8/31/24

Un corazón enamorado

Domingo 22° semana del tiempo ordinario (Ciclo B) 

Evangelio (Mc 7,1-8. 14-15. 21-23)

En aquel tiempo, se reunieron junto a Jesús los fariseos y algunos escribas venidos de Jerusalén; y vieron que algunos discípulos comían con manos impuras, es decir, sin lavarse las manos. (Pues los fariseos, como los demás judíos, no comen sin lavarse antes las manos, restregando bien, aferrándose a la tradición de sus mayores, y al volver de la plaza no comen sin lavarse antes, y se aferran a otras muchas tradiciones, de lavar vasos, jarras y ollas). Y los fariseos y los escribas le preguntaron: ¿Por qué no caminan tus discípulos según las tradiciones de los mayores y comen el pan con manos impuras? Él les contestó “Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos”: Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres. Llamó Jesús de nuevo a la gente y les dijo “Escuchad y entended todos: nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los pensamientos perversos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, malicias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro”.


Comentario al Evangelio

En el Evangelio de hoy, meditamos las palabras del Señor acerca de la pureza en el corazón del hombre. Este pasaje está muy relacionado con Mt 5,8 «Dichosos los que tienen el corazón puro, porque ellos verán a Dios». Relacionar estos dos pasajes nos lleva a una conclusión: para ser felices, debemos mirar en el fondo del corazón y buscar amar a Dios y a los demás. El que hace esto, verá a Dios.

Los fariseos se muestran escandalizados porque los discípulos de Jesús no cumplen algunas de las tradiciones judías, como lavarse las manos antes de comer. Jesús, alienta a los fariseos, a no cumplir los preceptos por el hecho de que sean tradiciones sino porque son un instrumento para amar a Dios.

El Señor no quiere un cumplimiento formal. Llama "hipócritas" a los fariseos por actuar cumpliendo tradiciones, pero con un corazón alejado de Dios y de las demás personas. En griego, hipócrita significa actor, artista o máscara (en una función teatral). Es decir, es aquel que vive de una manera, pero actúa de forma distinta de cara a los demás. Dios no quiere máscaras para nuestra vida. El espectador, no son las demás personas, sino Dios que ve todo lo que hacemos y no podemos llevar una máscara delante de Él.

Este mismo problema del “fariseísmo”, tiene una gran actualidad para los cristianos de hoy. Para muchos, ser cristiano puede limitarse a cumplir una serie de normas u obligaciones rígidas: acudir a la Misa dominical, confesarse de vez en cuando, etc... cosas buenas, sin duda alguna, pero que hechas sin un corazón enamorado, nos conducen a una actitud farisaica.

Recordemos el mandamiento nuevo “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” (Mt 22, 37-39) Jesús va más allá. Nos invita a mirarnos por dentro. No quiere que cumplamos obligaciones, sino que amemos. El fin es amar, no cumplir. Si no se busca amar a Dios y a los demás, pierden totalmente su sentido.

Dios nos invita a mirar en el fondo de nuestro corazón “Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los pensamientos perversos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, malicias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro”. Pero también, es el lugar donde nace todo lo bueno que haya en el hombre: el servicio a los demás, la generosidad, la humildad, el amor por lo sagrado, la modestia, la caridad a Dios y al prójimo.

Y ¿cómo conozco la voluntad de Dios para mí? Para poder discernir entre lo bueno y lo malo, tenemos un medio de gran valor: la oración. Orar es hablar con Dios en fondo de nuestro corazón. Por este medio debe pasar toda nuestra vida. Durante la oración, se unen el Cielo y la tierra. Es en el fondo del corazón donde aprendemos la voluntad de Dios para nosotros.

Para orar con Dios es necesario liberar el corazón de los propios engaños, el pecado. Los pecados cambian la visión interior, cambian el modo de evaluar las cosas. Te hacen ver cosas que no son verdaderas. Nuestro peor enemigo está escondido dentro de nosotros mismos, y necesitamos convertirnos al Señor.

Acudamos al Señor en la oración, para que nos haga amarle a Él y a los demás en cada una de las circunstancias de la vida. Pidamos un corazón enamorado.

Fuente: opusdei.org

8/30/24

Quousque tandem abutere, Catilina, patientia nostra?

Antonio Bascones

Catilina se lanzó a la batalla y murió en ella, pero la República ya estaba herida de muerte. ¿Con su muerte se limpió su pasado? No lo creo

Hasta cuándo tenemos que soportar este calvario moral y destructor de los valores que recibimos, del legado histórico que nuestras familias nos dejaron en un patrimonio cuidado durante muchos años. Hasta cuándo tenemos que mantener nuestra paciencia en este proceloso viaje. Es que no hay fin a una continuada falsedad de los acontecimientos, a una mudanza en el pensamiento y en las ideas. Todo sea por la consecución de unos objetivos virulentos que lo único que hacen es socavar los basamentos éticos de una sociedad en continuo cambio, a punto de sumirse en el relativismo irredento, que hace que todo nos importe, en lenguaje coloquial y permítanme la digresión vulgar, una higa.

Catilina nunca tuvo castigo por sus crímenes. Persona de una gran depravación y maldad, intentó un golpe de Estado y cargarse la República. Estuvo a punto de conseguirlo, pero afortunadamente, no pudo. Prometió la anulación de las deudas y la persecución de los ricos, al tiempo que pensaba otorgar puestos de responsabilidad a sus partidarios. A sus enemigos ni agua, a sus amigos todo. Durante un tiempo extendió su vileza por aquello que tocaba. Su mezquindad no tenía límites. Era ingrato con sus amigos, despiadado hasta la náusea, cruel en sus decisiones. Nada ni nadie le paraba cuando había decidido eliminarle. Sus mentiras iban de uno a otro lado con sus decisiones, con sus respuestas, con sus actuaciones. Y todo con la magnificencia de su cargo y la ostentación de la que hacía gala. Un narcisismo propio de su personalidad.

Cicerón pronunció sus famosas catilinarias y Catilina, ensoberbecido por lo que consideraba un ataque a su majestuosa personalidad, salió de la ciudad con la idea de unirse a sus fuerzas. Se lanzó a la batalla y murió en ella, pero la República ya estaba herida de muerte. ¿Con su muerte se limpió su pasado? No lo creo. Este persistió y sus estragos se mantuvieron. Cicerón intentó por todos los medios luchar contra esta persona y tratar de contrarrestar la gloria de la que Catilina hacía gala.

¿Hasta cuándo abusarás, Catilina, de nuestra paciencia?

Fuente: eldebate.com

8/29/24

Cristianos conservadores y progresistas

Santiago Leyra Curiá

Los cristianos son y deben ser conservadores, en el sentido de que reciben los dones de Dios, los hacen suyos y los transmiten con generosidad. Y a la vez son y deben ser progresistas, pues la revelación cristiana afirma el valor del tiempo como espacio en el que Dios actúa y el hombre responde libre y personalmente


En un interesante ensayo del sacerdote irlandés Paul O´Callaghan titulado Desafíos entre fe y cultura. Dos hermanos de sangre en la dinámica de la modernidad” (Rialp, 2023), se incluye un lúcido capítulo sobre la ampliación de la noción de gratitud mediante una integración del conservadurismo y el liberalismo progresista. Voy a tratar de resumir las ideas que me han parecido más relevantes utilizando la palabra “progresista” en lugar de “liberal”, pues creo que se entiende mejor en el ámbito hispánico.

La cultura moderna está claramente marcada por una alternativa entre el conservadurismo y el progresismo. Las personas son atraídas en una u otra dirección, pero no en ambas: se ofrecen dos estilos culturales opuestos que se encuentran y marcan claramente el tipo de decisiones que las personas toman, cómo se relacionan entre sí y cómo responden a cuestiones últimas. ¿Cuál de los dos representa mejor el perfil de un creyente cristiano que intenta dar gracias a Dios por los dones recibidos o es realmente posible y deseable integrarlos?

Conservadores

La designación de conservador y progresista es de tipo temperamental y personal. Algunas personas quieren aferrarse a lo que tienen, a lo que les ha sido entregado, a lo que les viene del pasado; prefieren netamente la experiencia y la sabiduría prácticas. Quizá lo hagan por temor a perder lo que es bueno a cambio de adquirir lo que se promete como mejor; o quizás por una actitud de reconocimiento y gratitud por lo que está a su disposición por medio de quienes les precedieron. 

Generalmente los conservadores son un poco temerosos de perder lo que tienen, tal vez flojos, no siempre generosos con sus posesiones, aunque suelen estar satisfechos y complacidos con la vida tal como es, son frecuentemente nostálgicos, más realistas que idealistas, inclinados a llevar a otros a ajustar sus prioridades “por su propio bien”, apegados a lo predecible, aceptando y defendiendo lo colectivo, el status quo, las cosas como son. Como resultado, pueden ser percibidos como autoritarios y, en ocasiones, pesimistas. Por otro lado, la mayoría de las veces agradecen humildemente a Dios por lo que han recibido y expresan su gratitud usando el mundo creado tal como fue hecho y no abusando de él. En términos breves, podríamos decir que el conservador es una persona de fe.

Progresistas

Sin embargo, otras personas están convencidas de que lo que les ha sido transmitido, lo que han recibido del pasado y de otros, es imperfecto o incluso decadente y necesita ser renovado o cambiado, no sólo recibido con gratitud incondicional. Se sienten libres, con derecho y capaces de desafiar el status quo. “Por definición ─dice Maurice Cranston─ un liberal es un hombre que cree en la libertad”. Están convencidos de que el cambio y el progreso son posibles y necesarios, ya sea en la ley, en las estructuras o en las formas establecidas de hacer las cosas. Son sustancialmente favorables a los derechos, impacientes con lo rígido y estático, a menudo dispuestos a descartar lo que han recibido de otros, del pasado. Con frecuencia son reticentes a la tradición y a veces dan la impresión de ser desagradecidos.

El impulso progresista está motivado por un deseo sincero y generoso de mejorar las cosas y vencer el mal en la sociedad o por una impropia falta de aprecio por lo que se ha recibido de otros en el pasado. Pueden ser personas excesivamente seguras de sus ideas y proyectos, más idealistas y teóricas que realistas, menos preparadas para escuchar y aprender del pasado, para rectificar o corregir sus ideas o visión según sea necesario, para estar descontentas con su propia identidad; pueden ser impacientes, inquietos y agitados, fácilmente dispuestos a permitir que “otros” los cambien, más individualistas que colectivistas. Quieren cambiar las cosas, viven para el futuro, soñando impacientes con “los cielos nuevos y la tierra nueva” de los que habla el Apocalipsis (21, 1-4). El progresista fundamentalmente espera.

Hablando de los conservadores, Roger Scruton observa que “su posición es correcta pero aburrida; la de sus detractores, emocionante, pero falsa”. Por esta razón, los conservadores pueden tener una especie de “desventaja retórica” y como resultado “el conservadurismo ha sufrido el abandono filosófico”. Como decía el historiador Robert Conquest, “uno es siempre de derechas en los temas que conoce de primera mano” o Matthew Arnold que criticaba el progresismo afirmando que “la libertad es un excelente caballo para cabalgar, pero para cabalgar hacia alguna parte”.

Religión, conservadores y progresistas

Aunque muchos creyentes consideran la religión como una fuerza liberalizadora, en su mayoría las religiones son generalmente consideradas como elementos “conservadores” dentro de la sociedad: ayudan a las personas a aferrarse a las cosas, a la realidad. Sin embargo, la idea de que la religión es conservadora no puede aplicarse unívocamente a todas las religiones, ni ciertamente al cristianismo. Por eso podemos preguntarnos: ¿el verdadero cristianismo es conservador o progresista? El cristianismo se refiere a todos los aspectos de la vida humana y de la sociedad. La antropología cristiana es esencialmente integradora, al igual que la vida cristiana y la espiritualidad. Lo único que los cristianos rechazan y excluyen de plano en el hombre es el pecado, que los separa de Dios, de los demás, del mundo y de sí mismos, destruyendo la vida en el sentido más amplio de la palabra.

Cristianismo, síntesis afirmativa

Dado que el cristianismo no excluye nada sustancial del compuesto humano ─ni el cuerpo ni el espíritu, ni la libertad ni la determinación, ni la sociabilidad ni la individualidad, ni lo temporal ni lo eterno, ni lo femenino ni lo masculino─, parecería que tanto los aspectos “conservadores” como los “progresistas” de la vida humana individual y de la sociedad en su conjunto deberían mantenerse simultáneamente, si es posible, en una síntesis afirmativa y superadora. Un cristiano puede ser conservador o progresista por temperamento, pero su verdadera identidad cristiana debe tener algo de los dos.

Como dijo una vez el pastor metodista (progresista) Adam Hamilton: “Cuando la gente me pregunta ¿Eres conservador o progresista?, mi respuesta es siempre la misma: Sí. Pero ¿cuál? ¡Ambos! Sin un espíritu progresista nos volvemos torpes y estancados. Sin un espíritu conservador, estamos desanclados y a la deriva”. Lo que dificulta esa integración es precisamente la presencia divisoria del pecado en el corazón del hombre.

Los cristianos son y deben ser conservadores, en el sentido de que reciben los dones de Dios a través de la Iglesia de Jesucristo, los hacen suyos y los transmiten con generosidad y creatividad a quienes les suceden. Y a la vez son y deben ser progresistas, pues la revelación cristiana afirma la realidad y el valor del tiempo como espacio en el que Dios actúa y el hombre responde libre y personalmente a su gracia y palabra. Conceptos fundamentales son tiempo, libertad y dignidad intocable e insustituible de cada persona humana que vive con y para otras personas. Además, el cristianismo otorga un peso particular a la conversión (en griego “metanoia”) que implica literalmente “ir más allá de la muerte” y evoca la necesidad de superar la propia convicción y situación actual.

El cristianismo constituyó en su origen una enorme novedad en la vida personal de millones de hombres y mujeres que rompieron con sus fracasos y pecados personales, con el judaísmo de su época, con el estilo de vida común en la sociedad, con la idolatría, estableciendo una visión profundamente renovada de la dignidad de todas las personas, especialmente de las mujeres y los niños, del valor del matrimonio y de la sexualidad, una nueva liturgia, un nuevo enfoque. Un nuevo comienzo, un progreso, una proyección hacia al futuro, hacia la eternidad. El poder de Dios inyectado en la vida de los hombres pecadores produjo una asombrosa transformación y liberación en la vida personal y social; liberó energías desconocidas de antemano entre los hombres; los lanzó mar adentro hacia una vida de trabajo y evangelización significativa y apasionada. Lo hizo antes, lo hace ahora; seguirá haciéndolo hasta que el Señor venga en su gloria.

Fuente: omnesmag.com


8/28/24

Mar y desierto

 El Papa en la Audiencia General

Catequesis. 

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy he querido hacer un paréntesis en nuestro ciclo de catequesis habitual para que podamos reflexionar sobre la realidad de tantas personas que tienen que dejar su tierra buscando un lugar donde poder vivir en paz y con mayor seguridad. En los testimonios de migrantes que he escuchado se repiten con frecuencia las palabras “mar” y “desierto”. Lamentablemente, los mares y los desiertos de las rutas migratorias son lugares donde mueren muchas personas y, por eso, —como dije en otras ocasiones— se han convertido en cementerios. 

También en la Biblia el mar y el desierto son lugares de sufrimiento, de miedo, de desesperación; pero, al mismo tiempo, son pasajes que el pueblo debe atravesar para alcanzar la libertad y el cumplimiento de las promesas de Dios. Por eso, unamos nuestras fuerzas para que estos lugares sean “de paso” —sean siempre de paso— para los migrantes, es decir, que sean vías de acceso seguras, donde se combata la trata de personas y se construya un futuro de esperanza para toda la humanidad.

* * *

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Pidamos al Señor por tantas personas que se ven obligadas a dejar sus hogares en busca de un porvenir, y por quienes los reciben y acompañan, devolviéndoles la esperanza y abriendo nuevos caminos de libertad y fraternidad. Que Jesús los bendiga y la Virgen Santa, Consuelo de los migrantes, los cuide. Muchas gracias.

Fuente: vatican.va

8/27/24

Posthumanos

Jaime Millás


Rediseñar la naturaleza humana mediante la IA y la

  nanoingeniería.



Con el título “La singularidad está más cerca: cuando nos fusionamos con la IA” Ray Kurzweil, futurista y científico estadounidense nos traslada a un mundo en el que se logrará la inmortalidad gracias a la inteligencia artificial. Se trata de modificar nuestra naturaleza mediante la tecnología y así transformarnos en posthumanos. El libro The Singularity is Nearer (La singularidad está más cerca ), que acaba de publicar y que es continuación de The Singularity is Near (2005), Kurzweil nos relata que los seres humanos estamos a punto de entrar a una nueva época en la que se dará la fusión del hombre con la inteligencia artificial (IA). La palabra singularidad proviene de la física de los agujeros negros ya que seríamos absorbidos por la cada vez más perfeccionada capacidad informática.

Ciertamente el autor de este libro ha predicho algunas cosas con bastante éxito como la red global de información, los dispositivos móviles vinculados a esa red o el análisis de radiografías mediante una red neuronal de forma muy convincente. También ha adelantado que en 2029 tendremos una IA capaz de imitar a un ser humano, cuestión que nos parece mucho más próxima actualmente.

En su última publicación, Kurzweil asegura que para 2029 la IA será “mejor que todos los humanos” en “todas las habilidades que posee cualquier ser humano”. Anuncia que, la energía solar, gracias a la IA, será la que domine el suministro energético global con acceso a bienes de consumo gratuitos, lo que “permitirá satisfacer fácilmente las necesidades de todos” en la década de 2030.

Si hablamos de Medicina, hay una parte del libro que trata sobre la vacuna para la COVID-19 y que dice textualmente: “Pero, con diferencia, la aplicación más importante de la IA a la medicina en 2020 fue el papel clave que desempeñó en el diseño de vacunas seguras y eficaces contra la COVID-19 en un tiempo récord. El 11 de enero, las autoridades chinas publicaron la secuencia genética del virus. Los científicos de Moderna se pusieron a trabajar con potentes herramientas de aprendizaje automático que analizaron qué vacuna funcionaría mejor contra él y, tan solo dos días después, habían creado la secuencia de su vacuna de ARNm. El 7 de febrero se produjo el primer lote clínico. Tras las pruebas preliminares, se envió a los Institutos Nacionales de Salud el 24 de febrero. Y el 16 de marzo, tan solo 63 días después de la selección de la secuencia, se administró la primera dosis al brazo de un participante del ensayo. Antes de la pandemia, las vacunas tardaban normalmente entre cinco y diez años en desarrollarse. Lograr este avance con tanta rapidez seguramente salvó millones de vidas.”

“El objetivo a largo plazo son los nanorobots”, dice Kurzweil. Refiere que pronto los nanorobots se alimentarán en el sistema circulatorio de los seres humanos y alcanzarán nuestro cerebro para conectar el neocórtex a la nube y así incrementar “millones de veces” nuestra inteligencia. A esto se refiere cuando habla de “la Singularidad”. Así los nanobots nos llevarán a un mundo virtual y podremos por ejemplo disfrutar de unas “vacaciones virtuales en la playa para toda la familia y con una gran carga sensorial” sin necesidad de salir de nuestro confortable sillón. Profetiza que la nanotecnología logrará el mejoramiento del cuerpo humano y eso hará que podamos “correr mucho más rápido y durante más tiempo, nadar y respirar bajo el océano como los peces, e incluso dotarnos de alas funcionales”.

El autor de este libro considera que la prueba de Turing, es decir que las computadoras alcancen una inteligencia comparable e imposible de distinguir de la de un ser humano, llegará antes de 2030 y con una “capacidad sobrehumana”.

En realidad, no sabemos si estamos ante un científico o ante un novelista utópico pero muy interesante. Sostener que, con los grandes modelos lingüísticos, las máquinas podrán ser como cerebros humanos “en todas las formas que nos interesen en las próximas dos décadas”, y asegurar: “Por fin tendremos acceso a nuestro propio código fuente”, es muy audaz pero poco creíble. No se puede identificar la informática con la conciencia o con la inteligencia humanas. Decir que la conciencia es “muy parecida a una fuerza fundamental del Universo” revela que el autor confunde diferentes planos y realidades, como si algo espiritual o inmaterial se pudiera asimilar a algo tangible. Por eso comenta que “es el tipo de complejidad de procesamiento de información que se encuentra en el cerebro lo que ‘despierta’ esa fuerza en el tipo de experiencia subjetiva que reconocemos”. Por señalar que algo es complejo, no se sigue que de él emerja una realidad diferente, como por arte de magia.

Este imaginativo autor anuncia que los nanobots copiarán nuestros recuerdos para almacenarlos en la nube. Nos asegura que el avance de la IA y la nanoingeniería “nos permitirá rediseñar y reconstruir –molécula por molécula– nuestros cuerpos y cerebros y los mundos con los que interactuamos”. Y que las personas podrán conseguir la “velocidad de escape de la longevidad”, vivir mucho más, hacia 2030. En el fondo, la lucha de Kurzweil es contra la muerte para tratar de devolver la vida a su padre Fredric, aunque sea como un avatar virtual. Para conservar la identidad de alguien, almacena en forma digital todos sus escritos, sus palabras. Luego debería unir las copias virtuales con cuerpos físicos “crecidos a partir del ADN de la persona original”, de manera que sea posible “continuar una relación con esa persona, incluso una física, incluido el sexo”. Todo nos conduce a “fundirnos” con la IA y asevera: “no se está quitando nada. Se añadirá mucho”.

Ray Kurzweil esta decepcionado con su naturaleza humana, le gustaría aprender más rápido y superar sus incertidumbres, miedos o heridas. Pero está seguro de que podremos desaparecer la muerte, reproducir nuestra propia vida y hacerla más perfecta liberándonos de las debilidades biológicas actuales, todo gracias a la singularidad. Lo que termina siendo una especie de religión tecnológica en la que se sustituye a Dios por algo que no se sabe bien qué es ni cómo funciona, pero en lo que se tiene una fe ciega.

Aunque el autor es consciente de que algo puede salir mal o muy mal; sin embargo, su fe en la tecnología lo lleva a pensar que en ella estará la solución de los problemas que se presenten. Pero el peligro sigue existiendo y puede acabar en tragedia. Sin embargo, este futurólogo nos promete que “Si podemos hacer frente a los desafíos científicos, éticos, sociales y políticos que plantean estos avances, transformaremos profundamente la vida en la Tierra para mejor”. Todo queda entonces en una promesa sujeta a condiciones que, en mi opinión, no se van a cumplir.

Soy científico y admiro la ciencia y la tecnología, incluidos los avances en IA, pero esta propuesta me genera muchas dudas. La naturaleza humana es algo maravilloso y no necesitamos frotar la lámpara para que un genio maléfico la malogre, aunque sea con el afán de mejorarla o cambiarla por otra que nos transformará en algo irreconocible. Dejemos de lado la singularidad que nos propone el genio futurista y valoremos la singular maravilla de seguir siendo humanos.

Fuente: exaudi.org

Violaciones a la dignidad humana

Cardenal Arizmendi

Respetémonos y ayudémonos a valorarnos por lo que somos: imagen y semejanza de Dios

El cardenal Felipe Arizmendi, obispo emérito de San Cristóbal de Las Casas y responsable de la Doctrina de la Fe en la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), ofrece a los lectores de Exaudi su artículo semanal titulado “No todos los derechos son derechos”.


MIRAR

En México, según el Censo de 2020, con más de 120 millones de habitantes, existen 23.2 millones de personas de tres años y más que se autoidentifican como indígenas, lo que equivale a 19.4 % de la población total de ese rango de edad. De esos 23.2 millones, sólo 7.1 millones (30.8 %) hablan alguna lengua indígena y 16.1 millones (69.2 %), no. Las entidades con más indígenas son: Oaxaca (31.2 %), Chiapas (28.2 %), Yucatán (23.7 %) y Guerrero (15.5 %). Estas cuatro entidades acumulan 50.5 % del total de hablantes de lengua originaria. Se hablan 68 lenguas indígenas; las más frecuentes son náhuatl (22.4 %), maya (10.5 %) y tseltal (8.0 %). De cada 100 personas de tres años y más que hablan alguna lengua indígena, 12 no hablan español.

¿Por qué se han ido perdiendo varios idiomas originarios? Por el racismo persistente y generalizado contra ellos; se les menosprecia, como si fueran ignorantes y cerrados de mente y de costumbres, siendo que son muy inteligentes; la mayoría habla al menos dos idiomas; muchos de nosotros apenas hablamos el castellano. Como han tenido que enfrentarse a un mundo adverso a su cultura, se han desarrollado más y son muy capaces; pero les hemos hecho sentir que no valen tanto, y por ello se menosprecian a sí mismos y ya no quieren aparecer ni hablar como indígenas.

Cuando ejercía mi ministerio pastoral en la formación de los candidatos al sacerdocio, en mi diócesis de origen, diez años como director espiritual y diez como rector (1971-91), había seminaristas de alguna de esas culturas originarias, pero casi todos se avergonzaban de su cultura y no se valoraban a sí mismos. Les ofrecíamos talleres para escribir y hablar mejor su idioma, pues lo hablaban, pero muchos no lo sabían escribir, y preferían inglés u otras opciones. Hasta la fecha, algunos no promueven su idioma, que no es un dialecto, ni hacen lo necesario para que no desaparezca su cultura; incluso hay quienes no quieren trabajar pastoralmente en comunidades de su propia etnia. Todo esto por el racismo que han sufrido.

Me he explayado más en este punto, pero habría que tomar también muy en cuenta a tantas personas que son menospreciadas en su dignidad, como migrantes, campesinos, obreros, empleadas del hogar, los de capacidades diferentes, presos, ancianos, e incluso alcohólicos y drogadictos, los que tienen preferencias sexuales diferentes, los recién concebidos, los desahuciados, etc.



DISCERNIR

El Dicasterio para la Doctrina de la Fe, en su Declaración Dignitas infinita, antes de analizar en particular diversas violaciones a la dignidad humana, reafirma este principio fundamental y enumera algunas situaciones muy concretas:

“Todo ser humano tiene derecho a vivir con dignidad y a desarrollarse integralmente, y ese derecho básico no puede ser negado por ningún país. Lo tiene aunque sea poco eficiente, aunque haya nacido o crecido con limitaciones. Porque eso no menoscaba su inmensa dignidad como persona humana, que no se fundamenta en las circunstancias sino en el valor de su ser. Cuando este principio elemental no queda a salvo, no hay futuro ni para la fraternidad ni para la sobrevivencia de la humanidad. Por otra parte, no deja nunca de señalar a todos las violaciones concretas de la dignidad humana en nuestro tiempo, llamando a todos y cada uno a una sacudida de responsabilidad y de compromiso activo” (33).

“Queriendo señalar algunas de las muchas violaciones de la dignidad humana en nuestro mundo contemporáneo, podemos recordar lo que el Concilio Vaticano II enseñó a este respecto. Hay que reconocer que se opone a la dignidad humana ‘cuanto atenta contra la vida – homicidios de cualquier clase, genocidios, aborto, eutanasia y el mismo suicidio deliberado’. Atenta además contra nuestra dignidad ‘cuanto viola la integridad de la persona humana, como, por ejemplo, las mutilaciones, las torturas morales o físicas, los conatos sistemáticos para dominar la mente ajena’. Y finalmente ‘cuanto ofende a la dignidad humana, como son las condiciones infrahumanas de vida, las detenciones arbitrarias, las deportaciones, la esclavitud, la prostitución, la trata de blancas y de jóvenes; o las condiciones laborales degradantes, que reducen al operario al rango de mero instrumento de lucro, sin respeto a la libertad y a la responsabilidad de la persona humana’. Será necesario también mencionar aquí el tema de la pena de muerte: también esta última viola la dignidad inalienable de toda persona humana más allá de cualquier circunstancia. Por el contrario, hay que reconocer que ‘el firme rechazo de la pena de muerte muestra hasta qué punto es posible reconocer la inalienable dignidad de todo ser humano y aceptar que tenga un lugar en este universo. Ya que, si no se lo niego al peor de los criminales, no se lo negaré a nadie, daré a todos la posibilidad de compartir conmigo este planeta a pesar de lo que pueda separarnos’. También parece oportuno reiterar la dignidad de las personas encarceladas, que a menudo se ven obligadas a vivir en condiciones indignas, y que la práctica de la tortura atenta contra la dignidad de todo ser humano más allá de todo límite, incluso si alguien es culpable de delitos graves” (34).

ACTUAR

A nadie menosprecies por su apariencia externa, o porque es de una cultura distinta a la tuya, o porque no sabe tanto como tú. Somos hijas e hijos de Dios, aunque no siempre valoremos nuestra propia dignidad. Respetémonos y ayudémonos a valorarnos por lo que somos: imagen y semejanza de Dios. ¡Ni más ni menos!

Fuente: exaudi.org

8/26/24

En búsqueda del hombre

Juan Luis Selma

En la sociedad del descarte solo se valoran algunos estereotipos: la salud, la belleza, la riqueza

Cuentan que Diógenes renunció a todo y se fue a vivir a Atenas, y como casa tenía una tinaja. Iba por las calles con un candil en la mano gritando “Busco a un hombre”. Se refería a un hombre honesto. ¿Lo he encontrado yo? ¿Procuro imitarlo? ¿Sé qué es un hombre?

En varias ocasiones hemos comentado la ausencia de modelos, de líderes, que inspiren confianza, que sean atractivos, que arrastren. Lamentablemente, no los vemos en los famosos, ni entre los políticos. Tampoco abundan en la religión. Hay muchos hombres, pero desorientados, en crisis, sin identidad, y por eso molestos, infelices, casi se podría decir que desnaturalizados. La persona humana, el homo sapiens, está en situación de riesgo, tanto el varón como la mujer. Ahora, con perdón, el hombre peligra más, es más vulnerable.

¿Qué podemos hacer? ¿Hay solución para la raza humana? No puedo dejar de recurrir a una frase del Magisterio del último de los concilios que me parece paradigmática, luminosa, genial: “En realidad, el misterio del hombre solo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado” (Gaudium et Spes, 22). Sigue diciéndonos “manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación”. No tenemos más remedio que mirar a Cristo, acudir a Él, tomarle como modelo y libertador: “El que es imagen de Dios invisible es también el hombre perfecto, que ha devuelto a la descendencia de Adán la semejanza divina, deformada por el primer pecado”.

Descubrir a Cristo, conocerle y tratarle, seguirle, identificarnos con Él, es la tarea no solo de los cristianos, sino de todos los hombres de buena voluntad. Si queremos ser verdaderamente humanos, no hay otro camino. No quiero detenerme en demostrar esta afirmación. Hay evidencias que no necesitan explicación, basta verlas.

Pero no es frecuente tener la clarividencia necesaria para descubrir la verdad. La semana pasada hablábamos del poder de la razón, de la inteligencia. Un amigo sacerdote me escribía: “Quizás sea importante acentuar que la clave está en pensar... pero con el corazón limpio”. Hoy nos relata el Evangelio que muchos de los que comieron el pan multiplicado por el Señor le dejaron, no vieron en Él al Hijo de Dios, al Mesías: “Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él”.

Cuando Benedicto XVI presentó su obra Jesús de Nazaret decía: “Solo le pido a los lectores ese anticipo de simpatía sin el que no puede haber comprensión”. Recuerdo que, en los primeros meses de mi sacerdocio, invitamos a un joven japonés, no bautizado, a que nos acompañara durante unos días de retiro. Contestó con sencillez y sinceridad que no lo haría: “No tengo el corazón preparado”, dijo. Para acercarse a la persona de Jesús, a la verdad, hace falta “ese anticipo de simpatía” que pedía el papa Ratzinger, “el corazón limpio y preparado” que hemos comentado.

Hay quien sí tiene la capacidad de ver, de entender. Sigue el Evangelio: “Entonces Jesús les dijo a los Doce: ¿También vosotros queréis marcharos? Simón Pedro le contestó: Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios”. Para encontrarnos con el Señor podemos leer con atención los Evangelios; por ejemplo, se puede utilizar una edición del Evangelio del día comentado, que, gracias a Dios, hay muchas. Una biografía sobre Jesús, como Jesús de Nazaret de Benedicto XVI. El libro Cincuenta preguntas sobre Jesús de Ediciones Rialp. Acudir al sagrario y acercarse a la Eucaristía con frecuencia.

Es muy difícil hacernos cargo de qué es el hombre al margen de su creador. Dice también Benedicto: “a través del hombre Jesús, Dios se hizo visible y, a partir de Dios, se puede ver la imagen del hombre justo”. Jesús nos muestra al Padre y, desde la mirada del Padre, podemos ver quién quiénes son realmente los hombres, sus hijos amados. Cuando miramos a nuestros congéneres, lo solemos hacer de modo parcial y, muchas veces, resaltamos sus defectos, nos quedamos en la superficie. En la sociedad del descarte solo se valoran algunos estereotipos: la salud, la belleza, la vigorexia o la riqueza.

Tampoco es fácil que se entiendan el varón y la mujer. Somos diferentes, pero con la misma dignidad. Ni se entienden las guerras y un montón de adicciones. Tampoco muchas decisiones legales que afectan a la familia. No es verdad que no exista una humanidad, un ser hombre o mujer, una naturaleza humana que marque el debido comportamiento. Hay que seguir buscando al hombre como Diógenes.

Mirando la humanidad de Jesús, aprendemos a ser humanos, humanizamos el mundo. Amando como Jesús ama, lograremos dar amor a los nuestros, que a su vez nos querrán como merecemos. Pero no olvidemos que el Hombre perfecto nos enseña todo, porque es el Dios que se hace hombre por nosotros y por nuestra salvación.

Fuente: eldiadecordoba.es

¿A quién vamos a acudir?

El Papa ayer en el Ángelus


Queridos hermanos y hermanas, ¡feliz domingo!

Hoy el Evangelio de la liturgia (Jn 6,60-69) nos refiere la célebre respuesta de San Pedro, que dice a Jesús: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6,68). ¡Hermosa respuesta! Es una expresión muy hermosa, que testimonia la amistad y la confianza que lo unen a Cristo, junto con los demás discípulos. “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna”. ¡Hermoso!

Pedro la pronuncia en un momento crítico, porque Jesús acaba de terminar un discurso en el que ha dicho que es “el pan bajado del cielo” (cf. Jn 6,41): este es un lenguaje difícil de entender para la gente, y muchos, también los discípulos que lo seguían, lo abandonaron, porque no entendían.

Los Doce, en cambio, no: se quedaron, porque en Él encontraron “palabras de vida eterna”. Lo han escuchado predicar, han visto los milagros que llevó a cabo y continúan compartiendo con Él los momentos públicos y la intimidad de la vida cotidiana (cf. Mc 3,7-19).

No siempre los discípulos comprenden lo que el Maestro dice y hace; a veces les cuesta aceptar las paradojas de su amor (cf. Mt 5,38-48), las exigencias extremas de su misericordia (cf. Mt 18,21-22), la radicalidad de su modo de entregarse a todos. No es fácil para ellos entender, pero son leales. Las elecciones de Jesús van a menudo más allá de la mentalidad común, más allá de los cánones mismos de la religión institucional y de las tradiciones, hasta el punto de crear situaciones provocadoras y embarazosas (cf. Mt 15,12). No es fácil seguirlo.

Y, sin embargo, entre los muchos maestros de aquel tiempo, Pedro y los demás apóstoles encontraron solo en Él la respuesta a la sed de vida, a la sed de alegría, a la sed de amor que los anima; solo gracias a Él experimentan la plenitud de vida que buscan, más allá de los límites del pecado e incluso de la muerte. Por eso no se van, al contrario, todos, excepto uno, incluso entre muchas caídas y arrepentimientos, permanecen con Él hasta el final (cf. Jn 17,12).

Y, hermanos y hermanas, esto también nos concierne a nosotros: tampoco para nosotros es fácil seguir al Señor, comprender su modo de actuar, hacer nuestros sus criterios y sus ejemplos. Tampoco para nosotros es fácil. Pero, cuanto más nos acercamos a Él - cuanto más nos adherimos a su Evangelio, recibimos su gracia en los Sacramentos, estamos en su compañía en la oración, lo imitamos en la humildad y en la caridad -, más experimentamos la belleza de tenerlo como Amigo, y nos damos cuenta de que solo Él tiene “palabras de vida eterna”.

Entonces, preguntémonos: ¿Hasta qué punto está presente Jesús en mi vida? ¿Hasta qué punto me dejo tocar y provocar por sus palabras? ¿Puedo decir que son también para mí “palabras de vida eterna”? A ti, hermano, hermana, pregunto: ¿Las palabras de Jesús, son para ti – también para mí – palabras de vida eterna?

Que María, que acogió a Jesús, Verbo de Dios, en su carne, nos ayude a escucharlo y a no dejarlo nunca.

Palabras después del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas:

Deseo manifestar mi solidaridad a las miles de personas afectadas por la viruela del mono, que es ya una emergencia sanitaria global. Rezo por todas las personas contagiadas, especialmente por la población de la República Democrática del Congo tan probada. Expreso mi cercanía a las Iglesias locales de los países más afectados por esta enfermedad y aliento a los gobiernos y a las industrias privadas a que compartan la tecnología y los tratamientos disponibles, para que a nadie le falte una asistencia médica adecuada.

Al amado pueblo de Nicaragua: os animo a renovar vuestra esperanza en Jesús. Recordad que el Espíritu Santo guía siempre la historia hacia proyectos más altos. Que la Virgen Inmaculada os proteja en los momentos de prueba y os haga sentir su ternura materna. Que la Virgen acompañe al amado pueblo de Nicaragua.

Continúo siguiendo con dolor los combates en Ucrania y en la Federación Rusa, y pensando en las normas de ley adoptadas recientemente en Ucrania me asalta un temor por la libertad de quien reza, porque quien reza de verdad reza siempre por todos. No se hace mal por rezar. Si alguien hace mal a su pueblo, será culpable de esto, pero no puede haber hecho mal por haber rezado. Y entonces que se deje rezar a quien quiere rezar en la que considera su Iglesia. Por favor, que ninguna Iglesia Cristiana sea abolida, directa o indirectamente. ¡Las Iglesias no se tocan!

Y continuemos rezando porque se ponga fin a las guerras, en Palestina, en Israel, en Myanmar y en cualquier otra región. ¡Los pueblos piden paz! Recemos para que el Señor nos dé, a todos, la paz.

Os saludo a todos vosotros, romanos y peregrinos de Italia y de tantos países. En particular, saludo a los nuevos seminaristas del Colegio Norteamericano y les deseo un buen camino formativo; y les deseo también que vivan su sacerdocio con alegría, porque la verdadera oración nos da la alegría. Saludo a los muchachos con discapacidades motoras y cognitivas, que participan en los “relevos de la inclusión” para afirmar que las barreras pueden superarse. Saludo a los amigos, a los muchachos de la Inmaculada.

Y deseo a todos un feliz domingo. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!.

Fuente: vatican.va

8/24/24

El pan que da la vida eterna

Domingo 21° del tiempo ordinario (Ciclo B)

Evangelio (Jn 6,60-69)

En aquel tiempo, muchos discípulos de Jesús, al oírlo, dijeron: - Es dura esta enseñanza, ¿quién puede escucharla? Jesús, conociendo en su interior que sus discípulos estaban murmurando de esto, les dijo: - ¿Esto os escandaliza? Pues, ¿si vierais al Hijo del Hombre subir adonde estaba antes? El espíritu es el que da vida, la carne no sirve de nada: las palabras que os he hablado son espíritu y son vida. Sin embargo, hay algunos de vosotros que no creen. En efecto, Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían y quién era el que le iba a entregar.

Y añadía: - Por eso os he dicho que ninguno puede venir a mí si no se lo ha concedido el Padre. Desde ese momento muchos discípulos se echaron atrás y ya no andaban con él.

Entonces Jesús les dijo a los doce: - ¿También vosotros queréis marcharos?

Le respondió Simón Pedro: - Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros hemos creído y conocido que tú eres el Santo de Dios.

Comentario al Evangelio

No todos los evangelistas cuentan la institución de la Eucaristía. San Juan, que dedica varios capítulos a la Última cena no menciona las palabras de la institución de este sacramento fundamental en la vida de la Iglesia. Sin embargo, el capítulo 6 está casi enteramente dedicado al discurso sobre el pan de vida.

En este importante discurso, Jesús pronuncia unas palabras que escandalizaron a los oyentes: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo le resucitaré en el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida” (Jn 6,54-55).

El evangelio que leemos hoy nos relata la reacción a esas palabras: muchos discípulos de Jesús se escandalizan, preguntándose cómo se puede comer la carne de un hombre y beber su sangre. Y como consecuencia, muchos dejaron de seguirle, abandonaron el camino, la llamada a acompañar al Maestro.

El problema es más grave aún porque esas críticas no se transforman en diálogo con el mismo Jesús, sino que se quedan en murmuraciones. Por eso el Maestro interviene para explicar que la vida cristiana solo es posible si se confía en Dios: “ninguno puede venir a mí si no se lo ha concedido el Padre”.

El mensaje cristiano, el encuentro con Jesucristo, es piedra de escándalo, algo que rompe nuestros esquemas de previsión y organización de vida. La redención es posible si nos dejamos salvar, si aceptamos ser parte del Cuerpo místico de Cristo que es la Iglesia.

Y eso se concreta en la Santa Misa, que a San Josemaría le gustaba describir como el “centro y raíz de nuestra vida interior”.

La cosa más grande que podemos hacer cada día es la participación en el santo sacrificio del altar. En una ocasión, el Papa Francisco recordó que “nutrirnos de Jesús y vivir en Él mediante la Comunión eucarística, si lo hacemos con fe, transforma nuestra vida, la transforma en un don a Dios y a los hermanos. (...) El Cielo comienza precisamente en esta comunión con Jesús” (Angelus 16-VIII-2015).

Finalmente Jesús se dirige a los doce, preguntándoles: “¿También vosotros queréis marcharos?”. Es interesante que a pesar de que supiera quiénes creían y quiénes eran incrédulos, pregunte directamente a los apóstoles sus intenciones, que interpele su libertad.

Podemos hacer nuestra la respuesta de Pedro: Señor, ¿a quién iremos?, ¿qué más podemos hacer si no seguirte? En la relación contigo, vivida especialmente en la comunión eucarística, encontramos la fuente de nuestra alegría y el motivo de nuestra existencia.

Fuente: opusdei.org

Estatuto y misión del laico: el código de Derecho Canónico y el catecismo de la Iglesia Católica

Daniel Tirapu Martínez


I.       Planteamiento

Resulta interesante comprobar que tanto el Código de Derecho Canónico de 1983 como el nuevo Catecismo de la Iglesia Católica tienen su puerto común en el Concilio Vaticano II.

La Constitución apostólica Sacrae disciplinae leges, por la que se promulga el Código reconoce con toda claridad que las aportaciones del Concilio Vaticano II exigían la reforma del Código de 1917, que finalizaría en la promulgación de un nuevo Código [1]. En este sentido el nuevo Código es un instrumento que pretende ajustarse a la naturaleza de la Iglesia tal y como es presentada por el Magisterio del Concilio Vaticano II, de modo especial en su doctrina eclesiológica. Por ello, las notas de novedad presentes en su doctrina eclesiológica constituyen también la novedad del Código. Entre estas aportaciones merece la pena destacar: a) la doctrina por la que se presenta a la Iglesia como Pueblo de Dios, y a la autoridad jerárquica como un servicio; b) la doctrina que presenta a la Iglesia como communio, especialmente en las relaciones que se dan entre Iglesia universal e Iglesias particulares, entre la Colegialidad y el Primado; c) finalmente, de vital importancia para nuestro tema, la doctrina de que todos los miembros de la Iglesia, participan del triple oficio de Cristo, doctrina que enlaza con la que se refiere a los derechos y deberes de todos los fieles, especialmente de los laicos [2].

La Constitución apostólica Fidei Depositum para la publicación del Catecismo de la Iglesia católica explica cómo el Concilio Vaticano II se fijó «como principal tarea la de conservar y explicar mejor el depósito precioso de la doctrina cristiana, con el fin de hacerlo más accesible a los fieles de Cristo y a todos los hombres de buena voluntad. Para esto, el Concilio no debía comenzar por condenar los errores de la época, sino ante todo, debía dedicarse a mostrar serenamente la fuerza y la belleza de la fe» [3].

En la Asamblea extraordinaria del Sínodo de los Obispos, convocada el 25 de enero de 1985, los Padres del Sínodo expresaron el deseo de «que fuese redactado un Catecismo o compendio de toda la doctrina católica tanto sobre la fe como la moral, que sería como un texto de referencia para los catecismos o compendios que se redacten en los diversos países. La presentación de la doctrina debía ser bíblica y litúrgica, exponiendo una doctrina segura y, al mismo tiempo, adaptada a la vida actual de los cristianos» [4].

La misma Fidei Depositum pone en estrecha relación las aportaciones del Código y del Catecismo, precisamente por su vinculación con el Concilio Vaticano II: «tras la renovación de la liturgia y el nuevo Código de Derecho Canónico de la Iglesia latina y de los cánones de las Iglesias orientales católicas, este Catecismo es una contribución importantísima en la obra de renovación de la vida eclesial, deseada y promovida por el Concilio Vaticano II» [5].

Por ello puede ser de interés analizar la doctrina sobre los laicos que presenta el nuevo Catecismo y su relación con el Código de 1983 [6].

Téngase además en cuenta que prácticamente hasta el Concilio Vaticano II había primado en la doctrina canónica y teológica una definición negativa del laico: bautizado que no es clérigo, ni religioso. Con sentido del humor se ha dicho que la posición del laico, hasta hace poco, se caracterizaba por dos notas: hallarse bajo el púlpito y de rodillas ante el altar. Algunos añadían una tercera nota: echar la mano al bolsillo para la colecta.

El Vaticano II, principalmente en las Constituciones Lumen Gentium y Gaudium et Spes, pone las bases para un tratamiento digno y correcto del estatuto y misión de los laicos en la Iglesia, redescubriendo precisas conexiones con la dignidad y acción apostólica de los primeros cristianos.

II.      Definición, vocación y misión de los laicos en el nuevo catecismo

Por laico se entiende a todo cristiano, excepto los miembros del orden sagrado y del estado religioso reconocido en la Iglesia. Son, por tanto, cristianos que están incorporados a Cristo por el bautismo, que forman el Pueblo de Dios y que participan de las funciones de Cristo: Sacerdote, Profeta y Rey. Ellos realizan, según su condición, la misión de todo el Pueblo cristiano en la Iglesia y en el mundo [7].

Tienen como vocación propia el buscar el Reino de Dios ocupándose de las realidades temporales y ordenándolas según Dios. De modo especial les corresponde iluminar y ordenar todas las realidades temporales, de tal manera que éstas lleguen a ser según Cristo, se desarrollen y sean para alabanza de Dios [8].

La iniciativa de los laicos es particularmente necesaria cuando se trata de descubrir los medios para que las exigencias de la doctrina y la vida cristiana impregnen las realidades sociales, políticas y económicas [9]. Es precisamente a través de las relaciones y su trabajo en el mundo donde encuentran su punto de unión las difíciles relaciones entre Iglesia-mundo. Las realidades familiares, profesionales, sociales, políticas y económicas no son tareas eclesiales, pero adquieren la nota de eclesialidad en la medida que constituyen la vocación y misión propia y genuina de los laicos.

Dos son los peligros que acechan al quehacer del laico: a) el laico dedicado a tareas exclusivamente eclesiales, abandonando sus responsabilidades profesionales, sociales, económicas, culturales y políticas; b) la separación en el laico entre Fe y vida, entender la Fe como actividad de conciencia y separarla de la vida social [10].

Como todos los fieles, los laicos están llamados por Dios al apostolado por virtud del bautismo y de la confirmación y por eso tienen el derecho y el deber, individualmente o agrupados en asociaciones, de trabajar para que el mensaje cristiano sea conocido y recibido por todos los hombres. En la Comunidad eclesial su acción es tan necesaria que, sin ella, el apostolado de los Pastores no puede obtener su plena eficacia [11].

Los laicos participan, según su condición, en la triple misión sacerdotal, profética y real de Cristo:

a)       Los laicos participan en la misión sacerdotal de Cristo a través de todas sus obras, oraciones, tareas apostólicas, la vida conyugal y familiar, el trabajo diario, el descanso espiritual y corporal, si se realizan en el espíritu, incluso las molestias de la vida, asumidas con paciencia; todo ello se convierte en sacrificios espirituales, agradables a Dios por Jesucristo cuando se unen a la ofrenda del Señor en la celebración de la Eucaristía, consagrando el mismo mundo a Dios [12]. De modo muy especial los padres participan de la misión de santificación impregnando de espíritu cristiano la vida conyugal y procurando la educación cristiana de los hijos [13]. También los laicos, con las condiciones requeridas, pueden ser admitidos a ciertos ministerios [14].

b)       Los laicos también participan de la misión profética de Cristo, evangelizando con el anuncio de Cristo comunicado con el testimonio de la vida y de la palabra. Esta evangelización de los laicos adquiere una nota específica y una eficacia particular por el hecho de que se realiza en las condiciones generales de nuestro mundo [15].

Los fieles laicos idóneos y formados para ello pueden colaborar en la formación catequética (CIC cc. 774, 776, 780), en la enseñanza de las ciencias sagradas (CIC c. 229), en los medios de comunicación social (CIC c. 823,1). Tienen también el derecho e incluso el deber de manifestar a los pastores su opinión sobre el bien de la Iglesia y de manifestarla a los demás fieles, con el debido respeto y salvando siempre la integridad de la fe y de las costumbres (CIC c. 212,3) [16].


c)       Finalmente, los laicos participan en la misión real de Cristo. Los fieles laicos han de sanear las estructuras y las condiciones del mundo, impregnando de valores morales la cultura y las realidades humanas [17].

Los laicos pueden ser llamados a colaborar con sus pastores en tareas propiamente eclesiales: pueden cooperar a tenor del derecho en el ejercicio de la potestad de gobierno (CIC c. 129,2), con su presencia en los Concilios particulares (CIC c. 443,4), en los Sínodos diocesanos (CIC c. 463), en los Consejos Pastorales (CIC cc. 511, 536); en el ejercicio in solidum de la tarea pastoral de una parroquia (CIC c. 517,2), en la celebración de los Consejos de asuntos económicos (CIC c. 492, 1); la participación en tribunales eclesiásticos (CIC c. 1421,2) [18].

En cualquier caso, los fieles deben aprender a distinguir cuidadosamente entre los derechos y deberes que tienen como miembros de la Iglesia y los que les corresponden como miembros de la sociedad humana. Deben esforzarse en integrarlos en buena armonía recordando que en cualquier cuestión temporal han de guiarse por la conciencia cristiana. Ninguna actividad humana puede sustraerse a la soberanía de Dios, así todo laico es testigo e instrumento vivo de la misión de la Iglesia misma [19].

III.    Derechos del fiel en el nuevo código

Los derechos del cristiano en la Iglesia han sido tema de creciente atención   para   los canonistas a partir de los años 50, con la inicial preocupación por la posibilidad de existencia del derecho subjetivo en la Iglesia; será con las aportaciones del Vaticano II cuando la cuestión tome carta de naturaleza entre los canonistas [20]:

a)       en primer lugar estarían quienes, preferentemente preocupados por el orden eclesial, verían en los derechos del fiel el riesgo de su instrumentalización, poniendo en entredicho el principio jerárquico. Tales posturas olvidan que los derechos responden a la condición jurídica primaria del fiel en la Iglesia, y que son expresión del orden fundacional y fundamental del Pueblo de Dios.

b)       otros autores llegan a considerar los derechos del fiel desde un punto de vista exclusivamente historicista, asimilando sin más la doctrina del positivismo iluminista de los derechos políticos en la comunidad eclesial.

Si hubiera que valorar la respuesta que el reciente Código ha dado al tema de los derechos del fiel, es bien clara en sentido afirmativo. La Sacrae Disciplinae Leges indica que una de las principales aportaciones del Código y de la eclesiología del Concilio, es la consideración de la igualdad radical de los miembros del Pueblo de Dios y los derechos y deberes de los mismos recogidos en los cc. 208 y siguientes.

Entre tales derechos podemos enunciar los siguientes: 1. todos los fieles cristianos son verdaderamente iguales en dignidad y acción en la edificación de la Iglesia (c. 208); 2. tienen derecho a evangelizar y extender el mensaje cristiano (c. 211); 3. tienen derecho a manifestar a los pastores de la Iglesia sus necesidades y manifestar sus opiniones para el bien de la Iglesia (c. 212); 4. derecho a recibir de los Pastores la Palabra de Dios y los sacramentos; 5. derecho a tributar culto a Dios según su propio rito, elegir y practicar su propia forma de vida espiritual (c. 214) conforme con la doctrina de la Iglesia;  6. derecho de asociación y de reunión para fines cristianos (c. 215); 7. derecho a participar, promover y sostener la acción apostólica con iniciativas propias (c. 216); 8. derecho a una educación cristiana en sus aspectos religioso y humano (c. 217); 9. libertad de investigación y difusión de sus opiniones teológicas o canónicas, con la debida sumisión al Magisterio de la Iglesia (c. 218); 10. inmunidad de coacción en la elección del estado de vida (c. 219); 11. derecho a la buena fama y a la propia intimidad (c. 220); 12. derecho a reclamar y defender sus derechos en la jurisdicción eclesiástica, a un juicio justo, a no ser sancionado con penas canónicas, si no es conforme con la norma legal (c. 221).

Entre los principales deberes de los fieles estarían: 1. obligación de mantener la comunión con la Iglesia y cumplir las leyes eclesiásticas (c. 209); 2. deber de esforzarse en llevar una vida santa, cada uno según su propia condición, así como extender el mensaje cristiano (cc. 210-211); 3. deber de observar con obediencia cristiana el Magisterio de la Iglesia (c. 212); 4. deber de ayudar con sus bienes a la Iglesia en sus necesidades, promover la justicia social y ayudar a los pobres (c. 222).

Además de los derechos y obligaciones referidos a los fieles, los laicos (cc. 224-231) están llamados de modo específico a impregnar y perfeccionar el orden temporal con el espíritu del evangelio, mediante su propio trabajo y en el ejercicio de sus tareas cotidianas. Tienen un especial deber, quienes han contraído matrimonio, de dar testimonio en el mundo a través del matrimonio y la familia: son los primeros responsables en la educación cristiana de sus hijos.  Los fieles laicos tienen libertad en cuestiones temporales, pero han de actuar siempre con conciencia cristiana y evitando presentar como doctrina de la Iglesia su propio criterio en materias opinables (c. 227). Tienen, finalmente, capacidad para ser llamados a determinados oficios eclesiásticos, derecho a obtener grados académicos en las Facultades eclesiásticas, y quienes se dedican de modo permanente o temporal a un servicio especial de la Iglesia tienen derecho a una correcta retribución (c. 231).

Para finalizar quisiera exponer tres puntos de vista en la actual formalización del estatuto jurídico de los laicos:

a)       Para algunos autores el carácter fundamental de los derechos del fiel se habría visto empañado al no haberse promulgado la Ley Fundamental de la Iglesia. La ausencia en la Iglesia de una constitución formal no impide discernir en el nuevo Código el especial relieve de los contenidos materiales de Derecho constitucional canónico. El problema surge de que en el nuevo Código, los contenidos constitucionales están mezclados con normas no constitucionales, y por ello, existe el peligro de una captación de los contenidos de todos los cánones en el mismo plano, prescindiendo del nivel material-formal de las normas contenidas en el mismo. Como señaló Lombardía «para la solución de este problema es necesario delimitar, ante todo, el ámbito de lo constitucional en un sentido material; es decir, cuáles son los principios del Derecho canónico que tienen la virtualidad de constituir al conjunto del Pueblo de Dios en una sociedad jurídicamente organizada. En este sentido puede afirmarse, en líneas generales, que son constitucionales aquellas normas que definan la posición jurídica del fiel en la Iglesia, en cuanto que formalizan sus derechos y deberes fundamentales. También son constitucionales las normas que fijan los principios jurídicos acerca del poder eclesiástico y de la función pastoral de la jerarquía, constituyendo así a la Comunidad de los creyentes en una sociedad ordenada jerárquicamente. Finalmente son también constitucionales las normas fundamentales que aseguran, tanto la tutela de los derechos y la exigibilidad de los deberes de los fieles, como un régimen jurídico del ejercicio del poder, para que tal función no dé ocasión a la prepotencia de los gobernantes respecto de los gobernados; sino que por el contrario, el ejercicio del poder sea una función de servicio a la comunidad» [21].

b)       Una cuestión capital para comprobar la verdadera eficacia de los derechos del fiel es la de los sistemas de garantías y recursos de tales derechos; de ahí la necesidad de contrastar el cotidiano ejercicio del poder eclesiástico con el carácter fundamental y prevalente de los derechos de los fieles. Tales derechos constituyen una manifestación de la necesidad de regular ordenadamente el ejercicio del poder. Es por ello «que la mejor vía para la defensa de los derechos fundamentales son los recursos jurídicos. Al respecto debemos señalar que la situación deja mucho que desear. No hay medios rápidos y eficaces para garantizar los derechos de los fieles (…). Puede hablarse de una acusada indefensión de los derechos del fiel. Faltan recursos y falta sensibilidad en los jueces» [22].

c)       Finalmente, conviene destacar la presencia de algunos derechos del fiel que son verdaderos derechos humanos, o derechos naturales en el ordenamiento canónico. En el Código actual se recogen algunos de esos derechos naturales con plena vigencia en la Iglesia; por ejemplo, los reconocidos en los cc. 220 y 221: el derecho a la buena fama, a la intimidad y el derecho a la protección judicial.

Fuente: dadun.unav.edu

Notas:

1.      Cfr. Const. Ap. Sacrae Disciplinae Leges, en «Código de Derecho Canónico», Pamplona 1983, p. 33.

2.      Cfr. ibidem, pp. 39-41.

3.      Const. Ap. Fidei Depositum, en «Catecismo de la Iglesia Católica», Madrid 1992, p. 7.

4.      Declaración final del Sínodo extraordinario, 7 de diciembre 1985, II, B, a, n. 4: Enchiridion Vaticanum, vol. 9, p. 1758.

5.      Const. Ap. Fidei Depositum, en «Catecismo… cit.», p. 9.

6.      Vid. D. TIRAPU, Los derechos del fiel como condición de dignidad y libertad del Pueblo de Dios, en «Fidelium Iura», 2 (1992), pp. 31 y ss.

7.      Cfr. Catecismo de la Iglesia católica, n. 897.

8.      Cfr. Catecismo… cit., n. 898.

9.      Cfr. Catecismo… cit., n. 899.

10.       Cfr. Christifideles laici, n. 8.

11.       Cfr. Catecismo… cit., n. 900.

12.       Cfr. Catecismo… cit., n. 901.

13.       Cfr. Catecismo… cit., n. 902; CIC c. 835,4.

14.       Cfr. Catecismo… cit., n. 903. «Donde lo aconseje la necesidad de la Iglesia y no haya ministros, pueden también los laicos, aunque no sean lectores ni acólitos, ejercitar el ministerio de la palabra, presidir las oraciones litúrgicas, administrar el bautismo y dar la Sagrada comunión, según las prescripciones del Derecho» (CIC, c. 230,3).

15.       Cfr. Catecismo… cit., n. 905.

16.       Cfr. Catecismo… cit., nn. 906-907.

17.       Cfr. Catecismo… cit., n. 909.

18.       Cfr. Catecismo… cit., n. 911.

19.       Cfr. Catecismo… cit., nn. 913-914.

20.       Vid. para toda esta cuestión, Les droits fondamentaux du Chrétien et dans l'Église dans la societé, Friburgo 1981; especialmente P. LOMBARDÍA, Los derechos fundamentales del cristiano en la Iglesia y en la Sociedad, en «Les droits…» cit., pp. 15 y ss.

21.       P. LOMBARDÍA, Lecciones de Derecho canónico, Madrid 1984, pp. 74-75.

22.       J. HERVADA, Pensamientos de un canonista en la hora presente, Pamplona 1988, pp. 124-125.