2/28/18

Cuaresma: cambiar de vida

El Papa ayer en Santa Marta


El Señor nunca se cansa de llamarnos a la conversión, a cambiar de vida. Y todos debemos cambiar de vida: todos necesitamos convertirnos, dar un paso adelante en el camino del encuentro con Jesús. La Cuaresma nos ayuda a esto, a cambiar de vida. Es una gracia que pedimos al Señor porque, como hemos rezado en la colecta, la Iglesia no puede sostenerse sin el Señor: es Él quien nos da la gracia.
En la primera Lectura (Is 1,10.16-20) hemos escuchado una llamada a la conversión, pero una llamada con un estilo especial: no amenaza, sino que llama con dulzura, dando confianza. “Venid pues, y discutiremos”, son las palabras del Señor a Sodoma y Gomorra, a quienes ya había indicado el mal que deben evitar y el bien que deben seguir. Y así hace con nosotros. El Señor dice: “Venid y discutamos. Hablemos un poco”. No nos asusta. Es como el padre del hijo adolescente que ha hecho una trastada y debe regañarle. Pero sabe que si va con el palo la cosa no irá bien, así que debe ir con confianza. El Señor nos llama así: “Ven. Tomemos un café juntos. Hablemos, discutamos. No tengas miedo, no quiero pegarte”.Y, como sabe que el hijo piensa: “Pero es que he hecho tantas cosas…”, enseguida añade: “Aunque vuestros pecados sean como escarlata, quedarán blancos como nieve; aunque sean rojos como la púrpura, quedarán como lana”.
Como el padre con el hijo adolescente, Jesús con un gesto de confianza acerca al perdón y cambia el corazón. Así lo hizo con Zaqueo: “Eh tú, Zaqueo, baja. Baja, ven conmigo, vamos a comer juntos”. Y Zaqueo llamó a todos sus amigos —¡que no eran precisamente de Acción católica!— y escucharon al Señor. Y lo mismo con Mateo, diciéndole: “Tengo que ir a tu casa”. Es decir, que el Señor siempre busca el modo; en cambio, otras veces advierte: “alejaos malditos, porque no hicisteis esto o lo otro…”», que es una advertencia fuerte. Pues en nuestra vida el Señor adopta esa actitud de padre con el hijo adolescente, procurando hacerle ver con persuasión que debe dar un paso adelante en el camino de la conversión.
Demos gracias al Señor por su bondad. Él no quiere pegarnos ni condenarnos; al contrario, dio su vida por nosotros, y esa es su bondad. Y siempre busca el modo de llegar al corazón. Y cuando los sacerdotes, en el puesto del Señor, debemos oír confesiones, también debemos tener esa actitud de bondad, como dice el Señor: “Venid, discutamos, no hay problema, el perdón está”, pero no la amenaza desde el principio. Hace unos días me emocioné cuando un cardenal que confiesa por las tardes aquí en Roma —dos horas de confesionario, cada día— me contó cómo es su actitud: “Cuando veo a una persona que le cuesta decir algo, y se ve que es algo gordo, y yo comprendo enseguida qué es, le digo: Lo he entendido, está bien, ¿qué más?”. Esa actitud abre el corazón y la otra persona se siente en paz y sigue adelante y continúa el diálogo. Y eso es lo que el Señor hace con nosotros, y nos dice: “Venid, discutamos, hablemos. Toma el recibo del perdón, el perdón ya está. Ahora hablemos un poco para que no lo hagas otra vez”.
A mí me ayuda ver esa actitud del Señor: el padre con el hijo que se cree mayor, que se cree crecido, pero que todavía está a medio camino. Y el Señor sabe que todos estamos a mitad de camino y que muchas veces necesitamos oír esa palabra: “Ven, no te asustes, ven. El perdón está”. Y esto nos anima. Ir al Señor con el corazón abierto: es el padre que nos espera.

2/27/18

Algo sobre la posverdad


Se la considera la marca blanda de la mentira, aunque algunos puristas del lenguaje prefieren definirla como una mentira emocional
La posverdad parece presentarse como el logotipo de cierta comunicación, propaganda y politiqueo actual. Se vuelve atractiva, y pegadiza, porque el relativismo le proporcionó el humus propicio, le abonó el terreno. El relativismo se caracteriza por rechazar la verdad objetiva, y sustituirla por meras apetencias afectivas; es decir, el comportamiento del hombre ya no se rige por la verdad, el deber, el compromiso... ahora se guía según mi opinión, mis deseos, mis intereses, mis ambiciones... Ese 'yoismo' cubre los comportamientos con un barniz emocional (subjetivo), y ese subjetivismo se convierte en la pecera ideal para que naden tan ricamente los pececillos de la posverdad. Y es que la posverdad siempre se suministra en piezas menudas...
La posverdad apela derechamente al mundo emocional, y prescinde de cualquier referencia a la verdad, a los sucesos o hechos reales. Recurre tanto a las emociones como a todos los satélites que las despiertan y encienden: sentimientos, opiniones, prejuicios, recelos, estereotipos, suspicacias, ambiciones, ansias, sueños... Y, además, las agita y las azuza hasta convertirlas en inicio y motor del comportamiento de los sujetos o de los grupos.
Para provocar una convicción predeterminada, asentar una ideología o crear un determinado estado de opinión, la posverdad puede afirmar (o desfigurar) lo que le convenga, pues no precisa someterse a la verificación de su verdad o la veracidad de lo real. Por eso se la considera la marca blanda de la mentira, aunque algunos puristas del lenguaje prefieren definirla como una mentira emocional. Con ese enardecimiento emocional se pretende acallar −intencionalmente− cualquier atisbo de racionalidad, aunque se proponga en (aparente y sinuoso) formato racional.
Por supuesto que no supone ninguna novedad el empleo de la mentira como proceder en la propaganda; especialmente en los populismos de viejo cuño. Joseph Goebbels insistía en que una mentira repetida mil veces se convierte en verdad. También el marxismo: verdad, mentira, justicia, injusticia... son conceptos burgueses; en el comunismo: si conviene decir la verdad, se dice; si conviene mentir, se miente... Ahora, con las fake news, gozan de un poder de influencia más sugestivo y sofisticado, y una difusión vertiginosa y universal. En este sentido, Tabarnia representa un ejemplo tremendamente plástico, y actual, de cómo se transforma una sugerencia ingeniosa en un fenómeno de interés y alcance global. Así, con la misma facilidad, se puede moldear cualquier estado de opinión o suceso, verdadero o falso, real o imaginado.
¿Cómo consiguen credibilidad, a pesar de ser falsas? Insisto, porque acentúan la intensidad emocional hasta conseguir oscurecer o acallar las razones del pensamiento. Lo cual no resulta especialmente difícil, pues un principio del comportamiento, ya recogido en los viejos manuales de Psicología Social, demuestra que los grupos y las agrupaciones se conducen más por la 'electricidad emocional' avivada por los líderes, que por las razones o las ideas. Proceder que se comprueba por observación común: las personas son capaces de comportarse en grupo con acciones que no realizarían en solitario. La actuación en grupo parece diluir la responsabilidad personal, y refuerza los afanes comunes.
Además emplean una técnica de probada eficacia en algunas estrategias de publicidad: presentar el producto como generador de alguna sensación agradable para el consumidor. Lo sustancial es asociar el producto a esa sensación; y esa sensación se utiliza como anzuelo para la venta. Meses atrás, una quesería se anunciaba con el siguiente eslogan: «en la elaboración de nuestros quesos no generamos dióxido de carbono»; sin concretar si era queso de vaca, oveja, cabra..., curado o fresco...; ahora bien, ¡no contribuía al calentamiento global! Aquí radica el quid de la cuestión: la maestría para formular eslogan, claim, titulares o frases pegadizas... que recojan y fustiguen las ambiciones personales y las sensibilidades sociales del momento. La posverdad también.
Los populismos de nuevo cuño empuñan la posverdad como instrumento eficaz para difundir su ideología. Enervan al máximo las emociones como material combustible para apagar las ideas o los hechos que contradicen sus postulados. Y avivan las emociones más ruines, aquellas que fustigan hacia la indignación: odio, rabia, envidia, sospechas, rencores, codicias, resentimientos... Precisan hostigar, culpabilizar, atacar a alguien para disfrazar la utopía de sus propuestas. A eso se le denominaba vileza, en el lenguaje clásico; ahora, posiblemente, se llamaría corrupción de la libertad personal.
Ese tufillo ya es rancio, antiguo. Hace más de un siglo, Wenceslao Fernández Flores, en su 'Novela número trece', describía cómo aleccionaba a un primerizo un curtido agitador obrero: pon una copa de champán en el horizonte de un hombre que solo dispone de aguardiente y su corazón saltará más fuerte que el corcho de la botella.
Tal vez nos vendría bien otra 'Tabarnia' que dirija la atención hacia el lado garboso del mundo emocional, la verdad, y los hechos reales. Viviríamos más sosegados, y apacibles.

La gracia de la vergüenza

El Papa ayer en Santa Marta


“No juzguéis, y no seréis juzgados”. Es la invitación de Jesús en el Evangelio de hoy (Lc 6,36-38), en un momento como el de la Cuaresma en que la Iglesia invita a renovarse. De hecho, nadie podrá escapar al juicio de Dios, el particular y el universal: todos seremos juzgados. En esa óptica, la Iglesia nos hace reflexionar precisamente sobre la actitud que tenemos con el prójimo y con Dios.
Con el prójimo nos invita a no juzgar, e incluso más, a perdonar. Cada uno puede pensar: "Pero si yo nunca juzgo, no hago de juez”. ¡Cuántas veces el tema de nuestras conversaciones es juzgar a los demás, diciendo: “eso no va”! ¿Pero quién te ha nombrado juez a ti? Juzgar a los demás es algo feo, porque el único juez es el Señor, que conoce esa tendencia del hombre a juzgar.
En las reuniones que tenemos, una comida o cualquier otra cosa, pensemos de unas dos horas: de esas dos horas, ¿cuántos minutos hemos perdido juzgando a los demás? Esto es el ‘no’. ¿Y cuál es el ‘sí’? Sed misericordiosos. Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso. Más aún: sed generosos. “Dad, y se os dará”. ¿Qué me darán? “Una medida generosa, colmada, remecida, rebosante”. La abundancia de la generosidad del Señor, cuando estemos llenos de la abundancia de nuestra misericordia al no juzgar. Así pues, sed misericordiosos con los demás, porque del mismo modo el Señor será misericordioso con nosotros.
La segunda parte del mensaje de la Iglesia, hoy, es la invitación a tener una actitud de humildad con Dios, que consiste en reconocerse pecadores. Y sabemos que la justicia de Dios es misericordia. Pero hay que decirlo, como nos recuerda la primera lectura (cfr. Dan 9,4b-10): “A Ti conviene la justicia; a nosotros la vergüenza”. Y cuando se encuentran la justicia de Dios con nuestra vergüenza, ahí está el perdón. ¿Yo creo que he pecado contra el Señor? ¿Yo creo que el Señor es justo? ¿Yo creo que es misericordioso? ¿Yo me avergüenzo delante de Dios, de ser pecador? Así de sencillo: a Ti la justicia, a mí la vergüenza. Y pedir la gracia de la vergüenza. En mi lengua materna, a la gente que hace el mal, se le llama “sinvergüenza”, y nos conviene pedir la gracia de que nunca nos falte la vergüenza delante de Dios. Es una gran gracia, la vergüenza.
Así pues, recordemos: la actitud con el prójimo, recordar que con la medida con que yo juzgue, seré juzgado: ¡no debo juzgar! Y si digo algo sobre otro, que sea generosamente, con mucha misericordia. Y la actitud ante Dios, ese diálogo esencial: “A Ti la justicia, a mí la vergüenza”.

2/26/18

Sentido cristiano de la Cuaresma: amor frente a maldad


Frente a la fenomenología de los falsos profetas actuales y sus diversas mentiras, se impone la necesidad del discernimiento
No es fácil añadir nada sobre este tiempo litúrgico fuerte en la vida de la Iglesia, que enlaza, como es sabido, con los cuarenta días de Jesús, de oración y ayuno en el desierto, antes de comenzar la vida pública.
Cuando escribo estas líneas, el papa Franciscoestá fuera de Roma, cumpliendo con la tradición de hacer unos días de ejercicios espirituales, junto con miembros de la Curia vaticana. Porque la Cuaresma cristiana no es algo externo, como el Ramadán, sino intensificación de vivencias interiores y de sacrificio por los demás: tiempo de metanoia, de conversión, arranque de toda acción apostólica, desde las mismas páginas de los Evangelios.
Desde hace mucho tiempo, los pontífices romanos acuden a una cita anual con los cristianos a través del mensaje para la Cuaresma. Al recordar criterios tradicionales, actualizan el espíritu con aplicaciones concretas para cada momento histórico.
El papa Francisco ha mostrado la rara y brillante habilidad de combinar sinónimos de alegría para titular los más importantes documentos de su pontificado. Pero este año ha elegido como tema un texto aparentemente distinto, aun con el deseo de “ayudar a toda la Iglesia a vivir con gozo y con verdad este tiempo de gracia”: una expresión de Jesús en san Mateo: “Al crecer la maldad, se enfriará el amor en la mayoría” (24,12).
Recuerda el contexto del discurso escatológico en Jerusalén, precisamente en el monte de los Olivos. Al responder a una pregunta de sus discípulos, “anuncia una gran tribulación y describe la situación en la que podría encontrarse la comunidad de los fieles: frente a acontecimientos dolorosos, algunos falsos profetas engañarán a mucha gente hasta amenazar con apagar la caridad en los corazones, que es el centro de todo el Evangelio”.
Frente a la fenomenología de los falsos profetas actuales y sus diversas mentiras, se impone la necesidad del discernimiento, conscientes de que la Iglesia, “además de la medicina a veces amarga de la verdad, nos ofrece en este tiempo de Cuaresma el dulce remedio de la oración, la limosna y el ayuno”.
Las palabras de Francisco evocan una vez más el eco del énfasis de Benedicto XVI sobre la gratuidad, en la vida de la propia alma y en la apertura hacia los demás. No se trata de la frágil “cultura de la gratuidad” tan cultivada entre los usuarios de las nuevas tecnologías, sino de la profundización en el significado del don, frente a los excesos del do ut des, también en la vida familiar y social.
El papa se dirige a los católicos y a los hombres de buena voluntad, que tratan de escuchar a Dios: “Si se sienten afligidos como nosotros, porque en el mundo se extiende la iniquidad, si les preocupa la frialdad que paraliza el corazón y las obras, si ven que se debilita el sentido de una misma humanidad, únanse a nosotros para invocar juntos a Dios, para ayunar juntos y entregar juntos lo que podamos como ayuda para nuestros hermanos”.
Tras descripciones realistas, un tanto duras, se impone la actitud esperanzada y optimista, que recuerda textos del Año de la Misericordia: “Si en muchos corazones a veces da la impresión de que la caridad se ha apagado, en el corazón de Dios no se apaga. Él siempre nos da una nueva oportunidad para que podamos empezar a amar de nuevo”.
De ahí la importancia particular del sacramento de la alegría, al que tiende, en un contexto de adoración eucarística, la iniciativa “24 horas para el Señor”. Como recuerda Francisco, en 2018 tendrá lugar el viernes 9 y el sábado 10 de marzo, inspirada en las palabras del Salmo 130,4: “De ti procede el perdón”. “En cada diócesis, al menos una iglesia permanecerá abierta durante 24 horas seguidas, para permitir la oración de adoración y la confesión sacramental”.

“¿Qué os pide Jesús hoy?”

El Papa ayer en la parroquia de San Gelasio


“¿Qué te pide Jesús hoy? Esta es la pregunta que el Papa ha invitado a hacerse, celebrando una misa en la parroquia romana de San Gelasio I Papa, donde ha pasado la tarde de este domingo, 25 de febrero de 2018.
En la homilía, el Papa ha meditado sobre el Evangelio de la Transfiguración, que prepara a los discípulos al “escándalo de la cruz”, mostrándoles lo que sería Jesús en la gloria después de la pasión. Se imaginaban un Mesías “triunfante” pero “Jesús triunfa por la cruz”, dijo.
Dios “siempre nos prepara para la prueba, de una manera u otra”, “nos da la fuerza para atravesar las pruebas y vencerlas” ha afirmado el Papa Francisco.
En el Evangelio, señaló nuevamente, el Padre recomienda: “Escuchadlo”. “No hay un momento en la vida en que uno pueda vivir plenamente sin” escuchar a Jesús “, insistió, en los buenos momentos como en momentos difíciles. “Jesús nos habla, en el Evangelio, en la Liturgia … pregúntate en la vida cotidiana: ¿qué te pide Jesús hoy? ”
A su llegada a la parroquia, el Papa se ha encontrado con los niños, los jóvenes y sus familias, en el campo deportivo decorado con cientos de globos amarillos y blancos, colores del Vaticano. Satisfecho con el clima lluvioso, enfatizó: “La vida es un poco como esta tarde, porque a veces hay sol, pero a veces llegan las nubes, la lluvia, el mal tiempo”
“¿Qué debe hacer un cristiano? Ha cuestionado. Continuar con coraje, con buen tiempo o mal tiempo. Pero habrá tormentas en la vida … ¡adelante! Jesús nos guía”. El Papa ha dejado a los niños y jóvenes con esta recomendación: “Tomad siempre la mano de Jesús”. ”
Las brasas bajo las cenizas
A continuación, se ha encontrado con personas mayores y personas enfermas en el teatro de la parroquia: les ha saludado uno por uno y ha intercambiado con ellos. “Quiero daros las gracias por lo que habéis hecho por el mundo y de lo que hacéis por la Iglesia”, ha asegurado.
“Puede pasar a veces que nos preguntemos”: ¿Pero qué hago yo por el mundo? No voy a la ONU, no voy a las reuniones … Estoy aquí, en mi casa” señaló el Papa. Y les ha animado a ser “la brasa”: “Vosotros sois la brasa, la brasa del mundo bajo las cenizas: bajo las dificultades, bajo las guerras hay estas brasas, brasas de fe, brasas de esperanza, brasas de alegría oculta. Por favor, proteged las brasas, las que vosotros tenéis en el corazón, por vuestro testimonio”.
Se trata, a pesar de los problemas actuales y futuros, “de ser consciente de que tengo una misión, en el mundo y en la Iglesia: de hacer vivir este fuego oculto, el fuego de una vida”.
Antes de la misa, el Papa ha encontrado en privado a las personas pobres sostenidas por Cáritas local, así como dos jóvenes gambianos de 18 y 25 años, acogidos por la parroquia y ha confesado a los fieles en la sacristía.

2/25/18

La Pasión de Cristo es sobretodo un don de amor

El Papa en el Ángelus

¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!.
El Evangelio de hoy, segundo domingo de Cuaresma, nos invita a contemplar la transfiguración de Jesús, (Mc 9,2 -10). Este episodio está relacionado con lo que sucedió seis días antes, cuando Jesús reveló a sus discípulos que en Jerusalén tendría que “sufrir mucho y ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, que debía ser condenado a muerte y resucitar después de tres días” (Mc 8,31). Este anuncio puso en crisis a Pedro y a todo el grupo de discípulos que rechazaron la idea de que Jesús fuera rechazado por los líderes del pueblo y asesinado. Esperaban un Mesías poderoso, fuerte, dominador. Al contrario, Jesús se presenta como un siervo humilde, dulce, servidor de Dios, servidor de los hombre, que debería dar su vida en sacrificio, pasando                        por el camino de la persecución, del sufrimiento y de la muerte. ¿Cómo poder seguir un Maestro y Mesías cuyo hecho terrenal se habría terminado de aquel modo? es lo que ellos pensaban. La respuesta llega justo por la  transfiguración: ¿Qué es la transfiguración de Jesús?. Una aparición pascual anticipada.
Jesús tomó consigo a los tres discípulos Pedro, Santiago y Juan y los condujo, a ellos solos aparte a lo alto de un “monte”, (Mc 9,2) y allí, por un momento, muestra su gloria, gloria del Hijo de Dios. Este acontecimiento de la transfiguración les permite así a los discípulos de afrontar la pasión de Jesús de manera positiva, sin ser arrollados. Le han visto como sería después de la Pasión, glorioso. Y así Jesús les prepara para la prueba. La transfiguración ayuda a los discípulos, y también a nosotros, a comprender que la pasión de Cristo, es un misterio de sufrimiento, pero es sobre todo un don de amor infinito de parte de Jesús. El acontecimiento de Jesús que se transfigura en la montaña nos hace también comprender mejor su resurrección. Para comprender mejor el misterio de la cruz. Para comprenderlos, en efecto, es necesario saber con antelación que el que sufre y que es glorificado no es sólo un hombre, sino que es el Hijo de Dios, que por su amor fiel hasta la muerte, nos ha salvado. El Padre renueva así, su declaración mesiánica sobre el Hijo, que ya hizo en las orillas del Jordán después del bautismo, y exhorta: “¡Escuchadle!” (v.7) .Los discípulos están llamados a seguir al Maestro con confianza y esperanza, a pesar de su muerte;  la divinidad de Jesús tiene que manifestarse justamente sobre la cruz, justamente en su muerte  ”de esta manera”, a tál punto que aquí el evangelista Marcos pone en la boca del Centurión la profesión de fe:”¡Verdaderamente, este hombre es el Hijo de Dios!”,  (15,39).
Ahora dirigimos nuestra oración a la Virgen María, la criatura humana transformada interiormente por la gracia de Cristo. Nos encomendamos confiados a su ayuda materna  para continuar con fe y generosidad el camino de la Cuaresma.

2/24/18

“Estar en el mundo, pero no ser del mundo”

 1ª predicación cuaresmal 
P. Raniero Cantalamessa



«No os conforméis a la mentalidad de este mundo» (Rom 12,2)
«No os amoldéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir cuál es la voluntad de Dios, qué es lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto» (Rom 12,2).
En una sociedad en la que cada uno se siente investido con la tarea de transformar el mundo o la Iglesia, cae esta palabra de Dios que invita a transformarse uno mismo. «No os amoldéis a este mundo»: después de estas palabras habríamos esperado que se nos dijera: «¡Pero transformadlo!»; en cambio nos dice: «¡Sino transformaos!». Transformad, sí, el mundo, pero el mundo que está dentro de vosotros, antes de creer poder transformar el mundo que está fuera de vosotros.
Será esta palabra de Dios, sacada de la Carta a los Romanos, la que nos introduzca este año en el espíritu de la Cuaresma. Como desde hace algunos años, dedicamos la primera meditación a una introducción general a la Cuaresma, sin entrar en el tema específico del programa, también por la ausencia de parte del auditorio ocupado en otro lugar en los Ejercicios Espirituales.
1. Los cristianos y el mundo
Demos primero una mirada a cómo este ideal del apartamiento del mundo ha sido comprendido y vivido desde el Evangelio hasta nuestros días. Conviene tener en cuenta siempre las experiencias del pasado si se quieren comprender las necesidades del presente.
En los evangelios sinópticos la palabra «mundo» (kosmos) casi siempre se entiende en sentido moralmente neutro. Tomado en sentido espacial, mundo indica la tierra y el universo («Id por todo el mundo»); tomado en sentido temporal, indica el tiempo o el «siglo» (aion) presente. Con Pablo, y más aún con Juan, la palabra «mundo», se carga de una relevancia moral y viene a significar, la mayoría de las veces, el mundo como ha llegado a ser tras el pecado y bajo el dominio de Satanás, «el Dios de este mundo» (2 Cor 4,4). De ahí la exhortación de Pablo de la que hemos partido y aquella, casi idéntica, de Juan en su Primera Carta:
« No améis al mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguno ama al mundo, no está en él el amor del Padre. Porque lo que hay en el mundo —la concupiscencia de la carne, y la concupiscencia de los ojos, y la arrogancia del dinero—, eso no procede del Padre, sino que procede del mundo» (1 Jn 2, 15-16).
Todo esto no conduce nunca a perder de vista que el mundo en sí mismo, a pesar de todo, es y seguirá siendo, la realidad buena creada por Dios, que Dios ama y que ha venido a salvar, no a juzgar: «Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3,16).
La actitud hacia el mundo que Jesús propone a sus discípulos está encerrada en dos preposiciones: estar en el mundo, pero no ser del mundo: «Ya no voy a estar en el mundo —dice dirigido al Padre—; pero ellos están en el mundo […]. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo» (Jn 17,11.16).
Durante los tres primeros siglos, los discípulos se muestran conscientes de esta posición suya única. La Carta a Diogneto, escrito anónimo de final del siglo II, describe así el sentimiento que los cristianos tenían de sí mismos en el mundo:
«Los cristianos no se distinguen de los demás hombres, ni por el lugar en que viven, ni por su lenguaje, ni por sus costumbres. Ellos, en efecto, no tienen ciudades propias, ni utilizan un hablar insólito, ni llevan un género de vida distinto. Su sistema doctrinal no ha sido inventado gracias al talento y especulación de hombres estudiosos, ni profesan, como otros, una enseñanza basada en autoridad de hombres. Viven en ciudades griegas y bárbaras, según les cupo en suerte, siguen las costumbres de los habitantes del país, tanto en el vestir como en todo su estilo de vida y, sin embargo, dan muestras de un tenor de vida admirable y, a juicio de todos, increíble. Habitan en su propia patria, pero como forasteros; toman parte en todo como ciudadanos, pero lo soportan todo como extranjeros; toda tierra extraña es patria para ellos, pero están en toda patria como en tierra extraña. Igual que todos, se casan y engendran hijos, pero no se deshacen de los hijos que conciben. Tienen la mesa en común, pero no el lecho. Viven en la carne, pero no según la carne».
Sinteticemos al máximo la continuación de la historia. Cuando el cristianismo se convierte en religión tolerada y luego muy pronto protegida y favorecida, la tensión entre el cristiano y el mundo tiende inevitablemente a atenuarse, porque el mundo ya se ha convertido, o al menos es considerado, «un mundo cristiano». Se asiste así a un doble fenómeno. Por una parte, los grupos de creyentes deseosos de permanecer como sal de la tierra y no perder el sabor, huyen, también físicamente, del mundo y se retiran al desierto. Nace el monacato teniendo como enseña el lema dirigido al monje Arsenio: «Fuge, tasce, quiesce», «Huye, calla, vive retirado».
Al mismo tiempo, los pastores de la Iglesia y los espíritus más iluminados tratan de adaptar el ideal del apartamiento del mundo a todos los creyentes, proponiendo una huida no material, sino espiritual del mundo. San Basilio en Oriente y san Agustín en Occidente conocen el pensamiento de Platón sobre todo en la versión ascética que había asumido con el discípulo Plotino. En esta atmósfera cultural estaba vivo el ideal de la fuga del mundo. Sin embargo, se trataba de una fuga, por así decirlo, en vertical, no en horizontal, hacia arriba, no hacia el desierto. Consiste en elevarse por encima de la multiplicidad de las cosas materiales y las pasiones humanas, para unirse a lo que es divino, incorruptible y eterno.
Los Padres de la Iglesia —los capadocios en primera línea— proponen una ascética cristiana que responde a esta exigencia religiosa y adopta su lenguaje, sin sacrificar nunca a ella, sin embargo, los valores propios del Evangelio. Para empezar, la fuga del mundo inculcada por ellos es obra de la gracia más que del esfuerzo humano. El acto fundamental no está al final del camino, sino en su comienzo, en el bautismo. Por eso, no está reservada a pocos espíritus cultos, sino abierta a todos. San Ambrosio escribirá un tratadito Sobre la huida del mundo, dirigiéndolo a todos los neófitos. La separación del mundo que él propone es sobre todo afectiva: «La fuga —dice— no consiste en abandonar la tierra, sino, permaneciendo en la tierra, en observar la justicia y la sobriedad, en renunciar a los vicios y no al uso de los alimentos».
Este ideal de desprendimiento y fuga del mundo acompañará, en formas diversas, toda la historia de la espiritualidad cristiana. Una oración de la liturgia lo resume en el lema: «Terrena despicere et amare caelestia», «despreciar las cosas de la tierra y amar las del cielo».
2. La crisis del ideal de la «fuga mundi»
Las cosas han cambiado en la época cercana a nosotros. Nosotros hemos atravesado, a propósito del ideal de la separación del mundo, una fase «crítica», es decir, un período en que dicho ideal fue «criticado» y mirado con sospecha. Esta crisis tiene raíces remotas. Comienza —al menos a nivel teórico— con el humanismo del renacimiento que produce el auge del interés y entusiasmo, a veces de matriz paganizante, por los valores mundanos. Pero el factor determinante de la crisis hay que verlo en el fenómeno de la llamada «secularización», que comenzó con la Ilustración y alcanzó su punto álgido en el siglo XX.
El cambio más evidente se refiere precisamente al concepto de mundo o de siglo. En toda la historia de la espiritualidad cristiana, la palabra saeculum, había tenido una connotación tendencialmente negativa, o al menos ambigua. Indicaba el tiempo presente sometido al pecado, en oposición al siglo futuro o a la eternidad. Con el paso de pocas décadas, cambió de signo, hasta asumir, en los años ‘60 y ‘70, un significado muy positivo. Algunos títulos de libros que salieron en aquellos años, como El significado secular del Evangelio, de Paul van Buren, y La ciudad secular, de Harvey Cox, ponen en evidencia, por sí solos, este significado nuevo, optimista, de «siglo» y de «secular». Nació una «teología de la secularización».
Sin embargo, todo esto ha contribuido a alimentar en algunos un optimismo exagerado respecto del mundo, que no tiene en cuenta suficientemente su otra cara: aquella por la que está «bajo el maligno» y se opone al espíritu de Cristo (cf. Jn 14,17). En un determinado momento nos hemos dado cuenta de que al ideal tradicional de la fuga «del» mundo, se había sustituido, en la mente de muchos (también entre el clero y los religiosos), por el ideal de una fuga «hacia» el mundo, es decir, una mundanización.
En este contexto se escribieron algunas de las cosas más absurdas y delirantes que jamás se han pasado bajo el nombre de «teología». La primera de ellas es la idea de que Dios mismo se seculariza y se mundaniza, cuando se anula como Dios para hacerse hombre. Estamos ante la llamada «Teología de la muerte de Dios». Existe también una sana teología de la secularización en que ésta no es vista como algo opuesto al Evangelio, sino más bien como un producto de él. Pero no es ésa la teología de la que estamos hablando.
Alguien ha hecho notar que las «teologías de la secularización» mencionadas no eran otra cosa que un intento apologético tendente «a proporcionar una justificación ideológica de la indiferencia religiosa del hombre moderno»; eran también «la ideología que las Iglesias necesitaban para justificar su creciente marginación»[1]. Pronto se hizo claro que estábamos en un callejón sin salida; en pocos años no se habló ya casi de teología de la secularización y algunos de sus mismos promotores tomaron distancias.
Como siempre, tocar el fondo de una crisis es la ocasión para volver a interrogar a la Palabra de Dios «viva y eterna». Escuchamos de nuevo, pues, la exhortación de Pablo: «No os amoldéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir cuál es la voluntad de Dios, qué es lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto».
Para el Nuevo Testamento, ya sabemos cuál es el mundo al cual no debemos conformarnos: no el mundo creado y amado por Dios, no los hombres del mundo a los cuales, al contrario, debemos ir siempre al encuentro, especialmente los pobres, los últimos, los que sufren. El «mezclarse» con este mundo del sufrimiento y la marginación es paradójicamente el mejor modo de «separarse» del mundo, porque es ir allí, de donde el mundo huye con todas sus fuerzas. Es separarse del mismo principio que rige el mundo, que es el egoísmo.
Detengámonos más bien en el significado de lo que sigue: transformarse renovando lo íntimo de nuestra mente. Todo en nosotros comienza por la mente, por el pensamiento. Hay una máxima de sabiduría que dice:
Supervisa los pensamientos porque se convierten en palabras.
Supervisa las palabras porque se convierten en acciones.
Supervisa las acciones porque se convierten en costumbres.
Supervisa las costumbres porque se convierten en tu carácter.
Supervisa tu carácter porque se convierte en tu destino.

Antes que en las obras, el cambio debe realizarse, pues, en el modo de pensar, es decir, en la fe. En el origen de la mundanización hay muchas causas, pero la principal es la crisis de fe. En este sentido, la exhortación del Apóstol no hace más que revitalizar la de Cristo al comienzo de su Evangelio: «Convertíos y creed», ¡convertíos, es decir, creed! Cambiad la manera de pensar; dejad de pensar «según los hombres» y comenzad a pensar «según Dios» (cf. Mt 16,23).
Tenía razón san Tomás de Aquino al decir que «la primera conversión se realiza creyendo»: la prima conversio fit per fidem.
La fe es el terreno de enfrentamiento primario entre el cristiano y el mundo. Por la fe el cristiano ya no es «del» mundo. Cuando leo las conclusiones que sacan los científicos no creyentes de la observación del universo, la visión del mundo que nos dan escritores y cineastas, donde, en el mejor de los casos, Dios es reducido a un vago y subjetivo sentido del misterio y Jesucristo ni siquiera es tomado en cuenta, siento que pertenezco, gracias a la fe, a otro mundo. Experimento la verdad de aquellas palabras de Jesús: «Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis» y quedo perplejo al comprobar cómo Jesús ha previsto esta situación y dado anticipadamente su explicación: «Has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos y se las ha revelado a los sencillos» (Lc 10,21-23).
Entendido en sentido moral, el «mundo» es por definición lo que se niega a creer. El pecado, del que Jesús dice que el Paráclito «convencerá al mundo», es no haber creído en Él (cf. Jn 16,8-9). Juan escribe: «Esta es la victoria que ha vencido al mundo: nuestra fe» (1 Jn 5,4-5). En la carta a los Efesios se lee: «También vosotros estabais muertos por vuestras culpas y vuestros pecados, en los cuales un tiempo vivisteis a la manera de este mundo, siguiendo al príncipe de las potencias del aire, ese Espíritu que ahora obra en los hombres rebeldes» (Ef 2,1-2). El exégeta Heinrich Schlier ha hecho un análisis penetrante de este «espíritu del mundo» considerado por Pablo como el rival directo del «Espíritu de Dios» (1 Cor 2,12). En él desempeña un papel decisivo la opinión pública, hoy también literalmente espíritu «que está en el aire» porque se difunde vía éter.
«Se determinará —escribe— un espíritu de gran intensidad histórica, al que el individuo difícilmente puede sustraerse. Nos atenemos al espíritu general, se considera evidente. Actuar o pensar o decir algo contra él se considera cosa absurda o incluso una injusticia o un delito. Entonces ya no se osa ponerse frente a las cosas y a la situación y sobre todo a la vida de manera diferente a como las presenta… Su característica es interpretar el mundo y la existencia humana a su manera».
Es lo que llamamos «adaptación al espíritu de los tiempos». Actúa como el vampiro de la leyenda. El vampiro se pega a las personas que duermen y mientras le chupa su sangre, al mismo tiempo inyecta en ellas un líquido soporífero que hace que encuentren aún más dulce el sueño, de modo que aquéllas se sumen cada vez más en el sueño y este puede chupar toda la sangre que quiere. Pero el mundo es peor que el vampiro, porque el vampiro no puede adormecer a la presa, sino que se acerca a los que ya duermen. En cambio, el mundo primero duerme a las personas y luego les chupa todas sus energías espirituales, inyectando también una especie de líquido soporífero que hace encontrar el sueño aún más dulce.
El remedio en esta situación es que alguien nos grite al oído: «¡Despierta!». Es lo que hace la palabra de Dios en muchas ocasiones y que la liturgia de la Iglesia nos hace volver a escuchar puntualmente al inicio de la Cuaresma: «Despierta tú que duermes» (Ef 5,14); «¡Es tiempo de despertarse del sueño!» (Rom 13,11).
3. Pasa la escena de este mundo
Pero interroguémonos por el motivo por el que el cristiano no debe ajustarse al mundo. No es de naturaleza ontológica, sino escatológica. No se deben tomar las distancias del mundo porque la materia es intrínsecamente mala y enemiga del espíritu, como pensaban los platónicos y algunos escritores influenciados por ellos, sino porque, como dice la Escritura, «pasa la escena de este mundo» (1 Cor 7,31); «el mundo pasa con su concupiscencia, pero quien hace la voluntad de Dios permanece para siempre» (1 Jn 2,17).
Basta detenerse un instante y mirar alrededor para darse cuenta de la verdad de estas palabras. Ocurre en la vida como en la pantalla de televisión: los programas, las llamadas parrillas, se suceden rápidamente y cada uno borra al anterior. La pantalla sigue siendo la misma, pero los programas y las imágenes cambian. Eso sucede con nosotros: el mundo permanece, pero nosotros nos vamos uno detrás de otro. De todos los nombres, los rostros, las noticias que llenan los periódicos y los telediarios de hoy —de todos nosotros— ¿qué quedará de aquí a unos años o décadas? Nada de nada.
Pensemos en qué quedan los mitos de hace 40 años y qué quedará dentro de 40 años de los mitos y las celebridades de hoy. «Sucederá —se lee en Isaías— como cuando un hambriento sueña con comer, como cuando un sediento sueña beber, pero se despierta cansado, con la garganta seca» (Is 29,8). ¿Qué son riquezas, salud, gloria, si no un sueño que se desvanece al despuntar el día? Un pobre, decía san Agustín, una noche tiene un sueño precioso. Sueña que le cae encima una herencia ingente. Durante el sueño se ve revestido de espléndidos vestidos, rodeado de oro y plata, poseedor de campos y viñas; en su orgullo desprecia al propio padre y finge no reconocerlo… Pero se despierta por la mañana y se descubre tal como se había dormido.
«Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré», dice Job (Job 1,21). Ocurrirá lo mismo a los millonarios de hoy con su dinero y a los poderosos que hoy hacen temblar al mundo con su poder. El hombre, visto fuera de la fe, no es más que «un dibujo creado por la ola en la playa del mar a la que borra la ola posterior ».
Hoy hay un nuevo marco en que es particularmente necesario no ajustarse a este mundo: las imágenes. Los antiguos habían acuñado el lema: «Ayunar del mundo» (nesteuein tou kosmou); hoy se debería entender en el sentido de ayunar de las imágenes del mundo. Hubo un tiempo en que el ayuno de alimentos y bebidas era considerado el más eficaz y necesario. Ya no es así. Hoy se ayuna por muchos otros motivos: sobre todo para mantener la línea. Ningún alimento, dice la Escritura, es en sí mismo impuro, mientras que muchas imágenes lo son. Se han convertido en uno de los vehículos privilegiados con los que el mundo difunde su antievangelio. Un himno de la cuaresma exhorta:
Utamur ergo parcius          Utilicemos parcamente
Verbis, cibis et potibus,      palabras, alimentos y bebidas.
Somno, iocis et arctius       sueño y recreo.
Perstemus en custodia.      Estemos más atentos en custodiar los sentidos.

A la lista de las cosas que hay que usar parcamente —palabras, alimentos, bebidas y sueño— habría que añadir, las imágenes. Entre las cosas que vienen del mundo y no del Padre, junto a la concupiscencia de la carne y la soberbia de la vida, san Juan pone significativamente «la concupiscencia de los ojos» (1 Jn 2,16). Recordemos cómo cayó el rey David… lo que le ocurrió mirando en la terraza de la casa de al lado, pasa hoy a menudo abriendo algunos sitios en Internet.
Si en algún momento nos sentimos turbados por imágenes impuras, sea por imprudencia propia, sea por la invasión del mundo que caza a la fuerza sus imágenes en los ojos de la gente, imitemos lo que hicieron en el desierto los judíos que eran mordidos por serpientes. En lugar de perdernos en estériles lamentos, o buscar excusas en nuestra soledad y en la incomprensión de los demás, miremos a un Crucifijo o vayamos ante el Santísimo. «Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es preciso que sea levantado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna» (Jn 3,15). Que el remedio pase por donde ha pasado el veneno, es decir por los ojos.
Con estos propósitos sugeridos por la palabra de san Pablo a los Romanos, y sobre todo con la gracia de Dios, comenzamos, Venerables padres, hermanos y hermanas, nuestra preparación a la Santa Pascua. Hacer Pascua, decía san Agustín, significa «pasar de este mundo al Padre» (Jn 13,1), es decir, ¡pasar a lo que no pasa! Es necesario pasar desde el mundo para no pasar con el mundo. Buena y santa Cuaresma.

2/23/18

Oración y ayuno por la paz (23.II.2018)

El Papa ha pedido para el próximo 23 de febrero, viernes de la primera semana de Cuaresma, una «especial jornada de oración y ayuno por la paz» ofrecida en particular por las poblaciones de la República democrática del Congo y Sudán de Sur. El propio Francisco dio el anuncio en el Ángelus del domingo 4 de febrero, invitando «también a los hermanos y hermanas no católicos y no cristianos a asociarse a esta iniciativa en las modalidades que considerarán más oportunas».
A los fieles reunidos en la plaza de San Pedro el Pontífice pidió un examen de conciencia, exhortándolos a preguntarse: «¿Qué puedo hacer yo por la paz?». Seguramente, dijo «Seguramente podemos rezar; pero no solo: cada uno puede decir concretamente «no» a la violencia en lo que depende de él o de ella». Porque, explicó, «las victorias obtenidas con la violencia son falsas victorias; mientras que trabajar por la paz hace bien a todos».
Con anterioridad, refiriéndose a la celebración de la jornada por la vida en Italia Francisco expresó «aprecio e aliento a las diferentes realidades eclesiales que de muchas maneras promueven y sostienen la vida, en particular el Movimiento por la Vida». El Pontífice no escondió su preocupación al reconocer que «no son muchos los que luchan por la vida en un mundo donde cada día si construyen más armas, cada día se hacen más leyes contra la vida, cada día va adelante esta cultura del descarte, de descartar lo que no sirve, lo que molesta». De ahí, la invitación a rezar «para que nuestro pueblo sea más consciente de la defensa de la vida en este momento de destrucción y de descarte de la humanidad».
Tras finalizar la oración mariana ─precedida por una meditación dedicada al pasaje litúrgico de Marcos (1, 21-39) que describe una jornada transcurrida por Jesús en Cafarnaúm─ el Papa también dirigió un pensamiento a la población de Madagascar «golpeada por un fuerte ciclón» y recordó la beatificación de Teresio Olivelli, llevada a cabo el día anterior en Vigevano.

“Escuchar la sed de las periferias”: Invitación en Cuaresma



“Mirar con los ojos bien abiertos la realidad del mundo que nos circunda es esencial”, propuso el predicador José Tolentino de Mendonça en la quinta jornada de ejercicios espirituales para la Curia Romana y el Papa Francisco.
Prosiguiendo con sus reflexiones sobre “la ciencia de la sed”, el sacerdote portugués José Tolentino de Mendonça, propuso el tema “escuchar la sed de las periferias” para la 9ª meditación, pronunciada el jueves, 22 de febrero de 2018.
“Nuestra espiritualidad se convierte en una especia de bola de confort o una forma de evasión de nuestra responsabilidad social” si no abrimos los ojos a la realidad del mundo, ha advertido el sacerdote portugués.
Debemos preguntarnos “¿Dónde está nuestro hermano?” –señala Mendonça– Mientras la voz de Dios siempre debe confrontarse con la pregunta formulada en los orígenes: “¿Dónde está tu hermano?”.
“El mismo Jesús es un hombre periférico”, ha dicho el P. Tolentino de Mendonça, mientras recordaba que multitudes de sedientos pueblan hoy las periferias del mundo en los cinco continentes.
El Padre Tolentino también dijo que “la periferia está en el ADN cristiano, lo acerca a su contexto originario y también a su programa. Lo que representa una clave indispensable para su hermenéutica espiritual y existencial”. A la vez que destacó que en todas las épocas seguirá siendo, para la experiencia cristiana, el lugar en el que encontrar y volver a encontrar a Jesús.

2/22/18

El Papa responde a 6 difíciles preguntas sobre Dios y el destino

ROSA DIE ALCOLEA


¿Por qué hay padres que aman a los niños sanos y no a los enfermos?; ¿Por qué nosotros hemos tenido este destino?; ¿Por qué mi madre no me acepta?…
Son algunas de las preguntas formuladas al Papa Francisco por los niños y niñas del orfanato rumano ayudado por la ONG FDP “Protagonistas de la educación”, con quienes el Santo Padre se encontró el pasado 4 de enero de 2018, en el Vaticano.
“Hay muchos `¿por qué?´. A algunos de estos `¿por qué?´ puedo dar una respuesta, a otros no; solo Dios puede darla”, señaló el Papa.
Sin embargo, el Papa contestó una a una las preguntas de estos niños: “Dios transforma nuestro corazón con su misericordia y también transforma nuestra vida. No somos siempre iguales, nos están “trabajando”. Dios nos trabaja el corazón, es Él, y somos trabajados como barro en las manos del alfarero; y el amor de Dios toma el lugar de nuestro egoísmo” explicó a los pequeños.
La organización FDP “Protagonistas de la educación” fue creada en 1996 por voluntarios italianos y rumanos, con el apoyo de la organización italiana AVSI. El nombre inicial de la organización fue ‘Fundación para el Desarrollo del Pueblo’.
Publicamos a continuación la transcripción de las respuestas del Papa a las preguntas de los niños y niñas rumanos:
Respuestas del Papa Francisco 
Queridos muchachos, queridos hermanos y hermanas:
Os doy las gracias  por este encuentro y por la confianza con  que me habéis hecho vuestras pregunta, en las que se siente la realidad de vuestra vida.
Tengo vuestras preguntas aquí y ya las había leído. Pero antes de responder, me gustaría dar las gracias al Señor por vosotros, porque estáis aquí, porque Él, con la colaboración de muchos amigos, os  ha ayudado a avanzar y a crecer. Y juntos recordamos a tantos niños y jóvenes que se fueron al cielo: oramos por ellos y rezamos por aquellos que viven en situaciones de gran dificultad, en Rumania y en otros países del mundo. Confiamos a Dios y a la Virgen Madre a todos los niños y niñas, a los chicos y chicas que sufren por las enfermedades, las guerras y las esclavitudes de hoy.
Y ahora me gustaría responder a vuestras preguntas. Lo haré como pueda, porque nunca puedes responder completamente una pregunta que sale del corazón. En estas preguntas, la frase que más utilizáis es “¿por qué?”: Hay muchos “¿por qué?”. A algunos de estos “¿por qué?” puedo dar una respuesta, a otros no; solo Dios puede darla. En la vida hay muchos “¿por qué?” a los que no podemos responder. Solo podemos mirar, sentir, sufrir y llorar.
Primera pregunta¿Por qué la vida es tan difícil y entre nosotros, que somos amigos, a menudo nos peleamos? ¿Y nos engañamos ? Vosotros, los sacerdotes nos decís que vayamos a la iglesia, pero apenas salimos nos equivocamos y cometemos pecados. Entonces, ¿por qué entré en la Iglesia? Si considero que Dios está en mi alma, ¿por qué es importante ir a la iglesia?
Papa Francisco: Tus “¿por qué?” tienen una respuesta: es el pecado, el egoísmo humano: por eso, como dices, -“a menudo peleamos”-, “nos hacemos daños, nos engañamos”. Tú mismo lo has reconocido: incluso si vamos a la iglesia, volvemos a equivocarnos, seguimos siendo pecadores. Entonces, con razón te preguntas: ¿de qué sirve ir a la iglesia? Sirve para ponernos frente a Dios tal como somos, sin “maquillarnos”, tal como estamos ante Dios, sin maquillaje. Para decir: “Aquí estoy, Señor, soy un pecador y te pido perdón”. Ten piedad de mí “. Si voy a la iglesia para fingir que soy una buena persona, no me sirve. Si voy a la iglesia porque me gusta escuchar música o porque me siento bien, no sirve. Sirve si al principio, cuando entro en la iglesia, puedo decir: “Aquí estoy, Señor. Tú me amas y yo soy un pecador. Ten piedad de nosotros”. Jesús nos dice que si hacemos esto, regresamos a casa perdonados. Acariciados por Él, más amados por Él, sintiendo esta caricia, este amor. Entonces, lentamente, Dios transforma nuestro corazón con su misericordia y también transforma nuestra vida. No somos siempre iguales, nos están “trabajando”. Dios nos trabaja el corazón, es Él, y somos trabajados como barro en las manos del alfarero; y el amor de Dios toma el lugar de nuestro egoísmo. Por eso creo que es importante ir a la iglesia: No solo mirar a Dios, dejándonos mirar por Él. Esto es lo que pienso. Gracias.
Segunda pregunta: ¿Por qué hay padres que aman a los niños sanos y en cambio no quieren a  los que están enfermos o tienen problemas?
Papa Francisco: Tu pregunta es sobre los padres, su actitud hacia los niños sanos y hacia los que están enfermos. Te diría esto: frente a las fragilidades de los demás, como las enfermedades, hay algunos adultos que son más débiles, no tienen la fuerza de soportar las fragilidades. Y esto porque ellos mismos son frágiles. Si tengo una piedra grande, no puedo apoyarla en una caja de cartón, porque la piedra aplasta el cartón. Hay padres que son frágiles. No tengáis miedo de decir esto, de pensar esto. Hay padres que son frágiles, porque siempre son hombres y mujeres con sus límites, sus pecados y la fragilidad que llevan dentro, y tal vez no hayan tenido la buena suerte de recibir ayuda cuando eran pequeños. Y así con esas fragilidades continúan en la vida porque no les han ayudado, no han tenido la oportunidad de encontrar un amigo, como lo hemos encontrado nosotros,  que nos tome de la mano y nos enseñe a crecer y hacernos fuertes para superar esa fragilidad. Es difícil obtener ayuda de padres frágiles y, a veces, somos nosotros los que tenemos que ayudarlos. En lugar de reprochar a la vida porque me dio padres frágiles y yo no soy tan frágil, ¿por qué no cambiar la situación y decir gracias a Dios, gracias a la vida porque  yo puedo ayudar a la fragilidad de los padres para que la piedra no aplaste la caja de cartón? . ¿Estáis de acuerdo? Gracias.
Tercera preguntaEl año pasado murió uno de nuestros amigos que se había quedado en el orfanato. Murió en Semana Santa, el Jueves Santo. Un sacerdote ortodoxo nos dijo que murió pecador y que por eso no irá al cielo. Yo no lo creo.

Papa Francisco: Tal vez ese sacerdote no sabía lo que estaba diciendo, tal vez ese día ese sacerdote no estaba bien, tenía algo en su corazón que le hizo responder así. Ninguno de nosotros puede decir que una persona no ha ido al cielo. Te digo algo que tal vez te sorprenda: ni siquiera de Judas podemos decirlo. Tú has recordado a tu amigo que murió. Y recuerdas que murió el Jueves Santo. Parece muy extraño lo que habéis oído decir a ese sacerdote,  habría que entenderlo mejor, tal vez no se explicó bien … Pero yo os digo que Dios quiere llevarnos a todos al cielo, sin excepción, y durante la Semana Santa se celebra precisamente eso: la Pasión de Jesús, que como Buen Pastor dio su vida por nosotros, que somos sus pequeñas ovejas. Y si una oveja se pierde, Él la busca hasta que la encuentra. Es así. Dios  no está sentado, va, cómo nos hace ver el Evangelio: Él está siempre en camino para encontrar a esa oveja, y no se asusta  cuando nos encuentra, incluso si estamos en un estado de gran vulnerabilidad, si estamos sucios de pecados, si estamos abandonados por todos y por la vida, Él nos abraza y nos besa. Podía no haber venido, pero el Buen Pastor vino por nosotros. Y si una oveja se pierde, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros y, lleno de alegría, se la lleva a casa. Puedo decirte algo: Estoy seguro, conociendo a Jesús, estoy seguro de que esto es lo que hizo el Señor en esa Semana Santa con tu amigo.

Cuarta pregunta¿Por qué nosotros hemos tenido este destino? ¿Por qué? ¿Qué sentido tiene?

Papa Francisco: Sabes, hay “¿por qué?” que no tienen respuesta. Por ejemplo: ¿por qué los niños sufren? ¿Quién puede responder a esto? Nadie. Tu “¿por qué?” es uno de esos que no tienen una respuesta humana, sino solo divina. No puedo decirte por qué tuviste “este destino”. No sabemos el “por qué” en el sentido del motivo. ¿Qué hice mal para tener este destino? No lo sabemos. Pero sabemos el “por qué” en el sentido del fin que Dios quiere dar a tu destino, y el fin es la curación – el Señor siempre sana- la curación y la vida. Jesús lo dice en el Evangelio cuando conoce a un hombre ciego de nacimiento. Y éste seguramente se preguntaba: “¿Pero por qué nací ciego?”. Los discípulos le preguntan a Jesús: “¿Por qué es así? ¿Por él o por sus padres?” Y Jesús responde: “No, no es culpa suya ni de sus padres, sino para que en él se manifiesten las obras de Dios” (Jn 9,1-3). Significa que Dios, frente a tantas situaciones malas en las que podemos encontrarnos desde pequeños, quiere sanarlas, curarlas, quiere llevar vida donde hay muerte. Esto es lo que hace Jesús, y esto también lo hacen los cristianos que están verdaderamente unidos a Jesús. Vosotros lo habéis experimentado. El “por qué” es un encuentro que sana del dolor, de la enfermedad, del sufrimiento y da el abrazo de la curación. Pero es un “por qué” para el después; al principio no podemos saberlo. Yo no sé el “por qué”, ni siquiera puedo pensarlo; sé que esos “¿por qué?” no tienen respuesta. Pero si has experimentado el encuentro con el Señor, con Jesús que cura, que cura con un abrazo, con las caricias, con el amor, entonces, después de todo el mal que podéis haber vivido, al final habéis encontrado esto. Aquí está el “por qué”.
Quinta preguntaSucede que me siento sola y no sé qué sentido tiene mi vida. Mi hija está en un hogar familiar  y algunas personas me juzgan y dicen que no soy una buena madre. En cambio, creo que mi hija está bien y que también he decidido correctamente porque nos vemos a menudo.
Papa Francisco: Estoy de acuerdo contigo en que la acogida puede servir de ayuda  en determinadas situaciones difíciles. Lo importante es que todo se haga con amor, con atención para las personas, con gran respeto. Entiendo que a menudo te sientas sola. Te aconsejo que no te cierres en ti misma, busca la compañía de la comunidad cristiana: Jesús vino para formar una nueva familia, su familia, donde nadie está solo y todos somos hermanos y hermanas, hijos de nuestro Padre del cielo  y de la Madre que Jesús nos dio, la Virgen María. Y en la familia de la Iglesia todos podemos encontrarnos, curando nuestras heridas y superando los vacíos de amor que a menudo existen en nuestras familias humanas. Tú misma dijiste que crees que tu hija está bien en el hogar familiar porque sabes que allí se preocupan por ella y también por ti. Y luego dijiste: “La veo a menudo”. A veces, la comunidad de hermanos y hermanas cristianos nos ayuda de esta manera. Acogerse el uno al otro. No solo a los niños. Cuando uno siente algo en el corazón, se confía a su amiga, a su amigo y hace que ese dolor salga del corazón. Confiarse fraternalmente el uno con el otro, esto es hermoso y lo enseñó Jesús. Gracias.
Sexta preguntaCuando tenía dos meses, mi madre me abandonó  en un orfanato. A los 21 años busqué a mi madre y me quedé con ella durante 2 semanas, pero no se portaba bien conmigo y me fui. Mi papá está muerto. ¿Qué culpa tengo si ella no me quiere? ¿Por qué no me acepta?
Papa Francisco: Entendí bien esta pregunta porque la dijiste en italiano. Quiero ser sincero contigo. Cuando leí tu pregunta, antes de dar instrucciones para pronunciar el discurso, lloré. Estuve cerca de ti con un par de lágrimas. Porque no sé, me diste tanto; los otros también, pero quizás me pillaste  con las defensas bajas. Cuando se habla de la madre siempre hay algo … y en ese momento me hiciste llorar.  Tu “¿por qué?” se parece a la segunda pregunta, sobre los padres. No es una cuestión de culpabilidad, es una cuestión de gran fragilidad de los adultos, debido en vuestro caso a tanta miseria, a tantas injusticias sociales que aplastan a los pequeños y a los pobres, y también a tanta pobreza espiritual. Sí, la pobreza espiritual endurece los corazones y provoca lo que parece imposible, que una madre abandone a su propio hijo: Este es el fruto de la miseria material y espiritual, el resultado de un sistema social equivocado, inhumano que endurece los corazones y hace que nos equivoquemos , que no encontremos el camino justo. Pero sabes, esto llevará tiempo: tú has buscado algo más profundo que su corazón. Tu madre te ama pero no sabe cómo hacerlo, no sabe cómo expresarlo. No puede porque la vida es dura, es injusta. Y ese amor que está cerrado en ella no sabe cómo decirlo y cómo acariciarte. Te prometo que rezaré para que un día pueda mostrarte ese amor. No seas escéptico, ten esperanza.

Simona Carobene (responsable de la iniciativa): Me impresionó mucho el mensaje con motivo de la Jornada de los Pobres. Me sobresaltó  porque me preguntaba: “Y yo ¿cómo veo a mis muchachos?”. A veces me doy cuenta de que tengo tanto que hacer que me olvido de porqué Jesús nos ha unido. Es necesario que todavía recorra un camino de conversión, y este camino es continuo y nunca se puede dar por hecho. Por eso continúo siguiendo a mis muchachos, porque son “mis santos”. Y sigo pegada a la Santa Madre Iglesia a través del carisma de don Giussani, que es la manera concreta que me hizo amar a Jesús. Al mismo tiempo, sin embargo, la llamada de su mensaje era muy concreto. Se hablaba de verdadero intercambio. He empezado a preguntarme si tal vez no haya llegado el momento de dar un paso más en mi vida, un paso de acogida y de compartir. Es un deseo que está naciendo en mi corazón  y que me gustaría verificar en breve. ¿Cuáles son los signos a considerar para entender cuál es mi proyecto? ¿Qué significa vivir la vocación de la pobreza hasta el final?

Papa Francisco: Simona, gracias por tu testimonio. Sí, nuestra vida es siempre un camino, un camino detrás del Señor Jesús, que con amor paciente y fiel nunca deja de educarnos, de hacernos crecer de acuerdo con su plan. Y a veces nos da sorpresas, para romper nuestros esquemas. Tu deseo de crecer en el intercambio y en la pobreza evangélica proviene del Espíritu Santo: esto no se puede comprar, ni alquilar; solo el Espíritu puede hacerlo y te ayudará a avanzar por este camino en el que tú y tus amigos lo habéis hecho muy bien. Habéis ayudado al Señor a cumplir sus obras por estos muchachos.
Gracias de nuevo a todos vosotros. Conoceros me ha hecho tanto bien. Os llevo en mis oraciones. Y por favor, también vosotros rezad por mí porque lo necesito. ¡Gracias!