9/20/24

Como uno de estos niños

25° domingo del tiempo ordinario

Evangelio (Mc 9,30-37)

Salieron de allí y atravesaron Galilea. Y no quería que nadie lo supiese, porque iba instruyendo a sus discípulos. Y les decía:

– El Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán, y después de muerto resucitará a los tres días.

Pero ellos no entendían sus palabras y temían preguntarle.

Y llegaron a Cafarnaún. Estando ya en casa, les preguntó:

– ¿De qué hablabais por el camino?

Pero ellos callaban, porque en el camino habían discutido entre sí sobre quién sería el mayor. Entonces se sentó y, llamando a los doce, les dijo:

– Si alguno quiere ser el primero, que se haga el último de todos y servidor de todos.

Y acercó a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo:

– El que reciba en mi nombre a uno de estos niños, a mí me recibe; y quien me recibe, no me recibe a mí, sino al que me ha enviado.


Comentario al Evangelio

Se va acercando el tiempo de emprender el último viaje hacia Jerusalén, donde Jesús culminará su misión. Se trata de un momento decisivo y, en esas circunstancias, el Maestro habla por segunda vez a los apóstoles de lo que le aguarda al cabo de unas semanas en la ciudad santa.

Allí se desencadenarán los sucesos dramáticos de su pasión que terminarán con la muerte en la Cruz, pero también llegará el acontecimiento glorioso de su resurrección. Las palabras del Señor son claras, pero el evangelista hace notar que “ellos no entendían sus palabras y temían preguntarle”. Se resisten a admitir lo que Jesús les está diciendo. ¡Qué distinta es la lógica de Dios, que cuenta con el sufrimiento como camino a la gloria, frente a la lógica humana que rehúsa aceptar lo que no se desea ni complace los propios gustos!

Resulta sorprendente lo que sucede en un momento tan importante y cargado de dramatismo. “ ¿De qué hablabais por el camino?” les preguntó Jesús, “pero ellos callaban, porque en el camino habían discutido entre sí sobre quién sería el mayor” (v. 33), comenta el evangelista.

Mientras Jesús se dirige decididamente hacia la Cruz ninguno de ellos se compadece de los padecimientos que aguardan al Maestro y se apresta a servirle de apoyo, sino que intrigan entre sí buscando egoístamente el propio provecho. ¡Qué torpes! Hubieran merecido justamente el rechazo de Jesús, pero no sucedió así. A pesar de sus evidentes limitaciones personales, Jesús no les retiró su confianza. “Qué decepción la de Cristo. Sin embargo –observa Mons. Ocáriz– les confió la Iglesia, como nos la confía ahora a nosotros, que también caemos en disputas y división”.

“¿Qué nos dice todo esto? –se preguntaba Benedicto XVI– Nos recuerda que la lógica de Dios es siempre ‘otra’ respecto a la nuestra, como reveló Dios mismo por boca del profeta Isaías: ‘Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos’ (Is 55, 8). Por esto, seguir al Señor requiere siempre al hombre una profunda conversión –de todos nosotros–, un cambio en el modo de pensar y de vivir; requiere abrir el corazón a la escucha para dejarse iluminar y transformar interiormente”.

Jesús tiene paciencia con los defectos de aquellos hombres, y les explica su lógica, la lógica del amor que se hace servicio hasta la entrega total: “Si alguno quiere ser el primero, que se haga el último de todos y servidor de todos” (v. 35). Y para que les entre por los ojos esta enseñanza “acercó a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: El que reciba en mi nombre a uno de estos niños, a mí me recibe; y quien me recibe, no me recibe a mí, sino al que me ha enviado” (vv. 36-37)

“¿No os enamora este modo de proceder de Jesús? –comenta san Josemaría– Les enseña la doctrina y, para que entiendan, les pone un ejemplo vivo. Llama a un niño, de los que correrían por aquella casa, y le estrecha contra su pecho. ¡Este silencio elocuente de Nuestro Señor! Ya lo ha dicho todo: Él ama a los que se hacen como niños. Después añade que el resultado de esta sencillez, de esta humildad de espíritu es poder abrazarle a Él y al Padre que está en los cielos”.

Dios, que es realmente grande, no teme abajarse y hacerse el último. Jesús se identifica con el niño. Él mismo se ha hecho pequeño. En cambio, nosotros, que somos pequeños, nos creemos grandes y aspiramos a ser los primeros porque somos orgullosos. Seguir a Cristo es difícil, pero sólo el que se hace pequeño como él hará cosas grandes.

Fuente: opusdei.org

Así será la segunda sesión de la Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos

Andrea Acali

El presidente y el relator general del Sínodo de los Obispos, así como los dos secretarios especiales, presentaron las principales novedades y el desarrollo de la segunda sesión que comenzará en octubre.

La XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, segunda parte de los trabajos sobre la sinodalidad, tendrá lugar del 2 al 27 de octubre, precedida por dos días de retiro.

El Papa Francisco abrirá oficialmente los trabajos con la Misa concelebrada en la Plaza de San Pedro en la fiesta de los Ángeles Custodios, el miércoles 2 de octubre.

El Card. Hollerich explicó, durante la rueda de prensa de presentación, la composición de la asamblea, que no difiere mucho de la del año pasado. Los participantes se dividen en tres macro secciones: “Los Miembros (es decir, los que tienen derecho a voto) que se organizan, como de costumbre, según el Título de Participación (es decir, miembros ex officio, ex designatione y ex electione); los Invitados Especiales y los demás participantes”.

En total, hay 368 miembros, 272 de los cuales están investidos del munus episcopale y 96 no obispos. Sólo se registran 26 cambios en todas estas categorías, en su mayoría sustituciones.

También hay 8 Invitados Especiales, mientras que los Delegados Fraternos han aumentado de 12 a 16: “El Papa Francisco ha hecho posible aumentar su número dado el gran interés que las Iglesias hermanas han mostrado en este camino sinodal”.  Entre los otros participantes, además de los dos asistentes espirituales, el padre Radcliffe y la hermana Angelini, y el padre Ferrari, referente camaldulense de la liturgia, este año los 70 expertos se han dividido en tres categorías: facilitadores, expertos teólogos y expertos comunicadores.

Oración, escucha y testimonio

“El sínodo es un tiempo de oración, no una convención”, recordó el Secretario General  del Sínodo, el cardenal Mario Grech. Por tanto, la primera escucha es la del Espíritu: “Es esta escucha “original” la que nos permite después escucharnos auténticamente unos a otros, reconociendo en lo que dice el otro la voz del Espíritu”. Grech anunció una novedad al final del retiro: una vigilia penitencial que “tendrá lugar la tarde del martes 1 de octubre en la Basílica de San Pedro y será presidida por el Santo Padre”.

El evento, organizado conjuntamente por la Secretaría General del Sínodo y la Diócesis de Roma, en colaboración con la Unión de Superiores Generales y la Unión Internacional de Superiores Generales, estará abierto a la participación de todos, especialmente de los jóvenes, que siempre nos recuerdan hasta qué punto el anuncio del Evangelio debe ir acompañado de un testimonio creíble, que en primer lugar desean ofrecer al mundo junto con nosotros.

Algunos de los pecados que causan más dolor y vergüenza serán llamados por su nombre, invocando la misericordia de Dios. En particular, en la Basílica Vaticana escucharemos tres testimonios de personas que han sufrido por algunos de estos pecados.

No se tratará de denunciar el pecado de los demás, sino de reconocerse parte de quienes, por acción o al menos por omisión, se convierten en causa del sufrimiento padecido por los inocentes e indefensos.

Al final de esta confesión de los pecados, el Santo Padre dirigirá, en nombre de todos los cristianos, una petición de perdón a Dios y a las hermanas y hermanos de toda la humanidad”, añadió Grech. Los testimonios de las víctimas se refieren a los pecados de abusos sexuales, guerra e indiferencia ante el creciente fenómeno de las migraciones.

En la tarde del viernes 11 de octubre, “repetiremos la experiencia de una oración ecuménica, junto con el Santo Padre, los Delegados Fraternos presentes en el Aula del Sínodo y varios otros representantes de Iglesias y Comunidades Eclesiales presentes en Roma”. La fecha fue elegida para conmemorar el 11 de octubre de hace 62 años, cuando se inauguró solemnemente el Concilio Vaticano II.

Una nueva jornada de retiro está prevista para el lunes 21 de octubre: “Será una especie de pit-stop, para implorar los dones del Señor en vista del discernimiento del borrador del Documento Final”, prosiguió Grech, que concluyó su intervención recordando cómo se reza en todo el mundo por el Sínodo: “Qué hermoso sería que al menos los domingos, en cada parroquia, en todo el mundo, se rezara juntos para invocar al Señor sobre los trabajos del Sínodo, diciendo: Danos Señor, corazones y pies ardientes en el camino”.

Innovaciones metodológicas

Uno de los secretarios especiales del Sínodo, el padre Giacomo Costa, explicó algunas innovaciones metodológicas de la asamblea. “La cuestión del método no puede considerarse sólo como un modo operativo, sino como el modo en que la Iglesia toma forma y cómo la escucha del Espíritu conduce a acciones compartidas.

La metodología está al servicio de todo el proceso sinodal. A partir del Instrumentum laboris, será necesario identificar lo que merece ser aceptado en el documento final y lo que hay que profundizar y enmendar, para proporcionar al Santo Padre las herramientas que le permitan identificar los pasos que hay que dar. Se seguirá un orden del día votado por la propia asamblea, para centrarse mejor en los temas a profundizar”.

El documento resultante se presentará el día del retiro y después se examinará para la redacción del documento final que se ofrecerá al Papa.

Una última novedad importante serán los cuatro foros teológico-pastorales, abiertos al público, que se celebrarán los días 9 y 16 de octubre, simultáneamente en la curia jesuita y en el Augustinanum.

El otro secretario especial, monseñor Riccardo Battocchio, habló al respecto: “Habrá presencia de teólogos, canonistas, obispos y la oportunidad de dialogar con los presentes. Los temas previstos: el 9 de octubre, el pueblo de Dios como sujeto de la misión y el papel y la autoridad del obispo en una Iglesia sinodal; el 16, las relaciones mutuas entre la Iglesia local y la universal y el ejercicio del primado y el sínodo de los obispos. En cada foro, el debate irá precedido de la intervención de 4 ó 5 expertos que presentarán las principales cuestiones, centrándose en las diferentes perspectivas desde las que se puede considerar cada tema”.

Fuente: omnesmag.com

El Vaticano autoriza el culto público a la Reina de la Paz en Medjugorje

Francisco Otamendi

La Santa Sede, de acuerdo con el obispo de Mostar-Duvno, ha autorizado el culto público a María Reina de la Paz en Medjugorje, en Bosnia-Herzegovina, a través de una Nota pública. El Dicasterio para la Doctrina de la Fe no se pronuncia sobre el carácter sobrenatural de las apariciones, pero reconoce los abundantes frutos espirituales vinculados al santuario de Medjugorje.  

La autorización o nulla osta, indica que los fieles “pueden recibir un estímulo positivo para su vida cristiana a través de esta propuesta espiritual y autoriza el culto público”, señala la Nota vaticana, firmada por el cardenal Víctor Manuel Fernández, y monseñor Armando Matteo, respectivamente prefecto y secretario de la sección doctrinal del Dicasterio para la Doctrina de la Fe. Los altos eclesiásticos han presentado el texto, acompañados también por el director editorial del Dicasterio para la Comunicación, Andrea Tornielli.

La Nota precisa asimismo que “la valoración positiva de la mayor parte de los mensajes de Medjugorje como textos edificantes no implica declarar que tengan un origen sobrenatural directo.

Y aunque existen -como es sabido- opiniones diversas “sobre la autenticidad de algunos hechos o sobre algunos aspectos de esta experiencia espiritual, se invita a las autoridades eclesiásticas de los lugares donde está presente a apreciar el valor pastoral y también a promover la difusión de esta propuesta espiritual”, se añade.

Encuentro con María, Reina de la Paz

El texto indica que “todo ello” se realiza “sin perjuicio de la potestad de cada obispo diocesano de tomar decisiones prudenciales en el caso de que haya personas o grupos que ‘hagan un uso inadecuado de este fenómeno espiritual y actúen de forma equivocada’. 

Por último, el Dicasterio invita a quienes van a Medjugorje “a aceptar que las peregrinaciones no se hacen para encontrarse con supuestos videntes, sino para tener un encuentro con María, Reina de la Paz”.

Autorizadas las peregrinaciones en 2019

En mayo de 2019, el Papa Francisco autorizó que las diócesis y parroquias de todo el mundo organizaran peregrinaciones al santuario mariano de Medjugorje, lo que no suponía dar luz verde a las supuestas apariciones. 

Ahora “ha llegado el momento de concluir una larga y compleja historia en torno a los fenómenos espirituales de Medjugorje. Se trata de una historia en la cual se sucedieron opiniones divergentes de obispos, teólogos, comisiones y analistas”, señala la Santa Sede. Con estas palabras comienza “La Reina de la Paz”, la citada Nota sobre la experiencia espiritual vinculada a Medjugorje, firmada por el cardenal Víctor Manuel Fernández, y monseñor Armando Matteo. En la conferencia de prensa, el cardenal reveló que la Santa Sede ha tenido un contacto especial con el obispo local, pero que el decreto trasciende la diócesis, y tiene un alcance mundial, porque la devoción es popular.

“Muchos frutos positivos”

Un texto aprobado por el Papa Francisco el 28 de agosto, explica la nota, reconoce “la bondad de los frutos espirituales ligados a la experiencia de Medjugorje”, autorizando a los fieles a adherirse a ella -de acuerdo con las nuevas Normas para el discernimiento de estos fenómenos-, ya que “se han producido muchos frutos positivos y no se han difundido efectos negativos o de riesgo entre el Pueblo de Dios”. 

En general, “el juicio sobre los mensajes es también positivo, aunque con algunas precisiones sobre algunas expresiones”, explica la Santa Sede. También se subraya que “las conclusiones de esta Nota no implican un juicio sobre la vida moral de los presuntos videntes” y que, en cualquier caso, los dones espirituales “no exigen necesariamente la perfección moral de las personas implicadas para poder actuar”.

Abundantes conversiones y confesiones: renovar la fe

Los lugares relacionados con Medjugorje son visitados desde 1981 por peregrinos de todo el mundo. Los frutos positivos se revelan sobre todo como la promoción de una sana práctica de la vida de fe” según la tradición de la Iglesia. Hay “abundantes conversiones” de personas que han descubierto o redescubierto la fe; el retorno a la confesión y a la comunión sacramental, numerosas vocaciones, “muchas reconciliaciones entre esposos y la renovación de la vida matrimonial y familiar”, prosigue el texto.

“Cabe mencionar -afirma la Nota- que estas experiencias se producen principalmente en el contexto de peregrinaciones a los lugares de los hechos originales, más que durante encuentros con ‘videntes’ para asistir a las supuestas apariciones”. También informan de “numerosas curaciones”. 

La parroquia del pequeño pueblo de Herzegovina es un lugar de adoración, oración, seminarios, retiros espirituales, encuentros de jóvenes y “parece que la gente va a Medjugorje sobre todo para renovar su fe más que por peticiones concretas precisas”. También han surgido obras de caridad para atender a huérfanos, drogadictos y discapacitados, y también hay grupos de cristianos ortodoxos y musulmanes.

Millones de visitas

El visto bueno oficial a la devoción y experiencia espiritual que comenzó en Medjugorje en junio de 1981, cuando seis muchachos contaron haber visto a la Virgen, fue posible por los abundantes frutos positivos que se ven en esta parroquia visitada por más de un millón de personas cada año y en todo el mundo: peregrinaciones, conversiones, retorno a los sacramentos, matrimonios en crisis que se reconstruyen. 

“Son estos elementos los que siempre ha mirado el Papa Francisco, desde que era obispo en Argentina: la piedad popular que mueve a tanta gente hacia los santuarios debe ser acompañada, corregida cuando sea necesario, pero no sofocada. A la hora de juzgar supuestos fenómenos sobrenaturales hay que fijarse siempre, precisamente, en los frutos espirituales», señala Andrea Tornielli.

Corresponde a esta visión del Sucesor de Pedro haber desvinculado, gracias a las nuevas normas publicadas el pasado mes de mayo, el juicio de la Iglesia de la declaración más rigurosa de sobrenaturalidad”.

El mensaje de la paz 

La Nota del Dicasterio, y el cardenal prefecto lo subrayó en la presentación, examina a continuación los aspectos centrales de los mensajes, empezando por el de la paz, entendida no sólo como ausencia de guerra, sino también en sentido espiritual, familiar y social: el título más original que la Virgen se atribuye es, en efecto, el de “Reina de la Paz”. “Me he presentado aquí como Reina de la Paz para decir a todos que la paz es necesaria para la salvación del mundo. Sólo en Dios se encuentra la verdadera alegría, de la que procede la verdadera paz. Por eso pido la conversión”. (16.06.1983). 

Una paz que es fruto de la caridad vivida, que “implica también el amor a los que no son católicos”. Un aspecto que se comprende mejor “en el contexto ecuménico e interreligioso de Bosnia y Herzogovina, marcado por una terrible guerra con fuertes componentes religiosos”. 

Dios en el centro

La invitación al abandono confiado en Dios que es amor surge con frecuencia: “Podemos reconocer un núcleo de mensajes en los que la Virgen no se sitúa en el centro, sino que se muestra plenamente orientada a nuestra unión con Dios”. 

Además, “la intercesión y la obra de María aparecen claramente supeditadas a Jesucristo como autor de la gracia y de la salvación en cada persona. María intercede, pero es Cristo quien “nos da la fuerza, por tanto, toda su obra materna consiste en motivarnos a ir hacia Cristo”: «Él os dará fuerza y alegría en este tiempo. Yo estoy cerca de vosotros con mi intercesión» (25.11.1993). 

De nuevo, muchos mensajes invitan a reconocer la importancia de pedir la ayuda del Espíritu Santo: «La gente se equivoca cuando sólo se dirige a los santos para pedir algo. Lo importante es pedir al Espíritu Santo que descienda sobre vosotros. Teniéndolo lo tenéis todo» (21.10.1983).

Llamada a la conversión 

En los mensajes se encuentra “una invitación constante a abandonar el estilo de vida mundano y el apego excesivo a los bienes terrenales, con frecuentes llamadas a la conversión, que hace posible la verdadera paz en el mundo”. 

La conversión está en el centro del mensaje de Medjugorje, subraya la Nota, y lo corroboró el cardenal prefecto. Hay también una “exhortación insistente a no subestimar la gravedad del mal y del pecado y a tomar muy en serio la llamada de Dios a luchar contra el mal y contra la influencia de Satanás”, señalado como origen del odio, la violencia y la división. También es fundamental el papel de la oración y el ayuno, así como la centralidad de la Misa, la importancia de la comunión fraterna y la búsqueda del sentido último de la existencia en la vida eterna”. 

Fuente: omnesmag.com

9/19/24

El CELAM, la Sinodalidad y los retos para América Latina

Mons. Jaime Spengler 

Durante el Congreso Eucarístico Internacional 2024 en Quito, Ecuador, Mons. Jaime Spengler, presidente de la  Conferencia Nacional de Obispos de Brasil (CNBB) y del Consejo Episcopal Latinoamericano y Caribeño (CELAM), compartió su visión sobre el papel del CELAM y su misión de comunión en el continente.

 Mons. Spengler describió el trabajo del CELAM como fundamental para coordinar y promover la comunión entre las diversas conferencias episcopales de América Latina y el Caribe, con el objetivo de ayudar a las iglesias locales a través de asesoría en formación, investigación y comunicación.

El CELAM, con sede en Bogotá, actúa como un puente entre las iglesias locales y la Iglesia universal, ofreciendo apoyo en áreas clave: Comunicación, Gestión del conocimiento, Formación y Redes de Acción.

El Centro de Programas y Redes de Acción Pastoral se encarga de los servicios relacionados con ministerialidad, discipulado misionero y otras pastorales específicas, que se integran al área de Iglesia sinodal en salida.

Mientras que el Centro para la Formación Cebitepal, capacita a clérigos, religiosos y laicos, y centros dedicados a la investigación y la comunicación, que buscan articular los desafíos sociales, económicos y pastorales que enfrenta el continente.

El papel del CELAM en la sinodalidad

En un momento clave para la Iglesia mundial, marcada por el proceso sinodal impulsado por el Papa Francisco, Mons. Spengler profundizó en los tres niveles de este proceso, que considera esenciales para la Iglesia latinoamericana:

1. El Pueblo de Dios

«La sinodalidad parte de una premisa esencial: escuchar a todos», explicó Mons. Spengler. El proceso sinodal comienza con la escucha activa de las comunidades, de todos los bautizados, de aquellos que, en su vida cotidiana, buscan vivir la fe y construir comunidades más sólidas.

Para el CELAM, este primer paso es crucial, pues las voces de los fieles representan una riqueza de experiencias que reflejan los desafíos, las alegrías y las esperanzas de la Iglesia en América Latina. El CELAM facilita esta escucha mediante sus centros de estudio, que permiten recoger las realidades pastorales y sociales del continente.

2. Los Obispos

El siguiente nivel del proceso sinodal es el trabajo de discernimiento por parte de los obispos. «Después de escuchar a todos, corresponde a algunos discernir y articular lo que el Espíritu Santo está diciendo a la Iglesia», señaló Mons. Spengler.

El CELAM juega un papel esencial en coordinar a las conferencias episcopales, ayudándolas a interpretar y responder a los desafíos que enfrentan sus respectivas regiones. Mons. Spengler subrayó la importancia de la comunión episcopal, donde los obispos, en colegialidad, no solo escuchan a sus comunidades, sino que también se apoyan mutuamente en la búsqueda de soluciones pastorales.

3. El Papa

Finalmente, «este proceso llega a Pedro», destacó Mons. Spengler. El Santo Padre, como cabeza de la Iglesia universal, es quien tiene la misión única de guiar a toda la Iglesia hacia la verdad y la unidad. Mons. Spengler explicó que el CELAM, al facilitar este proceso sinodal en América Latina, ayuda a que las voces del continente lleguen a Roma de manera articulada y coherente.

«El Papa nos indica el camino según el Evangelio, y nosotros como pastores debemos acompañar a nuestras comunidades en este proceso de discernimiento», agregó.

Los retos actuales del CELAM

Mons. Spengler también abordó los desafíos a los que se enfrenta el CELAM en los próximos años. Uno de los mayores retos es consolidar la reciente reestructuración interna del organismo, realizada a pedido del Papa Francisco, con el objetivo de hacerlo más eficiente y cercano a las realidades locales. “El CELAM ha pasado por una gran reestructuración, y nuestra misión es asegurar que este cambio fortalezca la comunión y el servicio entre las iglesias del continente”, explicó.

Crisis política y social en el continente

Mons. Spengler también se refirió a los desafíos externos que enfrenta la Iglesia en América Latina, especialmente las crisis políticas, económicas y sociales. “Hoy, en América Latina, como en muchas partes del mundo, vivimos una crisis de las democracias. La polarización política y la desigualdad económica afectan profundamente la vida de nuestras comunidades», señaló.

Para Mons. Spengler, la sinodalidad y la comunión dentro de la Iglesia son un modelo que puede inspirar soluciones en un continente que necesita urgentemente reconciliación y fraternidad.

La formación y la evangelización

Otro reto importante es el fortalecimiento de la formación y la evangelización en un contexto cultural cambiante. El Cebitepal, como centro de formación, busca no solo educar a clérigos y laicos en la doctrina, sino también capacitarles para ser testigos efectivos en sus comunidades.

«Queremos formar pastores que puedan enfrentar los desafíos de un mundo globalizado y fragmentado», enfatizó Mons. Spengler. Además, se refirió a la necesidad de una evangelización más profunda y creativa, que responda a los problemas contemporáneos desde la fe, pero también desde una comprensión profunda de la realidad social.

Fortalecer el testimonio de comunión

Por último, Mons. Spengler expresó su deseo de que la comunión dentro de la Iglesia sea un testimonio que trascienda los muros eclesiales y alcance a toda la sociedad.

«El testimonio de la comunión entre nosotros puede ser un faro de esperanza para un mundo que sufre divisiones», afirmó. Para él, la sinodalidad no es solo un ejercicio interno de la Iglesia, sino también una herramienta para promover la paz y la fraternidad en un continente que enfrenta crisis profundas.

Fuente: omnesmag.com

“¿Cuál Pueblo?”.

Cardenal Arizmendi

Obispo emérito de San Cristóbal de Las Casas

Sociedad e Iglesia: respetan lo que compete a cada uno y,

 juntos, crecen, se desarrollan y viven

MIRAR

Es frecuente escuchar a nuestros máximos líderes políticos, de la presidencia para abajo, que sus decisiones están sustentadas porque el pueblo les apoya y está de acuerdo con ellos. Presumen porque hacen una consulta a mano alzada y, como la mayoría de los participantes son sus correligionarios, todos están de acuerdo. Legisladores aprueban leyes porque dicen que así lo quiere el pueblo, que sus decisiones de cambios constitucionales son mandato del pueblo, porque ganaron las elecciones pasadas. Pero, ¿de qué pueblo hablan? Recuerdo las cifras que compartí hace ocho días: Obtuvieron para la presidencia de la República sólo 36 millones de votos; 64 millones de mexicanos, entre la oposición partidista y el abstencionismo, no les apoyaron. ¿Dónde está el mandato del pueblo? Si en el tradicional Grito de Independencia, el 15 de septiembre por la noche, en el aniversario de nuestras gestas de independencia, se llenó el zócalo de la Ciudad de México, de ello deducen que la mayoría del pueblo les apoya; pero esto es tener una visión muy parcial de la realidad. Muchos van a ese evento por convicción y por apoyar al gobernante en turno, sin duda; pero muchos otros van acarreados, por curiosidad, o por escuchar gratuitamente a los conjuntos musicales que ambienten ese momento. ¿Y tantas manifestaciones que hubo para que no se aprobara la reforma judicial, no son expresión de un pueblo? ¿A qué pueblo se refieren?

Siendo obispo en Chiapas, de cuando en cuando llegaban a verme grupos, a veces numerosos, para pedirme, por ejemplo, la destitución de un párroco, y siempre me decían que el pueblo lo pedía. Mi deber era escucharles atentamente, tomar en cuenta y analizar sus razones, pero no siempre era el pueblo quien pedía tal cosa, sino sólo un puñado de gente lidereada por alguien que había tenido problemas con el párroco.

En la selva chiapaneca, algunas comunidades me exigían celebrar la Misa con hostias de maíz y un vino que no era de uva; prácticamente toda la población lo urgía. Por el hecho de que todo el pueblo así lo pedía, ¿yo debía acceder? En este caso, como se cambiaría la materia del sacramento, que sería diferente a la que usó Jesús, si yo hubiera cedido, sería infiel a Jesús. Desde luego que no lo acepté, aunque durante algunos años me rechazaron. Con el tiempo, las cosas cambiaron. Escuchar siempre, eso sí, pues somos un cuerpo, una familia, una comunidad; pero hay decisiones que trascienden opiniones mayoritarias. En este asunto, tenemos una cabeza, Jesucristo, no elegida popularmente, y es quien nos ha marcado el sendero.

En mi pueblo natal, cuando ya estábamos saliendo de las restricciones por la pasada pandemia Covid19, tuve que enfrentar a dos líderes locales de grupos armados que insistían al párroco que se hicieran por las calles las tradicionales Posadas del novenario antes de Navidad, y decían que así lo quería el pueblo. ¿A quiénes se referían? A su grupito de seguidores, que estaban a sus órdenes por diversos intereses, sobre todo económicos. La mayoría de los creyentes estaban devotamente rezando el Rosario en el templo, y no por las calles. Aludir al pueblo como sustento de una exigencia, no siempre corresponde a la realidad popular, sino a simpatías o antipatías, que dependen de muchos factores. Nuestro deber pastoral es analizar lo que se nos plantea, escuchar opiniones, dialogar con los supuestamente afectados; pero nunca decidir sólo por presiones de grupos.

Elegir por voto popular a los jueces, a los integrantes de las instancias judiciales, no fue decisión de una consulta pública debidamente reglamentada, sino propuesta del alto jefe gobernante. Y como sus partidarios no se atreven a llevarle la contra, para no exponerse a su rabia, a sus descalificaciones y amenazas, incluso penales, aprobaron el respectivo cambio constitucional. Pero no se puede aducir que es decisión del pueblo. ¿Cuál pueblo?

DISCERNIR

El Papa Francisco, en su encíclica Fratelli tutti, afirma:

“Los grupos populistas cerrados desfiguran la palabra ‘pueblo’, puesto que en realidad no hablan de un verdadero pueblo. En efecto, la categoría de ‘pueblo’ es abierta. Un pueblo vivo, dinámico y con futuro es el que está abierto permanentemente a nuevas síntesis incorporando al diferente. No lo hace negándose a sí mismo, pero sí con la disposición a ser movilizado, cuestionado, ampliado, enriquecido por otros, y de ese modo puede evolucionar” (160).

“Otra expresión de la degradación de un liderazgo popular es el inmediatismo. Se responde a exigencias populares en orden a garantizarse votos o aprobación, pero sin avanzar en una tarea ardua y constante que genere a las personas los recursos para su propio desarrollo, para que puedan sostener su vida con su esfuerzo y su creatividad. En esta línea dije claramente que ‘estoy lejos de proponer un populismo irresponsable’. Por una parte, la superación de la inequidad supone el desarrollo económico, aprovechando las posibilidades de cada región y asegurando así una equidad sustentable. Por otra parte, los planes asistenciales, que atienden ciertas urgencias, sólo deberían pensarse como respuestas pasajeras” (161).

ACTUAR

En todo organismo vivo social (familia, pueblo, nación, Iglesia, etc.), como en el cuerpo humano, hay muchos miembros, muy diferentes entre sí. Para que el cuerpo tenga vida sana, no pelean unos miembros contra otros, ni intentan destruirse, sino que se respeta lo que compete a cada uno y, juntos, crecen, se desarrollan y viven. Así deberíamos ser en la sociedad y en la Iglesia.

El amor humano

Jesús García López

1.       Distintas acepciones

Así como el verdadero conocimiento humano es el conocimiento racional, pero no puro, o aislado del conocimiento sensitivo, sino mezclado con éste o mediado por él; así también el verdadero amor humano es el amor racional o que radica en la voluntad; pero no puro o incontaminado respecto del amor sensitivo, sino mezclado con éste y dependiente de él. Pero veamos esto con un cierto detenimiento.

El «amor» en el hombre es, en primer lugar, una de las pasiones del apetito sensitivo, y más concretamente del concupiscible. Es justamente la primera de dichas pasiones, y se caracteriza porque versa acerca de un bien sensible considerado en sí mismo, es decir, independientemente de que tal bien se halle ausente o se encuentre presente y sea poseído.  Por eso es como la raíz común del «deseo», que versa sobre un bien sensible ausente, y del «gozo», que tiene por objeto a un bien sensible presente y poseído. En tanto que «pasión» el amor comporta siempre una cierta trasmutación corporal (y de aquí el nombre propio de pasión) y, como hemos dicho, tiene siempre por objeto algún bien sensible o material. Ahora bien, el amor humano no se limita al orden sensible, y por eso hay que admitir también en nosotros un amor racional, que ya no es pasión en sentido propio, y que radica en la voluntad. Todavía cabe aquí distinguir: el amor que se identifica con la «simple volición», que es el acto primero de la voluntad, y el amor que es objeto de una elección precedente, y que por eso se llama «dilección» o «predilección». En el primer caso se trata del acto de la voluntad que versa sobre el bien sin más (o sobre el fin absolutamente último), y por ello es necesario y no libre. Así entendido, se puede establecer un paralelismo entre el amor racional y el amor sensible, en contraste con la «intención» y el «deseo», por un lado, y la «fruición» y el «gozo», por otro. En efecto, lo que es el deseo en el orden sensible es la intención en el racional, y lo que es el gozo en el orden sensible es la fruición en el racional. Por eso, lo que es el amor en el orden sensible es la simple volición en el racional. Pero, como hemos dicho, no es ésta la única manera de entender el amor racional.  Está también la dilección, y aun se puede decir que ésta es amor racional en sentido más pleno.  Santo Tomás escribe: «La dilección añade sobre el amor una elección precedente, como su nombre indica; por lo  cual  la  dilección  no se  encuentra en  el  apetito  concupiscible,  sino  sólo  en  la  voluntad,  y  únicamente  en la naturaleza racional».

2.       Amor de persona y amor de cosa

Ahora bien, este amor propiamente racional que es la dilección puede presentar dos formas esencialmente distintas, a saber: el amor «de dominio» y el amor «de comunión». Veamos el sentido de esta división en un famoso texto de Santo Tomás, que reza así: «Dice Aristóteles que 'amar es querer el bien para alguien', y siendo esto así, el movimiento del amor tiene dos términos: el bien que se quiere para alguien, ya sea uno mismo, ya otra persona, y ese alguien para quien se quiere el bien. Al susodicho bien se le tiene amor de concupiscencia [o de dominio], mientras que a la persona para quien se quiere ese bien se le tiene amor de amistad [o de comunión]. Por lo demás, esta división es análoga o con orden de prioridad y posterioridad. Pues lo que se ama con amor de amistad es amado de manera absoluta y directa, mientras que lo que se ama con amor de concupiscencia es amado de manera relativa e indirecta, es decir, en orden a otro. El ente propiamente dicho es lo que existe en sí, es decir, la sustancia, mientras que el ente en sentido impropio es lo que existe en otro, o sea, el accidente. De parecida manera, el bien, que se identifica con el ente, si se toma en sentido propio, es lo que tiene en sí mismo la bondad, y si se toma impropiamente es lo que tiene la bondad en otro. En consecuencia, el amor por el que se ama algo que es en sí mismo bueno es amor en sentido pleno; pero el amor con que se ama algo que sólo es bueno en orden a otro es amor en sentido deficiente y derivado».

O sea, que el amor de amistad (o de comunión) va hacia su término -en  todo  caso  una  persona-  estimándolo  como  un  bien   sustantivo   o en sí, como algo de  suyo  valioso  y  de  suyo  amable;  capaz,  por  tanto, de finalizar de un modo definitivo el impulso  amoroso;  mientras  que  el amor de concupiscencia (o de dominio) se  dirige  a  su término -siempre una cosa- estimándolo como un bien adjetivo o relativo, como algo  que  sólo es amable por referencia a otro -a una persona- capaz de  poseerlo o disfrutarlo.  Dicho de otra manera: se ama a las personas por sí mismas, por el valor que en sí mismas tienen, y éste es el amor de comunión; pero a las cosas se les ama en orden a alguna persona -que puede ser la misma que ama u otra-, y éste es el amor de dominio. Por lo demás, resulta claro que el amor de persona es amor en sentido más pleno y perfecto que el amor de cosa. Aquél se dirige a un término más noble y elevado, que es valorado por sí mismo; éste se orienta a un término más bajo, que no es estimado por sí mismo, sino en orden a otro. Desde otro punto de vista, el amor de persona es más perfecto, porque procede de una fuente más perfecta: la inclinación a comunicar nuestros propios bienes; mientras que el amor de cosa tiene su origen en la inclinación a adquirir lo que nos falta.

La distinción entre persona y cosa, que es la base de la división del amor arriba apuntada, hay que entenderla como la distinción que hay entre la sustancia espiritual y todo lo demás. En este «todo lo demás» entran, por supuesto, las sustancias corpóreas, pero también los accidentes, tanto de la sustancia corpórea como de la misma sustancia espiritual. Así, por ejemplo, la «ciencia» es una cosa, y una cosa es también la «virtud», que son accidentes de la sustancia espiritual. Por descontado, también son cosas las sustancias corpóreas, tanto las inanimadas (una piedra) como las animadas (una planta, un animal), y también, según hemos dicho, los accidentes de estas sustancias (la cantidad, la cualidad, etc.).

Desde el punto de vista del bien esa distinción entre persona y cosa coincide casi exactamente con la distinción entre fin y medio. La persona es siempre un fin (y precisamente un fin objetivo), mientras que la cosa, ora es un medio en sentido estricto, ora es un fin subjetivo, es decir, aquel acto mediante el cual alguien se posesiona del fin objetivo. Por lo demás, si atendemos a esa otra división del bien en útil, deleitable y honesto, tendremos que la persona es siempre un bien honesto, mientras que la cosa, o es un bien útil, o incluso un bien deleitable.

De aquí se sigue que el amor tiene un orden o una norma objetivos: a las personas se las ama por sí mismas (como se ama por sí mismo el fin objetivo), y a las cosas se las ama en orden a las personas (como se ama a los medios por el fin, y al fin subjetivo por el fin objetivo); y si este orden o esta norma son alterados, entonces estamos ante una aberración del amor. Por lo demás, esa aberración puede adoptar tres formas: la que consiste en amar a las personas como si fueran cosas; la que resulta de amar a las cosas como si fueran personas, y la que se concreta en amar a las personas sin amar cosa alguna para ellas. Santo Tomás, en el texto citado poco ha, establece una analogía entre la relación sustancia-accidentes y la relación amor de persona-amor de cosa. Pues bien, sería falsear la relación sustancia-accidentes, ya el tomar a los accidentes por sustancias, ya el tomar a las sustancias por accidentes, ya, por último, el tomar a las sustancias en su puridad, sin el complemento necesario que los accidentes son para ellas. Y esto es lo mismo que ocurre con la relación amor de persona-amor de cosa. En efecto, si amamos a las personas como si fueran cosas, estamos instrumentalizando a aquéllas, convirtiéndolas en  medios,  cuando  por  su propia naturaleza son fines; si amamos a las cosas  como  si  fueran  personas, estamos  personalizando  a  las  cosas,  es  decir,  las  sustantivizamos y espiritualizamos, hacemos  de  ellas  fines,  siendo  así  que  son  medios; y si amamos a las personas sin amar cosa alguna para ellas, estamos separando los medios de los fines, o lo que es peor y más aberrante, es­ tamos separando el  fin  objetivo  (aquello  que  se  ama)  del  fin  subjetivo (el acto por el que nos unimos con aquello que se ama).

Pasando a otro asunto, puede alguien preguntarse cómo el amor de persona, que es amor de un fin (porque la persona es fin) puede adoptar la forma de dilección, es decir, de amor que viene precedido de una elección. Porque el fin no se elige, sino que lo que se elige son los medios. A esto hay que responder que toda persona es fin, pero no toda persona es fin último, y sólo éste se quiere necesariamente, es decir, no puede ser objeto de elección. En realidad, la única persona que es fin último es la Persona divina, Dios mismo. Y aún en este caso habría que precisar; porque lo que el hombre quiere necesariamente es la felicidad, que es su fin último, y precisamente bajo la razón de felicidad -el bien más alto y que sacia plenamente nuestros anhelos-; por eso cualquier concreción de la felicidad en este o en aquel bien, ya no se quiere necesariamente, sino libremente, y por tanto puede ser objeto de elección. Esto ocurre, por supuesto, cuando concretamos la felicidad en Dios o en la Persona divina. Por eso, también respecto a Dios cabe la dilección humana.

3.       Las causas del amor

Y ahora vamos a examinar brevemente las causas del amor.  Tres son las causas que pueden asignarse al amor, a saber: el bien, el conocimiento y la semejanza. En efecto, siendo el amor una tendencia, debe tener un origen y un término, y así se le podrá buscar la causa por ambos extremos. Pues bien, la causa del amor por parte de su término es el bien, mientras que la causa por parte de su origen es la semejanza. A lo que hay que añadir la condición necesariamente requerida para que el bien ejerza su causalidad propia, condición que es el conocimiento. Con lo que resultan las tres causas apuntadas.

El bien es la causa objetiva del amor en su acepción más amplia. En efecto, el amor siempre se dirige a un bien, ya sea real, ya sea aparente.  Si alguna vez se ama un mal esto no es sino porque se presenta como bien (bien aparente) o porque se halla ligado necesariamente a un bien. En este último caso, lo que se ama verdaderamente siempre es el bien y no el mal que lleva anejo. O, dicho de otro modo:  el bien es objeto per se del amor, mientras que el mal es sólo objeto per accidens. Por lo demás, ya hemos visto antes cómo la división del bien en fin y medios sirve de fundamento para la división del amor en amor de persona y amor de cosa.

El conocimiento es la condición necesaria para que el bien ejerza sobre la tendencia consciente la causalidad que le es propia. Nada es querido si antes no es conocido, ya sea con un conocimiento perfecto, ya sea con un conocimiento imperfecto, confuso, sumario. Por ello, como dice Santo Tomás, «el conocimiento es causa del amor por la misma razón por la que lo es el bien, el cual no puede ser amado si no es conocido».

Podemos detenernos un poco más en las relaciones entre el conocimiento y el amor. Mirado desde un ángulo, el amor parece preceder al conocimiento, pues toda actividad consciente (también el conocimiento) arranca del amor. Muchas veces deseamos conocer algo, y aquí es claro que el deseo (o el amor) precede a ese conocimiento que vamos buscando. Sin embargo, mirado desde otro ángulo, el conocimiento precede siempre al amor, pues éste es un impulso hacia el bien conocido; nada se ama si antes no se conoce. La verdad es que hay una mutua implicación entre el conocimiento y el amor. Si se atiende a la especificación o determinación del acto de amor, quien lleva la primacía es el conocimiento, pero si se atiende al ejercicio de dicho acto, la primacía corresponde al mismo amor, al menos en  el  nivel  de  la  voluntad,  que  es  libre.  Por lo demás, cuando deseamos conocer algo partimos ya de algún conocimiento, pues, como dice Santo Tomás: «el que busca la ciencia no la ignora por completo, sino que la conoce en alguna medida, ya sea en general, ya en algún efecto de ella, o porque oye alabarla».

La diferencia fundamental entre el conocimiento y el amor es la siguiente: tanto el conocimiento como el amor entrañan cierta trascendencia, cierta superación de la individualidad, y se constituyen así en sendas fuerzas unitivas por las que el sujeto que conoce o ama se une con lo conocido o amado; pero de muy diversa manera. El conocimiento entraña una posesión puramente representativa o intencional; por el conocimiento el sujeto se une con lo conocido, pero no en el mismo ser real que lo conocido tiene en sí, sino en el ser representativo que tiene en el cognoscente. En cambio, por el amor el sujeto tiende a la posesión real de lo amado, a unirse con éste según su ser real y no sólo en la representación o en la «especie impresa» o en la «expresa».  Por esta razón escribe Santo Tomás que «el amor es más unitivo que el conocimiento».

Insistamos todavía en esa unión real que el amor procura o mantiene. Amor y unión real son términos que se implican y se suponen mutuamente. El amor importa la unión real del amado y del amante, y a su vez esta unión real está suponiendo el amor. Y es que éste se halla precedido, constituido y seguido por aquélla. Santo Tomás lo explica así: «La unión implica una triple relación respecto al amor.  Hay una primera unión que es causa del amor, y ésta es:  la unidad sustancial, por lo que se refiere al amor con que uno se ama a sí mismo, y la unión de semejanza, por lo que toca al amor con que uno ama a otro. Una segunda unión es esencialmente el mismo amor, y ésta es la unión por sintonía de afectos, la cual se asemeja a la unidad sustancial en cuanto que, en el amor de persona, el amante se comporta por respecto al amado como consigo mismo, y en el amor de cosa, como con algo suyo. Una última unión es efecto del amor, y ésta es la unión real que el amante busca con el amado; y esta unión es según la conveniencia del amor; y así cita Aristóteles una frase de Aristófanes que dice que los amantes desean de dos hacerse uno, pero toda vez que sucedería que a los dos o por lo menos uno de ellos se destruiría, buscan la unión que es conveniente y adecuada, a saber e la convivencia, el coloquio y otras parecidas».

Pero esto nos lleva como de la mano a hablar de la tercera causa del amor: la semejanza. La semejanza es causa del amor atendiendo a su origen. Pero hay que advertir que la semejanza puede ser doble: una perfecta o en acto (que se da cuando dos sujetos convienen en la misma forma), y otra imperfecta o en potencia (que se da cuando un sujeto tiene una forma y el otro no la tiene, pero aspira a tenerla y está capacitado para recibirla). La primera semejanza es causa del amor de comunión (o de amistad), y la segunda, del amor de dominio (o de concupiscencia). Santo Tomás lo expresa así: «La semejanza, propia­mente hablando, es causa del amor. Pero conviene advertir que la semejanza puede entenderse de dos maneras:  una cuando los dos semejantes poseen en acto una misma cualidad (...); otra, teniendo uno en potencia y con cierta inclinación a ello lo que el otro posee en acto (...); o también en cuanto que la potencia tiene semejanza con el acto, puesto que en la misma potencia está en cierto modo el acto. El primer modo de semejanza produce el amor de amistad o de benevolencia, puesto que, por lo mismo que dos seres son semejantes, al tener en cierto modo la misma forma, son como uno solo en aquella forma (...); y por ello el afecto de uno se dirige hacia el otro como hacia sí mismo, y quiere el bien para el otro como para sí mismo. El segundo modo de semejanza produce el amor de concupiscencia (...); porque cada ser existente en potencia, en cuanto tal, tiene naturalmente el apetito de su acto, y si posee sensibilidad y conocimiento, se deleita en su consecución». Por lo demás, hay que aclarar que la semejanza de que aquí se habla como causa del amor de amistad, no es ningún parecido externo, sino una afinidad profunda, que lleva a una sintonía de pensamientos y de afectos.

4.       Los efectos del amor

Y ahora pasemos a tratar de los principales efectos del amor y que se pueden reducir a cuatro: la unión, la mutua inhesión, el éxtasis y el celo.

Poco vamos a decir del primero de ellos. Como señalamos más atrás, la unión entre el amante y el amado precede, constituye y sigue al amor. Lo precede porque el amor se funda en la unión, ya sustancial (en el amor de sí mismo), ya de semejanza (en el amor de otro). Lo constituye, porque el amor es precisamente una unión afectiva, una sintonía de afectos. Y finalmente, lo sigue, porque el amor lleva a la unión real del amante y el amado; pide de dos hacerse uno, aunque siempre según la conveniencia del amor.

La mutua inhesión es una resultancia de la unión que el amor implica; es la forma característica en que se concreta la unión amorosa. En virtud de la inhesión mutua el que ama está en lo amado y, a su vez, lo amado está en el que ama. Y esto se realiza tanto en la dimensión cognoscitiva del hombre, como en su dimensión afectiva; y además toma diferentes inflexiones si se trata del amor de cosa y si se trata del amor de persona.

Consideremos, en primer lugar, la mutua inhesión en el plano cognoscitivo. En este plano puede decirse que lo amado (sea una cosa, sea una persona) está en el que ama, porque está presente en el conocimiento de este último; presente de una manera estable, porque el amante está siempre, o casi siempre, pensando en aquello que ama. Si es una cosa, examinando todo lo que puede hacer con ella, para lo que la puede utilizar, incluso viendo los servicios que esa cosa puede rendir a otras personas amigas; y si se trata de una persona, considerando simplemente las excelencias de la misma, sus valores, sus buenas cualidades. Pero también puede decirse que el amante está en lo amado, es decir, que se traslada al interior de lo amado, por el conocimiento, en cuanto que no se contenta con una aprehensión superficial.

Si lo amado es una cosa, quiere el amante  conocer  todos  sus entresijos, su íntima constitución, sus cualidades más recónditas, todas las posibilidades de utilización (en el propio  servicio  o  en  servicio  de  los  demás) de dicha cosa; y si lo amado es una persona, quiere asimismo el amante conocer lo más propio y más íntimo de esa persona, sus preferencias, su historia, su formación, sus aptitudes,  sus  secretos:  penetrar, en una palabra, lo más posible en la intimidad de la persona amada. Consideremos ahora la mutua inhesión en el plano afectivo.  En esta otra dimensión se dice que lo amado (cosa o persona) está en el amante cuando hay entre ellos una unión afectiva, de suerte que, si lo amado está presente, el amante se deleita en él y si está ausente, tiende a él con ardiente deseo. Y esto de manera distinta si se trata del amor de cosa que si se trata del amor de persona; porque en el primer caso, se busca el bien que esa cosa pueda proporcionar a uno mismo o a otra persona; pero en el segundo caso, se tiende a la persona amada, no por alguna razón extrínseca o por alguna utilidad que puede  reportar, sino por la misma complacencia que produce dicha persona, complacencia que está radicada en lo más  íntimo  del  amante.  Por eso el amor es algo que arraiga muy hondo, y se habla de «entrañas de amor». Pero también se puede decir, en este orden afectivo, que el amante está en lo amado, y de manera también diferente si se trata de una cosa o si se trata de una persona. Tratándose de una cosa, el amante está en lo amado, porque no se contenta con una posesión superficial o con un disfrute ligero de la cosa amada, sino que quiere tenerla o dominarla perfectamente, como calando hasta lo más íntimo de ella; este amor tiende a que la unión con la cosa amada sea lo más estrecha, lo más posesiva, lo más duradera posible. Y si lo amado es una persona, el amante está realmente en la persona amada, porque reputa los bienes y los males de esa persona como si fueran suyos propios, y la voluntad de ella, como si fuera la de él, de modo que se goza o se entristece al par que la persona amada, y se identifica con sus quereres. En una palabra, el amante se hace una misma cosa con el amado, se pone en lugar de él, y así se puede decir que está en él o vive en él.

Algo semejante cabe decir de otro de los efectos del amor, que es el éxtasis, la salida de sí. El éxtasis se da también en el orden cognoscitivo y en el afectivo.  En el orden cognoscitivo puede hablarse de éxtasis en sentido lato siempre que conocemos algo distinto de nosotros, y puede conducir a una elevación de nuestro ser, en cuanto la mirada del espíritu se dirige a objetos superiores, o a un rebajamiento, en la medida en que dirigimos nuestra capacidad cognoscitiva a objetos inferiores. Pero en sentido propio el éxtasis comporta una cierta superación de las fronteras connaturales de nuestro conocimiento, tanto sensible como racional, bien porque seamos llevados  a  conocer  o  vislumbrar realidades que exceden la capacidad  de  nuestra  razón  (así  tenemos los arrobamientos y las inspiraciones), bien porque caigamos  en  el furor o en la  locura, que  deprimen y trastornan nuestra  razón,  motivo por el cual de una persona  loca  o  furiosa  se  dice  que  «está  fuera  de sí». Con todo, el éxtasis en el orden cognoscitivo sólo tiene una relación indirecta con el amor: concretamente cuando nuestra capacidad cognoscitiva se concentra de tal modo en lo amado que apenas se puede ya pensar en otra cosa. Donde verdaderamente tiene que ver el éxtasis con· el amor es en el orden afectivo, y especialmente en el amor de persona. Porque en el amor de cosa no se da tanto una salida de sí por el afecto, ya que lo que dicho amor busca es unir la cosa con nosotros mismos (o con otros), ponerla bajo nuestro  dominio  (o  bajo  el dominio de otros). Se dice aquí que el amante sale de sí mismo porque, no contento con gozar del bien que tiene, quiere alcanzar algún otro bien fuera de sí; pero, en último término, lo que busca es unir ese bien extrínseco a sí mismo, hacerlo suyo (o de otra persona), y así no sale el amante plenamente de sí, sino que retorna a sí. En cambio, en el amor de persona, la salida, el éxtasis, es completa (dentro de lo posible), porque en este amor el afecto del amante sale simplemente fuera de él, ya que busca sólo el bien de la persona amada, y obra con la mira puesta en ella, cuidando de la misma como si de sí propio se tratase, poniéndose en lugar de ella por el puro amor que le tiene.

Por último, digamos algo del celo, que también es efecto del amor. «Él celo -escribe Santo Tomás- dice propiamente cierta intensidad del amor, por la cual el que ama intensamente nada soporta que repugne a su amor». El celo es distinto cuando se trata del amor de cosa que cuando se trata del amor de persona. En el primer caso, «el que ama intensamente alguna cosa se mueve contra todo aquello que impida la consecución o disfrute pacífico de esa cosa; y en este sentido se dice que los maridos celan a sus mujeres, a fin de que por la compañía de otros no quede impedida la exclusividad que buscan en ellas; y asimismo los que buscan destacar se vuelven contra aquellos que parecen aventajarles, como impidiendo su preeminencia». Mas en el caso del amor de persona, dicho amor «busca el bien del amigo; por lo cual, cuando es intenso, impulsa al hombre contra todo lo que es opuesto al bien del amigo; y en este sentido se dice que uno tiene celo por su amigo cuando se esfuerza por rechazar todo lo que se hace o dice contra el bien del mismo; e igualmente se dice que uno tiene celo por Dios cuando procura en lo posible rechazar todo lo contrario al honor o voluntad de Dios». Y es natural que así sea, porque si, por la mutua inhesión y el éxtasis, el amante vive en el amado y para el amado, cualquier cosa que lesione al amado lesiona en realidad al propio amante.

5.       El amor humano

Y ahora digamos algo del amor propiamente humano, que es el amor entre el hombre y la mujer.

No deja de parecer sorprendente que dicho amor sea considerado por Santo Tomás, en un texto citado poco ha, como un ejemplo de amor de cosa. El texto en cuestión trata del celo como efecto del amor de cosa (amor de concupiscencia) y dice que de esa manera «los maridos celan a sus mujeres». Ahora bien, no hay que dejarse llevar de un solo texto, por muy rotundo que pueda parecer. Para el mismo Santo Tomás el amor entre el hombre y la mujer, como amor esencialmente humano que es, constituye una especie de amor de persona o amor de amistad. Lo que ocurre es que se trata de una especie muy peculiar dentro de ese género que es el amor personal, de una persona a otra, y precisamente porque la persona humana es esencialmente distinta de las demás personas creadas (los ángeles) y, por supuesto, de la Persona increada (Dios). Aquello en lo que es distinta de las demás personas creadas es su naturaleza corporal o reiforme. La persona humana es una persona tal que al mismo tiempo es cosa. No es que sea una mezcla de persona sin más y cosa sin más; sino una persona que lo es de tal manera que al mismo tiempo es cosa, y una cosa que lo es de tal modo que a la vez es persona. O, dicho de otra forma: la persona humana es a la par corpórea y espiritual; espiritual de tal manera que puede ser y es al mismo tiempo corpórea, y corpórea de tal modo que puede ser y es a la vez espiritual. Lo corpóreo o cósico, pues, no está en nosotros separado de lo espiritual o personal; sino que lo primero matiza y penetra íntimamente a lo segundo, así como lo segundo modula y cala íntimamente a lo primero. Por ejemplo, la diferencia entre los sexos es en primer término una diferencia corporal, pero en nosotros no es solamente corporal, sino que penetra o invade todo lo personal o espiritual. De aquí que el amor humano propiamente dicho no sea sólo genéricamente amor entre personas (en todo semejante al amor que existe entre las demás personas creadas), sino que es específicamente un amor propio de las personas humanas, las cuales, al mismo   tiempo que son cosas, son personas.  Por eso el amor humano resume en sí lo que pertenece al amor de persona y lo que corresponde al amor de cosa. Y no se diga que estos dos amores son incompatibles entre sí; por el contrario, son compatibles en el mismo sujeto y respecto al mismo objeto en igual medida en que son compatibles en una misma realidad la naturaleza de cosa y la naturaleza de persona, que es lo que sucede con la persona humana.

Pues bien, es característico de los bienes materiales (y en general, de las cosas) que no pueden ser disfrutados por varios sujetos a la vez, sino que piden una pertenencia en exclusiva. En realidad, cuando varios disfrutan de un mismo bien material, no disfrutan del mismo bien, sino de partes distintas de dicho bien. Por el contrario, es característico de los bienes espirituales (y especialmente, de las personas en cuanto tales) que pueden ser disfrutados por muchos a un tiempo, sin que disminuyan o tengan que distribuirse. Por eso, como el amor humano, aunque es amor entre personas, es también amor de una persona a una cosa, nada tiene de extraño que reclame la exclusividad que es propia del amor de cosa, y así el amor entre el hombre y la mujer reclama esa exclusividad, y la reclama precisamente por lo que ambos (hombre y mujer) tienen de cosa, es decir, de corpóreo. El hombre ama en la mujer, no sólo su espíritu, sino también su cuerpo, y lo mismo, la mujer en el hombre. Pero el amor del cuerpo del otro tiene que ser exclusivo, como lo es el amor de cualquier cosa, de cualquier cuerpo. Por lo demás, como en nosotros la dimensión de cosa no está separada de la dimensión de persona, esa nota de exclusividad que se da en el amor propiamente humano por el hecho de que el hombre y la mujer tienen un cuerpo, afecta también a la dimensión personal de los dos, como vimos que la afectaba el sexo; y así todo ese amor queda transido de una cierta condición cósica. En este sentido, y sólo en este sentido, Santo Tomás cataloga al amor entre el hombre y la mujer dentro del amor de cosa.  Por otra parte, así como en nosotros la dimensión espiritual queda afectada por la corporal, así también la dimensión corporal queda afectada por la espiritual; y de esta suerte el amor del hombre y la mujer no es sólo el de una persona por una cosa, sino precisa y fundamentalmente el amor de una persona por otra persona, y por eso tiene todas las notas de éste, a saber, es amor de amistad, de comunión, de entrega. Por lo demás, la manera precisa como aquí se enlazan el amor de persona y el amor de cosa no es la expuesta más atrás donde considerábamos a la persona y a la cosa como objetos distintos de amores distintos. En este supuesto el amor de cosa se subordina al amor  de persona,  como  distinto  de él, pues las cosas se quieren para las personas; pero en el caso del amor humano el mismo es el objeto del amor de persona que el del amor  de  cosa: son dos amores  fundidos  que  versan  sobre  un  único  objeto  que es a la vez cosa y persona; por eso no hay aquí subordinación  de un amor al otro como si fueran distintos, sino  una  cierta  compenetración  de  los dos, con mutuas influencias del primero sobre el segundo y del segundo sobre el primero; y supuesta esa  compenetración, una  cierta  ordenación del amor de cosa al de persona, en todo semejante a la ordenación de nuestro cuerpo respecto de nuestro espíritu.

6.       La permanencia del amor

Una propiedad del amor de persona (y consiguientemente, del amor humano en cuanto es también un amor personal) es la permanencia o estabilidad. Es una permanencia que se funda en la firmeza y estabilidad de los sujetos entre los que dicho amor se da, es decir, de las personas.  Las personas en efecto son mucho más estables que las cosas. Como dijimos más atrás, las cosas son, por una parte, las sustancias corpóreas, y por otra, los accidentes, tanto corpóreos como espirituales.  Pues bien, las sustancias corpóreas son perecederas, corruptibles; es decir, tienen un grado de firmeza bien pequeño; y los accidentes, tanto si corresponden a la sustancia corpórea, como si pertenecen a la espiritual, son también muy perecederos y de poca estabilidad. En cambio, las personas, es decir, las sustancias espirituales, son por su propia naturaleza indestructibles.

Por otro lado, el amor, tanto si es de persona como si es de cosa, no se queda nunca en la superficie, sino que, por el efecto que acarrea de la mutua inhesión, penetra hasta lo más íntimo del objeto amado. Y es en esa intimidad en la que arraiga. Por consiguiente, aunque varíen los accidentes más o menos externos, mientras permanezca invariable la intimidad de lo amado, también permanecerá invariable el amor.

Como dijimos más atrás, el amor propiamente humano es como una síntesis del amor de persona y del amor de cosa. Pues bien, por lo que tiene de amor de persona es indestructible por naturaleza, pues indestructibles son tanto el sujeto como el objeto; y por lo que tiene de amor de cosa, es permanente por todo el tiempo que dura el cuerpo, es decir, es permanente hasta la muerte. Y no puede menoscabarse este amor porque se menoscaben el vigor, la hermosura o la salud corporales de la persona amada; pues la elección que precede a este amor no se ha hecho atendiendo a lo que hay de caduco en cada uno de nosotros, sino a lo que hay de permanente; no teniendo en cuenta lo superficial y periférico, sino lo hondo y lo íntimo. Por eso, el amor entre el hombre y la mujer debe durar al menos todo lo que dura la vida humana o la unión del alma y el cuerpo.

Que la elección que precede al amor es irrevocable, y por consiguiente también el amor mismo, se echa de ver en que no es una elección caprichosa o arbitraria, sino fundada en el valor mismo de la persona amada, que es inmutable. Cuando el amor es verdadero no está fundado en las cualidades corporales de una persona ni tampoco en sus cualidades espirituales; está fundado en la persona misma, en su sustancia, que es a la par espiritual y corporal. Por eso, mientras no cambie el fundamento del amor no tiene por qué cambiar el amor. De donde el amor entre personas debe durar todo lo que duren dichas personas.  Por su propia naturaleza es un amor permanente hasta la muerte.

Fuente: dianet.unav.edu

9/18/24

El viaje apostólico a Indonesia, Papúa Nueva Guinea, Timor Oriental y Singapur

El Papa en la Audiencia General

Catequesis. 

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy les hablaré del viaje apostólico que realicé a Asia y Oceanía.

Se llama “viaje apostólico” porque no es un viaje de turismo, es un viaje para llevar la Palabra del Señor, para dar a conocer al Señor, y también para conocer las almas de los pueblos. Y esto es muy hermoso.

Fue Pablo VI, en 1970, el primer Papa que voló al encuentro del sol naciente, visitando largamente Filipinas y Australia, pero también haciendo escala en varios países asiáticos y en las islas Samoa. ¡Y fue un viaje memorable! Porque el primero en salir del Vaticano fue San Juan XXIII, que se fue en tren a Asís; posteriormente, San Pablo VI hizo este: ¡un viaje memorable! También en esto, intenté seguir su ejemplo; pero como tengo algunos años más que él, me limité a cuatro países: Indonesia, Papúa Nueva Guinea, Timor Oriental y Singapur. ¡Doy gracias al Señor, que me permitió hacer como Papa anciano lo que me hubiera gustado hacer como joven jesuita, ¡porque quería ir en misión allí!

Una primera reflexión que surge espontáneamente tras este viaje es que, al pensar en la Iglesia, todavía seguimos siendo demasiado eurocéntricos o, como se suele decir, «occidentales». Pero en realidad, la Iglesia es mucho más grande, mucho más grande que Roma y Europa, mucho más grande, y – permítanme decirlo - mucho más viva en esos países. Lo experimenté con emoción cuando conocí esas comunidades, escuchando los testimonios de sacerdotes, monjas, laicos, especialmente catequistas – los catequistas son los que llevan adelante la evangelización - Iglesias que no hacen proselitismo, sino que crecen por «atracción», como decía sabiamente Benedicto XVI.

En Indonesia, los cristianos son aproximadamente el 10%, y los católicos el 3%, una minoría. Pero lo que encontré fue una Iglesia viva, dinámica, capaz de vivir y transmitir el Evangelio en un país que tiene una cultura muy noble, proclive a armonizar la diversidad, y que al mismo tiempo cuenta con la mayor presencia de musulmanes del mundo. En ese contexto, tuve la confirmación de cómo la compasión es el camino por el que los cristianos pueden y deben caminar para dar testimonio de Cristo Salvador y encontrarse al mismo tiempo con las grandes tradiciones religiosas y culturales. En cuanto a la compasión, no olvidemos las tres características del Señor: cercanía, misericordia y compasión. Dios es cercano, Dios es misericordioso y Dios es compasivo. Si un cristiano no tiene compasión, no sirve para nada. «Fe, fraternidad, compasión» fue el lema de la visita a Indonesia: con estas palabras el Evangelio entra cada día, concretamente, en la vida de ese pueblo, acogiéndola y dándole la gracia de Jesús muerto y resucitado. Estas palabras son como un puente, como el paso subterráneo que une la catedral de Yakarta con la mezquita más grande de Asia. Allí vi que la fraternidad es el futuro, es la respuesta a la anti-civilidad, a las tramas diabólicas del odio y de la guerra, también del sectarismo. Existe la hermandad, la fraternidad.

Encontré la belleza de una Iglesia misionera, “en salida”, en Papúa Nueva Guinea, un archipiélago que se extiende hacia la inmensidad del océano Pacífico. Allí, las diferentes etnias hablan más de ochocientas lenguas: un entorno ideal para el Espíritu Santo, al que le gusta hacer resonar el mensaje del Amor en la sinfonía de los lenguajes. No es uniformidad lo que hace el Espíritu Santo, es sinfonía, es armonía, Él es el “patrón”, Él es el jefe de la armonía. Allí, de manera especial, los protagonistas fueron y siguen siendo los misioneros y los catequistas. Me alegró el corazón poder pasar algún tiempo con los misioneros y catequistas de hoy; y me conmovió escuchar las canciones y la música de los jóvenes: en ellos vi un futuro nuevo, sin violencia tribal, sin dependencias, sin colonialismo ideológico y económico; un futuro de fraternidad y de cuidado del maravilloso ambiente natural. Papúa Nueva Guinea puede ser un «laboratorio» de este modelo de desarrollo integral, animado por la “levadura” del Evangelio. Porque no hay humanidad nueva sin hombres y mujeres nuevos, y éstos sólo los hace el Señor. Y también me gustaría mencionar mi visita a Vanimo, donde los misioneros se encuentran entre la selva y el mar. Entran en la selva para buscar a las tribus más escondidas…Un recuerdo precioso, éste.

La fuerza de promoción humana y social del mensaje cristiano destaca de forma particular en la historia de Timor Oriental. Allí, la Iglesia ha compartido el proceso de independencia con todo el pueblo, orientándolo siempre hacia la paz y la reconciliación. No se trata de una ideologización de la fe, no, es la fe la que se hace cultura y al mismo tiempo la ilumina, la purifica y la eleva. Por eso relancé la fructífera relación entre fe y cultura, en la que ya se había centrado San Juan Pablo II en su visita. Hay que inculturar la fe y evangelizar las culturas. Fe y cultura. Pero, sobre todo, me impresionó la belleza de ese pueblo: un pueblo probado pero alegre, un pueblo sabio en el sufrimiento. Un pueblo que no sólo genera muchos niños - ¡había un mar de niños, tantos! – sino que les enseña a sonreír. Nunca olvidaré la sonrisa de los niños de esa patria, de esa región. Los niños de allí siempre sonríen, y son muchos. Ese pueblo les enseña a sonreír, y esto es una garantía de futuro. En resumen, en Timor Oriental vi la juventud de la Iglesia: familias, niños, jóvenes, muchos seminaristas y aspirantes a la vida consagrada. Quisiera decir, sin exagerar, que ¡respiré «aire de primavera»!

La última etapa de este viaje fue Singapur. Un país muy diferente de los otros tres: una ciudad-estado, muy moderna, el polo económico y financiero de Asia y no solo. Los cristianos allí son una minoría, pero siguen formando una Iglesia viva, comprometida a generar armonía y fraternidad entre las diferentes etnias, culturas y religiones. Incluso en la rica Singapur existen los «pequeños», que siguen el Evangelio y se convierten en sal y luz, testigos de una esperanza más grande de aquella que los beneficios económicos pueden garantizar.

Quisiera dar las gracias a estos pueblos que me han acogido con tanto calor, con tanto amor. Quiero dar las gracias a sus Gobiernos, que tanto han ayudado en esta visita, para que pudiera realizarse de forma ordenada, sin problemas. Doy las gracias a todos los que han colaborado en ello. ¡Agradezco a Dios el don de este viaje! Y renuevo mi gratitud a todos, a todos ellos. ¡Que Dios bendiga a los pueblos que he encontrado y los guíe por el camino de la paz y de la fraternidad!

¡Saludos a todos!
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Saludos

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Agradezco al Señor por el don de la visita a Asia y Oceanía, así como a todas las personas que me han acompañado con sus oraciones. También renuevo mi gratitud a las autoridades y a las Iglesias locales que me han acogido con tanto entusiasmo. Que Jesús los bendiga, los guíe por caminos de paz y fraternidad, y la Virgen Santa los cuide. Muchas gracias.
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Resumen leído en español por el Santo Padre Francisco

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy quiero compartir con ustedes algunas vivencias del viaje apostólico que realicé en Asia y Oceanía. Allí me encontré con comunidades que dan testimonio de una Iglesia en salida, una Iglesia viva y alegre. En Indonesia pude ver cómo la fe, la fraternidad y la compasión son el camino para anunciar a Cristo y establecer puentes con las grandes tradiciones religiosas y culturales. En Papúa Nueva Guinea fui testigo de la gran labor de los misioneros y catequistas que, con la fuerza del Espíritu Santo, transmiten la alegría del Evangelio a grupos étnicos que hablan más de ochocientas lenguas.

Quiero recordar de alguna manera a los misioneros de Vanimo, que están entre el mar y la selva, y que continuamente entran en la selva para llegar a las tribus mas lejanas.

En Timor Oriental la Iglesia es un instrumento de paz y reconciliación, llamada a promover la relación entre fe y cultura. Es un pueblo joven que, aun probado por el sufrimiento, no deja de sonreír. Fue muy hermoso ver la sonrisa de los niños. La última etapa del viaje fue Singapur, un país moderno y próspero, donde los cristianos constituyen una minoría, pero que son sal y luz, testimoniando que hay una esperanza mucho más grande de aquella que los beneficios económicos pueden ofrecer.
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Llamamientos

En los últimos días, fuertes lluvias torrenciales han azotado Europa Central y Oriental, causando muertos, desaparecidos y cuantiosos daños. Austria, Rumanía, la República Checa y Polonia, en particular, tienen que hacer frente a los trágicos inconvenientes causados por las inundaciones. Aseguro a todos mi cercanía, rezando especialmente por los que han perdido la vida y por sus familias. Agradezco y animo a las comunidades católicas locales y a otras organizaciones de voluntarios por la ayuda y el socorro que están aportando.

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El próximo sábado, 21 de septiembre, es el Día Mundial del Alzheimer. Recemos para que la ciencia médica pueda ofrecer pronto perspectivas de cura para esta enfermedad, y para que se realicen más y más acciones adecuadas para apoyar a los enfermos y a sus familias.

Fuente: vatican.va