4/14/25

La verdad de la Semana Santa

Juan Luis Selma

Hace unos días, conversando con mi peluquero, salió el tema de las procesiones y del ambiente cofrade que se respira por todas partes. Es verdad que hay un gran fervor popular que, si Dios quiere y el tiempo lo permite, llenará las calles. Habrá bullas, se percibirá el aroma de incienso y azahar, y será todo un espectáculo. Sin embargo, mi interlocutor opinaba que las imágenes están todo el año en las iglesias esperándonos, y que a veces falta autenticidad, un sentido más profundo y mayor fe.

También pregunté a un grupo de niños por qué salíamos a ver procesiones. Las respuestas fueron variadas: “porque es bonito”, “porque va toda la familia”, “porque me gusta” … Pero uno de ellos dio en la tecla adecuada: “Para acompañar al Señor”. De los niños, la verdad.

Comentábamos que la belleza de las estaciones de penitencia, con sus pasos ornamentados, la música, las flores y las sagradas imágenes, te eleva al cielo. No obstante, alguien comentó que cómo te puede llenar una imagen de la Virgen llena de lágrimas o un Cristo llagado.

El cardenal Ratzinger decía: “Pero precisamente en este rostro tan desfigurado aparece la auténtica belleza: la belleza del amor que llega ‘hasta el final’ y que se revela más fuerte que la mentira y la violencia… Tenemos que aprender a verlo; si somos golpeados por el dardo de su paradójica belleza, entonces le conoceremos verdaderamente. Quien es la belleza misma se ha dejado golpear el rostro, escupir a la cara, coronar de espinas –la Sábana Santa de Turín puede hacernos imaginar todo esto de manera impactante”-.

El Domingo de Ramos da inicio a la Semana Santa y, además de acompañarle en su entrada triunfal en Jerusalén, leeremos el relato completo de su Pasión, que termina así: “El centurión, al ver lo ocurrido, daba gloria a Dios diciendo: Realmente, este hombre era justo. Toda la muchedumbre que había concurrido a este espectáculo, al ver las cosas que habían ocurrido, se volvía dándose golpes de pecho. Todos sus conocidos y las mujeres que lo habían seguido desde Galilea se mantenían a distancia, viendo todo esto”.

Nosotros no queremos mantener las distancias; queremos acompañarle muy de cerca, tanto que nos gustaría ser como un Cirineo que le ayuda con su cruz, una Verónica que limpia su rostro o una María que le envuelve con su cariño. La verdad de la Semana Santa es el amor infinito con el que nos ama Dios, tanto que da su vida por nosotros. No debemos quedarnos en lo superficial.

Dicen los clásicos que de todo lo real emanan tres características o trascendentales: la belleza, la bondad y la verdad. Las procesiones, el fervor cofrade y los espectadores no deberían quedarse en lo superficial, sino profundizar más; buscar y captar la verdad de lo que se vive para poder disfrutarlo plenamente.

Sé que algunos aficionados al mundo de las hermandades dicen que no creen en Dios y se quedan en lo cultural, folclórico o simplemente estético. Allá ellos, pues solo llegan a experimentar una mínima parte de lo que significa. Como decía Ratzinger: “Hoy día el mensaje de la belleza es puesto en duda por el poder de la mentira, que se sirve de varias estratagemas. Una de ellas es promover una belleza que no despierta la nostalgia de lo inefable, sino que promueve más bien la voluntad de posesión… Tiene que enfrentarse a la belleza mendaz que hace al hombre más pequeño”.

La belleza que salva es la auténtica, la que se une al bien porque nos hace mejores, y a la verdad; porque capta la realidad de lo que es, se hace y se celebra. No debemos olvidar estas tres características en lo que vivimos durante estos días. No podemos ser como “japoneses” que se limitan a sacar fotos de los pasos o grabar vídeos de las marchas.

Quien comprende el alma andaluza reflejada en su Semana Santa sale a las calles para celebrar los momentos estelares de la fe. El ornato de los pasos, el incienso quemado, la cera y las flores, la música, los costaleros y los penitentes son concreciones de una convicción, mayor o menor, de que estamos acompañando al Cristo y a su Madre Dolorosa por nuestros templos y calles.

Los costaleros son los pies del Nazareno y de María Santísima; los penitentes son el cortejo que acompaña al Señor; y los espectadores representan a las mujeres de Jerusalén que lloran ante tanta injusticia. Son necesarios cirineos, verónicas y almas santas y delicadas que se diferencien de la multitud que gritaba: “¡Crucifícalo!”.

La Semana Santa es un momento para reflexionar sobre nuestras debilidades, renovar nuestra fe y comprometernos a vivir con autenticidad y entrega. En la Pasión de Cristo encontramos una invitación a examinar nuestra vida, a poner amor en cada acción y a mostrar a los demás el amor de Dios.

Fuente: eldiadecordoba.es