7/31/19

Instituto Juan Pablo II para el Matrimonio y la Familia

Comunicado que denuncia noticias falsas y sesgadas

Respondiendo a una información “distorsionada, partidista, a veces de mala fe”, el Pontificio Instituto Teológico Juan Pablo II para Ciencias del Matrimonio y de la Familia publicó el 29 de julio de 2019 unas aclaraciones sobre su nuevo estatuto.
El doble curso en Teología y Ciencias del Matrimonio y la Familia tiene por objeto fomentar la investigación, explica la declaración. El proyecto académico, aprobado por la Congregación para la Educación Católica, pide “una ampliación de la reflexión sobre la familia”, para subrayar su “centralidad” en la Iglesia y en la sociedad.
El Instituto dirigido por Mons. Vincenzo Paglia niega querer suprimir la Cátedra Karol Wojtyla y desmiente el rumor de una carta de 150 estudiantes que lamentan las innovaciones: “Hasta la fecha, las autoridades académicas solo han recibido una carta de los representantes de los estudiantes de grado y de postgrado pidiendo explicaciones sobre las innovaciones (…). Todos los estudiantes fueron informados rápidamente sobre las innovaciones y tranquilizados”.
Además, el texto continúa describiendo que los estatutos regulan con precisión las funciones de las autoridades: la noticia de una concentración de poderes en manos del Canciller es falsa. A partir de ahora, por ejemplo, el nombramiento de nuevos profesores se hará a través de un concurso público.
También se explica la partida de dos profesores: el profesor Noriega, al ser superior de una orden religiosa, ya no podía ocupar un puesto estable; y la Cátedra de Teología Moral Fundamental del profesor Melina ya no existía dentro de la nueva estructura. De hecho, si se pone un nuevo énfasis en la Moral del matrimonio y la familia, en contraste, se aligera la enseñanza de la Moral Fundamental. Por otra parte, a otros profesores cuyos cursos se redujeron se les ofrecerá una futura colaboración.
La noticia del despido de algunos de los empleados administrativos del Instituto “es absolutamente falsa”, concluye el texto: “Todos continúan su servicio, particularmente oneroso en este período de cambio”.

7/30/19

“¿Qué hacer con los bienes materiales?”


P. Antonio Rivero, L.C.

XVIII Domingo del Tiempo Ordinario - Ciclo C
Textos: Qohelet 1, 2; 2, 21-23; Col 3, 1-5.9-11; Lc 12, 13-21
Idea principal: “Guardaos de toda codicia”. Ante los bienes materiales, ni desprecio, ni apego, sino el “tanto cuanto” que nos aconsejó san Ignacio de Loyola.
Síntesis del mensaje: “La avaricia rompe el saco”. Esta frase proverbial parte de la imagen de un ladrón que iba poniendo en un saco cuanto robaba y cuando, para que cupiera más, apretó lo que iba dentro, y el saco se rompió. La codicia rompe el saco es una forma más antigua que La avaricia rompe el saco, como lo muestra su presencia en obras como La Lozana Andaluza 252, El Guzmán de Alfarache, esa novela picaresca de Mateo Alemán, El Quijote I 20, II 13 y 26. Una forma sinónima aparece en El Criticón de Baltasar Gracián: Por no perder un bocado, se pierden cientos. El corazón del codicioso no reposa ni siquiera de noche (evangelio). Busquemos las cosas de arriba (2ª lectura), pues las de acá abajo no sacian y son perecederas (1ª lectura).
Puntos de la idea principal:
En primer lugarante los bienes materiales no cabe el despreciarlos. Jesús no nos está invitando a despreciar los bienes de la tierra (evangelio). Son buenos y lícitos, y si fueron conseguidos honestamente, nos ayudan a llevar una vida digna y desahogada, en orden a tener una casa confortable y un trabajo remunerado, alimentar y sostener la familia, ofrecer una buena educación a los hijos y ayudar a los necesitados. La riqueza en sí no es buena ni mala: lo que puede ser malo es el uso que hacemos de ella y la actitud interior ante ella. Si Jesús llamó necio o insensato al rico del evangelio, no fue porque fuera rico, o porque hubiera trabajado por su bienestar y el de su familia, sino porque había programado su vida prescindiendo de Dios y olvidando también la ayuda a los demás. La codicia lleva a los hombres a expresar un profundo amor por las posesiones, lo que los constituye en idólatras.
En segundo lugarante los bienes materiales nos haría muy mal el apegarnos o idolatrarlos. Basta abrir la Sagrada Escritura: Judas fue codicioso y entregó a su Maestro; David codició a Betsabé y cometió adulterio y asesinato; Jacob codició los derechos de su hermano y le incitó a despreciarlos; los hijos de Jacob codiciaron el amor del padre y por envidia quisieron matar a su hermano José; Ananías y Safira mintieron y murieron. La codicia es un pecado tan antiguo como sutil. En el mundo en que vivimos, materialista por excelencia, no es nada raro que nos veamos tentados por la codicia. La Palabra de Dios nos habla del origen de la codicia, de sus efectos y de cómo enfrentarla. Este dicho esta ligado a la fábula de Esopo que habla del perro y el reflejo en el río. Un perro que iba con un pedazo de carne en su hocico y al pasar por un puente vio su imagen reflejada en el agua. Pensó que era otro perro que tenía un pedazo más grande y quiso quitárselo…El resultado: se quedó sin nada. Qohelet (1ª lectura) nos invita a relativizar los diversos afanes que solemos tener con su tono pesimista: “vanidad, todo es vanidad”, que podemos también traducir así: “vaciedad, todo es vaciedad”. La riqueza no nos lo da todo en la vida, ni es lo principal: la muerte lo relativiza todo. Es sabio reconocer los límites de lo humano y ver las cosas en el justo valor que tienen, transitorio y relativo. Tanto afán y tanta angustia, incluso del trabajo, no puede llevarnos a nada sólido. Nuestra vida es como la hierba que está fresca por la mañana y por la tarde ya se seca (Salmo). Jesús en el evangelio nos invita al desapego del dinero porque no es un valor absoluto ni humana ni cristianamente. Por encima del dinero está la amistad, la vida de familia, la cultura, el arte, la comunicación interpersonal, el sano disfrute de la vida, la ayuda solidaria a los demás. Hay que tener tiempo para sonreír, jugar, “perder tiempo” con los familiares y amigos.
Finalmenteante los bienes materiales sigamos la consigna de san Ignacio de Loyola: “en tanto cuanto”. La regla del «tanto cuanto» es importante para todos los mortales. No se trata de una doctrina filosófica, ni de una planificación económica, ni de un proyecto político, pero pudiera servir para todo. El gran San Ignacio de Loyola, en sus Ejercicios Espirituales, lo presenta con las siguientes expresiones. “El hombre es creado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y, mediante esto, salvar su alma; y las otras cosas sobre la haz de la tierra son creadas para el hombre y para que le ayuden en la prosecución del fin para que es creado. De donde se sigue, que el hombre tanto ha de usar de ellas, cuanto le ayuden para su fin, y tanto debe privarse de ellas, cuanto para ello le impiden. Por lo cual es menester hacernos indiferentes a todas las cosas creadas, en todo lo que es concedido a la libertad de nuestro libre albedrío, y no le está prohibido; en tal manera, que no queramos, de nuestra parte más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta, y por consiguiente en todo lo demás; solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin que somos creados” (Ejercicios Espirituales, nº 23). Esta regla, de alguna forma la emplean todas las personas, pero no en el sentido en el que exige San Ignacio, porque todos buscan las criaturas, tanto cuanto lo puedan enriquecer, deleitar, distraer, divertir. Es una óptica totalmente diversa, ya que la mayoría emplea la filosofía del tanto cuanto, sólo en logros terrenos, humanos, materiales, olvidando aplicar esta fórmula en nuestras relaciones con Dios, en el negocio más importante: la salvación del alma. Sólo cuando tenemos a Cristo como Señor de nuestras vidas, podemos estar seguros de que moriremos más y más al pecado y viviremos más y más para Él, interesándonos por la salvación del alma.
Para reflexionar: ¿Dónde pongo mi felicidad: en las cosas materiales y perecederas o en las cosas eternas e incorruptibles? ¿Podría afirmar de verdad que uso y deseo todo «tanto cuanto» me es provechoso para mi salvación eterna? ¿Peco de codicia, aceptando sobornos, aprovechándome del débil para mi beneficio, defendiendo al injusto, ardiendo de envidia, viviendo siempre descontento con lo que tengo?
Para rezarDios Todopoderoso que impulsaste a san Antonio Abad a abandonar las cosas de este mundo para seguir en pobreza y soledad el Evangelio de tu Hijo, te pedimos que, a ejemplo suyo sepamos desprendernos interior y exteriormente de todo lo que nos impide amarte y servirte con todo el corazón, el alma y las fuerzas. Por Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor. Amén.

7/29/19

Comunicar la fe con eficacia

El autor comparte experiencias y consideraciones con el fin de transmitir la fe en arguments.es. En este artículo, incorpora también aportaciones de expertos en redes sociales como Jorge Gutiérrez, Auxi Rueda, La Samaritana, Josefer Juan, Txomin Pérez y Paulina Núñez
La comunicación de la fe es…. la comunicación. Comunicar la fe no difiere mucho de comunicar otras cosas, excepto en un elemento trascendental: el atractivo del mensaje es mucho mayor. Por otra parte, la comunicación es una actividad profesional que tiene sus reglas, como la física, la construcción o el fútbol. Vamos a estudiar algunas de esas reglas en las redes sociales y el mundo digital con el objetivo de suscitar sensibilidad a la comunicación, un concepto muy vinculado al de comunión y comunidad.

Redes sociales, plazas públicas

A partir de 2003, empezaron a tener audiencias “masivas”. Facebook tiene 2.200 millones de usuarios activos: se trata de un fenómeno único en la historia de la comunicación que resulta difícil ignorar. YouTube supera los 1.900 millones e Instagram está por encima de 1.000 millones. Twitter tiene 335 millones de usuarios y algunos son líderes de opinión. A estas alturas, resulta evidente que en las redes sociales se dicen tonterías, e incluso hay gente que tiene en ellas conductas peligrosas, sembrando rumores, falsedades y división. Pero las redes sociales también reflejan la sed humana de vínculos con otras personas, de amistad, de estar cerca unos de otros.
A la vez, pueden reflejar simplemente vanidad o narcisismo. Es un mundo de paradojas, las paradojas de la comunicación digital, que presenta problemas y oportunidades y tiene también sus límites.

Lo que entienden los demás

Comunicar es entender qué hablamos para un público. Por eso lo importante no es qué decimos, sino qué entienden los demás. La comprensión de la audiencia es imprescindible para comunicar: es necesario investigar a fondo los públicos potenciales de la comunicación y ajustar a ellos los contenidos. Preguntarnos: ¿qué necesita la gente ahora, hoy? ¿En qué les puedo ser útil? El público nos tiene que comprender: por eso hay que tener cuidado con el lenguaje institucional o técnico. Comunicar supone dar razón con brillantez y claridad de cuestiones complejas.
En este sentido, comunicar es traducir. Las redes sociales tienen su lenguaje propio que hay que conocer de modo profesional: conviene usar hashtags o iniciar “hilos”, por ejemplo. Otro elemento de la comprensión del público es entender que mucha gente acude a las redes a descansar, a entretenerse, no a escuchar sermones. Pocas palabras bastan. No hay que cansar. Les relaciones con los públicos recuerdan también que hay que interactuar y responder: atreverse a preguntar, entrar en las historias. Ser samaritanos de las redes, no pasar de largo. Las encuestas pueden ser modos interesantes de plantear preguntas de fondo que hagan pensar.

Identidad

En las redes sociales debes tener una clara identidad. No puedes sufrir lo que se podría llamar el “síndrome de Jason Bourne”, el del que ya no sabe quién es: tienes que ser quién dices ser. A veces la distinción entre vida online y vida offline confunde un poco: la identidad de las personas es una en casa, en el trabajo, en la diversión y en la red, aunque los temas de conversación sean un poco diferentes. En cualquier caso, en las redes sociales tienes que elegir tu perfil, apostar por el tipo de persona que vas a ser. En el contexto digital, puedes suscitar inquietudes, compartir frases e imágenes que te han hecho pensar, o hablar de Dios, de la Virgen, del Papa o de los ángeles y los santos, nuestros grandes amigos. El cristianismo te hace alegre, optimista, te da esperanza. No tienes más que transmitirlo. Las JMJ tienen cientos de miles de amigos en redes sociales como Twitter, Facebook o Instagram.

Conversación y perfil

Hay que elegir el tema de conversación, de acuerdo con ese perfil que se ha definido. No es posible abordar todos los temas: es bueno planear un poco los contenidos que se van a difundir, de modo que sean diferenciados. Cada perfil debe tener características precisas. Y luego hay que cuidar ese perfil evitando dos extremos que en las redes sociales son perniciosos: la saturación y los silencios prolongados.
Aunque no se puede hablar de cualquier tema, tampoco podemos ser “monotemáticos”. En la vida hablamos de muchas cosas. Las redes son una prolongación de la vida, por eso es relevante que en ellas aparezcan nuestros diversos intereses, sin perder de vista la identidad que hemos definido para el perfil.
Por eso es importante hacer de altavoz de las cosas que los demás hacen bien, destacar los buenos contenidos de otros: citar otras cuentas, mostrar ejemplos excelentes y alabar las buenas prácticas.

La religión interesa

Cuando hablas de religión, la audiencia aumenta: la religión fascina a las multitudes. Estudia a Francisco, Benedicto XVI o Juan Pablo II como comunicadores (lee Luz del Mundo o Evangelii Gaudium, por ejemplo): te darán excelentes pistas para tu perfil en las redes sociales. La cuenta de Twitter del Papa Francisco ha sido un nuevo hito en ese proceso: se trata del líder mundial con más eco en esa plataforma de comunicación. También puedes aprender de la actividad en redes sociales de instituciones de la Iglesia y de grandes marcas como Coca-Cola, Nike, Starbucks o Google. Y no es verdad del todo que vayamos contracorriente, porque el mundo neopagano carece de futuro, es una civilización que ha agotado sus soluciones y respuestas y pide a gritos a Dios.

Primero, pensar

Cuenta hasta 10. Conviene usar las redes sociales con medida y reflexión. Tienes que formarte para usarlas. Hemos construido autopistas de la información, pero quizá nos hemos olvidado de enseñar a conducir. La adicción a la conexión y a la “popularidad” te hace ineficaz e improductivo. Lo importante no es cuánta gente te sigue: tú quieres tener credibilidad y autoridad para ayudar a muchas personas, no para brillar. La comunicación no es cuestión de medios, es cuestión de tener cosas que decir. Para conseguirlo, es imprescindible la formación y las buenas fuentes de información.
Es necesario también dedicar tiempo al pensamiento y la investigación: antes de hacer hay que pensar. Hay que formarse y saber.

La velocidad cuenta

En el contexto digital, la velocidad es relevante. Hay ciclos de noticias, hay conversaciones en marcha: las noticias solo son noticias hoy…. La “vida” de un post en Facebook es de 80 minutos. En Twitter, el 95% de los RT ocurren 60 minutos después de publicar. Las cosas tienen su momento, tienen sus horas, como tus públicos. Nos toca estar siempre pendientes de la actualidad. La relevancia de los mensajes en las redes sociales está siempre vinculada a la conversación pública que está teniendo lugar en ellas en cada momento.

Aprender de los jóvenes

Hay jóvenes que son maestros. Con su entusiasmo y conocimiento de la tecnología, los jóvenes enseñan a los mayores el uso de las redes sociales. Se hace necesario aprender de ellos. A lo mejor no tiene sentido que aprendamos a usar Instagram: una persona de 18 años maneja esa red social con toda naturalidad. ¿Qué podemos aprender, con ellos sobre Spotify, Netflix o Fortnite? Los jóvenes necesitan guía, formación y orientación pero hay muchas cosas que hacen mejor que los mayores. Hay que dejarles que las hagan.

Aportar valor

Antes de escribir o difundir una imagen, tendrías que preguntarte: ¿aporto luz y comprensión? ¿Es una ayuda lo que digo? ¿Voy a arrancar alguna sonrisa? ¿Voy a hacer pensar? Tienes que hablar con respeto, pero no olvides que los temas son controvertidos. En todo caso, no te preocupes por las críticas. Cuando hables de religión muchos te criticarán, pero también muchos te apreciarán más y te apoyarán. No clasificar. No dividir el mundo en bandos: no estamos contra nadie.
Alegría, sonrisa, amabilidad. No olvides tomar el buen humor en serio. No discutas, no te comportes como un troll. Tienes que tener un timeline impecable: debes cuidar la calidad en la comunicación y no puedes convertirte en spamer. Tienes que ganar los corazones, no las discusiones. La alegría, la sonrisa y la amabilidad se solapan con los contenidos porque la fe es alegría. A veces la comunicación negativa funciona, pero siempre es un error: no estamos contra nadie ni hablamos contra nadie. Es un mensaje positivo y afirmativo, el de una vida con mayúsculas. No se trata de ganar a cualquier precio, como en la política.

Imágenes

Usa fotos y videos. Es una civilización donde manda lo audiovisual: como demuestra Instagram, asistimos a un giro visual en la comunicación. Estoy hoy llega hasta el punto de que es mejor no difundir nada que difundir una imagen que no tenga el nivel necesario. Tenemos que recuperar la palabra y el pensamiento, pero sin imágenes no se comunica. Se trata de una buena noticia porque la religión siempre ha sido rica en imágenes. Benedicto XVI elogiaba la música de Bruckner, con palabras ricas en imágenes: es “como encontrarse dentro de una gran catedral, observando las imponentes estructuras de su arquitectura que nos envuelven, nos empujan hacia arriba y nos emocionan”. Piensa en la cruz, la “marca” más omnipresente de la historia, mucho más que Coca-Cola… En los equipos de comunicación de las instituciones de la Iglesia hay que hacer hueco a los diseñadores gráficos y los fotógrafos.

Despertar

Las redes sociales tienen también efecto de “comunicación interna”. Los que tenemos fe tenemos que apoyarnos y sostenernos mutuamente. Somos parte de una gran tradición y de un gran equipo. Las cosas buenas que dices animarán a los que piensan como tú y les ayudarán a “salir del escondite”. Ya se sabe que las redes sociales entusiasman, provocan movimientos y llevan a la acción “offline”. A lo mejor movilizas energías que estaban dormidas, o confirmas a otros que tenían miedo de salir a la palestra.
Por último, no hay que olvidar que lo importante no son las redes sociales, lo importante es comunicar con distintos públicos, aportar sentido, significado y relevancia, curar corazones rotos y mentes desorientadas. Las redes son un medio. Un medio con gran audiencia, sí. Pero solo un medio.

La persona y la empresa


Una visión de la empresa basada en la dignidad de la persona que, más allá de creencias religiosas, merece la pena analizar
El Instituto de Estudios Superiores de la Empresa (IESE) cumplió 60 años hace unos días. Es una de las organizaciones educativas más prestigiosas de España y del mundo, donde compite en igualdad de condiciones con las escuelas de negocios de Estados Unidos y el Reino Unido, como Harvard o la London School of Economics, en la formación de directivos empresariales. Con motivo del aniversario, la escuela organizó una conferencia titulada La empresa y sus responsabilidades sociales. A través del profesor Antonio Argandoña me llegó el discurso que pronunció en la misma el Gran Canciller de la Universidad de Navarra (leer texto) −a la que pertenece el IESE−, Fernando Ocáriz, que a la vez es el prelado del Opus Dei −al que pertenece la Universidad de Navarra−. Es una visión de la empresa basada en la dignidad de la persona que, más allá de creencias religiosas, merece la pena analizar: «La empresa es una comunidad de personas que sirve a otras personas dentro de una sociedad de personas; sólo después de considerar esto tienen cabida los capitales, las instalaciones, la tecnología y las realidades jurídicas».
«La función de la empresa en la sociedad hay que buscarla en el servicio a la persona, que es a la vez el destinatario, el promotor, el creador y el realizador de todo lo que llevan a cabo nuestras organizaciones. Porque, al mismo tiempo que la persona domina la naturaleza, fabrica cosas y genera riqueza, se hace a sí misma: se realiza y se desarrolla... Tenemos aquí todos los componentes de la función social de las empresas: las personas, el propósito u objetivo que las mueve, la dirección del proyecto y la inserción en el amplio ámbito de la sociedad en la que participan, a la que sirven, de cuyos recursos se nutren y a cuya prosperidad contribuyen».
Esta visión supera lo que dice el contrato de trabajo o el convenio colectivo. El trabajo de las personas en la empresa es «un continuo trasvase de prestaciones. Se recibe mucho, no sólo un salario, una felicitación por el desempeño o unas posibilidades de promoción, sino también conocimientos, capacidades, relaciones, amistades... Y, al mismo tiempo, se da mucho: tiempo, esfuerzo, atención, ilusión, conocimientos, experiencias. La empresa es, sin duda, una gran transformadora de personas... para bien, o para mal».
En un centro de formación específica para de empresarios y directivos de compañías y con un auditorio lleno de ellos, Ocáriz dijo expresamente: «No hay que olvidar otras tareas fundamentales habitualmente encomendadas a un manager, como planificar, organizar, mandar, coordinar y controlar. Pero esas tareas también tienen lugar siempre mediante relaciones interpersonales. La empresa es, en última instancia, un lugar de convivencia, y ésta depende de todos, pero principalmente de los que la dirigen. De ahí la necesidad de que los dirigentes tengan muy presente que toda persona es importante, no sólo ni principalmente por lo que aporta a la empresa, sino por lo que es en sí misma»
Claro que luego está la vida misma y es necesario bajar al terreno, muchas veces embarrado. Eso es cierto. Pero son ideas que me han hecho reflexionar y, por eso, las transmito.

7/28/19

Lo que pedimos en el “Padre Nuestro” ya se ha cumplido

El Papa antes del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En la página del Evangelio de hoy (cf. Lc 11, 1-13), san Lucas cuenta las circunstancias en las que Jesús enseña el “Padre Nuestro” a sus discípulos. Ellos ya saben rezar, recitando las fórmulas de la tradición judía, pero también desean ellos poder vivir la misma “calidad” de la oración de Jesús porque ellos pueden ver que la oración es una dimensión esencial en la vida de su Maestro, de hecho cada acción importante de Él se caracteriza por pausas prolongadas de oración. Además, siguen siendo fascinados porque ven que Jesús no reza como otros maestros de la época, sino que su oración es un vínculo íntimo con el Padre, hasta el punto de que desean participar en estos momentos de unión con Dios, para saborear plenamente su dulzura.
Así que, un día, esperan a que Jesús termine su oración, en un lugar apartado, y luego le piden: “Señor, enséñanos a orar” (v. 1). Respondiendo a la pregunta explícita de los discípulos, Jesús no da una definición abstracta de la oración, ni enseña una técnica efectiva para orar y “obtener” algo. En cambio, invita a sus seguidores a experimentar la oración, colocándolos directamente en comunicación con el Padre, despertando en ellos la nostalgia de una relación  personal con Él, con Dios, con el Padre. He aquí la novedad de la oración cristiana! Es un diálogo entre personas que se aman, un diálogo basado en la confianza, apoyado por la escucha y abierto al compromiso solidario. Es un diálogo del Hijo al Padre, un diálogo entre hijos y Padre, esta es la oración cristiana.
Por eso les entrega la oración del “Padre Nuestro”, que es quizás uno de los dones más precioso que nos ha dejado el divino Maestro en su misión terrenal. Después de habernos revelado su misterio de Hijo y hermano, con esta oración Jesús nos hace penetrar en la paternidad de Dios; quiero subrayar esto: cuando Jesús nos enseña que el Padrenuestro nos hace entrar en la paternidad de Dios y nos muestra el modo para entrar en el diálogo orante y directo con Él a través del camino de la confianza filial. Es un diálogo entre el papá y su hijo, de hijo con el papá.
Lo que pedimos en el “Padre Nuestro” ya se ha cumplido y nos ha sido dado en el Hijo unigénito: la santificación del Nombre, la venida del Reino, el don del pan, el perdón y la liberación del mal. Cuando pedimos, abrimos nuestras manos para recibir. Recibimos los dones que el Padre nos ha hecho ver en el Hijo. La oración que el Señor nos ha enseñado es la síntesis de cada oración y nosotros la dirigimos al Padre siempre en comunión con nuestros hermanos.
A veces sucede que en la oración hay distracciones pero muchas veces sentimos como las ganas de detenernos en la primera palabra: “Padre” y sentir esa paternidad en el corazón.
A continuación, Jesús cuenta la parábola del amigo inoportuno y nos invita a insistir en la oración y me viene a la mente aquello que hacen los niños, entre los tres, tres años y medio, empiezan a preguntar cosas, cosas que no entienden. En mi tierra se llama “la edad del por qué”, creo que aquí también se dice así y los niños comienzan a mirar a sus padres, al papá y le dicen: “Papá, ¿por qué?, ¿por qué?” Piden explicaciones. Seamos cuidadosos: cuando el papá empieza a explicar ese “por qué”, ellos vienen con otra pregunta sin escuchar la explicación completa. ¿Qué es lo que pasa? Sucede que los niños se sienten inseguros acerca de tantas cosas que empiezan a entender por la mitad. Sólo quieren atraer sobre él, la mirada del papá y por eso preguntan: “¿Por qué, por qué, por qué?” Nosotros, en la oración del Padrenuestro, si nos detenemos en la primera palabra, Padre, haremos lo mismo que hacíamos cuando éramos pequeños, atraeremos la mirada del padre sobre nosotros diremos: “Padre, Padre”, también podemos decirle: “¿Por qué?. Y Él nos mirará.
Pidamos a María, la mujer orante, que nos ayude a orar al Padre en unión con Jesús para vivir el Evangelio, guiados por el Espíritu Santo.

7/27/19

Comentario al Evangelio: Padre nuestro


Evangelio (Lc 11,1-13)

Estaba haciendo oración en cierto lugar. Y cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos:
− Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos.
Él les respondió:
− Cuando oréis, decid: Padre, santificado sea tu Nombre, venga tu Reino; sigue dándonos cada día nuestro pan cotidiano; y perdónanos nuestros pecados, puesto que también nosotros perdonamos a todo el que nos debe; y no nos pongas en tentación.
Y les dijo:
− ¿Quién de vosotros que tenga un amigo y acuda a él a medianoche y le diga: «Amigo, préstame tres panes, porque un amigo mío me ha llegado de viaje y no tengo qué ofrecerle», le responderá desde dentro: «No me molestes, ya está cerrada la puerta; los míos y yo estamos acostados; no puedo levantarme a dártelos»? Os digo que, si no se levanta a dárselos por ser su amigo, al menos por su impertinencia se levantará para darle cuanto necesite.
Así pues, yo os digo: pedid y se os dará; buscad y encontraréis; llamad y se os abrirá; porque todo el que pide, recibe; y el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá.
¿Qué padre de entre vosotros, si un hijo suyo le pide un pez, en lugar de un pez le da una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le da un escorpión? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar a vuestros hijos cosas buenas, ¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?

Comentario

A san Josemaría le conmovía la escena que nos narra este pasaje del Evangelio: “Jesús convive con sus discípulos, los conoce, contesta a sus preguntas, resuelve sus dudas. Es sí, el Rabbí, el Maestro que habla con autoridad, el Mesías enviado de Dios. Pero es a la vez asequible, cercano. Un día Jesús se retira en oración; los discípulos se encontraban cerca, quizá mirándole e intentando adivinar sus palabras. Cuando Jesús vuelve, uno de ellos pregunta: Domine, doce nos orare, sicut docuit et Ioannes discipulos suos; enséñanos a orar, como enseñó Juan a sus discípulos”[1]. ¿Cómo se notaría la intensidad de la oración de Jesús que los discípulos se sienten atraídos, pero no quieren molestar?
Jesús responde con naturalidad, enseñándoles con sencillez a unirse a su oración: “Cuando oréis, decid: Padre, santificado sea tu Nombre, venga tu Reino” (v. 2). Lo primero, es dirigirse a Dios como “Padre” porque somos hijos de Dios. La consideración de nuestra filiación divina establece el tono apropiado a la oración, que no es otra cosa que un diálogo confiado de un hijo con un padre que lo ama con ternura.
Jesús, el Hijo que habla con su Padre, comparte con sus discípulos y con nosotros, los sentimientos que lleva en lo más profundo de su corazón y que son el tema de su oración y de la nuestra. Primero, “santificado sea tu Nombre”. Dios no necesita que se lo recordemos, pero a nosotros nos viene muy bien reconocerlo, para no olvidarnos de dónde está la fuente y el origen de toda santidad. Después añade “venga tu Reino”, esto es, el deseo de que Dios reine en todas las almas para que sean felices y se salven. También en este caso, Él es el primer interesado en que esto sea una realidad, pero cuenta con nuestra insistencia y con que pongamos los medios para ayudarle a reinar en todos los corazones y en el mundo.
Sugiere, a continuación, realizar tres peticiones para implorar lo que más necesitamos para el presente, relativo al pasado y en orden al futuro.
Primero: “Sigue dándonos cada día nuestro pan cotidiano” (v. 3). Solicitamos a Dios el alimento diario de cada jornada, la posesión austera de lo necesario, lejos de la opulencia y de la miseria (cfr. Pr 30,8). Los Santos Padres han visto en el pan que se pide aquí no sólo el alimento material, sino también la Eucaristía, sin la cual no podemos vivir como verdaderos cristianos. La Iglesia nos lo ofrece diariamente en la Santa Misa, ¡ojalá aprendiéramos a valorarlo y a encontrar ahí la fortaleza para todo nuestro día!
En la segunda petición de esta serie, “perdónanos nuestros pecados, puesto que también nosotros perdonamos a todo el que nos debe” (v. 4), imploramos que descargue nuestra conciencia de todo lo que la oprime. El Señor sabe que somos débiles. Por eso nos invita a ser sencillos para reconocer nuestros errores, limitaciones y pecados, a pedir perdón, y a desagraviar por ellos con mucho amor.
Por último, Jesús nos sugiere pedir a Dios que no nos ponga en tentación (cfr. v. 4). ¿Qué queremos decir exactamente al realizar esa petición? Es como un desahogo filial de un hijo que abre su corazón al Padre. Benedicto XVI comenta que en esa petición decimos a Dios: “Sé que necesito pruebas para que mi ser se purifique. Si dispones esas pruebas sobre mí, si −como en el caso de Job−– das una cierta libertad al Maligno, entonces piensa, por favor, en lo limitado de mis fuerzas. No me creas demasiado capaz. Establece unos límites que no sean excesivos, dentro de los cuales puedo ser tentado, y mantente cerca con tu mano protectora cuando la prueba sea desmedidamente ardua para mí (…) Pronunciamos esta petición con la confiada certeza que san Pablo nos ofrece en sus palabras: ‘Dios es fiel y no permitirá que seáis tentados por encima de vuestras fuerzas; al contrario, con la tentación os dará fuerzas suficientes para resistir a ella’ (1Co 10, 13)”.

Fuente: opusdei.org.

7/25/19

Fe y educación de los sentimientos

Los sentimientos están de moda en todos los terrenos. Se subraya, y hasta se explota, lo ideal que es “sentirse bien”. Y se llega a decir que si vas a hacer algo y no lo haces con pasión, es mejor que no lo hagas
En efecto, los sentimientos son importantes y mueven mucho a las personas, aunque no siempre de modo adecuado, cuando no están integrados en el conjunto de la persona. Así se ve, por ejemplo en el cine, cómo los sentimientos hacen que unos acierten al encaminar su vida (cf. Brooklyn, J. Crowley, 2015) y otros comentan serios errores e incluso delitos (cf. Mula, C. Eastwood, 2018). 
Por otra parte, hay muchas personas que llevan adelante sus familias, sus trabajos y muchos años de entrega a una tarea solidaria sin esperar o buscar “sentirse bien”. Y no por ello tienen menos mérito; más bien lo contrario.
Por tantas razones, los sentimientos son importantes, pero aisladamente no bastan para guiar a la persona. Y una educación puramente sentimental tiene sus riesgos. Pero tampoco hay que olvidar los sentimientos, ni denostarlos, sino valorarlos, configurarlos, formarlos teniendo en cuenta la experiencia humana con su estructura y organicidad. Aquí entra no solo la corporalidad con los sentidos externos e internos, sino también la espiritualidad, la sociabilidad y la apertura a la trascendencia. Y para un cristiano, la “experiencia” se configura de modo central en la oración y la vida sacramental. 

El marco de la antropología cristiana y de las ciencias

Por eso interesa que la educación de los sentimientos, cuando se trata de cristianos, se sitúe en el marco de la antropología cristiana; es decir, en la capacidad de asumir la fe junto con la búsqueda de la verdad, el bien y la belleza. Aquí entra, por ejemplo la piedad cristiana que se puede aprender en familia desde niños, la religiosidad popular y el aprecio del arte cristiano, como también el conocimiento de las enseñanzas −en este campo de la educación− del Magisterio de la Iglesia, junto con algunos desarrollos de la teología contemporánea.
La formación de los sentimientos ha de tener en cuenta un mapa de conjunto de la persona.Esto requiere educar e integrar la esfera de los sentimientos en estrecha relación con las demás dimensiones humanas que están al mismo tiempo interconectadas:
1) En relación con la razón (fe-razón, ciencia y arte, y teología). Es preciso enseñar, reflexionar y argumentar sobre los sentimientos propios y ajenos, y conocer lo que las ciencias, entre ellas la psicología, enseñan sobre la afectividad, sin olvidar lo que enseñan las humanidades y el arte así como la teología. La integración de los sentimientos con la razón lleva a la capacidad para mirar y escuchar la realidad, valorarla y ser capaz de discernir por dónde ha de ir el propio obrar. Y esto lleva a la sabiduría, que para un cristiano es ante todo fruto de la fe, del diálogo con Dios y de la Eucaristía. También del esfuerzo personal por ser coherente a partir de la propia identidad y de la historia; pues nada de valioso se construye en el presente para el futuro, si no tiene raíces y carece de memoria, tanto a nivel personal como en las relaciones con los demás.
2) En relación con los demás (dimensión social, familiar y eclesial), los sentimientos han de educarse subrayando el valor de la familia y del trabajo, el servicio al bien común, la fidelidad dinámica hacia la propia vocación y misión. En cuanto a la dimensión eclesial, como marco de una educación afectiva, son importantes la formación bíblica y la formación litúrgica, pues la Sagrada Escritura y la liturgia son escuelas de valores y sentimientos humanos y cristianos. Y todo ello tiene que ver con el sentido de la fiesta y del ocio.     
3) En relación con Dios, los sentimientos son un cauce para la apertura transcendente y la unión con Él, aunque no sean “el único” camino; pues en algunas ocasiones no son el primer camino ni el mejor camino, pero sí pueden serlo otras muchas veces. 
En todo caso, no se puede llevar adelante la vida cristiana ni buscar la santidad “al margen” de los sentimientos, porque son una dimensión fundamental de la naturaleza humana (cf. en relación con la teoría del género, Cong. Para la Doctrina de la fe, “Varón y mujer los creó”. Para una vía de diálogo sobre la cuestión del “gender” en la educación, 2-II-2019).
Más aún, la Sagrada Escritura habla muchas veces del corazón como centro y síntesis del hombre, designando así la total densidad de la existencia humana. En consecuencia, no remite con ese término solo a los sentimientos, sino al hombre en su vivir concreto, subrayando que, en ese vivir, tienen un papel importante los sentimientos y los afectos. 

Los fundamentos teológicos

Por lo que respecta la teología, actualmente, para la educación afectiva de un cristiano, resulta necesario transmitirle los fundamentos de la teología que estudia las realidades de la fe (la Trinidad, Cristo, la Gracia, la Iglesia, etc.), así como la teología de la Evangelización. Ya hemos hablado de la formación bíblica y litúrgica, así como de la importancia de la historia.
De modo central, se ocupan de la educación afectiva, además de la Antropología cristiana, otras disciplinas teológicas, como la teología moral y la espiritual, cuando estudian las virtudes (tanto las virtudes morales como las teologales), estrechamente conectadas con la educación de los valores humanos y cristianos, y que también se promueven al enseñar las normas de conducta (el Decálogo y otros mandamientos de la Iglesia y las Bienaventuranzas).
De esta manera se integran virtudes humanas como la humildad y el amor a la verdad, el dominio de sí mismo, el esfuerzo en el trabajo, la comprensión y la solidaridad, con las virtudes de la fe, de la esperanza y de la caridad, que son el centro del obrar cristiano al servicio de la misión cristiana en la Iglesia y en el mundo.
El referente principal, la fuente y el impulso del corazón del cristiano es el Corazón de Jesús, icono vivo de Dios hecho carne, traspasado en la Cruz para la salvación de los hombres, que sigue vivo, actuando e intercediendo por nosotros.
En síntesis, la educación de los sentimientos “en cristiano” es una tarea de conjunto que pide hoy, ante todo de los educadores (padres y madres de familia, catequistas, sacerdotes, profesores), una buena formación principalmente en antropología cristiana, así como ciertos conocimientos y desarrollos de las ciencias humanas y de la teología contemporánea.

¿Caridad? ¿Solidaridad?

La batalla del lenguaje se está dando a todos los niveles. Ante algunas nuevas realidades, que suelen ser tan antiguas como el mundo, se pretende introducir un diverso significado a palabras bien enraizadas en la cultura de un pueblo
Y a la vez, se pretende sustituir unas palabras por otras, en el intento de hacer desaparecer algunos vocablos del lenguaje común. Recordemos, entre otros muchos casos, el cambio en el registro civil de las palabras “padre/madre”, por “progenitores a/b”. Y si no se consigue que desaparezcan, al menos, que se reduzca su significado. Manipulación ridícula.
Las dos palabras del título de estas líneas son otro buen ejemplo, aunque muy diferente a Dios gracias, de lo que acabo de escribir. Todos habremos oído hablar de “solidaridad”, también en homilías, sermones, etc.; y en cambio, la palabra “caridad” apenas si la oímos mencionar, salvo cuando se refieren a la organización católica denominada “Caritas”.
Benedicto XVI tituló una de sus Encíclicas con estas palabras “Deus caritas est”. En castellano traducimos, “Dios es Amor” quizá por pensar que si dijéramos “Dios es Caridad” rebajaríamos el sentido más profundo de la palabra Amor; cuando lo que haríamos sería enriquecerlo. Lo que nunca se nos ocurriría sería decir: “Dios es solidaridad”. ¿Por qué? Sencillamente porque la “caridad” incluye y enriquece la “solidaridad”.
“Solidaridad” es una palabra cultural y social que manifiesta relación horizontal con los demás componentes de una sociedad. La “caridad”, palabra cristiana por excelencia, lleva consigo en primer lugar un amor profundo a Dio; y en el corazón de Dios, un amor profundo y sincero a todos los seres humanos criaturas de Dios. El Diccionario de la Lengua Española define así la palabra solidaridad. “Adhesión circunstancial a la causa o a la empresa de otros”.
Según esas precisas palabras, además de los que procuran ayudar a los demás, pueden vivir la solidaridad entre ellos los componentes de una banda mafiosa, por ejemplo; y son igual de solidarios los que se confabulan para defraudar en un negocio a clientes ingenuos; los que se organizar para urdir una serie de documentos falsos y acreditar tesis, distribuir pasaportes, falsificar billetes; etc. No digamos de los “solidarios” que fueron en su día con Hitler y Stalin los que les obedecieron sumisamente para llevar adelante millones de asesinatos. Todas estas personas han borrado del horizonte de sus vidas hasta la más mínima señal de caridad, de amor de Dios.
Caridad: “En la religión cristiana, una de las tres virtudes teologales que consiste en amar a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a nosotros mismos”, podemos leer en el mismo Diccionario. El significado de “amor a Dios”, que lleva consigo la palabra Caridad, desaparece si queremos sustituirla, para seguir los “aires del mundo”, con la palabra solidaridad. Y san Pablo, con más precisión y con un horizonte más amplio, escribe este canto:
“La caridad es longánime, es benigna; no es envidiosa, no es jactanciosa, no se hincha; no es descortés, no busca lo suyo, no se irrita, no piensa mal; no se alegra de la injusticia, se complace en la verdad, todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, lo soporta todo”. ¿Se puede decir todo esto de la solidaridad? ¿Vale la pena sustituir una palabra por la otra? ¿No empobrecemos profundamente el lenguaje cuando lo hacemos? Caridad, Solidaridad. Dos palabras distinta y con diferente significado. No pretendamos dejar de hablar de Caridad y reducirlo todo a Solidaridad. Vendría a ser como arrancarse un ojo y reducir a la mitad la visión del otro.
Caridad es una auténtica elevación del alma a Dios; y desde el corazón de Dios, la Caridad llega al corazón de los hombres que se ocupan, cuerpo y alma, del bien humano, material y espiritual, de los demás. Caridad, solidaridad. Cada palabra en su sitio. La caridad siempre es solidaria porque transmite el amor de Dios. La solidaridad, en la gran mayoría de los casos consigue, si acaso, transmitir un poco de amor sencillamente humano.

“Enséñanos a orar”

Monseñor Enrique Díaz Díaz


XVII Domingo Ordinario
Génesis 18, 20-32: “No se enfade mi Señor, si sigo hablando”
 Salmo 137: “Te damos gracias de todo corazón”
Colosenses 2, 12-14: “Les dio a ustedes una vida nueva con Cristo, perdonándoles todos sus pecados”
San Lucas 11, 1-13: “Pidan y se les dará”

Pasa un día y otro día, la enfermedad se hace cada vez más grave. Papá y mamá están constantes junto a la cama del niño enfermo, lo reaniman y se alternan en los cuidados intensivos que requiere. Delante de él aparecen confiados y tranquilos, después en la soledad, dejan correr sus lágrimas libremente en un desahogo urgente: “Siete años tiene mi niño y desde hace tiempo le han detectado una leucemia que ahora se torna más agresiva. Los últimos días tenemos la sensación de que vamos caminando por un largo túnel de oscuridad y peligros. Ya quisiéramos ver la luz, pero las esperanzas son casi nulas”. El papá toma su cabeza entre sus manos y continúa su explicación en medio de sollozos. “¿Estará bien que yo le diga a Dios que tome mi vida en lugar de la del niño? Que lo deje vivir a él. Al fin yo ya he vivido algunos años ¿Será pecado querer cambiar la voluntad de Dios?” No, nunca será pecado dar la vida por amor. Sólo un padre o una madre pueden tener en su corazón tanto amor como para dar la vida por el hijo. Sin embargo, el amor de los padres es apenas un pálido reflejo del amor de Papá Dios.
Cuando me han preguntado cuál es la principal enseñanza que Jesús deja a sus discípulos, sin ninguna duda puedo afirmar que es su experiencia de Dios. Ciertamente no lo encontramos dando grandes explicaciones sobre su idea de Dios, ni tampoco tiene tratados sobre la divinidad, pero en todos los momentos de su vida podemos percibir que la experiencia de Dios es central y decisiva. ¿De dónde saca Jesús tanta fuerza para predicar su palabra, para sanar a los enfermos, para entregarse plenamente al servicio? Centra toda su vida y actividad en esa experiencia de Dios, padre suyo y padre de todos. Él es quien inspira su mensaje, quien lo lanza a la aventura, quien da sentido a todas sus propuestas. Es una experiencia que lo transforma y le hace vivir buscando una vida digna, fraternal y amable para todos. Esta experiencia lo empuja a liberar a todas las personas de sus miedos y esclavitudes que les impiden sentir y experimentar a Dios como Él lo siente y experimenta: padre amoroso, dador y amigo de la vida, que busca la felicidad de todos sus hijos e hijas.
Nada extraño pues que cuando los discípulos le piden les enseñe a orar recurra a su fuente interior, a lo que Él vive constantemente. De madrugada o al anochecer, en los momentos de alegría o en los momentos de dolor, Jesús se aparta a vivir en intimidad, a hacer oración, a contemplar a Dios, su Padre, en un encuentro íntimo. Y por eso le brota espontáneamente esta oración que supera todas las expectativas de la tradición judía. Es cierto que en algunos pasajes del Antiguo Testamento, se presenta a Dios como Padre, pero decirlo así, con esa cercanía, con esa inocencia infantil, con la confianza plena con Él lo llama va mucho más allá. A Jesús le gusta llamar a Dios “Padre”. Le brota de su interior sobre todo cuando quiere subrayar su bondad y compasión. Lo hace con una palabra especial: “Abbá”, “Padre mío querido”. Es la palabra que balbucean los infantes de Galilea para dirigirse a su papá y evoca todo el cariño, intimidad y confianza del pequeño con su padre, que no por cariñosa y familiar, quita el respeto y sumisión. Este Padre Bueno es un Dios cercano y Jesús quiere que también sus discípulos lo experimenten así. Tan cercano como si solamente fuera “mi papá” pero tan nuestro que me hace sentir uno con mis hermanos. “Padre” implica todo el cariño que Dios me tiene personal e individualmente, pero el añadir “nuestro”, me abre a la fraternidad. La oración no es un ritualismo, es la experiencia de intimidad con Dios y de cercanía con mis hermanos.
El Papa Francisco nos insiste sobre la importancia de esta oración. “Jesús enseña esta oración a sus discípulos, es una oración breve, con siete peticiones, número que en la Biblia significa plenitud. Es también una oración audaz, porque Jesús invita a sus discípulos a dejar atrás el miedo y a acercarse a Dios con confianza filial, llamándolo familiarmente ‘Padre’. El Padrenuestro hunde sus raíces en la realidad concreta del hombre. Nos hace pedir lo que es esencial, como el ‘pan de cada día’, porque como nos enseña Jesús, la oración no es algo separado de la vida, sino que comienza con el primer llanto de nuestra existencia humana. Está presente donde quiera que haya un hombre que tiene hambre, que llora, que lucha, que sufre y anhela una respuesta que le explique el destino”
Cuando hacemos esta oración nos introducimos en el plan de Dios donde se hace presente su Reino en medio de nosotros, donde su nombre es santificado, pero donde el pan se pide para todos los hermanos y cada día, sin acaparar ni chantajear. El Padre Nuestro vivido y orado es una escuela de santidad, de liberación y de amor. Esta experiencia de Dios como papá, sólo Cristo nos la puede enseñar. La oración a Dios como Padre, Él nos la compartió. Él es el maestro por eso necesitamos hoy también nosotros decirle: “enséñanos a orar”. Pero, a caminar se aprende caminando, a nadar se aprende nadando y a orar se aprende orando, cada día, cada momento, en toda ocasión. ¿Acaso no podemos sentirnos amados a toda hora y en todo momento por papá Dios? Hacer consciente este amor, es inicio de oración.
Padre Dios, Padre Bueno y Misericordioso, Papá, Abbá, escucha nuestra oración y concédenos la alegría de sabernos amados y escuchados, de sentirnos seguros en tus manos juntamente con nuestros hermanos. Amén

7/24/19

Santiago el Mayor, santo, 25 de julio

ISABEL ORELLANA VILCHES


«Primero entre los apóstoles en obtener la palma del martirio, patrón de España. Origen, por tradición, de la Ruta Jacobea y de la espiritualidad mariana del Pilar, en Zaragoza»
Este galileo, hijo del Zebedeo, compartía el mismo nombre con otro de los apóstoles: el descendiente de Alfeo. Santiago era natural de Betsaida donde pudo nacer hacia el año 5 d. C. en una acomodada familia de pescadores. Fue uno de los elegidos personalmente por Jesús, quien le invitó a seguirle cuando se hallaba ganándose el sustento en el lago de Genesaret. Su hermano Juan, el «discípulo amado», que compartía con él la faena, también fue objeto de llamamiento en ese instante, y se apresuraron a ir en pos del Maestro por el que entregarían su vida. La inmediatez de su respuesta, dejando trabajo y familia al momento sin sopesar los riesgos ni detenerse a pensar racionalmente, signos que se manifestaron antes en Pedro y en Andrés, es una de las características del seguimiento, testimonio vivo para quienes son sorprendidos por Jesús en cualquier recodo del camino. Comprendieron en ese minuto que supuso el cambio radical de sus vidas lo que encerraba el espíritu inserto en sus palabras: «os haré pescadores de hombres». De algún modo entendieron que implicaban mucho más que sobrenaturalizar su oficio; les colocaba en el disparadero hacia el paraíso prometido.
Da idea de cómo sería el temperamento de estos jóvenes pescadores el sobrenombre que Cristo les dio: «boanerges», esto es, «hijos del trueno». Algunos pasajes evangélicos reflejan su primitivo carácter impulsivo e inmaduro. También una cierta osadía, no exenta de ingenuidad, pero en todo caso envuelta en la ambición y su inseparable egoísmo cuando secundaron a su madre en la petición de prebendas que hizo para ellos. El Redentor respondió con infinita paciencia, haciéndoles una observación que fue profecía. ¿Serían capaces de beber el cáliz? Su respuesta afirmativa fue corroborada por Él, y se cumplió en Santiago con su cruento martirio, pero el objeto de la conversación: saber si podrían ser encumbrados en el cielo uno a la derecha y otro a la izquierda, estaba en manos del Padre. Indudablemente, la impetuosidad y la pasión bien encauzadas son fuente de gracias. Así que la volcánica vehemencia que albergaba el corazón de estos hermanos tuvo en Jesús la vía genuina para seguir creciendo en la línea adecuada. Los dos despertaron el anhelo de incontables personas que, seducidas por esa cascada inagotable de pasión por lo divino que apreciaban en ambos, se dispusieron a entregar a Dios sus vidas.
Santiago, junto a su hermano Juan, y a Pedro, conforman una privilegiada tríada dentro de la comunidad de los Doce. Fueron testigos de momentos singulares que a otros discípulos les fueron vedados. Acompañaron al Redentor en instantes gloriosos y también dolorosos. Contemplaron  la Transfiguración en el Monte Tabor, que ardientemente desearon haber podido prolongar, y de no haber sucumbido al sueño los tres habrían apreciado su terrible agonía en Getsemaní porque eran los que se hallaban más cerca de Él en esos momentos. Santiago estaba presente cuando Jesús devolvió milagrosamente la salud a la suegra de Pedro y resucitó a la hija de Jairo. Tuvo la gracia de ver al Maestro, ya Resucitado, al producirse su aparición en las orillas del lago de Tiberíades y se encontraba en Jerusalén en el momento de la venida del Espíritu Santo.
Tras la Resurrección, los discípulos dieron inicio a una labor evangelizadora que a algunos les condujo muy lejos de las fronteras en las que se habían movido. Según la tradición, Santiago llegó a España, dejando la huella de la fe directamente recibida de Cristo en dos lugares emblemáticos: Galicia y Zaragoza (la antigua Cesaraugusta). Primeramente habría pasado por la tierra gallega y una vez sembrado allí el evangelio se trasladaría a Zaragoza. En las orillas del río Ebro descansaría de las intensas jornadas apostólicas junto a un grupo de siete seguidores, los «Varones apostólicos», los únicos que se habían convertido. Afligido ante la dureza de corazón de las gentes en las que había hecho mella el paganismo, obtuvo el consuelo de la Virgen que se le apareció en esas riveras el 2 de enero del año 40 d. C. Se hallaba de pie, sobre una columna de luz rodeada de ángeles. Después de asegurarle que obtendría grandes frutos apostólicos, le encomendó que erigiese una iglesia levantando un altar justamente en el lugar donde estaba el pilar en el que reposaba. Acompañó su petición con la promesa de que Ella permanecería hasta el fin de los tiempos en ese sitio, «para que la virtud de Dios obre portentos y maravillas por mi intercesión con aquellos que en sus necesidades imploren mi patrocinio». Además, le indicó que regresara a Jerusalén después de materializar su ruego. Dicho esto, María desapareció y quedó la columna de jaspe en torno a la cual se edificó la iglesia solicitada, actual basílica de la Virgen del Pilar en la ciudad de Zaragoza.
Santiago volvió a Jerusalén, como Ella le había pedido, y el año 41 fue martirizado durante la persecución del rey Herodes Agripas. Fue el primer discípulo mártir. Luego, siempre según la tradición, su cuerpo, inicialmente sepultado en Jerusalén, fue trasladado por sus discípulos a Galicia. Sus restos se veneran en la catedral de Santiago de Compostela. Los estudiosos no se ponen de acuerdo a la hora de ratificar la fiabilidad de estos hechos. Además, hay discordancias como la datación de fechas que no encajan en la historia. Pero lo cierto es que la que se ha considerado su tumba dio lugar a la Ruta Jacobea, una de las corrientes más fecundas de la historia a todos los niveles espirituales y culturales, incesantemente recorrida por millares de peregrinos que acuden a visitarla desde hace siglos. Esta es la realidad incuestionable; no precisa ser contrastada. Otras vías, que tampoco están corroboradas, subrayan nuevas trayectorias del apóstol Santiago que pudo llevarle a Cartagena y a Lérida. Es el patrón de España y de otros muchos países del mundo, objeto siempre de gran veneración, especialmente en Latinoamérica.