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JOQUIVESA

Encontrado en la "red" (Mateo 13:47-50)

6/30/23

¿Quién es Jesús para mí? Cómo responder a la pregunta fundamental de la vida

Homilía del Papa en S. Pedro y S. Pablo


Pedro y Pablo, dos Apóstoles enamorados del Señor, dos columnas de la fe de la Iglesia. Y mientras contemplamos sus vidas, el Evangelio de hoy nos presenta la pregunta que Jesús hace a sus discípulos: «¿Quién dicen que soy?» (Mt 16,15). Esta es la pregunta fundamental, la más importante: ¿quién es Jesús para mí? ¿Quién es Jesús en mi vida? Veamos cómo respondieron a esta pregunta los dos Apóstoles.

La respuesta de Pedro se podría resumir en una palabra: seguimiento. Pedro vivió en el seguimiento del Señor. Cuando Jesús interrogó a los discípulos aquel día en Cesarea de Filipo, Pedro respondió con una hermosa profesión de fe: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16,16). Una respuesta impecable, precisa, puntual, podríamos decir una perfecta respuesta de «catecismo». Pero esa respuesta es fruto de un camino. Sólo después de haber vivido la fascinante aventura de seguir al Señor, después de haber caminado con Él y en pos de Él durante tanto tiempo, Pedro llega a esa madurez espiritual que lo lleva, por gracia, por pura gracia, a una profesión de fe tan lúcida.

De hecho, el mismo evangelista Mateo nos cuenta que todo empezó un día en que, a orillas del mar de Galilea, Jesús pasó por allí y lo llamó, junto con su hermano Andrés, e «inmediatamente, ellos dejaron las redes y lo siguieron» (Mt 4, 20). Pedro lo dejó todo para seguir al Señor. Y el Evangelio subraya que los hizo “inmediatamente»: Pedro no le dijo a Jesús que se lo pensaría, no hizo cálculos para ver si le convenía, no puso excusas para demorar la decisión, sino que dejó las redes y lo siguió, sin pedir de antemano ninguna seguridad. Todo lo iría descubriendo día a día, al seguir a Jesús y caminar tras Él. Y no es casualidad que las últimas palabras que Jesús le dirige en los Evangelios sean: «Tú sígueme» (Jn 21,22), es decir el discipulado.

Pedro, por tanto, nos dice que a la pregunta «¿quién es Jesús para mí?» no basta responder con una fórmula doctrinal impecable, ni siquiera con una idea que nos hayamos construido de una vez por todas. No. Es siguiendo al Señor como aprendemos a conocerlo cada día; es haciéndonos sus discípulos y acogiendo su Palabra la manera en que nos convertimos en sus amigos y experimentamos su amor transformador. Ese «inmediatamente» resuena también para nosotros: si podemos posponer tantas cosas en la vida, el seguimiento de Jesús es inaplazable; ahí no podemos dudar, no podemos poner excusas. Y cuidado, porque algunas excusas se disfrazan de espiritualidad, como cuando decimos «no soy digno», «no soy capaz», «¿qué puedo hacer yo?». Esto es un truco del demonio, que nos roba la confianza en la gracia de Dios, haciéndonos creer que todo depende de nuestras capacidades.

Despojarnos de nuestras seguridades terrenales, inmediatamente, y seguir a Jesús cada día: ésta es la encomienda que Pedro nos confía hoy, invitándonos a ser Iglesia-en-seguimiento.Iglesia-en-seguimiento. Una Iglesia que desea ser discípula del Señor y humilde servidora del Evangelio. Sólo así podrá dialogar con todos y convertirse en lugar de acompañamiento, cercanía y esperanza para las mujeres y los hombres de nuestro tiempo. Sólo así, incluso aquellos que están más alejados y a menudo nos miran con desconfianza o indiferencia, podrán finalmente reconocer, con el Papa Benedicto: «La Iglesia es el lugar del encuentro con el Hijo de Dios vivo, y así es el lugar de encuentro entre nosotros» (Homilía en el II domingo de Adviento, 10 diciembre 2006).

Y ahora llegamos al Apóstol de los gentiles. Si la respuesta de Pedro consistió en el seguimiento, la de Pablo fue el anuncio, el anuncio del Evangelio. También para él todo comenzó por gracia, con la iniciativa del Señor. En el camino de Damasco, mientras llevaba a cabo con determinación feroz la persecución de los cristianos, atrincherado en sus convicciones religiosas, Jesús resucitado le salió al encuentro y lo dejó ciego con su luz, o, mejor dicho, gracias a esa luz Saulo se dio cuenta de lo ciego que estaba: encerrado en el orgullo de su rígida observancia, descubrió en Jesús el cumplimiento del misterio de la salvación. Y, comparado con la sublimidad del conocimiento de Cristo, considera en adelante como «desperdicio» todas sus certezas humanas y religiosas (cf. Flp 3,7-8). Así, Pablo dedica su vida a recorrer tierra y mar, ciudades y aldeas, sin importarle sufrir penurias y persecuciones con tal de anunciar a Jesucristo. Viendo su historia, parece que cuanto más anuncia el Evangelio, más conoce a Jesús. El anuncio de la Palabra a los demás también le permite penetrar en las profundidades del misterio de Dios; el Pablo que escribió «¡ay de mí si no predicara el Evangelio!» (1Co 9,16) es el mismo que confiesa «para mí la vida es Cristo» (Flp 1,21).

Pablo, entonces, nos dice que a la pregunta «¿quién es Jesús para mí?» no se responde con una religiosidad intimista, que nos deja indiferentes ante la inquietud de llevar el Evangelio a los demás. El Apóstol nos enseña que crecemos en la fe y en el conocimiento del misterio de Cristo cuanto más somos sus heraldos y testigos. Esto sucede siempre: cuando evangelizamos, somos evangelizados. Es una experiencia diaria, cuando evangelizamos, permanecemos evangelizados. La Palabra que llevamos a los demás vuelve a nosotros, porque en la medida en que damos, recibimos mucho más (cf. Lc 6, 38). Esto también es necesario para la Iglesia de hoy: poner el anuncio en el centro. Ser una Iglesia que no se cansa de repetir «para mí la vida es Cristo» y «ay de mí si no predico el Evangelio». Una Iglesia que necesita el anuncio como el oxígeno para respirar, que no puede vivir sin transmitir el abrazo del amor de Dios y la alegría del Evangelio.

Hermanos y hermanas, celebremos a Pedro y a Pablo. Ellos respondieron a la pregunta fundamental de la vida “¿quién es Jesús para mí?”, viviendo el seguimiento y anunciando el Evangelio. Es hermoso si crecemos como Iglesia del seguimiento, como Iglesia humilde que nunca da por sentado la búsqueda del Señor. Es hermoso si nos convertimos en una Iglesia en salida, que no encuentra su alegría en las cosas del mundo, sino en anunciar el Evangelio al mundo, para sembrar la pregunta sobre Dios en el corazón de las personas. Llevar al Señor Jesús a todas partes, con humildad y alegría: en nuestra ciudad de Roma, en nuestras familias, en las relaciones y en los barrios, en la sociedad civil, en la Iglesia, en la política, en el mundo entero, especialmente allí donde anidan la pobreza, la degradación y la marginación.

Y, hoy, en el momento en que algunos de nuestros hermanos arzobispos reciben el palio, signo de comunión con la Iglesia de Roma, quisiera decirles: sean apóstoles como Pedro y Pablo. Sean discípulos en el seguimiento y apóstoles en el anuncio, lleven la belleza del Evangelio a todas partes, junto con todo el Pueblo de Dios. Y, por último, quisiera dirigir un afectuoso saludo a la Delegación del Patriarcado ecuménico, enviada hasta aquí de parte de mi querido Hermano Su Santidad Bartolomé. Gracias por su presencia, gracias: avancemos juntos, avancemos juntos, en el seguimiento y el anuncio de la Palabra, creciendo en fraternidad. Que Pedro y Pablo nos acompañen e intercedan por todos nosotros.

Fuente: exaudi.org

Publicado por JOQUIVESA en 12:25

6/29/23

Papado, unidad y sinodalidad

 Ramiro Pellitero·


La fiesta anual de San Pedro y San Pablo brinda la ocasión de señalar algunas cuestiones fundamentales referidas a la figura del Papa y su ministerio de unidad al servicio de la Iglesia universal, teniendo en cuenta el contexto actual, particularmente al proceso sinodal en marcha. 

En lo relativo a las primeras cuestiones, éstas y otras pueden encontrarse desarrolladas de modo sintético en los diccionarios teológicos y otros textos. En esta ocasión nos ha sido particularmente útil la voz “Primado romano”, escrita por D. Valentini, en el Diccionario de Eclesiología, dirigido por G. Calabrese y otros, y coordinado en su edición española por J. R. Villar, Madrid 2016.

La primacía de Pedro y su transmisión

El punto de partida no puede ser otro que el Nuevo Testamento. Dos cuestiones destacan: la primacía de Pedro en el grupo de los apóstoles ­–como señalan tanto los evangelios sinópticos como los Hechos de los apóstoles– y su transmisión en el obispo de Roma. 

Pedro (antes Simón) es quien confiesa la divinidad de Jesús. A Pedro se le promete ser la piedra fundamental para la unidad y solidez de la Iglesia. Y Pedro recibe la potestad de interpretar y transmitir las enseñanzas del Maestro, con una autoridad apostólica superior, pero siempre en comunión con los demás apóstoles. Es el primer “pescador de hombres” y portavoz de los demás discípulos, que tiene también como deber confirmarlos en la fe, sobre el fundamento vivo y la garantía de la oración de Jesús. Especialmente está presente en el evangelio de san Juan. Recibe su primado de Jesús (cf. Jn 21, 15-17), bajo la categoría del pastor, en referencia a su unión con el Señor, que le requiere la disponibilidad para el martirio. Y todo ello presupone la “sucesión” del ministerio primacial de Pedro en la Iglesia.  

En otros libros del Nuevo Testamento se testimonia el “ejercicio” de ese ministerio. En síntesis, como escribe el biblista R. Fabris: Pedro “ocupa un puesto de primer plano, reconocido y testimoniado por toda la tradición neotestamentaria. Pedro es el discípulo histórico de Jesús, el testigo autorizado de su resurrección y el garante de la autenticidad de la tradición cristiana”. 

Por lo que se refiere a la transmisión de la primacía de Pedro en sus sucesores, un conjunto de factores se unen para afirmarla: una cierta “dirección de sentido” en los textos de los evangelios referidos a Pedro en el marco de las actitudes de Jesús; una convicción de fe, en la tradición eclesial, acerca de la sucesión de Pedro, y no solo de los apóstoles; la sucesión misma como medio de esa tradición; la interpretación de la función de Pedro como representante tanto de Jesús como de los apóstoles; la sucesión esencialmente unida a la transmisión de las palabras de Cristo y por tanto de la fe, así como de la imposición de las manos.

El ministerio petrino: comunión y jurisdicción

¿Cómo se ha interpretado el primado romano durante la historia de la Iglesia? San Juan Pablo II escribió: “La Iglesia católica es consciente de haber conservado, en fidelidad a la tradición apostólica y a la fe de los Padres, el ministerio del sucesor de Pedro, que Dios ha constituido ‘perpetuo y visible principio y fundamento de la unidad’ (Lumen gentium, 23)” (Carta al cardenal Ratzinger, en “L’Osservatore Romano”, esp., 13-XII-1996).

En el primer milenio hay que subrayar las referencias de los Padres (san Clemente Romano, san Ignacio de Antioquía y san Ireneo) a la confesión de Pedro (cf. Mt 16, 16); si bien solo a partir del siglo IV se elabora una doctrina teológica sobre el ministerio del sucesor de Pedro. A esto se une el prestigio da la autoridad de la “primera sede” y algunas intervenciones decisivas de los Papas, en formatos diversos, con ocasión de los concilios de la época o de cuestiones planteadas por los obispos o las comunidades eclesiales. 

En el segundo milenio cambia el modo de la intervención primada. Entre los siglos XI al XV, se acentúa fuertemente el primado romano. En el concilio de Constanza (s. XV) el acento se pone en la figura del concilio, con riesgo de conciliarismo. Desde entonces hasta el Concilio Vaticano I (s. XIX) se desea una síntesis armónica entre el papel del Papa y el de los obispos. En el Vaticano I las circunstancias conducen a definir con categorías jurídicas la potestad del Papa. El Concilio Vaticano II avanza en esa deseada síntesis, profundizando la relación entre el Papa y los obispos, en el marco de la comunión eclesial. El ministerio petrino se comprende en el interior y al servicio del episcopado y, así, al servicio de la entera comunidad eclesial, a la vez que promueve el compromiso ecuménico.

Desde entonces continúa la profundización de aquella sustancial comprensión acerca del primado romano, comprensión inmutable y permanente, presente ya desde los primeros siglos. Lo que ha ido cambiando es el modo del ejercicio del primado del sucesor de Pedro, dependiendo de numerosos factores y circunstancias. En todo caso, permanece lo esencial, de manera que entre el segundo y el primer milenio no hay ruptura, sino novedad en la continuidad.Ciertamente, en el primer milenio se subraya la comunión eclesial, mientras que en el segundo se enfatiza la jurisdicción; pero ambas dimensiones están siempre presentes. 

La infalibilidad del Papa, al servicio de la unidad 

La constitución dogmática Pastor aeternus del Concilio Vaticano I (1869-1870) se centra en el ministerio del “primado romano” o “primado apostólico”. Deseaba afrontar sobre todo el riesgo del galicanismo. Señala que la finalidad del ministerio primacial de Pedro es la unidad entre los obispos, la unidad de la fe y entre todos los fieles. Afirma que Pedro recibió de Cristo un verdadero y propio primado de jurisdicción (de obediencia y no solo de honor) sobre toda la Iglesia, y que ese primado permanece en los sucesores de Pedro. La potestad de jurisdicción del primado se califica como suprema (no solo como primum inter pares; e inapelable), plena (en todos los temas), universal (en todo el mundo), ordinaria (no delegada), inmediata (no necesita mediación de los obispos o de los gobiernos) y “verdaderamente episcopal” (sin que suplante al obispo local). No distingue entre potestad de jurisdicción (enseñar y gobernar) y de orden (santificar). 

Respecto a la infalibilidad del Papa, el Concilio Vaticano I definió solemnemente que el Papa es infalible en sus declaraciones ex cathedra, es decir en sus declaraciones dogmáticas. La infalibilidad del Papa se entiende ahí al servicio de su ministerio petrino, no de modo aislado, sino como cabeza del colegio de los obispos y de la comunidad eclesial.

El apresurado final del Concilio Vaticano I no permitió configurar armónicamente la doctrina del episcopado en su relación con el primado, cosa que haría después del Concilio Vaticano II en el marco de una eclesiología de comunión, declarando la doctrina acerca de la sacramentalidad del episcopado y de la colegialidad episcopal.

En el Concilio Vaticano II la doctrina sobre el primado romano se sitúa en continuidad con el Vaticano I, o mejor en la perspectiva de una novedad en la continuidad. Novedad sobre todo por el contexto eclesiológico, antes que por las aportaciones doctrinales concretas. Señalemos tres principales aportaciones relacionadas con el primado del Papa:

El Concilio declara la sacramentalidad del episcopado. Es decir, que por el sacramento del orden se confiere al obispo el triple munus de enseñar, santificar y gobernar, en comunión jerárquica con la cabeza y los miembros del colegio episcopal. 

Enseña también el significado de la colegialidad episcopal: el colegio de los obispos sucede al colegio de los apóstoles, bajo la cabeza que es ahora el Papa, sucesor de Pedro. La unidad entre el Papa y el colegio episcopal se manifiesta solemnemente en el Concilio Ecuménico.

Además de la infalibilidad de las declaraciones dogmáticas del Papa, el Concilio Vaticano II declara otras tres formas en las que la Iglesia participa de la infalibilidad divina (única que es absoluta). 1) El Concilio ecuménico, en el que se ejerce de modo solemne el magisterio del Papa y de los obispos. 2) El magisterio ordinario y universal, ejercido por el Papa y los obispos en comunión con él, cuando proponen una doctrina definitiva en materia de fe y costumbres, aunque no estén reunidos en el Concilio, sino dispersos por el mundo. 3) El conjunto de los fieles en comunión con el Papa y los obispos en materias de fe y de moral goza de infalibilidad (infalibilidad in credendo) en cuanto manifestación del “sentido de la fe”.

Después del Concilio Vaticano II, el Magisterio ha explicado que el primado del Papa y el colegio episcopal pertenecen a la esencia de cada Iglesia particular “desde dentro” de ellas mismas (Carta Communionis notio, de 1992, 14; cf. Lumen gentium, 8).

De todo lo anterior se deduce que hay que distinguir la autoridad pastoral suprema, que tiene el Papa, y los aspectos y modos de ejercerla. Esa autoridad solo puede ser única. Se descartan dos posiciones extremas: la conciliarista–episcopalista que define la autoridad de los obispos reunidos en Concilio por encima del Papa; la considerada “papalista”, según la cual solo el Papa (o el Papa solo) tendría la autoridad suprema en la Iglesia, y los obispos la recibirían de él. 

La relación del Papa y de los obispos hoy tiende a considerarse en la perspectiva de un único “sujeto” de la autoridad suprema en la Iglesia: el colegio de los obispos con su cabeza; y dos modos de ejercitarla: a través del Papa, en cuanto cabeza del colegio; a través del colegio de los obispos en comunión con su cabeza. 

En cuanto a la colegialidad episcopal, hoy se habla de una colegialidad episcopal “efectiva”, y de otra “afectiva”. Las dos son necesarias y han realizarse en comunión con el ministerio petrino y viceversa. La “efectiva” se manifiesta en el Concilio ecuménico (de modo solemne y plenamente técnico-jurídico) y en el magisterio ordinario universal de los obispos en comunión con el sumo pontífíce. La colegialidad “afectiva” se refiere a realizaciones parciales de la colegialidad como el Sínodo de los obispos, la Curia romana, los concilios locales y las conferencias episcopales.

Primado, unidad y sinodalidad

Volviendo al ministerio del Papa en el momento actual y en continuidad especialmente con los pontificados que se sitúan en la estela del Concilio Vaticano II, cabe observar que el papado se manifiesta a la vez en un doble plano que es también un doble desafío: de un lado, el servicio a la unidad de la fe y de la comunión para los cristianos (con los modos de ejercerlo y explicarlo que convengan teniendo en cuenta al contexto ecuménico); y simultáneamente, su innegable autoridad moral a nivel universal (en temas centrales como la dignidad de la persona y el servicio al bien común y la paz, la preocupación efectiva por los más débiles y necesitados, la defensa de la vida y de la familia, el cuidado de la Tierra como casa común).   

El presente Instrumentum laboris se refiere al primado del Papa en varias ocasiones, precisamente en relación con la sinodalidad. 

En primer lugar, cita al Concilio Vaticano II y su visión de la catolicidad de la Iglesia, para expresar que la sinodalidad ha de llevarse a cabo “permaneciendo inmutable el primado de la cátedra de Pedro, que preside la asamblea universal de la caridad, protege las diferencias legítimas y simultáneamente vela para que las divergencias sirvan a la unidad en vez de dañarla” (Lumen gentium, 13). 

En segundo lugar, aparece el primado en tres de las preguntas formuladas como ayuda para la oración, la reflexión y el discernimiento sinodal.

La primera se formula así: “Cómo puede contribuir el proceso sinodal en curso a ‘encontrar una forma de ejercicio del primado que, sin renunciar en absoluto a lo esencial de su misión, se abra a una situación nueva’” (la cita es de san Juan Pablo II, enc. Ut unum sint, de 1995, n. 95, texto citado por el Papa Francisco en la exhort. ap. Evangelii gaudium,32 y en la const. Ap. Episcopalis communio, 10). 

Más adelante se vuelve a preguntar sobre este tema: “¿Cómo deben evolucionar, en una Iglesia sinodal, el papel del obispo de Roma y el ejercicio del primado?”

Luego figura una afirmación que convendrá fundamentar y explicar, así como acompañar, con los recursos convenientes (a nivel espiritual, formativo, teológico y canónico), las condiciones para que contribuya efectivamente al bien de todos:

“El Sínodo 2021-2024 está demostrando claramente que el proceso sinodal es el contexto más adecuado para el ejercicio integrado del primado, la colegialidad y la sinodalidad como elementos inalienables de una Iglesia en la que cada sujeto desempeña su función peculiar de la mejor manera posible y en sinergia con los demás”.

Finalmente, reaparece el primado en una consideración y una pregunta sobre el marco general de la sinodalidad: “A la luz de la relación dinámica y circular entre la sinodalidad de la Iglesia, la colegialidad episcopal y el primado petrino, ¿cómo perfeccionar la institución del Sínodo para que se convierta en un espacio cierto y garantizado para el ejercicio de la sinodalidad, asegurando la plena participación de todos –el Pueblo de Dios, el Colegio episcopal y el Obispo de Roma– respetando sus funciones específicas? ¿Cómo valorar el experimento de extensión participativa a un grupo de ‘no obispos’ en la primera sesión de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos (octubre 2023)”?

Fuente: omnesmag.com

Publicado por JOQUIVESA en 17:06

6/28/23

La pasión por la evangelización: el celo apostólico del creyente

 El Papa en la Audiencia General


Catequesis. 17. Testigos: Santa María MacKillop

¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!

¡Hoy tenemos que tener un poco de paciencia, con este calor! ¡Gracias por haber venido con este calor, con este sol, muchas gracias por vuestra visita!

En esta serie de catequesis sobre el celo apostólico, estamos encontrando algunas figuras ejemplares de hombres y mujeres de todo tiempo y lugar, que han dado la vida por el Evangelio. Hoy vamos lejos, a Oceanía, un continente formado por muchísimas islas, grandes y pequeñas. La fe en Cristo, que tantos emigrantes europeos llevaron a esas tierras, echó raíces pronto y dio frutos abundantes (cfr Exhort. ap. postsin. Ecclesia in Oceania, 6). Entre ellos está una religiosa extraordinaria, santa Mary MacKillop (1842-1909), fundadora de las Hermanas de San José del Sagrado Corazón, que dedicó su vida a la formación intelectual y religiosa de los pobres en la Australia rural.

Mary MacKillop nació cerca de Melbourne de padres que emigraron a Australia desde Escocia. De niña, se sintió llamada por Dios a servirlo y testimoniarlo no solo con las palabras, sino sobre todo con una vida transformada por la presencia de Dios (cfr Evangelii gaudium, 259). Como María Magdalena, que fue la primera en encontrar a Jesús resucitado y fue enviada por Él a llevar el anuncio a los discípulos, Mary estaba convencida de ser ella también enviada a difundir la Buena Noticia y a atraer a otros al encuentro con el Dios viviente.

Leyendo con sabiduría los signos de los tiempos, entendió que para ella la mejor forma de hacerlo era a través de la educación de los jóvenes, siendo consciente de que la educación católica es una forma de evangelización. Es una gran forma de evangelización. Así, si podemos decir que «cada santo es una misión; es un proyecto del Padre para reflejar y encarnar, en un momento determinado de la historia, un aspecto del Evangelio» (Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 19), Mary MacKillop lo fue sobre todo a través de la fundación de escuelas.

Una característica esencial de su celo por el Evangelio consistía en cuidar de los pobres y los marginados. Y esto es muy importante: en el camino de la santidad, que es el camino cristiano, los pobres y los marginados son protagonistas y una persona no puede ir adelante en la santidad si no se dedica también a ellos, de una forma u otra. Estos, que necesitan de la ayuda del Señor, llevan la presencia del Señor. Una vez leí una frase que me impresionó; decía así: “El protagonista de la historia es el mendigo: los mendigos son aquellos que atraen la atención sobre la injusticia, que es la gran pobreza en el mundo”, se gasta el dinero para fabricar armas y no para producir comidas…. Y no olvidéis: no hay santidad si, de una manera u otra, no hay cuidado de los pobres, los necesitados, de aquellos que están un poco a los márgenes de la sociedad. Este cuidar de los pobres y de los marginados impulsaba a Mary a ir allí donde otros no querían o no podían ir. El 19 de marzo de 1866, fiesta de San José, abrió la primera escuela en un pequeño suburbio al sur de Australia. Le siguieron tantas otras que ella y sus hermanas fundaron en las comunidades rurales en Australia y Nueva Zelanda. Se multiplicaron, porque el celo apostólico hace así: multiplica las obras.

Mary MacKillop estaba convencida de que el propósito de la educación es el desarrollo integral de la persona tanto como individuo que como miembro de la comunidad; y que esto requiere sabiduría, paciencia y caridad por parte de todo profesor. En efecto, la educación no consiste en llenar la cabeza de ideas: no, no es solo esto. ¿En qué consiste la educación? En acompañar y animar a los estudiantes en el camino de crecimiento humano y espiritual, mostrándoles cuánto la amistad con Jesús Resucitado dilata el corazón y hace la vida más humana. Educar es ayudar a pensar bien: a sentir bien – el lenguaje del corazón – y a hacer bien – el lenguaje de las manos. Esta visión es plenamente actual hoy, cuando sentimos la necesidad de un “pacto educativo” capaz de unir a las familias, las escuelas y toda la sociedad.

El celo de Mary MacKillop por la difusión del Evangelio entre los pobres la condujo también a emprender otras obras de caridad, empezando por la “Casa de la Providencia” abierta en Adelaide para acoger ancianos y niños abandonados. Mary tenía mucha fe en la Providencia de Dios: siempre confiaba que en cualquier situación Dios provee. Pero esto no le ahorraba las preocupaciones y las dificultades que derivan de su apostolado, y María tenía buenas razones: tenía que pagar las cuentas, tratar con los obispos y los sacerdotes locales, gestionar las escuelas y cuidar la formación profesional y espiritual de las Hermanas; y, más tarde, los problemas de salud. Sin embargo, en todo esto, permanecía tranquila, llevando con paciencia la cruz que es parte integrante de la misión.

En una ocasión, en la fiesta de la Exaltación de la Cruz, Mary dijo a una de sus hermanas: “Hija mía, desde hace muchos años he aprendido a amar la Cruz”. No se rindió en los momentos de prueba y de oscuridad, cuando su alegría era amortiguada por la oposición y el rechazo. Veis: todos los santos han encontrado oposiciones, también dentro de la Iglesia. Es curioso, esto. También ella las tuvo. Permanecía convencida de que, también cuando el Señor le asignaba «pan de asedio y aguas de opresión» (Is 30,20), el mismo Señor respondería pronto a su grito y la rodearía con su gracia. Este es el secreto del celo apostólico: la relación continua con el Señor.

Hermanos y hermanas, el discipulado misionero de Santa Mary MacKillop, su respuesta creativa a las necesidades de la Iglesia de su tiempo, su compromiso por la formación integral de los jóvenes nos inspire hoy a todos nosotros, llamados a ser levadura del Evangelio en nuestras sociedades en rápida transformación. Su ejemplo y su intercesión sostengan el trabajo cotidiano de los padres, de los profesores, de los catequistas y de todos los educadores, por el bien de los jóvenes y por un futuro más humano y lleno de esperanza.


 

Saludos:

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los alumnos de los Institutos diocesanos de Gran Canaria España. Pidamos al Señor, por intercesión de santa María MacKillop y todos los santos y santas que se dedicaron a la educación, que sostenga el trabajo cotidiano de los padres y de los maestros, de los catequistas y formadores, por el bien de la juventud y en vistas a un futuro de paz y fraternidad. Que Jesús los bendiga y la Virgen Santa los cuide. Muchas gracias.

 


 

Resumen leído por el Santo Padre en español

Queridos hermanos y hermanas:

Dedicamos esta catequesis sobre el celo apostólico a una religiosa australiana, santa María MacKillop, fundadora de las Hermanas de San José del Sagrado Corazón. Ella, como María Magdalena, se encontró con Jesús resucitado y se sintió impulsada a difundir a todos la Buena Noticia. Su celo apostólico la llevó a realizar numerosas obras de caridad, como la fundación de escuelas y hogares para los más necesitados, sobre todo en zonas rurales.

Podemos decir que el apostolado que realizó María MacKillop —basado principalmente en acompañar a las personas en su crecimiento humano y espiritual—, sigue siendo plenamente actual, ya que vemos la necesidad de un “pacto educativo” que una a las familias, a las escuelas y a toda la sociedad. Sabemos que esto no es nada fácil, también nuestra santa tuvo que afrontar diversos problemas y diversas dificultades. Pero su testimonio de vida nos enseña a confiar en la Providencia de Dios y en la fuerza de la gracia, especialmente en los momentos de cruz y oscuridad.

Fuente: vatican.va


Publicado por JOQUIVESA en 12:47

6/27/23

Diferenciar la diferenciada

ENRIQUE Gª-MÁIQUEZ


Por un erróneo concepto antropológico de la libertad, se quiere hacer de los alumnos tablas rasas, libros en blanco

Participé en un coloquio con Ignasi Grau, experto internacional en libertad de educación. Fue apasionante, porque, como es obvio, no hay ni un solo tema en que nos juguemos más futuro. En consecuencia, las amenazas a la libertad de educación son múltiples.

Múltiples, pero coherentes. En las preguntas, expuse una perplejidad. ¿Por qué tanta persecución a la educación diferenciada? Es estrictamente voluntaria, viene avalada por múltiples estudios pedagógicos, está normalizada en todo el mundo, especialmente en la prestigiosa área anglosajona, y nadie que opta por la diferenciada quiere suprimir la educación mixta, que merece todo el respeto y a la que se reconocen, a su vez, sus ventajas y su tradición.

La respuesta explicó eso y mucho más. Es un problema de imposición del… liberalismo. Como la izquierda ha hecho suyos estos postulados, nos confundimos, pero es que también en esto los planteamientos izquierdistas son marionetas de un capitalismo ideologizado que ha permeado hasta las corrientes aparente y retóricamente más opuestas.

Éstas entienden que tanto la educación diferenciada como la religiosa imponen a los alumnos una visión del mundo en vez de dejarles en blanco para que libremente se autodeterminen cuando lleguen a una edad suficiente. Eso explica ese odio cerril a la diferenciada, a la que se aprieta con leyes y se ahoga sin financiación o conciertos.

Pero también explica la profunda crisis global de la enseñanza. Si no queremos que se transmita a los alumnos ninguna cosmovisión concreta, terminamos en contra de cualquier enseñanza sólida, porque enseñar es transmitir –en los principios, en los hábitos y en los conocimientos– una visión del mundo. Por un erróneo concepto antropológico de la libertad, se quiere hacer de los alumnos tablas rasas, libros en blanco.

No entendía este empecinamiento contra una opción libre de los padres, pero ahora sé que no es contra esa opción. El debate no está en las ventajas o no de la diferenciada, sino en ir vaciando de contenidos fuertes (o sea, de convencimientos) todo el proceso educativo. Para que ninguna filosofía ni las familias ni las comunidades se interpongan en la utopía de una sociedad de consumistas libérrimos, aislados, moldeables y acríticos. Pero eso ya es una ideología: el liberalismo filosófico extremo. Se les quiere forzar a ser libres, y en esa paradoja se ve lo violento del propósito y su imposibilidad.

Fuente: diariodecadiz.es

Publicado por JOQUIVESA en 16:24

6/26/23

Hacer de la vida algo hermoso y grande

Juan Luis Selma

Hoy se ridiculiza mucho al creyente, sobre todo si es católico. Hacen burla de la moral. Se ríen de Dios. Confunden tanto la libertad que la utilizan para esclavizarse

En un encuentro de jóvenes con Benedicto XVI, una chica le hizo esta interesante pregunta: “Padre Santo, el joven del Evangelio preguntó a Jesús: maestro bueno, ¿qué debo hacer para tener la vida eterna? Yo no sé siquiera qué es la vida eterna. No consigo imaginármela, pero sé una cosa: no quiero tirar mi vida, quiero vivirla hasta el fondo, y no estar sola. Tengo miedo de que esto no suceda, tengo miedo de pensar solo en mí misma, de equivocarme en todo y de encontrarme sin una meta que alcanzar, viviendo al día. ¿Es posible hacer de mi vida algo hermoso y grande?”

Pienso que hay que tener mucha calidad personal para plantearse estos interrogantes, para no querer dejar pasar la vida sin pena ni gloria. El miedo no es bueno, pero tiene sus aspectos positivos. Es una reacción natural que nos impide meternos en laberintos intrincados, en locas aventuras: miedo a fracasar, a quedar mal, a hacer daño.

Quisiera aprovechar estas palabras para crear un cierto desasosiego que nos ayude a despertarnos de la fácil modorra en la que solemos caer. ¿Cómo estoy gastando mi vida? ¿La estoy malbaratando, tirando? ¿Renuncio a los sueños que tuve en mis mejores momentos?

Respondía el Santo Padre: “Con su pregunta, nos ha dado una descripción de lo esencial de la vida eterna, es decir, de la verdadera vida: no tirar la vida, vivirla en profundidad, no vivir para sí mismos, no vivir al día, sino vivir realmente la vida en su riqueza y en su totalidad. ¿Y cómo hacer?... intentar conocer a Dios. Y así sabemos que nuestra vida no existe por casualidad, no es casualidad. Mi vida es querida por Dios desde la eternidad. Yo soy amado, soy necesario. Dios tiene un proyecto conmigo en la totalidad de la historia; tiene un proyecto precisamente para mí. Mi vida es importante y también necesaria. El amor eterno me ha creado en profundidad y me espera”.

No ténganos miedo de hacernos preguntas, de estar a solas con nosotros mismos, de pensar. Atrevernos a ser diferentes, a llamar la atención, si es el caso; a movernos, aunque no salgamos en la foto. Conformarse con lo políticamente correcto, vivir de eslóganes de los demás, mimetizarse con la vida, callar, aburguesarse, venderse al mejor postor no es digno de la persona humana.

Jesús nos dice en el Evangelio: “No les tengáis miedo…No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed ante todo al que puede hacer perder alma y cuerpo en el infierno…Por tanto, no tengáis miedo: vosotros valéis más que muchos pajarillos”. Nos invita a vivir sin respetos humanos, a velar por lo que realmente nos hace bien, a ser libres, a confiar en quien sé que puedo confiar: en Dios.

Hoy se ridiculiza mucho al creyente, sobre todo si es católico. Hacen burla de la moral. Se ríen de Dios. Confunden tanto la libertad que la utilizan para esclavizarse. Pero el tiempo lo pone todo en su sitio. No podemos tener miedo a los que se han apropiado el mundo. El mundo es nuestro, el auténtico, el que ha salido de las manos de Dios. Vamos a disfrutar de él, a ir por la calle con la frente bien alta, sin complejos mojigatos. Sin miedo.

“¡No tengáis miedo! Cristo conoce lo que hay dentro del hombre. ¡Sólo Él lo conoce! Con frecuencia el hombre actual no sabe lo que lleva dentro, en lo profundo de su ánimo, de su corazón. Muchas veces se siente inseguro sobre el sentido de su vida en este mundo. Se siente invadido por la duda que se transforma en desesperación. Permitid, pues, –os lo ruego, os lo imploro con humildad y con confianza– permitid que Cristo hable al hombre. ¡Sólo Él tiene palabras de vida, sí, de vida eterna!” nos decía san Juan Pablo II.

En muchas ocasiones tenemos miedo de nosotros. Nos miramos y nos horrorizamos. ¡Cuánta traición y miseria! Tenemos pánico al silencio, a la soledad porque no queremos reconocer a ese yo que soy yo. No nos gustamos y nadie acaba de agradarnos. Esto es debido a que nos fijamos más en lo que hacemos que en lo que somos. Con el tiempo, a fuerza de perder la perspectiva de la mirada divina, de vernos en Dios y de ver a Dios en los demás, nos perdemos en el laberinto de los espejos deformantes de la feria. Nos vemos cabezones, enanos, alargados…Hay que volver a Dios, verse en Él.

Recuperar ese proyecto original para el que hemos sido hechos. Hacer de la vida algo grande y hermoso. Llenarla de sentido sabiéndome amado incondicionalmente y dando ese amor que he recibido a los demás. No tener miedo de volver, de rectificar, de recomenzar. Todavía es posible. Dios es ese que te transforma con su amor. Basta darse cuenta. Dejarse abrazar por Él y la vida te cambia. Atrevernos a volver a sus brazos, a pedirle perdón. Dejar que nos redima y no conformarnos.

Fuente: eldiadecordoba.es


Publicado por JOQUIVESA en 9:35

6/25/23

Yo, ¿de qué tengo miedo?

 El Papa en el Ángelus


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! ¡buen domingo!

En el Evangelio de hoy, Jesús repite tres veces a sus discípulos: "No tengan miedo" (Mt 10,26.28.31). No tengan miedo. Poco antes, les habló de las persecuciones que tendrán que soportar por causa del Evangelio, una realidad que sigue siendo actual: la Iglesia, de hecho, desde el principio ha conocido, junto con sus alegrías, y tenía tantas, ha conocido también persecuciones, muchas, ¿eh? Parece paradójico: el anuncio del Reino de Dios es un mensaje de paz y de justicia, fundado en la caridad fraterna y en el perdón y, sin embargo, encuentra oposición, violencia y persecución. Jesús, no obstante, nos dice que no temamos: no porque todo irá bien en el mundo, no, no por eso, sino porque para el Padre somos preciosos y nada de lo que es bueno se perderá. Por eso nos dice que no dejemos que el miedo nos detenga, sino que temamos otra cosa, una sola cosa. ¿Pero cuál es la cosa que Jesús nos dice que debemos temer?

Lo descubrimos a través de una imagen que Jesús utiliza hoy: la imagen de la "Gehenna" (cf. v. 28). El valle de " Gehenna" era un lugar que los habitantes de Jerusalén conocían bien: era el gran vertedero de basura de la ciudad. Jesús habla de él para decir que el verdadero miedo que hay que tener es el de desechar la propia vida. Desechar la propia vida, y sobre esto Jesús dice: “Sí, tengan miedo de eso”. Como si dijera: no hay que tener tanto miedo a sufrir incomprensiones y críticas, a perder prestigio y ventajas económicas por permanecer fieles al Evangelio, no, sino a desperdiciar la existencia buscando cosas de poco valor, que no colman el sentido de la vida.

Y esto es importante para nosotros. De hecho, incluso hoy uno puede ser objeto de burlas o de discriminación si no sigue ciertos modelos de moda, que, sin embargo, a menudo ponen en el centro realidades de segunda categoría: por ejemplo, seguir las cosas en lugar de personas, rendimientos en lugar de relaciones. Veamos algunos ejemplos. Pienso en los padres, que necesitan trabajar para mantener a su familia, pero no pueden vivir solo para el trabajo, sino que necesitan tiempo para estar con sus hijos. Pienso también en un sacerdote o en una religiosa, que deben comprometerse en su servicio, pero sin olvidarse de dedicar tiempo a estar con Jesús, de lo contrario caen en la mundanidad espiritual y pierden el sentido de lo que son. Aún más, pienso en un joven o una joven, que tienen mil compromisos y pasiones: la escuela, el deporte, intereses varios, el teléfono móvil y las redes sociales, pero necesitan encontrarse con personas y organizar grandes sueños, sin perder el tiempo en cosas que pasan y no dejan huella.

Todo esto, hermanos y hermanas, conlleva cierta renuncia frente a los ídolos de la eficacia y el consumismo, pero es necesario para no perderse en las cosas, que luego se tiran, como se hacía entonces en la “Gehenna”. Y en las “Gehennas” de hoy, por el contrario, suele terminar la gente: pensemos, pensemos en los últimos, a menudo tratados como material de descarte y como objetos no deseados. Permanecer fiel a lo que importa es costoso; cuesta ir contracorriente, cuesta liberarse de los condicionamientos del pensamiento común, cuesta ser apartado por los que “siguen la moda”. Pero no importa, ¿eh?, no importa. Jesús dice: lo que cuenta es no desperdiciar el mayor bien, es decir, la vida. No desechen la vida. Solo esto debe asustarnos.

Preguntémonos entonces: Yo, ¿de qué tengo miedo? ¿De no tener lo que me gusta? ¿De no alcanzar las metas que la sociedad impone? ¿Del juicio de los demás? ¿O más bien, de no agradar al Señor y de no poner en primer lugar su Evangelio? María, siempre Virgen, Madre Sabia, nos ayude a ser sabios y valientes en las decisiones que tomamos.

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Después del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas:

Me ha entristecido mucho lo ocurrido hace unos días en el Centro Penitenciario Femenino de Támara, en Honduras. Una terrible violencia entre bandas rivales sembró la muerte y el sufrimiento. Rezo por las fallecidas, rezo por sus familias. Que la Virgen de Suyapa, Madre de Honduras, ayude a los corazones a abrirse a la reconciliación y a dar espacio a la convivencia fraterna, incluso dentro de las cárceles.

En estos días se cumple el 40 aniversario de la desaparición de Emanuela Orlandi. Quiero aprovechar esta ocasión para expresar, una vez más, mi cercanía a los familiares, especialmente a la madre, y asegurarles mis oraciones. Hago extensivo mi recuerdo a todas las familias que soportan el dolor de un ser querido que ha desaparecido.

Saludo a todos ustedes, romanos y peregrinos de Italia y de diversos países, especialmente a los fieles de Bogotá, Colombia.

Saludo a la Fraternidad de la Orden Franciscana Seglar de Pisa; a los jóvenes de Gubbio, Perugia y Spoleto; al grupo de Limbadi que celebra al joven Leo; a los participantes en la peregrinación motorizada de Cesena y Longiano; y a los voluntarios de Radio María Italia, que con una gran pancarta nos invitan a ponernos "todos bajo el manto" de la Virgen Madre María, para implorar a Dios el don de la paz. Y esto lo pedimos especialmente por el atormentado pueblo ucraniano.

Deseo a todos un buen domingo. Por favor, no se olviden de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!

Fuente: vatican.va


Publicado por JOQUIVESA en 18:43

6/24/23

No tengáis miedo

 Domingo 12.º del Tiempo Ordinario (Ciclo A). 

Evangelio (Mt 10,26-33)

No les tengáis miedo, porque nada hay oculto que no vaya a ser descubierto, ni secreto que no llegue a saberse. Lo que os digo en la oscuridad, decidlo a plena luz; y lo que escuchasteis al oído, pregonadlo desde los terrados. No tengáis miedo a los que matan el cuerpo pero no pueden matar el alma; temed ante todo al que puede hacer perder alma y cuerpo en el infierno. ¿No se vende un par de pajarillos por un as? Pues bien, ni uno solo de ellos caerá en tierra sin que lo permita vuestro Padre. En cuanto a vosotros, hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. Por tanto, no tengáis miedo: vosotros valéis más que muchos pajarillos.

A todo el que me confiese delante de los hombres, también yo le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos. Pero al que me niegue delante de los hombres, también yo le negaré delante de mi Padre que está en los cielos.


Comentario

El capítulo décimo del evangelio de san Mateo nos dice que Jesús, después de haber elegido a los doce Apóstoles, los envió y les dio algunas instrucciones para su labor. Entre ellas, las que escuchamos en el Evangelio de este domingo y que glosan la idea principal: “No tengáis miedo”. Desde el primer momento les advierte de que en su tarea encontrarán dificultades, persecuciones, incomprensiones… Pero la mayor amenaza no viene de aquellos que intenten acallarlos, ni siquiera de los que atenten contra su vida. El único peligro verdadero es aquel “que puede hacer perder alma y cuerpo en el infierno”, el que puede conducir al pecado, a la pérdida de la amistad con Dios.

Nos guste o no, el miedo forma parte de la vida humana. Desde niños hemos experimentado temores que a veces eran infundados y luego desaparecían. También en la madurez se nos presentan miedos ante situaciones duras –dolor, incomprensión, soledad, incertidumbre, muerte, …– que nos salen al paso y debemos afrontar y superar, contando con nuestro esfuerzo y la ayuda de Dios.

Pero un discípulo de Cristo no tiene por qué temer, ya que no está solo. Dios es un Padre amoroso, que, si se ocupa hasta de los más pequeños detalles en sus criaturas, con mucha mayor razón cuidará de sus hijos fieles. “La solución es amar. San Juan Apóstol escribe unas palabras que a mí -decía san Josemaría- me hieren mucho: ‘qui autem timet, non est perfectus in caritate’. Yo lo traduzco así, casi al pie de la letra: el que tiene miedo, no sabe querer. –Luego tú, que tienes amor y sabes querer, ¡no puedes tener miedo a nada! –¡Adelante!”.

“Por consiguiente –comentaba Benedicto XVI–, el creyente no se asusta ante nada, porque sabe que está en las manos de Dios, sabe que el mal y lo irracional no tienen la última palabra, sino que el único Señor del mundo y de la vida es Cristo, el Verbo de Dios encarnado, que nos amó hasta sacrificarse a sí mismo, muriendo en la cruz por nuestra salvación. Cuanto más crecemos en esta intimidad con Dios, impregnada de amor, tanto más fácilmente vencemos cualquier forma de miedo”.

Todavía resuena en muchos corazones aquel grito, lleno de fe y confianza en Dios, de san Juan Pablo II en la Misa inicial de su pontificado: “¡No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo! Abrid a su potestad salvadora los confines de los Estados, los sistemas económicos y los políticos, los extensos campos de la cultura. de la civilización y del desarrollo. ¡No tengáis miedo! Cristo conoce lo que hay dentro del hombre. ¡Sólo Él lo conoce! Con frecuencia el hombre actual no sabe lo que lleva dentro, en lo profundo de su ánimo, de su corazón. Muchas veces se siente inseguro sobre el sentido de su vida en este mundo. Se siente invadido por la duda que se transforma en desesperación. Permitid, pues, –os lo ruego, os lo imploro con humildad y con confianza– permitid que Cristo hable al hombre. ¡Sólo Él tiene pala­bras de vida, sí, de vida eterna!”.

El Apóstol es valiente, atrevido. Tiene la virtud de la audacia que le empuja a afrontar tareas que están en el límite de sus posibilidades o parece que lo superan. Pero cuando se trata de tareas divinas, la audacia no es temeridad, porque “no estamos solos, Él obrará” (cf. 1 Ts 5,24). San Josemaría lo señalaría con claridad en un punto de Camino: “¡Dios y audacia! –La audacia no es imprudencia. –La audacia no es osadía”.

Fuente:  opusdei.org


Publicado por JOQUIVESA en 20:54

6/23/23

Retorno a la religión, pero… ¿a la religión verdadera? Claves del nuevo secularismo

Alejandro Pardo


«Los intentos de desarraigar al hombre de sus creencias religiosas, de anular o apagar su sed de trascendencia, no han surtido efecto o, al menos, no en el grado esperado»

Después de la deriva secularista de los últimos siglos, algunos pensadores vaticinan una vuelta a la experiencia religiosa. Sin embargo, sus planteamientos parecen entrar en conflicto con la idea de que pueda haber una religión que esté en lo cierto y otras que se equivoquen.

El debate entre fe y razón, religión y sociedad, dogma y autonomía, creencia y libertad adopta en cada época unos matices diferentes, pero se mantiene constante. ¿Es razonable creer? ¿Cuál debe ser el papel de la religión en la sociedad contemporánea? ¿Puede ser el hombre verdaderamente libre si está sujeto a una instancia superior a la que llamamos Dios? ¿Es posible defender algo como una verdad absoluta sin caer en la intolerancia y el fanatismo?

Estas y otras cuestiones semejantes han estado periódicamente presentes en la conciencia humana y en el debate social, si bien cobraron singular protagonismo a partir de la Ilustración. Tras unos siglos de alianza entre trono y altar, en el mundo occidental, donde la religión cristiana era la del Estado y donde no había lugar para la increencia, la humanidad pasó paulatinamente al lado contrario. La rebeldía del hombre moderno y su reivindicación de total autonomía frente a poderes mundanos y espirituales llevó a un nuevo orden político, social y cultural donde la religión no tenía cabida, salvo en la esfera privada y casi por condescendencia. No obstante, los intentos de desarraigar al hombre de sus creencias religiosas, de anular o apagar su sed de trascendencia, no han surtido efecto o, al menos, no en el grado esperado.

Este proceso de des-religiosidad del mundo contemporáneo se ha denominado indistintamente secularismo o secularización. Pueden parecer términos sinónimos y, sin embargo, no lo son. Mientras la palabra secularismo posee una connotación peyorativa, secularización resulta más aséptica y permite un uso positivo. Por secularización entendemos aquí la legítima reivindicación de la autonomía de los asuntos temporales con respecto a los poderes o intereses religiosos: separación entre trono y altar, entre Iglesia y Estado. Equivale a secularidad y se opone a clericalismo, que vendría a ser la invasión de lo civil por parte de las instancias religiosas. Esta intromisión no acarrea la necesidad imperiosa de eliminar toda huella de la religión en la sociedad contemporánea (perenne reivindicación del secularismo), sino más bien el compromiso de respetar las propias esferas de competencia.

«Los intentos de desarraigar al hombre de sus creencias religiosas, de anular o apagar su sed de trascendencia, no han surtido efecto o, al menos, no en el grado esperado»

Hecha esta apreciación, resulta interesante observar un cambio de tendencia que pone en crisis uno de los postulados típicamente pos-modernos, condensado en la máxima «Cuanta más modernidad, menos religiosidad». En efecto, el hombre posmoderno ha logrado deshacerse de las ataduras de la religión, que lo cohíben y reprimen, y vuela a su aire, con las alas de la libertad y la razón. Han sido innumerables los esfuerzos por confirmar la muerte o el eclipse de Dios, por reescribir la historia de Europa sin mencionar siquiera sus raíces cristianas, por lograr una sociedad laica y aconfesional donde cualquier símbolo religioso —en especial si es cristiano— se considera una provocación.

En cambio, en un nuevo movimiento pendular, cobra fuerza entre algunos pensadores y sociólogos la crítica al axioma del antagonismo entre modernidad y religiosidad. Es más, uno de los frutos maduros de la época actual es que el hombre vuelve a creer, y lo hace por decisión propia, no por imposición o por la presencia institucional de la religión en la vida política, social o cultural. Así lo ponen de manifiesto autores como Charles Taylor, Karen Armstrong, Peter Berger o Jürgen Habermas. Con distintos matices propios de sus diferentes puntos de partida —Taylor y Amstrong, inicialmente católicos; Berger, luterano; Habermas, inicialmente posestructuralista—, estos pensadores coinciden en afirmar que, entre los cambios culturales que ha traído la posmodernidad, se encuentra el regreso a la creencia, fruto ahora de una decisión libre y reflexiva. En este sentido, la secularización debe entenderse no solo como la posibilidad de creer o no, sino también de transformar la vivencia de lo sobrenatural en beneficio del propio individuo y de la sociedad. A esto llamamos «orientación ética». Así, la fe se vuelve valiosa porque inspira el actuar del hombre y le proporciona un sentido en medio de un mundo al que mira desencantado. A nivel político y social, la religión ofrece unos criterios de comportamiento éticos. Al fin, ese vivir «como si Dios no existiera» (Grocio), propio del secularismo más radical o ateo, parece dejar paso a unos nuevos aires en los que, dentro de la asfixia inmanentista, el hombre intenta conseguir unas bocanadas de oxígeno trascendente. El eclipse o muerte de Dios da paso nuevamente a la sed de Dios.

Renunciar a lo irrenunciable

Así pues, a la pregunta «¿Es razonable creer?» estos autores no dudan en responder afirmativamente, lo que contraviene uno de los principios posmodernos más consolidados. Y respecto de la segunda cuestión que planteábamos —cuál debe ser el papel de la religión en la sociedad de ahora—, subrayan su función de suplencia de la filosofía moderna en el ámbito moral. Eso sí: el carácter positivo de ambas respuestas tiene como contrapartida una renuncia a lo irrenunciable.

En efecto, tras estos postulados se esconde una visión aguada y condescendiente de la fe, que desemboca en un pacífico subjetivismo relativista. Para estos autores, la fe no entraña ninguna pretensión de verdad. Es más: cuanto más dubitativa, más veraz (Taylor); cuanto más light, más políticamente correcta (Armstrong); cuanto más pluralista, más social (Berger); cuanto más trascendente, más deficiente como verdadero conocimiento (Habermas). Se trata, pues, de una fe zero-zero, acomodada, desnaturalizada, sin entidad dogmática, de la que solo interesa su dimensión práctica, performativa. Al desligarlas de la verdad, las creencias son de por sí opinables. La duda se instala como actitud vital, aunque, en lugar de conducir a la desesperación y al nihilismo, promueve la religión como una especie de sucedáneo existencial (tranquilidad psicológica y preocupación social). Ahora bien, al no poderse hablar de una sola religión verdadera, el pluralismo de creencias se vuelve necesario para la convivencia social. En resumen: esta pretendida recuperación de la legitimidad de la creencia acaba, en el fondo, en el mismo punto que la situación anterior, negando la fe y la religión. Si en el movimiento precedente la religión debía ser un asunto a lo sumo privado (o reducido a la sacristía), ahora se permite su manifestación social, siempre y cuando nadie se sienta ofendido.

«Al desligarlas de la verdad, las creencias son de por sí opinables. La duda se instala como actitud vital, aunque, en lugar de conducir a la desesperación y al nihilismo, promueve la religión como una especie de sucedáneo existencial»

En otras palabras, la sed de trascendencia que ha provocado el desierto de filosofías inmanentes se intenta paliar con un sentimiento pseudo-trascendente, que proporciona un cierto alivio vital o existencial: facilita sentirse bien con uno mismo (feel good) y hacer lo correcto (do the right thing). Se trata de una especie de buenismo superficial, que incluso tiene expresiones caritativas o solidarias (dimensión comunitaria de esa sed de trascendencia), pero que no resiste los embates de situaciones críticas ni ofrece una razón profunda de esperanza.

De lo dicho hasta ahora podría deducirse la respuesta de estos autores al resto de preguntas que antes mencionábamos. La primera de ellas —«¿Puede el hombre ser verdaderamente libre si existe Dios?»— carece de sentido, ya que propiamente no existiría un solo Ser superior, sino varios (un dios a la medida de cada uno). No es el hombre quien gira alrededor de Dios, sino Dios quien se acomoda al hombre, sin comprometer o amenazar la autonomía del género humano. Es el hombre quien decide creer, y creer en la medida en que le conviene. De igual modo, la siguiente pregunta —«¿Cabe defender algo como una verdad absoluta sin caer en la intolerancia y el fanatismo?»— resulta fuera de lugar desde el momento en que no se admite ninguna verdad última, objetiva, y en que el pluralismo relativista se convierte en cláusula de convivencia social.

«La sed de trascendencia que ha provocado el desierto de filosofías inmanentes se intenta paliar con un sentimiento pseudo-trascendente, que proporciona un cierto alivio vital o existencial»

¿Cómo se puede argumentar en contra de este planteamiento desde una postura cristiana o, mejor aún, católica? Tiempo antes de que se publicaran las obras de Taylor, Berger, Habermas o Armstrong, algunos sociólogos como Pierpaolo Donati y teólogos como Joseph Ratzinger, Leo Scheffczyk y José María Galván habían afrontado ya este cambio de paradigma posmoderno. Estos últimos autores coinciden en afirmar que la cerrazón del hombre en el horizonte de su inmanencia, fruto de la modernidad, ha tenido como efecto la carencia de sentido de su existencia histórica. Los sistemas filosóficos y culturales emanados de la Ilustración se han demostrado incapaces de resolver los interrogantes radicales del ser humano. De ahí que el hombre posmoderno se haya visto obligado a elegir entre la búsqueda desesperada de un sistema inmanente de redención en la línea de lo expuesto por los autores mencionados al principio, o la renuncia definitiva a cualquier tipo de respuesta a los interrogantes radicales del ser humano y su acontecer histórico, como es el caso del llamado pensiero debole.

En este sentido, como indican con acierto Donati y Galván, el síntoma más claro que permite captar la diferencia entre la modernidad y la posmodernidad es el tipo de relación que se establece entre inmanencia y trascendencia. Mientras que en la primera la trascendencia se veía como un ámbito de dominio objetivo, la segunda entiende necesario establecer un vínculo relacional con ella. La dimensión religiosa de la persona deja de ser un dato supuesto o preestablecido para pasar a ser un status adquirido a través de la libre elección. Si para los modernos la religión debía ser subjetivizada y Dios despersonalizado, para los posmodernos es la misma idea de Dios la que se subjetiviza, y la religión —al menos en cuanto a creencias y comportamientos— comienza a socializarse, tal y como la interpretan estos representantes del nuevo secularismo a los que nos referíamos antes.

Zonas de encuentro

En este punto, que podríamos denominar «el descubrimiento de la dimensión sacra o religiosa de lo secular», entroncan tanto la corriente secularista —representada aquí por Taylor, Berger y Habermas— con la secularizadora (en el sentido positivo que mencionábamos al inicio), promovida por la Gaudium et spes y presente desde entonces en el Magisterio de la Iglesia, y a la que también cabría adscribir a los autores católicos anteriormente citados. La diferencia entre ambas corrientes la explica bien otro teólogo, Martin Schlag: mientras la secularidad que proclama Taylor se basa en un humanismo autosuficiente, la propuesta por el Vaticano II se basa en un humanismo trascendente.

Volvamos a las preguntas que hemos planteado aplicándoles el enfoque del encuentro entre el pensamiento católico y el llamado nuevo secularismo. Ambas corrientes coinciden en la apertura de lo secular a la dimensión trascendente y difieren en el fundamento y en su grado de apertura. Sin embargo, se distinguen en un punto fundamental: su aproximación a la verdad. Mientras el nuevo secularismo aboga por el subjetivismo religioso y el relativismo de los dogmas de fe y las normas morales, la Iglesia católica ha defendido siempre la existencia de una verdad trascendente y última, que fundamenta la compatibilidad entre la fe y la razón. Como explica muy bien Ratzinger, el cristianismo es la síntesis entre fe y razón, y por ello mismo no puede tratarse como «una religión más», sino la religio vera. Frente a las antiguas creencias mitológicas o naturales, el cristianismo significó un triunfo de la racionalidad de la religión, de la desmitologización, y con ella una victoria del conocimiento y de la verdad, que por su misma fuerza había de ser considerada universal. Fue precisamente esta síntesis entre razón y fe la que transformó el cristianismo en una religión global. Y no solo por su coherente racionalidad, sino también porque no se quedaba en una simple teoría ética, sino que conducía a una praxis moral.

«Mientras el nuevo secularismo aboga por el subjetivismo religioso y el relativismo de los dogmas de fe y las normas morales, la Iglesia católica ha defendido siempre la existencia de una verdad trascendente y última»

¿Por qué hoy en día encontramos esta dificultad para entender la razón y la fe como compatibles? O, en palabras de Raztinger, «¿por qué racionalidad y cristianismo se presentan hoy como contradictorios e incluso como excluyentes?». El propio Ratzinger confirma la respuesta: porque no existe certidumbre acerca de la verdad sobre Dios, sino solo opiniones. El pluralismo religioso que invocan los nuevos secularistas, basado en un falso ethos de la tolerancia, implica una verdad por consenso; o, mejor dicho, una imposibilidad de saber la verdad, ya que cada cual está capacitado o dispuesto para conocer solo una parte. La única vía de salida posible es recuperar la primacía de la razón, y su capacidad de alcanzar la verdad última y objetiva. Y junto con ella, la del amor —que se destila como consecuencia de la anterior— como recuerda Benedicto XVI en su encíclica Deus caritas est. Defender la verdad y testimoniarla mediante la propia vida es expresión auténtica de la caridad, que todos los hombres perciben en su interior.

Así, pues, y siguiendo de nuevo a Ratzinger, si en medio de esta crisis posmoderna se quiere recuperar el sentido del cristianismo como religio vera, se debe apostar tanto por la ortopraxia como por la ortodoxia. Bien (amor) y verdad (razón) coinciden como pilares fundamentales de las relaciones humanas: «La razón verdadera es el amor y el amor es la razón verdadera», tal y como sintetiza este mismo teólogo. ¿Cuál debe ser entonces el papel de la religión en la sociedad contemporánea? Asegurar en el mundo la permanencia de la verdad y del amor; permitir al hombre que se abra al verdadero conocimiento y que experimente la verdadera caridad.

«Defender la verdad y testimoniarla mediante la propia vida es expresión auténtica de la caridad, que todos los hombres perciben en su interior»

Ahora bien, ¿puede realmente el hombre sentirse libre si está sujeto a una instancia superior llamada Dios? La respuesta cristiana no cae en el falso concepto de libertad ilustrada que mantienen los nuevos secularistas. La libertad de indiferencia —o sea, la capacidad de elegir por igual el bien o el mal— no hace mejor al hombre. Lo que sí lo mejora es su capacidad de elegir el bien sobre el mal. Un bien que existe ajeno a él mismo; un mal que no tiene entidad propia, sino que se entiende como ausencia de ese bien. La compatibilidad entre libertad humana y creencia en Dios, desde el punto de vista católico, es mucho más auténtica y profunda que en el modo de entender del nuevo secularismo, donde en el fondo Dios está sujeto a la decisión libre del hombre. Tras la pretensión de ser entera y radicalmente libre, sin unas verdaderas coordenadas trascendentes —como explica Ratzinger—, el hombre cae en una idea de divinidad que es profundamente egoísta: se convierte en su propio dios. Y cuando esto sucede, como la historia ha demostrado una y otra vez, el hombre se deshumaniza. Libertad sin Dios equivale a libertad sin verdad. Y sin verdad, el hombre acaba destruyéndose a sí mismo y al mundo que le rodea. Tampoco el verdadero amor se sostiene.

«Tras la pretensión de ser entera y radicalmente libre, sin unas verdaderas coordenadas trascendentes —como explica Ratzinger—, el hombre cae en una idea de divinidad que es profundamente egoísta: se convierte en su propio dios»

Una última cuestión queda pendiente de respuesta: ¿puede defenderse una sola religión verdadera sin caer en la intolerancia y el fanatismo? Parece claro, según lo visto hasta ahora, que la tolerancia es un valor irrenunciable de la modernidad. En este caso, ¿es compatible la fe cristiana, manifestación de esa religión verdadera, con la modernidad? ¿No debería el cristianismo reducir sus pretensiones de verdad única y absoluta para reconciliarse con el pensamiento moderno y posmoderno? Tal y como hemos visto, justo esto es lo que ha hecho el nuevo secularismo pseudo-trascendente, en su afán por asegurar la paz social (pluralismo de creencias). Es de nuevo Ratzinger quien explica que la fuerza de la religión cristiana a lo largo de la historia ha arraigado en la firme unión de logos (verdad) y agapé (amor), que conduce al ethos más coherente y humano, garantía de la verdadera paz social. En el cristianismo, verdad y amor se identifican. Y esta proposición, comprendida en toda su profundidad —y al margen de algunas equivocadas actuaciones históricas—, es la suprema garantía de la tolerancia.

Con todo, esta nueva apertura hacia lo trascendente del pensamiento posmoderno presenta un lado positivo: el hombre admite la dificultad de vivir y de sostener un mundo solidario sin la idea o presencia de Dios. En este movimiento de apertura, se puede volver a enlazar la historia con la trascendencia en clave relacional, como apuntan Donati o Galván, insistiendo primero en la concepción de Dios como amor y en el esfuerzo por hacer experimentable al hombre esta definición fundamental de la divinidad. Una vez logrado, el siguiente paso sería hacer visible la íntima relación que el bien tiene con la verdad. Al fin y al cabo, no se pueden mantener unas enseñanzas éticas universales sin tener la certeza acerca de su verdad.

Fuente:  nuestrotiempo.unav.edu/es


Publicado por JOQUIVESA en 19:36

6/22/23

Verdades que costaron la vida

José Antonio García-Prieto Segura


¿Puede haber futuro para una sociedad fundamentada en el error y falsedad sobre la verdadera naturaleza de la persona?

La Iglesia, Familia de Dios, cuenta con un rico patrimonio de santidad en sus XXI siglos de historia. La proximidad de fechas en la celebración de dos de sus santos me ha inspirado estas líneas: el 22 de junio, santo Tomás Moro, mártir; y el 24, natividad de san Juan Bautista, aunque su martirio se conmemora el 29 de agosto. Les une a los dos el haber sido decapitados, por defender una verdad opuesta a los deseos del respectivo “César de turno”. El cine se interesó por sus historias, con títulos inolvidables: “Salomé”, en el caso de Herodes y san Juan; y “Un hombre para la eternidad”, en el de Enrique VIII y Tomás Moro. Recordaré brevemente los hechos históricos.

          Los evangelistas Mateo y Marcos, por lo que atañe al Bautista, escriben: “Herodes, en efecto, había apresado a Juan, lo había encadenado y lo había metido en la cárcel a causa de Herodías, la mujer de su hermano Filipo, porque Juan le decía: ‘No te es lícito tenerla’. Y aunque quería matarlo, tenía miedo del pueblo porque lo consideraban un profeta” (Mt 14, 3-6). Juan le hacía ver lo improcedente e inmoral de vivir maritalmente con una mujer que no era suya, porque estaba casada con otro; se lo diría con buenos modos, a juzgar por lo que escribe san Marcos: que “Herodes (..) se daba cuenta de que era un hombre justo y santo. Y le protegía y al oírlo le entraban muchas dudas; y le escuchaba con gusto” (Mc 6, 20). Con todo, no cabe decir lo mismo de Herodías, que aprovechó la fiesta del cumpleaños de Herodes para cobrarse la cabeza del Bautista. Su precio había sido manifestar esa verdad palmaria: que el amor matrimonial y la consiguiente fidelidad, no son juegos de niños.

          Trascurridos XV siglos, y con ligeras variantes, se repitió la historia con Tomás Moro y Enrique VIII rey de Inglaterra. Éste, deseando tener un hijo varón que le sucediera en el trono, se dirigió al Papa para que anulase su matrimonio con Catalina de Aragón. Buscó la adhesión de nobles y prelados, pero Moro que ostentaba el altísimo cargo de Canciller del reino, no cedió a la presión del monarca. La negativa de Roma a la petición de Enrique, le hizo emprender una “huida hacia adelante”. Primero, con los hechos: rechazó a Catalina y se unió a Ana Bolena, con las sucesivas proclamas de carácter político. Y después, con documentos que legitimaran todos los hechos, sin distinción alguna.

Emitió así un Acta de Sucesión, en la que se mezclaban cuestiones meramente políticas con otras de carácter netamente ético-religioso. En el Preámbulo del Acta, se declaraba sin más la invalidez del matrimonio de Enrique con Catalina, se negaba la supremacía espiritual del Papa sobre la Iglesia católica en Inglaterra, y el rey se constituía “única cabeza suprema en la tierra de la Iglesia de Inglaterra”. Muchos miembros principales del reino firmaron el Acta, pero no Tomás. Esto le llevó a la cárcel y más tarde al cadalso, en virtud del Acta de Traiciones, emanada también por el rey, estableciendo la pena de muerte para quienes hubieran rechazado la precedente Acta de Sucesión.

          Los testimonios del Bautista y de Moro atraviesan la historia y, con variantes decorativas, cabría decir, pero no en la sustancia, siguen vivos hoy porque determinadas realidades y principios no pueden cambiar, al ser inseparables de la persona humana, en lo que tienen de natural y radicalmente constitutivos de ella, por voluntad de su Creador. Nadie se debe a sí mismo la vida y el ser; y por idéntica razón, tampoco nadie por su cuenta o por mayoría de votos, puede legítimamente cambiar principios y valores éticos universales de los que no son sus autores, ya que reflejan verdades ligadas a la naturaleza recibida y dimanan de ella por sabia disposición de su Creador. De ahí que actuar conforme a una sana antropología resulte liberador de la persona, porque la hace respirar y vivir en sintonía con lo que verdaderamente es. Esta liberación se experimenta en la intimidad, no solo cuando la persona actúa singular y aisladamente, sino también cuando lo hace en sus relaciones sociales, que tuvieron su origen precisamente entre varón y mujer: Adán y Eva, origen de la familia, célula viva y fundamento firme del orden social.

La defensa que el Bautista y Tomás Moro hicieron de la verdad matrimonial hemos de mantenerla hoy, y proseguirla con el amparo mismo de la familia natural, para que no la desvirtúen con todo tipo de variantes y adjetivaciones al uso. Y proteger también otras verdades esenciales, como el valor y respeto debido a toda vida humana desde su inicio hasta su final natural, sin dar por bueno lo que, de suyo, no lo es ni puede serlo: aborto y eutanasia; o el reconocimiento de que la corporalidad humana se expresa naturalmente en dos sexos, con sus naturales consecuencias. Aportaré un caso concreto de nuestros días, que resume bien el núcleo de estas líneas. Su protagonista merecería posar junto al Bautista y Tomás Moro, por defender como ellos una verdad palmaria, aunque la manzana de la discordia o, mejor, el “punto doloroso”, en este caso sea distinto.

          Hace un par de años, un profesor de Biología, con más de 30 años de docencia, fue suspendido de trabajo y sueldo, por haber mostrado en clase a alumnos en torno a los 13 años, unas fotocopias interpretadas, por la Inspección de Trabajo investigadora del caso, como «homófobas, sexistas y tránsfobas». Un alumno no binario presentó una queja que terminó costándole el puesto al docente. El profesor, en su defensa, argumentó que él no hizo sino explicar a los jóvenes una realidad científica, por lo demás evidente y palmaria: que en biología solo existen dos sexos, varones, definidos por sus cromosomas XY; y mujeres, por XX. A partir de esa verdad, el llamado género no binario es pasajero porque responde a un proceso masculino y femenino de desarrollo, que tiene una finalización precisa. Por tanto, no es consecuencia ni responde a un proceso de “construcción” personal, como dice la ideología de género.

          Llegados a este punto, algún lector podría pensar que nos hemos salido del tema, con el caso aludido. Sin embargo, lo sustancial del problema no ha cambiado un ápice porque seguimos, como hace siglos, ante la protección de verdades incontrovertibles, en cuya defensa razonada y serena nos jugamos el futuro de la civilización. Puede sonar hiperbólico y exagerado, pero ¿qué cabría esperar de una sociedad en la que no se custodie la verdadera realidad matrimonial, ni la protección de la vida, ni los aspectos más esenciales y constitutivos de la naturaleza humana, ni otras verdades que nos conforman como seres racionales y libres? En una palabra: ¿puede haber futuro para una sociedad fundamentada en el error y falsedad sobre la verdadera naturaleza de la persona? Es un reto que a todos llama en causa; cada uno, en el ámbito que le corresponda, verá cómo proteger y argumentar -frente a falsas ideologías por poderosas que sean-, la defensa de verdades que a todos nos conciernen.

Recordemos, en fin, que el Papa san Juan Pablo II, en octubre del año 2000 proclamó a santo Tomás Moro patrono de los gobernantes y políticos. ¡Ojalá quelas mujeres y varones dedicados a la política lo supieran y le tuvieran muy ocupado en el Cielo! Todos saldríamos ganando.

Fuente: religion.elconfidencialdigital.com/


Publicado por JOQUIVESA en 12:00
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