4/30/25

El desafío del 'nosotros'. La caridad en las relaciones para superar diferencias

Javier Marrodán

El Papa nos invita a ser constructores de nuevos vínculos sociales. Para eso es imprescindible, además de predicar el Evangelio, procurar personalmente ser un auténtico testimonio de caridad cristiana.

«Vosotros sois la luz del mundo» (Mt 5,14), dijo Jesús en uno de sus primeros discursos, desde la cima de un monte. Era un reto ambicioso para sus oyentes, que difícilmente habrían salido de Palestina y que en muchos aspectos no eran mejores que otros pueblos del entorno. ¿Cómo podían iluminar todo el mundo? El Papa Francisco también ha recordado en alguna ocasión que los bautizados estamos llamados a ser en el mundo «un evangelio viviente», a sazonar todos los ambientes con «una vida santa», con «el testimonio de una caridad genuina». Su propuesta adquiere en nuestros días una relevancia especial al considerar que los cristianos, en algunos lugares del mundo, son una inmensa minoría, como ocurría en los primeros tiempos de la Iglesia: para muchos hombres y mujeres del siglo XXI, la relación con un católico que vive su fe será a veces la única oportunidad de aproximarse al Evangelio. Esto supone una enorme oportunidad. Además, contamos con una garantía: la luz que aspiramos a transmitir a otros no es nuestra, sino de Dios.

Esa luz tiene que ver, ciertamente, con el contenido de un mensaje que nos gustaría extender en el mundo; pero también –y no es menos importante– con el medio que lo transmite y con el modo de hacerlo. Ambos aspectos están intrínsecamente unidos, el uno influye en el otro: nuestra condición de discípulos de Jesús se manifiesta a la vez en el qué y en el cómo. Sabemos bien que el cristianismo no es puro conocimiento, no consiste en un saber teórico ni en una suma de lecturas: es, sobre todo, un modo de estar en el mundo y de relacionarse con los demás que tiene su origen en el encuentro con Jesucristo. Implica un empeño práctico que, cuando surge de ese diálogo interior con Dios, acaba interpelando a las personas cercanas. San Josemaría lo resumió en uno de los puntos iniciales de Camino: «Ojalá fuera tal tu compostura y tu conversación que todos pudieran decir al verte o al oírte hablar: éste lee la vida de Jesucristo».

Por eso, la formación cristiana no busca una simple erudición doctrinal, sino conformarnos con Jesús. Así extenderemos la buena noticia a través de nuestras palabras y especialmente con nuestra propia vida, como él mismo hizo. Este modo de desenvolvernos en el mundo no es ajeno a la convivencia con los otros hombres, incluidos, como es lógico, los que pueden parecer más lejanos. El planteamiento de Jesús es magnánimo, incluso revolucionario, supone una de las grandes novedades del Evangelio: «Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odian; bendecid a los que os maldicen y rogad por los que os calumnian» (Lc 6,27-29). Siempre podremos mirarnos en ese mensaje y examinar hasta qué punto lo hemos hecho nuestro.

La diferencia es un regalo

Todas las personas somos diferentes. Nos distinguimos en el aspecto físico, la voz, la forma de pensar, el modo de interpretar la libertad, las soluciones que proponemos a los conflictos de la existencia, hasta en la manera de entender la humanidad o la propia vida. Frente a esa realidad, nuestra actitud no es simplemente la de tolerar la diferencia, resignarse ante ella, aceptarla como si fuera un mal inevitable. Esa diversidad ha sido querida por Dios y, por tanto, es una riqueza, una manifestación de su infinitud. Las diferencias forman parte de la grandeza de la creación, podemos y debemos beneficiarnos de ellas. Queriendo a los demás tal como son, los queremos como los quiere Dios. Hemos escuchado tantas veces decir que el amor de Dios es incondicional que tal vez el alcance del adjetivo se ha podido diluir un poco. Sin embargo se trata de un reto decisivo: el amor de Dios supera y desborda todas nuestras condiciones, por muy razonadas que nos parezcan. Por eso se convierte también en un desafío, en una llamada para que amemos incondicionalmente, sin prejuicios, sin antecedentes, sin excepciones, sin inercias de ninguna clase.

Ese empeño nos conducirá a evitar el riesgo de pasar sutilmente del «soy distinto» a «soy mejor», a alejar la tentación de convertirnos en el criterio para medir a los demás, un peligro frecuente en todo tipo de grupos humanos, desde un círculo de amigos hasta una nación entera. Ese «soy el mejor» puede inducir una cierta superioridad moral que aumenta las distancias entre personas hasta crear a veces fronteras impermeables. Por el contrario, san Josemaría, pensando en el espíritu del Opus Dei, predicó siempre que «la misión sobrenatural que hemos recibido no nos lleva a distinguirnos y a separarnos de los demás; nos lleva a unirnos a todos, porque somos iguales que los otros ciudadanos de nuestra patria. Además, siempre es posible descubrir en el prójimo cualidades que lo hace mejor que nosotros. «Lo dijo con claridad santo Tomás de Aquino, una de las mentes más prodigiosas de la historia de la humanidad: “En cualquier hombre existe algún aspecto por el que otros pueden considerarlo superior”. Siempre hay alguien que de algún modo nos supera y del que podemos aprender».

Decidirse a buscar al otro

Los algoritmos de las redes sociales –la fórmula que selecciona la información que recibimos– generan una tendencia a buscar, promover, compartir y consumir solamente noticias, comentarios o interpretaciones que avalan nuestras propias ideas. Esto muchas veces nos puede llevar a minusvalorar o ignorar opciones alternativas o experiencias distintas a la nuestra. El Papa Francisco nos ha puesto en guardia frente a este peligro: «El funcionamiento de muchas plataformas a menudo acaba por favorecer el encuentro entre personas que piensan del mismo modo, obstaculizando la confrontación entre las diferencias. Estos circuitos cerrados facilitan la difusión de informaciones y noticias falsas, fomentando prejuicios y odios».

Siempre es más cómodo recibir permanentemente confirmaciones de lo que pensamos. La inercia nos aleja de las dudas en cuestiones opinables, apaga el sano espíritu crítico. A todos nos cuestan las conversaciones difíciles, no siempre nos encontramos cómodos al abandonar la seguridad de lo conocido. Por eso, el camino para encontrar al otro requiere una decisión personal, una actitud proactiva. Buscar juntos la verdad a través del diálogo, del conocimiento mutuo, «es un camino perseverante, hecho también de silencios y de sufrimientos, capaz de recoger con paciencia la larga experiencia de las personas y de los pueblos».

En ese diálogo, los cristianos tenemos claro que no se trata de cambiar el mensaje de Cristo ni de confrontarlo retóricamente con otras propuestas en busca de un punto medio conciliador. Sería tramposo enfrentar el qué y el cómo en una lucha teórica. Los cristianos queremos vivir el mensaje de Cristo en su integridad, adquirir una nueva manera de ser: esta es una premisa sustancial de nuestra misión. Por eso estamos abiertos a conocer, valorar y aprovechar la experiencia de los demás.

Esta aspiración se puede complicar cuando las personas que piensan de modo diferente adoptan posturas hostiles. El desenlace de la vida terrena de Jesús puede ser un espejo para mirarnos cuando nos inquieten las dudas. Descubriremos en su pasión y en su muerte que esa incomprensión no debería preocuparnos más de lo necesario. La asimetría que asume el cristiano al convivir de ese modo, al convivir desde la cruz, encarna el discurso del Señor sobre el amor a los enemigos. Más aún, esa desproporción en el trato que damos a los demás puede ser una manifestación específica del cristianismo. En palabras del mismo Jesús: «Si amáis a los que os aman, ¿qué merito tendréis?, pues también los pecadores aman a quienes les aman» (cfr. Lc 6,32-33). Esto lo podemos aplicar también a quienes nos comprenden –o comprendemos– menos y a quienes cuyo trato se nos puede hacer un poco más difícil, al menos al principio.

Jesús acoge a la samaritana

Es razonable imaginar una sintonía creciente de Jesús con los apóstoles conforme pasan los meses juntos: son sus amigos, las personas más cercanas, las más favorables a su misión. Pero también van apareciendo en los evangelios otros hombres y mujeres ajenos a los intereses, a la geografía y al estilo de vida de los doce. Por ejemplo, la samaritana. El diálogo que Jesús mantiene con ella es uno de los más extensos del Evangelio. Es una conversación que le sirve a Jesús para reducir rápidamente las distancias que los separan. Mientras Pedro y los demás buscan algo para comer, él pide agua a la mujer e inicia una conversación en la que rápidamente deshace sus prejuicios y barreras. Las palabras del Maestro sacuden el alma de la samaritana y, cuando se despiden, ella se siente impulsada a compartir su descubrimiento con todos: «Dejó su cántaro, fue a la ciudad y le dijo a la gente: venid a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será el Cristo?» (Jn 4,28-29). Se había convertido en una mujer apóstol de la que Dios se sirvió para que muchos samaritanos creyeran en Jesús.

La relación del Señor con la mujer samaritana encierra una enseñanza elocuente: no debemos descartar a nadie. Las distancias entre ambos eran evidentes, pero el desenlace del relato evangélico nos anima a llevar hasta Dios a personas que nos pueden parecer poco afines. Jesús transformó rápidamente en un nosotros aquel único encuentro. En ocasiones, las diferencias con otras personas o los juicios apresurados que hacemos de ellas se ponen de manifiesto después de una simple conjunción adversativa: «es buen trabajador, pero…», «es muy generosa con su tiempo, pero…», «es de un trato bastante agradable, pero…». El pero será con frecuencia inevitable, a veces simplemente reflejará alguna situación externa. Debemos estar atentos para no convertirlo en una excusa para mantener la distancia con el otro.

A la hora de deshacer nudos, pensar en la propia familia aporta una clave que tal vez hemos experimentado en primera persona. Los lazos especialísimos que nos unen a nuestros padres, hermanos o hijos proporcionan un sentido distinto a ese pero. Lo que antes suponía una objeción, incluso una trinchera, nos sirve para unir, nos aporta una razón lógica para no descartar a nadie. Podemos tener tal o cual diferencia con una persona, incluso de una entidad considerable, «pero es mi hermano», «pero es mi hija», «pero es mi padre». De algún modo, la caridad consiste en aplicar ese criterio en otros ámbitos. En el caso de la samaritana, Jesús transformó el pero en un además. Un cristiano es alguien que acoge. Y su acogida tiene más sentido con los que vienen de más lejos. «Nosotros, procurando –dentro de nuestra poquedad– imitar al Señor, tampoco “excluimos a nadie, no apartamos a ningún alma de nuestro amor en Jesucristo. Por eso habréis de cultivar una amistad firme, leal, sincera –es decir, cristiana– con todos vuestros compañeros de profesión: más aún, con todos los hombres, cualesquiera que sean sus circunstancias personales”».

El «giro copernicano» del amor

En ese empeño por tender puentes y estrechar las relaciones con personas distintas, la alegría de los cristianos puede suponer una ventaja decisiva. «Ganar en afabilidad, alegría, paciencia, optimismo, delicadeza, y en todas las virtudes que hacen amable la convivencia es importante para que las personas puedan sentirse acogidas y ser felices». Una persona alegre interpela con su propia vida, sin necesidad de justificaciones teóricas previas. Benedicto XVI considera que «la fuerza con que la verdad se impone tiene que ser la alegría, que es su expresión más clara. Por ella deberían apostar los cristianos y en ella deberían darse a conocer al mundo». Por eso, en cierto sentido, la alegría es una responsabilidad en este mundo agitado y cambiante. La paciencia es igualmente necesaria, sobre todo con personas que pueden presentar una actitud un poco hostil. «Ofrecer nuestra amistad de manera auténtica presupone la capacidad de arriesgar, pues cabe la posibilidad de no ser correspondido». Y, unido a la paciencia, también es imprescindible el respeto, que «no es una educada resignación ante los defectos de los demás, con la que nos quedamos protegidos detrás de nuestro muro de defensa, sino un porte cercano, comprensivo, magnánimo, que nos permite mirar de verdad a los ojos a cada uno».

Las manifestaciones anteriores se engloban dentro de la caridad, que es el rasgo fundamental en nuestra relación con los demás. Ya lo experimentó san Pablo: «Aunque tuviera el don de profecía y conociera todos los misterios y toda la ciencia, y aunque tuviera tanta fe como para trasladar montañas, si no tengo caridad, no sería nada» (1 Cor 13,2). También Benedicto XVI habló del «giro copernicano del amor» que consiste en entrar en una nueva dimensión de la caridad: Dios nos ama no porque nosotros seamos buenos o reunamos algún mérito, sino porque él es bueno. La imitación de Cristo en este aspecto nos permitirá amar no solo a un pequeño círculo de personas sino a todos los hombres y mujeres que Dios ha puesto en nuestro camino. Nunca seremos del todo conscientes del fruto de esta actitud: nunca sabremos hasta qué punto la cercanía, el cariño, la paciencia y el respeto activaron deseos magnánimos en las personas que se fueron cruzando en nuestra vida. Sin embargo, tenemos el convencimiento de que, para ser luz del mundo, no hay ninguna estrategia de transmisión posible al margen de la caridad. Lo sintetizó san Josemaría: «De que tú y yo nos portemos como Dios quiere –no lo olvides– dependen muchas cosas grandes».

* * *

Vivimos tiempos propicios para la magnanimidad: el Papa Francisco se ha servido de la parábola del buen samaritano para recordarnos que debemos ser «constructores de un nuevo vínculo social» para hacernos caer en la cuenta de que todos los días nos enfrentamos a «la opción de ser buenos samaritanos o indiferentes viajantes que pasan de largo». El ejemplo de aquel único caminante que se detuvo al ver a un hombre malherido en la cuneta nos recuerda que «hoy estamos ante la gran oportunidad de manifestar nuestra esencia fraterna, de ser otros buenos samaritanos que carguen sobre sí el dolor de los fracasos, en vez de acentuar odios y resentimientos». El buen samaritano es un mensaje viviente, muestra la identificación entre el qué de su alma y el cómo de sus actos.

Alguna vez los prejuicios y las barreras podrán parecer insalvables. Sin embargo, hay un recurso eficacísimo para desactivar rencores o posturas irreductibles: la oración. Rezar por una persona con fe y constancia nos une a ella de un modo especial y nos acerca a la propuesta citada del evangelio: rezar por los enemigos nos ayuda a no tenerlos, nos cambia la mirada sobre cualquier persona, también sobre aquellas que tal vez nos puedan resultar incómodas. San Josemaría encomendaba diariamente a Dios en la Santa Misa a quienes le habían hecho daño en algún momento. Es un planteamiento que aparece resumido en un punto de Forja: «Considera el bien que han hecho a tu alma los que, durante tu vida, te han fastidiado o han tratado de fastidiarte. –Otros llaman enemigos a esas gentes. Tú, tratando de imitar a los santos, siquiera en esto, y siendo muy poca cosa para tener o haber tenido enemigos, llámales bienhechores. Y resultará que, a fuerza de encomendarlos a Dios, les tendrás simpatía».

Fuente: opusdei.org


Claves del pontificado de Francisco

José Carlos Martín de la Hoz

Para entender el pontificado del Papa Francisco es imprescindible conocer las claves interpretativas principales.

En primer lugar, hemos de recordar que cuando el cardenal de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio llegó a la habitación que ocuparía durante el conclave encontró encima de su mesa un ejemplar de la primera edición en castellano de la obra de Walter Kasper, cardenal alemán y jesuita que se alojaba enfrente, sobre la misericordia de Dios.

El Papa de la Misericordia

Como es bien es sabido ese libro, reeditado muchas veces en estos años, resume muy bien el pontificado del Papa Francisco. En efecto, pasará a la historia como el Papa de la misericordia de Dios. De hecho, fue entronizado el 19 de marzo y enseguida comenzó la Semana Santa. Pero, el lunes de Pascua de 2013, en el rezo del “Regina coeli” el Papa anunciaría al mundo la ternura de Dios: la “tenerezza di Dio”, es decir, la dulzura de Dios y la fuerza de su misericordia

En efecto, entre los atributos de Dios se encuentran el don divino de la misericordia. Entitativamente, para los grandes teólogos de la historia, que se copiaban unos a otros impunemente sin citarse, el don de la misericordia era el último, tras la omnipotencia, la sabiduría, etc. Da igual, a nosotros el don o atributo divino que más nos interesa es el de la misericordia.

El primer año santo convocado por el santo Padre Francisco fue el año de la misericordia, un año santo extraordinario que comenzó el 8 de diciembre de 2015 y concluyó el 20 de noviembre de 2016, para celebrar el quincuagésimo aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II y remover a las almas de los cristianos a acudir al sacramento de la Penitencia: “Dios no se cansa de perdonar es el hombre el que se cansa de pedir perdón”.

El Jubileo de la Misericordia

La bula “Misericordiae vultus” del Papa Francisco fue promulgada el 11 de abril de 2015 y con ella se recordaba los principales argumentos que pacientemente había recogido el cardenal Kasper en su libro, pero asimilados y meditados por el santo Padre Francisco.

Desde entonces el Santo Padre Francisco ha marcado la manera de enfocar los graves problemas que aquejan a la humanidad: las guerras que han crecido y se han multiplicado en esos años, la emigración, la pobreza, la marginalidad, la esclavitud, las desigualdades económicas, la violencia de género, la pederastia y la pedofilia, la falta de sensibilidad ecológica, la ausencia de libertad y las flagrantes rupturas de los derechos humanos, las hambrunas, el terrorismo y tantas otras lacras que han sido tema de sus discursos en los grandes acontecimientos: los días de Navidad y año nuevo, siempre ha sido fiel en la plaza de san Pedro para otorgar la bendición “urbi et orbe” y a la vez denunciar esos terribles hechos.

La misericordia de Dios, será la clave del último año jubilar ordinario de 2025, “Spes non confundit” (Rom 5, 5), con el que el Santo Padre anima a todos los cristianos a acudir a Roma a lucrar la indulgencia o a los templos jubilares señalados por los obispos del mundo entero. La misericordia de Dios se fundamenta en la mirada de Jesucristo a cada hombre: “misereor super turbam”: se compadecía de ellos pues eran como ovejas que no tenían pastor” (Mt 15, 29).

El pontificado de un pastor

Inmediatamente, hemos de señalar que el pontificado del Santo Padre ha sido profundamente pastoral, tanto por la cercanía a las personas y a las iglesias particulares, como a países anteriormente nunca visitados y, sobre todo, cercanía de los problemas y dificultades en el gobierno de la Iglesia universal.

Por ejemplo, ha tomado el mando en primera persona de los protocolos de actuación de casos de abusos, e incluso ha reaccionado con tal contundencia y celeridad que parecía saltarse el principio de presunción de inocencia en aras a dar ejemplo al mundo entero de sensibilidad y de posicionarse inmediatamente al lado de las víctimas y de sus familias. 

Indudablemente, Francisco pasará a la historia por su cercanía con las necesidades de los cristianos, incluso con llamadas telefónicas directas del Santo Padre al párroco argentino de Gaza desde el hospital Gemelli para trasmitirle el afecto del Papa por todos los palestinos católicos que sufren allí. 

Asimismo, el santo Padre ha estado muy cerca de la juventud, en primer lugar, poniendo todo su afecto por los jóvenes, en segundo lugar, procurando los necesarios recambios generacionales para que tomaran el mando de la Iglesia y, en la medida de sus fuerzas, en los diversos cuadros de gobierno de la sociedad y, finalmente, promoviendo vocaciones para todas las instituciones de la Iglesia, especialmente de padres y madres de familia cristiana. 

El discernimiento

También es profundamente pastoral que, como buen jesuita, haber aplicado el “don de discernimiento de espíritus», tanto a su vida personal como a las instituciones y diócesis, pues para sí y para todos ha deseado discernir en busca de dar mayor gloria a Dios.

Si vemos los diversos discursos que ha pronunciado y el modo de acometer los difíciles y espinosos problemas que ha acometido siempre ha sido desde el discernimiento y la prudencia del gobierno. Es más, no ha dudado en saltarse los mecanismos habituales de gobierno para poder acceder directamente al problema y atajarlo con celeridad. Como dice el adagio: “para solucionar un problema hay que salirse del problema”. Es pues muy pastoral y, también pastoral de urgencia, tantas comisiones “ad hoc” como ha organizado.

Indudablemente, hay mucho trabajo por hacer: la salvación de cuantas más almas mejor, por eso nadie podrá decir que el Santo Padre no ha puesto de su parte todo lo posible por introducir un gran dinamismo apostólico. De hecho, la habitual reforma de la curia que todos los Romanos Pontífices acometen en Francisco ha adoptado un claro matiz misionero, como se puede ver en “Praedicate Evangelium”.

No podemos terminar este rápido análisis sin mencionar su ilusión por una iglesia sinodal retomando el estilo del ejercicio del pontificado durante el primer milenio, bien consciente que la sinodalidad colaborará a la dimensión misionera de la Iglesia, la ecuménica y la pastoral.

Fuente: omnesmag.com


4/29/25

La ventana cerrada y los “infartos espirituales

Antonio García-Prieto Segura


“El Sumo Pontífice, obispo de Roma y sucesor de san Pedro, ‘es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de los fieles”  

En Roma, centro del cristianismo desde hace XXI siglos, convergen en estos días todas las miradas del mundo. Y ahí seguirán hasta que se vayan apagando los ecos de la marcha del papa Francisco a la casa del Padre, y de la figura del nuevo sucesor del primer Vicario de Cristo. Por breve tiempo permanecerá cerrada la ventana del Palacio Apostólico, desde la que tantos Papas se han dirigido a la multitud, en los Angelus dominicales y en importantes momentos en la vida de la Iglesia.

He vivido en Roma varios períodos de “ventanas cerradas” o, en términos más eclesiales, de “sede vacante”, y he podido rezar ante los restos mortales de Juan XXIII, de Pablo VI y de Juan Pablo I. Y también, de cerca, el ambiente en torno a varios cónclaves. Hoy, a la espera de conocer la figura de quien será el 267 sucesor de Pedro, haré unos breves comentarios sobre la esencia de su misión, aunque no dirán nada nuevo a cualquier cristiano medianamente instruido.

En estos días que rodean los preparativos del cónclave, se oyen y se leen comentarios para todos los gustos, en torno a quienes serán sus protagonistas más directos: los cardenales electores. Se hacen comparaciones entre ellos, y se les asignan etiquetas que serían más propias de personas dedicadas al mundo de la política. Y esto cuando no se llega ya a máximos desenfoques de la figura del Vicario de Cristo, como el de cierto político diciendo que el Papa Francisco   estaba “en su misma barricada”, como si se tratara de posicionamientos en un contexto de protestas o revueltas sociales. O afirmar que “yo estoy con Francisco, pero no con la Iglesia”. Las miradas cortas ante una institución divina pueden originar juicios y comentarios fuera de lugar, que muestran la ignorancia de sus autores en esta materia y confunden a la gente.

Mirada corta, aunque en este caso más comprensible, es también cuando se habla del tal o cual Papa como sucesor, obviamente, de quien le ha precedido, pero centrándolo todo en comparaciones con sus inmediatos predecesores, olvidando la gran verdad: que todo Papa es siempre y por encima de todo sucesor de Pedro, primer Vicario de Cristo. Y a quien él y los cristianos debemos mirar es a Cristo; el Papa, además, a través de Pedro que -no conviene olvidarlo- murió mártir por defender la fe. Por tanto, más que empezar a hacer comparaciones cercanas, hay que resaltar que el nuevo Papa siempre es un nuevo eslabón en la cadena comenzada con san Pedro.

El Catecismo de la Iglesia recuerda esa gran verdad, destacando la misión esencial de todo Papa: “El Sumo Pontífice, obispo de Roma y sucesor de san Pedro, ‘es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de los fieles” (n. 882). El servicio y cometido esencial de todo Papa será, por encima de todo, preservar   la unidad de la fe y la fidelidad a la doctrina de Cristo, sean cuales fueren las circunstancias históricas de su pontificado y los problemas que agiten el mundo en los momentos que le toque vivir. Y sin huir en absoluto del diálogo con esa cultura y los problemas que plantee, preservar en primerísimo lugar la mencionada unidad de fe y la fidelidad a Cristo Cabeza de la Iglesia.

 Hasta aquí nada nuevo, decía antes, para un cristiano medianamente formado, pero no siempre llegamos hasta el fondo de nuestra fe y de sus consecuencias más radicales. Y esto significa que la misión y testimonio del Papa, como la de cualquier cristiano, siempre exigirá navegar contra corriente de modas culturales, cálculos políticos, etc., que sean contrarios y negadores de las enseñanzas de Cristo. El Señor sabía que este proceder comportaría persecución y nos lo dice sin ambages: “Si me han perseguido a mí, también a vosotros os perseguirán” (Jn 15, 20). Sin embargo, también nos ha mostrado el camino para hacer frente a todas las adversidades: la unión estrecha con él, como el sarmiento unido a la vid, y nos lo advierte: “Sin mí, nada podéis hacer” (Jn 15, 5). Y aquí vienen al caso los “infartos espirituales” que figuran en el título; cuando la savia no irriga al sarmiento, es como si se entre éste y la vid se produjera un “infarto vegetal”, de consecuencias mortales si no se corrige. Algo análogo puede ocurrir en la Iglesia.

La expresión “infartos espirituales” es del cardenal Julián Herranz, recogida en su libro “Dos Papas”, y la considero de vivísima actualidad en estos momentos de “la ventana cerrada” en espera del cónclave y del nuevo Vicario de Cristo que, dentro de unos días aparezca en ella. El cardenal Herranz, médico antes de ordenarse sacerdote, utilizó esa expresión cuando intervino en una de las congregaciones generales de cardenales que precedieron al cónclave donde fue elegido Benedicto XVI. Después de aludir a sus lejanos estudios de Medicina y referirse a las eventuales consecuencias mortales de un infarto, trasladó el caso a la vida de la Iglesia; transcribo literalmente sus palabras, aunque la cita sea extensa:

“Se puede decir -por analogía- que también en el Cuerpo místico de Cristo se pueden dar ‘infartos espirituales’. Captada ya la plena atención del auditorio (..), continué así: ‘Queridos hermanos: no es esta una comparación dictada por el pesimismo, sino por la esperanza, si se valora la suprema ley de la Iglesia: la salus animarum: la salvación de las almas (C.I.C., ca. 1752); sin embargo, puede suceder, y sucede que esté reducida al mínimo la funcionalidad o estén completamente obstruidos aquellos canales divinos de la gracia santificante que son los Sacramentos, ’instituidos por Cristo y confiados a la Iglesia, a través de los cuales nos viene otorgada la vida divina’” (CEC, 1131). (Dos Papas, pp. 166 ss.)         

Prosiguió: “no pocas comunidades de fieles estaban sufriendo una progresiva obliteración de los canales sacramentales de la gracia divina, de ‘infarto sacramental’, con una paulatina extinción de la práctica religiosa y de la vida cristiana, una progresiva ‘necrosis’ en el tejido vital de la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo”. Y concluyó: “… Se trata de un problema pastoral grave, de una primaria necesidad espiritual de los fieles, que el nuevo Papa deberá afrontar necesariamente”. (Dos Papas, pp. 166-168).

En estos días de “ventana cerrada”, comienzo de las congregaciones generales y posterior cónclave, más que dejarnos llevar por los ruidos tantas veces confusos de informaciones mediáticas, será mejor que recemos con fe al Espíritu Santo que “es como la savia de la viña del Padre que da su fruto en los sarmientos” (Catecismo, n. 1108). Así todos, de algún modo, participaremos en el cónclave y los cardenales electores tendrán la ayuda de toda la Iglesia para ser dóciles a la acción del Espíritu Santo, en la elección del nuevo Vicario de Cristo y sucesor de Pedro.

Fuente: elconfidencialdigital.com

¿Quién será el nuevo Papa?

Juan Luis Selma


Será otro Cristo que llegará a Roma dispuesto a morir por el Señor y su Iglesia ¡Adiós, amado Papa Francisco!

San Juan Pablo II falleció el domingo de la Divina Misericordia, el siguiente a la Pascua. El Papa Francisco, gran impulsor de la devoción a la Misericordia, será enterrado en la víspera de esa fiesta. Pero, ¿qué es la misericordia? ¿En qué consiste ser misericordioso?

Hace un par de años, realicé un viaje por motivos profesionales a Lituania, donde asistí a un curso de formación sacerdotal. Visité Vilnius, la capital, lugar donde surgió esta devoción. Santa Faustina Kowalska vivió allí durante un tiempo y recibió varias visiones. En Vilnius se pintó el primer cuadro de la Divina Misericordia y comenzó el rezo de la coronilla. Recuerdo con emoción mi visita al Santuario y al convento donde la santa tuvo las primeras revelaciones.

"Cuanto mayor es el pecador, mayor es el derecho que tiene a mi misericordia. Mi misericordia se confirma en toda obra de mis manos. El que confía en mi misericordia no perecerá, porque todos sus asuntos son míos y sus enemigos serán destrozados en la base de mi escabel", le dijo el Señor a la santa. Así es Dios: rico en misericordia, como nos recordó San Juan Pablo II en una encíclica.

En unas recientes palabras sobre el Papa Francisco, monseñor Ocáriz decía: “El Papa tenía gran fe en la misericordia de Dios y una de las principales orientaciones de su pontificado ha sido precisamente anunciarla a los hombres y mujeres de hoy. Con su ejemplo, nos ha impulsado a acoger y experimentar la misericordia de Dios, que no se cansa de perdonarnos; y, por otro lado, ser misericordiosos con los demás, como él ha hecho incansablemente con tantos gestos de ternura que son parte central de su magisterio testimonial”.

Ser misericordiosos es mirar con ojos de amor, estar dispuestos a perdonar, hacerse cargo de la debilidad ajena, reconocer la propia, ayudar, consolar y curar. La misericordia no consiste en mirar hacia otro lado, pactar con el mal y los defectos, o conformarnos con el modo de ser de los demás. La misericordia auténtica, la divina, es la que, con paciencia y comprensión, cura y sana, la que da vida: la propia, la que suple y se sube a la cruz para pagar en vez del otro. Esta actitud, por ser divina, tiene una gran eficacia, redime y acaba llevando al bien, sacándolo del otro.

Cuenta la tradición que, ante la persecución de Nerón, Pedro, aconsejado por sus discípulos, se dispuso a abandonar Roma. Cuando iba por la Vía Apia, vio a Jesús que, cargando con la cruz, se dirigía a Roma. Pedro dijo: “Quo vadis, Domine”. Jesús le contestó: “Si abandonas a mi pueblo, voy a Roma para ser crucificado por segunda vez”. Estas palabras avergonzaron a Pedro y lo llevaron a regresar a Roma para aceptar el martirio.

El próximo Papa será otro Cristo que llegará a Roma dispuesto a morir por el Señor y su Iglesia. Leemos en los Hechos de los Apóstoles: “La gente sacaba los enfermos a las plazas, y los ponía en catres y camillas, para que, al pasar Pedro, su sombra, por lo menos, cayera sobre alguno”. Esa sombra les sanaba. Queremos que el Papa nos sane, nos confirme en la fe, nos conduzca a Cristo, vele por la unidad de la Iglesia y sea el Papa de todos.

El mismo lunes, nada más enterarnos de la muerte de Francisco, saltaron los titulares especulando sobre su sucesor. Hasta la inteligencia artificial hace quinielas. Es verdad que hay una gran expectativa por quién será el 267 sucesor de Pedro, pero no podemos olvidar que la Iglesia no es una institución humana, sino divina. Esto explica que haya perdurado por más de dos mil años. Es el sacramento de la presencia de Cristo entre los hombres. Su misión es llevarnos a Cristo, darnos la salvación y la gracia.

Serán los señores cardenales quienes elijan al nuevo Papa, pero en el cónclave estará presente el Espíritu Santo, que será el protagonista. Recemos para que esos 133 cardenales busquen el bien de las almas y de la Iglesia, que no les muevan intereses partidistas. Jesús murió con los brazos abiertos en cruz, abarcando a todos: de derechas e izquierdas, a todos. En buena parte, todos somos protagonistas en la elección del Papa con nuestras oraciones. Vale la pena que recemos mucho, ofrezcamos el trabajo y algún sacrificio para que en el Aula Sixtina sople fuerte el Espíritu Santo.

Me decía un amigo que esperaba que el nuevo Pedro nos confirmara en la fe. Hay mucha confusión en el mundo y también en la Iglesia, y esta no debe acomodarse al mundo, sino tirar de él hacia arriba: ser sal y luz, no volverse sosa.

Terminamos con unas palabras del Papa Francisco: “La Madre de Misericordia acoge a todos bajo la protección de su manto, tal y como el arte la ha representado a menudo. Confiemos en su ayuda materna y sigamos su constante indicación de volver los ojos a Jesús, rostro radiante de la misericordia de Dios”.

Fuente: eldiadecordoba.es


4/27/25

Un final para Francisco

Diego S. Garrocho

Las grandes historias solo se comprenden tras el desenlace final. Ocurre con los buenos libros y sucede, también, en la vida, que tantas veces emula a las ficciones. La búsqueda del sentido es lo que tiene, que solo podemos dar razón de lo ocurrido cuando la trama llega a su término. Y por eso la trayectoria del papa Francisco ha cobrado un nuevo sentido después de su muerte. O al menos es así como algunos lo vivimos.

Confieso que, cuando fue elegido, eran muchas las cautelas que albergaba. En gran medida, el legado de su predecesor, Benedicto XVI, creaba una enorme sombra y abría un espacio de incertidumbre inédito. Nunca habíamos vivido el nombramiento de un Sumo Pontífice mientras el anterior papa seguía vivo. Además, el vigor intelectual y teológico de Ratzinger hacía imposible no lamentar su marcha. Tal vez fuera un defecto profesional de académico, pero con el nombramiento de Francisco algunos sentimos un vértigo forzoso por el adiós del gran teólogo alemán.

Desde la elección de su nombre hasta sus primeras maneras, el nuevo papa exhibió una personalidad singular que casi dio lugar a la fábula. Sus seguidores y sus críticos proyectaron sobre él esperanzas y temores imaginarios, y la personalidad del pontífice multiplicó su visibilidad e influencia. En su trayectoria de hombre, él mismo lo expresaba, no faltaron errores que con ánimo sincero supo reconocer. Su verbo arrebatado de porteño le jugó algunas malas pasadas pero, al fin y al cabo, todos los argentinos colosales brillan no por ser perfectos, sino por derrochar virtudes capaces de opacar hasta el peor desliz. Francisco no fue una excepción.

Su amor por los pobres, su palabra de acogida y hasta su sensibilidad contemporánea no eran virtudes exclusivas de Francisco. A otros papas los vimos rimar con su circunstancia y, desde luego, el compromiso con los desheredados es algo que cualquiera que haya transitado accidentalmente por la Iglesia habrá encontrado, por fortuna, muchas veces. Sin embargo, estos rasgos constantes junto con sus tropiezos le sirvieron a Bergoglio para elevarse como un referente total en el que su humanidad completa sirvió para inspirar a millones de personas.

Bergoglio, con su sensibilidad y sus tropiezos, se

eleva como un referente total

Es ahora, en los días posteriores a su muerte, cuando Francisco se demuestra no solo como un papa amado, sino como un pontífice capaz de conciliar y asimilar a casi todos los contrarios. Esa es la esencia de la universalidad que tanto ansiaron los filósofos y, si se quiere, del catolicismo ya desde su etimología. De Putin a Zelenski, de Sheinbaum a Trump, de Yolanda Díaz a un redimido Milei, el papa Francisco se tenía guardado un último mensaje para el mundo después de su muerte. Al final va a ser cierta aquella intuición de la coincidentia oppositorum que pergeñara, allá por el siglo XV, Nicolás de CusaPorque la universalidad no puede excluir a nada ni a nadie, e incluso en quien piensa de forma antagónica a nosotros puede haber un atisbo de verdad y de razón que no debe ser despreciada.

La admiración por Bergoglio nos invita a volver a creer en que la sed de verdad y de justicia es una y la misma en todos los lugares del mundo y en todos los corazones. Puede que no sea ahora ni en las próximas décadas, pero la muerte de Francisco hace de la historia un lugar para el cumplimiento de toda esperanza. Es posible que la concordia llegue algún día y la vida de un hombre que quizá no fue perfecto nos sirvió para entenderlo. Siempre hace falta esperar hasta el final.

Fuente: ethic.es


4/26/25

“¡Hemos visto al Señor!”

Domingo de la Divina Misericordia

Evangelio (Jn 20,19-31)

Al atardecer de aquel día, el siguiente al sábado, con las puertas del lugar donde se habían reunido los discípulos cerradas por miedo a los judíos, vino Jesús, se presentó en medio de ellos y les dijo:

—La paz esté con vosotros.

Y dicho esto les mostró las manos y el costado. Al ver al Señor se alegraron los discípulos. Les repitió:

—La paz esté con vosotros. Como el Padre me envió, así os envío yo.

Dicho esto sopló sobre ellos y les dijo:

—Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les son perdonados; a quienes se los retengáis, les son retenidos.

Tomás, uno de los doce, llamado Dídimo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le dijeron:

—¡Hemos visto al Señor!

Pero él les respondió:

—Si no le veo en las manos la marca de los clavos, y no meto mi dedo en esa marca de los clavos y meto mi mano en el costado, no creeré.

A los ocho días, estaban otra vez dentro sus discípulos y Tomás con ellos. Aunque estaban las puertas cerradas, vino Jesús, se presentó en medio y dijo:

—La paz esté con vosotros.

Después le dijo a Tomás:

—Trae aquí tu dedo y mira mis manos, y trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente.

Respondió Tomás y le dijo:

—¡Señor mío y Dios mío!

Jesús contestó:

—Porque me has visto has creído; bienaventurados los que sin haber visto hayan creído.

Muchos otros signos hizo también Jesús en presencia de sus discípulos, que no han sido escritos en este libro. Sin embargo, éstos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre.

Comentario al Evangelio

El domingo de Resurrección Jesús se manifestó a los discípulos, que estaban recluidos por temor, para llenarlos de alegría y enviarlos a anunciar la Buena Noticia como el Padre lo envió a Él. El Señor les muestra sus llagas gloriosas como pruebas palpables de su triunfo y les desea la paz, que es “el don precioso que Cristo ofrece a sus discípulos después de haber pasado a través de la muerte y los infiernos –explica el Papa Francisco−. Es el fruto de la victoria del amor de Dios sobre el mal, es el fruto del perdón”.

El Evangelio de este segundo domingo del Tiempo de Pascua cuenta que el discípulo Tomás no estaba con los otros en aquella ocasión. Cuando regresa, no cree en el testimonio jubiloso de todos: “¡Hemos visto al Señor!”. Lo achaca quizá a una experiencia interna o a un desvarío colectivo. Tomás exige algo más que el testimonio apostólico y pide signos evidentes para creer y cambiar de vida. Al domingo siguiente, Jesús volvió a mostrarse. “Quizá tú también escuches en este momento el reproche dirigido a Tomás –escribió san Josemaría−: mete aquí tu dedo, y registra mis manos; y trae tu mano, y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino fiel; y, con el Apóstol, saldrá de tu alma, con sincera contrición, aquel grito: ¡Señor mío y Dios mío!, te reconozco definitivamente por Maestro, y ya para siempre —con tu auxilio— voy a atesorar tus enseñanzas y me esforzaré en seguirlas con lealtad”.

En este domingo de la Divina Misericordia, comentaba el Papa Francisco: “entrando en el misterio de Dios a través de las llagas  comprendemos que la misericordia no es una entre otras cualidades suyas, sino el latido mismo de su corazón. Y entonces, como Tomás, no vivimos más como discípulos inseguros, devotos pero vacilantes, sino que nos convertimos también en verdaderos enamorados del Señor”.

Es natural que sintamos el anhelo de Tomás −querer ver y palpar a Jesús−, porque conocemos a través de nuestros sentidos corporales. Por eso nos preguntamos con el Papa, “¿cómo saborear este amor, cómo tocar hoy con la mano la misericordia de Jesús? Nos lo sugiere el Evangelio, cuando pone en evidencia que la misma noche de Pascua (cf. v. 19), lo primero que hizo Jesús apenas resucitado fue dar el Espíritu para perdonar los pecados. Para experimentar el amor hay que pasar por allí: dejarse perdonar”.

También podemos sentir como dirigida a nosotros la última bienaventuranza que pronunció Jesús en la tierra, provocada por el desconfiado Tomás: “Bienaventurados los que sin haber visto hayan creído”. La fe, la confianza en Dios sin pruebas llamativas, es una dicha, un don que hemos de pedir humildemente: “¡auméntanos la fe!” (Lc 17,5). Es un regalo que hemos de cultivar y practicar con obras diarias, porque “el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y las hará mayores que éstas porque yo voy al Padre. Y lo que pidáis en mi nombre eso haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo” (Jn 14,12-14). Por eso decía san Josemaría, “Dios es el de siempre. −Hombres de fe hacen falta: y se renovarán los prodigios que leemos en la Santa Escritura”.

Fuente: opusdei.org

4/25/25

Mil gracias, Papa Francisco

Rafael Domingo Oslé


Por tu defensa sin fisuras de la vida humana, por enseñarnos que cada uno de nosotros es una historia de amor, por haber declarado inadmisible la pena de muerte, y por tu firme condena del aborto y la eutanasia

Mil gracias, Papa Francisco, por haber aceptado el pontificado en un momento complejo de la historia de la Iglesia y del mundo, y a una edad avanzada, dando lo mejor de ti mismo hasta el último momento.

Mil gracias, Papa Francisco, por tu ejemplo de humildad, por tu estilo de vida sencillo, por tu rechazo de los lujos, por tu cercanía y autenticidad, y por habernos enseñado a vivir desprendidos de nuestras cosas.

Mil gracias, Papa Francisco, por tu liderazgo carismático y global, por tu firme defensa de la paz en un mundo repleto de conflictos, por tu llamada al diálogo y a la reconciliación que nos ha llenado de esperanza en tiempos de crisis.

Mil gracias, Papa Francisco, por ocuparte de los más necesitados, por enseñarnos que los pobres son el corazón de la Iglesia, por tu denuncia de la cultura del descarte, por haber guiado a tantas personas hacia la caridad y el servicio comunitario, por recordarnos la necesidad de que la Iglesia se acerque a las periferias.

Mil gracias, Papa Francisco, por tu defensa sin fisuras de la vida humana, por enseñarnos que cada uno de nosotros es una historia de amor, por haber declarado inadmisible la pena de muerte, y por tu firme condena del aborto y la eutanasia.

Mil gracias, Papa Francisco, por tu invitación a cuidar nuestra casa común, el planeta Tierra, como algo propio, y por promover la sostenibilidad, la responsabilidad ambiental y una economía integral basada en la cultura del amor.

Mil gracias, Papa Francisco, por habernos recordado la centralidad de la familia, el lugar donde se aprende a amar, la relevancia del hogar, la revolución de la ternura, y haber incorporado al lenguaje político el amor al enemigo.

Mil gracias, Papa Francisco, por haber cuidado de nuestros ancianos y habernos enseñado a apreciar en ellos la rica tradición del pasado y la belleza que nos brinda el paso del tiempo.

Mil gracias, Papa Francisco, por haber trabajado sin descanso por la unión de los cristianos ─ortodoxos, católicos y protestantes─, por haber fomentado un diálogo abierto y fecundo entre las diferentes religiones, y por haber conversado con tantos líderes religiosos.

Mil gracias, Papa Francisco, por invitarnos a vivir un amor incondicional, por llevarnos hacia la misericordia del Corazón de Jesucristo y por recordarnos la importancia de ser compasivos y solidarios en cada momento de nuestras vidas.

Mil gracias, Papa Francisco, por tu enfoque pastoral inclusivo, en el que cada persona cuenta y todos suman, sin miedos al qué dirán, y por tu valentía para abordar cuestiones éticas complejas en beneficio de tu rebaño.

Mil gracias, Papa Francisco, por tu defensa de la justicia social y los auténticos derechos humanos, esos que brotan del corazón de cada hombre, creado a imagen de Dios, especialmente la libertad religiosa, la libertad de expresión y el derecho a la educación.

Mil gracias, Papa Francisco, por tus incansables viajes y por haber llevado la luz de la buena nueva a los rincones más alejados del mundo.

Mil gracias, Papa Francisco, por promover a nivel mundial un perdón incondicional e ilimitado, que nos une íntimamente a todos los hombres y nos libera de rencores y resentimientos.

Mil gracias, Papa Francisco, por tu invitación a superar los miedos para abrirse a nuevas experiencias de Dios y ayudarnos a no crear un falso muro de separación entre lo material y lo espiritual.

Mil gracias, Papa Francisco, por haber enfatizado la necesaria búsqueda de la verdad, la relevancia de la conciencia personal, y habernos mostrado la importancia de asumir la propia responsabilidad en nuestras acciones y decisiones.

Mil gracias, Papa Francisco, por tu compromiso con la transparencia, por tu lucha contra la corrupción y tu tolerancia cero con los abusos sexuales perpetrados en el seno de la Iglesia Católica.

Mil gracias, Papa Francisco, por enseñarnos que el amor es más fuerte, por proponernos como modelo al buen samaritano, por tu doctrina sobre la santidad de la puerta de al lado y por haber resaltado la importancia de las bienaventuranzas en la vida cotidiana.

Mil gracias, Papa Francisco, por enseñarnos a transmitir la alegría del Evangelio y el gozo y la paz que nacen de las personas enamoradas de Jesucristo.

Mil gracias, Papa Francisco, por tu piedad conmovedora, casi infantil, y por enseñarnos a mantener las devociones que aprendimos de niños y un amor filial a nuestra Madre del Cielo.

Mil gracias, Papa Francisco, por haber vivido en perfecta sintonía con los papas anteriores, mostrando que la diversidad de talentos enriquece el único mensaje cristiano.

Mil gracias, Papa Francisco, por haber muerto con las botas puestas, como mueren los grandes campeones de la eternidad. Tu legado permanecerá para siempre.

Fuente: eldebate.com


4/24/25

Francisco, maestro de amistad

Mons. Mariano Fazio

Una de las gracias que más valoro en mi vida son los gestos de amistad que me ha regalado el Papa Francisco, en una mezcla inusual de cercanía paternal y buen humor porteño.

Lo conocí en el lejano año 2000, en la curia de la Arquidiócesis de Buenos Aires, pero realmente la amistad comenzó en la asamblea de Aparecida en 2007.

Los recuerdos se amontonan en mi memoria. En estos momentos de dolor, pongo por escrito mi testimonio por pedido de Omnes, confiando en que podemos aprender, a través de estas anécdotas, la catequesis de Francisco sobre la amistad.

Comenzaré hilvanando mis recuerdos a través de sus cartas escritas de puño y letra. Para evitar indiscreciones, citaré las más significativas. En ellas se manifiestan algunas características de su personalidad: agradecimiento, buen humor –con el deje irónico propio de su ciudad natal-, cercanía y confianza en la oración.

Siendo todavía cardenal de Buenos Aires, me escribió algunas cartas –siempre acompañadas, dentro del sobre, con unas estampas de la Virgen Desatanudos, de san José y de santa Teresita de Lisieux– para agradecer el envío de un libro o alguna información sobre las actividades apostólicas del Opus Dei en la capital argentina.

En una oportunidad, le envié un libro que incluía unas palabras suyas. En carta del 22 de octubre de 2010, además de agradecerme el libro, su reacción al hecho de verse citado fue la siguiente: “En cuanto a las citas en las conclusiones son un paso más hasta que te «citen» en los Avisos fúnebres de La Nación” (el periódico característico para esta amable costumbre).

Después de su elección como Romano Pontífice, mi sorpresa fue mayúscula cuando, en cuatro oportunidades en un año, me llegó un sobre de la nunciatura que contenía, a su vez, otro sobre más pequeño escrito por Francisco respondiendo a mis cartas, en el que había puesto, incluso, el código postal de mi casa. En la misiva fechada el 6 de junio de 2013, me animaba a evangelizar “en estos momentos en que se mueven las aguas. Bendito sea Dios”. Como le trataba de tú en Buenos Aires, y le decía que ahora le trataría de Usted, pues había pasado a ser el vicario de Cristo, Francisco añadía: “Me causó gracia eso de que dejaste de ser confianzudo… ya te acostumbrarás (después de todo he bajado de categoría: antes era Cardenal, ahora un simple obispo)”. Como en la carta, le hacía referencia al aniversario de mi ordenación sacerdotal, el papa señalaba: “Ya llevás 22 años de sacerdote. Es impresionante como pasa el tiempo. Yo llevo el doble y me parece que fue ayer”. Nunca faltaba la petición de oraciones: “Te pido, por favor, que sigas rezando y haciendo rezar por mí”.

La siguiente carta que recibí tenía como objeto agradecerme un libro que había escrito sobre él y que un amigo le había hecho llegar. El 4 de julio, el Papa comentaba que ese amigo le había llevado “el libro que te atreviste a escribir sobre mi persona. ¡Hay que ser caradura! Te prometo leerlo y desde ya estoy convencido de que encontrarás en mis escritos categorías metafísicas y ontológicas que seguramente nunca se me han ocurrido. Seguro que me voy a divertir. También estoy seguro de que tu pluma hará bien a la gente. Muchas gracias”. Y, otra vez, la petición de oraciones: “Por favor, no te olvides de rezar y hacer rezar por mí. Que Jesús te bendiga y la Virgen Santa te cuide”.

A fines de 2014 me mudé de Argentina nuevamente a Roma. Al año siguiente, le envié un libro sobre los grandes escritores rusos. Es conocida la admiración del Papa a esos clásicos, y en particular a Dostoievsky. Comentando el libro y la riqueza de la literatura rusa, escribía un 3 de diciembre de 2016: “En la base está aquella frase programática (no recuerdo de quién), «nihil humanum a me alienum puto» (nada de lo humano me es ajeno), o la experiencia del pagano más cristiano, Virgilio, «sunt lacrimae rerum et mentem mortalia tangunt» (hay lágrimas en las cosas y tocan a lo humano del alma)”. Al mismo tiempo, me animaba a seguir escribiendo sobre los clásicos de la literatura como medio de evangelización.

Con ocasión de un mensaje en el que le contaba que iría a Ecuador, me contestó a vuelta de correo, un 3 de febrero del 2022: “Buen viaje a Ecuador. Dale un saludo a la Dolorosa del Colegio San Gabriel de Quito. Todos los días le rezo la oración”. El Papa se refería a una imagen milagrosa que se encuentra en un colegio llevado por los jesuitas en la capital ecuatoriana. Cumplí su deseo, rezando unos minutos por sus intenciones delante de la imagen, junto con la comunidad religiosa del colegio.

La última carta que conservo es del 4 de agosto del 2024. El Papa había publicado un documento sobre la importancia de la literatura en la formación de los agentes de pastoral. Me encontraba en Camerún, y al leer ese documento me entusiasmé, y le envié un mensaje a través de su secretario. La respuesta fue inmediata: “Gracias por tu correo. Gracias por tu aliento. Algunos obispos italianos me pidieron que hiciera algo en relación a la formación humanística de los futuros sacerdotes… y desenterré estos apuntes que había escrito hace mucho tiempo. En esto no sos mi «maestro» con tus libros. Camerún tiene un buen equipo de fútbol. Rezo por vos. Por favor, hacelo por mí. Que Jesús te bendiga y la Virgen Santa te cuide. Fraternalmente. Francisco”.

Las llamadas al móvil también han dejado un recuerdo imborrable de su amistad. A partir de un encuentro personal en 2016, que coincidió con el día de mi cumpleaños, comenzó a llamarme cada año para darme sus felicitaciones. Precisamente en 2017 llamó cuando yo estaba celebrando la Santa Misa. Me encontré un mensaje de audio, en el que me saludaba por el cumpleaños, me aseguraba su oración, me pedía que rezara por él y agregaba que, si podía, me llamaría esa tarde. A eso de las 15:00 estaba recibiendo a una persona cuando sonó el móvil. Al sacarlo del bolsillo se cortó la comunicación, pero alcancé a ver que era él. Entonces me comuniqué con su secretario, para decirle que estaba conmovido de que el Papa intentara conectar conmigo por segunda vez. Que le transmitiera mi agradecimiento y mi oración por él. A los cinco minutos, ¡el Papa me llamaba por tercera vez! Apenas atendí el teléfono, exclamó: “¡Qué difícil es hablar con vos!”

Un año más tarde, reconozco que ya albergaba expectativas de felicitación papal. No me llamó, sino hasta el día siguiente. Increíblemente, me explicó como si tuviera que dar explicaciones que me había tenido muy presente durante todo el día, pero que no había tenido tiempo físico para saludarme.

A finales de 2019 y en los primeros meses de 2020 tuve contactos frecuentes con el Papa, manifestando su cercanía. En noviembre le conté, a través de su secretario, que mi madre se había roto la cadera. Pedía su oración y la bendición para mi madre. Grande fue mi sorpresa al ver que el móvil sonaba diez minutos después de haber enviado el e-mail. Era el Papa. Me preguntó por la edad de mamá, cómo se llamaba, y añadió que le enviaba su bendición y que estaría pendiente. Gracias a Dios, la operación a la que fue sometida mi madre salió bien, y así lo compartí con Francisco a través de una carta que, una vez más, obtuvo inmediata respuesta por escrito.

Un poco más adelante tuve una dermatitis complicada. Me desahogué en una carta, diciéndole que ofrecía mis molestias por él y por la Iglesia. Me llamó al día siguiente. Con una ironía porteña única, me preguntó cómo llamaba yo a la enfermedad. Le respondí: “Dermatitis”. “No –me replicó–, es sarna”, buscando darle un toque de humor a la penosa situación. Inmediatamente, se interesó por mi estado de salud y me agradeció de veras que ofreciera la enfermedad por él.

Pasaron pocas semanas, y recibí una noticia dolorosa: uno de mis mejores amigos desde los años de la escuela primaria, sacerdote del Opus Dei, había fallecido víctima del COVID. Nuevamente compartí mi sufrimiento con el papa, pues Francisco conocía muy bien a ese sacerdote, perteneciente a una familia amiga suya. Al poco tiempo, me llamó para consolarme: “No te preocupes, Pedro era un santito, y ya estará en el Cielo”. Le comenté que, al conocer la noticia, había llorado como un niño. Con mucho cariño, me confió que esas lágrimas eran muy saludables, y que de los niños era el Reino de los Cielos. También preguntó sobre cómo iba la “sarna”.

La seguidilla de contactos continuó: cumpleaños, agradecimiento por el envío de algún libro. Incluso, una vez quería saber si tenía el número de teléfono de un amigo común. Cosas típicas de la amistad. Pensando en esas llamadas, llegué a la conclusión de que, además del prelado y de mis hermanos en el Opus Dei que viven en mi casa, y mi familia en Argentina, sólo Francisco compartió mi preocupación por mi madre, la dermatitis, el dolor por la muerte de un amigo, y la alegría del cumpleaños. Muchos estuvieron presentes en una u otra de esas circunstancias, pero sólo él estuvo en todas. Y, como es obvio, no era precisamente la persona menos ocupada entre mis amistades.

Si me animo a contar estas cosas es por la conciencia de que mi caso no es de ninguna manera singular. Horas y horas de su pontificado –de su vida– se han volcado en este tipo de gestos y conversaciones, de cercanía y amistad. En ocasiones difíciles y en oportunidades alegres, siempre con buen humor y confianza en la oración. En este momento de dolor, el recuerdo del Papa es el de un amigo que estuvo en todas, que vivió conmigo lo que predicó por el mundo entero.

Fuente:  omnesmag.com

Las enseñanzas que nos deja el primer papa latinoamericano

Mons. Mariano Fazio

En este momento trascendental de la historia, desde el dolor por su muerte y el agradecimiento por su legado, ofrezco a continuación algunos apuntes sobre las enseñanzas del papa Francisco, para recordar el bagaje teológico-pastoral que puede seguir germinando en nuestra vida y dando frutos que irán ganando dimensión con el paso del tiempo.

“El nombre de Dios es misericordia”, que da título a uno de sus libros, podría ser el mensaje central del pontificado. En continuidad con san Juan Pablo II, Francisco ha predicado una y otra vez que Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre y que el kerigma salvífico –el primer anuncio del evangelio– es lo fundamental en la vida de la Iglesia: como acabamos de celebrar los cristianos en Pascua, Dios se encarnó para salvarnos, muriendo en la cruz y abriéndonos las puertas del perdón a través de su infinita misericordia. Una Iglesia de puertas abiertas que ofrece un camino de redención.

En relación directa con el primer anuncio, el Papa presentó las bienaventuranzas y los actos de caridad recogidos en Mateo, capítulo 25, como el corazón del Evangelio. Precisamente, estos textos ponen de manifiesto la misericordia divina e identifican al necesitado con la persona de Jesucristo: “Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo” (Mt 25,40). Francisco ha sido llamado el papa de las periferias: de las más visibles (los pobres, los migrantes, los enfermos, los marginados, las víctimas de la guerra o el narcotráfico) y de las espirituales (los que sufren en soledad, los que no encuentran sentido a la vida, los que están atrapados en el rencor o hundidos en la desesperanza).

En la encíclica social Fratelli tutti, Francisco interpela a un mundo fragmentado y atravesado por la violencia y desarrolla una lectura actualizada de la parábola del buen samaritano y la cultura del encuentro. Refiriéndose a las diversas formas de nacionalismos cerrados y violentos, actitudes xenófobas, desprecios e incluso maltratos hacia los que son diferentes, Francisco nos decía: “La fe, con el humanismo que encierra, debe mantener vivo un sentido crítico frente a estas tendencias, y ayudar a reaccionar rápidamente cuando comienzan a insinuarse. Para ello es importante que la catequesis y la predicación incluyan de modo más directo y claro el sentido social de la existencia, la dimensión fraterna de la espiritualidad, la convicción sobre la inalienable dignidad de cada persona y las motivaciones para amar y acoger a todos”.

Una visión familiar de la humanidad (todos hermanos, fratelli tutti) se complementa con una visión del mundo como un hogar, como una casa común. En esta idea se apoya su reflexión sobre la ecología humana integral, expresada en la encíclica Laudato Si’, que toma su título del himno espiritual en el que Francisco de Asís nos habla de la naturaleza como una familia: hermano sol, hermana luna, hermano fuego y nuestra hermana la madre tierra.

Gaudete et exultate, una exhortación apostólica de 2018, invita a valorar la santidad “de la puerta de al lado”, de la clase media, la santidad como un horizonte para todos: “Me gusta ver la santidad en el pueblo de Dios paciente: a los padres que crían con tanto amor a sus hijos, en esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, en los enfermos, en las religiosas ancianas que siguen sonriendo. En esta constancia para seguir adelante día a día, veo la santidad de la Iglesia militante”, esos santos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios.

Los aliados de esta santidad popular son las devociones y las peregrinaciones del santo pueblo fiel de Dios. Así, Francisco ha dedicado importantes consideraciones al pesebre (Signo admirable), a san José (Corazón de padre), al sagrado corazón de Jesús (Nos amó), a las bendiciones, a la liturgia. Como marco de estas reflexiones, su testimonio de amor a María, Madre Dios, ha sido el quicio de apoyo para su predicación sobre la revolución de la ternura.

Cuando el anuncio kerigmático se dirige a los jóvenes se convierte en una propuesta de amistad y alegría: Dios es amor y quiere ser tu amigo. “Los amigos fieles, que están a nuestro lado en los momentos duros, son un reflejo del cariño del Señor, de su consuelo y de su presencia amable. (…) La amistad con Jesús es inquebrantable. Él nunca se va, aunque a veces parece que hace silencio. Cuando lo necesitamos se deja encontrar por nosotros y está a nuestro lado por donde vayamos” (Christus vivit, 154).

Y en el lenguaje del papa Francisco, la amistad lleva al anuncio misionero. A compartir lo que hemos recibido. “Solo a partir de esta escucha respetuosa y compasiva se pueden encontrar los caminos de un genuino crecimiento, despertar el deseo del ideal cristiano, las ansias de responder plenamente al amor de Dios y el anhelo de desarrollar lo mejor que Dios ha sembrado en la propia vida” (Evangelii Gaudium, 171). Ahí donde nos encontremos y con quien estemos, en el barrio, en el estudio, en el deporte, en las salidas con los amigos, en el voluntariado o en el trabajo, siempre es bueno y oportuno compartir la alegría del Evangelio (Evangelii Gaudium). Así es como Jesús se va acercando a todos, ofrece su luz (Lumen fidei) y su esperanza que no defrauda (Spes non confundit). Unas de sus últimas palabras dirigidas a jóvenes fueron un impulso a “seguir caminando entusiastas en la fe, diligentes en la caridad y perseverantes en la esperanza”.

Vislumbrando una continuidad de fondo entre Benedicto XVI y Francisco, en una ocasión tuve la oportunidad de compartir con el papa argentino una interpretación personal de sus enseñanzas: la dictadura del relativismo de la que hablaba Benedicto es, en el fondo, la contracara de la cultura del descarte (Francisco). Ambas expresan un mismo problema: cuando se quiebran las bases de la dignidad humana, se devienen los consecuentes abusos a la persona, especialmente de quienes están en situación de vulnerabilidad. Su respuesta fue positiva. Sin embargo, lo que une a ambos pontífices está en la esencia de la misión del papa y la radical novedad del cristianismo: proponer el encuentro con una persona, con Jesús de Nazareth. No una excelsa doctrina, sino una persona: que pisó esta tierra nuestra, que vive porque ha resucitado y que nos espera en el Cielo, con los brazos abiertos. Esa persona con la que Francisco se ha encontrado ya en un abrazo definitivo.

Mariano Fazio

Sacerdote argentino, residente en Roma, Vicario auxiliar del Opus Dei

Fuente: lanacion.com

 


4/23/25

¡Adiós, amado Papa Francisco!

Juan Luis Selma

Ayer lo vimos felicitándonos la Pascua e impartiendo su bendición, gastando los últimos hilos de su vida. Fiel hasta el final, vivió una Cuaresma y Semana Santa unido a la Cruz del Señor, y el Resucitado se lo ha llevado consigo. Recemos por el eterno descanso de su alma.

“Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia.” A lo largo de dos milenios, 266 hombres, como tú y yo, han escuchado estas palabras de la boca de Jesús. Han dado su vida por la Iglesia, apoyados en Cristo como su fundamento. Durante este tiempo, la Iglesia ha permanecido fiel a su fundador, desafiando todo tipo de retos. Ha sido el faro de muchas civilizaciones y, hoy en día, es quien defiende al hombre de su peor enemigo: el propio hombre.

Francisco llegó a la sede de Pedro siendo mayor y enfermo. Lo dejó todo para embarcarse en su barca. La aventura de tomar el timón de la mayor nave del mundo lo rejuveneció, pero también lo desgastó. Hoy le estamos profundamente agradecidos por su entrega y entereza, por su fe. No fue un Papa estándar, ninguno lo es, pero con su sencillez y cercanía nos guió hacia el amor de Cristo. Pedimos que el Señor le conceda un cielo inmenso y, como manifestación de nuestro cariño, repasamos algunas de sus enseñanzas a modo de decálogo:

Decálogo de enseñanzas del Papa Francisco:

  1. Ser feliz es dejar vivir a la criatura libre, alegre y simple que habita dentro de nosotros. Es tener madurez para decir “me equivoqué”. Es tener la osadía para decir “perdóname”. Es tener sensibilidad para expresar “te necesito” y la capacidad de decir “te amo”.
  2. El amor se construye como una casa: juntos, no solos.
  3. Tener un lugar adónde ir se llama hogar; tener personas a quien amar se llama familia; y tener ambas se llama bendición.
  4. La esperanza sorprende y abre horizontes; nos hace soñar lo inimaginable y lo convierte en realidad.
  5. Es imprescindible edificar sobre la piedra, como Pedro con la Iglesia; de lo contrario, ocurre como con las casas que los niños construyen en la arena de la playa: el agua se las lleva y todo se destruye porque carecen de consistencia.
  6. El mundo está lleno de sendas que nos acercan o nos alejan, pero lo importante es que nos lleven hacia el Bien.
  7. Sé paciente: a veces, hay que pasar por lo peor para conseguir lo mejor, pero siempre confiando en Dios.
  8. Un joven no puede estar desanimado. Lo suyo es soñar cosas grandes, buscar horizontes amplios, atreverse a más, querer conquistar el mundo, aceptar propuestas desafiantes y desear aportar lo mejor de sí mismo para construir algo mejor.
  9. No habrá paz sin compartir y aceptar, sin una justicia que garantice la equidad y la promoción de todos, empezando por los más débiles. Tampoco habrá paz si los pueblos no tienden la mano a otros pueblos.
  10. En el corazón de la Iglesia resplandece María. Ella es el gran modelo para una Iglesia joven que desea seguir a Cristo con frescura y docilidad. ¡María arriesgó y, por eso, es fuerte; es la influencer de Dios!

Fuente: eldiadecordoba.es