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JOQUIVESA

Encontrado en la "red" (Mateo 13:47-50)

9/13/25

Exaltación de la Santa Cruz

Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz

Evangelio (Jn 3,13-17)

Pues nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del Hombre. Igual que Moisés levantó la serpiente en el desierto, así debe ser levantado el Hijo del Hombre, para que todo el que crea tenga vida eterna en él.

Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Pues Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.

Comentario al Evangelio

El evangelio de la fiesta de la exaltación de la Santa Cruz incluye un fragmento de la conversación que mantiene Jesús con Nicodemo, uno de los hombres ilustres de Jerusalén, que acude a Él de noche. Aunque se trata de un “maestro en Israel” (Jn 3,10), Nicodemo se acerca con deferencia al Señor, atraído por su imponente figura y predicación, llena de autoridad y sabiduría. Las palabras de Jesús son profundas y requieren por nuestra parte una actitud de escucha atenta y humilde, como la de Nicodemo.

El pasaje hace bastantes referencias al binomio arriba/abajo, y las acciones de subir y bajar, con gran contenido teológico. “Lo alto” es el ámbito de lo divino, el Cielo, donde está el Padre, de donde ha venido el Hijo, el cual, desciende al mundo, al ámbito limitado de los hombres, para ser uno de nosotros; y desde aquí, desde abajo regresa triunfante junto al Padre, con nuestra humanidad glorificada y asumida, como dirá el propio Jesús resucitado al final del evangelio: “subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios” (Jn 20,17). Gracias a la obra realizada por Jesús, los hombres podrán tener vida eterna y salvación.

Todo este misterio es posible porque Jesús se ha dejado levantar en la cruz, para transformar paradójicamente en una exaltación el gesto terrible y humillante de alzar a los crucificados para que fueran vistos por todo el pueblo. El culmen de su fracaso a los ojos del mundo, se convierte en figura de su triunfo a los ojos del Padre y por eso en fuente de salvación para los hombres. En esto se ve cuánto amó Dios al mundo (v. 16).

Para explicar esto a Nicodemo en pocas palabras, Jesús hace referencia al famoso pasaje de la serpiente de bronce, contenido en el libro de los Números 21,8-9. En dicho pasaje, Dios manda a Moisés forjar una serpiente de bronce y colocarla en un mástil para ser alzada y contemplada por el pueblo en el desierto. Y así como los israelitas picados por las serpientes, obtenían paradójicamente salvación y curación al mirar a una serpiente alzada, así los hombres sumidos en el pecado pueden alcanzar salvación mirando al que es alzado en una cruz como si fuera maldito y pecador.

Reflexionando sobre la fiesta de la exaltación de la Cruz que conmemoramos hoy, el Papa Francisco explicaba en una ocasión el pasaje del diálogo de Jesús con Nicodemo así: “Alguna persona no cristiana podría preguntarnos: ¿por qué «exaltar» la cruz? Podemos responder que no exaltamos una cruz cualquiera, o todas las cruces: exaltamos la cruz de Jesús, porque en ella se reveló al máximo el amor de Dios por la humanidad. Es lo que nos recuerda el evangelio de Juan en la liturgia de hoy: «Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Unigénito» (3,16). El Padre «dio» al Hijo para salvarnos, y esto implicó la muerte de Jesús, y la muerte en la cruz”.

El papa Francisco se preguntaba entonces: “¿Por qué fue necesaria la cruz?” y respondía: “a causa de la gravedad del mal que nos esclavizaba. La cruz de Jesús expresa ambas cosas: toda la fuerza negativa del mal y toda la omnipotencia mansa de la misericordia de Dios. La cruz parece determinar el fracaso de Jesús, pero en realidad manifiesta su victoria. En el Calvario, quienes se burlaban de Él, le decían: «si eres el Hijo de Dios, baja de la cruz» (cf. Mt 27,40). Pero era verdadero lo contrario: precisamente porque era el Hijo de Dios estaba allí, en la cruz, fiel hasta el final al designio del amor del Padre. Y precisamente por eso Dios «exaltó» a Jesús (Flp 2,9), confiriéndole una realeza universal”.

Fuente: opusdei.org

Publicado por JOQUIVESA en 9:01

9/12/25

Vacaciones en Calcuta

José Antonio García-Prieto Segura

La verdadera revolución empieza siempre en el corazón de cada uno.

Mi precedente artículo sobre santa Teresa de Calcuta concluía con la petición que me había hecho el joven Íñigo: “Este mes de julio estaré en Calcuta con las Misioneras de la Caridad ayudando con un grupo de jóvenes. Rece por nosotros para que hagamos mucho bien”. Le aseguré que podía contar con esas oraciones. A su regreso me ha enviado un escrito de sus experiencias y hemos charlado.

 Su relato me ha parecido tan positivo que le sugerí darlo a conocer en las redes, y aceptó mi propuesta. El título “Vacaciones en Calcuta” es mío, pero el resto lo debo sustancialmente a él. Me he limitado a enlazar -con breves introducciones y comentarios- sus reflexiones y experiencias respetando las palabras y el orden de su escrito.

          Primeros interrogantes

          Ya de entrada, le asaltaron sentimientos encontrados ante la aventura misionera que tenía por delante:

          “Llegué a Calcuta sin demasiadas expectativas sobre lo que iba a vivir y no estar a la altura de lo que me esperaba. Los primeros días me invadió una profunda insatisfacción: pensaba que mi labor allí no estaba siendo tan provechosa como yo quería, que podía dar más, que aquella gente merecía más de lo que yo era capaz de entregar.”

Esos sentimientos -a mi modo de ver- expresaban un buen comienzo, por estar llenos de sencillez y con los pies muy en la tierra, al experimentar interiormente cierta desazón por la pequeñez de su trabajo comparado con el océano de sufrimiento y miseria que aparecía ante sus ojos.  Sin embargo, pronto percibió con mayor claridad la otra cara más humana y todavía más trascedente, de lo que estaba haciendo; y continúa así:          

“Esa tensión interior me hacía dudar, pero con el paso de los días entendí que ese sentimiento no era un fracaso, sino el inicio de una mirada nueva: reconocer que no se trataba de hacer grandes cosas, sino de estar presente, de mirar a cada persona concreta y amarla con todo el corazón.”

          Elevando la mirada

 En aquellos momentos, efectivamente, Iñigo recordó la consideración hecha por los encargados de orientarles en el trabajo que iban a realizar, y prosigue así:

“Fue entonces cuando las palabras que nos dijeron al llegar cobraron sentido: ‘tened claro que no hemos venido a cambiar el mundo, ni siquiera Madre Teresa acabó con toda la pobreza de Calcuta, sino a amar sin medida al rostro que tenéis delante’”.

Idéntica consideración les habría hecho la mismísima santa Teresa, porque fue la respuesta que dio a un periodista cuando le dijo: “Madre, al morir usted el mundo volverá a ser como antes. ¿Qué ha cambiado después de tanto trabajo? ¡Descanse! No vale la pena tanta fatiga”. Y ella, sonriente, respondió: “Yo no he pensado nunca en cambiar el mundo. Solo he intentado ser una gota de agua limpia en la que se pudiera reflejar el amor de Dios. ¿Le parece poco?”. Como si estas palabras hubiesen producido perfecto eco en nuestro protagonista de hoy, continúa Íñigo:

“Eso es lo que también íbamos a hacer nosotros: estar aquí y ahora con el hermano que me necesita, entregarle lo mejor de mí, aunque nadie más lo vea. Puede parecer poco a los ojos del mundo, pero a los ojos de Dios es infinito. Si logramos amar de verdad, incluso en lo pequeño y lo escondido, no solo haremos mucho bien, sino que también seremos transformados. Y quizá entonces comprendamos que la verdadera revolución empieza siempre en el corazón de cada uno.”

Elevados pensamientos, pero con los pies en la tierra como decía antes, porque la pobreza y sufrimientos que veía a su alrededor, parecían interrogarle pidiendo una razón de ser:                                                                              

“En medio de tanta miseria me asaltaba una y otra vez la misma pregunta: ¿por qué Dios permite esto? Era inevitable mirar tanto dolor y no sentir un cierto desgarro interior, una impotencia que pesa y que duele. Poco a poco fui entendiendo que Dios no es ajeno a ese sufrimiento, sino que entra en él para transformarlo en amor, un amor desbordante que no tiene medida. Descubrí que, en cada gesto sencillo de servicio, en cada caricia, en cada mirada limpia, Él estaba presente, haciéndose cercano y convirtiendo lo pequeño en algo muy grande. Fue entonces cuando aquellas palabras del Evangelio, “Cada vez que lo hicisteis con uno de los míos, a mí me lo hicisteis”, pasaron convertirse en la clave de todo: servir al pobre es servir a Cristo mismo, y amar en lo concreto es abrirse al infinito.”

Huelgan comentarios ante tan honda síntesis de la Redención de Cristo y de la llamada que Él nos hace para cooperar e implicarnos en ella.

Mirando al futuro

Acercándose ya al final de su relato, Íñigo siente que lo vivido en Calcuta no debe quedar en una aventura aislada, y escribe:                                               

“Al pensar en lo que viene, sé que el verdadero reto no está en haber vivido Calcuta, sino en lograr que Calcuta viva en mí. No quiero que todo esto se quede en un recuerdo intenso, sino que transforme de verdad mi manera de vivir: en mi familia, con mis amigos, en mis relaciones y en mi día a día. Quiero seguir siendo testigo de que la alegría y el amor son reales, que están por todas partes si sabemos mirarlos, y que cada persona merece la misma entrega que he aprendido aquí.”

Junto a los buenos propósitos, sabe de las dificultades que tendrá y que a todos nos acechan: la pereza, la cotidiana monotonía, fatigas, etc., y se da a sí mismo razones para superarlas; son motivaciones que bien pueden servirnos a tantos de nosotros:

“Sé que habrá momentos en los que me costará, que la rutina, el cansancio y la tentación de olvidar me harán dudar. Pero no quiero dejar que esta llama se apague. Deseo conservar esa mirada limpia que he redescubierto y esa sed de Jesús que ha crecido dentro de mí. Cada día puede ser una oportunidad para hacer memoria de Calcuta: recordar que vivir es darse, que amar es la única riqueza verdadera y que la alegría sólo nace cuando uno entrega lo que es.”

Como si no fuera suficiente con lo escrito, abunda en las motivaciones para animarse a ser “la gota de agua limpia en la que se pudiera reflejar el amor de Dios”, siguiendo el ejemplo de la Madre Teresa. Por eso, concluye:

“Servir al prójimo es un privilegio inmenso, la mayor de las dignidades, porque en ese servicio gratuito descubrimos que recibimos mucho más de lo que damos. Allí brota una alegría que no depende de lo que tenemos, sino de sabernos parte del plan de Dios. Y junto a eso, he entendido que el mundo necesita testigos alegres: personas que muestren con su vida que seguir a Cristo no es perder nada, sino ganarlo todo. Por eso, lo único que me queda es dar gracias: gracias a Dios por regalarme esta experiencia, por enseñarme a través de los pobres y de cada detalle; y por recordarme que no necesito circunstancias extraordinarias para encontrarle, sino unos ojos abiertos y un corazón dispuesto a amar.”

Como epílogo del valioso testimonio de este joven, animo al lector a unirse al agradecimiento que ya le he manifestado; y a pensar que “servatis servandis” y, por tanto, con todas las correcciones del caso, Calcuta también podemos encontrarla sin ir a la India, porque a nuestro alrededor nunca faltarán personas necesitadas de nuestra atención y cariño.  

Llegué a Calcuta sin demasiadas expectativas sobre lo que iba a vivir aquel no estar a la altura de lo que me esperaba. Los primeros días me invadió una profunda insatisfacción: pensaba que mi labor allí no estaba siendo tan provechosa como yo quería, que podía dar más, que aquella gente merecía más de lo que yo era capaz de entregar. Esa tensión interior me hacía dudar, pero con el tiempo entendí que ese sentimiento no era un fracaso, sino el inicio de una mirada nueva: reconocer que no se trata de hacer grandes cosas, sino de estar presente, de mirar a cada persona concreta y amarla con todo el corazón.

Fue entonces cuando las palabras que nos dijeron al llegar cobraron sentido: “tened claro que no hemos venido a cambiar el mundo, ni siquiera Madre Teresa acabó con toda la pobreza de Calcuta, sino a amar sin medida al rostro que tenéis delante”. Eso es lo que también íbamos hacer nosotros: estar aquí y ahora con el hermano que me necesita, entregarle lo mejor de mí aunque nadie más lo vea. Puede parecer poco a los ojos del mundo, pero a los ojos de Dios es infinito. Si logramos amar de verdad, incluso en lo pequeño y lo escondido, no solo haremos mucho bien, sino que también seremos transformados. Y quizá entonces comprendamos que la verdadera revolución empieza siempre en el corazón de cada uno.

En medio de tanta miseria me asaltaba una y otra vez la misma pregunta: ¿por qué Dios permite esto? Era inevitable mirar tanto dolor y no sentir un cierto desgarro interior, una impotencia que pesa y que duele. Poco a poco fui entendiendo que Dios no es ajeno a ese sufrimiento, sino que entra en él para transformarlo en amor, un amor desbordante que no tiene medida. Descubrí que en cada gesto sencillo de servicio, en cada caricia, en cada mirada limpia, Él estaba presente, haciéndose cercano y convirtiendo lo pequeño en algomuy grande. Fue entonces donde aquellas palabras del Evangelio, “Cada vez que lo hicisteis con uno de los míos, a mí me lo hicisteis”, pasaron convertirse en la clave de todo: servir al pobre es servir a Cristo mismo, y amar en lo concreto es abrirse al infinito.

Al pensar en lo que viene, sé que el verdadero reto no está en haber vivido Calcuta, sino en lograr que Calcuta viva en mí. No quiero que todo esto se quede en un recuerdo intenso, sino que transforme de verdad mi manera de vivir: en mi familia, con mis amigos, en mis relaciones y en mi día a día. Quiero seguir siendo testigo de que la alegría y el amor son reales, que están por todas partes si sabemos mirarlos, y que cada persona merece la misma entrega que he aprendido aquí.

Sé que habrá momentos en los que me costará, que la rutina, el cansancio y la tentación de olvidar me harán dudar. Pero no quiero dejar que esta llama se apague. Deseo conservar esa mirada limpia que he redescubierto y esa sed de Jesús que ha crecido dentro de mí. Cada día puede ser una oportunidad para hacer memoria de Calcuta: recordar que vivir es darse, que amar es la única riqueza verdadera y que la alegría sólo nace cuando uno entrega lo que es.

Fuente: elconfidencialdigital.com

Publicado por JOQUIVESA en 11:27

9/11/25

Reza por mí

Miguel Ángel Robles

Rezar es una forma extrema de independencia, una actividad casi contracultural, lo más punki que se puede hacer una tarde de domingo.

Rezar es una conversación con los que ya no están, el recuerdo de los que te antecedieron y la oración para seguir su ejemplo. Rezar es pedir por ellos. Y también pedirles a ellos por los que estamos aquí. Es el momento de más calma del día, y, en mi caso, el de primera hora de la mañana, poco más de las seis, y el agua de la ducha caliente cayendo despacio sobre los hombros. Rezar es una fotografía en sepia, un regreso a la casa de tus abuelos y al tiempo sin tiempo de tu infancia. Es pasar por la Iglesia de San Pedro, de camino al colegio, y rezarle al Cristo de Burgos un Padre Nuestro para que te ayude en los exámenes. Es el refugio del frío, y el silencio acogedor. Rezar es tener memoria.

Rezar es lo que va antes del trabajo o después del trabajo, y lo que nunca lo suplanta, porque ya lo dice el refrán: a Dios rogando y con el mazo dando. Es lo único que puedes hacer cuando ya no puedes hacer más, y es la forma de comprometerse de quien no tiene otro medio de hacerlo, como cuando rezamos por un enfermo que se va a operar y ya está todo en manos del cirujano (y de Dios). Rezar no hace milagros, o sí los hace, eso nunca lo sabremos, pero ofrece consuelo al que reza y a aquel por quien se reza. Rezar nunca es inútil, porque siempre conforta.

Rezar es decir rezaré por ti y, también, reza por mí. Y es, por tanto, lo contrario a la vanidad. Rezar es la aceptación de tus limitaciones. Es aprender a resignarse cuando lo que pudo ser no ha sido. Es vivir sin rencor, aprender a olvidar, aceptar la derrota con dignidad y celebrar el triunfo con humildad. Rezar es resignación cuando procede, pero también arrebato y pundonor cuando toca. Es buscar las fuerzas si no se tienen y confiar en que las cosas van a ser como deberían ser. Rezar es optimismo, no dar nada por perdido, luchar y resistir, como en la canción, erguido frente a todo, y es mi padre antes de morir. Rezar es fragilidad y entereza.

Rezar es curar las heridas, restañar los arañazos, superar el daño que te han hecho. Pasar página y empezar de cero. Perdonar las ofensas y también pedir perdón. Y sobre todo tener gratitud. Rezar es dar las gracias por vivir y por lo que la vida te ha dado. Es despertarse con las ilusiones renovadas. Aferrarse desesperadamente a lo inmaterial. Acordarse de lo que de verdad importa, y relativizar todo lo demás. Es establecer las prioridades, poner en orden los papeles de tu mesa, buscar la trascendencia, pensar a lo grande.

Rezar es desconectar y apagar el móvil. Es introspección en la sociedad del exhibicionismo. Es relajarse y calmar los nervios. Y prepararse mentalmente para lo que ha de venir. No es solo buscar el coraje, sino también la inspiración, la idea, el enfoque, la luz, el claro en medio de la espesura. Rezar es razonar, aunque parezca lo más irracional que haya. Es la mente funcionando como cuando juegas un partido de tenis. Es planificar y anticipar las jugadas. Es abstracción en los tiempos de lo concreto y lo material. Es pausa en un mundo excitado. Es calma cuando todo es ansiedad. Y es aburrido en la dictadura de lo divertido.

Rezar es una forma extrema de independencia, una actividad casi contracultural, lo más punki que se puede hacer una tarde de domingo. Es la forma más radical de practicar mindfullness, tan pasada de moda que cualquier día se volverá extraordinariamente cool. Rezar podría computar como horas de trabajo para los empleados públicos, pero no sirve porque es una práctica antisistema, sin reconocimiento alguno del establishment. Tan políticamente incorrecta que la gente oculta que reza como esconde la tripa para la foto. Rezar es un placer oculto, que se reserva para la intimidad. Un acto privado, y casi a escondidas, que, cuando se hace acompañado, necesita cierta oscuridad y mucha, mucha, confianza.

Rezar es desnudarse y abrir tu alma a la persona con la que rezas. Y es una declaración de amor por la persona que tienes en tus rezos. Es derramar tu cariño sobre los que más quieres y sentir el cariño de los que rezan por ti. Rezar es tener a otros en tus oraciones y estar en las oraciones de otros, que es mucho más que estar solo en su memoria. Rezar, y sobre todo que recen por ti, es la mayor aspiración que uno puede tener en la vida. Un privilegio inmenso. Es querer tanto a alguien como para rezar por él, y que alguien te quiera tanto como para rezar por ti. ¿Cabe mayor orgullo? ¿Existe mayor plenitud que la de saber que hay una madre, un hermano, un hijo o un amigo que quiere que Dios te proteja, y te dé salud, y te ilumine, y te ayude, y te acompañe, y esté siempre contigo?

Rezar es tener fe. Tener fe en la vida, en las personas, en tus amigos, en tus hijos, en tus padres, en Dios. Rezar es la maestría de niños y abuelos. Y es un súper poder que nos predispone al bien. Rezar es creer y ser practicante de un mundo mejor.

Fuente: abc.es

Publicado por JOQUIVESA en 11:40

9/10/25

Jesucristo, nuestra esperanza

El Papa en la Audiencia General

Ciclo de catequesis - Jubileo 2025. . III. La Pascua de Jesús. 6. La muerte. «Jesús, dando un fuerte grito, expiró» (Mc 15, 37)

Queridos hermanos y hermanas:

Buenos días y gracias por vuestra presencia, ¡un hermoso testimonio!

Hoy contemplamos la cumbre de la vida de Jesús en este mundo: su muerte en la cruz. Los Evangelios recogen un detalle muy valioso, que merece ser contemplado con la inteligencia de la fe. En la cruz, Jesús no muere en silencio. No se apaga lentamente, como una luz que se consume, sino que deja la vida con un grito: «Jesús, dando un fuerte grito, expiró» (Mc 15,37). Ese grito encierra todo: dolor, abandono, fe, ofrenda. No es solo la voz de un cuerpo que cede, sino la última señal de una vida que se entrega.

El grito de Jesús va precedido por una pregunta, una de las más lacerantes que se pueden pronunciar: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». Es el primer versículo del Salmo 22, pero en los labios de Jesús adquiere un peso único. El Hijo, que siempre ha vivido en íntima comunión con el Padre, experimenta ahora el silencio, la ausencia, el abismo. No se trata de una crisis de fe, sino de la última etapa de un amor que se entrega hasta el fondo. El grito de Jesús no es desesperación, sino sinceridad, verdad llevada al límite, confianza que resiste incluso cuando todo calla.

En ese momento, el cielo se oscurece y el velo del templo se rasga (cf. Mc 15,33.38). Es como si la creación participara de ese dolor y al mismo tiempo revelara algo nuevo: Dios ya no habita detrás de un velo, su rostro es ahora plenamente visible en el Crucifijo. Es allí, en aquel hombre desgarrado, donde se manifiesta el amor más grande. Es allí donde podemos reconocer a un Dios que no permanece distante, sino que atraviesa hasta el fondo nuestro dolor.

El centurión, un pagano, lo entiende. No porque haya escuchado un discurso, sino porque vio morir a Jesús en ese modo: «Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios» (Mc 15,39). Es la primera profesión de fe después de la muerte de Jesús. Es el fruto de un grito que no se dispersó en el viento, sino que tocó un corazón. A veces, lo que no somos capaces de decir con palabras lo expresamos con la voz. Cuando el corazón está lleno grita. Y esto no siempre es una señal de debilidad, puede ser un profundo acto de humanidad.

Nosotros estamos acostumbrados a pensar en el grito como algo descompuesto, que hay que reprimir. El Evangelio confiere a nuestro grito un valor inmenso, recordándonos que puede ser una invocación, una protesta, un deseo, una entrega. Es más, puede ser la forma extrema de la oración, cuando ya no nos quedan palabras en ese grito, Jesús puso todo lo que le quedaba: todo su amor, toda su esperanza.

Sí, porque también hay esto en el grito: una esperanza que no se resigna. Se grita cuando se cree que alguien todavía puede escuchar. Se grita no por desesperación, sino por deseo. Jesús no gritó contra el Padre, sino hacia Él. Incluso en el silencio, estaba convencido de que el Padre estaba allí. Y así nos mostró que nuestra esperanza puede gritar, incluso cuando todo parece perdido.

Gritar se convierte entonces en un gesto espiritual. No es solo es primer acto de nuestro nacimiento – cuando llegamos al mundo llorando – : es también un modo para permanecer vivos. Se grita cuando se sufre, pero también cuando se ama, se llama, se invoca. Gritar es decir que estamos, que no queremos apagarnos en silencio, que tenemos todavía algo que ofrecer.

En el viaje de la vida, hay momentos en los que guardar todo dentro puede consumirnos lentamente. Jesús nos enseña a no tener miedo del grito, mientras sea sincero, humilde, orientado al Padre. Un grito no es nunca inútil si nace del amor. Y nunca es ignorado si se entrega a Dios. Es una vía para no ceder al cinismo, para continuar creyendo que otro mundo es posible.

Queridos hermanos y hermanas, aprendamos también esto del Señor Jesús: aprendamos el grito de la esperanza cuando llega la hora de la prueba extrema. No para herir, sino para encomendarnos. No para gritar contra alguien, sino para abrir el corazón. Si nuestro grito es verdadero, podrá ser el umbral de una nueva luz, de un nuevo nacimiento. Como para Jesús: cuando todo parece acabado, en realidad, la salvación estaba a punto de iniciar. Si se manifiesta con la confianza y la libertad de los hijos de Dios, la voz sufriente de nuestra humanidad, unida a la voz de Cristo, se puede convertir en fuente de esperanza para nosotros y para quien está a nuestro lado.

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Saludos 

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Pidamos al Espíritu Santo que nos ayude a dar voz a los sufrimientos de la humanidad a través de nuestra oración y de obras concretas de caridad, para que esa voz, unida a la Cristo, pueda convertirse en fuente de esperanza para todos. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.

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Resumen leído por el Santo Padre en español

Queridos hermanos y hermanas:

En esta catequesis contemplamos la muerte de Jesús en la cruz. El Evangelio nos ofrece un detalle muy valioso, y es que Jesús no muere en silencio, sino que entrega su vida con un grito. Ese grito expresa dolor, abandono, fe, ofrenda total. El Hijo, que siempre ha vivido en comunión íntima con el Padre, experimenta ahora el silencio, la ausencia, el abismo. Pero el grito de Jesús no es de desesperación sino de sinceridad y verdad, y revela una profunda confianza, que resiste aun cuando todo calla.  

En el Crucificado podemos reconocer a un Dios que no permanece distante, sino que entra hasta lo más hondo de nuestro dolor. Su grito es un acto profundo de humanidad, y también es una forma extrema de oración. En ese grito Jesús clama al Padre porque cree en Él, porque lo ama y no ha perdido la esperanza. Así nos enseña, en nuestras noches oscuras, a ofrecerle nuestros gritos de dolor al Padre. Son gritos de esperanza en la hora de la prueba, que nos ayudan a confiar y a abrir el corazón al Dios que salva.

Fuente: vatican.va

Publicado por JOQUIVESA en 19:02

9/09/25

Tres frases clave de san Agustín para leer el pontificado de León XIV

María Rabell Gracía

Cada 28 de agosto, la Iglesia celebra a san Agustín, cuya herencia vive en los 2.800 miembros de su orden repartidos en 50 países… y hoy también en el Papa.

¿Quién habría dicho al joven Agustín de Hipona (354-430) que, siglos después, un Papa se presentaría ante el mundo como «hijo suyo»? La paradoja de aquel hombre inquieto, que pasó de buscar placeres y honores a convertirse en doctor de la Iglesia, sigue siendo actual: su vida fue testimonio de que la gracia de Dios puede transformar cualquier existencia.

Agustín conoció la sed del corazón humano y la dificultad de hallar respuestas en lo pasajero. «La medida del amor es amar sin medida», escribió, condensando en una frase lo que él mismo aprendió al dejarse alcanzar por Cristo: que solo un amor absoluto puede dar sentido a la vida.

Hoy, esas palabras resuenan en el pontificado de León XIV, que bebe de la espiritualidad agustiniana para orientar sus gestos y decisiones. Más que citas del pasado, son claves que ayudan a comprender la misión de un Papa que, desde el inicio, no ha ocultado sus raíces.

«Nos has Señor hecho para ti, y nuestro corazón

está inquieto hasta que descanse en ti»

Nada más comenzar la homilía de la misa de inicio de su ministerio petrino, León XIV evocó las palabras de san Agustín: «Nos has Señor hecho para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti».

Con esta frase, probablemente una de las más célebres del santo de Hipona, el Pontífice pareció querer subrayar que, pese a la magnitud del momento que la Iglesia atravesaba con el inicio de un nuevo pontificado, y que él mismo vivía de manera intensa en lo personal, es la búsqueda de una vida en Dios la que debe ser la referencia constante para toda la vida de la Iglesia.

Mirar a Cristo, acercarse a Él y acoger su Palabra «que ilumina y consuela» fueron las exhortaciones del Pontífice al mundo: «¡Escuchen su propuesta de amor para convertirse en su única familia! En el único Cristo, somos uno». Una unidad de vida de la que León XIV ha hecho hincapié en numerosos momentos desde que fue elegido el 8 de mayo.

Por ejemplo, en una audiencia privada con monaguillos franceses, el Pontífice destacó un aspecto central donde se concretiza esa comunión con Cristo: la Eucaristía, a la que definió como «el Tesoro de la Iglesia» y «el Tesoro de los Tesoros»: «¡La celebración de la Misa nos salva hoy! ¡Salva al mundo hoy! Es el encuentro donde Dios se nos entrega por amor, una y otra vez. El cristiano no va a Misa por deber, sino porque lo necesita, ¡absolutamente!», exclamó.

«Nada manifiesta mejor al amigo como

llevar la carga del amigo»

Nada manifiesta mejor la esencia de la amistad que «llevar la carga del amigo», escribió Agustín, y esta idea parece iluminar varios gestos del Pontífice desde el inicio de su ministerio. El agustino León XIV mantiene un vínculo constante con la Orden que lo formó, visitando su casa general en el Vaticano y reforzando la importancia de la vida comunitaria.

Los hermanos agustinos dan testimonio de «su libre entrega al servicio de Dios» y actúan «no como siervos bajo la ley, sino como personas libres bajo la gracia». Vivir en comunidad es un don, «no por sus fuerzas, ni por sus méritos, sino por don suyo», explica la web de la Orden.

La oración compartida, la lectura orante de la Escritura y la comunión de bienes, prácticas centrales en la vida agustiniana, son también expresión de una espiritualidad que sostiene, une y acompaña. Es así como «llevar la carga del amigo» no se limita a una metáfora, sino que se convierte en un principio operativo que orienta la manera en que León XIV se relaciona con los fieles y ejerce su liderazgo pastoral dentro de la Iglesia.

«Estás más dentro de mí que yo mismo»

«Estás más dentro de mí que yo mismo», en otra de las frases más imperecederas que escribió el doctor de la Iglesia. Esta convicción sobre la presencia de Dios en lo profundo del corazón humano parece encontrar eco en la personalidad de León XIV, marcada por la discreción, la sobriedad y el silencio. Son muchas las voces que destacan cómo el Papa no improvisa: mide sus gestos y sus palabras, actuando con la conciencia de que la verdadera fuerza no proviene de la exterioridad, sino de esa vida interior que da consistencia a todo lo demás.

En esa misma línea, durante la misa celebrada en Castelgandolfo el pasado 20 de julio, León XIV subrayó la necesidad de una fe que no se limite a las obras visibles, sino que brote de la escucha profunda de Dios, «de la meditación de la Palabra de Dios y de la atención a lo que el Espíritu sugiere a nuestro corazón», dijo.

El Papa insistió en la urgencia de recuperar espacios de silencio en la vida cristiana «como signo profético para nuestros tiempos». «Reservemos momentos de oración en los que, acallando ruidos y distracciones, nos pongamos ante Él y logremos unidad en nuestro interior», exhortó. En un tiempo marcado por la dispersión y el ruido, parece que seguirá presente la invitación del Santo Padre a redescubrir al Dios que habita en lo íntimo, a escuchar al Padre que habla y ve en lo secreto.

Fuente: eldebate.com

Publicado por JOQUIVESA en 11:21

9/08/25

'La Princesa prometida' y el amor verdadero

Juan Luis Selma

Los grandes cambios están hechos de pequeños gestos

La criatura humana ya no es capaz de la verdad ni del amor. Ha mutado nuestro genotipo, impidiendo lo auténtico y lo duradero. Ya solo puedo afirmar que, por hoy, te quiero un poquito

Las afirmaciones absolutas y contundentes están expuestas bajo la lupa crítica en la civilización contemporánea. La expresión coloquial “¡Tí@, ¡qué fuerte!” lo acompaña casi todo. Es la reacción espontánea ante lo consistente, lo absoluto, lo cierto. Nos gustan los matices, los acentos, las componendas. Si escuchamos de alguien una afirmación rotunda, nos ponemos nerviosos. Ya no apostamos por lo sólido; lo líquido es más digestivo y, mucho más, lo gaseoso.

Las afirmaciones absolutas están bajo sospecha: se perciben como simplificaciones que ignoran los hechos. El relativismo, el escepticismo y el miedo a la verdad dejan huella. Hemos delegado la verdad exclusivamente a los científicos. Una nueva pandemia, un virus contagioso, nos ha debilitado. La criatura humana ya no es capaz de la verdad ni del amor. Ha mutado nuestro genotipo, impidiendo lo auténtico y lo duradero. Ya solo puedo afirmar que, por hoy, te quiero un poquito.

Westley, el protagonista de La princesa prometida, arriesga gustosamente su vida por Buttercup. La película hace del “amor verdadero” su estandarte, y lo hace con humor, ingenio y ternura. Es un canto al amor verdadero, y la frase predilecta de Westley es: “Como desees”. Así se expresa el amor: con la ilusión de agradar al amado.

Una película actual que contrasta fuertemente con la visión épica y romántica del amor en La princesa prometida es Los juegos del amor (2024), una comedia romántica de Netflix protagonizada por Gina Rodríguez y Damon Wayans Jr. Aquí, los protagonistas buscan ligar sin comprometerse; el amor es un juego de sensaciones, placeres y emociones. Se queda en puro éter: ya no es la roca sobre la que se apoya una vida. Es pasajero, frágil, interesado.

Es gaseoso porque no tiene forma definida, se oculta tras excusas y se transforma según el momento. La única regla es la satisfacción personal. En todo caso, se respeta el consentimiento, pero no la verdad del amor. Parece libre, pero no lo es, ya que no hay una decisión inteligente, estudiada y querida. Hay un mero deseo, un “me apetece”.

En este contexto social, difícilmente se puede entender la afirmación evangélica: “Si alguno viene a mí y no odia a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, hasta su propia vida, no puede ser mi discípulo. Y el que no carga con su cruz y viene detrás de mí, no puede ser mi discípulo” (Lc 14, 26-27). “¡Qué fuerte!”, dirán muchos. Y no pocos añadirán: “¿De qué va?”. Los más “cultillos” pontificarán sobre lo exagerados que son los cristianos, lo fuera de lugar que está la Iglesia.

Cristo, para poner a Simón como cabeza de su Iglesia, le cambió el nombre: Pedro, piedra. “Sobre esta roca edificaré mi Iglesia”. La familia de los hijos de Dios, los llamados a la libertad y a la felicidad —aquellos que han de tener como norma el amor— no pueden afincar sus vidas en el mero sentimiento u opinión. Son los seguidores de Cristo: Camino, Verdad y Vida. “Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por los amigos”, nos dirá.

Cuando nos pide seguirle así, no está descalificando el amor humano —esponsal, familiar o de amistad—; lo está poniendo en valor. Lo eleva a la categoría del absoluto, de aquello que vale la pena, de lo sólido, de lo duradero y fuerte. Nos está diciendo que hay Alguien que está sobre todo, porque es el origen de todo. El Amor quiere ser amado con amor verdadero. El Amor es el fundamento y origen de todo amor.

La frase “El amor no es amado” se atribuye tradicionalmente a san Francisco de Asís, porque encarna perfectamente su espiritualidad: un amor apasionado por Cristo, una vida de pobreza radical y una sensibilidad profunda ante el sufrimiento de Dios por la indiferencia humana. Aunque no sea históricamente verificable, la frase refleja el corazón del santo.

Si somos capaces de amarle así, amaremos a los demás a lo grande. Esto supone no limitarnos a cumplir los mandamientos, a ir a misa y rezar todos los días, sino conocerle, fiarnos de Él. Buscar formarnos para que, conociéndole, podamos amarle. Podemos trasladar al amor de Dios los parámetros del amor humano: quererle y tratarle cómo podemos amar a una criatura en la tierra.

Fuente:  eldiadecordoba.es

Publicado por JOQUIVESA en 12:53

9/07/25

SANTA MISA Y CANONIZACIÓNES

Palabras improvisadas antes de la Santa Misa

¡Buenos días a todos! ¡Feliz domingo y bienvenidos! ¡Gracias!

Hermanos y hermanas, hoy es un día de gran alegría para toda Italia, para toda la Iglesia y para todo el mundo. Antes de comenzar la solemne celebración de la Canonización, quería saludarlos y decirles unas palabras a todos ustedes, porque, si bien la celebración es muy solemne, también es un día de gran alegría. Quería saludar especialmente a tantos jóvenes, chicos y chicas, que han venido a esta Santa Misa. Es verdaderamente una bendición del Señor encontrarnos ya que han venido de diferentes países. Es realmente un don de la fe que queremos compartir.

Después de la Santa Misa, les pido que tengan un poco de paciencia, espero poder ir a saludarlos a la plaza, ya que ahora están un poco lejos. Espero al menos poder saludarlos.

Saludo a los familiares de los dos Beatos, casi Santos, a las delegaciones oficiales, a los numerosos obispos y sacerdotes que han venido. Un aplauso para todos ellos, ¡gracias también a ustedes por estar aquí! ¡Religiosos y religiosas, y a la Acción Católica!

Nos preparamos para esta celebración litúrgica con la oración, con el corazón abierto, deseando recibir verdaderamente esta gracia del Señor. Y así sentir en el corazón lo mismo que vivieron Pier Giorgio y Carlo: este amor por Jesucristo, sobre todo en la Eucaristía, pero también en los pobres, en los hermanos y hermanas. También ustedes, todos nosotros, estamos llamados a ser santos. ¡Que Dios los bendiga! ¡Feliz celebración! ¡Gracias por estar aquí!

Homillía del Papa

Queridos hermanos y hermanas:

En la primera lectura hemos escuchado una pregunta: «[Señor,] ¿y quién habría conocido tu voluntad si tú mismo no hubieras dado la Sabiduría y enviado desde lo alto tu santo espíritu?» (Sab 9,17). La hemos oído después de que dos jóvenes beatos, Pier Giorgio Frassati y Carlo Acutis, fueran proclamados santos, y eso es providencial. En el libro de la Sabiduría, esta pregunta está atribuida precisamente a un joven como ellos: el rey Salomón. Cuando murió David, su padre, él se dio cuenta de que disponía de muchas cosas: el poder, la riqueza, la salud, la juventud, la belleza, el reino. Pero esta gran abundancia de medios le había hecho surgir una pregunta en su corazón: “¿Qué debo hacer para que nada se pierda?”. Y había entendido que el único camino para encontrar una respuesta era pedir a Dios un don aún mayor: su Sabiduría, para poder conocer sus proyectos y adherir a ellos fielmente. Se dio cuenta, en efecto, que de ese modo todas las cosas encontrarían su lugar en el gran designio del Señor. Sí, porque el riesgo más grande de la vida es desaprovecharla fuera del proyecto de Dios.

También Jesús, en el Evangelio, nos habla de un proyecto al que adherir hasta el final. Dice: «El que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo» (Lc 14,27); y agrega: «cualquiera de ustedes que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo» (v. 33). Es decir, nos llama a lanzarnos sin vacilar a la aventura que Él nos propone, con la inteligencia y la fuerza que vienen de su Espíritu y que podemos acoger en la medida en que nos despojamos de nosotros mismos, de las cosas y de las ideas a las que estamos apegados, para ponernos a la escucha de su palabra.

Muchos jóvenes, a lo largo de los siglos, tuvieron que afrontar este momento decisivo de la vida. Pensemos en san Francisco de Asís: como Salomón, también él era joven y rico, y estaba sediento de gloria y de fama. Por eso partió a la guerra, esperando ser nombrado “caballero” y revestirse de honores. Pero Jesús se le apareció en el camino y le hizo reflexionar sobre lo que estaba haciendo. Vuelto en sí, dirigió a Dios una pregunta sencilla: «Señor, ¿qué quieres que haga?». [1] Y a partir de allí, volviendo sobre sus pasos, comenzó a escribir una historia diferente: la maravillosa historia de santidad que todos conocemos, despojándose de todo para seguir al Señor (cf. Lc 14,33), viviendo en pobreza y prefiriendo el amor a los hermanos, especialmente a los más débiles y pequeños, al oro, a la plata y a las telas preciosas de su padre.

¡Y cuántos otros santos y santas podríamos recordar! A veces nosotros los representamos como grandes personajes, olvidando que para ellos todo comenzó cuando, aún jóvenes, respondieron “sí” a Dios y se entregaron a Él plenamente, sin guardar nada para sí. A este respecto, san Agustín cuenta que, en el «nudo tortuosísimo y enredadísimo» de su vida, una voz, en lo profundo, le decía: «Sólo a ti quiero». [2] Y, de esa manera, Dios le dio una nueva dirección, un nuevo camino, una nueva lógica, donde nada de su existencia estuvo perdido.

En este marco, contemplamos hoy a san Pier Giorgio Frassati y a san Carlo Acutis: un joven de principios del siglo XX y un adolescente de nuestros días, ambos enamorados de Jesús y dispuestos a dar todo por Él.

Pier Giorgio encontró al Señor por medio de la escuela y los grupos eclesiales —la Acción Católica, las Conferencias de San Vicente de Paúl, la F.U.C.I. (Federación Universitaria Católica Italiana), la Orden Tercera de Santo Domingo— y dio testimonio de ello a través de su alegría de vivir y de ser cristiano en la oración, en la amistad y en la caridad. Hasta el punto de que, a fuerza de verlo recorrer las calles de Turín con carritos repletos de ayuda para los pobres, sus amigos lo llamaban “Empresa de Transportes Frassati”. También hoy, la vida de Pier Giorgio representa una luz para la espiritualidad laical. Para él la fe no fue una devoción privada; impulsado por la fuerza del Evangelio y la pertenencia a asociaciones eclesiales, se comprometió generosamente en la sociedad, dio su contribución en la vida política, se desgastó con ardor al servicio de los pobres.

Carlo, por su parte, encontró a Jesús en su familia, gracias a sus padres, Andrés y Antonia —presentes hoy aquí con sus dos hermanos, Francesca y Michele— y después en la escuela, también él, y sobre todo en los sacramentos, celebrados en la comunidad parroquial. De ese modo, creció integrando naturalmente en sus jornadas de niño y de adolescente la oración, el deporte, el estudio y la caridad.

Ambos, Pier Giorgio y Carlo, cultivaron el amor a Dios y a los hermanos a través de medios sencillos, al alcance de todos: la Santa Misa diaria, la oración, y especialmente la adoración eucarística. Carlo decía: «Cuando nos ponemos frente al sol, nos bronceamos. Cuando nos ponemos ante Jesús en la Eucaristía, nos convertimos en santos», y también: «La tristeza es dirigir la mirada hacia uno mismo, la felicidad es dirigir la mirada hacia Dios. La conversión no es otra cosa que desviar la mirada desde abajo hacia lo alto. Basta un simple movimiento de ojos». Otra cosa esencial para ellos era la confesión frecuente. Carlo escribió: «A lo único que debemos temer realmente es al pecado»; y se maravillaba porque —son palabras suyas— «los hombres se preocupan mucho por la belleza del propio cuerpo y no se preocupan, en cambio, por la belleza de su propia alma». Ambos, además, tenían una gran devoción por los santos y por la Virgen María, y practicaban generosamente la caridad. Pier Giorgio decía: «Alrededor de los pobres y los enfermos veo una luz que nosotros no tenemos». [3] Llamaba a la caridad “el fundamento de nuestra religión” y, como Carlo, la ejercitaba sobre todo por medio de pequeños gestos concretos, a menudo escondidos, viviendo lo que el Papa Francisco ha llamado «la santidad “de la puerta de al lado”» (Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 7).

Incluso cuando los aquejó la enfermedad y esta fue deteriorando sus jóvenes vidas, ni siquiera eso los detuvo ni les impidió amar, ofrecerse a Dios, bendecirlo y pedirle por ellos y por todos. Un día Pier Giorgio dijo: «El día de mi muerte será el día más bello de mi vida»; [4] y en su última foto, que lo retrata mientras escalaba una montaña de Val di Lanzo, con el rostro dirigido a la meta, había escrito: «Hacia lo alto». [5] Por otra parte, a Carlo, siendo aún más joven, le gustaba decir que el cielo nos espera desde siempre, y  que amar el mañana es dar hoy nuestro mejor fruto.

Queridos amigos, los santos Pier Giorgio Frassati y Carlo Acutis son una invitación para todos nosotros, sobre todo para los jóvenes, a no malgastar la vida, sino a orientarla hacia lo alto y hacer de ella una obra maestra. Nos animan con sus palabras: “No yo, sino Dios”, decía Carlo. Y Pier Giorgio: “Si tienes a Dios como centro de todas tus acciones, entonces llegarás hasta el final”. Esta es la fórmula, sencilla pero segura, de su santidad. Y es también el testimonio que estamos llamados a imitar para disfrutar la vida al máximo e ir al encuentro del Señor en la fiesta del cielo.

Fuente: vatican.va


Publicado por JOQUIVESA en 20:30

9/03/25

Para seguir a Jesús

23.º domingo del Tiempo ordinario (Ciclo C)

Evangelio (Lc 14,25-33)

Iba con él mucha gente, y se volvió hacia ellos y les dijo:

— Si alguno viene a mí y no odia a su padre y a su madre y a su mujer y a sus hijos y a sus hermanos y a sus hermanas, hasta su propia vida, no puede ser mi discípulo. Y el que no carga con su cruz y viene detrás de mí, no puede ser mi discípulo.

Porque, ¿quién de vosotros, al querer edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos a ver si tiene para acabarla? No sea que, después de poner los cimientos y no poder acabar, todos los que lo vean empiecen a burlarse de él, y digan: «Este hombre comenzó a edificar y no pudo terminar». ¿O qué rey, que sale a luchar contra otro rey, no se sienta antes a deliberar si puede enfrentarse con diez mil hombres al que viene contra él con veinte mil? Y si no, cuando todavía está lejos, envía una embajada para pedir condiciones de paz. Así pues, cualquiera de vosotros que no renuncie a todos sus bienes no puede ser mi discípulo.

Comentario

Jesús se dirigía hacia Jerusalén, acompañado por sus discípulos, y muchos se les iban sumando por el camino. Era fácil dejarse arrastrar por el entusiasmo que provocaban sus palabras amables, por su cordial acogida -especialmente hacia los más necesitados-, y por su alegría contagiosa. Pero Jesús no quiere que ninguno de sus seguidores se sienta engañado. Vendrán momentos difíciles, porque en Jerusalén los espera la cruz.

Seguir a Jesús no es sumarse a un cortejo triunfal, sino tomar por amor decisiones que implican renuncia y sufrimiento. Quien desea seguirlo ha de estar libre de ataduras que le dificulten disponer de todo su tiempo, o que le resten energías para ayudarle en la obra de la redención. Jesús es demasiado claro, hasta el punto de que sus palabras acerca del desprendimiento de la propia familia resultan duras. ¿No manda Dios amar, reverenciar y obedecer a los padres? ¿Cómo es que Jesús emplea unas palabras tan fuertes, que parecen contradecir ese mandamiento?

Jesús necesita seguidores fieles. Pero el Maestro sabe bien que es difícil resistirse al cariño de los padres, amigos, o parientes cercanos, y que éstos, muchas veces con buena intención, pueden dejarse llevar más del corazón que de la fe o la razón. Por eso su lenguaje fuerte no deja lugar a dudas. San Juan Crisóstomo, hablando de los padres, explicaba en una de sus homilías que el Señor “solamente manda que se les obedezca en lo que no se opone a la piedad para con Dios; y en todo lo demás, es cosa santa procurarles todo honor. Pero cuando exigen más de lo que conviene, no se ha de obedecer”. Este Padre de la Iglesia hace notar que Jesús no manda aborrecer a los padres, lo que sería una gran maldad, sino que dice que “si ellos quieren que los ames más que a Mí”, entonces aborrécelos, porque en ese caso estarían perdiéndose a sí mismos y al hijo al que piensan que aman, pero al que le están dificultando su correspondencia a la gracia. Decía esto Cristo –concluye el Crisóstomo– para hacer a los hijos más fuertes y a los padres que quieran poner impedimentos, más sensatos.

Fiel a la doctrina del Evangelio, el Catecismo de la Iglesia Católica enseña que “Cristo es el centro de toda vida cristiana. El vínculo con Él ocupa el primer lugar entre todos los demás vínculos, familiares o sociales. Por esto, Dios se sirve de buenas familias cristianas, para sembrar en sus hijos el amor a Él, a los demás y la generosidad para que centren sus vidas en torno a Cristo, y encuentren en sus padres el apoyo necesario para secundar su vocación.

Para dar razón de esta exigencia Jesús se sirve de dos parábolas: la de la torre que se ha de construir y la del rey que va a la guerra. De ambas se desprende la importancia de no dejarse llevar por un primer impulso sentimental, sino de sopesar a fondo todo lo que está en juego, antes de tomar una decisión precipitada. Si se trata de colaborar con Cristo en la obra de la redención, no cabe una entrega a medias, un decir que sí, pero sin terminar de desligarse de todas las ataduras de la tierra. La conclusión es clara: “cualquiera de vosotros que no renuncie a todos sus bienes no puede ser mi discípulo”. Sus palabras se dirigen a todos, tanto a quien está en momentos de discernimiento de su vocación personal, como a quienes forman parte del entorno familiar o social de quienes están tomando sus propias decisiones vitales.

La experiencia de los santos invita siempre a una respuesta libre y generosa. “Aceptemos sin miedo la voluntad de Dios –aconseja san Josemaría–, formulemos sin vacilaciones el propósito de edificar toda nuestra vida de acuerdo con lo que nos enseña y exige nuestra fe. Estemos seguros de que encontraremos lucha, sufrimiento y dolor, pero, si poseemos de verdad la fe, no nos consideraremos nunca desgraciados: también con penas e incluso con calumnias, seremos felices con una felicidad que nos impulsará a amar a los demás, para hacerles participar de nuestra alegría sobrenatural”.

Fuente: opusdei.org

Publicado por JOQUIVESA en 20:40
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