humana, en unión con toda la Iglesia: “omnes cum Petro ad Iesum per Mariam!”

6/26/17

Si nos acomodamos demasiado perdemos esta dimensión de ir hacia la promesa

El Papa en Santa Marta


En la Primera Lectura, del libro del Génesis (12,1-9), vemos la figura de Abraham con el estilo propio de la vida cristiana, basado en tres dimensiones: el expolio, la promesa y la bendición. El Señor pide a Abraham que salga de su pueblo, de su patria, de la casa de su padre. Ser cristiano comporta siempre esta dimensión de expolio, de despojarse, que encuentra su plenitud en el expolio de Jesús en la Cruz. Siempre hay un ‘vete’, ‘deja’, para dar el primer paso: Sal de tu tierra y de la casa de tu padre… Si hacemos un poco de memoria, veremos que en los Evangelios la vocación de los discípulos es un ‘vete’, ‘deja’ y ‘ven’. Y en los profetas; pensemos en Eliseo, arando la tierra: ‘Deja y ven’ – ‘Pero, al menos déjame despedirme de mis padres’ – ‘Ve, pero vuelve’. ‘Déjalo y ven’.
Los cristianos debemos tener la capacidad de ser despojados, de lo contrario no seríamos cristianos auténticos, como no lo son los que no se dejar despojar y crucificar con Jesús. Abraham obedeció por su fe, partiendo a una tierra que recibiría como heredad, pero sin saber el destino concreto. El cristiano no tiene un horóscopo para ver el futuro; ni va a la vidente que tiene la bola de cristal, o te lee la mano. No, no. No sabe a dónde va: es guiado. Esta es la primera dimensión de nuestra vida cristiana: el despojo.
¿Y el despojo para qué? ¿Para una ascesis quieta? ¡No, no! Para ir a una promesa. Y esa es la segunda. Somos hombres y mujeres que caminamos hacia una promesa, a un encuentro, hacia algo –una tierra, dice a Abraham– que debemos recibir como herencia. Pero Abraham no edifica una casa, sino que planta una tienda, como indicando que está en camino y se fía de Dios, y construye un altar para adorarlo. Luego, sigue caminando, siempre está en camino. El camino empieza todos los días por la mañana: el camino de fiarse del Señor, el camino abierto a las sorpresas de Dios, muchas veces nada buenas, a veces malas –pensemos en una enfermedad, en una muerte–, pero abierto, porque sé que Tú me llevarás a un sitio seguro, a la tierra que has preparado para mí: es decir, el hombre en camino, el hombre que vive en una tienda, una tienda espiritual. Nuestra alma, cuando se “instala” demasiado, pierde esa dimensión de ir hacia la promesa y, en vez de caminar hacia la promesa, se la lleva y la posee. Y eso no va, no es propiamente cristiano.
En esta semilla del inicio de nuestra familia cristiana resalta otra característica, la bendición: el cristiano es un hombre o una mujer que bendice, es decir, que dice bien de Dios y dice bien de los demás, y también se hace bendecir por Dios y por los demás para ir adelante. Ese es el esquema de nuestra vida cristiana, porque todos, también los laicos, debemos bendecir a los demás, decir bien de los otros y decir bien a Dios de los demás. A menudo nos acostumbramos a no decir bien del prójimo, cuando la lengua se mueve un poco como quiere, en vez de seguir el mandamiento que Dios confía a nuestro padre Abraham, como síntesis de vida: caminar, dejándose despojar por el Señor, fiándose de sus promesas, para ser irreprensibles. En el fondo, la vida cristiana es así de sencilla.

San Josemaría Escrivá



«Fundador del Opus Dei. Juan Pablo II lo denominó el santo de la vida ordinaria. Piadoso desde la infancia, creció bajo el amparo de María. Fue un intrépido apóstol. Pudo ver en vida cómo su obra recibía la estima de papas y prelados»

«Cristo no nos pide un poco de bondad, sino mucha bondad. Pero quiere que lleguemos a ella no a través de acciones extraordinarias, sino con acciones comunes, aunque el modo de ejecutar tales acciones no debe ser común», decía el fundador del Opus Dei, un hombre que no ha dejado a nadie indiferente; no lo hizo en vida, ni después de traspasar las fronteras del cielo. Le han escoltado luces y sombras. Sin embargo, fue un aragonés noble, sencillo, que iba creciendo sin otro afán que abrir surcos en su acontecer para llenarlos de Dios, un apóstol que no cesó de evangelizar a tiempo y a destiempo, una persona con un carisma innegable que tuvo la gracia de llegar al corazón de la gente, un apasionado de Cristo y de María, fiel a la Iglesia.
Nació en Barbastro, Huesca, España, el 9 de enero de 1902, y tuvo en su hogar la primera escuela de fe. Envuelto en ternura, se nutrió con la piedad que le inculcaron sus padres. Se percibe en su vida el influjo del remanso de paz y de cariño que vistió su cuna. La promesa materna de llevarlo ante la Virgen al santuario de Torreciudad, le rescató de una previsible muerte a sus 2 años. Inquieto, enredado a veces en infantiles rabietas y escudado en su timidez, escuchaba de su madre sentencias de gran valor espiritual: «Josemaría, vergüenza sólo para pecar». Los ecos de la sabiduría que tuvo cerca se aprecian en «Camino», que ha alumbrado espiritualmente a muchas generaciones.
Vivió la dolorosa pérdida de tres hermanos. Sus ojos infantiles, aturdidos por las desgracias, le hacían temer su propia muerte, pero su madre le tranquilizaba recordándole que a él le protegía la Virgen. En su adolescencia la familia se trasladó a Logroño por haber quebrado el comercio que regentaban en Barbastro. Era muy observador y en las gélidas navidades de 1917 se percató de la presencia de un carmelita que caminaba descalzo por la nieve llevado de su amor a Dios. Las huellas que fue dejando impregnaron su espíritu de un irresistible deseo de ofrecer su vida. Abrió las puertas de su corazón y por ellas penetró la vocación al sacerdocio. Sus padres le apoyaron. Cursó estudios en Logroño y en Zaragoza, donde el cardenal Soldevilla, que apreció sus virtudes y cualidades, le designó inspector del seminario.
En 1923 inició la carrera de derecho. Solía acudir a la basílica del Pilar haciendo confidente a la Virgen de todas sus cuitas. Su padre murió en 1924, y al año siguiente fue ordenado sacerdote. Su primer destino fue Perdiguera. Allí en su breve estancia realizó una edificante labor pastoral dejando un recuerdo inolvidable en los fieles, labor también manifiesta en la parroquia zaragozana de san Pedro Nolasco, entre otras. Tenía don de gentes y gran sentido del humor.
En 1927 fue autorizado a culminar su preparación en Madrid, y comenzó a impartir clases de derecho en una academia. Los destinatarios de su apostolado fueron, además de los enfermos del patronato regido por las Damas Apostólicas, moradores de barrios de la periferia: modestas familias; un entorno cuajado de carencias y marcado por el dolor. Esta vertiente no colmaba del todo sus anhelos. De su interior brotaba la urgencia de llevar el evangelio por doquier. El 2 de octubre de 1928 en la iglesia de los Paules vio la inmensidad de un camino de santidad fraguado en la vida ordinaria al que todos eran llamados. Cada uno desde su lugar de trabajo se convertiría en heraldo para los demás de esa verdad que es Cristo, siempre al servicio de la Iglesia. Adelantándose al Concilio Vaticano II, recordó la invitación universal a la santidad, algo inusual en la época. Poco a poco, a través de amigos, profesores, estudiantes y sacerdotes fue constituyéndose el Opus. Rosario, misa y comunión diarias, oración, lecturas espirituales, disciplinas…, conformaban el ideario a seguir. Comenzó con varones, y a partir febrero de 1930 lo hizo extensivo a las mujeres. Un ingeniero argentino se afilió a la Obra y tras él fueron llegando otros miembros. En agosto de 1931, a través de una moción divina percibida mientras oficiaba la misa, entendió que «los hombres y mujeres de Dios» izarían «la Cruz con la doctrina de Cristo sobre el pináculo de toda actividad humana… Y vi triunfar al Señor, atrayendo a Sí todas las cosas».
Los inicios no fueron fáciles. Se refugiaba en la oración y ofrecía sus mortificaciones. Sufrió la pérdida de tres de los integrantes principales, y tuvo que volver al punto de partida. Mientras, iba adentrándose en los senderos de la mística, invadido de amor por el Padre, conciencia filial que forma parte del carisma que dio a la fundación. Hacía partícipes de sus sueños apostólicos a los estudiantes de Dya, academia fundada por él, animándoles a leer la vida de Cristo y a meditar en su Pasión.
Entre 1934 y 1935 trasladó este centro docente a una de las calles principales madrileñas, donde escribió Consideraciones Espirituales, el conocido «Camino» que vería la luz como tal en 1939. La Guerra Civil le puso en peligro de muerte; tuvo que refugiarse en un psiquiátrico y padeció incontables penalidades. Huyó a Barcelona y a Andorra. Luego pasó por Pamplona y se estableció en Burgos; allí dio nuevo impulso a la Obra. En 1939 volvió a Madrid. Comenzó a impartir numerosos retiros espirituales, y en 1941 surgieron sus detractores cargados con dardos de incomprensión, maledicencia, calumnias y falsedades, carcomidos por la envidia. En 1944 se ordenaron los primeros sacerdotes.
En 1946 viajó a Roma buscando la aprobación que le concedió Pío XII; luego se entrevistaría con Juan XXIII y con Pablo VI. La Obra se extendió por el mundo, alumbrada por él con su palabra, oración y penitencia, amparado en Cristo y en María, viajando incansablemente dentro y fuera de España. Gozó del apoyo de los pontífices y de muchos prelados. Padecía diabetes, y al final sufrió severas cataratas. Murió en Roma el 26 de junio de 1975. Juan Pablo II lo beatificó 17 de mayo de 1992 y lo canonizó el 6 de octubre del año 2002, denominándole el santo de la vida ordinaria.

6/25/17

“No es el éxito lo que cuenta sino la fidelidad”

El Papa en el Ángelus

 Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
En el Evangelio de hoy  (cf. Mt 10, 26-33), después de haber llamado y enviado a sus discípulos en misión, el Señor les instruye y les prepara para afrontar las pruebas y las persecuciones que ellos encontrarán.
Partir en misión, no es hacer turismo, y Jesús advierte a los suyos: “encontraréis persecuciones”. Les exhorta así: “No tengáis miedo de los hombres, porque no hay nada oculto que no será revelado… Lo que os digo en las tinieblas decídlo vosotros a la luz… y no tengáis miedo de los que matan el cuerpo, porque no tienen el poder de matar el alma” (vv. 26-28). Ellos pueden matar el cuerpo, pero no tienen el poder de matar el alma: no tengáis miedo de ellos.
El envío en misión por Jesús no garantiza a los discípulos el éxito, lo mismo que no les pone al abrigo de los fracasos ni de los sufrimientos. Tienen que tener en cuenta la posibilidad de rechazo lo mismo que de la persecución. Esto da un poco de miedo, pero es la verdad. El discípulo está llamado a conformar su vida a la de Cristo que ha sido perseguido por los hombres, ha conocido el rechazo, el abandono y la muerte en cruz. No hay misión cristiana con la enseña de la tranquilidad! Las dificultades y las tribulaciones forman parte de la obra de la evangelización, y estamos llamados a encontrar la ocasión de verificar la autenticidad de nuestra fe y de nuestra relación con Jesús. Debemos considerar estas dificultades como la posibilidad de ser todavía más misioneros y de crecer en esta confianza en Dios, nuestro Padre, que no abandona a sus hijos a la hora de la tempestad.
En las dificultades del testimonio cristiano en el mundo, no somos olvidados jamás, sino asistidos siempre por la solícita atención del Padre.Por eso en el Evangelio de hoy, Jesús tranquiliza a sus discípulos por tres veces diciendo: “No temáis “!
En nuestros días también, hermanos y hermanas, la persecución contra los cristianos está presente. Oramos por nuestros hermanos y hermanas que son perseguidos y alabamos a Dios, porque a pesar de esto continúan dando testimonio de su fe con valentía y con fidelidad.
Que su ejemplo nos ayude a no dudar a tomar posición por Cristo, dando testimonio con valentía en las situaciones de cada día incluso en el contexto de aparente tranquilidad.
La ausencia de hostilidad o de tribulaciones puede ser una forma de prueba. El Señor nos envía también en nuestra época no solamente como “ovejas en medio de lobos” sino como centinelas en medio de la gente que no quiere ser despertada de su torpeza mundana, que ignora las palabras de Verdad del Evangelio, construyéndose sus propias verdades efímeras. Y si vamos o si vivimos en estos contextos  y si decimos Palabras del Evangelio, esto molesta y nos miran de reojo.
Pero en todo esto, el Señor sigue diciéndonos, como les decía a sus discípulos en su tiempo: “No tengáis miedo”! No olvidemos esta palabra: cuando estamos atribulados por algo, alguna persecución, alguna cosa que nos hace sufrir, escuchemos siempre la voz de Jesús en nuestro corazón: “No tengas miedo! No tengas miedo, avanza! Yo estoy contigo!”
No tengáis miedo a que os ridiculicen y os maltraten, y no tengáis miedo de que os ignoren o “delante” os honoren pero “detrás” combaten el Evangelio. Hay tantos que, delante, nos sonríen y detrás combaten el Evangelio. Conocemos todos. Jesús no nos deja solos porque somos preciosos para él. Por eso él no nos deja solos: cada uno de nosotros es precioso para Jesús, y él nos acompaña.
Que la Virgen María, modelo de adhesión humilde y valiente a la Palabra de Dios, nos ayude a comprender que en el testimonio de la fe no son los éxitos lo que cuentan sino la fidelidad, la fidelidad a Cristo, reconociendo en toda circunstancia, incluso en las más problemáticas, el don inestimable de ser sus discípulos misioneros.

 Después de la oración del Ángelus:

Queridos hermanos y hermanas, expreso mi proximidad al pueblo de la ciudad china de Xinmo golpeada ayer por un deslizamiento de tierra debido a las fuertes lluvias. Oro por los difuntos y por los heridos y por aquellos que han perdido su casa. Que Dios reconforte a las familias y sostengas a los que les socorren.
Hoy en Vilnius (Lituania), es proclamado bienaventurado el obispo Teófilo Matulionis, muerto debido al odio por la fe en 1962, a casi 90 años. Alabemos a Dios por el testimonio de este defensor ardiente de la Iglesia y de la dignidad del hombre. Saludémosle lo mismo  que al pueblo lituano con aplausos.
Os saludo a todos, Romanos y peregrinos! Saludo en particular al arzobispo mayor, los obispos, sacerdotes y a los fieles de la Iglesia greco-católica de Ucrania, lo mismo que a los peregrinos de Bielorusia, que festejan el 150 aniversario de la canonización de San Josafat.
Me uno espiritualmente a la Divina liturgia que celebraréis pronto en la basílica de San Pedro, pidiendo al Señor para vosotros la valentía del testimonio cristiano y el don de la paz en la querida tierra ucraniana.
Saludo a los monaguillos de Komorow (Polonia) y a los otros fieles polacos, con un pensamiento también para los peregrinos del santuario de la Madre de Dios de Gietrzwald.
Saludo a los fieles chilenos de Santiago de Chile, Rancagua y Copiapó lo mismo que a los de Montpellier y Córcega.
Saludo a los jóvenes de Tombolo que van a recibir la Confirmación, y a la peregrinación de la Orden de los Minimos de San Francisco de Paula.
Os deseo a todos un buen domingo y por favor, no os olvidéis de orar por mi. Buen almuerzo y adiós.

6/23/17

No tengan miedo – XII Domingo Ordinario


Jeremías 20, 10-13: “El Señor ha salvado la vida de su pobre de la mano de los malvados”
Salmo 68: “Escúchame, Señor, porque eres bueno”
Romanos 5, 12-15: “El don de Dios supera con mucho el delito”
San Mateo 10, 26-33: “No tengan miedo a los que matan el cuerpo”


¿Quién será más testarudo? Todos le dicen que está jugando con fuego, pero él asegura que antes muerto que rendirse. Me explico: tiene un pequeño negocio a la salida de la ciudad. Hasta hace algunos años, le iba bastante bien y hasta para darse “algunos gustos de más”, le alcanzaba. Así fue forjando el futuro de sus hijos, les dio estudios, y alguno ha puesto también ya su negocito… pero de hace algunos años a la fecha, ha sufrido asaltos, extorsiones, cobros de piso… y hasta graves amenazas de muerte. Todos le dicen que se dedique a otra cosa, que busque otro lugar… pero él insiste que hacerlo sería rendirse. “Prefiero morir en la raya, antes que arrodillarme ante el miedo”.
Aunque quisiéramos disimular la realidad, el temor y la inseguridad, como lo demuestran muchas encuestas, son el pan de cada día y una de las mayores preocupaciones de nuestro tiempo. No podemos abandonar la casa, no podemos caminar con seguridad, no podemos ni siquiera confiar en los más cercanos. De todos se duda, la desconfianza ha ganado un espacio en nuestro corazón. Por eso me llama mucho la atención la insistencia del Evangelio de este día: “No tengan miedo” Y se lo dice a sus apóstoles que realmente corrían graves peligros. El pasaje evangélico que hoy leemos forma parte de las instrucciones que Jesús da a sus discípulos cuando los envía a la misión, como ya lo veíamos hace ocho días. Los exhorta a no dejarse vencer por el desánimo, el temor o las críticas de los hombres. Incluso se percibe como una advertencia a no temer a los grupos armados y a las fuerzas que de una y otra parte surgían: Roma para mantener subyugados a los pueblos tributarios y las innumerables rebeliones que buscaban atacar y dañar a Roma. Y, en medio de los conflictos, los mensajeros del Evangelio. ¿Cómo no tener miedo?
El miedo paraliza, el miedo provoca equivocaciones, el miedo nos ata. La invitación a no tener miedo se repite varias veces y recuerda pasajes como el de Jeremías que tenía que proclamar un mensaje molesto para los demás y peligroso para él. Pero en la primera lectura, el profeta aparece confiado en las manos de Dios. Las enseñanzas de Jesús se dirigen a sus discípulos y pretenden infundir fortaleza y valor ante el rechazo o la persecución. Cada vez que se invita a no temer, se mencionan los motivos por los cuales los testigos del Evangelio no deben temer miedo. Así, a cada una de las expresiones: “No tengan miedo”, se suma una nueva razón. En primer lugar el Evangelio posee una fuerza imparable y el mensaje que Jesús ha encargado terminará por hacerse público. En segundo lugar, sitúa a los discípulos ante el juicio final para hacerles comprender que el juicio de los hombres no es definitivo, sino el de Dios. No dependen de la estima que tengan los hombres por ellos, sino de su real fidelidad al amor y a la Palabra de Dios. Por último se establece la mayor seguridad: estamos en manos Dios, Padre providente, cuya solicitud llega a vencer extremos insospechados. El Evangelio, la verdad y el amor de Dios-Padre, son las razones que Jesús ofrece para seguridad de sus discípulos.
Nada más peligroso que la incertidumbre y el temor. Pero, ¿nosotros en qué basamos nuestra seguridad? Construimos fortalezas, ponemos nuevas cerraduras, doble candado y alarma; y terminamos prisioneros de nosotros mismos y con el enemigo dentro de nuestros hogares. Crece entre nosotros el miedo social, la sospecha de todo, la inseguridad y la necesidad de defenderse y buscar cada uno la salida a su propia vida. Pero muchas veces descuidamos lo esencial. Llevamos a nuestros hogares la envidia y el orgullo, la valoración superficial de la persona, se utiliza la mentira, se engaña y se prostituye… Tememos a los que matan el cuerpo, pero llevamos con nosotros a los que matan el alma. El miedo hace imposible la construcción de una sociedad más humana, el miedo destruye la libertad, el miedo ata y empobrece.
Cristo no está exento de peligros y es muy consciente de los que afrontarán sus discípulos, pero también confirma la fuerza y la seguridad de la Buena Nueva que se anuncia, de la verdad que se proclama y del amor en que confiamos. Me cuestiona sobre todo por lo que hacemos todos los días y en especial en el nivel educativo. No estamos educando en los verdaderos valores, en el servicio y en amor. Desde la infancia se adquieren miedos y complejos, ansias y anhelos que no son los que propone Cristo. Queremos salvar el árbol fumigando solamente las ramas pero no vamos a la raíz, donde encuentra su sostén. Cuando un corazón está vacío, ¿cómo podremos convencerlo que luche por grandes ideales? Cuando se ha aprendido a depender en todo momento de las cosas materiales, ¿cómo pedir que se entusiasmen por el proyecto de Jesús que nos pide amar a todos? Cuando lo que importa es el que dirían, ¿cómo construir un corazón sincero y recto? La fama, el dinero, el placer son los criterios que van aprendiendo los niños en casa. Y después se sienten desprotegidos pues no hay dinero suficiente que forje un verdadero hombre o una verdadera mujer, si no se han sembrado los valores en su corazón.
Platiquemos con Jesús cuáles son nuestros miedos, cuáles son nuestras seguridades, si estamos dando más importancia a los que matan el cuerpo o a los que matan el alma, si hemos entrado en la espiral de la violencia. ¿Qué pensamos cuando Cristo nos dice que no tengamos miedo y nos ofrece como seguridad los brazos amorosos de un Padre providente?
Padre misericordioso, que nunca dejas de tu mano a quienes has hecho arraigar en tu amistad, concédenos vivir siempre movidos por tu amor; ayúdanos a descubrir cuáles son los verdaderos peligros que están destruyendo nuestras familias, nuestra sociedad y nuestra Iglesia; y danos la fortaleza y sabiduría necesarias para afrontarlos. Amén.

6/22/17

Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús

P. Antonio Rivero, L.C. 

Ciclo A – Textos: Dt 7, 6-11; 1 Jn 4, 7-16; Mt 11, 25-30
Idea principal: El Sagrado Corazón es la fuente inagotable del amor de Dios para el mundo.
Resumen del mensaje: El culto al Sagrado Corazón de Jesús es la quintaesencia del cristianismo, pues siendo éste obra de amor en su origen, desarrollo y consumación, no puede armonizarse más adecuadamente con ninguna otra devoción.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, contemos un poco la historia de esta solemnidad. La devoción al Corazón de Jesús fue muy común en la Edad Media, sobre todo en el monasterio benedictino de Helfta, en el cual profesaron santa Matilde y santa Gertrudes, tan conocida por sus escritos sobre el corazón de Jesucristo. El culto litúrgico al Corazón de Jesús fue promovido por san Juan Eudes (1601-1680). Su obispo le dio permiso para celebrar la fiesta del Corazón de Jesús el 31 de agosto en las casas de la Congregación fundada por él. Las apariciones a Santa Margarita María de Alacoque en Paray-le-Monial (1647-1690) dieron un gran impulso a esta devoción, juntamente con su director espiritual jesuita san Claudio de la Colombière. Primero se aprobó la fiesta en Polonia y España, por el papa Clemente XIII en 1765. Y sólo en 1856 Pío IX extendió la fiesta del Corazón de Jesús a toda la Iglesia. Y en 1889 se elevó a la categoría litúrgica con León XIII. Se trata de una fiesta de reparación al Amor que no es amado. Pablo VI la elevó a categoría de solemnidad y nos invita a acercarnos al Corazón de Cristo y beber gozosamente en la fuente de la salvación.
En segundo lugar, esta solemnidad nos invita a contemplar ese Corazón de Jesús que tanto ha amado a los hombres y que sigue abierto desde la cruz para que a él nos asomemos; a consolarlo con pequeños gestos de amor y sacrificios por parte nuestra, pues de no pocos recibe ingratitud y desprecio; y después, a imitarlo en esas virtudes que resplandecieron en ese divino y humano Corazón: humildad, mansedumbre, caridad y misericordia.
Finalmente, en ese Corazón de Jesús, como nos dice el evangelio, encontraremos descanso para nuestras fatigas, alivios para nuestros dolores, remedios para nuestras enfermedades interiores (colesterol alto o bajo, diabetes), y ensanchamiento de nuestras espaldas para cargar con el yugo de Cristo en nuestra vida. Y si nuestro corazón no nos funciona y no ama, tengamos la confianza de pedir a Jesús un trasplante de corazón. ¡Vayamos a Él y digámosle: “Jesús, toma mi corazón; dame el Tuyo”.
Para reflexionar: ¿qué es lo que me llama más la atención de esta solemnidad? ¿A qué me compromete esta fiesta? ¿Estoy dispuesto a amar a mis hermanos, como Cristo los ama?
Para rezar: atrevámonos a hacer este acto de consagración que hizo santa Margarita María de Alacoque, confidente del Sagrado Corazón de Jesús en el siglo XVII en Francia:
Corazón sagrado de mi amado Jesús: yo, aunque vilísima criatura, os doy y consagro mi persona, vida y acciones, penas y padecimientos, deseando que ninguna parte de mi ser me sirva si no es para amaros, honraros y glorificaros. Esta es mi voluntad irrevocable: ser todo vuestro y hacerlo todo por vuestro amor, renunciando de todo mi corazón a cuanto pueda desagradaros. Os tomo, pues, oh Corazón divino, por el único objeto de mi amor, protector de mi vida, prenda de mi salvación, remedio de mi inconstancia, reparador de todas las culpas de mi vida; y asilo seguro en la hora de mi muerte. Sed, pues, oh Corazón bondadoso, mi justificación para con Dios Padre, y alejad de mi los rayos de su justa cólera. Oh Corazón amoroso, pongo toda mi confianza en vos, pues aunque lo temo todo de mi flaqueza, sin embargo, todo lo espero de vuestra misericordia; consumid en mi todo lo que os desagrada y resiste, y haced que vuestro puro amor se imprima tan íntimamente en mi corazón, que jamás llegue a olvidaros ni a estar separado de vos. Os suplico, por vuestra misma bondad, escribáis mi nombre en vos mismo, pues quiero tener cifrada toda mi dicha en vivir y morir como vuestro esclavo. Amén.

Un pastor es apasionado por su pueblo y sabe denunciar el mal

El Papa en Santa Marta

La primera lectura de hoy, de la Segunda Carta de San Pablo a los Corintios (11,1-11) nos dice las características que debería tener un buen pastor. De hecho, el mismo San Pablo es figura del pastor verdadero que no abandona a sus ovejas, como haría en cambio un mercenario. Y la primera cualidad es ser apasionado. Apasionado hasta el punto de decir a su gente, a su pueblo: Yo siento por vosotros una especie de celo divino. Es divinamente celoso. Una pasión que se convierte casi en locura, en necedad por su pueblo. Es el rasgo que llamamos celo apostólico: no se puede ser un verdadero pastor sin ese fuego dentro.
La segunda característica es que el pastor debe ser un hombre que sabe discernir. Sabe que en la vida existe la seducción. El padre de la mentira es un seductor. El pastor, no. El pastor ama. ¡Ama! En cambio, la serpiente, el padre de la mentira, el envidioso es un seductor que intenta alejarnos de la fidelidad, porque ese celo divino de Pablo era para llevar al pueblo al único esposo, para mantener al pueblo fiel a su esposo. En la historia de la salvación, en la Escritura, muchas veces vemos el alejamiento de Dios, las infidelidades al Señor, la idolatría, y se cuentan como si fuesen una infidelidad matrimonial. Así pues, la primera característica del pastor es que sea apasionado, que tenga celo, que sea celoso; y la segunda, que sepa discernir: discernir dónde están los peligros, dónde están las gracias, dónde está el verdadero camino. Eso significa que acompaña siempre a las ovejas: en los momentos buenos y en los malos, hasta en los momentos de la seducción, y con paciencia los lleva al redil.
Y la tercera característica es la capacidad de denunciar. Un apóstol no puede ser ingenuo: ‘Ah, qué bien, sigamos adelante, todo va bien. Hagamos una fiesta’. Porque hay que defender la fidelidad al único esposo, a Jesucristo. Y sabe condenar en concreto: decir ‘eso no’, como los padres dicen al niño cuando comienza a gatear y va a meter los dedos en el enchufe: ‘¡No, eso no! ¡Es peligroso!’. Me viene a la cabeza tantas veces aquel ‘tuca nen’ (no toques nada), que mis padres y abuelos me decían en los momentos en que había un peligro. El Buen Pastor sabe denunciar, con nombre y apellidos, como hacía precisamente San Pablo. En mi reciente visita a Bozzolo y Barbiana, lugar de esos dos buenos pastores italianos, me contaron que Don Milani tenía como lema, cuando enseñaba a los niños: I care. ¿Qué significa? Me lo explicaron: con eso quería decir ‘me importa’. Enseñaba que las cosas se debían tomar en serio, contra el lema de moda en aquel tiempo que era ‘no me importa’, pero dicho con otro lenguaje que no atrevo a decir aquí. Y así enseñaba a los niños a ir adelante. Preocúpate: cuida de tu vida, y ‘¡eso no!’. Saber denunciar lo que va contra tu vida. Porque muchas veces perdemos esa capacidad de condena y queremos llevar adelante a las ovejas con ese buenismo que no solo es ingenuo, sino que hace daño. El buenismo de las componendas, para atraer la admiración o el amor de los fieles, dejando hacer.
Pablo el Apóstol, el celo apostólico de Pablo, apasionado, celoso: primera característica. Hombre que sabe discernir porque conoce la seducción y sabe que el diablo seduce: segunda característica. Y un hombre con capacidad de condena de las cosas que harán daño a sus ovejas: tercera característica. Pidamos por todos los pastores de la Iglesia, para que San Pablo interceda ante el Señor, y que todos los pastores podamos tener esos tres rasgos para servir al Señor.

6/21/17

Los santos nos acompañan con su intercesión en los momentos claves de nuestra vida

El Papa en la Audiencia General

Queridos hermanos y hermanas, buenos días. En el día de nuestro Bautismo resonó para nosotros la invocación de los santos. Muchos de nosotros, en aquel momento éramos bebés, llevados en brazos por nuestros padres. Poco antes de realizar la unción con el óleo de los catecúmenos, símbolo de la fuerza de Dios en la lucha contra el mal, el sacerdote invitó a toda la asamblea a rezar por los que iban a recibir el Bautismo, invocando la intercesión de los santos. Esa era la primera vez que, en el curso de nuestra vida, se nos regalaba esa compañía de hermanos y hermanas “mayores” −los santos− que pasaron por nuestra misma senda, que conocieron nuestras mismas fatigas y viven para siempre en el abrazo de Dios. La Carta a los Hebreos define esa compañía que nos rodea con la expresión «multitud de testigos» (12,1). Así son los santos: una multitud de testigos.
Los cristianos, en el combate contra el mal, no se desesperan. El cristianismo cultiva una incurable confianza: no cree que las fuerzas negativas y disgregadoras puedan prevalecer. La última palabra sobre la historia del hombre no es el odio, no es la muerte, no es la guerra. En todo momento de la vida nos asiste la mano de Dios, y también la discreta presencia de todos los creyentes que «nos han precedido con el signo de la fe» (Canon Romano). Su existencia nos dice ante todo que la vida cristiana no es un ideal inalcanzable. Y a la vez nos consuela: no estamos solos, la Iglesia está hecha de innumerables hermanos, a menudo anónimos, que nos han precedido y que por la acción del Espíritu Santo están implicados en los avatares de quienes aún viven aquí abajo.
La del Bautismo no es la única invocación de los santos que marca el camino de la vida cristiana. Cuando dos novios consagran su amor en el sacramento del Matrimonio, se invoca de nuevo para ellos −esta vez como pareja− la intercesión de los santos. Y esa invocación es fuente de confianza para los dos jóvenes que parten para el “viaje” de la vida conyugal. Quien ama de verdad tiene el deseo y el valor de decir “para siempre” −“para siempre”− pero sabe que necesita la gracia de Cristo y la ayuda de los santos para poder vivir la vida matrimonial para siempre. No como dicen algunos: “hasta que dure el amor”. No: ¡para siempre! Si no, es mejor que no te cases. O para siempre o nada. Por eso, en la liturgia nupcial se invoca la presencia de los santos. Y en los momentos difíciles hay que tener el valor de alzar los ojos al cielo, pensando en tantos cristianos que han pasado por la tribulación y han mantenido blancas sus vestiduras bautismales, lavándolas en la sangre del Cordero (cfr. Ap 7,14): así dice el Libro del Apocalipsis. Dios nunca nos abandona: cada vez que lo necesitemos vendrá un ángel suyo a levantarnos y a infundirnos consuelo. “Ángeles” alguna vez con un rostro y un corazón humano, porque los santos de Dios están siempre aquí, escondido en medio de nosotros. Esto es difícil de entender y también de imaginar, pero los santos están presentes en nuestra vida. Y cuando alguno invoca a un santo o a una santa, es precisamente porque está cerca de nosotros.
También los sacerdotes conservan el recuerdo de una invocación a los santos pronunciada sobre ellos. Es uno de los momentos más impactantes de la liturgia de la ordenación. Los candidatos se postran en tierra, con la cara hacia el suelo. Y toda la asamblea, dirigida por el Obispo, invoca la intercesión de los santos. Un hombre quedaría aplastado bajo el peso de la misión que le viene encomendada, pero sintiendo que todo el paraíso está a sus espaldas, que la gracia de Dios no le faltará porque Jesús siempre es fiel, entonces se puede partir serenos y reforzados. No estamos solos.
¿Y qué somos nosotros? Somos polvo que aspira al cielo. Débiles nuestras fuerzas, pero poderoso el misterio de la gracia que está presente en la vida de los cristianos. Seamos fieles a esta tierra, que Jesús amó en todo instante de su vida, pero sabemos y queremos esperar en la transfiguración del mundo, en su cumplimiento definitivo donde finalmente ya no habrá lágrimas, maldad ni sufrimiento.
Que el Señor nos dé a todos la esperanza de ser santos. Pero alguno de vosotros podría preguntarme: “Padre, ¿se puede ser santo en la vida de todos los días?” Sí, se puede. “¿Y eso significa que tenemos que rezar todo el día?” No, significa que debes cumplir tu deber todo el día: rezar, ir al trabajo, cuidar a tus hijos. Pero hay que hacerlo todo con el corazón abierto a Dios, de modo que el trabajo, también en la enfermedad y en el sufrimiento, hasta en las dificultades, esté abierto a Dios. Y así se puede ser santos. Que el Señor nos dé la esperanza de ser santos. ¡No pensemos que es algo difícil, que es más fácil ser delincuentes que santos! No. Se puede ser santos porque nos ayuda el Señor; es Él quien nos ayuda.
Es el gran regalo que cada uno de nosotros puede hacer al mundo. Que el Señor nos dé la gracia de creer tan profundamente en Él que seamos imagen de Cristo para este mundo. Nuestra historia necesita “místicos”: personas que rechacen todo dominio, que aspiren a la caridad y a la fraternidad. Hombres y mujeres que viven aceptando también una porción de sufrimiento, porque se hacen cargo de la fatiga de los demás. Pero sin esos hombres y mujeres el mundo no tendría esperanza. Por eso, os deseo a vosotros −y también a mí− que el Señor nos dé la esperanza de ser santos. Gracias.
Saludos
Me alegra saludar a los peregrinos y fieles de lengua francesa, venidos de Francia y Suiza. Por la intercesión de todos los santos, que el Señor nos conceda la gracia de creer profundamente en él para ser imagen de Cristo para este mundo. Que la compañía de los santos nos ayude a reconocer que Dios nunca nos abandona, para manifestar la esperanza en esta tierra. Dios os bendiga.
Saludo a los peregrinos de lengua inglesa presentes en esta audiencia, especialmente a los que vienen de Escocia, Grecia, Hong Kong, Indonesia, Filipinas y Estados Unidos de América. Sobre todos vosotros y sobre vuestras familias invoco la alegría y la paz de nuestro Señor Jesucristo.
Dirijo un cordial saludo a los peregrinos provenientes de países de lengua alemana. El Señor invita a su pueblo a ser santos como Él es santo (cfr. Lv 19,2). Queramos acoger esta invitación con prontitud, poniéndonos al servicio los unos de los otros de modo concreto en la vida de cada día. Que el Espíritu Santo os guíe en vuestro camino.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España y Latinoamérica. Que el Señor nos conceda la gracia de ser santos, de convertirnos en imágenes de Cristo para este mundo, tan necesitado de esperanza, de personas que, rechazando el mal, aspiren a la caridad y a la fraternidad. Que Dios os bendiga.
Dirijo un cordial saludo a todos los peregrinos de lengua portuguesa, en particular a los fieles de Jundiaí, São Carlos y Santo André. Queridos amigos, el mundo necesita santos y todos nosotros, sin excepciones, estamos llamados a la santidad. ¡No tengamos miedo! Con la ayuda de los que ya están en el cielo, dejémonos transformar por la gracia misericordiosa de Dios que es más poderosa que cualquier pecado. Dios os bendiga siempre.
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua árabe, en particular a los que vienen de Oriente Medio. Queridos hermanos y hermanas, los Santos son personas que antes de alcanzar la gloria del cielo han vivido una vida normal, con alegrías y dolores, fatigas y esperanzas; pero cuando conocieron el amor de Dios, lo siguieron con todo el corazón, y nos dan un mensaje que dice: “¡fiaos del Señor, porque el Señor nunca defrauda! Es un buen amigo siempre a nuestro lado”, y con su ejemplo nos anima a no tener miedo de ir contracorriente. Que el Señor os bendiga.
Saludo cordialmente a los peregrinos polacos. Queridos hermanos y hermanas, en nuestro camino de fe, sobre todo en los momentos difíciles, hay que tener el valor de alzar los ojos al cielo, pensando en los santos que, en la tierra, vivieron sus diarias alegrías y tribulaciones junto a Cristo, y ahora viven con Él en la gloria del Padre celestial. Son para nosotros testigos de esperanza, nos dan ejemplo de vida cristiana y nos sostienen en nuestra aspiración a la santidad. Que su intercesión os acompañe siempre. Os bendigo de corazón. Sea alabado Jesucristo.
Dirijo una cordial bienvenida a los fieles de lengua italiana. Me alegra recibir a los diáconos del Pontificio Colegio Urbano de Propaganda Fide; a las Clarisas franciscanas misioneras del SS. Sacramento y a los misioneros de Scheut con ocasión de sus respectivos Capítulos Generales: animo a cada uno a vivir la misión con ojos atentos a las periferias humanas y existenciales. Saludo al grupo de alcaldes y administradores del Logudoro, acompañados por el Obispo de Ozieri, Mons. Corrado Melis, y a los de la Asociación Ciudad del Santísimo Crucifijo, deseando que realicen un generoso servicio al bien común. Saludo al comando para la protección forestal y ambiental del Arma de Carabineros, y a la comunidad Amor y Libertad, a quienes animo a sostener los esfuerzos en favor de la educación de los jóvenes en la República Democrática del Congo.
Con ocasión de la Jornada Mundial del Refugiado, que la comunidad internacional celebró ayer, el lunes pasado quise recibir a una representación de refugiados que están hospedados en las parroquias e institutos religiosos romanos. Quisiera aprovechar esta ocasión de la Jornada de ayer para expresar mi sincero aprecio por la campaña para la nueva ley migratoria: “Fui extranjero – La humanidad que hace bien”, la cual goza del apoyo oficial de Caritas italiana, Fundación Migrantes y otras organizaciones católicas.
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Un pensamiento especial para los jóvenes, los enfermos y los recién casados. El viernes próximo se celebra la Solemnidad del Sacratísimo Corazón de Jesús, día en que la Iglesia sostiene con la oración y el cariño a todos los sacerdotes. Queridos jóvenes, sacad del Corazón de Jesús el alimento de vuestra vida espiritual y la fuente de vuestra esperanza; queridos enfermos, ofreced vuestras penas al Señor, para que infunda su amor en el corazón de los hombres; y vosotros, queridos recién casados, participad en la Eucaristía, para que, alimentados por Cristo, seáis familias cristianas tocadas por el amor de su Corazón divino.