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JOQUIVESA

Encontrado en la "red" (Mateo 13:47-50)

3/31/25

Cuando el invitado se queda para siempre en casa

José Antonio García-Prieto Segura


El secreto de su matrimonio es la presencia de Dios en su vida matrimonial 

Ignoro si el título de este artículo suscitará cierta sorpresa o curiosidad, porque es evidente que cuando alguien invita a un amigo a un festejo o a un almuerzo o reunión familiar, una vez terminado el evento, llega la despedida y hasta la próxima. Sin embargo, la historia que recoge “Cuando el amor construye la familia”, sobre el hogar que formaron Tomás Alvira y su mujer Paquita, me ha llevado a concluir que allí, desde el principio, hubo un invitado a la boda que se quedó para siempre. Un invitado “de lujo”, como el que acudió a las bodas de Caná y recoge el Evangelio: Jesús de Nazaret. Pero vayamos por partes, aunque con esta referencia el lector ya habrá adivinado por dónde van a discurrir estas líneas.

          Se conocen ya varios libros sobre la historia de la familia Alvira. El que ahora comento lo ha publicado Rialp en su sección de “testimonios”, escrito por una licenciada en Historia por la Universidad Complutense y doctora en Filosofía por la Universidad de París-Sorbonne: María Isabel, una hija de los nueve vástagos que tuvo el matrimonio de los Alvira. Esta particularidad tiene la ventaja de recoger, de primerísima mano, experiencias directas de quien ha compartido a lo largo de muchos años las vivencias de aquel hogar, construido día a día, como dice la autora, por el amor de los esposos. Su lectura hace ver que todos, directa o indirectamente, pusieron su granito de arena en aquella labor, empezando por los padres que, como es natural, llevaron siempre la parte más difícil y trabajosa de aquella casa.

          Aunque solo María Isabel lleve la batuta, en realidad cada miembro de la familia contribuye, a su modo, para que la historia completa aparezca en sus páginas. Y esto porque va exponiendo comportamientos y reacciones de unos y otros a lo largo de los años: de los padres entre sí y con los hijos, sucesos de sus hermanos y hermanas en el día a día, relacionados con el quehacer educativo de los padres, dificultades que surgen, comentarios vivos, etc. Salen a escena numerosos momentos de la “vida real”, como los de cualquier familia, con sus luces y sombras, pero en aquella casa se diría que, al final, conformasen en su conjunto como un luminoso mosaico de lo que debe ser un hogar cristiano.

Con todo, lejos de pensar que la autora se hubiera dejado llevar por un excesivo afecto filial y fraterno, coloreando el cuadro y “barriendo para casa”, señalo que también ofrece numerosas aportaciones llegadas de fuera, de personas que trataron a la familia y que, con nombres y apellidos, han testimoniado de palabra y por escrito -como puede leerse-, las virtudes que fueron descubriendo en los padres y en la vida de aquel hogar. Y esto, desde amigos y colegas de trabajo de Tomás, amigas de Paquita, chicos y chicas compañeros de los hijos e hijas en sus respectivos colegios, hasta testigos “de visu” como las empleadas del hogar; unos y otros vienen a corroborar con sus testimonios que María Isabel no inventa nada.

En una de las solapas del libro destacan estas palabras: “Era evidente para mí que mis padres eran felices y creadores de felicidad a su alrededor. ¿Cuál era su secreto?”. Y en uno de sus capítulos que titula precisamente “El secreto de su matrimonio”, aborda lo que considera como el manantial oculto: el amor de los padres, trabajado día a día, para mantenerlo despierto y que pudiera irradiar paz y alegría a su alrededor, dentro y fuera de aquella casa. Ese manantial se nutría, a su vez, como leemos en el primer epígrafe de ese capítulo, de: “La presencia de Dios en su vida matrimonial”. O como señala en el capítulo siguiente, titulado: “Dios presente en todo”, y donde va describiendo la naturalidad con que sus padres vivían esa presencia, comenzando por su amor a la Eucaristía -fuente de unidad en la Iglesia y también en su versión doméstica que es la familia cristiana-, hasta llegar a las cosas más nimias de la diaria convivencia.

Tomás y Paquita, protagonistas centrales del libro, conocieron a san Josemaría Escrivá antes de contraer matrimonio; más tarde formaron parte del Opus Dei, cuyo espíritu trataron de vivir buscando la santidad en y a través de los quehaceres de la vida ordinaria. Se comprende que se haya iniciado el proceso de beatificación de los dos; sin embargo, esto no lo deberíamos ver como algo excepcional, sino lo ordinario en esposos y padres que se toman en serio su condición de cristianos y también, por tanto, la gracia del sacramento del matrimonio.

La familia que aparece en este libro vendría a ser un ejemplo más de esa santidad “de la puerta de al lado”, a la que hace referencia el papa Francisco: “Me gusta ver la santidad en el pueblo de Dios paciente: a los padres que crían con tanto amor a sus hijos, en esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa (…) Esa es muchas veces la santidad «de la puerta de al lado», de aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios” (Exhort. Ap. ‘Alegraos y regocijaos’, 19-III-2018, n. 7). Por eso, cabe hablar de la santidad del matrimonio del 2º piso o del que vive en la puerta de al lado.

Para terminar, volvamos al ”invitado que se queda en casa”; como adelanté al principio, me refería a Jesús presente en las bodas de Caná. De no haber estado allí, aquella fiesta hubiera acabado mal. Por eso, dice el Catecismo: “La Iglesia concede una gran importancia a la presencia de Jesús en las bodas de Caná. Ve en ella la confirmación de la bondad del matrimonio y el anuncio de que en adelante el matrimonio será un signo eficaz de la presencia de Cristo.” (n. 1613). Esto, que sirve para todo matrimonio, aunque los contrayentes no sean cristianos, en el caso de los bautizados hay un “plus” maravilloso: la gracia del sacramento que confiere a los esposos lo específicamente necesario para que, junto con la gracia de los otros sacramentos, alcancen la meta de la santidad.

El mejor regalo de boda es la gracia del sacramento ofrecida por Cristo, que actúa misteriosamente en la vida de los esposos si ellos la saben apreciar, porque es como si Él se quedara ya en aquel hogar, como invitado permanente, y no solo el día de la boda. Sin llegar al milagro portentoso de convertir el agua en vino que hizo en Caná, el Señor ayudará con su presencia escondida a que las deficiencias y dificultades que nunca faltan en una familia, se tornen retos que acrecienten el amor entre todos sus miembros y ayuden a edificar la casa a la que siempre se desea volver.

Fuente: elconfidencialdigital.com

Publicado por JOQUIVESA en 19:32

¿Qué hace un sacerdote?

Juan Luis Selma
Con su ministerio, nos reconcilia con Dios; es su mano que bendice, acaricia, indica la dirección y, cuando es necesario, espabila y despierta

Los días 27 y 28 he estado en Zaragoza en la celebración del centenario de la ordenación sacerdotal de san Josemaría Escrivá. Han sido unas jornadas sacerdotales preciosas presididas por el cardenal Lazzaro You Heung-sik, prefecto del Dicasterio para el Clero, monseñor Carlos Escribano, Arzobispo de Zaragoza y monseñor Fernando Ocáriz, prelado del Opus Dei. Una buena ocasión para recordar y agradecer la importancia del sacerdocio, gran don de Dios a su Iglesia y a todo el mundo.

Tuve ocasión de conocer personalmente a san Josemaría siendo estudiante de los primeros cursos de Ciencias Biológicas en Valencia. Aquellos encuentros con un sacerdote santo han quedado grabados en mi memoria y corazón. Han transcurrido cincuenta y tres años y sus palabras y gestos siguen vivos. Me ayudan y estimulan a ser mejor persona y cristiano, a acercarme a Dios y procurar dar lo mejor a los míos. ¿Para qué sirve un sacerdote? Para llevarnos a Dios: es como un puente entre Dios y los hombres.

Dice san Pablo en su carta a los Corintios: “Todo procede de Dios, que nos reconcilió consigo por medio de Cristo y nos encargó el ministerio de la reconciliación. Porque Dios mismo estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, sin pedirles cuenta de sus pecados, y ha puesto en nosotros el mensaje de la reconciliación. Por eso, nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios”. El sacerdote, con su ministerio, nos reconcilia con Dios; es su mano que bendice, acaricia, indica la dirección y, cuando es necesario, espabila y despierta.

Hoy leemos la parábola del hijo pródigo, que bien podría llamarse la del Padre misericordioso. Animo encarecidamente su lectura atenta. ¡Es impresionante, porque nos desvela las entrañas de Dios! Decía san Josemaría: “Si consideramos las cosas despacio, veremos que un Dios Creador es admirable; un Dios, que viene hasta la Cruz para redimirnos, es una maravilla; ¡pero un Dios que perdona, un Dios que nos purifica, que nos limpia, es algo espléndido! ¿Cabe algo más paternal? ¿Vosotros guardáis rencor a vuestros hijos? ¿Verdad que no? Así Dios Nuestro Señor, en cuanto le pedimos perdón, nos perdona del todo. ¡Es estupendo!”.

Nos animaba a acudir a la confesión frecuente, a experimentar la alegría del perdón, el abrazo de Dios, la fiesta de volver. Estos días hemos celebrado las primeras confesiones de los niños que hacen la primera comunión en el colegio. Es impresionante ver con qué gozo salían del confesionario, cómo se recogían para rezar la penitencia. ¡Qué cara de felicidad y de buenos niños tenían! Hay que cambiar la percepción que tenemos de este sacramento: no puede ser algo extraordinario, costoso y molesto. ¡Es una fiesta! Y las fiestas, cuantas más mejor.

El sacerdote no solo nos da el perdón de Dios, sino a Él mismo: Jesús en la eucaristía. El sacerdote es “instrumento inmediato y diario de esa gracia salvadora que Cristo nos ha ganado”. El sacerdote trae a Cristo “a nuestra tierra, a nuestro cuerpo y a nuestra alma, todos los días: viene Cristo para alimentarnos, para vivificarnos”. Nos sigue recordando: “Llego al altar y lo primero que pienso es: Josemaría, tú no eres Josemaría Escrivá de Balaguer (...): eres Cristo (...). Es Él quien dice: esto es mi Cuerpo, esta es mi Sangre, el que consagra. Si no, yo no podría hacerlo. Allí se renueva de modo incruento el divino Sacrificio del Calvario. De manera que estoy allí in persona Christi, haciendo las veces de Cristo”.

También nos alimenta con su palabra en la predicación y con el ejemplo de su vida: “La predicación de la palabra de Dios exige vida interior: hemos de hablar a los demás de cosas santas; de la abundancia del corazón, habla la boca. Y junto con la vida interior, estudio: (...) Estudio, doctrina que incorporamos a la propia vida, y que solo así sabremos dar a los demás del modo más conveniente, acomodándonos a sus necesidades y circunstancias con don de lenguas”.

Y el sacerdote, como dice la carta a los Hebreos tiene que ser muy humano: “Escogido de entre los hombres… puede comprender a los ignorantes y extraviados, porque también él está sujeto a debilidad”. Ser cercano como insiste el Papa Francisco, ya que Dios se ha hecho hombre en Jesucristo.

Precisamente el día 25 celebramos la fiesta de la Encarnación y, en la misa, al recitar el Credo y decir que el Verbo se hizo hombre, nos ponemos de rodillas, admirados por tal singular gracia. Ser cercano es estar siempre disponible, con los brazos abiertos a todos, es saber escuchar y hacerse cargo de las necesidades de quien se acerca. Es utilizar palabras sencillas y veraces que lleguen al corazón. Es tener paciencia y respetar los tiempos. Es saber amar a todos y hacerse todo para todos. Ese es el sacerdote.

JFuente: eldiadecordoba.es

Publicado por JOQUIVESA en 19:30

3/30/25

El corazón de Dios: siempre misericordioso con todos

Texto del Ángelus preparado por el Santo Padre

Queridos hermanos y hermanas, ¡buen domingo!

En el Evangelio de hoy (Lc 15,1-3.11-32) Jesús se da cuenta de que los fariseos, en lugar de alegrarse porque los pecadores se acercan a Él, se escandalizan y murmuran a sus espalas.  Entonces Jesús les cuenta la historia de un padre que tiene dos hijos: uno se va de casa, pero luego, cuando se encuentra en la miseria, regresa y es recibido con alegría; el otro, el hijo “obediente”, indignado con su padre, no quiere entrar en la fiesta. Así, Jesús revela el corazón de Dios: siempre misericordioso con todos; cura nuestras heridas para que nos podamos amar como hermanos.

Queridísimos, vivamos esta Cuaresma, sobre todo en el Jubileo, como un tiempo de curación. Yo también lo estoy experimentando así, en el alma y en el cuerpo. Por eso doy las gracias de corazón a todos aquellos que, a imagen del Salvador, son para el prójimo instrumentos de curación con su palabra y con su ciencia, con su afecto y con su oración. La fragilidad y la enfermedad son experiencias que nos unen a todos; pero con mayor razón somos hermanos en la salvación que Cristo nos ha dado.

Confiando en la misericordia de Dios Padre, continuemos rezando por la paz: en la martirizada Ucrania, en Palestina, Israel, Líbano, República Democrática del Congo y Myanmar, que tanto sufre también por el terremoto.

Sigo con preocupación la situación en Sudán del Sur. Renuevo mi apremiante llamamiento a todos los líderes, para que hagan todo lo posible por reducir la tensión en el país. Es necesario dejar de lado las divergencias y, con valentía y responsabilidad, sentarse alrededor de una mesa e iniciar un diálogo constructivo.  Solo así será posible aliviar el sufrimiento de la querida población sursudanesa y construir un futuro de paz y estabilidad.

Y en Sudán la guerra sigue cobrándose víctimas inocentes. Exhorto a las partes en conflicto a que den prioridad a la protección de la vida de sus hermanos civiles; y espero que inicien cuanto antes nuevas negociaciones que puedan garantizar una solución duradera a la crisis. Que la comunidad internacional redoble sus esfuerzos para hacer frente a la terrible catástrofe humanitaria.

Gracias a Dios, también hay acontecimientos positivos: cito, por ejemplo, la ratificación del Acuerdo sobre la delimitación de la frontera entre Tayikistán y Kirguistán, que representa un excelente resultado diplomático. Animo a ambos países a seguir por este camino.

Que María, Madre de misericordia, ayude a la familia humana a reconciliarse en la paz.

Fuente: vatican.va

Publicado por JOQUIVESA en 19:54

3/29/25

El hijo pródigo, Dios está de fiesta

4.º domingo de Cuaresma (Ciclo C). 

Evangelio (Lc 15,1-3. 11-32)

Se le acercaban todos los publicanos y pecadores para oírle. Pero los fariseos y los escribas murmuraban diciendo:

—Éste recibe a los pecadores y come con ellos.

Entonces les propuso esta parábola:

—Un hombre tenía dos hijos. El más joven de ellos le dijo a su padre: «Padre, dame la parte de la hacienda que me corresponde». Y les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo más joven lo recogió todo, se fue a un país lejano y malgastó allí su fortuna viviendo lujuriosamente. Después de gastar todo, hubo una gran hambre en aquella región y él empezó a pasar necesidad. Fue y se puso a servir a un hombre de aquella región, el cual lo mandó a sus tierras a guardar cerdos; le entraban ganas de saciarse con las algarrobas que comían los cerdos; y nadie se las daba. Recapacitando, se dijo: «¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan abundante mientras yo aquí me muero de hambre! Me levantaré e iré a mi padre y le diré: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo; trátame como a uno de tus jornaleros”». Y levantándose se puso en camino hacia la casa de su padre.

Cuando aún estaba lejos, lo vio su padre y se compadeció; y corriendo a su encuentro, se le echó al cuello y lo cubrió de besos. Comenzó a decirle el hijo: «Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo». Pero el padre les dijo a sus siervos: «Pronto, sacad el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo, y vamos a celebrarlo con un banquete; porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado». Y se pusieron a celebrarlo.

El hijo mayor estaba en el campo; al volver y acercarse a casa oyó la música y los cantos y, llamando a uno de los siervos, le preguntó qué pasaba. Éste le dijo: «Ha llegado tu hermano, y tu padre ha matado el ternero cebado por haberle recobrado sano». Se indignó y no quería entrar, pero su padre salió a convencerlo. Él replicó a su padre: «Mira cuántos años hace que te sirvo sin desobedecer ninguna orden tuya, y nunca me has dado ni un cabrito para divertirme con mis amigos. Pero en cuanto ha venido ese hijo tuyo que devoró tu fortuna con meretrices, has hecho matar para él el ternero cebado». Pero él respondió: «Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero había que celebrarlo y alegrarse, porque ese hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado».

Comentario

El afán de Jesús por salvar a todos incluía también a los que eran socialmente conocidos como “publicanos y pecadores”. Su actitud abierta y esperanzada hacia ellos despertaba recelos y murmuraciones entre los fariseos. Por este motivo, Jesús pronuncia en el evangelio según san Lucas las famosas parábolas de la misericordia, que revelan la inmensa alegría de Dios cuando volvemos a Él contritos.

Después de narrar cómo un pastor de cien ovejas recupera con gran alegría la extraviada en el campo, y cómo la dueña de diez monedas encuentra con gozo la que perdió en su propia casa, Jesús nos cuenta este domingo la hermosa parábola de un padre que tenía dos hijos: uno perdido fuera, en un país lejano, y el otro perdido dentro, en su propia casa. De la historia de ambos hijos podemos aprender a vivir la contrición y la comprensión. Y de la misericordia de su padre, descubrimos el amor magnánimo a la libertad de los demás y la esperanza serena en su capacidad de redimirse.

La historia del hijo pródigo es de una genial sencillez y tiene la virtud de interpelar de modo universal a todos. El clásico error humano de confundir la felicidad con la satisfacción de nuestros deseos sin ningún tipo de barreras, aparece encarnado en el hijo menor, a quien la prosperidad paterna lo apellida de pródigo. Consciente de su poder adquisitivo, el hijo ha acariciado en su pobre corazón la posibilidad de dar rienda suelta a todas sus apetencias, rectas o no, sin los límites que supone la estabilidad del hogar paterno. Aquel corazón sin dominio propio y falta de libertad en casa, en poco tiempo verifica, malgastando su herencia en un país lejano, que era mucho menos libre fuera. El desdichado termina cuidando cerdos de un tercero, mientras envidia en tiempo de hambre la comida que reciben aquellos animales, impuros para un judío, pero mejor alimentados que él. Es entonces cuando todo el amor paterno, volcado durante años sobre aquel hijo, brilla en la oscuridad de su alma en forma de añoranza, que se convierte en humilde conversión. Y entonces “volvió en sí”.

En este tiempo de Cuaresma todos podemos vernos retratados en el hijo que necesita conversión y perdón. Como explica san Josemaría, “la vida humana es, en cierto modo, un constante volver hacia la casa de nuestro Padre. Volver mediante la contrición, esa conversión del corazón que supone el deseo de cambiar, la decisión firme de mejorar nuestra vida, y que —por tanto— se manifiesta en obras de sacrificio y de entrega. Volver hacia la casa del Padre, por medio de ese sacramento del perdón en el que, al confesar nuestros pecados, nos revestimos de Cristo y nos hacemos así hermanos suyos, miembros de la familia de Dios”.

Jesús nos invita también a vivir la comprensión y la misericordia del padre de la parábola. Resulta conmovedora la narración de sus gestos y actitudes, retratando las virtudes divinas y las de los buenos educadores: el padre respeta la libertad del hijo, sin salir a controlarlo, provocando quizá que se alejase aún más; confía con heroica paciencia en el cariño y la formación que puso en él; espera por eso a diario su libre regreso, oteando amorosamente el horizonte. Como premio a su magnánimo proceder, el padre recupera a su preciado hijo. Y no le deja terminar su disculpa: lo cubre de besos, organiza gozoso una fiesta por todo lo alto, y le devuelve, sin rencores, su perdida condición.

Si aprendemos a “hacer de hijo pródigo” muchas veces, recibiremos la misericordia divina. Y sabremos entonces vivir la misericordia con los demás y amar su libertad, como el padre de la parábola. Evitaremos también convertirnos en el hijo mayor e incomprensivo, lleno de celo en casa de su padre, pero celo amargo, con la misma falta de libertad que tenía su hermano pequeño. Como explica el Papa Francisco, “la parábola termina dejando el final en suspenso: no sabemos lo que haya decidido hacer el hijo mayor. Y esto es un estímulo para nosotros. Este Evangelio nos enseña que todos necesitamos entrar en la casa del Padre y participar en su alegría, en su fiesta de la misericordia y de la fraternidad. Hermanos y hermanas, ¡abramos nuestro corazón, para ser «misericordiosos como el Padre»!”.

Fuente: opusdei.org

Publicado por JOQUIVESA en 11:29

Jesucristo, nuestra esperanza.

PREPARADA PARA LA AUDIENCIA GENERAL DEL 26 DE MARZO

Ciclo de catequesis - Jubileo 2025.  II. La vida de Jesús. Los encuentros. 2. La samaritana. «¡Dame de beber!» (Jn 4,7)

Queridos hermanos y hermanas:

Después de haber meditado sobre el encuentro de Jesús con Nicodemo, quien había ido a buscar a Jesús, hoy reflexionamos sobre aquellos momentos en los que parece que Él nos estaba esperando justo allí, en esa encrucijada de nuestro camino. Son encuentros que nos sorprenden, y al principio tal vez sentimos un poco de desconfianza: tratamos de ser prudentes y entender lo que está sucediendo.

Esta probablemente fue también la experiencia de la mujer samaritana, de la que se habla en el capítulo cuarto del Evangelio de Juan (cf. 4,5-26). Ella no esperaba encontrar a un hombre en el pozo al mediodía, sino que esperaba no encontrar a nadie. De hecho, va a buscar agua al pozo a una hora inusual, cuando hace mucho calor. Quizá esta mujer se avergüenza de su vida, quizá se ha sentido juzgada, condenada, incomprendida, y por eso se ha aislado, ha roto las relaciones con todos.

Para ir a Galilea desde Judea, Jesús podría haber elegido otro camino y no atravesar Samaria. Habría sido incluso más seguro, dadas las tensas relaciones entre judíos y samaritanos. En cambio, ¡Él quiere pasar por allí y se detiene en ese pozo justo a esa hora! Jesús nos espera y hace que lo encontremos justo cuando pensamos que ya no hay esperanza para nosotros. El pozo, en el antiguo Oriente Medio, es un lugar de encuentro, donde a veces se conciertan matrimonios, es un lugar de compromiso. Jesús quiere ayudar a esta mujer a comprender dónde buscar la verdadera respuesta a su deseo de ser amada.

El tema del deseo es fundamental para entender este encuentro. Jesús es el primero en expresar su deseo: «¡Dame de beber!» (v. 10). Con tal de entablar un diálogo, Jesús se muestra débil, así hace que la otra persona se sienta cómoda, hace que no se asuste. La sed es a menudo, también en la Biblia, la imagen del deseo. Pero Jesús aquí tiene sed ante todo de la salvación de esa mujer. «El que pedía de beber —dice San Agustín— tenía sed de la fe de esta mujer».  [1]

Si Nicodemo había ido a Jesús de noche, aquí Jesús se encuentra con la samaritana al mediodía, el momento en que hay más luz. De hecho, es un momento de revelación. Jesús se da a conocer ante ella como el Mesías y, además, arroja luz sobre su vida. La ayuda a releer de una manera nueva su historia, que es complicada y dolorosa: ha tenido cinco maridos y ahora está con un sexto que no es su marido. El número seis no es casual, sino que suele indicar imperfección. Quizá sea una alusión al séptimo esposo, el que finalmente podrá saciar el deseo de esta mujer de ser amada de verdad. Y ese esposo solo puede ser Jesús.

Cuando se da cuenta de que Jesús conoce su vida, la mujer cambia el tema a la cuestión religiosa que dividía a judíos y samaritanos. Esto nos pasa a veces también a nosotros cuando rezamos: en el momento en que Dios toca nuestra vida con sus problemas, a veces nos perdemos en reflexiones que nos dan la ilusión de una oración bien hecha. En realidad, hemos levantado barreras de protección. Pero el Señor es siempre más grande, y a aquella mujer samaritana, a la que según los esquemas culturales ni siquiera debería haberle dirigido la palabra, le regala la revelación más alta: le habla del Padre, que debe ser adorado en espíritu y en verdad. Y cuando ella, sorprendida una vez más, observa que es mejor esperar al Mesías para estas cosas, Él le dice: «Soy yo, el que habla contigo» (v. 26). Es como una declaración de amor: Aquel a quien esperas soy yo; Aquel que puede responder finalmente a tu deseo de ser amada.

En ese momento, la mujer corre a llamar a la gente del pueblo, porque es precisamente de la experiencia de sentirse amada de donde surge la misión. ¿Y qué anuncio podría haber llevado sino su experiencia de ser comprendida, acogida, perdonada? Es una imagen que debería hacernos reflexionar sobre nuestra búsqueda de nuevas formas de evangelizar.

Como una persona enamorada, la samaritana olvida su ánfora a los pies de Jesús. El peso de esa ánfora sobre su cabeza, cada vez que volvía a casa, le recordaba su condición, su vida atribulada. Pero ahora el ánfora está depositada a los pies de Jesús. El pasado ya no es una carga; ella está reconciliada. Y lo mismo nos pasa a nosotros: para ir a anunciar el Evangelio, primero tenemos que dejar la carga de nuestra historia a los pies del Señor, entregarle la carga de nuestro pasado. Solo las personas reconciliadas pueden llevar el Evangelio.

Queridos hermanos y hermanas, ¡no perdamos la esperanza! Aunque nuestra historia nos parezca pesada, complicada, tal vez incluso destrozada, siempre tenemos la posibilidad de entregarla a Dios y comenzar de nuevo nuestro camino. ¡Dios es misericordia y siempre nos espera! 

Fuente: vatican.va

Publicado por JOQUIVESA en 11:23

3/28/25

¡Detente, Analiza, Decide!

Cardenal Arizmendi

HECHOS

Las informaciones nos invaden y nos saturan. El celular no cesa de sonar o de vibrar, ni de día ni de noche; si alguien lo extravía, se siente en el aire, perdido. Muchos viven al ritmo vertiginoso de cada día. Si no estás al tanto de todo lo que llega por las redes, pareciera que no tienes de qué conversar, que no vales; por ello, tienes la obsesión de estar informado de todo, no para hacerte mejor persona y ayudar a resolver problemas comunitarios, sino sólo para saber de todo. Casi nadie lee textos largos y libros; sólo mensajes y videos cortos, que se suceden sin control. Por ello, tanta superficialidad mental y conductual en adolescentes y jóvenes, y también en quienes ya no lo somos.

Afortunadamente, hay jóvenes adultos que le han encontrado sentido a su vida siendo servidores abnegados en su familia y en la comunidad. Permanecen solteros no por ser egoístas y comodinos, sino para estar más libres y servir. Una hermana mía decidió no casarse, a pesar de las varias oportunidades que tenía, para servir a mis papás, a la familia y a la comunidad. Me asistió en mis diferentes cargos eclesiales. Ahora ya es muy mayor de edad y con achaques propios de los años, pero ¡es una mujer realizada y fecunda! Sembró mucho amor, y ahora recibe cariño y apoyo de todos.

Pero hay jóvenes, y no tan jóvenes, que pasan los años y no deciden su vida; nunca terminan de estudiar; son eternos adolescentes, que hacen lo que les da la gana, casi siempre con el dinero de papá. No asumen responsabilidades. No quieren casarse por ninguna ley, menos por la Iglesia; su decisión es andar libres, tener dinero, viajar, divertirse y hacer lo que sus sentimientos les sugieren o lo que el mundo les propone. Son veletas a merced de los vientos culturales. Si se llegan a casar, o a juntarse, no quieren hijos, porque tenerlos exige dedicación, sacrificar tiempo, dinero y libertad. A unos los acostumbraron desde niños a ser egoístas, a sólo recibir y exigir lo que querían; no les educaron para ser corresponsables en el trabajo del hogar o de la comunidad; los papás y abuelos les cumplían todos sus caprichos. ¡Qué será de ellos cuando enfermen o envejezcan! Con estas juventudes, ¡qué presente y qué futuro nos espera!

No por presumir, pero yo desde los doce años tomé la decisión de ser sacerdote. Claro, a esa edad no se comprende todo lo que esto implica. Pero, a los 23-24 años, asumí esa decisión de por vida, y no me he arrepentido de ello. La mayoría de nosotros los adultos podríamos suscribir lo mismo, cada quien en su vocación. ¡Eran otros tiempos!

ILUMINACION

El Papa Francisco, cuya lenta recuperación celebramos, cuando aún estaba en el hospital, envió un mensaje para la LXII Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, en que dice a los jóvenes:

“En nuestro tiempo, muchos jóvenes se sienten perdidos ante el futuro. Experimentan con frecuencia incertidumbre sobre su porvenir laboral y, más profundamente, una crisis de identidad, que es también una crisis de sentido y de valores, y que la confusión del mundo digital hace aún más difícil de atravesar.

Quiero dirigirles una invitación llena de alegría y aliento para ser peregrinos de esperanza, entregando la vida con generosidad. La vocación es un don precioso que Dios siembra en el corazón, una llamada a salir de nosotros mismos para emprender un camino de amor y servicio. Ustedes, jóvenes, están llamados a ser los protagonistas de su vocación o, mejor aún, coprotagonistas junto con el Espíritu Santo, quien suscita en ustedes el deseo de hacer de su vida un don de amor.

Toda vocación, cuando se percibe profundamente en el corazón, hace surgir la respuesta como un impulso interior hacia el amor y el servicio; como fuente de esperanza y caridad, y no como una búsqueda de autoafirmación.

Queridos jóvenes, el mundo los empuja a tomar decisiones apresuradas, a llenar sus días de ruido, impidiéndoles experimentar un silencio abierto a Dios, que habla al corazón. Tengan el valor de detenerse, de escuchar dentro de ustedes mismos y de preguntarle a Dios qué sueña para ustedes. El silencio en la oración es indispensable para ‘leer’ la llamada de Dios en la propia historia y responder con libertad y de manera consciente.

El recogimiento permite comprender que todos podemos ser peregrinos de esperanza si hacemos de nuestra vida un don, especialmente al servicio de quienes habitan las periferias materiales y existenciales del mundo. Quien se pone a la escucha de Dios no puede ignorar el clamor de tantos hermanos y hermanas que se sienten excluidos, heridos o abandonados. Toda vocación nos abre a la misión de ser presencia de Cristo allí donde más se necesita luz y consuelo. Los fieles laicos, en particular, están llamados a ser ‘sal, luz y levadura’ del Reino de Dios a través del compromiso social y profesional” (19-III-2025).

ACCIONES

Joven: Si tú no te detienes, si no piensas, ni no analizas, si no decides, no vas a ser más que un juguete de la vida. Sé tú: reflexiona, analiza pros y contras, ventajas y desventajas, no sólo para lo inmediato, sino para los años siguientes. Construye tu vida; no dejes que otros te la hagan como quieran.

Papás: quieran mucho a sus hijos; y, por ello, no sólo denles todo lo que pidan, sino edúquenlos también para la corresponsabilidad familiar, para diversos servicios dentro del hogar y con una dimensión social más amplia hacia la comunidad. ¡Que lleguen a ser buenos servidores de los demás, en las diferentes vocaciones!

Fuente: exaudi.org

Publicado por JOQUIVESA en 19:37

Ecumenismo y paz

José Carlos Martín de la Hoz


Desde que el papa san Juan Pablo II publicara aquella inolvidable Encíclica Ut unum sint, el 25 de mayo de 1995 sobre el ecumenismo, no se ha dejado ni un solo día de rezar en toda la Iglesia Católica por esa importantísima intención, de modo que todos los cristianos nos hemos sentido impulsados a avanzar en la anhelada unión de toda la Iglesia bajo un solo pastor.

Precisamente, uno de los elementos clave de ese documento trataba del estudio del ejercicio del Primado del Santo Padre a lo largo de la historia, pues se deseaba subrayar el primado del papa como un camino ecuménico hacia la mejor y más profunda comprensión de ese primado, no solo de honor, sino de verdadero y auténtico servicio a todas las Iglesias.

La investigación del ejercicio del Primado en el primer milenio que propiciaba el documento recordaba aquellos difíciles tiempos en los que la Iglesia hubo de afrontar grandes penalidades tanto del interior de la misma esposa de Cristo, como del enemigo exterior. Es decir, las muchas y complejas herejías, cismas, incomprensiones internas entre las diversas comunidades que constituyeron la Iglesia de Jesucristo y las propias dificultades suscitadas durante la implantación de la Iglesia dentro de la civilización occidental alrededor del Mediterráneo.

Asimismo, sucedieron dificultades desde fuera de la Iglesia, como las graves persecuciones de judíos y cristianos, las terribles invasiones de los pueblos germanos y tártaros, la decadencia del imperio y, finalmente, la irrupción del Islam que provocaron gravísimas penalidades a los cristianos del primer milenio.

Ambas dificultades, de dentro y de fuera, fueron sin embargo ocasión de fortalecimiento en el interior de la Iglesia, cuando se respiraba con los dos pulmones y cada parte del imperio aportaba sus sensibilidades y acentos, pues ambas miraban a Roma. En efecto, desde los lejanos Patriarcados o desde las Islas Británicas, se pedía la última palabra a Roma, no como a un simple Patriarca de Occidente, sino como al sucesor de Pedro, para buscar en su fundamento la unidad en la fe, de las tradiciones, de la Escritura y, en definitiva, la identificación del Evangelio.

Uno de los frutos de aquella inolvidable Encíclica fue un extenso documento donde se aportaban muchas luces teológicas acerca del ejercicio del Primado de Pedro. Vale la pena leer las palabras de la Congregación firmadas por su Prefecto y por el Secretario de la misma, asimismo, por los autores que se añadieron para comentar los textos.

1.       Construir el ecumenismo

Precisamente, en el ejercicio reciente del Primado como motor del Ecumenismo hemos de resaltar, la visita del papa Francisco a Suecia (del 31 de octubre al 1 de noviembre 2016) con motivo de la conmemoración común luterano-católica de los Quinientos años de la Reforma Luterana (1517), pues ha servido para recordar a todos la importancia de rezar y trabajar juntos por el ecumenismo. 

El ecumenismo es la relación de los creyentes católicos respecto a los demás cristianos y, en general, con los demás creyentes. Las ideas más importantes que nuestra madre la Iglesia Católica desea que recordemos para facilitar esa tarea y para que, algún día, seamos un solo pueblo con un solo pastor, podemos leerlas en uno de los documentos más importantes del Concilio Vaticano II: Unitatis redintegratio.

Ese importante documento resaltaba, como hizo el santo Padre en su discurso de Upsala, que la “División abiertamente repugna a la voluntad de Cristo y es piedra de escándalo para el mundo y obstáculo para la causa de la difusión del Evangelio por todo el mundo” (nº 1). Por tanto, los verdaderos creyentes católicos: “suspiran por una Iglesia de Dios única y visible, que sea verdaderamente universal y enviada a todo el mundo, para que el mundo se convierta al Evangelio y se salve para gloria de Dios” (nº 1).

Es más, recuerda el Santo Padre en Upsala que Cristo, antes de ofrecerse a sí mismo en el ara de la cruz, como víctima inmaculada, oró al Padre por los creyentes, diciendo: “Que todos sean uno, como Tú, Padre, estás en mí y yo en ti, para que también ellos sean en nosotros, y el mundo crea que Tú me has enviado”, e instituyó en su Iglesia el admirable sacramento de la Eucaristía, por medio del cual se significa y se realiza la unidad de la Iglesia. “Impuso a sus discípulos el mandato nuevo del amor mutuo y les prometió el Espíritu Paráclito, que permanecería eternamente con ellos como Señor y vivificador” (nº 2).

Así pues el Documento Conciliar recordaba que “movimiento ecuménico” significa: “el conjunto de actividades y de empresas que, conforme a las distintas necesidades de la Iglesia y a las circunstancias de los tiempos, se suscitan y se ordenan a favorecer la unidad de los cristianos” (nº 4).

Asimismo el Concilio recuerda que el ecumenismo afecta a todos y que todos podemos llevar las siguientes tareas adelante: perdonarse, dialogar, rezar juntos (aunque no celebrar la misa), ejercitar juntos la caridad. Quererse, superar desconfianzas, orar juntos por la paz. Ejercitarse en la coherencia de fe y vida. Valorar las semillas de verdad que hay en otras religiones (cf. nº 4).

De entre los puntos subrayados, hay uno que es resaltado de un modo especial: la conversión personal del corazón y la reforma interior. La denominada unidad de vida (nº 5), que favorecerá la existencia de matrimonios mixtos (nº 6), donde de manera natural Dios puede hacer alcanzar al otro cónyuge la gracia de convertirle el corazón (nº 7), como fruto de la oración común (nº 8).

Es importante, recuerda el Concilio, aprender a tratarse y a conocerse (nº 9), como parte de una verdadera formación ecuménica (nº 10). También se anima a hacer esfuerzos para superar distancias y animadversiones de otros tiempos (nº 11) y trabajar junto como cooperantes en diversas ONG (nº 12).

Precisamente, una de las tareas que marcaba el Santo Padre en Upsala a las Iglesias reformadas allí representadas, era dar gracias a Dios por el nuevo clima de concordia, pues, después de quinientos años, se puede preguntar qué aporta hoy Lutero a la Iglesia de nuestro tiempo y lo que la Iglesia Católica ha recordado a sus fieles a través, por ejemplo, del Catecismo de la Iglesia Católica.

Finalmente, hemos de subrayar las palabras del Santo Padre Francisco en Upsala en la gran ceremonia ecuménica cuando llamaba a estar unidos en la oración al verdadero Dios, en la caridad mutua y en la colaboración sincera en las obras de caridad con los más necesitados en el mundo entero.

Existe en efecto, una tarea urgente de la caridad y de la solidaridad y más en estos tiempos de dura crisis económica y social derivada de la pandemia que hemos padecido y de sus sucesivas recidivas. Asimismo, el ecumenismo como tarea común nos impulsa al trabajo por la paz.

2.       Cristo. Príncipe de la paz

El siglo XXI comenzó con el atentado de las Torres Gemelas de Nueva York y, periódicamente, esas acciones se han venido reproduciendo en diversos lugares de Europa y, en general, del mundo occidental con todo su dramático realismo, lleno de muerte, de pánico y de brutalidad.

Por otra parte, es verdaderamente sorprendente que todavía existan autores que sigan identificando, en términos absolutos, violencia y religión, después de todo lo que se ha escrito y estudiado, desde entonces, acerca del terrorismo islámico y de todos los sólidos y extensos argumentos que se han aportado en este debate.

Se puede decir que ya es un lugar común, afirmar que no son verdaderos musulmanes quienes llevan a cabo esas acciones terroristas, es más esos hechos son realmente patologías de esa religión y de un tipo de Islam denominado, sin ambages, puro fundamentalismo.

Así pues, cuando se identifica violencia con religión, se está manipulando la verdad, es más, se está injuriando el nombre de Dios, pues usar a Dios como motivación para derramar sangre y llevar a cabo actos terroristas contra intereses de Occidente, es sencillamente mentir usando el nombre de Dios en vano.

“¿Es el Islam una religión de paz?”. Con este título provocador introducía el profesor Charles Morerod, su reseña del libro de Adrien Candiard, La comprensión del Islam [4], publicada en la Revista Nova et Vetera de la Facultad de Teología de Friburgo.

Recodemos que el profesor Candiard, es docente e investigador desde hace más de treinta años en la Universidad de El Cairo en Egipto y que ha publicado numerosas obras y organizado abundantes encuentros nacionales e internacionales sobre el famoso tema de las relaciones entre violencia y religión.

Naturalmente, esta pregunta ya se había realizado muchas veces a lo largo de la historia, pero últimamente, hemos de responderla con más convicción y con más radicalidad: toda religión es siempre una religión de paz aunque existan algunos desquiciados que manipulen el nombre de Dios.

Parece importante recordar en este Simposio dedicado al ecumenismo, que el elemento común por el que la religión está siendo atacada, en una campaña orquestada en el mundo entero, es la cuestión de la violencia y el hecho religioso.

De una manera más amplia y haciendo referencia a las guerras de religión que asolaron Europa en el siglo XVI-XVII, se ha planteado si dentro de las religiones llamadas reveladas hay una semilla de discordia, al presentarse cada una de ellas de modo excluyente, como el único y verdadero camino para la salvación.

Además, esta polémica apunta focalmente al Antiguo Testamento, común a los judíos y cristianos y, en cierto modo, al Islam: donde hay un uso expreso de la violencia por parte de Mahoma a la hora de conquistar las tierras, castigar la idolatría de otros pueblos, etc.

Así pues, merece la pena responder a esas objeciones lo más pronto posible, pues para poder construir un verdadero ecumenismo hace falta indudablemente convertirse en agentes de la paz en el mundo y en las almas.

Respecto a los argumentos, conviene releer las investigaciones recientes del teólogo Tanzella-Nitti, de la Universidad Pontifica Romana de la Santa Cruz, quien ha clarificado recientemente la cuestión: “hablando el mismo Dios en su Verbo encarnado, revela en primera persona y en su única Palabra, el sentido de muchas palabras”.

Seguidamente, al hablar de la pasión y muerte del Hijo de Dios, añadirá: “toda la historia bíblica de la violencia que ha tenido por protagonista a Dios se convierte en una gran metáfora de su justicia y de su amor”.

De hecho, señalemos que la Comisión Teológica Internacional publicó en el 2013 un documento sobre el monoteísmo frente a la violencia en donde se subrayaba la dimensión de amor y de caridad de la tradición hebreo-cristiana y se insistía en el ejemplo nítido y expreso contra la violencia tanto de Jesús como de sus discípulos.

Además, los exégetas han resaltado siempre que la violencia en el contexto bíblico ha de entenderse como una lección de castigo de Dios al pecador, como una medicina que ha de enmarcarse en el contexto cultural e histórico de la antigüedad.

Ahora bien, la respuesta, de si existe una violencia en sí, debe encontrarse en una explicación más profunda, que tenga en cuenta que el Nuevo Testamento explica el Antiguo y lo lleva a cumplimiento, no en la línea maniquea ni gnóstica, de eliminar el Antiguo Testamento, sino en la de los Padres Apostólicos de interpretar el Antiguo Testamento a la luz del Nuevo. Desde las primeras páginas de los escritos de la primitiva comunidad cristiana, se dan abundantes citas de la Sagrada Escritura que muestran la conexión del Antiguo con el Nuevo Testamento. Esta es una muestra de su autenticidad y de su seguimiento de Cristo que dio cumplimiento a las Escrituras y abrió el nuevo Pueblo de Israel. Como expresa san Ignacio de Antioquia, al comparar el Antiguo y el Nuevo Testamento: “Mas el Evangelio tiene algo especial: la presencia del Salvador, nuestro Señor Jesucristo, su pasión y resurrección. Los amados profetas le habían anunciado, pero el evangelio es la consumación de la incorrupción. Todas las cosas son igualmente buenas, si creéis en la caridad”.

También vale la pena recordar que la Biblia no es un libro sino un conjunto de libros, y, por tanto, en ella se contienen diversos modos de hablar de Dios y de su obrar. Existe una historia de la salvación de Dios a su pueblo que se muestra a través del perdón al pueblo, intervenciones que lo sostienen y defienden. También aparece la condena de los sacrificios humanos, sustituidos vicariamente por los sacrificios animales, hasta llegar al sacrificio de la Santa Misa, el único y verdadero sacrificio de la nueva ley.

Los padres de la Iglesia muestran claramente cómo el Nuevo Testamento subraya el clima de caridad, perdón y misericordia instaurado por Cristo y vivido por los primeros cristianos. Además, suelen insistir en la interpretación de modo alegórico de los textos referentes a la violencia, como lo expresaba san Agustín.

De hecho, recordemos cómo santo Tomás afirmaba: “A Dios le corresponde más por su infinita bondad, usar la misericordia y el perdón, que castigar. De hecho, el perdón conviene a Dios por su naturaleza mientras el castigo es debido a nuestros pecados”.

Asimismo, conviene volver a las palabras del teólogo Tanzella-Nitti:

El misterio de la ausencia de Dios donde aparecería como el vencedor o justiciero como en el Calvario o en Auschwitz, es el misterio de su justicia no violenta. Una ausencia y un silencio que han escandalizado a los hombres modernos quizás más que la violencia bélica a cargo de Israel. [...]. Sobre la cruz no hay otros que hablen en nombre de Dios o pongan por escrito aquello que su experiencia religiosa o sus categorías de interpretación de la historia –una historia hecha de guerra y de violencia– podría sugerir. Aquel es Dios mismo que habla (cfr. Hb 1, 2) que cuando él habla no hay mediación que pueda ofuscar o camuflar el mensaje que trasmite.

Evidentemente, Cristo es el Príncipe de la paz. Por tanto, cual sea la religión verdadera se demuestra en la santidad y felicidad que produce en las almas que la viven y en cómo repercute en sus vidas y en relación con los demás, lo que contribuye a la felicidad de los demás. Las guerras de religión no tienen sentido, pues como afirmaba san Josemaría: “No comprendo la violencia: no me parece apta ni para convencer ni para vencer; el error se supera con la oración, con la gracia de Dios, con el estudio; nunca con la fuerza, siempre con la caridad”.

Como san Juan Pablo II explicó en la Exhortación apostólica Salvifici doloris (1984), el sufrimiento y el dolor, muchas veces son una invitación al cristiano, una vocación a cooperar con Cristo en la obra de la redención.

En esa línea son interesante las apreciaciones sobre la violencia y el dolor de un autor moderno:

la fe cristiana dice que la violencia, después de que Cristo la cargase sobre sí, no se alza ya como un absurdo desgarrador, sino que fue trasformada interiormente por el sentido que Él le dio a su pasión y muerte. La cruz no es a la postre una manifestación de violencia, sufrimiento y muerte, sino, por el contrario, un anuncio del amor que es más fuerte que la muerte, es un sermón sobre la fuerza de la esperanza que relativiza e ironiza a la misma muerte: ¿Dónde está muerte tu aguijón, donde está tu victoria?.

Terminaremos recordando las palabras del papa Benedicto XVI, en su Exhortación pastoral post sinodal sobre la Sagrada Escritura, que resume magníficamente la cuestión:

se ha de tener presente ante todo que la revelación bíblica está arraigada profundamente en la historia. El plan de Dios se manifiesta progresivamente en ella y se realiza lentamente por etapas sucesivas, no obstante, la resistencia de los hombres. Dios elige un pueblo y lo va educando pacientemente. [...] En el Antiguo Testamento, la predicación de los profetas se alza vigorosamente contra todo tipo de injusticia y violencia, colectiva o individual y, de este modo, es el instrumento de la educación que Dios da a su pueblo como preparación al Evangelio. Por tanto, sería equivocado no considerar aquellos pasajes de la Escritura que nos parecen problemáticos. Más bien, hay que ser conscientes de que la lectura de estas páginas exige tener una adecuada competencia, adquirida a través de una formación que enseñe a leer los textos en su contexto histórico-literario y en la perspectiva cristiana, que tiene como clave hermenéutica completa “el Evangelio y el mandamiento nuevo de Jesucristo, cumplido en el misterio pascual” (Propositio n. 29). Por eso, exhorto a los estudiosos y a los pastores, a que ayuden a todos los fieles a acercarse también a estas páginas mediante una lectura que les haga descubrir su  significado a la luz del misterio de Cristo.

3.       Nicolás de Cusa. Defensor Pacis

Un ejemplo concreto de la defensa de la paz en el mundo y del ecumenismo es la ingente tarea llevada a cabo por el Cardenal de Nicolás de Cusa (1401-1464) a lo largo de su vida, primero como estrecho colaborador de los Romanos Pontífices, los papas Pío II y Eugenio IV, en la construcción del ecumenismo del siglo XV y en la aplicación de los Decretos de unión de las Iglesias Orientales después del Concilio de Basi- lea-Ferrara-Florencia, como de sus esfuerzos  de mediador para impedir la caída de Constantinopla en manos del Islam.

Vale la pena en este simposio dedicado al Ecumenismo centrarse ejemplarmente, aunque sea con brevedad, en el ejemplo de la figura diplomática del Cusano como constructor de la paz y del ecumenismo.

Es muy interesante que en el final de su obra Sobre la mente escrita en 1450, nuestro autor haga una referencia vibrante al año santo convocado en Roma para esa fecha: “ha traído este año a Roma a esta innumerable multitud y ha producido una extrema admiración”.

Efectivamente, la figura de Nicolás de Cusa, está a caballo entre dos épocas, por lo que reúne a la vez las características del final del medievo y el comienzo del hombre renacentista. Cardenal y obispo, sabio y erudito, canonista, filósofo y teólogo, legado pontificio para aplicar las actas del concilio de Basilea (1432), que en 1437 viajó a Constantinopla para propiciar la unión de los griegos ortodoxos con la Iglesia de Roma en lo que sería el Concilio de Ferrara-Florencia. El fin de su vida lo explicita él mismo en una de sus obras más importantes, la de la búsqueda de Dios: “El hombre ha venido al mundo para que busque a Dios y, una vez lo haya encontrado, arraigue en él y arraigado en él, alcance la paz”.

Precisamente, esa rectitud de intención hace que sea tan importante la paz interior del que busca hacer las cosas por amor a Dios. Es bien conocida la frase que el papa Pío II (Eneas Silva Picolomini) le espetó cuando le consultó irse de la Curia romana y buscar refugio en un monasterio: “Si buscas la paz debes separarte ante todo de la insaciabilidad de tu espíritu”. Precisamente, fue en el espacio interior, donde finalmente se retiró el cusano: una elipse con dos puntos focales: la fe y la contemplación.

Como intelectual, escribió muchos e importantes tratados. Su primera gran obra fue la titulada De concordantia catholica (1433), donde todavía era conciliarista por lo que situaba junto al Papa, cabeza de la Iglesia, al colegio episcopal. De ahí que el concilio universal sea, para él, la más perfecta representación de la unidad de la Iglesia.

De su conversión a la filosofía brotan sus obras De docta ignorantia y De coniecturis (1439-1440). En ellas estudia las relaciones entre Dios, el mundo y el hombre: “el conocimiento humano es un camino infinito hacia una verdad a la que nos acercamos más o menos sin llegar jamás a adecuarla en absoluto”. En el segundo desarrolla una metafísica de matiz neoplatónico en torno a la idea de la unidad.

Para su tiempo, invadido del nominalismo ockhamista y, por tanto, del pragmatismo jurídico impulsado por él, lo que pretende fundamentalmente el cusano es solucionar el problema de la unión de la Iglesia, después la unidad de los cristianos y finalmente la conversión y reforma caput et membris.

En ese sentido, la originalidad de Nicolás de Cusa no está en las doctrinas mantenidas sino en el enfoque de las mismas. Por ejemplo, al estudiar la teoría del conocimiento, verdaderamente inmersa en la philosophia perennis de la escolástica parisina del siglo XIII, nos sorprenderá: “La verdadera sabiduría nos hace humildes”.

La caída de Constantinopla impresionó al cusano y le llevó a escribir un tratado De pace fidei (1453), en el que buscaba la unidad de las religiones. De manera dialogada, como se escribía en la época, reunía ante Cristo a los representantes de todos los credos, razas y naciones para que dialoguen. Así, va mostrando que la verdad completa está en el cristianismo y que todos deberían llegar a creer en la Trinidad y en la plenitud de la revelación traída por Jesucristo, aunque hubiera variedad de ritos en la liturgia.

En efecto, unos años antes, al hablar en su tratado De la mente (1450) sobre la religión natural que ha permanecido en el género humano desde su creación hasta la actualidad, no había dejado de recordar que solo la Iglesia católica posee el tesoro completo de la revelación divina que ha venido a traer Jesucristo y que depositó en la Iglesia.

En ese sentido hemos de recibir la afirmación que hace el Cusano en su obra posterior, De pace fidei, donde afirmará: “en todos los dotados de inteligencia hay, pues, una única religión y un solo culto, que se presupone bajo la diversidad de ritos”.

Recientemente, hemos leído esa misma afirmación del Cusano en la extensa obra de filosofía de la religión del profesor Duch: “Ut sicut tu [Deus] unus es, una sit religio et usus latriae cultus” [19]. Inmediatamente, Duch, distinguirá: “una religio in ritum varietate”, sin terminar de aclarar el sentido del Cusano de la Revelación.

Para nosotros, de acuerdo con el resto de sus obras, debe interpretarse que el cardenal solo ve en la Iglesia Romana la plenitud de la revelación, aunque en otras religiones pueda haber parte de la verdad, tal y como ha recordado el concilio Vaticano II.

De hecho, Duch, poco después se refiere, de modo sorprendentemente elogioso a las obras del egiptólogo Jan Assmann, al que él mismo ha traducido e introducido, sin terminar de aclarar las duras acusaciones que este autor vierte sobre la violencia en el cristianismo, que la realidad del Magisterio del siglo XXI, la vida de los cristianos y la predicación  del papa Francisco ha demostrado suficientemente: el cristianismo es verdaderamente una religión de paz, pues Cristo es el Príncipe dela Paz Precisamente, la teología Fundamental católica actual se desarrolla de modo positivo acerca de la realidad de la completa Revelación que hemos recibido en la Iglesia como un tesoro de luz.

Poco después, en 1461, escribirá el Cusano su Cribatio Alchorani donde muestra que quitada la paja, el Corán contiene mucho grano, es decir, que contiene la esencia del cristianismo, puesto que contiene a Jesucristo, aunque debido a la tergiversación nestoriana que Mahoma recibió, se requiera que reconozcan a Jesucristo como Dios verdadero y su muerte redentora en la cruz. Muestra una gran confianza en fuerza de convicción de la verdad cristiana. Así escribía, al respecto, en aquella época a su amigo Juan de Segovia:

Si escogemos atacar con la espada de la invasión, tenemos motivos para temer que, por herir con la espada, muramos también con la espada (Mt 26,52). En cambio, con estas conversaciones amansaremos su fanatismo y la verdad se mostrará por si misma para acrecentar nuestra fe.

Para elaborar su trabajo dedicó muchos años al estudio del Corán y de toda la literatura existente sobre la materia que pudo consultar: los trabajos de san Juan Damasceno en el siglo VIII, la traducción latina publicada por Pedro el Venerable (1194-1156), el trabajo de Dionisio el Cartujano (1402-1471), la obra de Ricoldo de Monte Crucis (1243-1320), y las de santo Tomás de Aquino y Juan de Torquemada (1348-1468).

La cribatio alcorani comenzaba señalando que sólo Jesús, el Hijo de Dios podía mostrar el verdadero camino, puesto que era Dios: “Pues si ese hombre no fuera la misma sabiduría divina omnisciente por la que Dios crea todo, ciertamente no podría revelar lo que le resulta desconocido” [21]. Poco después, señalaba los objetivos:

Nuestra intención, presupuesto el Evangelio de Cristo, es cribar el libro de Mahoma y mostrar que también en ese libro se contienen aquellas cosas por las que se confirmaría plenamente el Evangelio, si estuviera necesitado de confirmación, y que, en las cosas en las que disiente, se debe a la ignorancia y, por consiguiente, a la malicia de intención de Mahoma, ya que Cristo ha venido no para su gloria sino para la de Dios Padre y la salvación de los hombres, mientras que Mahoma no ha buscado la gloria de Dios y la salvación de los hombres sino su propia gloria.

Y añadía:

No será difícil, por tanto, encontrar en el Corán la verdad del Evangelio, aunque el mismo Mahoma está muy alejado de una verdadera comprensión del Evangelio.

El cusano explicaba que la caída de la ciudad de Constantinopla no significaba la victoria del Dios del islam sobre el Dios del cristianismo [24], puesto que, como ya había dejado escrito en su Cribatio alcoranis, lo musulmanes estaban llamados a la conversión al cristianismo, como intenta mostrar al desgranar detenidamente los rasgos claves de la figura de Cristo contenidos en el Corán.

Fuente: dialnet.unirioja.es


Publicado por JOQUIVESA en 11:51

3/27/25

El error teológico de la Inquisición española

José Carlos Martín de la Hoz


Como defiende Mercedes Temboury Redondo, el error teológico de la Inquisición consistió en intentar forzar la conversión del reo mediante un proceso jurídico.

Mercedes Temboury Redondo, doctora en Historia moderna de España e investigadora incansable de la Suprema Inquisición española y de sus tribunales sufragáneos en los reinos de Castilla y Aragón, en los fondos del Archivo Histórico Nacional de España, nos presenta en este extenso volumen que ahora comentamos una síntesis de su investigación.

El ángulo de visión de este trabajo y el objetivo del mismo coinciden en ofrecer una síntesis de la Inquisición desde la perspectiva y los intereses del Imperio español en Europa, Asia y América durante los siglos XVI y XVII.

Esta visión intenta iluminar los puntos oscuros de la leyenda negra que fabricó especialmente Juan Antonio Llorente, el último Secretario de la Suprema Inquisición que se exilió a Francia en el siglo XIX y vivió de la publicación de los papeles “secretos” que se había llevado de los archivos.

En realidad, hace muchos años que el Papa san Juan Pablo II aportó la luz necesaria para entender el origen y los errores teológicos de la Inquisición española. El 12 de marzo del año 2000 en una impresionante ceremonia en el Vaticano delante de un crucifijo del siglo XII, el santo Padre rodeado de sus cardenales de Curia pidió perdón por todos los pecados de todos los cristianos de todos los tiempos y, especialmente, por el uso de la violencia para defender la fe.

Efectivamente, el derecho romano afirmaba, y como tal pasó a la Iglesia el principio: “de internis neque Ecclesia iudicat”. De las cosas internas ni la Iglesia puede juzgar, solo Dios conoce el interior del hombre.

Error teológico de la Inquisición

El error teológico de la Inquisición consistió, por tanto, en intentar forzar la conversión del reo mediante un proceso jurídico. Como es doctrina común de la Iglesia y está recogido en el Nuevo Testamento y en la Tradición, sólo la gracia de Dios puede abrir el alma a la conversión: “Nadie viene a Mí si el Padre no le atrae” (Jn 6, 40). Por tanto, sólo la persuasión y la oración y la penitencia y el buen ejemplo puede remover las almas al arrepentimiento y la rectificación.

Como saben bien todas las personas que han ejercido la dirección espiritual o el acompañamiento espiritual, cuando una persona se sincera en el Sacramento de la Penitencia, con ese don viene el don de la contrición y el alma puede recuperar la paz de la misericordia de Dios. Sorprender a una persona en la falta de coherencia de fe y vida e intentar el arrepentimiento solo conduce al endurecimiento del corazón y al orgullo herido.

Efectivamente, los estudios que hemos realizado al respecto y que hemos publicado en muchos artículos y monografías sobre el “error teológico de la Inquisición”, arrojan esa luz: el objetivo del proceso inquisitorial fue objetivar el error teológico en que había caído el reo y seguidamente buscar la conversión bajo presión: la herejía judaizante, la apostasía y regreso al islam del neo converso, la negación de los pecados establecidos por la ley divino positiva. Los inquisidores, habitualmente tenían buen corazón y sabían que debían dar cuentas a la Suprema de su rectitud de intención y a Dios que es el Señor de las conciencias, por eso se conservan tantos expedientes y tan prolijos.

Finura espiritual y finura jurídica

Evidentemente, esto fue un error del que hemos de pedir perdón pues, aunque sólo hubiera tenido lugar un solo proceso, ya deberíamos arrepentirnos y rectificar. Es necesario volver a la confianza en Dios que moverá el alma a la conversión y en el hombre que puede arrepentirse y rectificar ante el buen ejemplo y la felicidad de los demás católicos: “Si tu hermano peca contra ti, ve y corrígele a solas tú con él. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano. Si no escucha, toma entonces contigo a uno o dos, para que cualquier asunto quede firme por la palabra de dos o tres testigos Pero si no quiere escucharlos, díselo a la Iglesia. Si tampoco quiere escuchar a la Iglesia, tenlo por pagano y publicano” (Mt 18, 15-17).

Por otra parte, el análisis de nuestra autora está lleno de finura jurídica, gracias a la cual demuestra que el sistema procesual de la Inquisición protegió a los reos de la tentación de incautar los bienes de los encausados o de ser condenados por falsas denuncias o para resolver problemas de enemistad o litigios en los pueblos. De hecho, como demuestra la autora el complejo sistema jurídico arrojó resultados impresionantes: la mayoría de los procesos terminaron en la absolución del reo pues en realidad no eran herejes sino personas con falta de formación cristiana elemental. Unos pocos fueron efectivamente condenados por herejía, pero, al arrepentirse se les impuso penas medicinales. Y solo poquísimos fueron condenados a muerte. Como ya demostró Jaime Contreras en su banco de datos de la Inquisición solo un 1,8 % fueron entregados al brazo secular.

Evidentemente, solo un proceso inquisitorial sería suficiente para pedir perdón por haber violentado la conciencia, aunque se argumente, como hace la autora que el proceso inquisitorial nos salvó de sucesos como:  los 50.000 hugonotes asesinados en Francia en la noche de san Bartolomé 23-24 de agosto de 1572;  las 500.000 brujas quemadas en Alemania en los procesos luteranos sin papeles; la muerte de Miguel Servet por Calvino simplemente para resarcir la justicia divina ofendida y el martirio del jesuita Edmund Campion y otros tantos sacerdotes católicos en Inglaterra pues el tribunal inquisitorial anglicano los consideró reos de muerte por celebrar la Misa católica pues eso sería alta traición a la reina Isabel, cabeza de la Iglesia anglicana.

Una nueva visión

En realidad, este trabajo es una nueva visión de la Inquisición tomada de la lectura e investigación de muchos expedientes tomados del Archivo Histórico Nacional y de otros archivos consultados. La autora se ha detenido especialmente en la segunda vida del proceso inquisitorial. Es decir, de 1511 a 1833. En este periodo, la Inquisición debía haber desaparecido pues había sido creada para los procesos contra judaizantes y estos prácticamente desaparecieron en este tiempo.

Efectivamente, se entiende que el objetivo de este libro sea demostrar que la Inquisición sobre todo trabajó al servicio de las autoridades civiles y eclesiásticas del Imperio español en una época de estrecha unión entre el poder civil y eclesiástico cuando la unidad de la fe era capital para la renovación de la Iglesia después de Trento y la expansión del imperio español en América y Asia.

Fuente: omnesmag.com 

Publicado por JOQUIVESA en 20:43

La pareja ideal no existe

José María Contreras Luzón


Ese alguien que buscamos con el que la relación sería una constante maravilla, no existe. Todos tenemos defectos. El ser humano es un ser herido por el pecado original que viene con nosotros al nacer

Los cuentos de la infancia nos vienen hablando de parejas que se quieren mucho y sin esfuerzo, donde todo es maravilloso sin que en su vida haya ningún problema. Después, el cine romántico nos fue enseñando lo mismo. También se nos dicen que por ahí fuera en algún lugar existe alguien con el que yo podría vivir de una manera placida y feliz. Con quien el amor no me supusiese esfuerzo. Eso, que es tremendamente atractivo, es absolutamente falso.

Uno tiene que ser consciente que, aunque conociese a todos los hombres o mujeres del mundo, la convivencia sería difícil, exigiría esfuerzo. Saber callar y hablar en el momento oportuno, no es fácil. Dominar la soberbia. Evitar el continuo querer quedar por encima, –es la droga que más matrimonios rompe– ese querer dominar al otro, decía, hace que todos los problemas se conviertan en muy importantes porque de lo que se trata, muchas veces, es de quedar por encima no de solucionar problemas. Como la relación de pareja es una relación entre iguales, si no domina uno el orgullo, siempre estará uno intentando ganar terreno al otro.

Por tanto, ese alguien que buscamos con el que la relación sería una constante maravilla, no existe. Todos tenemos defectos. El ser humano es un ser herido por el pecado original que viene con nosotros al nacer. Por tanto buscar a alguien que no lo tenga es imposible. Y ese el quid de las dificultades que se presentan en una relación. Hay gente que te dice que no cree en el pecado original. Más difícil tendrá el conocerse y el conocer a los demás.

La envidia, la soberbia, la lujuria la avaricia, la pereza, la ira y la gula vienen de fábrica y son la causa de nuestras diferencias y de las dificultades en la convivencia. Ahí está la causa de todas las separaciones. El éxito de una relación viene dado por el esfuerzo, lucha contra uno mismo, que el hombre y la mujer quieran hacer para mejorar personalmente.

Eso quiere decir que hay que buscar a la persona con la que compartir la vida, fijándose –además de en sus características físicas y psicológicas– en su predisposición a buscar, a afrontar la vida con un deseo de crecer, en la importancia que le da a mejorar como persona, ver cómo lucha por vivir sus creencias.

Si tiene miedo a amar de verdad y a comprometerse en el amor. Tener miedo a la verdad personal es suicida y hace que la capacidad de amar se estanque. El no tener miedo al amor hace que el amor surja fuerte. Quisiera puntualizar que estoy hablando de amor de verdad. Se podría decir que lo contrario del amor no es el desamor, sino el miedo a querer de verdad.

Actualmente tenemos mucho miedo a amar, a comprometernos, porque intuimos, con verdad, que todo amor lleva consigo, en mayor o menor medida, cierto sacrificio y mucho compromiso. El que no quiera tener dolores pase la vida entera libre de amores, dice la canción popular. Así es. Esa es la razón de que muchas personas, en nuestra sociedad, pasen por la vida sin saber lo que es el amor, con una tristeza de fondo y un desasosiego, que compensan, de vez en cuando, con algo de sexo. Así se hace uno la ilusión de que es querido. No se puede vivir siempre en la tristeza.

Hombres y mujeres que van con el corazón en la mano, ofreciéndolo, buscando una pareja ideal que no existe, porque unos y otros tienen miedo al esfuerzo. Pidiendo que alguien por misericordia los quiera. La comodidad se lleva mal con el amor y lleva consigo, antes o después, la soledad.

En la medida que uno no se engañe, se diga la verdad, y se enfrente consigo mismo, se irá dando cuenta que ese esfuerzo es menos costoso de lo que nuestra imaginación nos dice. Y sobre todo que merece la pena. Entonces, sí estamos en disposición de encontrar la pareja ideal que es aquella, que como nosotros, esté dispuesta todos los días a luchar por mejorar como persona. Por querer más. La pareja ideal no existe, existe la pareja real.

Fuente: eldebate.com

Publicado por JOQUIVESA en 20:28
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