skip to main | skip to sidebar

JOQUIVESA

Encontrado en la "red" (Mateo 13:47-50)

5/31/20

En la Solemnidad de Pentecostés

El Papa a los sacerdotes de la diócesis de Roma


Queridos hermanos:
En este tiempo pascual pensaba encontrarlos y celebrar juntos la Misa Crismal. Al no ser posible una celebración de carácter diocesano, les escribo esta carta. La nueva fase que comenzamos nos pide sabiduría, previsión y cuidado común de manera que todos los esfuerzos y sacrificios hasta ahora realizados no sean en vano.
Durante este tiempo de pandemia muchos de ustedes me compartieron, por correo electrónico o teléfono, lo que significaba esta imprevista y desconcertante situación. Así, sin poder salir y tomar contacto directo, me permitieron conocer “de primera mano” lo que vivían. Este intercambio alimentó mi oración, en muchas situaciones para agradecer el testimonio valiente y generoso que recibía de ustedes; en otras, era la súplica y la intercesión confiada en el Señor que siempre tiende su mano (cf. Mt 14,31). Si bien era necesario mantener el distanciamiento social, esto no impidió reforzar el sentido de pertenencia, de comunión y de misión que nos ayudó a que la caridad, principalmente con aquellas personas y comunidades más desamparadas, no fuera puesta en cuarentena. Pude constatar, en esos diálogos sinceros, cómo la necesaria distancia no era sinónimo de repliegue o ensimismamiento que anestesia, adormenta o apaga la misión.
Animado por estos intercambios, les escribo porque quiero estar más cerca de ustedes para acompañar, compartir y confirmar vuestro camino. La esperanza también depende de nosotros y exige que nos ayudemos a mantenerla viva y operante; esa esperanza contagiosa que se nutre y fortalece en el encuentro con los demás y que, como don y tarea, se nos regala para construir esa nueva “normalidad” que tanto deseamos.
Les escribo mirando a la primera comunidad apostólica que también vivió momentos de confinamiento, aislamiento, miedo e incertidumbre. Pasaron cincuenta días entre la inamovilidad, el encierro y el anuncio incipiente que cambiaría para siempre sus vidas. Los discípulos, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban por temor, fueron sorprendidos por Jesús que «poniéndose en medio de ellos, les dijo: “¡La paz esté con ustedes!”. Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: “¡La paz esté con ustedes!” Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes». Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: “Reciban al Espíritu Santo” (Jn 20,19-22). ¡Que también nosotros nos dejemos sorprender!
“Estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor” (Jn 20,19).
Hoy, como ayer, sentimos que “el gozo y la esperanza, la tristeza y la angustia de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de todos los afligidos, son también gozo y esperanza, tristeza y angustia de los discípulos de Cristo y no hay nada verdaderamente humano que no tenga resonancia en su corazón” (Const. past. Gaudium et spes, 1). ¡Cuánto sabemos de esto! Todos hemos oído los números y porcentajes que día a día nos asaltaban y palpamos el dolor de nuestro pueblo. Lo que llegaba no eran datos lejanos: las estadísticas tenían nombres, rostros, historias compartidas. Como comunidad presbiteral no fuimos ajenos ni balconeamos esta realidad y, empapados por la tormenta que golpea, ustedes se las ingeniaron para estar presentes y acompañar a vuestras comunidades: vieron venir el lobo y no huyeron ni abandonaron el rebaño (cf. Jn 10,12-13).
Sufrimos la pérdida repentina de familiares, vecinos, amigos, parroquianos, confesores, referentes de nuestra fe. Pudimos mirar el rostro desconsolado de quienes no pudieron acompañar y despedirse de los suyos en sus últimas horas. Vimos el sufrimiento y la impotencia de los trabajadores de la salud que, extenuados, se desgastaban en interminables jornadas de trabajo preocupados por atender tantas demandas. Todos sentimos la inseguridad y el miedo de trabajadores y voluntarios que se expusieron diariamente para que los servicios esenciales fueran mantenidos; y también para acompañar y cuidar a quienes, por su exclusión y vulnerabilidad, sufrían aún más las consecuencias de esta pandemia. Escuchamos y vimos las dificultades y aprietos del confinamiento social: la soledad y el aislamiento principalmente de los ancianos; la ansiedad, la angustia y la sensación de desprotección ante la incertidumbre laboral y habitacional; la violencia y el desgaste en las relaciones. El miedo ancestral a contaminarse volvía a golpear con fuerza. Compartimos también las angustiantes preocupaciones de familias enteras que no saben cómo enfrentarán “la olla” la próxima semana.
Estuvimos en contacto con nuestra propia vulnerabilidad e impotencia. Como el horno pone a prueba los vasos del alfarero, así fuimos probados (cf. Si 27,5). Zarandeados por todo lo que sucede, palpamos de forma exponencial la precariedad de nuestras vidas y compromisos apostólicos. Lo imprevisible de la situación dejó al descubierto nuestra incapacidad para convivir y confrontarnos con lo desconocido, con lo que no podemos gobernar ni controlar y, como todos, nos sentimos confundidos, asustados, desprotegidos. También vivimos ese sano y necesario enojo que nos impulsa a no bajar los brazos contra las injusticias y nos recuerda que fuimos soñados para la Vida. Al igual que Nicodemo, en la noche, sorprendidos porque “el viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni adónde va”, nos preguntamos: “¿Cómo puede suceder eso?”; y Jesús nos respondió: “¿Tú eres maestro en Israel, y no lo entiendes?” (cf. Jn 3,8-10).
La complejidad de lo que se debía enfrentar no aceptaba respuestas casuísticas ni de manual; pedía mucho más que fáciles exhortaciones o discursos edificantes incapaces de arraigar y asumir conscientemente todo lo que nos reclamaba la vida concreta. El dolor de nuestro pueblo nos dolía, sus incertidumbres nos golpeaban, nuestra fragilidad común nos despojaba de toda falsa complacencia idealista o espiritualista, así como de todo intento de fuga puritana. Nadie es ajeno a todo lo que sucede. Podemos decir que vivimos comunitariamente la hora del llanto del Señor: lloramos ante la tumba del amigo Lázaro (cf. Jn 11,35), ante la cerrazón de su pueblo (cf. Lc 13,14; 19,41), en la noche oscura de Getsemaní (cf. Mc 14,32-42; Lc 22,44). Es la hora también del llanto del discípulo ante el misterio de la Cruz y del mal que afecta a tantos inocentes. Es el llanto amargo de Pedro ante la negación (cf. Lc 22,62), el de María Magdalena ante el sepulcro (cf. Jn 20,11).
Sabemos que en tales circunstancias no es fácil encontrar el camino a seguir, ni tampoco faltarán las voces que dirán todo lo que se podría haber hecho ante esta realidad altamente desconocida. Nuestros modos habituales de relacionarnos, organizar, celebrar, rezar, convocar e incluso afrontar los conflictos fueron alterados y cuestionados por una presencia invisible que transformó nuestra cotidianeidad en desdicha. No se trata solamente de un hecho individual, familiar, de un determinado grupo social o de un país. Las características del virus hacen que las lógicas con las que estábamos acostumbrados a dividir o clasificar la realidad desaparezcan. La pandemia no conoce de adjetivos ni fronteras y nadie puede pensar en arreglárselas solo. Todos estamos afectados e implicados.
La narrativa de una sociedad profiláctica, imperturbable y siempre dispuesta al consumo indefinido fue puesta en cuestión develando la falta de inmunidad cultural y espiritual ante los conflictos. Un sinfín de nuevos y viejos interrogantes y problemáticas —que muchas regiones creían superados o los consideraban cosas del pasado— coparon el horizonte y la atención. Preguntas que no se responderán simplemente con la reapertura de las distintas actividades, sino que será imprescindible desarrollar una escucha atenta pero esperanzadora, serena pero tenaz, constante pero no ansiosa que pueda preparar y allanar los caminos que el Señor nos invite a transitar (cf. Mc 1,2-3). Sabemos que de la tribulación y de las experiencias dolorosas no se sale igual. Tenemos que velar y estar atentos. El mismo Señor, en su hora crucial, rezó por esto: “No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del maligno” (Jn 17,15). Expuestos y afectados personal y comunitariamente en nuestra vulnerabilidad y fragilidad y en nuestras limitaciones corremos el grave riesgo de replegarnos y quedar “mordisqueando” la desolación que la pandemia nos presenta, así como exacerbarnos en un optimismo ilimitado incapaz de asumir la magnitud de los acontecimientos (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 226-228).
Las horas de tribulación ponen en juego nuestra capacidad de discernimiento para descubrir cuáles son las tentaciones que amenazan atraparnos en una atmósfera de desconcierto y confusión, para luego hacernos caer en derroteros que impedirán a nuestras comunidades promover la vida nueva que el Señor Resucitado nos quiere regalar. Son varias las tentaciones, propias de este tiempo, que pueden enceguecernos y hacernos cultivar ciertos sentimientos y actitudes que no dejan que la esperanza impulse nuestra creatividad, nuestro ingenio y nuestra capacidad de respuesta. Desde querer asumir honestamente la gravedad de la situación, pero tratar de resolverla solamente con actividades sustitutivas o paliativas a la espera de que todo vuelva a “la normalidad”, ignorando las heridas profundas y la cantidad de caídos del tiempo presente; hasta quedar sumergidos en cierta nostalgia paralizante del pasado cercano que nos hace decir “ya nada será lo mismo” y nos incapacita para convocar a otros a soñar y elaborar nuevos caminos y estilos de vida.
“Llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: ‘¡La paz esté con ustedes!’. Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: “¡La paz esté con ustedes!”” (Jn 20,19-20).
El Señor no eligió ni buscó una situación ideal para irrumpir en la vida de sus discípulos. Ciertamente, nos hubiera gustado que todo lo sucedido no hubiera pasado, pero pasó; y como los discípulos de Emaús, también podemos quedarnos murmurando entristecidos por el camino (cf. Lc 24,13-21). Presentándose en el cenáculo con las puertas cerradas, en medio del confinamiento, el miedo y la inseguridad que vivían, el Señor fue capaz de alterar toda lógica y regalarles un nuevo sentido a la historia y a los acontecimientos. Todo tiempo vale para el anuncio de la paz, ninguna circunstancia está privada de su gracia. Su presencia en medio del confinamiento y de forzadas ausencias anuncia, para los discípulos de ayer como para nosotros hoy, un nuevo día capaz de cuestionar la inamovilidad y la resignación, y de movilizar todos los dones al servicio de la comunidad. Con su presencia, el confinamiento se volvía fecundo gestando la nueva comunidad apostólica.
Digámoslo confiados y sin miedo: “Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rm 5,20). No le tengamos miedo a los escenarios complejos que habitamos porque allí, en medio nuestro, está el Señor; Dios siempre ha hecho el milagro de engendrar buenos frutos (cf. Jn 15,5). La alegría cristiana nace precisamente de esta certeza. En medio de las contradicciones y de lo incomprensible que a diario debemos enfrentar, inundados y hasta aturdidos de tantas palabras y conexiones, se esconde esa voz del Resucitado que nos dice: “¡La paz esté con ustedes!”.
Reconforta tomar el Evangelio y contemplar a Jesús en medio de su pueblo asumiendo y abrazando la vida y las personas tal como se presentan. Sus gestos le dan vida al hermoso canto de María: “Dispersa a los soberbios de corazón; derriba a los poderosos de su trono y enaltece a los humildes” (Lc 1,51-52). Él mismo ofreció sus manos y su costado llagado como camino de resurrección. No esconde ni disfraza o disimula las llagas; es más, invita a Tomás a hacer la prueba de cómo un costado herido puede ser fuente de Vida en abundancia (cf. Jn 20,27-29).
En reiteradas ocasiones, como acompañante espiritual, pude ser testigo de que «la persona que ve las cosas como realmente son y que se deja traspasar por el dolor y llora en su corazón, es capaz de tocar las profundidades de la vida y de ser auténticamente feliz. Esa persona es consolada, pero con el consuelo de Jesús y no con el del mundo. Y de ese modo se anima a compartir el sufrimiento ajeno y a no escapar de las situaciones dolorosas. De ese modo se da cuenta de que la vida tiene sentido socorriendo al otro en su dolor, comprendiendo la angustia ajena, aliviando a los demás. Esa persona siente que el otro es carne de su carne, no teme acercarse hasta tocar su herida, se compadece y experimenta que las distancias se borran. Así es posible acoger aquella exhortación de san Pablo: “Lloren con los que lloran” (Rm 12,15). Saber llorar con los demás, esto es santidad» (Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 76).
“Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes”. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: ‘Reciban al Espíritu Santo’” (Jn 20,22).
Queridos hermanos: Como comunidad presbiteral estamos llamados a anunciar y profetizar el futuro como el centinela que anuncia la aurora que trae un nuevo día (cf. Is 21,11); o será algo nuevo o será más, mucho más y peor de lo mismo. La Resurrección no es sólo un acontecimiento histórico del pasado para recordar y celebrar; es más, mucho más: es el anuncio de salvación de un tiempo nuevo que resuena y ya irrumpe hoy: “Ya está germinando, ¿no se dan cuenta?” (Is 43,19); es el “por-venir” que el Señor nos invita a construir. La fe nos permite una realista y creativa imaginación capaz de abandonar la lógica de la repetición, sustitución o conservación; nos invita a instaurar un tiempo siempre nuevo: el tiempo del Señor. Si una presencia invisible, silenciosa, expansiva y viral nos cuestionó y trastornó, dejemos que sea esa otra Presencia discreta, respetuosa y no invasiva la que nos vuelva a llamar y nos enseñe a no tener miedo de enfrentar la realidad. Si una presencia intangible fue capaz de alterar y revertir las prioridades y las aparentes e inamovibles agendas globales que tanto asfixian y devastan a nuestras comunidades y a nuestra hermana tierra, no tengamos miedo de que sea la presencia del Resucitado la que nos trace el camino, abra horizontes y nos dé el coraje para vivir este momento histórico y singular. Un puñado de hombres temerosos fue capaz de iniciar una corriente nueva, anuncio vivo del Dios con nosotros. ¡No teman! “La fuerza del testimonio de los santos está en vivir las bienaventuranzas y el protocolo del juicio final” (Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 109).
Dejemos que nos sorprenda una vez más el Resucitado. Que sea Él desde su costado herido, signo de lo dura e injusta que se vuelve la realidad, quien nos impulse a no darle la espalda a la dura y difícil realidad de nuestros hermanos. Que sea Él quien nos enseñe a acompañar, cuidar y vendar las heridas de nuestro pueblo, no con temor sino con la audacia y el derroche evangélico de la multiplicación de los panes (cf. Mt 14,13-21); con la valentía, premura y responsabilidad del samaritano (cf. Lc 10,33-35); con la alegría y la fiesta del pastor por su oveja perdida y encontrada (cf. Lc 15,4-6); con el abrazo reconciliador del padre que sabe de perdón (cf. Lc 15,20); con la piedad, delicadeza y ternura de María en Betania (cf. Jn 12,1-3); con la mansedumbre, paciencia e inteligencia del discípulo del Señor (cf. Mt 10,16-23). Que sean las manos llagadas del Resucitado las que consuelen nuestras tristezas, pongan de pie nuestra esperanza y nos impulsen a buscar el Reino de Dios más allá de nuestros refugios convencionales. Dejémonos sorprender también por nuestro pueblo fiel y sencillo, tantas veces probado y lacerado, pero también visitado por la misericordia del Señor. Que ese pueblo nos enseñe a moldear y templar nuestro corazón de pastor con la mansedumbre y la compasión, con la humildad y la magnanimidad del aguante activo, solidario, paciente pero valiente, que no se desentiende, sino que desmiente y desenmascara todo escepticismo y fatalidad. ¡Cuánto para aprender de la reciedumbre del Pueblo fiel de Dios que siempre encuentra el camino para socorrer y acompañar al que está caído! La Resurrección es el anuncio de que las cosas pueden cambiar. Dejemos que sea la Pascua, que no conoce fronteras, la que nos lleve creativamente a esos lugares donde la esperanza y la vida están en lucha, donde el sufrimiento y el dolor se vuelven espacio propicio para la corrupción y la especulación, donde la agresión y la violencia parecen ser la única salida.
Como sacerdotes, hijos y miembros de un pueblo sacerdotal, nos toca asumir la responsabilidad por el futuro y proyectarlo como hermanos. Pongamos en las manos llagadas del Señor, como ofrenda santa, nuestra propia fragilidad, la fragilidad de nuestro pueblo, la de la humanidad entera. El Señor es quien nos transforma, quien nos trata como el pan, toma nuestra vida en sus manos, nos bendice, parte y comparte, y nos entrega a su pueblo. Y con humildad dejémonos ungir por esas palabras de Pablo para que se propaguen como óleo perfumado por los distintos rincones de nuestra ciudad y despierten así la discreta esperanza que muchos —silenciosamente— albergan en su corazón: “Atribulados por todas partes, pero no abatidos; perplejos, pero no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no aniquilados. Siempre y a todas partes, llevamos en nuestro cuerpo los sufrimientos de la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo” (2 Co 4,8-10). Participamos con Jesús de su pasión, nuestra pasión, para vivir también con Él la fuerza de la resurrección: certeza del amor de Dios capaz de movilizar las entrañas y salir al cruce de los caminos para compartir “la Buena Noticia con los pobres, para anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor” (cf. Lc 4,18-19), con la alegría de que todos ellos pueden participar activamente con su dignidad de hijos del Dios vivo.
Todas estas cosas que pensé y sentí durante este tiempo de pandemia quiero compartirlas fraternalmente con ustedes para ayudarnos en el camino de la alabanza al Señor y del servicio a los hermanos. Deseo que a todos nos sirvan para “más amar y servir”.
Que el Señor Jesús los bendiga y la Virgen Santa los cuide. Y, por favor, les pido que no se olviden de rezar por mí.
Fraternalmente
Francisco
Roma, en San Juan de Letrán, 31 de mayo de 2020, solemnidad de Pentecostés.
Publicado por JOQUIVESA en 11:25

El Papa y la Iglesia rezan por la salud de la humanidad


LARISSA I. LÓPEZ



La víspera del Domingo de Pentecostés, a las 17:30 el Papa Francisco ha presidido el rezo del Santo Rosario desde la Gruta de Lourdes en los Jardines del Vaticano para pedir a la Virgen por la salud de toda la humanidad.
A su llegada a esta gruta, que contaba con la presencia de fieles, el Santo Padre, acompañado por Mons. Rino Fisichela, presidente del Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización,  ha colocado unas flores frente a la imagen de Nuestra Señora de Lourdes y ha rezado ante ella.
Antes de comenzar la oración mariana, transmitida por zenit, Francisco ha dirigido una plegaria a la Virgen. Santuarios marianos de todo el mundo se han unido a Francisco telemáticamente en este momento de oración.
Rezo de los misterios
El rezo de los Misterios Dolorosos ha sido dirigido por un total de 14 personas que representan a grupospgrupos implicados en la emergencia sanitaria causada por la COVID-19.
Así, el primer misterio ha sido ofrecido por los médicos, las enfermeras y todo el personal médico y enunciado por Giuseppe Culla, neumólogo, y la enfermera Giulia Pintus.
Maurizio Fiorda, voluntario de Protección Civil , su mujer y su hija, junto con Giovanni De Cerce, superviviente del coronavirus, han dirigido el segundo misterio. Este se ha rezado por el ejército, la policía, los bomberos y todos los voluntarios.
El tercer misterio, en el que se ha recordado a los sacerdotes y personas consagradas que han traído los sacramentos y palabras de consuelo a los enfermos y a los que han perdido sus vidas al servicio de su comunidad, ha sido conducido por don Gerardo Rodríguez Hernández, capellán de hospital y Zelia Andrighetti, superiora general de las Hijas de San Camilo, comunidad infectada en masa por el virus.
El cuarto misterio, ofrecido por los moribundos, por los fallecidos y por todas las familias que han sufrido el dolor de una pérdida, fue pronunciado por Francesco Scarpino, farmaceútico y por Tea Pompeo, que perdió a su madre a causa de la consabida enfermedad.
El último misterio fue llevado por Vania De Luca, periodista, y la familia Bartoli, que tuvo un bebé durante la pandemia. De este modo, se oró por los que necesitan ser apoyados en la fe y la esperanza, por los desempleados, por los que se han quedado solos y por los niños que han venido al mundo en tiempos de COVID-19.
Invocación a la Virgen
Al término del rezo de la oración mariana, el Papa Francisco rezó frente a la Virgen la segunda oración propuesta por él mismo en su carta escrita con motivo del mes de mayo, dedicado a la Virgen, y que comienza con las palabras “Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios”.
Finalmente, el Papa ha impartido su bendición y se ha dirigido especialmente a los santuarios de América Latina conectados con este momento de oración: “A todos ustedes en los santuarios de América Latina, veo Guadalupe y tantos otros, que están
comunicados con nosotros, unidos en la oración. En mi lengua materna los saludo. Gracias por estar
cerca a todos nosotros. Que nuestra Madre de Guadalupe nos acompañe”.

Santuarios del mundo
Entre los numerosos santuarios que han acompañado al Pontífice en este acto, se encuentran: de Europa, Lourdes, Fátima, Santa Rita de Casia, Pompeya, Czestochowa; de Estados Unidos, el santuario de la Inmaculada Concepción (Washington D.C.).
En África, el santuario de Elele (Nigeria) y de Notre-Dame de la Paix (Costa de Marfil); y de América Latina, el santuario de Nuestra Señora de Guadalupe (México), Chiquinquirá (Colombia), de Luján y Milagro (Argentina).
Publicado por JOQUIVESA en 11:20

5/30/20

Calentamiento social y agresividad verbal


Nuria Chinchilla


¿Qué podemos hacer cada uno de nosotros para mejorar esta situación? Durante los últimos meses, ha quedado claro el papel fundamental que la familia supone para la sociedad…

Estamos asistiendo cada día, por un lado, a comparecencias diarias de los responsables de gestión en tiempos del #Covid19 y, por otro, a escenas cargadas de violencia verbal en las relaciones interpersonales de nuestros políticos y otros agentes sociales. Es el calentamiento social, del que hablaba recientemente el prof. Pierpaolo Donati (Univ. Bolonia), durante su estancia anual en la Univ. de Navarra, refiriéndose a los grandes retos de nuestro tiempo, junto con el omnipresente tema del calentamiento global, y otros: «Vivimos un incremento de conflictividad, agresividad y violencia entre personas, grupos, países, religiones o ideas políticas».

¿Qué podemos hacer cada uno de nosotros para mejorar esta situación? Durante los últimos meses, ha quedado claro el papel fundamental que la familia supone para la sociedad, pero indica el prof. Donati que el hecho de que una persona sea buena no significa que lo sean también sus relaciones interpersonales. Por eso no basta con que cada uno cultive los rasgos positivos de su carácter: «Ninguna virtud nace o crece de forma aislada. Las virtudes personales tienen que ver con la reflexividad de la conciencia y llevan a la felicidad individual. Las virtudes sociales expresan en las relaciones con otros esa manera de vivir acorde con el bien moral y conducen a la felicidad pública». 

Esa felicidad pública parece muy lejana hoy porque las relaciones interpersonales primarias se apoyan en estructuras de mala calidad. El concepto de familia se ha ido empobreciendo al generalizarse el individualismo, y refleja claramente cómo sus miembros dan a veces mayor relevancia a sus gustos, preferencias, intereses personales, en detrimento de aquellos de la unidad familiar. Esto se traslada a las relaciones sociales, naturalmente. Además, tenemos la ilusión de que podemos comunicarnos con los otros más y mejor, porque vivimos conectados por whatsapp y otras redes sociales, pero esos vínculos nos alejan en muchas ocasiones de la posibilidad real del encuentro. En realidad, estamos «desaprendiendo» comportamientos muy arraigados en nuestra sociedad.

El profesor Donati revisa el paradigma sociológico AGIL (Parsons) y lo reformula en su teoría relacional, distinguiendo cuatro modos de actuar: por utilidad o beneficio, por mandato u obligación,  por reciprocidad y, por último, actuar para donar. Actuamos para donar cuando salimos de nuestro yo para afirmar el valor del otro, ofreciéndole algo (material e inmaterial) para su bienestar, independientemente de que exista una relación entre los dos actores sociales. Y aquí está la clave: el servicio se aprende en la familia, fundamentalmente por el ejemplo de los padres y luego se extiende a la interacción con los hermanos y otros miembros cercanos. Con este entrenamiento, en nuestra actividad social con aquellos que no necesariamente nos resultan cercanos ni conocidos, podemos actuar para donar o, traducido, podemos servir. Este espíritu de servicio es lo que falta en las estructuras sociales actuales y por eso vemos lo que vemos y oímos lo que oímos.

Os propongo repensar este tema en relación con vuestras familias, vuestro círculo cercano de amistades, vuestros equipos o colaboradores… Si todos lo hacemos, conseguiremos revertir esa tendencia al individualismo del propio provecho y mejorar consistentemente las estructuras donde nos apoyamos como sociedad. ¡Un reto apasionante!

Os dejo con este vídeo donde hablamos de la revalorización de la familia en tiempos de crisis, con motivo de la Marcha Virtual Guate por la Vida y la Familia.


https://youtu.be/ncqV_fh2irE
(Copiar y pegar en barra direcciones)
Publicado por JOQUIVESA en 12:03

Rezo del Rosario con el Papa Francisco por el fin de la pandemia


LARISSA I. LÓPEZ


El sábado, 30 de mayo, el Papa Francisco insta de nuevo a la humanidad al rezo del Rosario, unidos para obtener la ayuda divina frente a la pandemia de coronavirus.

A las 17:30 (hora de Roma), el Santo Padre dirigirá el rezo del Rosario a todo el mundo desde la Gruta de Lourdes en los jardines del Vaticano. La oración mariana podrá ser seguida en directo a través de Vatican News y de la página de Facebook de zenit.
Esta cita, organizada por el Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización, tiene lugar bajo el título: “Perseverantes y unidos en la oración junto a María” (cfr. Hch 1, 14).
Participación de los fieles
Francisco será acompañado en este momento de oración por algunos fieles, en representación de las diversas categorías de personas particularmente afectadas por el virus.
Así, a lo largo del rezo del Rosario, se sucederán un neumólogo del Hospital San Felipe Neri y una enfermera del Policlínico Humberto I, en nombre de todo el personal sanitario que trabaja en primera línea en los hospitales; una persona que ha superado la COVID-19 y una persona que ha sufrido la pérdida de un ser querido por el coronavirus, que representa a aquellos personalmente golpeados por el virus.
También participarán un voluntario de Protección Civil con su familia, como muestra de los que han trabajado para hacer frente a la emergencia sanitaria y a los voluntarios; un farmacéutico y una periodista de televisión, para recordar a todas las personas que durante la pandemia siguieron prestando sus servicios para los demás; y una joven familia que tuvo un hijo durante la pandemia, como signo de esperanza y de la victoria de la vida sobre la muerte.
Del mismo modo, con el fin de subrayar el compromiso de los sacerdotes y religiosos cercanos a los afectados por el virus, intervendrán también el capellán del Hospital Spallanzani y la superiora general de las Hijas de San Camilo de Grottaferrata, que fueron infectadas en masa por el virus.
Cercanía y consuelo
“A los pies de María el Santo Padre pondrá las muchas angustias y dolores de la humanidad, agravados ulteriormente por la propagación de la COVID-19”, explica una nota el Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización.
“La cita para el final del mes mariano es un signo más de cercanía y consuelo para quienes, de diversas maneras, han sido afectados por el coronavirus, en la certeza de que la Madre Celestial no desatiende las peticiones de protección”, añade.
Publicado por JOQUIVESA en 11:26

5/29/20

Evangelizar con la agilidad del Espíritu

Carlo De Marchi


El Evangelio del Domingo de Pentecostés (Jn 20,19-23): El Espíritu Santo viene para hacernos capaces de vencer nuestros miedos y recorrer precisamente las calles de este mundo nuestro del 2020, «hasta los confines de la tierra»
El Evangelio de Juan cuenta que «estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús» (Jn 20,19). Los discípulos después de la resurrección del Señor están llenos de inquietud e incertidumbre, y aquí hay cierta semejanza con el estado de ánimo que estamos viviendo todos en esta fase de la pandemia. La presencia de Jesús Eucaristía ha vuelto a ser tangible, es posible participar en misa y confesarse, pero respiramos inseguridad y estamos agotados de cierta ansiedad implícita, que ha durado muchas semanas y no muestra señales de acabar.
La Iglesia nació en un clima en absoluto sereno y pacífico, y se fundó en personas que no tenían un programa claro de lo que debían hacer, y ni siquiera se sentían adecuados. La última recomendación de Jesús fue precisamente una invitación a no pretender tenerlo todo bajo control: «No es cosa vuestra conocer los tiempos o momentos que el Padre ha fijado con su poder». Pero la recomendación no habría sido suficiente sin la promesa que la completaba: «pero recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que descenderá sobre vosotros» (Hch 1,7-8).
El relato del Evangelio prosigue diciendo que Jesús «sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos» (Jn 20,22-23). Primero, el Espíritu Santo hace que los apóstoles sean capaces de perdonar, es decir, hacer lo que solo Jesús enseñó a hacer, dando ejemplo. En una carta a su amigo Tolkien, después de un pleito, Lewis afirma que perdonar equivale a esto: «Si un hombre me ha robado algo, yo delante de Dios afirmo que se lo he regalado». A pesar de sus deficiencias, los apóstoles desde el principio basaron su acción en el perdón recibido de Jesús y dado a ellos.
La segunda consecuencia de la venida del Espíritu Santo es que los apóstoles superan el miedo de salir de las puertas cerradas de sus incertidumbres. En la Pentecostés conservada en la National Gallery de Londres, Giotto fotografía el instante en el que los Doce reciben la luz y el fuego del Espíritu, que se ve en sus miradas despiertas, mientras la habitación donde están encerrados parece haberse quedado demasiado pequeña y las puertas están a punto de abrirse, como intuyen los dos transeúntes que escuchan a hurtadillas.
El mundo no es un lugar tranquilizador, no lo fue para los Apóstoles y a menudo no lo es para nosotros que salimos a la calle cubiertos con guantes y mascarillas. Pero el Espíritu Santo viene para hacernos capaces de vencer nuestros miedos y recorrer precisamente las calles de este mundo nuestro del 2020, «hasta los confines de la tierra» (Hch 1,8). Con la valentía y la fuerza de la comprensión, yendo al encuentro de los demás allá donde nos han lastimado, regalándoles el perdón aunque no se lo merezcan, como Dios hace todos los días con cada uno de nosotros.
La Iglesia y el mundo necesitan, hoy como en los inicios, apóstoles que se abran verdaderamente a los demás, a todos, para construir juntos. Cristianos capaces de ir de acuerdo, porque no se toman demasiado en serio sus puntos de vista personales en tantas materias opinables. Por supuesto que la doctrina es fundamental, como lo era en los comienzos de la Iglesia. «Pero donde se dan heridas, donde se alimenta amargura, envidia, hostilidad, ahí no está el Espíritu Santo. Un conocimiento falto de amor no viene de Él», enseña Ratzinger, que da una señal que quizá no nos esperaríamos para discernir la presencia del Espíritu: «Donde falta la alegría, donde el buen humor muere, ahí tampoco está el Espíritu Santo, el Espíritu de Jesucristo».
La capacidad de perdonar, la valentía, la alegría unida a una cierta sana agilidad apostólica son características de los “evangelizadores con Espíritu” de los que habla el Papa Francisco: «Sigamos adelante, hagamos todo lo posible, pero dejemos que sea Él quien haga fecundos nuestros esfuerzos, como a Él le parezca».
Carlo De Marchi, vicario del Opus Dei para el Centro-Sur de Italia
Fuente: osservatoreromano.va.
Publicado por JOQUIVESA en 11:24

5/28/20

“¡Ven, Espíritu Santo!”

Enrique Díaz Díaz 


Domingo de Pentecostés
Hechos de los Apóstoles 2, 1-11: “Todos quedaron llenos del Espíritu Santo y empezaron a hablar”
Salmo 103: “Envía, Señor, tu Espíritu a renovar la tierra. Aleluya”
 I Corintios 12, 3-7. 12-13: “Hemos sido bautizados en un mismo Espíritu para formar un solo cuerpo”
 San Juan 20, 19-23: “Como el Padre me ha enviado, así los envío yo: Reciban el Espíritu Santo”
El ingenio de los jóvenes no tiene medida. Para el día de la Confirmación se les pidió que expresaran lo que es para ellos el Espíritu Santo y se dejó a su imaginación y a su inventiva  buscaran la forma de presentarlo. Una variedad impresionante de imágenes: el agua fertilizando un desierto; el fuego que consume y es fuerza; el viento que penetra y da vida; la brisa, el rocío, la energía; la palabra y la lengua que comunica y une; el soplo que infunde vida; la paloma símbolo de paz y de armonía; y muchos otros signos más. Algún niño, admirado ante tantos símbolos e imágenes expresó: “¿Y todo eso es el Espíritu Santo?” Una de las jóvenes muy ufana contestó: “Todo eso y mucho más”. Y reflexiono sobre la grandeza y la fuerza del Espíritu que, sin embargo, en la Confirmación se da a través de pequeños signos: una oración, la imposición de manos y la unción con el Santo Crisma.
Quizás para muchos de los cristianos ha quedado una pobre imagen de lo que es el Espíritu Santo y se reduce a las respuestas lacónicas del catecismo donde afirmamos: “Sí, el Espíritu Santo es Dios”, y a una imagen poética y bella donde aparece como una paloma en medio del Padre y del Hijo. Pero es que todas las imágenes  con las que representamos al Espíritu Santo se quedan limitadas y pobres para expresar el dinamismo y la fuerza que significa su presencia. Baste recordar la escena que hoy nos narra el libro de los Hechos de los Apóstoles para comprender que el Espíritu es mucho más. La pequeña comunidad se encontraba en silencio, temerosa, con las puertas atrancadas, con el ánimo cortado y con las esperanzas muy disminuidas, y entonces irrumpe el Espíritu “como un gran ruido que venía del cielo, como cuando sopla un viento fuerte, que resonó por toda la casa”. La fiesta de Pentecostés se presenta como una explosión de acontecimientos y nos sentimos como sacudidos por un fuerte vendaval. El Espíritu irrumpe con la fuerza de un viento huracanado que todo lo penetra, que todo lo invade. No queda resquicio que escape a su fuerza. Es presentado también como un fuego que todo lo devora, que quema, que transforma, que aniquila pero que también da una vida exuberante. Así transforma a aquellos discípulos temerosos, indecisos y cobardes en valientes y entusiastas misioneros. Desafiando autoridades, superando dificultades y divisiones, se convierten en ardientes apóstoles, pregoneros de la Resurrección de Jesús, ante la admiración de propios y extraños.
 Nuestro grito hoy debería ser un fuerte: “¡Ven, Espíritu Santo, fuerza y energía!”, porque los cristianos se encuentran cansados y sin aliento y no están dispuestos a recorrer el camino de Jesús. Necesitan tu vigor y dinamismo para abrirse a los nuevos horizontes donde la muerte y la violencia han asentado sus leyes. Los discípulos han perdido la esperanza y necesitan nuevas ilusiones para superar todos sus miedos. El llanto se escucha en nuestros hogares, hay jóvenes perdidos y sin ilusión. Ven, despierta nuestra esperanza, alienta nuestros pobres intentos. Queremos ser una Iglesia viva y atenta a los gemidos inenarrables con los que te expresas en todos los hombres y en todas las mujeres. Ven, que queremos descubrir tu fuerza creadora y renovadora en los  balbuceantes intentos de nueva vida de los débiles y pequeños.
“¡Ven, Espíritu Santo, bálsamo y consuelo!” porque los hombres viven en tristeza y en dolor, han perdido la alegría. Que tu fuego encienda nuestro entusiasmo y que lejos de apagarse el deseo de vivir, se renueve y brote con energía. Que queme las ingentes montañas de ambición que aplastan y ahogan nuestras ilusiones. Que transforme el pesimismo y la angustia, en búsqueda de soluciones y en aporte sincero de nuestra participación. Ven, Espíritu Santo, ilumina los senderos oscuros y muéstranos las luces necesarias para descubrir los nuevos caminos que lleven a la luz plena.
“¡Ven, Espíritu Santo, lenguaje y palabra!”, porque las fronteras, las discriminaciones y las diferencias han dividido a los pueblos. Los hombres ya no se llaman hermanos y se miran como rivales y enemigos. Reúnenos en un solo pueblo donde se superen las divisiones y donde la Palabra y el Amor de Dios Padre nos unan. Que sea posible entendernos a pesar de nuestras discrepancias. Que sea posible amarnos a pesar de nuestras diferencias, caprichos y egoísmos. Que sea posible respetarnos descubriendo, más allá de los rostros y los vestidos, a personas con derechos, con oportunidades, con dignidad. Que sea posible encontrar reconciliación, paz y armonía.
“¡Ven, Espíritu Santo, Padre de los pobres!” porque los desheredados se sienten huérfanos y perdidos, porque por un mendrugo de pan quieren comprar sus conciencias, porque tienen que vender cuerpo y alma para poder subsistir, porque se sienten engañados y olvidados. Renueva sus ilusiones y alienta sus deseos, muéstrales que es posible construir el Reino que inspiraste a Jesús y que hoy tenemos que hacer realidad. Ven, despierta sus anhelos de fraternidad y comunión, que sean capaces de transformar los pobres dones egoístas, en fuente de plenitud, participación e integración  de toda la humanidad.
Es cierto, en este Pentecostés nuestra oración se convierte en un fuerte grito suplicando la venida del Espíritu Santo pues no podemos seguir viviendo cómodos y estancados. Necesitamos este Espíritu que nos lanza y dinamiza y que al mismo tiempo nos otorga una armonía y serenidad interior. El himno de la secuencia afirma que el Espíritu es “fuente de todo consuelo… pausa en el trabajo, brisa en un clima de fuego; consuelo en medio del llanto”. Que realmente abramos nuestro corazón a la presencia y acción del Espíritu en nuestro corazón, en nuestra familia y en nuestra Iglesia. También para nosotros son las palabras de Jesús: “Reciban al Espíritu Santo”.
 Espíritu Santo, lava nuestras inmundicias, fecunda nuestros desiertos y cura nuestras heridas. Doblega nuestra soberbia, calienta nuestra frialdad y endereza nuestras sendas. Ven, Espíritu Santo. Amén
Publicado por JOQUIVESA en 12:49

“El Espíritu Santo es viento, fuego y lengua”


Padre Antonio Rivero, L.C.
 Solemnidad de Pentecostés - Ciclo A
Textos: Hechos 2, 1-11; 1Co 12, 3-7.12-13; Jn 20, 19-23
Idea principal: La acción visible del Espíritu Santo en la Iglesia, a través de un viento estruendoso, un fuego y unas lenguas (primera lectura).
Resumen del mensaje: En el sexto domingo de Pascua vimos la acción invisible del Espíritu Santo en el alma de cada uno de nosotros: es nuestro Consolador o Paráclito. Hoy, Pentecostés, la liturgia resalta la acción visible del Espíritu Santo en la Iglesia. El Espíritu Santo convierte a la Iglesia en misionera y católica, cuyos efectos son: viento que lleva el polen divino, fuego que quema con la caridad cuanto toca y lengua para llevar el mensaje de Cristo.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, el Espíritu Santo hoy se manifiesta como viento, como soplo vivificador. El Espíritu Santo es como el alma de la Iglesia, que infunde santidad y estabilidad, a pesar de todos los pecados y miserias de sus integrantes. Es soplo que barre toda escoria para dejar en cada corazón el aroma del cielo. Si la Iglesia fuese solamente una institución humana, hace tiempo que se hubiera corrompido y desaparecido totalmente; como sucedió a tantas empresas e imperios humanos. La Iglesia, a pesar de retrocesos, contramarchas y crisis terribles, permanece siempre con el aroma de lo esencial, pues el Espíritu es soplo que limpia y purifica. Y ese aroma es transmitido como polen divino que fecundará todas las culturas con el amor de Cristo. Ese viento del Espíritu Santo tiene que llevarse de nuestra alma todo lo que huela a podrido. Ese viento del Espíritu Santo tiene que llevarse ya ese virus terrible que nos asola para que volvamos a nuestra vida normal, ya renovada con olor a fraternidad, solidaridad y respeto mutuo.
En segundo lugar, el Espíritu Santo también se manifiesta como fuego. Ese viento se convierte también en fuego que nos arde por dentro y nos lleva a salir a todas las periferias existenciales, como diría el Papa Francisco, para incendiar este mundo con la palabra del Evangelio. En Pentecostés nace la Iglesia misionera y ardorosa, lanzada a llevar el calor divino a todos los lugares del mundo. Siempre tendremos la tentación de volver al Cenáculo y a cerrar la puerta, especialmente cuando fuera soplan vientos de contradicción. Solamente el Espíritu nos dará fuerza para vencer esos miedos y parálisis, como hizo con los primeros apóstoles, que de apocados y miedosos, los convirtió en intrépidos y audaces mensajeros de la Buena Nueva, que llevaron con ardor misionero el mensaje de salvación de Jesús. Necesitamos de ese fuego del Espíritu Santo que nos caliente en los momentos de tibieza y mediocridad, para que nos lancemos a la santidad y al apostolado convencido, a lo san Pablo. Que ese fuego divino destruya y queme ya los gérmenes de esta pandemia que se está cobrando tantas vidas humanas.
Finalmente, el Espíritu Santo se manifiesta como lengua. Lengua, no lenguas, como pasó en la Babel-soberbia del Génesis donde nadie se entendía. La lengua del Espíritu Santo es una: la caridad, que nos une a todos en un mismo corazón y una misma alma. Y con esa lengua, la caridad, formamos un solo cuerpo en Cristo por el Espíritu (segunda lectura); y con esa lengua podemos hacernos entender por todas partes, como sucedió a los apóstoles, y llevar a todo el mundo el mensaje del amor y perdón traído por Cristo a este mundo (primera lectura y evangelio). Lo que destruye esta lengua del Espíritu son los mil dialectos ideológicos que a veces queremos hablar en las relaciones con los demás para defender nuestro egoísmo, nuestros intereses y nuestras ambiciones. En el Cenáculo, donde el Espíritu Santo es infundido, las diferencias y las divisiones son superadas. La verdadera unidad sólo proviene de Dios Espíritu que es principio de cohesión (segunda lectura). Este virus que ahora padecemos está mandando tantos mensajes de doble o tiple sentido que nos confunden, porque muchos esconden la bacteria de la mentira y la apariencia.
Para reflexionar: ¿Dejaré la puerta y las ventanas abiertas de mi ser para que entre el viento que barra con todo lo que en mí está sucio? ¿Permitiré que el fuego del Espíritu Santo en este Pentecostés me abrase y pueda después contagiarlo a mi alrededor con mi lengua y conducta? ¿Experimento en mí otros vientos y fuegos que quieren destruirme y devorar mi vida de gracia y mi amor a Cristo? ¿Hablo la lengua del Espíritu Santo que es la caridad o tengo otros dialectos ideológicos?
Para rezar: Oración al Espíritu Santo:
No te conozco, pero sé que nos sostienes
No te veo, pero te siento
Cuando estoy débil, me levantas
Cuando me alejo de Dios, me acercas hasta El
Cuando olvido a Jesús, Tú me lo recuerdas
¡ESPÍRITU SANTO, VEN!
Si no doy testimonio de mi fe, Tú me animas
Si me duermo en la comodidad, Tú me despiertas
Si me conformo con los mínimos, Tú me perfeccionas
Si estoy confundido, Tú me aclaras
Si tengo miedo, Tú me das valentía
¡ESPÍRITU SANTO, VEN!
Si caigo, Tú me sostienes
Si me equivoco, Tú me corriges
Si me enojo, Tú me das la paz
Si caigo en la tristeza, Tú me regalas la alegría
¡ESPÍRITU SANTO, VEN!
Publicado por JOQUIVESA en 12:46

“Hay otras formas de comulgar”

Monseñor Felipe Arizmendi Esquivel

Obispo emérito de San Cristóbal de Las Casas

Comunión con los demás, “perfecta comunión con Cristo”
VER
Muchas personas están ansiosas por que pronto se abran las iglesias, para que puedan participar en las Misas y, sobre todo, recibir la comunión sacramental. Es un deseo legítimo y ojalá que, cuando pase lo más álgido de la pandemia por el coronavirus, esa hambre eucarística sea saciada. Es un derecho de los fieles y los pastores anhelamos que esa ansia por recibir la Eucaristía sacramental sea incrementada y profundizada.
Sin embargo, parece que no se ha dado la debida importancia a otras formas que tenemos para comulgar con Cristo. Aún más, pareciera que, para algunos, recibir la Hostia consagrada es la única manera de estar unidos a Él. Y no es así, como lo veremos adelante.
Cuando el Papa Francisco, en el estadio de Tuxtla Gutiérrez, el 15 de febrero de 2016, se encontró con las familias, una mujer, que vive en situación irregular con su esposo, pues no se pueden casar por la Iglesia, expresó que ellos, aunque no pueden recibir la comunión eucarística, sienten la cercanía de Jesús cuando visitan a los presos y a los enfermos. El Papa le contestó: “Ustedes rezan, van con Jesús y están integrados en la vida de la Iglesia. Usaron una linda expresión: comulgamos con el hermano débil, el enfermo, el necesitado, el preso. Gracias, gracias”. Eso es: la comunión con los demás, sobre todo con los pobres y con cuantos sufren, es una perfecta comunión con Cristo.
PENSAR
Podemos lograr una real y profunda comunión con Dios cuando hacemos oración, que no es sólo rezar fórmulas de memoria, sino platicar con El, abriéndole nuestro corazón. Podemos comulgar también escuchando con toda el alma su Palabra, meditando en serio lo que nos dice una sola de sus frases, que encontramos en la Sagrada Escritura. Podemos comulgar admirando la obra de la creación, extasiados ante su belleza, orden y perfección. Podemos comulgar, sobre todo, amando y sirviendo a los demás, como nos enseña la Palabra de Dios.
Cuando Jesús se aparece a Pablo en el camino a Damasco, le pregunta: “Por qué me persigues?” (Hech 9,4). Pablo no perseguía personalmente a Jesús, sino a los cristianos, pero Jesús se identifica con sus seguidores, sobre todo con los perseguidos. Por tanto, te acercas a Jesús cuando te acercas con amor a los demás, empezando por tu familia.
Cuando Jesús nos dice de qué se nos juzgará ante el trono de Dios, declara con toda nitidez que dar de comer al hambriento, vestir al desnudo, visitar al enfermo y al preso, recibir al migrante, es hacerlo personalmente a El; y no hacerlo con ellos, es no hacerlo con El (cf Mt 25,31-46). Por tanto, si alguien va a Misa y comulga todos los días, pero nada hace por estas personas, no está comulgando integralmente con Jesús. Le falta lo que es decisivo para entrar o no al cielo: el amor, pues Dios es amor, y no sólo un rito.
Jesús critica al sacerdote y al levita del Antiguo Testamento, porque eran muy piadosos en el templo, escuchaban la Biblia y cantaban salmos, pero nada hicieron por el herido que estaba tirado al borde del camino. En cambio, aplaude al samaritano que no practicaba esos ritos, pero hizo cuanto pudo por el herido (cf Lc 10,25-37).
Una mujer alaba a la Madre de Jesús, porque lo llevó en su seno y lo alimentó. Pero Jesús advierte que la verdadera grandeza de su Madre es escuchar y poner en práctica la Palabra de Dios (cf Lc 11,27-28). Es decir, si la Virgen María sólo hubiera engendrado, alimentado y tenido en sus brazos a Jesús, pero no hubiera visitado y ayudado a su prima Isabel, si no se hubiera preocupado por los novios que ya no tenían vino, si no hubiera estado de pie en el Calvario, no sería realmente grande e importante. Por tanto, si alguien diariamente comulga en Misa, pero nada hace por los demás, algo muy importante le está faltando.
El Papa Benedicto XVI, en su Encíclica Deus caritas est, dice al respecto: “En el culto mismo, en la comunión eucarística, está incluido a la vez el ser amados y el amar a los otros. Una Eucaristía que no comporte un ejercicio práctico del amor es fragmentaria en sí misma” (No.  14). “Se ha de recordar de modo particular la gran parábola del Juicio final (cf. Mt 25, 31-46), en el cual el amor se convierte en el criterio para la decisión definitiva sobre la valoración positiva o negativa de una vida humana. Jesús se identifica con los pobres… Amor a Dios y amor al prójimo se funden entre sí: en el más humilde encontramos a Jesús mismo y en Jesús encontramos a Dios” (Ibid 15). Y comentando la cita de 1 Jn 4,20, afirma: “El amor del prójimo es un camino para encontrar también a Dios, y cerrar los ojos ante el prójimo nos convierte también en ciegos ante Dios” (Ibid 16).
En su Exhortación Sacramentum caritatis, afirma lo mismo: “Los fieles tengan una actitud coherente entre las disposiciones interiores y los gestos y las palabras. Si faltara ésta, nuestras celebraciones, por muy animadas que fueren, correrían el riesgo de caer en el ritualismo. Así pues, se ha de promover una educación en la fe eucarística que disponga a los fieles a vivir personalmente lo que se celebra” (No. 64). “La comunión tiene siempre y de modo inseparable una connotación vertical y una horizontal: comunión con Dios y comunión con los hermanos y hermanas. Las dos dimensiones se encuentran misteriosamente en el don eucarístico. Donde se destruye la comunión con Dios, que es comunión con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo, se destruye también la raíz y el manantial de la comunión con nosotros. Y donde no se vive la comunión entre nosotros, tampoco es viva y verdadera la comunión con el Dios Trinitario” (Ibid 76). Y repite lo que ya nos había dicho en otra de sus Encíclicas: “Una Eucaristía que no comporte un ejercicio práctico del amor es fragmentaria en sí misma” (Ibid 82). Agrega: “La Eucaristía impulsa a todo el que cree en Él a hacerse pan partido para los demás y, por tanto, a trabajar por un mundo más justo y fraterno” (Ibid 88). “El Señor Jesús, Pan de vida eterna, nos apremia y nos hace estar atentos a las situaciones de pobreza en que se halla todavía gran parte de la humanidad” (Ibid 90).
ACTUAR
Ojalá pronto todos puedan participar en las Misas, sobre todo dominicales, para que se alimenten del Pan de la Palabra y del Pan Eucarístico. Pero tengamos en cuenta que, hoy y siempre, hay otras formas de comulgar con el Señor.
Publicado por JOQUIVESA en 12:40

5/27/20

“La oración de los justos”

El Papa en la Audiencia General

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Dedicamos la catequesis de hoy a la oración de los justos.
El plan de Dios para la humanidad es bueno, pero en nuestra vida diaria experimentamos la presencia del mal: es una experiencia diaria. Los primeros capítulos del Libro del Génesis describen la expansión progresiva del pecado en las vivencias humanas. Adán y Eva (cf. Gn 3, 1-7) dudan de las intenciones benévolas de Dios, pensando que se trate de una deidad envidiosa que impide su felicidad. De ahí la rebelión: ya no creen en un Creador generoso que desea su felicidad. Su corazón, cediendo a la tentación del Maligno, es presa de delirios de omnipotencia: «Si comemos el fruto del árbol, nos haremos semejantes a Dios» (cf. v. 5). Y esta es la tentación: esta es la ambición que penetra en el corazón. Pero la experiencia va en la dirección opuesta: sus ojos se abren y descubren que están desnudos (v. 7), sin nada. No lo olvidéis: el tentador es un mal pagador, paga mal.
El mal se vuelve aún más atroz con la segunda generación humana, es más fuerte: es la historia de Caín y Abel (cf. Génesis 4:1-16). Caín tiene envidia de su hermano; aunque es el primogénito, ve a Abel como un rival, uno que amenaza su primacía. El mal se asoma a su corazón y Caín es incapaz de dominarlo. El mal empieza a penetrar en el corazón: los pensamientos son siempre los de mirar mal al otro, con sospecha. Y esto sucede también con el pensamiento: “Este es malo, me perjudicará”… Y este pensamiento se va abriendo paso en el corazón..Y así la historia de la primera fraternidad termina con un asesinato. Pienso, hoy, en la fraternidad humana…guerras por doquier.
En la descendencia de Caín se desarrollan los oficios y las artes, pero también se desarrolla la violencia, expresada en el siniestro cántico de Lamec, que suena como un himno de venganza: “Yo maté a un hombre por una herida que me hizo y a un muchacho por un cardenal que recibí. […] Caín será vengado siete veces, mas Lámek lo será setenta y siete”. La venganza. “Lo has hecho ¡vas a pagarlo!”. Pero eso no lo dice el juez, lo digo yo. Y yo me vuelvo juez de la situación. Y así el mal se propaga como un incendio hasta ocupar todo el cuadro: “Viendo Yahveh que la maldad del hombre cundía en la tierra, y que todos los pensamientos que ideaba su corazón eran puro mal de continuo” (Gen 6,5). Los grandes frescos del diluvio universal (cap. 6-7) y la torre de Babel (cap. 11) revelan que es necesario un nuevo comienzo, como una nueva creación, que tendrá su cumplimiento en Cristo.
Y sin embargo, en estas primeras páginas de la Biblia, también está escrita otra historia, menos llamativa, mucho más humilde y devota, que representa el rescate de la esperanza. Aunque casi todos se comportan con brutalidad, haciendo del odio y la conquista el gran motor de las vivencias humanas, hay personas capaces de rezar a Dios con sinceridad, capaces de escribir de otra manera el destino del hombre. Abel ofrece a Dios un sacrificio de primicias. Después de su muerte, Adán y Eva tuvieron un tercer hijo, Set, de quien nació Enos (que significa “mortal”), y se dice: “En aquel tiempo comenzaron a invocar el nombre del Señor” (4:26). Entonces aparece Enoc, un personaje que “anduvo con Dios” y fue arrebatado al cielo (cf. 5:22.24). Y finalmente está la historia de Noé, un hombre justo que “andaba con Dios” (6:9), frente al cual Dios detiene su propósito de borrar a la humanidad (cf. 6:7-8).
Leyendo estas historias, uno tiene la impresión de que la oración sea el dique, el refugio del hombre ante la oleada de maldad que crece en el mundo. Pensándolo bien también rezamos para ser salvados de nosotros mismos. Es importante rezar: “Señor, por favor, sálvame de mí mismo, de mis ambiciones, de mis pasiones”. Los orantes de las primeras páginas de la Biblia son hombres artífices de paz: en efecto, la oración, cuando es auténtica, libera de los instintos de violencia y es una mirada dirigida a Dios, para que vuelva a ocuparse del corazón del hombre. Se lee en el Catecismo: “Este carácter de la oración ha sido vivido en todas las religiones, por una muchedumbre de hombres piadosos” (CCC, 2569). La oración cultiva prados de renacimiento en lugares donde el odio del hombre solo ha sido capaz de ensanchar el desierto. Y la oración es poderosa, porque atrae el poder de Dios y el poder de Dios da siempre vida; siempre. Es el Dios de la vida y hace renacer.
Por eso el señorío de Dios pasa por la cadena de estos hombres y mujeres, a menudo incomprendidos o marginados en el mundo. Pero el mundo vive y crece gracias al poder de Dios que estos servidores suyos atraen con sus oraciones. Son una cadena que no hace ruido, que rara vez salta a los titulares, y sin embargo ¡es tan importante para devolver la confianza al mundo! Recuerdo la historia de un hombre: un jefe de gobierno, importante, no de esta época, del pasado. Un ateo que no tenía sentido religioso en su corazón, pero de niño escuchaba a su abuela rezar, y eso permaneció en su corazón. Y en un momento difícil de su vida, ese recuerdo volvió a su corazón y dijo: “Pero la abuela rezaba…”. Así que empezó a rezar con las fórmulas de su abuela y allí encontró a Jesús. La oración es una cadena de vida, siempre: muchos hombres y mujeres que rezan, siembran la vida. La oración siembra vida, la pequeña oración: por eso es tan importante enseñar a los niños a rezar. Me duele cuando me encuentro con niños que no saben hacerse la señal de la cruz. Hay que enseñarles a hacer bien la señal de la cruz, porque es la primera oración. Es importante que los niños aprendan a rezar. Luego, a lo mejor, pueden olvidarse, tomar otro camino; pero las primeras oraciones aprendidas de niño permanecen en el corazón, porque son una semilla de vida, la semilla del diálogo con Dios.
El camino de Dios en la historia de Dios ha pasado por ellos: ha pasado por un “resto” de la humanidad que no se uniformó a la ley del más fuerte, sino que pidió a Dios que hiciera sus milagros, y sobre todo que transformara nuestro corazón de piedra en un corazón de carne (cf. Ez 36,26). Y esto ayuda a la oración: porque la oración abre la puerta a Dios, transformando nuestro corazón tantas veces de piedra, en un corazón humano. Y se necesita mucha humanidad, y con la humanidad se reza bien.
Publicado por JOQUIVESA en 13:16
Entradas más recientes Entradas antiguas Inicio
Suscribirse a: Entradas (Atom)

LA VERDAD...

LA VERDAD...
...OS HARÁ LIBRES.

PARA VER Y OIR

  • LUKNIA (Conoce a Jesús)
  • ROME REPORTS
  • VATICAN NEWS
  • CATHOLIC.NET
  • RADIO MARÍA
  • OPUS DEI
  • ALMUDI

Archivo del blog

  • ►  2025 (224)
    • ►  junio (34)
    • ►  mayo (42)
    • ►  abril (38)
    • ►  marzo (38)
    • ►  febrero (32)
    • ►  enero (40)
  • ►  2024 (431)
    • ►  diciembre (39)
    • ►  noviembre (36)
    • ►  octubre (36)
    • ►  septiembre (35)
    • ►  agosto (42)
    • ►  julio (37)
    • ►  junio (38)
    • ►  mayo (33)
    • ►  abril (36)
    • ►  marzo (32)
    • ►  febrero (33)
    • ►  enero (34)
  • ►  2023 (449)
    • ►  diciembre (34)
    • ►  noviembre (35)
    • ►  octubre (35)
    • ►  septiembre (33)
    • ►  agosto (40)
    • ►  julio (35)
    • ►  junio (37)
    • ►  mayo (43)
    • ►  abril (41)
    • ►  marzo (39)
    • ►  febrero (34)
    • ►  enero (43)
  • ►  2022 (456)
    • ►  diciembre (44)
    • ►  noviembre (41)
    • ►  octubre (34)
    • ►  septiembre (36)
    • ►  agosto (40)
    • ►  julio (27)
    • ►  junio (34)
    • ►  mayo (36)
    • ►  abril (42)
    • ►  marzo (47)
    • ►  febrero (34)
    • ►  enero (41)
  • ►  2021 (515)
    • ►  diciembre (43)
    • ►  noviembre (41)
    • ►  octubre (42)
    • ►  septiembre (39)
    • ►  agosto (40)
    • ►  julio (33)
    • ►  junio (49)
    • ►  mayo (40)
    • ►  abril (53)
    • ►  marzo (48)
    • ►  febrero (40)
    • ►  enero (47)
  • ▼  2020 (610)
    • ►  diciembre (51)
    • ►  noviembre (53)
    • ►  octubre (48)
    • ►  septiembre (40)
    • ►  agosto (40)
    • ►  julio (36)
    • ►  junio (50)
    • ▼  mayo (62)
      • En la Solemnidad de Pentecostés
      • El Papa y la Iglesia rezan por la salud de la huma...
      • Calentamiento social y agresividad verbal
      • Rezo del Rosario con el Papa Francisco por el fin ...
      • Evangelizar con la agilidad del Espíritu
      • “¡Ven, Espíritu Santo!”
      • “El Espíritu Santo es viento, fuego y lengua”
      • “Hay otras formas de comulgar”
      • “La oración de los justos”
      • ¿Qué lecciones hemos aprendido?
      • 25 aniversario de la Encíclica de Juan Pablo II ‘U...
      • Libertad y covid-19
      • La sonrisa de la Virgen
      • Id al mundo entero
      • Una narración que mire al mundo “con ternura”
      • “Un texto fuerte, concreto en sus indicaciones”
      • Día de la Ascensión del Señor
      • 10 lecciones magistrales del coronavirus
      • 20 reflexiones coronarias
      • “¿Las Misas virtuales son reales?”
      • Wojtyla, el Grande
      • El misterio de la creación “lleva a la oración”
      • La Ascensión del Señor
      • La actualidad de un testimonio
      • Para reflexionar sobre la cultura contemporánea
      • Oración, cercanía al pueblo, y amor a la justicia
      • “Dulzura, humildad, respeto, fraternidad”
      • Paráclito
      • La mundanidad espiritual corrompe la Iglesia
      • Carta de Benedicto XVI en el centenario de Juan Pa...
      • ¿Qué lecciones podemos aprender en estos momentos ...
      • Mensaje del Prelado del Opus Dei
      • “Donde hay rigidez no hay Espíritu Santo”
      • Jornada universal de oración y ayuno
      • ‘Dios continúa amándonos, porque Él siempre es fiel’
      • Permanecer en Jesús: la vid y los sarmientos
      • Jornada de “Oración por la humanidad”
      • El amor en tiempos del Coronavirus
      • El prójimo y la Humanidad
      • ¿Cómo da el mundo la paz y cómo la da el Señor?
      • «Sois imagen de la Iglesia”
      • El Espíritu nos enseña y nos recuerda
      • “Crean también en mí” nos pide Jesús
      • ¡Veintiséis mil muertos! Nos acordamos de vosotros
      • Rezar es ir con Jesús al Padre que nos da todo
      • Yo soy el Camino
      • El Espíritu Santo crea armonía, el mal espíritu de...
      • “¿Cómo consuela el Señor?”
      • La conciencia de pertenecer al Pueblo de Dios
      • “Dios rebasa tiempos y espacios”
      • “¡Jesús, ten compasión de mí!”
      • “Transmitir, siempre, la verdad”
      • Et plus ultra
      • Actitudes que impiden conocer a Cristo
      • “El Buen Pastor nos llama porque nos ama”
      • Carta abierta a los sacerdotes de la Iglesia católica
      • Todos tenemos un único Pastor: Jesús
      • La mansedumbre y la ternura del Buen Pastor
      • Aprender a vivir los momentos de crisis
      • La puerta de las ovejas
      • San José y la dignidad del trabajo
      • “Los amó hasta el extremo” (Jn 13, 1)
    • ►  abril (66)
    • ►  marzo (70)
    • ►  febrero (45)
    • ►  enero (49)
  • ►  2019 (542)
    • ►  diciembre (45)
    • ►  noviembre (39)
    • ►  octubre (50)
    • ►  septiembre (48)
    • ►  agosto (49)
    • ►  julio (41)
    • ►  junio (43)
    • ►  mayo (48)
    • ►  abril (51)
    • ►  marzo (41)
    • ►  febrero (43)
    • ►  enero (44)
  • ►  2018 (562)
    • ►  diciembre (47)
    • ►  noviembre (43)
    • ►  octubre (50)
    • ►  septiembre (44)
    • ►  agosto (37)
    • ►  julio (48)
    • ►  junio (41)
    • ►  mayo (45)
    • ►  abril (47)
    • ►  marzo (60)
    • ►  febrero (46)
    • ►  enero (54)
  • ►  2017 (549)
    • ►  diciembre (54)
    • ►  noviembre (51)
    • ►  octubre (47)
    • ►  septiembre (43)
    • ►  agosto (37)
    • ►  julio (44)
    • ►  junio (48)
    • ►  mayo (43)
    • ►  abril (52)
    • ►  marzo (44)
    • ►  febrero (43)
    • ►  enero (43)
  • ►  2016 (551)
    • ►  diciembre (53)
    • ►  noviembre (51)
    • ►  octubre (47)
    • ►  septiembre (43)
    • ►  agosto (33)
    • ►  julio (30)
    • ►  junio (52)
    • ►  mayo (44)
    • ►  abril (49)
    • ►  marzo (46)
    • ►  febrero (53)
    • ►  enero (50)
  • ►  2015 (528)
    • ►  diciembre (46)
    • ►  noviembre (57)
    • ►  octubre (46)
    • ►  septiembre (58)
    • ►  agosto (25)
    • ►  julio (36)
    • ►  junio (47)
    • ►  mayo (44)
    • ►  abril (40)
    • ►  marzo (44)
    • ►  febrero (38)
    • ►  enero (47)
  • ►  2014 (490)
    • ►  diciembre (43)
    • ►  noviembre (40)
    • ►  octubre (42)
    • ►  septiembre (46)
    • ►  agosto (22)
    • ►  julio (31)
    • ►  junio (43)
    • ►  mayo (50)
    • ►  abril (45)
    • ►  marzo (41)
    • ►  febrero (45)
    • ►  enero (42)
  • ►  2013 (430)
    • ►  diciembre (38)
    • ►  noviembre (38)
    • ►  octubre (53)
    • ►  septiembre (34)
    • ►  agosto (20)
    • ►  julio (29)
    • ►  junio (27)
    • ►  mayo (39)
    • ►  abril (38)
    • ►  marzo (44)
    • ►  febrero (33)
    • ►  enero (37)
  • ►  2012 (420)
    • ►  diciembre (36)
    • ►  noviembre (35)
    • ►  octubre (42)
    • ►  septiembre (37)
    • ►  agosto (24)
    • ►  julio (32)
    • ►  junio (35)
    • ►  mayo (33)
    • ►  abril (36)
    • ►  marzo (42)
    • ►  febrero (33)
    • ►  enero (35)
  • ►  2011 (570)
    • ►  diciembre (47)
    • ►  noviembre (54)
    • ►  octubre (39)
    • ►  septiembre (54)
    • ►  agosto (52)
    • ►  julio (38)
    • ►  junio (49)
    • ►  mayo (51)
    • ►  abril (44)
    • ►  marzo (45)
    • ►  febrero (42)
    • ►  enero (55)
  • ►  2010 (544)
    • ►  diciembre (40)
    • ►  noviembre (56)
    • ►  octubre (45)
    • ►  septiembre (58)
    • ►  agosto (33)
    • ►  julio (37)
    • ►  junio (38)
    • ►  mayo (51)
    • ►  abril (55)
    • ►  marzo (45)
    • ►  febrero (38)
    • ►  enero (48)
  • ►  2009 (506)
    • ►  diciembre (46)
    • ►  noviembre (59)
    • ►  octubre (59)
    • ►  septiembre (55)
    • ►  agosto (36)
    • ►  julio (43)
    • ►  junio (34)
    • ►  mayo (56)
    • ►  abril (40)
    • ►  marzo (58)
    • ►  febrero (20)

Páginas vistas

Ubicaciones

Ubicaciones