4/14/25

La verdad de la Semana Santa

Juan Luis Selma

Hace unos días, conversando con mi peluquero, salió el tema de las procesiones y del ambiente cofrade que se respira por todas partes. Es verdad que hay un gran fervor popular que, si Dios quiere y el tiempo lo permite, llenará las calles. Habrá bullas, se percibirá el aroma de incienso y azahar, y será todo un espectáculo. Sin embargo, mi interlocutor opinaba que las imágenes están todo el año en las iglesias esperándonos, y que a veces falta autenticidad, un sentido más profundo y mayor fe.

También pregunté a un grupo de niños por qué salíamos a ver procesiones. Las respuestas fueron variadas: “porque es bonito”, “porque va toda la familia”, “porque me gusta” … Pero uno de ellos dio en la tecla adecuada: “Para acompañar al Señor”. De los niños, la verdad.

Comentábamos que la belleza de las estaciones de penitencia, con sus pasos ornamentados, la música, las flores y las sagradas imágenes, te eleva al cielo. No obstante, alguien comentó que cómo te puede llenar una imagen de la Virgen llena de lágrimas o un Cristo llagado.

El cardenal Ratzinger decía: “Pero precisamente en este rostro tan desfigurado aparece la auténtica belleza: la belleza del amor que llega ‘hasta el final’ y que se revela más fuerte que la mentira y la violencia… Tenemos que aprender a verlo; si somos golpeados por el dardo de su paradójica belleza, entonces le conoceremos verdaderamente. Quien es la belleza misma se ha dejado golpear el rostro, escupir a la cara, coronar de espinas –la Sábana Santa de Turín puede hacernos imaginar todo esto de manera impactante”-.

El Domingo de Ramos da inicio a la Semana Santa y, además de acompañarle en su entrada triunfal en Jerusalén, leeremos el relato completo de su Pasión, que termina así: “El centurión, al ver lo ocurrido, daba gloria a Dios diciendo: Realmente, este hombre era justo. Toda la muchedumbre que había concurrido a este espectáculo, al ver las cosas que habían ocurrido, se volvía dándose golpes de pecho. Todos sus conocidos y las mujeres que lo habían seguido desde Galilea se mantenían a distancia, viendo todo esto”.

Nosotros no queremos mantener las distancias; queremos acompañarle muy de cerca, tanto que nos gustaría ser como un Cirineo que le ayuda con su cruz, una Verónica que limpia su rostro o una María que le envuelve con su cariño. La verdad de la Semana Santa es el amor infinito con el que nos ama Dios, tanto que da su vida por nosotros. No debemos quedarnos en lo superficial.

Dicen los clásicos que de todo lo real emanan tres características o trascendentales: la belleza, la bondad y la verdad. Las procesiones, el fervor cofrade y los espectadores no deberían quedarse en lo superficial, sino profundizar más; buscar y captar la verdad de lo que se vive para poder disfrutarlo plenamente.

Sé que algunos aficionados al mundo de las hermandades dicen que no creen en Dios y se quedan en lo cultural, folclórico o simplemente estético. Allá ellos, pues solo llegan a experimentar una mínima parte de lo que significa. Como decía Ratzinger: “Hoy día el mensaje de la belleza es puesto en duda por el poder de la mentira, que se sirve de varias estratagemas. Una de ellas es promover una belleza que no despierta la nostalgia de lo inefable, sino que promueve más bien la voluntad de posesión… Tiene que enfrentarse a la belleza mendaz que hace al hombre más pequeño”.

La belleza que salva es la auténtica, la que se une al bien porque nos hace mejores, y a la verdad; porque capta la realidad de lo que es, se hace y se celebra. No debemos olvidar estas tres características en lo que vivimos durante estos días. No podemos ser como “japoneses” que se limitan a sacar fotos de los pasos o grabar vídeos de las marchas.

Quien comprende el alma andaluza reflejada en su Semana Santa sale a las calles para celebrar los momentos estelares de la fe. El ornato de los pasos, el incienso quemado, la cera y las flores, la música, los costaleros y los penitentes son concreciones de una convicción, mayor o menor, de que estamos acompañando al Cristo y a su Madre Dolorosa por nuestros templos y calles.

Los costaleros son los pies del Nazareno y de María Santísima; los penitentes son el cortejo que acompaña al Señor; y los espectadores representan a las mujeres de Jerusalén que lloran ante tanta injusticia. Son necesarios cirineos, verónicas y almas santas y delicadas que se diferencien de la multitud que gritaba: “¡Crucifícalo!”.

La Semana Santa es un momento para reflexionar sobre nuestras debilidades, renovar nuestra fe y comprometernos a vivir con autenticidad y entrega. En la Pasión de Cristo encontramos una invitación a examinar nuestra vida, a poner amor en cada acción y a mostrar a los demás el amor de Dios.

Fuente: eldiadecordoba.es

4/13/25

Pasión del Señor

El Papa en el Ángelus

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy, Domingo de Ramos, en el Evangelio hemos escuchado el relato de la Pasión del Señor según san Lucas (cf. Lc 22,14-23,56). Hemos escuchado a Jesús dirigirse varias veces al Padre: «Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz; pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya» (22,42); «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (23,34); «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu» (23,46). Indefenso y humillado, lo hemos visto caminar hacia la cruz con los sentimientos y el corazón de un niño agarrado al cuello de su padre, frágil en la carne, pero fuerte en el abandono confiado, hasta a dormirse, en la muerte, entre sus brazos.

Son sentimientos que la liturgia nos llama a contemplar y a hacer nuestros. Todos tenemos dolores, físicos o morales, y la fe nos ayuda a no ceder a la desesperación, a no cerrarnos en la amargura, sino a afrontarlos sintiéndonos arropados, como Jesús, por el abrazo providencial y misericordioso del Padre.

Hermanas y hermanos, os agradezco mucho por vuestras oraciones. En este momento de debilidad física me ayudan a sentir aún más la cercanía, la compasión y la ternura de Dios. Yo también rezo por vosotros y os pido que encomendéis conmigo al Señor a todos los que sufren, especialmente a los afectados por la guerra, por la pobreza o por los desastres naturales. En particular, que Dios acoja en su paz a las víctimas del derrumbe de un local en Santo Domingo, y sostenga a sus familiares.

El 15 de abril será el segundo triste aniversario del inicio del conflicto en Sudán, con miles de muertos y millones de familias forzadas a abandonar sus casas. El sufrimiento de los niños, de las mujeres y de las personas vulnerables grita al cielo y nos implora que actuemos. Renuevo mi llamamiento a las partes implicadas para que pongan fin a la violencia y emprendan caminos de diálogo y a la Comunidad internacional, para que a la población no le falten las ayudas esenciales.

Y recordemos también al Líbano, donde hace cincuenta años comenzó una trágica guerra civil: que con la ayuda de Dios pueda vivir en paz y prosperidad.

Que llegue por fin la paz a la martirizada Ucrania, a Palestina, Israel, la República Democrática del Congo, Myanmar, Sudán del Sur. Que María, Madre, Virgen de los Dolores, nos conceda esta gracia y nos ayude a vivir con fe la Semana Santa.

Fuente: vatican.va

4/12/25

Semana Santa Jesús

Domingo de Ramos (Ciclo C)

Evangelio (Lc 19,28-40)

Dicho esto, caminaba delante de ellos subiendo a Jerusalén.

Y cuando se acercó a Betfagé y Betania, junto al monte llamado de los Olivos, envió a dos discípulos, diciendo:

—Id a la aldea que está enfrente; al entrar en ella encontraréis un borrico atado, en el que todavía no ha montado nadie; desatadlo y traedlo. Y si alguien os pregunta por qué lo desatáis, le responderéis esto: «Porque el Señor lo necesita».

Los enviados fueron y lo encontraron tal como les había dicho. Al desatar el borrico sus amos les dijeron:

—¿Por qué desatáis el borrico?

—Porque el Señor lo necesita —contestaron ellos.

Se lo llevaron a Jesús. Y echando sus mantos sobre el borrico hicieron montar a Jesús. Según él avanzaba extendían sus mantos por el camino. Al acercarse, ya en la bajada del monte de los Olivos, toda la multitud de los discípulos, llena de alegría, comenzó a alabar a Dios en alta voz por todos los prodigios que habían visto, diciendo:

¡Bendito el Rey que viene en nombre del Señor!

¡Paz en el cielo y gloria en las alturas!

Algunos fariseos de entre la multitud le dijeron:

—Maestro, reprende a tus discípulos.

Él les respondió:

—Os digo que si éstos callan gritarán las piedras.

Comentario

Este domingo es considerado por la liturgia como el “Domingo de Ramos en la Pasión del Señor”, porque conmemora la entrada de Cristo en Jerusalén para consumar su Misterio Pascual. Por eso se leen desde muy antiguo dos evangelios en este día. Como explica el Papa Francisco, “esta celebración tiene como un doble sabor, dulce y amargo, es alegre y dolorosa, porque en ella celebramos la entrada del Señor en Jerusalén, aclamado por sus discípulos como rey, al mismo tiempo que se proclama solemnemente el relato del evangelio sobre su pasión. Por eso nuestro corazón siente ese doloroso contraste y experimenta en cierta medida lo que Jesús sintió en su corazón en ese día, el día en que se regocijó con sus amigos y lloró sobre Jerusalén”.

Benedicto XVI señala que el pasaje de la entrada triunfal “está cargado de referencias misteriosas”. De la versión de Lucas podemos fijarnos en varias de ellas. Por un lado, Jesús desciende el Monte de los Olivos desde Betfagé y Betania, por donde se esperaba la entrada del Mesías. Con sus precisas instrucciones sobre el burro, Jesús emplea el derecho de los reyes a pedir una montura para uso personal. David mandó montar a su hijo Salomón sobre su propio burro para ser llevado a ungir como rey (1Re 1,33). El borriquillo estaba atado, como anunció Jacob que haría Judá con el suyo (Gn 49,11).

Por otro lado, la gente alfombraba con sus mantos el paso de Jesús, como hacían los habitantes de Jerusalén antiguamente en honor de los reyes (2Re 9,13). Y la multitud, llena de júbilo, empezó a cantar para Jesús una versión del Salmo 118: “¡Bendito el Rey que viene en nombre del Señor!”. Y también decían “paz en el cielo, gloria en las alturas”, palabras que nos recuerdan el canto de los ángeles, cuando Jesús nació en Belén (cfr. Lc 2,14), en la ciudad del rey David y del Mesías.

El trasfondo mesiánico de lo que estaba pasando no escapó a la observación de los fariseos, quienes pidieron escandalizados que Jesús reprendiera a sus discípulos. Pero el Maestro les señala la dureza de su corazón. Eran tan claras las señales del Mesías que hasta las piedras gritarían en su honor si ellos consiguieran callar a los discípulos. Y de hecho, como explica un Padre de la Iglesia, “una vez crucificado el Señor, ya que callaron sus conocidos por el temor que tenían, las piedras y las rocas le alabaron, porque, cuando expiró, la tierra tembló, las piedras se rompieron entre sí y los sepulcros se abrieron”.

“Así como entonces el Señor entró en la Ciudad Santa a lomos del asno –dice Benedicto XVI−, así también la Iglesia lo veía llegar siempre nuevamente bajo la humilde apariencia del pan y el vino”. Por eso, la escena del domingo de Ramos se repite en cierto modo en nuestra propia vida. Jesús se acerca a la ciudad de nuestra alma a lomos de lo ordinario: en la sobriedad de los sacramentos; o en las suaves insinuaciones, como las que San Josemaría señalaba en su homilía sobre esta fiesta: “vive con puntualidad el cumplimiento del deber; sonríe a quien lo necesite, aunque tú tengas el alma dolorida; dedica, sin regateo, el tiempo necesario a la oración; acude en ayuda de quien te busca; practica la justicia, ampliándola con la gracia de la caridad”.

En este episodio también podemos contemplar con san Josemaría la figura del borrico: “Hay cientos de animales más hermosos, más hábiles y más crueles. Pero Cristo se fijó en él, para presentarse como rey ante el pueblo que lo aclamaba. Porque Jesús no sabe qué hacer con la astucia calculadora, con la crueldad de corazones fríos, con la hermosura vistosa pero hueca. Nuestro Señor estima la alegría de un corazón mozo, el paso sencillo, la voz sin falsete, los ojos limpios, el oído atento a su palabra de cariño. Así reina en el alma”. Quien recibe a Jesús con humildad y sencillez, luego lo lleva a todas partes.

Fuente: opusdei.org


4/11/25

Mi Iglesia me escandaliza… a veces

Benigno Blanco

Soy católico y jurista. Como católico reconozco los poderes del Papa –tanto ejecutivos como legislativos y judiciales, usando terminología moderna– en el seno de la Iglesia. Como jurista deseo y espero que el uso de esos poderes se haga conforme a los criterios de la ética jurídica de universal aceptación en el siglo XXI, criterios que derivan del fondo cristiano de la mejor moral fundante de nuestra cultura y que han sido propuestos por la doctrina social de la Iglesia reiteradamente. Por eso, me desconcierta –¿me escandaliza? Sí– que en la Iglesia se usen poderes legítimos sin respeto a los derechos humanos más elementales que la propia Iglesia defiende, preconiza y propone a los poderes estatales, conforme a su misión de defensa de la dignidad humana.

Esa ética jurídica de universal aceptación defendida por la Iglesia se apoya en la Declaración Universal de los Derechos Humanos que exige, entre otras cosas, que los delitos sean juzgados por el juez predeterminado por la ley, conforme a las leyes vigentes cuando los hechos enjuiciados sucedieron, con pleno respeto al derecho de presunción de inocencia como contenido esencial de la dignidad humana, sin aplicar retroactivamente leyes sancionadoras, garantizando el derecho del acusado a no ser juzgado más de una vez por los mismos hechos ya juzgados y a aportar las pruebas que juzgue pertinentes en el proceso de que sea parte y a ser defendido por el abogado de su libre elección. Las citadas exigencias son concreciones de principios morales básicos defendidos por la moral cristiana en materia de ejercicio de las potestades judiciales por parte de las autoridades legítimas; que también son aplicables a las autoridades eclesiásticas cuando ejercen potestades jurisdiccionales y sancionadoras en su ámbito de competencia.

Un poder legítimo, si actúa arbitrariamente y violando derechos humanos, pierde su legitimidad de ejercicio; sea Trump, Putin o un obispo de la Iglesia católica que actúa como juez en un proceso canónico.

Me suscitan las anteriores reflexiones la lectura del decreto (la sentencia, en términos civiles) por el que el obispo de Teruel condena a José María Martínez, antiguo profesor del colegio Gaztelueta, a ser expulsado del Opus Dei. El señor Martínez fue juzgado por el juez predeterminado por la ley canónica –la Congregación para la Doctrina de la Fe– y absuelto; ahora es juzgado de nuevo por un juez nombrado 'ad hoc' fuera de todo procedimiento predeterminado y aplicando retroactivamente leyes posteriores a los hechos juzgados; el obispo juez ha rechazado (sin motivación alguna que conste en el decreto condenatorio) la mayor parte de las pruebas propuestas por el acusado, al que –además– se le ha prohibido ser defendido por los abogados por él elegidos; en el decreto condenatorio no hay ni una palabra sobre el derecho a la presunción de inocencia del acusado, derecho que ha sido despreciado –por tanto– por el obispo que sentencia y condena, obispo que solo tiene en cuenta las pruebas periciales presentadas por el denunciante y desprecia –sin valorarlas– las periciales del acusado, incurriendo en el mismo defecto que denunció el TS español al enjuiciar el mismo caso por parte de la Audiencia de Vizcaya, aunque esa sentencia del Tribunal Supremo es citada como antecedente relevante por el mismo obispo.

En este caso se han dado además otras circunstancias que chirrían en mi conciencia moral como jurista cristiano: el Papa, impulsor de esta fase del proceso, ha recibido y escuchado al acusador pero se ha negado a recibir y escuchar al denunciado, forma de actuar poco compatible con la imparcialidad exigible; la normativa de general y universal aplicación se ha modificado por el legislador solo para este caso concreto, autorizando la aplicación de normas posteriores a los hechos y previstas para sujetos distintos del acusado; la normativa a aplicar a efectos de la acusación y la sanción se han cambiado, constante el proceso, al comprobar lo absurdo del planteamiento inicial, suscitando así la sospecha de que se trataba de condenar como fuese: dado que no era de recibo aplicar las normas del Código de Derecho Canónico sobre sacerdotes, se transformó sobre la marcha el caso en un proceso sobre la aplicación de los estatutos del Opus Dei a un miembro laico de esa institución, aunque violando de nuevo el derecho del acusado a ser juzgado por las autoridades competentes predeterminadas por esos mismos estatutos.

Para mi conciencia jurídica resultan especialmente escandalosas las siguientes circunstancias concurrentes en este caso: que cuando alguien ha sido absuelto por el tribunal competente, se nombre un nuevo tribunal 'ad hoc' no previsto en la normativa aplicable para que juzgue de nuevo los mismo hechos; que ese nuevo tribunal prohíba al acusado presentar pruebas de su inocencia y que no tenga en cuenta ni valore el derecho humano a la presunción de inocencia; que la normativa a aplicar al caso se cree singularmente para este caso derogando la legislación general preexistente, declarando la retroactividad de normas sancionadores posteriores y cambiando esas normas y las sanciones posibles sobre la marcha a gusto del juzgador. Si esto lo hiciese un Estado contemporáneo, no dudaría en calificarlo de totalitario e incompatible con el respeto a los derechos humanos de universal aplicabilidad según los artículos 10 y 11 de la Declaración Universal de Derechos Humanos, considerada por la doctrina social de la Iglesia como piedra angular del respeto a la dignidad humana que está en la base de toda la moral cristiana.

No puedo entender que en la Iglesia se ejerza el poder de esta forma arbitraria y tan poco respetuosa con los derechos humanos. Me escandaliza la Iglesia cuando ha encubierto casos de abusos y me escandaliza cuando juzga sin respetar los derechos humanos básicos en materia procesal. Sin embargo, sigo el ejemplo admirable de José María Martínez, la víctima de este entuerto, y reafirmo mi amor y respeto a mi Iglesia y al Papa.

Fuente: abc.es


4/10/25

Documento vaticano sobre el Concilio de Nicea

Cindy Wooden, CNS.

El próximo 20 de mayo, se conmemorará el 1700 aniversario del primer concilio ecuménico, un evento histórico clave por la formulación del Credo. En este contexto, la Comisión Teológica Internacional ha elaborado un documento de casi setenta páginas con el propósito de resaltar la importancia fundamental de aquel concilio, proyectándolo como un recurso esencial para la nueva etapa de evangelización.

Los cristianos no deberían ver el Credo de Nicea simplemente como una lista de cosas en las que creen, sino que deberían mirarlo con asombro porque relata la grandeza del amor de Dios y el don de la salvación, dijeron miembros de la Comisión Teológica Internacional.

Nicea presenta la realidad de la obra redentora: en Cristo, Dios nos salva entrando en la historia. No envía un ángel ni un héroe humano, sino que entra él mismo en la historia humana, naciendo de una mujer, María, en el pueblo de Israel y muriendo en un período histórico específico, ‘bajo Poncio Pilato’», dijeron los estudiosos.

Documento de la Comisión Teológica Internacional

Los miembros de la comisión, que son nombrados por el Papa y asesoran al Dicasterio para la Doctrina de la Fe, publicaron el documento «Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador: 1700 aniversario del Concilio Ecuménico de Nicea (325-2025)».

El documento fue aprobado por el cardenal Víctor Manuel Fernández, prefecto del dicasterio y presidente de la comisión, y su publicación fue autorizada por el Papa Francisco. El texto se publicó el 3 de abril en francés, alemán, italiano, portugués y español. Se está preparando una traducción al inglés.

El Concilio de Nicea se reunió en el año 325 en la actual Iznik, Turquía. Fue el primero de los concilios ecuménicos que reunió a obispos de todas las comunidades cristianas.

«Su profesión de fe y sus decisiones canónicas fueron promulgadas como normativa para toda la iglesia», declararon los miembros de la comisión teológica. «La comunión y unidad sin precedentes que suscitó en la iglesia el acontecimiento de Jesucristo se hacen visibles y efectivas de una manera nueva mediante una estructura de alcance universal, y la proclamación de la buena nueva de Cristo en toda su inmensidad también recibe un instrumento de autoridad y alcance sin precedentes».

Concilio de Constantinopla

Si bien la redacción del Credo fue perfeccionada en el Concilio de Constantinopla en 381, afirmó la comisión, sus afirmaciones básicas fueron definidas en Nicea y continúan formando la profesión de fe esencial para todos los cristianos.

Al recitar lo que técnicamente es el Credo Niceno-Constantinopolitano, «confesamos que la Verdad trascendente está escrita en la historia y actúa en ella», decía el documento. «Por eso, el mensaje de Jesús es indisociable de su persona: él es «el camino, la verdad y la vida» para todos, y no solo un maestro de sabiduría entre otros».

La celebración del 1.700 aniversario del Concilio debería dar nuevo impulso a los esfuerzos de evangelización, afirma el documento.

Utilizar el Credo como punto de partida para proclamar a Jesús como salvador, dice el Santo Padre, significa ante todo «maravillarse» de la inmensidad del amor y de la obediencia de Cristo «para que todos queden maravillados» y «reavivar el fuego de nuestro amor por el Señor Jesús, para que todos ardan de amor por él».

Lo divino y lo humano

«Proclamar a Jesús como nuestra salvación desde la fe expresada en Nicea no implica ignorar la realidad de la humanidad», decía. «No nos distrae de los sufrimientos y las conmociones que atormentan al mundo y que hoy parecen socavar toda esperanza».

«Más bien», decía, «afronta estas dificultades confesando la única redención posible, adquirida por Aquel que conoció en lo más profundo de su ser la violencia del pecado y del rechazo, la soledad del abandono y la muerte y que, del abismo del mal, resucitó para llevarnos, en su victoria, a la gloria de la resurrección».

Es más, dijeron los teólogos, «la fe de Nicea, en su belleza y grandeza, es la fe común de todos los cristianos. Todos están unidos en la profesión del Símbolo de Nicea-Constantinopla, aunque no todos otorguen un estatus idéntico a este concilio y sus decisiones».

Aún así, dijeron, celebrar juntos el aniversario es «una valiosa oportunidad para enfatizar que lo que tenemos en común es mucho más fuerte, cuantitativa y cualitativamente, que lo que nos divide: todos juntos, creemos en el Dios trino; en Cristo verdadero hombre y verdadero Dios; en la salvación en Jesucristo, según las Escrituras leídas en la Iglesia y bajo la guía del Espíritu Santo; juntos, creemos en la Iglesia, el bautismo, la resurrección de los muertos y la vida eterna».

Del Credo a la esperanza

El Credo también debe inspirar esperanza entre los individuos al reconocer en varias líneas cómo Dios los creó, los ama, los salva y los llevará a él al final de los tiempos, afirma el documento.

«Además», decía, «la esperanza en la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro» atestigua el inmenso valor de la persona individual, que no está destinada a desaparecer en la nada ni en el todo, sino que está llamada a una relación eterna con ese Dios que eligió a cada persona antes de la creación del mundo».

La Comisión Teológica Internacional también pidió a la gente que considerara su afirmación de que la iglesia es «una, santa, católica y apostólica». Los cristianos profesan y creen, dijo la comisión, que «la Iglesia es una más allá de sus divisiones visibles, santa más allá de los pecados de sus miembros y de los errores cometidos por sus estructuras institucionales», así como universal y apostólica de un modo que va más allá de las tensiones culturales y nacionales que la han plagado en diferentes momentos de su historia.

La unidad de la Iglesia

Uno de los objetivos del concilio era establecer una fecha común para la Pascua que expresara la unidad de la iglesia, según el documento. Desafortunadamente, desde la reforma del calendario a finales del siglo XVI, la Pascua según el calendario juliano, utilizado por algunas iglesias ortodoxas, solo coincide ocasionalmente con la Pascua según el calendario gregoriano, utilizado en Occidente y por muchos cristianos orientales.

La diferente fecha de celebración de «la fiesta más importante» del calendario cristiano «crea malestar pastoral en las comunidades, hasta el punto de dividir a las familias y provocar escándalo entre los no cristianos, dañando así el testimonio dado del Evangelio», afirma el documento.

Sin embargo, en 2025 los calendarios coincidirán, lo que, según los teólogos, debería dar más energía al diálogo para llegar a un acuerdo.

A finales de enero, el Papa Francisco reafirmó la posición católica, adoptada oficialmente por San Pablo VI en los años 60: si los cristianos orientales se ponen de acuerdo sobre una manera de determinar una fecha común para la Pascua, la Iglesia católica la aceptará.

Fuente: omnesmag.com

4/09/25

Mensaje del Prelado del Opus Dei(8 abril 2025)

 Mons. Fernando Ocáriz

Queridísimos: ¡que Jesús me guarde a mis hijas y a mis hijos!

Sigamos rezando mucho por la completa recuperación de la salud del Papa, muy unidos a toda la Iglesia, que en el Romano Pontífice tiene su principio visible de unidad.

Como sabéis, a finales de marzo tuve la alegría de participar en la celebración, en Zaragoza, del centenario de la ordenación sacerdotal de san Josemaría. Ha sido una particular ocasión de dar gracias a Dios, de reavivar nuestra devoción –llena de agradecimiento y de cariño– a nuestro Padre, con la alegría también de ver a muchas personas, especialmente hijas e hijos míos.

Está ya muy próxima la Semana Santa: días en los que la liturgia de la Iglesia –sobre todo en el Triduo Pascual– nos impulsa a una mayor unión con Jesucristo. Unión de fe, de esperanza y de amor. No nos cansemos de contemplar que «la víspera de la Pascua, como Jesús sabía que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin» (Jn 13,1). Y ese amor atraviesa los siglos haciéndose hoy y ahora presente en nuestras vidas. Como cada año, en esas fechas tendrán lugar muchas y variadas actividades apostólicas; entre estas, el Univ en Roma: las acompañamos con nuestra oración.

Está también muy cercano el Congreso general ordinario de la Obra. Durará varios días, divididos en dos partes (una para cada sección) entre el 23 de este mes y el 5 de mayo. Como está previsto, se harán los nombramientos para el Consejo General y la Asesoría Central, y se estudiará el impulso de las labores apostólicas, también a la vista de las conclusiones de las pasadas Asambleas de trabajo en las Regiones. Además, en este Congreso se tratará de la propuesta –definitiva por nuestra parte– del texto de los Estatutos, para presentar ya a la aprobación de la Santa Sede. Participad todos con vuestra oración.

Con todo cariño, os bendice vuestro Padre


Roma, 8 de abril de 2025

Fuente: opusdei.org

Jesucristo, nuestra esperanza.

CATEQUESIS DEL PAPA PREPARADA PARA LA AUDIENCIA GENERAL

Ciclo de catequesis - Jubileo 2025.  II. La vida de Jesús. Los encuentros. 4. El hombre rico. Jesús «lo miró con amor» (Mc 10,21)

Queridos hermanos y hermanas,

hoy nos detenemos en otro de los encuentros de Jesús narrados en los Evangelios. Esta vez, sin embargo, la persona encontrada no tiene nombre. El evangelista Marcos la presenta simplemente como «un hombre» (10,17). Se trata de un hombre que desde joven ha observado los mandamientos, pero que, a pesar de ello, aún no ha encontrado el sentido de su vida. Lo está buscando. Quizá es alguien que no se ha decidido del todo, a pesar de parecer una persona comprometida. De hecho, más allá de las cosas que hacemos, de los sacrificios o de los éxitos, lo que realmente importa para ser feliz es lo que llevamos en el corazón. Si un barco debe zarpar y dejar el puerto para navegar en mar abierto, puede ser un barco maravilloso, con una tripulación excepcional, pero si no levanta los lastres y las anclas que lo mantienen firme, nunca podrá partir. Este hombre se construyó un barco de lujo, ¡pero se quedó en el puerto!

Mientras Jesús va por el camino, este hombre corre hacia Él, se arrodilla ante Él y le pregunta: «Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?» (v. 17). Observemos los verbos: «¿Qué debo hacer para tener en herencia la vida eterna?». Como la observancia de la ley no le ha dado la felicidad y la seguridad de ser salvado, se dirige al maestro Jesús. Lo que llama la atención es que este hombre no conoce el vocabulario de la gratuidad. Todo parece debido. Todo es una obligación. La vida eterna es para él una herencia, algo que se obtiene por derecho, a través de una meticulosa observancia de los compromisos. Pero en una vida vivida así, aunque ciertamente a fin de bien, ¿qué espacio puede tener el amor?

Como siempre, Jesús va más allá de las apariencias. Si por un lado este hombre pone ante Jesús su buen currículum, Jesús va más allá y mira en su interior. El verbo que usa Marcos es muy significativo: «lo miró con amor» (v. 21). Precisamente porque Jesús mira en el interior de cada uno de nosotros, nos ama tal como somos realmente. ¿Qué habrá visto, de hecho, en el interior de esta persona? ¿Qué ve Jesús cuando mira en nuestro interior y nos ama, a pesar de nuestras distracciones y nuestros pecados? Ve nuestra fragilidad, pero también nuestro deseo de ser amados tal como somos.

Mirándolo en su interior – dice el Evangelio – «lo miró con amor» (v. 21). Jesús ama este hombre antes de haberle dirigido la invitación a seguirlo. Lo ama tal como es. El amor de Jesús es gratuito: exactamente lo contrario de la lógica del mérito que atormentaba a esta persona. Somos realmente felices cuando nos damos cuenta de que somos amados así, gratuitamente, por gracia. Y esto también vale en las relaciones entre nosotros: mientras intentemos comprar el amor o mendigar afecto, esas relaciones nunca nos harán sentir felices.

La propuesta que Jesús le hace a este hombre es cambiar su forma de vivir y de relacionarse con Dios. Jesús reconoce que, dentro de él, como en todos nosotros, hay algo que falta. Es el deseo que llevamos en el corazón de ser queridos. Hay una herida que nos pertenece como seres humanos, la herida a través de la cual puede pasar el amor.

Para llenar este vacío no hay que «comprar» reconocimiento, afecto, consideración; en cambio, hay que «vender» todo lo que nos pesa, para liberar nuestro corazón. No sirve de nada seguir quedándonos con las cosas, sino más bien dar a los pobres, poner a disposición, compartir. compartir.  

Finalmente, Jesús invita a este hombre a no quedarse solo. Lo invita a seguirlo, a estar dentro de una relación, a vivir una relación. Solo así, de hecho, será posible salir de la anonimidad. Podemos escuchar nuestro nombre solo dentro de una relación, en la que alguien nos llama. Si nos quedamos solos, nunca oiremos pronunciar nuestro nombre y seguiremos siendo «alguien», anónimos. Quizá hoy, precisamente porque vivimos en una cultura de autosuficiencia e individualismo, nos descubrimos más infelices, porque ya no oímos pronunciar nuestro nombre por alguien que nos quiere gratuitamente.

Este hombre no acoge la invitación de Jesús y se queda solo, porque los lastres de su vida lo retienen en el puerto. La tristeza es la señal de que no ha logrado partir. A veces pensamos que son riquezas y, en cambio, son solo pesos que nos están bloqueando. La esperanza es que esta persona, como cada uno de nosotros, tarde o temprano pueda cambiar y decidir ir mar adentro.

Hermanas y hermanos, encomendemos al Corazón de Jesús a todas las personas tristes e indecisas, para que puedan sentir la mirada de amor del Señor, que se conmueve al mirar con ternura dentro de nosotros.

Fuente: vatican.va

4/08/25

Gestionar la Infertilidad

Benigno Blanco

“La infertilidad desencadena una verdadera crisis vital. Y también es normal que esas emociones nos descoloquen y nos hagan sufrir”

Cristina López del Burgo ha escrito un libro de hondo calado humano y seriedad científica sobre la infertilidad. La autora es idónea para tratar este tema pues es doctora en medicina, especialista en medicina familiar y comunitaria, investigadora en sexualidad y fertilidad y -tras más de veinte años de matrimonio- no ha podido tener hijos. Sabe, pues, de lo que habla cuando escribe en El camino de la infertilidad. Luces, sombras y nuevos sueños (Ed. Alienta, 2024,268 págs.) sobre la experiencia de la infertilidad, cómo vivirla y -en su caso- acompañar a quienes pasan por esa situación que puede ser desconcertante y dolorosa para quienes, hombres y mujeres, han intentado construir un proyecto vital abierto a dar vida.

En esta obra la autora invita al lector “a que recorramos juntos el camino de la infertilidad” (pág. 23) pues “la infertilidad desencadena una verdadera crisis vital. Y también es normal que esas emociones nos descoloquen y nos hagan sufrir” (pág. 29). La doctora López del Burgo apoya lo que escribe en su propia experiencia y en lo que ha aprendido en el programa de acompañamiento para parejas con infertilidad que desarrolla hace muchos años y del que se puede obtener información en www.cristinalopezdelburgo.com/acompañamiento-grupal. Tanto los que viven esa situación como los que podemos estar cerca de ellos podemos aprender mucho para bien en este libro.

La obra se estructura como un camino con etapas: el diagnóstico de la infertilidad (cap. 5); las piedras que se encontrarán en el camino (cap. 6) derivadas de las propias dudas e inseguridades, las exigencias de las pruebas médicas, las incomprensiones y desaciertos de quienes nos rodean, etc.; las decisiones a adoptar: ¿naprotecnología, reproducción asistida, adopción, acogimiento o el camino de vivir sin hijos como otra forma de ser fecundos en el amor? (cap. 7); las complicaciones que pueden presentarse derivadas de los desacuerdos en la pareja sobre cómo actuar, los posibles abortos y el duelo perinatal, etc. (cap. 8); el final del camino: cómo asumir la infertilidad y recrear una historia de amor en pareja siendo fecundos de otra manera (cap. 9); y un apéndice para quienes dan valor al dato Dios en la propia vida (cap. 10).

Este libro contiene información científica muy valiosa sobre la fertilidad humana y sobre las alternativas de estudio y tratamiento de ese problema, especialmente en los capítulos 5 y 7; información que puede ser muy útil para quienes afrontan estas situaciones. Pero creo que lo más valioso y singular de la obra de la Dra. López del Burgo es la profunda comprensión realista del alma de quienes pasan por estas circunstancias y lo atinado de sus sugerencias y consejos que nacen de quien ha vivido lo mismo sobre lo que opina y ha acompañado a otros muchos que han pasado por lo mismo. Su empatía, delicadeza, comprensión y espíritu positivo pueden aportar mucho a quienes viven la infertilidad o conviven -familiares, amigos- con quienes afrontan estas situaciones.

Yo he aprendido mucho leyendo este libro, que está redactado en un estilo de carta personal de la autora a quienes viven lo que ella ha vivido y que está plagado de historias personales reales de ella misma y de las parejas en la misma situación a las que ha acompañado. Resulta así algo más que un informe sobre la infertilidad de gran calidad técnico-médica, para ser, también, un ejercicio práctico de acompañamiento personal que puede ser de gran utilidad para los interesados en estas situaciones.

Otro valor añadido del libro es que cita abundante bibliografía -no solo libros, sino también páginas de Instagram y otras redes sociales- y testimonios de personas que han pasado por las situaciones a que el libro se refiere. Es un material que puede ayudar mucho al lector a orientarse en la problemática específica que resulte de máximo interés para él según la fase del camino de la infertilidad en que se encuentre. También es muy útil para quienes no hemos vivido la infertilidad, pero tenemos o podemos tener cerca personas queridas -hijos, amigos, nietos, etc- que sí tengan que afrontarla: ¡cuánto me ha enseñado este libro sobre cómo reaccionar o qué decir ante las confidencias al respecto de gente a la que quiero!

Fuente: religionenlibertad.com


4/07/25

¿Y yo tengo pecados?

Juan Luis Selma

Lo del pecado puede parecer algo anticuado en ciertos ambientes, pero sigue siendo totalmente vigente. Hace unos días, un joven me preguntaba si antes la gente se divorciaba tanto como ahora. Lo decía porque sus padres estaban separados y ahora, unos tíos suyos, quienes eran su referente familiar, después de un largo y ejemplar matrimonio, también se estaban divorciando. El chico no entendía nada. En su juventud e inocencia, creía en el amor para siempre. ¿El amor verdadero, duradero y entregado, sigue existiendo? ¿Es posible?

En la interesante conversación surgía la influencia de las series, las redes sociales y el ambiente frívolo que nos rodea. Si una mujer se queja de su marido a sus amigas, la respuesta más frecuente es mandarlo a la porra: "Que le aguante su madre y tú búscate otro. Que nadie te amargue la vida". Si hablamos de ejercer el trabajo con honradez y deontología profesional, nos dirán que "aprovéchate y fórrate, porque el primero que roba es el Estado". En el caso de plantearse la fidelidad conyugal, la respuesta será: "No pasa nada, un día es un día". Y así sucesivamente.

Hemos olvidado el pecado; lo hemos guardado en el baúl de los recuerdos. Incluso, cuando algo remuerde un poco nuestra conciencia y decidimos confesarnos después de mucho tiempo, lo que solemos decir al confesor es que estamos allí "para cumplir", porque de vez en cuando hay que hacerlo. Pero pecados, lo que se dice pecados, sentimos que no tenemos.

El Evangelio de hoy nos muestra a unos escribas y fariseos que llevan a Jesús a una mujer sorprendida en adulterio. Quieren lapidarla y que el Maestro apruebe la ejecución. Son inquisidores, justicieros, ávidos de sangre reparadora. Como sucede actualmente: queremos condenas, penas ejemplares, prisión permanente revisable, si es posible.

El dedo acusador está siempre dispuesto a señalar, pero siempre al otro. Jesús, en cambio, nos sorprende: “Se agachó y comenzó a escribir con el dedo en la tierra. Como ellos insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: El que de vosotros esté sin pecado, que tire la piedra el primero. E inclinándose otra vez, continuó escribiendo en la tierra. Al oírle, comenzaron a marcharse uno tras otro, comenzando por los más viejos, y quedó Jesús solo, y la mujer, de pie, en medio”.

Es fácil condenar, ver la paja en el ojo ajeno e ignorar la viga en el propio. “Jesús se incorporó y le dijo: Mujer, ¿dónde están? ¿Ninguno te ha condenado? Ella respondió: Ninguno, Señor. Entonces Jesús le dijo: Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más”. El Señor nos pone en nuestro lugar: nos invita a reconocer nuestros pecados antes de condenar a los demás. También perdona, pero le dice a la mujer que no peque más.

El Papa nos recuerda que: “El lugar privilegiado del encuentro con Jesucristo son los propios pecados. Reconocer los pecados, nuestra miseria, y lo que somos capaces de hacer o hemos hecho es precisamente la puerta que se abre a la caricia de Jesús, al perdón de Jesús, a la Palabra de Jesús”.

¿Soy capaz de reconocer mis pecados? ¿Puedo llamarlos por su nombre? Yo, como sacerdote, me admiro cuando un penitente reconoce su pecado, pide perdón y tiene la valentía de arrodillarse y decir “esto, esto y esto”, sin eufemismos ni culpar al otro. Pienso: ¡qué valiente y qué humilde es!

Otra persona me comentaba que no sabía de qué confesarse, hasta que cayó en sus manos un examen de conciencia. Por si puede servir, comparto un esquema inicial: “Amarás a Dios sobre todas las cosas...”. ¿Rezo, procuro hacer su voluntad, busco agradarle? ¿He blasfemado? ¿Voy a misa los domingos, confieso antes de comulgar? ¿He practicado la superstición o el espiritismo? “… y al prójimo como a ti mismo”. ¿Manifiesto respeto y cariño a mis familiares? ¿Soy amable con los extraños y me falta esa amabilidad en la vida de familia? ¿Tengo paciencia?

¿Respeto la vida humana? ¿He sido violento verbal o físicamente en familia, en el trabajo o en otros ambientes? ¿Pongo en peligro mi salud con la bebida…?

¿Vivo la castidad? ¿He mirado vídeos o páginas web pornográficas?, ¿he cuidado la fidelidad matrimonial?, ¿procuro amar a mi cónyuge por encima de cualquier otra persona?

¿Procuro cumplir con mis deberes profesionales? ¿Soy honesto? ¿He engañado a otros: ¿cobrando más de lo debido, ofreciendo a propósito un servicio defectuoso? ¿He desatendido a los pobres o a los necesitados? ¿Cumplo con mis deberes de ciudadano?

¿He dicho mentiras? ¿He reparado el daño que haya podido seguirse? ¿He descubierto, sin causa justa, defectos graves de otras personas? ¿He hablado o pensado mal de otros? ¿He calumniado?

Reconocer los pecados es ponernos en camino de convertirnos, de volver al buen camino, de recuperar la alegría.

Fuente:  eldiadecordoba.es

4/06/25

ÁNGELUS V Domingo de Cuaresma

Texto preparado por el Santo Padre

Queridos hermanos y hermanas,

El Evangelio de este quinto domingo de Cuaresma nos presenta el episodio de la mujer sorprendida en adulterio (Jn 8,1-11). Mientras los escribas y fariseos quieren lapidarla, Jesús devuelve a esta mujer la belleza perdida: ella ha caído en el polvo; Jesús pasa su dedo sobre ese polvo y escribe para ella una nueva historia: es el «dedo de Dios», que salva a sus hijos (cf. Éx 8,15) y los libera del mal (cf. Lc 11,20).

Queridísimos, como durante la hospitalización, también ahora en la convalecencia siento el «dedo de Dios» y experimento su cariñosa caricia. En el día del Jubileo de los enfermos y del mundo de la sanidad, le pido al Señor que este toque de su amor llegue a los que sufren y anime a los que cuidan de ellos. Y rezo por los médicos, enfermeros y trabajadores sanitarios, que no siempre tienen las condiciones adecuadas para trabajar y, a veces, incluso son víctimas de agresiones. Su misión no es fácil y debe ser apoyada y respetada. Espero que se inviertan los recursos necesarios para la atención y la investigación, para que los sistemas sanitarios sean inclusivos y atiendan a los más frágiles y pobres.

Agradezco a las reclusas de la cárcel de mujeres de Rebibbia la tarjeta que me enviaron. Rezo por ellas y por sus familias.

En el Día Mundial del Deporte para la Paz y el Desarrollo, deseo que el deporte sea un signo de esperanza para tantas personas que necesitan paz e inclusión social, y doy las gracias a las asociaciones deportivas que educan concretamente en la fraternidad.

Sigamos rezando por la paz: en la martirizada Ucrania, golpeada por ataques que provocan muchas víctimas civiles, entre éstas muchos niños. Y lo mismo ocurre en Gaza, donde la gente se ve obligada a vivir en condiciones inimaginables, sin techo, sin comida, sin agua potable. Que callen las armas y se reanude el diálogo; que se libere a todos los rehenes y se socorra a la población. Recemos por la paz en todo Oriente Medio; en Sudán y Sudán del Sur; en la República Democrática del Congo; en Myanmar, duramente probado también por el terremoto; y en Haití, donde arrecia la violencia, que hace unos días mató a dos religiosas.

Que la Virgen María nos cuide e interceda por nosotros.

Fuente: vatican.va

4/05/25

A partir de ahora no peques más

5.º domingo de Cuaresma (Ciclo C)

Evangelio (Jn 8,1-11)

Jesús marchó al Monte de los Olivos. Muy de mañana volvió de nuevo al Templo, y todo el pueblo acudía a él; se sentó y se puso a enseñarles. Los escribas y fariseos trajeron a una mujer sorprendida en adulterio y la pusieron en medio.

— Maestro –le dijeron–, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés en la Ley nos mandó lapidar a mujeres así; ¿tú qué dices? –se lo decían tentándole, para tener de qué acusarle.

Pero Jesús, se agachó y se puso a escribir con el dedo en la tierra. Como ellos insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo:

— El que de vosotros esté sin pecado que tire la piedra el primero.

Y agachándose otra vez, siguió escribiendo en la tierra. Al oírle, empezaron a marcharse uno tras otro, comenzando por los más viejos, y quedó Jesús solo, y la mujer, de pie, en medio. Jesús se incorporó y le dijo:

— Mujer, ¿dónde están? ¿Ninguno te ha condenado?

— Ninguno, Señor –respondió ella.

Le dijo Jesús:

— Tampoco yo te condeno; vete y a partir de ahora no peques más.

Comentario

En este tiempo de conversión que es la Cuaresma, la Iglesia nos invita a contemplar una escena del evangelio de Juan en la que unos hombres expertos en la interpretación de la ley le preguntan a Jesús qué deben hacer con una mujer sorprendida en adulterio, un pecado que en la ley de Moisés estaba castigado con la pena de lapidación.

La pregunta que hacen a Jesús le plantea un dilema difícil de resolver. Debe optar entre atenerse a la justicia y dictar sentencia de muerte, o violar la ley. La escena es profundamente dramática. La vida de aquella mujer depende de la decisión de Jesús, pero también está en juego la propia vida de Jesús, que puede ser acusado de incitar a una grave transgresión de lo mandado, restando importancia ante los ojos de todo el pueblo a los preceptos de la ley divina.

Aquellos personajes fingen tener una deferencia con Jesús, reconociendo aparentemente su autoridad moral, para atraparlo en sus palabras y luego juzgarlo duramente por ellas. Pero el maestro desenmascara su hipocresía, con calma, sin alterarse. Mientras los escucha, se pone a escribir con su dedo en el suelo. Este gesto muestra a Cristo como el Legislador divino, ya que, según dice la Escritura, Dios escribió la ley con su dedo en unas tablas de piedra (Ex 31,18). Jesús, por tanto, es el Legislador, es la Justicia en persona.

Jesús no viola la ley, pero no quiere que se pierda lo que Él estaba buscando, porque había venido a salvar lo que estaba perdido. Su sentencia es justa e inapelable: “El que de vosotros esté sin pecado que tire la piedra el primero” (v.7). “Mirad qué respuesta tan llena de justicia, de mansedumbre y de verdad –comenta admirado San Agustín–. ¡Oh verdadera contestación de la Sabiduría! Lo habéis oído: “Cúmplase la Ley, que sea apedreada la adúltera”. Pero, ¿cómo pueden cumplir la Ley y castigar a aquella mujer unos pecadores? Mírese cada uno a sí mismo, entre en su interior y póngase en presencia del tribunal de su corazón y de su conciencia, y se verá obligado a confesarse pecador”[1]. Como explica Benedicto XVI, las palabras de Jesús “están llenas de la fuerza de la verdad, que desarma, que derriba el muro de la hipocresía y abre las conciencias a una justicia mayor, la del amor, en la que consiste el cumplimiento pleno de todo precepto (cf. Rm 13,8-10)”[2].

Llama la atención la reacción del Maestro, que es la Justicia en persona. En ningún momento salen de su boca palabras de condena, sino de perdón y misericordia, con una suavidad que invita amablemente a convertirse: “Tampoco yo te condeno; vete y a partir de ahora no peques más”. Dios no quiere el pecado y sufre por él, pero tiene paciencia y es compasivo.

Jesús no quiere nunca el mal. Sólo desea el bien y la vida. Por eso, con su gran misericordia, instituyó el sacramento de la Reconciliación para que nadie se pierda, sino al contrario, para que todos podamos encontrar el perdón que necesitamos, por grandes que hayan sido nuestras faltas. “No olvidemos esta palabra –nos dice el Papa Francisco−: Dios nunca se cansa de perdonar. Nunca. […] El problema es que nosotros […] nos cansamos de pedir perdón. No nos cansemos nunca, no nos cansemos nunca. Él es Padre amoroso que siempre perdona, que tiene ese corazón misericordioso con todos nosotros. Y aprendamos también nosotros a ser misericordiosos con todos. Invoquemos la intercesión de la Virgen, que tuvo en sus brazos la Misericordia de Dios hecha hombre”.

Fuente: opusdei.org

La esencia del cristianismo, de Romano Guardini

Juan Luis Lorda

El 15 de diciembre de 2017 se introdujo la causa de beatificación de Romano Guardini, casi 50 años después de su muerte.

Siempre es difícil trazar la historia de las ideas: cuáles son los momentos y contextos en que se perfilan, se formulan y logran difusión. Que el cristianismo se centra en la persona de Cristo lo formula bella y claramente Guardini, con un impacto que ha marcado toda la teología católica del siglo XX. Pero evidentemente no se lo ha inventado.

El mismo Señor lo da a entender cuando dice “Yo soy el camino, la verdad y la vida, nadie va al Padre sino por mí” (Jn 14, 6). Con toda la misteriosa fuerza del “Yo soy” de Cristo, en el Evangelio de San Juan: “Yo soy el pan de vida” (Jn 6, 35.48.51), “Yo soy la luz del mundo” (Jn 8, 12; 12, 46-48), “Yo soy la puerta” (Jn 10, 1-6), “Yo soy la resurrección” (Jn 11, 25). 

Los contextos

Por un lado está el esfuerzo “racionalista liberal”, que desde el XVIII, intenta reducir el cristianismo a alguna idea o esencia “universal”, prescindiendo de sus concreciones históricas, que le parecen dudosas. Por otro lado, desde el siglo XIX, ha crecido exponencialmente el conocimiento de otras religiones: ¿qué tienen en común?, ¿qué caracteriza el hecho religioso? Y, dentro de esto, ¿qué singulariza a lo cristiano?

La teología liberal protestante, desde Schleiermacher, ha asumido la idea de que el cristianismo representa la esencia de lo religioso en su concreción histórica más acabada. En efecto, lo religioso puede definirse como la relación de sumisión y reconocimiento hacia el absoluto. Y, para Schleiermacher, el cristianismo lo realiza de manera eminente.

Pero en paralelo, durante el siglo XIX, se ha extendido el estudio comparado de las religiones. Y al igual que se intenta encontrar en otras religiones el esquema y los elementos que tan claramente se observan en la cristiana, con sus creencias, sus libros sagrados, su moral, su culto y su iglesia o comunidad creyente, también se intenta tipificar la religión cristiana por comparación con las demás. Y se ve en Cristo al Fundador y Profeta de la religión cristiana. 

Desde luego, Jesucristo es el fundador y profeta de la religión cristiana, el vehículo por el que este mensaje llega y se difunde en el mundo. Pero, sobre todo, es el centro y el contenido del mensaje. 

Esto es lo singular, que no encuentra parecido en la historia de las religiones. Buda o Mahoma pueden ser vehículos e incluso modelos en la práctica de una religión (aunque en el caso de Buda fuera más bien una filosofía), pero no son su esencia. En cambio, con su Encarnación, la Palabra de Dios se ha hecho presente en la historia en forma de persona. En Jesucristo, el Hijo encarnado, Dios se manifiesta y salva. Por eso la religión cristiana no se compendia en una idea sino en una persona. 

Explicará Guardini: “Jesús no es solo portador de un mensaje que exige una decisión, sino que es Él mismo quien provoca la decisión, una decisión impuesta a todo hombre, que penetra todas las vinculaciones terrenas y que no hay poder que pueda ni contrastar ni detener” (La esencia del cristianismo, Cristiandad, Madrid 1984, p. 47) 

El título

Dos famosos libros llevaban ya el mismo título. En 1841, Ludwig Feuerbach había publicado su La esencia del cristianismo. Era una explicación hermenéutica reductiva del cristianismo. El cristianismo sería lo contrario de lo que pretende ser. No la manifestación de un Dios que quiere salvar al hombre, sino la ilusión del hombre que sublima sus propias aspiraciones en la idea de Dios. Dios es solo lo que nos gustaría ser, llevado al infinito. 

Adolf von Harnack, famoso historiador de la antigüedad cristiana y protestante liberal, le contestó con unas conferencias reunidas en su libro La esencia del cristianismo (1901). No se trata de una ilusión, sino que el mandamiento del amor es la máxima expresión histórica del progreso interior humano. La historia cristiana ha prestado, quizá, demasiada atención a la doctrina sobre Dios o sobre Jesucristo –eso le parece–, pero la esencia está en la realización del hombre interior en la justicia y la caridad. Eso es lo que le da su significado universal, para los hombres de todos los tiempos. 

En realidad, tenían bastante en común. Como hijos de su tiempo, les parecía problemática la historia de la salvación y solo le daban un valor alegórico. Pero donde Feuerbach veía un infeliz espejismo, von Harnack encontraba la máxima manifestación del espíritu humano. 

La ingenuidad liberal que quiere contemplar el progreso humano en la historia, también religioso, naufragaría en la primera guerra mundial. Y Barth juzgaría duramente el intento de la teología liberal de hacer razonable el cristianismo, convirtiéndolo en idea y esencia. Es el escándalo de la revelación el que tiene que juzgar la razón, y no al revés. Así la salva y la saca de sus límites.  Pero Barth no desciende a la historia concreta.

El libro de Guardini

Sin citarlo, Guardini sigue el itinerario contrario a Harnack: parte del hecho histórico de Jesucristo y muestra su significado universal, que no puede reducirse a ninguna idea. Jesucristo, tal como fue y como es, es la esencia de la religión cristiana.  

Como señala en la “Advertencia preliminar”, La esencia del cristianismo se publicó en 1929, en la revista Die Schildgenossen. Pero Guardini vio conveniente publicarlo aparte, porque le parecía que podía servir de ”introducción metódica”, para sus otros libros sobre Cristo, especialmente La imagen de Jesús, el Cristo, en el Nuevo Testamento, y El Señor

Desarrolla la argumentación en cuatro partes que seguiremos brevemente: I. El problema; II. A modo de diferenciación; III. La persona de Cristo y lo propia y esencialmente cristiano. Finalmente, en el apartado IV, Resultado, resume brevemente su tesis.

El problema

“La pregunta por la esencia del cristianismo ha sido contestada de modos muy diversos. Se ha dicho que lo esencial del cristianismo es que en él la personalidad individual avanza al centro de la conciencia religiosa; se ha afirmado asimismo que la esencia del cristianismo radica en que en él Dios se revela como Padre, quedando el creyente situado frente a Él […]: también se ha sostenido que lo peculiar del cristianismo es ser una religión que eleva el amor al prójimo a la categoría de valor fundamental […]. De todas estas respuestas no hay ninguna que dé en el blanco” (16). Además de que son falsas, “se hallan formuladas en forma de proposiciones abstractas, subsumiendo su ‘objeto’ bajo conceptos generales” (17). 

“El cristianismo no es, en último término, ni una doctrina de la verdad ni una interpretación de la vida. Es eso también, pero nada de ello constituye su esencia nuclear. Su esencia está constituida por Jesús de Nazaret, por su existencia, su obra y su destino concretos; es decir, por una personalidad histórica” (19). 

Esto plantea un “problema”. Porque estamos acostumbrados a someternos a normas o a leyes, pero aquí se trata de “reconocer a otra persona como ley suprema de toda la esfera religiosa”.

A modo de diferenciación

Se necesita un discernimiento: “Una mirada superficial basta para percatarse de la inconmensurable significación que reviste la persona de Jesús en el Nuevo Testamento” (25). Recuerda el caso de Buda, y también de los profetas de Israel: “El profeta como el apóstol son portadores del Mensaje, obreros en la gran obra, pero nada más” (32). “Por contraste con todo eso, se pone de manifiesto cuán fundamentalmente diferente es la posición de la persona de Jesús en el orden religioso proclamado por él” (33).

La persona de Cristo y lo propia y esencialmente cristiano

Hay muchas versiones sobre el mensaje de Cristo: predicó el Reino que venía, el amor universal, una nueva idea de Dios. En definitiva, “se ha afirmado repetidamente que Jesús no forma parte del contenido de su mensaje” (37). Pues bien, “esta teoría es falsa” (38). Por muchos motivos. 

El primero es que Jesús “exige explícitamente que los hombres le sigan” (38), que opten por él, de una manera plena. Además, sus palabras y gestos “hacen aparecer la persona de Cristo como criterio y motivo de la conducta” (40). Hasta el escándalo que supone “el hecho de que una persona histórica pretenda para sí una significación religiosa absoluta” (50). “Todo lo cristiano que viene de Dios a nosotros, y lo mismo todo lo que va de nosotros a Dios, tiene que pasar por Aquel” (52). Es una mediación que forma parte del contenido.

“La doctrina de Jesús es la doctrina del Padre. Pero no como en un profeta que recibe y da a conocer la revelación, sino en el sentido de que su punto de partida se halla en el Padre, pero, a la vez, también en Jesús” (60). 

También la salvación se da en él y a través de él. Por eso se entiende la expresión frecuente en San Pablo: “en él”, recogida en la liturgia: “Por Cristo, con él y en él”. Así viven, así rezan, así se salvan los cristianos, por la acción del Espíritu Santo. Cada uno en particular y, a la vez, todos en la Iglesia. Y se expresa de manera especial en la Eucaristía: todos están llamados a comer su Cuerpo, condición necesaria para entrar en el Reino de los Cielos.

Resultado

En este último y breve apartado concluye todo: “No hay ninguna doctrina, ninguna estructura fundamental de valores éticos, ninguna actitud religiosa ni ningún orden vital que pueda separarse de la persona de Cristo y del que, después, pueda decirse que es cristiano. Lo cristiano es Él mismo, lo que a través de Él llega al hombre y la relación que a través de Él puede mantener el hombre con Dios” (103).

El cristianismo tiene una doctrina y una moral (un sistema de valores) y un culto público y una oración personal. Tiene; pero no es ni una doctrina, ni una moral, ni un culto, ni una iglesia. Su esencia es Jesucristo. Su doctrina, su moral, su culto se realizan en Cristo. Y no hay doctrina ni moral ni culto que sean cristianos si no se enraízan y expresan en Cristo. 

Y, por último, citando sin citar las otras “esencias del cristianismo”, concluye: “La tesis de que el cristianismo es la religión del amor solo puede ser exacta en el sentido de que el cristianismo es la religión del amor a Cristo y, a través de Él, del amor dirigido a Dios, así como a otros hombres […]. El amor a Cristo es, pues, la actitud que en absoluto presta sentido a cuanto es. Toda vida tiene que ser determinada por él” (105).  

El teólogo y obispo italiano Bruno Forte tiene un ensayo sobre La esencia del cristianismo (2002), con un replanteamiento del tema en la actualidad y algunas valoraciones históricas; y también el teólogo español Olegario González de Cardedal escribió La entraña del cristianismo (1997), mucho más voluminoso y amplio, aunque con menos detalle en lo que se refiere a Guardini.

Fuente: omnesmag.com