5/31/24

Una mirada a la complejidad de la existencia que únicamente el cristianismo acepta, integra y celebra

José María Sánchez Galera

«Determinados teólogos modernos rebaten el pecado original, cuando es la única parte de la teología cristiana que puede demostrarse», comenta Chesterton en un libro que supone un contrapunto positivo a ‘Herejes’

A final de este mes se cumplen 150 años del nacimiento de Gilbert Keith Chesterton, uno de los autores más reconocidos del siglo XX y cuyo influjo en el pensamiento católico ha resultado más que conspicuo. Su obra abarca todos los géneros, a lo largo de casi un centenar de libros ─en ensayo podemos destacar El hombre eternoBreve historia de InglaterraLo que está mal en el mundo, o la biografía de Tomás de Aquino; en ficción El Napoleón de Notting Hill (que influyó en Orwell para su 1984), La esfera y la cruzEl hombre que fue jueves, o las aventuras del Padre Brown─, dos centenares de relatos y quizá miles de artículos en prensa. Era hombre de debate, de discusión, de confrontación de juicios y de replanteamiento de ideas y paradigmas que parecen asentados. En sus críticas a la Modernidad, recurría a uno de sus recursos favoritos: la paradoja y el contraste. Sobre todo, si en ellas se incluyen personajes como el duque de Sutherland o el de Norfolk. Aunque no cabría definirlo como autor de sentencias, aforismos o escolios, su gusto por la frase efectista y nítida ha deparado una feliz prole de máximas proverbiales que se emplean hoy, gozosamente, como argumento de autoridad. En Ortodoxia hallamos a espuertas. Pero no se trata de paradojas banales: «No se me ocurre nada tan desdeñable como una simple paradoja, una mera defensa ingeniosa de lo indefendible», nos dice.

Tal como señala en el prólogo el propio Chesterton, Ortodoxia (1908) ─disponible tanto en edición de Acantilado como de Rialp, y también en la vetusta traducción de Alfonso Reyes─ se muestra como un contrapunto a su Herejes (1905), y en estas páginas el autor explica parte de su proceso de conversión: no es, por tanto, un libro de abierto carácter apologético ─aunque, de hecho, lo sea─, sino de confesión biográfica de su llegada a la fe. En todo caso, este aspecto biográfico es intelectual; Chesterton no detalla pasajes concretos de su vida exterior, aparte de meras anécdotas, sino la digestión mental y tránsito espiritual de una cantidad ingente de influencias. En muchas ocasiones, las influencias se deben a autores alejados o incluso opuestos a la fe en los cuales Chesterton detecta incongruencias y falsedades. Esos caminos falsos lo acaban conduciendo al verdadero. Los descreídos le hicieron creer. Como decíamos: es el debate y la discusión lo que define a Chesterton. Asimismo, él forma parte de una serie de generaciones de católicos ─sobre todo, conversos─ que, entre la segunda mitad del siglo XIX y la primera del XX, abundaron en el solar británico: desde Newman e Hilaire Belloc hasta Evelyn Waugh y Ronald Knox ─quien definió a Chesterton como «profeta».

Aunque en Ortodoxia Chesterton dice que era «pagano a los doce años y un completo agnóstico a los dieciséis», su entrada en la Iglesia católica tardará aún tres lustros. En Ortodoxia hay un cristianismo que, si bien aquí resulta tan implícitamente anglicano como el de C. S. Lewis, en nada difiere del catolicismo ─igual cabe decirse de la obra de Lewis. Ya lo advierte el propio Chesterton: «el hombre está hecho para dudar de sí mismo, no de la verdad». En estas páginas localizamos a Chesterton en su Inglaterra natal y en los comienzos de un siglo XX que ─hoy nos sucede igual─ se cree en la plenitud de los tiempos; de ello se carcajea el autor y sabe trascenderlo. Viviendo intensamente en su época, y respondiendo a los problemas de sus días, Chesterton no deja de ser actual. En parte, porque los grandes asuntos aún son los mismos, aunque no lo parezca. Por ejemplo, cuando dice: «el loco, como el determinista, tiende a ver una causa para todo; el loco verá una conspiración en meras actividades inocentes». O cuando habla sobre el evolucionismo, o cuando escribe: «la gente puramente mundana no llega a entender bien ni siquiera el mundo»; «la fe absoluta en uno mismo no es simplemente un pecado, sino una debilidad»; «determinados teólogos modernos rebaten el pecado original, cuando es la única parte de la teología cristiana que puede demostrarse»; «la gris novela realista contemporánea nos dice lo que haría un loco en un mundo aburrido».

A pesar de que algunos entiendan que Chesterton pueda ser un reaccionario, lo que se encuentra en Ortodoxia es una mirada que contempla la complejidad de la existencia y detecta que únicamente el cristianismo la acepta, la integra, la celebra. Chesterton pretende ser honesto y sensato, de ahí que procure superar algunos rasgos del concepto aristotélico de virtud; según él, el cristianismo, en su modo de entender la valentía, la humildad o la caridad, no busca el término medio, sino el equilibrio dentro del conflicto y la tensión de pasiones contrapuestas que la virtud no anula. Uno de los muchos ejemplos aparece en su elogio del arte gótico, o en el modo como expone la Iglesia su bendición del casamiento y la prole, y también del celibato. Chesterton sabe que el racionalismo cartesiano, en su solipsismo, resulta algo descabellado, y que el materialismo es un vano intento de acallar el misterio y claroscuro de la vida. Asimismo, el actual movimiento woke le da la razón cuando afirma que el mundo moderno está repleto de virtudes absurdas.

Fuente: eldebate.com


El grito silencioso de la soledad

José Antonio García-Prieto Segura

"No es bueno que el hombre esté solo. Le haré ayuda idónea" (Gn 2, 18)

Recuerdo vivamente un comentario oído al vuelo, en plena calle, ya referido alguna vez en esta Tribuna. Una señora hablaba por el móvil, en voz muy alta, y con evidente preocupación comentaba: "¡He hablado con Isabel y me dice que está que se muere de soledad!". Eran los momentos álgidos de la pandemia del Covid´19 a mediados de mayo de 2020. El riguroso confinamiento contribuía -quizá paradójicamente- al sentimiento de soledad que estaban sufriendo muchas personas.

          La sensación de soledad es algo que, antes ya de la pandemia, en la pandemia y después de la pandemia, han experimentado y experimentarán los humanos. Estas situaciones son una triste realidad que a menudo nos interpelan como un grito de auxilio, y hacen recordar al personaje inmortalizado por Munch en el famoso cuadro que encabeza estas líneas. Aunque resulte un oximoron, me ha parecido oportuno adjetivar como "silencioso" ese grito, porque muchas veces la soledad -no inconcreta y abstracta, sino la de familiares cercanos, o la de personas amigas, conocidos...-, nos habla y casi grita sin palabras, pues no siempre los necesitados la expresan claramente, y es preciso que estemos sensibilizados para detectarla y acudir en su ayuda.

          Como mis reflexiones están habitualmente salpicadas de trascendencia religiosa y teológica, las de hoy no van a ser menos. "Soledad" de las personas, decía; y desde una mirada de fe, el primero en detectar lo inhumano y triste de toda soledad ha sido Dios mismo. La primera soledad de la historia fue la de Adán, y el escritor del Génesis pone en boca de Dios: "No es bueno que el hombre esté solo. Le haré ayuda idónea" (Gn 2, 18). Aunque alude a Adán, no dice "el varón" sino "el hombre", porque se está refiriendo a la naturaleza humana, que Dios quiso crear completa, en dos personas, como "varón" y "mujer". Por tanto, la sola persona del varón Adán, carecía de una referencia similar, la de otra persona humana con la que comunicarse y compartir el amor recibido de Dios.

          En otras palabras: con Adán solo, la naturaleza humana estaba incompleta, como lo estaría la naturaleza divina si en Dios solo hubiera una Persona, en lugar de Tres. Parafraseando, pues, el "no es bueno que el hombre esté solo", diríamos: es malo una naturaleza humana solitaria, la del varón solo, porque faltaría la comunicación interpersonal, entre iguales, propia del amor; faltaría la "otra persona" similar, con cuya presencia Adán podría saberse un "yo varón" frente a un "tú mujer".  Por eso, "no es bueno un Adán solo” porque su vida se agostaría privado del amor, de la compañía y comunicación de una persona semejante a él.

          Sin necesidad de teléfono móvil que tanto nos aísla de los otros, aunque nos conecte virtualmente con lo habido y por haber, Adán percibió su aislamiento, a pesar de encontrarse rodeado de innumerables seres vivientes, bellos, e incluso presenciales, pero estaba enteramente aislado, porque ninguna criatura le era semejante. Le faltaba la persona mujer con quien comunicarse, hacerle compañía y, recíprocamente, sentirse acompañado por ella y no perdido en la inmensidad de lo creado, como un rey solitario.

          El Génesis lo refiere con lenguaje sencillo: Adán "puso nombre a todos los ganados, a las aves del cielo y a todas las fieras del campo; pero para él no encontró una ayuda adecuada. Entonces el Señor Dios infundió un profundo sueño al hombre y éste se durmió; tomó luego una de sus costillas (...), de la que formó una mujer y la presentó al hombre. (Gen 2, 20-22). Imaginamos la alegría del uno y de la otra, al saberse creados por el Amor de Dios, y para un amor en mutua compañía primero -como hermano y hermana, hijos de Dios-, y también orientados a la donación recíproca después en el amor esponsal -como marido y mujer-, al recibir el mandato divino que instituía el matrimonio: "Sed fecundos, multiplicaos  y someted la tierra".  (Gen 1, 28)

          Volviendo a la "muerte en soledad" que experimentaba Isabel, como decía al principio, se comprende perfectamente su sentimiento porque es una necesidad vital la del amor a los otros y la de sentir, recíprocamente, su amor y compañía. No hace falta acudir a las raíces teológicas del mal que supone la soledad, como acabo de hacer; pero conviene comprobar cómo esta necesidad vital de sabernos amados y, a la vez, amar dándonos a los otros, encuentra su fundamento en el amor que Dios nos tiene y del que nos ha hecho partícipes, siendo también una llamada a no cruzarnos de brazos.

          Comprobamos que la cercanía y ayuda en las necesidades vitales de los otros comporta un amor sacrificado; por eso, Dios mismo ha querido ir por delante, haciéndose hombre y, como el buen samaritano, acogernos personalmente a cada uno, y pedirnos que hagamos lo mismo que él, como se lo pidió al posadero de la parábola, en el que debemos vernos reflejados. Después de entregarle dos monedas para que pudiera ocuparse del malherido, le rogó: Cuida de él, y lo que gastes de más te lo pagaré a mi vuelta (Luc 10, 35). Es la vuelta de Cristo al fin del mundo, cuando diga: Venid, benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; fui forastero y me acogisteis; desnudo y me vestisteis; enfermo y me visitasteis; preso y vinisteis a verme."  (Mt 25, 34-36). En las llamadas de todo necesitado, es Cristo mismo quien nos interpela.

          Ojalá estas reflexiones despierten la responsabilidad individual para descubrir y salir al paso de posibles "gritos silenciosos" en nuestro entorno. Pueden llegarnos de conocidos más o menos cercanos o, incluso de personas que la vida, casualmente, nos haya puesto en el camino. Ahí está el meollo de nuestra existencia en el que, según lo gestionemos, nos jugamos la relativa felicidad en esta vida, y la plena y eterna felicidad en la otra.

          Para concluir, recordaré el ejemplo de una mujer: de la nueva Eva, María de Nazaret. Cuando acoge en su seno al Hijo eterno de Dios Padre, el arcángel Gabriel le deja caer que Isabel, su prima, a pesar de su edad avanzada había concebido un hijo y estaba en el sexto mes. No fue necesario más. A María le bastó esa referencia para comprender que Isabel estaba necesitada y rápidamente se puso en camino. No fue visita de cortesía; allí estuvo hasta que nació Juan el Bautista. Conmemoramos aquellos momentos el 31 de mayo; buena ocasión para pedirle a María que nos haga cada vez más parecidos a Ella, muy sensibles a las necesidades de los demás, para acudir prontamente a sus "gritos”, sean o no silenciosos.                                                                                             

Fuente: religion.elconfidencialdigital.com

5/30/24

Jueves de Corpus Christi

Tere Vallés


Fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo, de la presencia de Jesucristo en la Eucaristía.

Explicación de la fiesta

Corpus Christi es la fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo, de la presencia de Jesucristo en la Eucaristía.

Este día recordamos la institución de la Eucaristía que se llevó a cabo el Jueves Santo durante la Última Cena, al convertir Jesús el pan y el vino en su Cuerpo y en su Sangre.

Es una fiesta muy importante porque la Eucaristía es el regalo más grande que Dios nos ha hecho, movido por su querer quedarse con nosotros después de la Ascensión.

Origen de la fiesta:

Dios utilizó a santa Juliana de Mont Cornillon para propiciar esta fiesta. La santa nace en Retines cerca de Liège, Bélgica en 1193. Quedó huérfana muy pequeña y fue educada por las monjas Agustinas en Mont Cornillon. Cuando creció, hizo su profesión religiosa y más tarde fue superiora de su comunidad. Por diferentes intrigas tuvo que irse del convento. Murió el 5 de abril de 1258, en la casa de las monjas Cistercienses en Fosses y fue enterrada en Villiers.

Juliana, desde joven, tuvo una gran veneración al Santísimo Sacramento. Y siempre añoraba que se tuviera una fiesta especial en su honor. Este deseo se dice haberse intensificado por una visión que ella tuvo de la Iglesia bajo la apariencia de luna llena con una mancha negra, que significaba la ausencia de esta solemnidad.

Ella le hizo conocer sus ideas a Roberto de Thorete, el entonces obispos de Liège, también al docto Dominico Hugh, más tarde cardenal legado de los Países Bajos; a Jacques Pantaleón, en ese tiempo archidiácono de Liège, después obispo de Verdun, Patriarca de Jerusalén y finalmente al Papa Urbano IV. El obispo Roberto se impresionó favorablemente y como en ese tiempo los obispos tenían el derecho de ordenar fiestas para sus diócesis, invocó un sínodo en 1246 y ordenó que la celebración se tuviera el año entrante; también el Papa ordenó, que un monje de nombre Juan debía escribir el oficio para esa ocasión. El decreto está preservado en Binterim (Denkwürdigkeiten, V.I. 276), junto con algunas partes del oficio.

El obispo Roberto no vivió para ver la realización de su orden, ya que murió el 16 de octubre de 1246, pero la fiesta se celebró por primera vez por los cánones de San Martín en Liège. Jacques Pantaleón llegó a ser Papa el 29 de agosto de 1261. La ermitaña Eva, con quien Juliana había pasado un tiempo y quien también era ferviente adoradora de la Santa Eucaristía, le insistió a Enrique de Guelders, obispo de Liège, que pidiera al Papa que extendiera la celebración al mundo entero.

Urbano IV, siempre siendo admirador de esta fiesta, publicó la bula “Transiturus” el 8 de septiembre de 1264, en la cual, después de haber ensalzado el amor de nuestro Salvador expresado en la Santa Eucaristía, ordenó que se celebrara la solemnidad de “Corpus Christi” en el día jueves después del domingo de la Santísima Trinidad, al mismo tiempo otorgando muchas indulgencias a todos los fieles que asistieran a la santa misa y al oficio. Este oficio, compuesto por el doctor angélico, Santo Tomás de Aquino, por petición del Papa, es uno de los más hermosos en el breviario Romano y ha sido admirado aun por Protestantes.



La muerte del Papa Urbano IV (el 2 de octubre de 1264), un poco después de la publicación del decreto, obstaculizó que se difundiera la fiesta. Pero el Papa Clemente V tomó el asunto en sus manos y en el concilio general de Viena (1311), ordenó una vez más la adopción de esta fiesta. Publicó un nuevo decreto incorporando el de Urbano IV. Juan XXII, sucesor de Clemente V, instó su observancia.

Ninguno de los decretos habla de la procesión con el Santísimo como un aspecto de la celebración. Sin embargo estas procesiones fueron dotadas de indulgencias por los Papas Martín V y Eugenio IV y se hicieron bastante comunes en a partir del siglo XIV.

La fiesta fue aceptada en Cologne en 1306; en Worms la adoptaron en 1315; en Strasburg en 1316. En Inglaterra fue introducida de Bélgica entre 1320 y 1325. En los Estados Unidos y en otros países la solemnidad se celebra el domingo después del domingo de la Santísima Trinidad.

En la Iglesia griega la fiesta de Corpus Christi es conocida en los calendarios de los sirios, armenios, coptos, melquitas y los rutinios de Galicia, Calabria y Sicilia.

El Concilio de Trento declara que muy piadosa y religiosamente fue introducida en la Iglesia de Dios la costumbre, que todos los años, determinado día festivo, se celebre este excelso y venerable sacramento con singular veneración y solemnidad, y reverente y honoríficamente sea llevado en procesión por las calles y lugares públicos. En esto los cristianos atestiguan su gratitud y recuerdo por tan inefable y verdaderamente divino beneficio, por el que se hace nuevamente presente la victoria y triunfo de la muerte y resurección de Nuestro Señor Jesucristo.

Fuente: www.corazones.org

El milagro de Bolsena

En el siglo XIII, el sacerdote alemán, Pedro de Praga, se detuvo en la ciudad italiana de Bolsena, mientras realizaba una peregrinación a Roma. Era un sacerdote piadoso, pero dudaba en ese momento de la presencia real de Cristo en la Hostia consagrada. Cuando estaba celebrando la Misa junto a la tumba de Santa Cristina, al pronunciar las palabras de la Consagración, comenzó a salir sangre de la Hostia consagrada y salpicó sus manos, el altar y el corporal.

El sacerdote estaba confundido. Quiso esconder la sangre, pero no pudo. Interrumpió la Misa y fue a Orvieto, lugar donde residía el Papa Urbano IV.
El Papa escuchó al sacerdote y mandó a unos emisarios a hacer una investigación. Ante la certeza del acontecimiento, el Papa ordenó al obispo de la diócesis llevar a Orvieto la Hostia y el corporal con las gotas de sangre.

Se organizó una procesión con los arzobispos, cardenales y algunas autoridades de la Iglesia. A esta procesión, se unió el Papa y puso la Hostia en la Catedral. Actualmente, el corporal con las manchas de sangre se exhibe con reverencia en la Catedral de Orvieto.

A partir de entonces, miles de peregrinos y turistas visitan la Iglesia de Santa Cristina para conocer donde ocurrió el milagro.

En Agosto de 1964, setecientos años después de la institución de la fiesta de Corpus Christi, el Papa Paulo VI celebró Misa en el altar de la Catedral de Orvieto. Doce años después, el mismo Papa visitó Bolsena y habló en televisión para el Congreso Eucarístico Internacional. Dijo que la Eucaristía era “un maravilloso e inacabable misterio”.

Fuente: catholic.net

5/29/24

El Espíritu y la Esposa

 El Papa en la Audiencia General


Catequesis. El Espíritu Santo guía al Pueblo de Dios al encuentro con Jesús, nuestra esperanza

Queridos hermanos y hermanas:

Comenzamos hoy un nuevo ciclo de catequesis. El tema es: El Espíritu y la Esposa, donde meditaremos que El Espíritu Santo guía al Pueblo de Dios al encuentro con Jesús, nuestra esperanza. El Espíritu y la Esposa, la Esposa es la Iglesia. Para ello recorreremos las grandes etapas de la historia de la salvación: el Antiguo Testamento, el Nuevo Testamento, el tiempo de la Iglesia.

En el relato de la creación del libro del Génesis, el Espíritu de Dios se manifiesta como un poder misterioso que hace pasar al mundo del caos al cosmos, es decir, de la confusión a la armonía, transformando la tierra informe, vacía, tenebrosa en un lugar hermoso, limpio, ordenado. Este mismo Espíritu sigue actuando hoy en nosotros, dispuesto a ordenar el caos que puede haber en nuestra vida y en nuestro entorno.

San Francisco de Asís nos muestra un camino para vivir en esa armonía que procede del Espíritu Santo, se trata del camino de la contemplación y la alabanza del Creador. Y no olvidemos que el Espíritu Santo es la armonía, hace la armonía en la Iglesia y en nuestro corazón.

***

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Cercanos a la solemnidad del Corpus Christi, pidamos al Señor que su Espíritu de amor haga de nosotros una ofrenda permanente, para gloria de Dios y bien de su Pueblo santo. Que Jesús los bendiga y la Virgen Santa, sagrario purísimo de su presencia, los cuide. Muchas gracias.

Fuente: vatican.va

5/28/24

Una mujer italiana (Cabrini)

José María Aresté

 Nuns of New York

Desde hace años, y a pesar de su salud precaria, Francesca Cabrini viene desarrollando una labor asistencial de primera magnitud entre los niños huérfanos en Codogno, Lombardía. Pero en 1880 cree que no es suficiente, el mundo se le ha quedado pequeño, y quiere extender su labor social al extremo Oriente, creando una institución religiosa con otras siete mujeres. Pero encuentra obstáculos, y el Papa León XIII le sugiere que acuda a Nueva York, donde las condiciones de los inmigrantes italianos en la barriada de Five Points son definitivamente miserables. En efecto, ahí abunda la delincuencia, la prostitución y la explotación infantil, por no hablar de las condiciones de vida insalubres. Definitivamente, lo que hay ahí no tiene nada que ver con el Upper East Side de la Gran Manzana. Cabrini deberá aprender a manejarse entre los que manejan los hilos del poder, ya sea el alcalde que a regañadientes admite a los irlandeses, pero que discrimina a los italianos, el obispo que teme perder el apoyo del primer edil si respalda a la recién llegada, e incluso la prensa, el influyente New York Times. Y ello mientras debe ganarse la confianza de niños que han mirado a la muerte a los ojos, o mujeres explotadas que han llegado a perder la conciencia de su dignidad.

Poderosa e inspiradora película de Alejandro Monteverde, quien ya había demostrado antes su buen ojo para llevar a la pantalla historias con garra, piénsese en su debut Bella, o en el “sleeper” de la taquilla de la pasada temporada Sound of Freedom. El cineasta vuelve a repetir colaboración en el guión con Rod Barr, en la que es sin duda su película más ambiciosa, el diseño de producción y la puesta en escena son sencillamente espectaculares. Pero la maravillosa recreación de la Nueva York del siglo XIX, con perfecta paleta de colores, o el envoltorio de una hermosa banda sonora, no serían suficientes si no se manejara una trama con enjundia y muy bien desarrollada.

Y éste es el caso, la película fluye muy bien, desde la escena de apertura que muestra la miseria de Nueva York que las clases pudientes prefieren ignorar. Estamos ante un film de esos que se definen “driven by a character”, “conducido por un personaje”, y la cosa funciona gracias a que seguimos a alguien muy bien perfilado, una mujer de fuerte determinación, empoderada, vaya, guiada por la fuerza del amor, con una gran fe, la que le da su cristianismo. Cristiana Dell'Anna sabe encarnar bien a Cabrini, da el tipo de persona frágil físicamente, pero de espíritu indomable ante los numerosos obstáculos reales que encuentra a su paso.

En tiempos en que la mujer llega al fin a todos los lugares que se propone, el mundo debería saber quién es Francesca Cabrini. Estamos ante una auténtica líder, sacrificada, capaz de empatizar con las personas, en primer lugar, con las monjas que le asisten, de mostrarse cercana con los débiles, de no arrugarse ante los que mandan, que podían verla con prejuicios como "una pobre mujer". Y la película convence porque la trama no niega la dureza de una vida paupérrima, o porque muestra que el de la heroína no es un camino de rosas, le toca afrontar muchas dificultades. Tienen así fuerza las escenas con el Papa (Giancarlo Giannini), el obispo de Nueva York (David Morse) y el alcalde (John Lithgow). Pero también las que planta cara tipos chulescos, o aquellas en que muestra toda su ternura y gran corazón, mayormente con la mujer de la calle Vittoria, con el uso simbólico del agua, no hay suficiente para limpiar toda la inmundicia que le cubre, piensa, pero tal vez sí, sugiere la tenaz búsqueda de un pozo que surta de agua al hospicio fundado por la madre Caprini.

Fuente: decine21.com


5/27/24

¿Destruir la familia?

Juan Luis Selma

Es la economía quien gana con el ataque a la familia, las personas cambian el sacrificio por el placer

Me parece llamativo que, siendo la familia la institución más valorada por todos, sea la mayor atacada por muchos. Sería lógico que los políticos, que siempre buscan votos, apostaran por defender, cuidar y promover aquello que la mayoría de sus potenciales votantes quieren. Pienso que esto tendría su atractivo, sería una buena publicidad. Pero no es así. ¿Por qué? ¿Qué hay detrás del persistente empeño en destruir la familia?

Ningún partido, que yo sepa, tiene en su programa la destrucción familiar. Tampoco lo hacen de modo directo la publicidad comercial ni los medios, pero sí está en el fondo, en el campo de las ideas. Escribe Sygmunt Bauman: “Nos hallamos en una situación en la que, de modo constante, se nos incentiva y predispone a actuar de manera egocéntrica y materialista”. Constantemente se cuestionan los fundamentos de la vida familiar: la fidelidad, el compromiso y el sacrificio.

Hay un bombardeo constante en contra de los valores que propician la familia. ¿Para qué querría yo formar una familia si las personas a mi alrededor y su situación me dan muestras de lo contrario? ¿Te has enterado del divorcio de fulano? ¿Convendrá tener hijos? ¿Para qué compartir todo con una persona si me puedo servir de ella y consumirla sin comprometerme? ¿No es más fácil tener una mascota que un hijo?, ¿no da menos problemas? Eso de casarse suena a antiguo, dicen muchos.

Leí hace tiempo que las leyes del consumo promueven el individualismo y el egoísmo porque así se consume más. Viajar, mimar el bodi, estar a la última, cuidarse, buscar la satisfacción personal, ir de compras es más gastoso frente a ahorrar para bienestar familiar, para dar un futuro a los hijos… Es la economía quien gana con el ataque a la familia, las personas cambian el sacrificio por el placer y el ahorro por el gasto.

Pero yo pienso que hay otro factor más profundo: el odio a Dios. “La gloria de Dios es que el hombre viva” decía san Ireneo; luego lo que más le fastidia a Dios es la muerte del hombre, su destrucción, su dolor. El mal, el demonio que lo personifica y todos sus adoradores buscan hacer daño a Dios atacando a lo que más quiere: sus hijos.

Toda la labor de zapa, deconstruir, lo llaman, no busca el progreso. No está a favor de la humanidad, del bienestar de los hombres y mujeres. “Cuanto peor, mejor”. Esta expresión se suele adjudicar a Chernyshevsky, un escritor y revolucionario ruso que inspiró, entre otros, a Lenin. Su idea era poco pacífica: cuanto más duras fueran las condiciones de vida de los más desfavorecidos de la sociedad, más propensos estarán a iniciar la revolución. Antes que los hombres, estaban las ideas; por encima del bien común, el bien de algunos.

Hoy se celebra una fiesta bastante desconocida: la Santísima Trinidad. Cada celebración litúrgica abarca un aspecto de nuestra fe, lo contempla y celebra; nos muestra una faceta del misterio de Dios. Hoy, la Iglesia al afirmar que Dios es Uno y a la vez Trino: Padre, Hijo y Espíritu Santo, nos muestra la intimidad divina: Dios es amor. Es familia. Nos dice que no es bueno estar solo, que el prototipo de la creación, de todo el Universo y de todas las criaturas es la comunión, la familia, la mutua ayuda. El amor.

Lo explicaba Benedicto XVI: “Lo podemos intuir, en cierto modo, observando tanto el macro-universo -nuestra tierra, los planetas, las estrellas, las galaxias-,como el micro-universo -las células, los átomos, las partículas elementales-. En todo lo que existe está grabado, en cierto sentido, el "nombre" de la Santísima Trinidad, porque todo el ser, hasta sus últimas partículas, es ser en relación, y así se trasluce el Dios-relación, se trasluce en última instancia el Amor creador. Todo proviene del amor, tiende al amor y se mueve impulsado por el amor, naturalmente con grados diversos de conciencia y libertad”.

Para que el hombre viva, para que haya futuro, para realizarnos y ser felices, para cuidar la tierra y el universo hay que huir del egoísmo, del individualismo, de la falta de compromiso. Hay que apostar por la familia fundamentada en el amor verdadero y duradero.

“La Trinidad es el modelo de toda comunidad humana, desde la más sencilla y elemental, que es la familia, a la Iglesia universal. Muestra cómo el amor crea la unidad en la diversidad: unidad de intenciones, de pensamiento, de voluntad; diversidad de sujetos, de características y, en el ámbito humano, de sexo. Y vemos precisamente qué puede aprender una familia del modelo trinitario” dice el predicador del Papa, Cantalamessa.

“En resumen – concluye el Papa Francisco– la Trinidad nos enseña que no se puede estar nunca sin el otro. No somos islas, estamos en el mundo para vivir a imagen de Dios: abiertos, necesitados de los demás y necesitados de ayudar a los demás”.

Fuente: eldiadecordoba.es

SANTÍSIMA TRINIDAD – SANTA MISA

Homilía del Papa


Queridos niños, queridas niñas, estamos aquí para rezar, para rezar juntos, para rezar a Dios. ¿Están de acuerdo? ¿Están de acuerdo con esto? ¿Sí? Y nosotros rezamos a Dios: Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. ¿Cuántos “dioses” son? Uno en tres personas: el Padre que nos creó a todos y que nos ama mucho. Cuando rezamos a Dios Padre, ¿cuál es la oración?, ¿cuál es la oración que todos rezamos? [Los niños responden: “el Padre Nuestro”].

Pidamos siempre a Dios, que es nuestro Padre, que nos acompañe en la vida y que nos haga crecer. Y, ¿cómo se llama el Hijo? ¿Cuál es el nombre del Hijo? [Los niños responden: “Jesús”]. ¡No oigo bien! “Jesús”. Oremos a Jesús para que nos ayude, para que esté cerca de nosotros. Y también cuando comulgamos recibimos a Jesús y Jesús nos perdona todos los pecados. ¿Es verdad esto, que Jesús perdona todo? [Los niños responden: “Sí”]. No se oye, ¿qué sucede? ¿Es verdad? ¡Sí! ¿Pero siempre perdona todo? [Los niños responden: “Sí”]. ¿Siempre, siempre, siempre? [Los niños responden: “Sí”]. Y si hay un hombre o una mujer, pecador, pecador, muy pecador, con tantos pecados, ¿Jesús los perdona? [Los niños responden: “Sí”]. ¿Perdona también al más feo de los pecadores? [Los niños responden: “Sí”]. No se olviden de esto: Jesús perdona todo, siempre perdona. Nosotros debemos tener la humildad de pedir perdón. “Perdóname, Señor, me he equivocado. Soy débil. La vida me ha puesto en dificultad, pero tú lo perdonas todo. Yo quisiera cambiar de vida y tú me ayudas”. Pero no he oído bien, ¿es verdad que perdona todo? [Los niños responden: “Sí”]. Entonces, no se olviden de esto.

El problema es: ¿quién es el Espíritu Santo? La respuesta no es fácil, porque el Espíritu Santo es Dios, está dentro de nosotros. Nosotros recibimos el Espíritu Santo en el Bautismo, lo recibimos en los sacramentos. El Espíritu Santo es el que nos acompaña en la vida. Pensemos esto y digámoslo juntos: “el Espíritu Santo nos acompaña en la vida”. Todos juntos: “el Espíritu Santo nos acompaña en la vida”. Es Aquel que nos habla en el corazón y nos sugiere las cosas buenas que debemos hacer. Otra vez: “el Espíritu Santo nos acompaña en la vida”. Es Aquel que cuando hacemos algo mal nos reprende por dentro. “El Espíritu Santo nos acompaña en la vida”. Ya lo han olvidado, no los escucho, ¡otra vez! El Espíritu Santo es el que nos da la fuerza, nos consuela en las dificultades. Juntos: “el Espíritu Santo nos acompaña en la vida”.

Así, queridos hermanos y hermanas, queridos niños y niñas, estamos todos felices porque creemos. La fe nos hace felices. Y creemos en Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Todos juntos: “Padre, Hijo y Espíritu Santo”. El Padre nos creó, Jesús nos salvó, y el Espíritu Santo, ¿qué es lo que hace?

Muchas gracias a ustedes. Saben que para estar seguros, los cristianos también tenemos una Madre, ¿cómo se llama nuestra Madre? ¿Cómo se llama nuestra Madre del cielo? [Los niños responden: “María”]. ¿Saben rezar a la Virgen? [Los niños responden: “Sí”]. ¿Seguro? Hagámoslo ahora, quiero escucharlos, a todos. [Los niños recitan el Ave María]. Muy bien chicos y chicas, muy bien niñas y niños, ustedes son estupendos. El Padre nos creó, el Hijo nos salvó y, ¿qué hacía el Espíritu Santo? ¡Excelente! Que Dios los bendiga, recen por nosotros, para que podamos seguir adelante. Recen por los padres, por los abuelos y por los niños enfermos. Aquí hay muchos niños enfermos detrás de mí. Recen siempre y sobre todo recen por la paz, para que no haya guerras. Ahora continuamos la Santa Misa. Pero, para no olvidarnos, ¿qué hace el Espíritu Santo? ¡Excelente!

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Saludo del Santo Padre al final de la Celebración Eucarística

Queridos niños, queridas niñas, la misa han terminado, hoy hemos hablado de Dios, de Dios Padre que creó el mundo, de Dios Hijo que nos redimió y de Dios Espíritu Santo. Se acuerdan ¿qué hacía el Espíritu Santo? No me acuerdo... [los niños responden: nos acompaña en la vida] No escucho bien...  [los niños responden: nos acompaña en la vida] Nos acompaña en la vida. Ahora todos juntos rezamos al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo: "Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén". Ahora nos vamos, saluden a sus padres, a sus amigos, pero sobre todo vieron que cuando trajeron el pan y el vino, había niños y también había un abuelo: entonces ¡saluden a los abuelos! ¿De acuerdo? ¡Y un aplauso para los abuelos! ¡Muchas gracias! Me gustaría agradecer a quienes organizaron esto, al Padre Enzo Fortunato que hizo tanto, al Comandante Cagnoli y a todos los que los ayudaron. Queridos niños y niñas, ¡hasta la próxima!.

Fuente: vatican.va

5/26/24

Alianza conyugal sacramental

Rafael Domingo Oslé

Si hay una institución absolutamente necesaria para el funcionamiento de la sociedad, esa es el matrimonio. Y si hay una institución en caída libre desde hace décadas, esa es, también y por desgracia, el matrimonio. A base de manipularlo sin piedad, a costa de alterar su propia naturaleza y so capa de respeto a la libertad sexual y al pluralismo social, poco nos queda de lo que multisecularmente el ser humano ha llamado matrimonio. Primero le arrebatamos su consideración de fundamento de la familia; luego, su finalidad de formar una comunidad estable de amor ─dos de cada tres matrimonios se divorcian en España─; después, su conexión con la procreación, la nota de heterosexualidad, hasta resultar, en el momento presente, muy difícil, por no decir imposible, llegar a una definición descriptiva de lo que es el matrimonio.

Esta desacreditación del matrimonio, en general, ha arrastrado sin duda al matrimonio canónico, que se halla en vía de extinción. Según los estudios del Instituto Nacional de Estadística, las bodas católicas han descendido en España un 83% en los últimos veinticinco años. Este es el dato: de los 194.084 matrimonios que se celebraron en 1996 en España, 148.947 se celebraron en el seno de la Iglesia católica (76,7%). En 2021, en cambio, solo cinco lustros después, de las 148.588 bodas que se celebraron en España, solo 24.957 fueron de acuerdo con las prescripciones de la Iglesia (un 16,8%).

Un buen amigo mío rabino, profesor en los Estados Unidos, me comentaba recientemente sobre el caso de este gran país. Los católicos, me decía, prohibís el divorcio, pero lo cierto es que las estadísticas confirman que no hay prácticamente diferencia entre los divorcios católicos y no católicos. Nosotros, en cambio, concluía victorioso, hemos logrado que nuestro matrimonio religioso sea más estable que el vuestro y que el matrimonio civil.

Ante esta compleja situación, la Iglesia católica ha reaccionado ofreciendo una gran variedad de cursos de formación matrimonial, muchos de ellos muy cualificados. Pero no ha sido suficiente. En mi opinión, la Iglesia ha de emprender una estrategia de fondo, a largo plazo, que le lleve a revitalizar el matrimonio canónico con todas sus consecuencias. Y un buen comienzo podría consistir en desmarcarse de cualquier relación con el matrimonio civil e incluso abandonar paulatinamente la manoseada palabra matrimonio, para sustituirla por la preciosa expresión alianza conyugal sacramental. No se trata solo de un cambio de look oportunista sino de contribuir a una auténtica transformación social sobre la percepción del matrimonio canónico en nuestra sociedad. Por lo demás, esto es lo que hacen los papas al ser elegidos: cambiar de nombre. Borrón y cuenta nueva.

La expresión alianza conyugal es mucho más rica y profunda, sagrada y noble, que la expresión contrato matrimonial, de la que todavía no han podido escaparse los canonistas, por más que el Catecismo de la Iglesia católica la haya abandonado. La alianza es vertical. De arriba abajo. La hace Dios con sus hijos, de acuerdo al derecho divino, que convierte la unión de los esposos en un símbolo de la unión de Cristo con su Iglesia. La palabra contrato, en cambio, es más pobre y mercantilista, menos litúrgica, pues no deja de ser horizontal, entre partes iguales, por más que el derecho canónico la haya elevado, sacramentalizado, divinizado, en este supuesto concreto del matrimonio.

Por otra parte, la propia palabra matrimonio, desde el punto de vista etimológico, tiene una connotación machista. El matrimonio es el oficio de la madre (matris-monium), como el patrimonio es el oficio del padre (patris-monium), el testimonio es el oficio del testigo (testis-monium), o el vadimonio el oficio del fiador (vadis-monium). Esta separación social de funciones entre el oficio de la madre que cuida de los hijos y el del padre que vela por los negocios ha sido, gracias a Dios, completamente superada en nuestros días. Otro motivo para denigrar el nombre de matrimonio.

Una vez transformado el matrimonio canónico en alianza conyugal sacramental, la Iglesia, como parte de esta nueva pastoral de choque, solo debería llamar a esta alianza a aquellas personas que realmente estén plenamente dispuestas a vivir esta unión de los esposos entre sí y con Dios de por vida y abierta a la vida, conforme a unas leyes divinas no negociables, que poco o nada se parecen a lo que actualmente llamamos enlace civil.

Al cabo de unos años, esta alianza conyugal sacramental adquirirá un enorme prestigio entre los bautizados y la sociedad entera, y acabará convirtiéndose en el mejor modo de vivir conyugalmente en este mundo, por sus visibles resultados de felicidad, generosidad, unidad, paz familiar y apertura a la vida. A aquellos católicos que no se encuentren preparados para convivir conforme a esta sagrada alianza, la Iglesia, como madre que es, podría otorgarles una bendición matrimonial especial, que dé comienzo a una fase de formación humana y espiritual para la recepción del sacramento de la alianza conyugal.

Naturalmente, esta propuesta que ofrezco exigiría un cambio profundo de todo el derecho matrimonial canónico y de los principios jurídicos que lo animan, extraídos, en su mayoría (consentimiento, capacidad, convalidación, forma) del derecho contractual secular. Ya no se trataría, como hasta ahora, de sacramentalizar lo contractual, operando de abajo arriba, es decir, yendo de lo jurídico a lo sacramental, sino más bien de arriba abajo, moviéndonos de lo sacramental a lo jurídico.

La mayoría de los conflictos entre esposos generados en la vivencia de la alianza se resolverían no ante tribunales canónicos, sino mediante una justicia restaurativa, no adversarial, facilitando el perdón, sanando heridas, procurando la misericordia, y no solo aplicando una justicia contractual. Todo un cambio de paradigma. Eso sí que comienza con un cambio de nombre.

Fuente: eldebate.com

5/25/24

La Santísima Trinidad

 Solemnidad de la Santísima Trinidad

Evangelio (Mt 28,16-20)

Los once discípulos marcharon a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Y en cuanto le vieron le adoraron; pero otros dudaron. Y Jesús se acercó y les dijo:

—Se me ha dado toda potestad en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo cuanto os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.

Comentario al Evangelio

Hoy, solemnidad de la Santísima Trinidad, la Iglesia proclama en la liturgia el final del evangelio de Mateo. En este breve pasaje se narra precisamente el mandato divino de hacer discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (vv.19-20).

Como expresaba san Josemaría, “la Trinidad se ha enamorado del hombre (…), lo ha redimido del pecado (…) y desea vivamente morar en el alma nuestra”. Por eso Jesucristo envía a los discípulos a evangelizar y a bautizar, en nombre de las Tres Personas Divinas, porque quieren hacer su morada (cfr. Jn 14,23) en cada corazón que libremente le abra sus puertas (cfr. Ap 3,20).

Para que no desfallezcamos en el cumplimiento de este mandato, Jesús nos recuerda que Él ha recibido ya toda potestad en el cielo y la tierra (v. 18). Con la expresión cielo y tierra, el lenguaje bíblico quiere expresar toda la realidad creada: Jesús es todopoderoso en todas partes, las visibles y las invisibles. Su fuerza y potestad puede llegar a todos los rincones y a todos los ambientes y a todos los corazones.

Esta verdad sobre el triunfo de Cristo puede calar cada vez más hondo en nuestra alma, hasta llenarnos de esa gran confianza y seguridad de que gozaban los santos: aunque a veces parezca que el mal se extiende fácilmente y sin remedio, Dios sigue actuando eficazmente en todas las personas y espera nuestra libre cooperación para redimirlos y cambiarlos.

Con este anuncio misterioso que hacía Jesús, “se me ha dado toda potestad”, se revelaba el cumplimiento de los vaticinios del Antiguo Testamento, en especial del libro de Daniel, según los cuales el Hijo del Hombre recibiría el dominio, el honor y el reino, y en los que se anunciaba que todos los pueblos, naciones y lenguas le iban a servir (Dn 7,14ss).

Pero el poder de Dios no pretende abrumar la pequeñez del hombre y someterlo a una sumisión servil, hasta anularlo, como piensan muchos, rechazando a Dios por eso. Al contrario, es tal la victoria del Señor sobre el pecado y la muerte, que exalta a los hombres, para hacerles capaces de un trato amoroso y confiado con Él, como hijos suyos y templos de su divina presencia.

Y la victoria de Jesús es tan grande, que se atreve a confiar, por decirlo así, en sus discípulos, para la inmensa tarea de iluminar el mundo entero con la verdad del evangelio y la gracia del bautismo; y para enseñar a todos los pueblos lo que el Hijo de Dios les había enseñado a ellos.

Jesús también hace una promesa que nos llena de seguridad: “Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (v. 20). Porque, como explica el Papa Francisco, “solos, sin Jesús, ¡no podemos hacer nada! En la obra apostólica no bastan nuestras fuerzas, nuestros recursos, nuestras estructuras, si bien son necesarias. Sin la presencia del Señor y la fuerza de su Espíritu nuestro trabajo, aun si bien organizado, resulta ineficaz. Y junto a Jesús, nos acompaña María, nuestra Madre. Ella ya está en la casa del Padre, es Reina del cielo y así la invocamos en este tiempo; pero como Jesús está con nosotros, camina con nosotros, es la Madre de nuestra esperanza”.

Fuente: opusdei.org

5/24/24

El alma de Europa

Ignacio Sánchez Cámara

Europa lucha por su subsistencia. Está en peligro de muerte, pero no es seguro que vaya a morir. No es tanto que pueda extinguirse, como que deje de ser lo que esencialmente es. Y esa esencia de Europa se encuentra en el cristianismo. Si Europa deja de ser cristiana, dejará de ser Europa.

Uno de los fundamentos de la crisis europea, el principal, es el declive de la aceptación social del cristianismo. La Iglesia Católica, aunque solo en parte, sigue siendo una de las pocas instituciones que cumple la función profética e intelectual de oponerse a la opinión dominante, pero ha perdido la mayor parte de su autoridad espiritual. Hoy, los restos de esta autoridad, un patético sucedáneo, se cobijan en la oscuridad fragmentaria de las redes sociales.

Heidegger afirmó, hacia el final de su vida, que solo un dios podría salvarnos. Por mi parte añado: el Dios cristiano. Pero el diagnóstico no es compartido. Si lo fuera, no habría propiamente crisis. Además, ni siquiera existe una actitud general acerca de la naturaleza del cristianismo. Está claro que la concepción ritualista y legalista es muy minoritaria. Es muy difícil mantenerla después de una atenta lectura de los Evangelios. En el siglo XIX se fue abriendo paso en la teología cristiana la actitud «liberal» que reduce el cristianismo a una mera doctrina moral, sublime sí, pero solo eso: una moral. Pero la tarea del cristiano no consiste meramente en el cumplimiento de una moral exigente, tanto que postula el amor a los enemigos, sino en la purificación a través de la fe y la vida en el reino de Dios, y no en el reino del mundo. Ninguna doctrina había proclamado algo parecido. Jesús de Nazaret no enseña una doctrina que haya creado o aprendido. No afirma: «Yo enseño la verdad», sino «Yo soy la Verdad», el Camino, la Verdad y la Vida. Nunca nadie dijo nada semejante. El hombre no se salva por sus buenas obras, es decir, por sus solos méritos, sino por la gracia de Dios. Como afirma Ratzinger en Jesús de Nazaret, II, el capítulo 13 del Evangelio de Juan expresa lo mismo que Pablo. «En lugar de la pureza ritual no ha entrado simplemente la moral, sino el don del encuentro con Dios en Jesucristo». El mérito del hombre reside en la aceptación libre de la invitación de Dios, pero Él es quien verdaderamente obra. En la fe cristiana es Dios el que nos purifica.

Es cierto que el abandono extendido de la moral cristiana es causa principal de la crisis europea. Pero no es solo eso. Hay algo más. Existe una cultura cristiana, pero el cristianismo no es una cultura. Existe una moral cristiana, pero el cristianismo no es una moral. Sin la vida eterna, el cristianismo es un fracaso. Lo dijo Pablo: «Si solo en esta vida esperamos en Cristo, somos los más miserables de los hombres».

Lo que Europa necesita no es solo la restauración de la moral cristiana. Por lo demás, no ha sido sustituida por otra nueva, sino por la decadencia de la moral, en definitiva, por el mal. Lo que necesita es la regeneración del cristianismo, y no solo la rehabilitación de la moral. La vigencia del reino de Dios es mucho más que la vigencia de una moral.

El problema de Europa es religioso, y, solo de modo derivado, moral. Europa nació en los monasterios. Su patrón es san Benito de Nursia que, como recuerda Alasdair MacIntyre, en la soledad de Subiaco, salvó de la barbarie los sabios libros antiguos, cristianos y paganos. La razón que conoce y la fe que salva. La razón que salva y la fe que conoce. No es casual que la mayoría de los fundadores de la nueva Europa que sobrevivió al terror totalitario fueran cristianos. El cristianismo no es una característica accidental y prescindible de la historia europea. Constituye el alma de Europa.

Fuente: eldebate.com

5/23/24

El declive del ateísmo

 Ignacio Sánchez Cámara

Tal vez sea algo precipitado afirmar, sin más, que la ciencia ha demostrado la existencia de Dios, pero sí se pueden extraer de ella algunas consecuencias favorables al teísmo y al espiritualismo

La ciencia, al menos desde el comienzo del siglo XX, ha cambiado su rumbo, abandona el materialismo y da un giro espiritualista. El descrédito del materialismo es cada día más patente. Es cierto que, en los siglos XVIII y XIX, especialmente en este último, la ciencia física en general rechazaba la existencia de Dios y la realidad del espíritu. Pero también lo es que el número de grandes científicos teístas y creyentes en una determinada confesión religiosa ha sido siempre muy elevado. Hace unas décadas Antonio Fernández-Rañada publicó un excelente libro, Los científicos y Dios, en el que documentaba esta afirmación. Han existido grandes filósofos ateos, tampoco muchos, pero solo conozco dos intentos, fallidos, de probar la inexistencia de Dios: Sartre y HansonMarxNietzsche y Freud la dan por supuesta, pero no aportan un intento de demostración.

El giro teísta y espiritualista de la ciencia comenzó al principio del siglo pasado. Está documentado, entre otros libros y artículos, en el reciente libro, de gran éxito Dios. La ciencia. Las pruebas. El albor de una revolución, de los franceses Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies. Los pilares fundamentales de este cambio trascendental son la teoría de la relatividad, la mecánica cuántica, la muerte térmica del universo procedente del segundo principio de la termodinámica y el big bang. Esto conduce a la evidencia de que el universo no es eterno, sino que ha tenido comienzo y tendrá necesariamente un final y que es necesario postular la existencia de un ser eterno, inmaterial, inteligente y omnipotente. Llamarlo Dios no parece una licencia excesiva. Además, la mayoría de los científicos consideran que nuestro conocimiento del universo, cada vez más perfecto, permite conjeturar que todo en él parece preparado para que aparezca un ser como el hombre (el principio antrópico). La relatividad establece que espacio, tiempo y materia están indisolublemente unidos. Por lo tanto, la causa del universo no podría ser material. Y presuponer que se haya producido de la nada, por mero azar, parece casi imposible. La causa del universo no puede ser espacial, ni temporal ni material. La ciencia abandona con decisión el materialismo y gira hacia el espiritualismo.

Lo curioso es que, a pesar de todas estas evidencias, continúa existiendo una notable resistencia a admitir la existencia de un Dios creador. Una de las razones principales es que el ateísmo no es la consecuencia de ningún tipo de racionalidad. El ateísmo es una ideología. Además, el ateísmo es parte integrante fundamental de las ideologías totalitarias: el comunismo y el nazismo. Ambas persiguieron tanto a los creyentes en las religiones monoteístas como a los científicos que negaban o cuestionaban las consecuencias materialistas y ateas de la ciencia. La vinculación entre ateísmo, materialismo y totalitarismo es evidente. Pero no es circunstancial ni accesoria, sino esencial. Su pretensión de ejercer un poder total sobre los hombres no puede dejar libres a las conciencias. No puede haber un poder superior al del Estado. Si Dios existe, el totalitarismo es imposible.

Tal vez sea algo precipitado afirmar, sin más, que la ciencia ha demostrado la existencia de Dios, pero sí se pueden extraer de ella algunas consecuencias favorables al teísmo y al espiritualismo. Atrás quedó la falsa idea de que la ciencia es enemiga de Dios y de las creencias religiosas y de que el aumento del conocimiento científico aleja de Dios. Como mínimo se ha invertido la carga de la prueba. Es más verosímil la existencia de Dios que su inexistencia. Es el ateo el que se ve obligado a explicar y dar razones de por qué lo es. Y, por cierto, todo esto confirma la racionalidad de la creencia religiosa y el error del fideísmo que separa tajantemente razón y fe. Y, también, por cierto, la posibilidad de una religión del «logos» (de la razón). Esa religión es el cristianismo. Dios es razón. Una cosa parece ya imparable: el absoluto declive del ateísmo.

Fuente: eldebate.com 


5/22/24

Vicios y virtudes

 El Papa en la Audiencia General


Catequesis 19. La humildad

Queridos hermanos y hermanas:

Concluimos hoy el ciclo de catequesis dedicado a “los vicios y las virtudes”. Y hoy reflexionamos sobre la humildad, una virtud que está en la base de la vida cristiana y es la gran antagonista del peor de los vicios, que es la soberbia. La humildad nos ayuda a ubicar todo en su justa medida: somos criaturas maravillosas pero limitadas, con cualidades y defectos. «Humildad es andar en la verdad», decía santa Teresa.

En las Bienaventuranzas, Jesús menciona algunas actitudes que nacen de la humildad, como la mansedumbre, la misericordia y la pureza de corazón. Esta disposición interior nos ayuda a combatir el orgullo y los delirios de grandeza que tantas veces surgen dentro de nosotros.

Para ahondar en esta virtud contemplemos a la Virgen María, modelo de humildad y pequeñez. En la vida oculta, libre de ambiciones y vacía de sí, María hizo de toda su vida un magníficat.

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Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Pidamos a María que nos enseñe a vivir la virtud de la humildad, proclamando la grandeza del Señor y dándole gracias porque mira nuestra pequeñez con amor y misericordia. Que Jesús los bendiga y la Virgen Santa los cuide. Muchas gracias.

Fuente: vatican.va

5/21/24

El suicidio de Occidente. La renuncia a la transmisión del saber

Alicia Delibes Liniers

La degeneración de la educación, a causa de las pedagogías progresistas, es una amenaza vital para la propia civilización occidental, según la autora

Avance

El abandono de la transmisión de saberes como eje esencial de la escuela está llevando a la desaparición de esta como institución fundamental de los países occidentales. Y esa desaparición, impulsada y dirigida por las fuerzas políticas que se llaman del socialismo del siglo XXI, va a llevar consigo la desaparición de la propia civilización occidental. Tal es la negra conclusión de este trabajo (El suicidio de Occidente. La renuncia a la transmisión del saber)

Antes de llegar a ella, explica que el modelo educativo que prima hoy en casi todo Occidente hunde sus raíces en las ideas pedagógicas de Rousseau, quien, a través de una educación sin autoridad ni disciplina, quería formar al hombre nuevo capaz de entregar su voluntad a la voluntad general, es decir, al Estado.

Esas ideas triunfaron en Estados Unidos con el Movimiento de la Educación Progresista de John Dewey y, sobre todo, en Europa tras Mayo del 68. En cuanto a España, la filosofía educativa de la Institución Libre de Enseñanza fue aceptada tanto por liberales como por socialistas. En la escuela actual ha calado esa tradición que destierra el uso de la memoria, la disciplina, los exámenes y los contenidos impuestos desde fuera, y según la cual el niño debe aprender por sí mismo solo aquello que vaya despertando su interés. A la autora, las teorías pedagógicas progresistas, que se han extendido por el mundo occidental, le parecen alejadas del sentido común.

«Hoy resulta casi imposible hablar de selección de los mejores, de exámenes, de esfuerzo o de afán de superación. Se sigue pensando que los alumnos que triunfan son los que provienen de una burguesía ilustrada y que los que fracasan siempre son de clases desfavorecidas. Lo cual convierte a los malos alumnos en víctimas de un sistema injusto de enseñanza», escribe la autora. Pero «no hay escuela si no hay unos conocimientos que se quieran transmitir, unos profesores cualificados para transmitirlos y una institución cuya función sea velar por que esa transmisión se realice». Los informes PISA son elocuentes a este respecto: el abandono de los métodos tradicionales de enseñanza ha sido un grave error. La autora aboga por recuperar la disciplina y la autoridad de los profesores, hacer hincapié en el esfuerzo individual y en la transmisión de conocimientos, y reconocer el valor de los exámenes, como método para controlar la adquisición de conocimientos y como estímulo para el estudio. Especialmente en España donde «el mundo de la educación está ideológicamente dominado por la izquierda desde hace más de cincuenta años» y asistimos a un «delirio igualitarista» y a «adoctrinamiento en el wokismo» por parte de una izquierda que quiere construir un modelo nuevo de sociedad.

Artículo

La tesis de este libro es tan clara y rotunda como su título. Veámoslo en palabras de la propia autora: «El socialismo del siglo XXI, para que triunfe su modelo de sociedad, necesita una sociedad inculta y fácil de manipular». «La pasión por la igualdad ha matado el deseo de superación, la valoración del esfuerzo y el reconocimiento del mérito. Vamos a una sociedad de mediocres en la que se procura que nadie sepa más que nadie». «Ese abandono de la transmisión de saberes como eje esencial de cualquier sistema escolar, está llevando a la desaparición de la escuela como institución fundamental de los países occidentales. Esa desaparición, impulsada y dirigida por las fuerzas políticas de los partidos que se llaman del socialismo del siglo XXI… va a llevar consigo la desaparición de la propia civilización occidental». Es decir, este alarmado y alarmante trabajo de Alicia Delibes apunta a la desaparición de la civilización occidental a través de un pormenorizado seguimiento de la deriva de la educación desde la Revolución francesa hasta hoy.

Remontándose a ese momento, la autora señala dos concepciones educativas que han venido oponiéndose desde entonces. Una es la liberal de Condorcet. Otra, la que podemos llamar comunitarista o estatalista de Rousseau. Para el primero, el objetivo de la educación es culturizar a los ciudadanos. Para el segundo, se trata de educar al hombre considerado como miembro de un colectivo, como un ciudadano ajeno a la herencia del pasado y capaz de hacer de la voluntad general su propia voluntad. En opinión de Alicia Delibes, hoy se han impuesto absolutamente las ideas de Rousseau. El modo en que se han impuesto o las vicisitudes y jalones de ese proceso ocupa buena parte de las páginas de un libro que tiene mucho de histórico. Antes de ver esa evolución, detengámonos, con la autora, en el punto de partida.

Condorcet piensa que la instrucción es solo un aspecto de la educación, que el poder político debía ocuparse (solo) de proporcionar a cada individuo la formación elemental que le permitiera llegar a ser realmente autónomo, a utilizar su razón para ir formando sus propios juicios, y que la formación moral y religiosa de los más pequeños debía estar en manos de las familias, mientras que la escuela solo debía procurar los valores morales que toda la sociedad compartiera. La importancia de limitar el papel educativo del Estado era esencial para el liberal francés.

Por su lado, Rousseau, además de considerar que la educación debía formar al hombre nuevo capaz de entregar su voluntad a la voluntad general, es decir, al Estado, partía de su conocida idea de la bondad de la naturaleza (en la que no es difícil ver una raíz del buenismo contemporáneo) para sostener la necesidad de una educación en libertad, es decir, sin autoridad, sin la imposición de reglas o de disciplina. Rousseau rompe con el modelo humanista de educación e introduce falacias que han cautivado a miles de pedagogos desde entonces, afirma la autora; como el querer educar al niño lejos de la influencia de la familia, la arrogancia moral, la soberbia, el sentimentalismo, la justificación de las maldades que cometemos por la maldad de los otros, la irresponsabilidad.

La victoria de Rousseau

Todavía en el siglo XIX se encuentran algunos casos en la línea de Condorcet, como Wilhelm von Humboldt, que también se opone a la excesiva intervención del Estado, o Jules Ferry. España tiene, por supuesto, especial interés en un libro escrito por una española comprometida con la enseñanza. Tras las leyes educativas de Quintana, el Duque de Rivas Moyano, entra en escena la Institución Libre de Enseñanza (ILE), que, sorprendentemente (dice la autora), se convirtió en modelo educativo para liberales y socialistas. Posiblemente, fue la ambivalencia del pensamiento pedagógico de Giner de los Ríos y sus discípulos lo que consiguió ese consenso, así como que hoy, cualquier crítica hacia la ILE y los institucionistas sea mal recibida por la izquierda y por muchos sectores de la derecha. El caso es que, llegado un momento, liberales y socialistas comparten un mismo modelo pedagógico. O, mejor dicho, en España desaparece todo principio liberal en materia de instrucción pública. La filosofía educativa de Rousseau (la libertad del niño, guiado por la naturaleza, etc.) debió de sonar a gloria en los oídos de los pedagogos de la ILE, añade Delibes.

El siglo XX asiste al triunfo de la revolución pedagógica heredera de Rousseau. Dos momentos son esenciales: el Movimiento de la Educación Progresista del norteamericano John Dewey y su extensión por Europa, con el episodio estelar de Mayo del 68 («una farsa con consecuencias impredecibles», protagonizada por «niñatos revolucionarios») que terminaría de transmitir el «virus de la educación progresista». Para Dewey, «la escuela debe ser siempre el motor de las reformas sociales», y el niño debe aprender por sí mismo solo aquello que vaya despertando su interés, desterrando el uso de la memoria y los contenidos impuestos desde fuera. Sus discípulos, por supuesto, no eran partidarios ni de la disciplina ni de los exámenes. Esa escuela progresista triunfó en Estados Unidos, lo que desembocó en una profunda crisis de la educación. Y aunque surgió un movimiento antiprogresista, la dañina esencia de la pedagogía progresista (unas teorías pedagógicas alejadas del sentido común) se ha extendido por el mundo occidental.

Mayo del 68, sobre cuyas circunstancias y protagonistas se extiende la autora, puede considerarse que finaliza con la retirada de De Gaulle tras su derrota en el referéndum que él mismo había convocado en 1969 para afianzar su legitimidad. Aquel final es lo que explica por qué, a partir de entonces, la izquierda va a imponer su hegemonía cultural y pedagógica en buena parte de Europa Occidental, y por qué los políticos de derechas tienen tanto miedo a las revueltas estudiantiles.

El resultado de todas esas experiencias, vale decir, de la alargada sombra de la pedagogía rousseauniana es lo que la autora llama la revolución cultural en Europa. «Hoy resulta casi imposible hablar de selección de los mejores, de exámenes, de selección de los mejores, de esfuerzo o de afán de superación. Se sigue pensando que los alumnos que triunfan son los que provienen de una burguesía ilustrada y que los que fracasan siempre son de clases desfavorecidas. Lo cual convierte a los malos alumnos en víctimas de un sistema injusto de enseñanza». Además de la opción deliberada de que la escuela deje de transmitir el legado cultural de nuestros antepasados.

Incluso en la España del tardofranquismo, la Ley General de Educación de 1970 «no desentonaba con la corriente pedagógica progresista que estaba de moda en la Europa Occidental». Y, pese a algunas reacciones, como el giro impuesto por Margaret Thatcher en Gran Bretaña, el caso de Tony Blair, un laborista que combatió el modelo igualitario y la pedagogía progresista, o algunas reacciones críticas en Estados Unidos y Francia (incluso desde la izquierda), el dogmatismo pedagógico, «desde hace casi un siglo, impregna todo lo que está relacionado con el mundo de la educación». Para la autora, no hay duda: «No hay escuela si no hay unos conocimientos que se quieran transmitir, unos profesores cualificados para transmitirlos y una institución cuya función sea velar por que esa transmisión se realice». Y «la única forma de asegurar una educación en igualdad y, al mismo tiempo, fomentar la excelencia, es con una enseñanza exigente».

A día de hoy

El panorama actual que describe Alicia Delibes es más que inquietante. La crisis de la educación norteamericana de los años cincuenta se extendió a todo Occidente; el igualitarismo académico (que pretende acabar con las desigualdades producidas por las distintas capacidades de las personas) se apoderó del mundo de la educación. Se enarboló la bandera de la libertad para acabar con la disciplina, la autoridad y el orden en los centros de enseñanza, y se apeló a la igualdad para eliminar el que había sido el objetivo de la escuela, la transmisión de conocimientos. «¿Ingenuidad o mala fe? Imagino que habría de todo», dice la autora. El hecho es que «se puso fin a la institución que, durante siglos, había velado por la transmisión de la cultura, preparando así el terreno para el hundimiento de la civilización occidental».

Los famosos informes PISA han mostrado que el abandono de los métodos tradicionales de enseñanza ha sido un grave error, que los exámenes no son superfluos, sino que sirven para controlar y estimular el aprendizaje. Así, las reformas que deberían hacerse, tendrían que ir en el sentido de recuperar la disciplina y la autoridad de los profesores, hacer hincapié en el esfuerzo individual y en la transmisión de conocimientos, reconocer el valor de los exámenes, como método para controlar la adquisición de conocimientos y como estímulo para el estudio. Pero, aunque haya habido países que han introducido algunas reformas contrarias a los dogmas de la izquierda pedagógica (dogmas que no se quieren abandonar y de los que proviene el mal profundo de la escuela), «resulta casi imposible la reconstrucción de la enseñanza”.

Lo anterior, por supuesto, vale para España, donde hemos asistido al «delirio igualitarista» del ministerio de Isabel Celáa, y donde la asignatura de Educación en Valores Cívicos y Éticos es «adoctrinamiento en el wokismo». La Nueva Izquierda, que ya ha engullido al partido socialista, «tiene una misión: construir un nuevo pueblo, un modelo nuevo de sociedad».

El siglo XXI está sufriendo una serie de falacias educativas, como el lenguaje de la pedagogía progresista, una neolengua orwelliana (que habla de actitudes, competencias, inclusividad, empatía, resiliencia, sostenibilidad…) con intención adoctrinadora. Se han sustituido los contenidos por el adoctrinamiento a base de sentimentalismo. Hoy, todos los niños dirán que quieren salvar el planeta, pero casi ninguno será capaz de señalar a China en un mapamundi. Y «una sociedad que se mueve más por las emociones que por la razón puede ser fácilmente manipulada por cualquier demagogo».

Mitos pedagógicos

Entre los nuevos mitos pedagógicos, están la educación sostenible, la inclusividad (hay movimientos en pro de la inclusividad con intenciones más políticas que pedagógicas), el aprender a aprender («expresión confusa que puede ser interpretada en un sentido perverso») o el fetichismo de las pantallas, pese a los constatados peligros que conlleva su uso, sobre todo cuando es precoz.

«El culto a las nuevas tecnologías, el multiculturalismo, el ecologismo, el feminismo y todos los demás ismos, con el wokismo como síntesis de todos ellos, están llamados a ser, dentro de los dogmas políticos de la izquierda del siglo XXI, los ingredientes de la nueva pedagogía progresista», escribe Alicia Delibes. Y añade: «El wokismo no es una broma, es una auténtica revolución cuyo objetivo es destruir lo que Occidente ha construido. O nos tomamos en serio este asunto o veremos derrumbarse la civilización occidental como las Torres Gemelas de Nueva York».

Por supuesto, España no es una excepción en el panorama que describe la autora. Al contrario. «En España el mundo de la educación está ideológicamente dominado por la izquierda desde hace más de cincuenta años. Pero hasta ahora, nadie se había atrevido a proclamar el valor de la ignorancia con el descaro con el que lo ha hecho el gobierno de Pedro Sánchez, que ha vaciado de contenidos los programas de todas las asignaturas con la intención de utilizar la institución escolar no para enseñar, no para transmitir unos conocimientos y unos saberes, sino para cambiar los valores de la sociedad».

El último capítulo del libro, quizá para contrarrestar el pesimista panorama dibujado y señalar hacia donde podemos mirar para evitar el desastre, lo dedica Delibes a seis pensadores que, sin ser expertos en educación, dijeron algo sobre ella y destacaron por su defensa de la libertad, y que ya habían aparecido en las páginas precedentes: Alexis de Tocqueville, cuyas reflexiones sobre igualdad y libertad siguen vigentes; John Stuart Mill, con su llamada de alerta sobre el peligro de que el Estado sea el principal responsable de la educación y su defensa del libre desarrollo de la personalidad individual; Bertrand Russell, que se arrepintió de la escuela progresista que fundó, reconociendo lo erróneo de muchos de sus principios; Friedrich von Hayek, que destacó el riesgo para la libertad que supone poner la educación bajo la tutela del Estado y afirmó que educar en libertad es educar en la responsabilidad individual; Jean-François Revel, con su defensa de la enseñanza frente al adoctrinamiento; y Roger Scruton, que alerta de los «optimistas sin escrúpulos» que quieren crear el paraíso en la tierra.

Fuente: nuevarevista.net