7/29/24

Sacrificio

Ignacio Sánchez Cámara

Nuestro tiempo adolece de una incapacidad para el sacrificio. Apenas puede comprender qué es. El sacrificio no consiste en hacer algo que nos resulta incómodo, difícil o incluso heroico. Consiste en entregar la propia vida, toda ella, a algo o a alguien. La idea de entregar la vida suena a algo incomprensible o ridículo. Entregarse uno mismo.

Pero tampoco son buenos tiempos para la generosidad y la solidaridad auténticas. Son estas virtudes personales. No es posible ser generoso con lo que a uno no le pertenece. No hay generosidad por cuenta ajena. El Estado no puede ser generoso porque todo lo que posee es ajeno. Tiene que ser justo, pero no solidario ni generoso. Tampoco es posible la solidaridad estatal, porque ella consiste en asumir como propia una causa ajena, y la obligación del Estado es ser justo, no apoyar causas ajenas. Su única causa es la justicia. La filantropía moderna es falsa e inauténtica. En ella reside la impostura moral de la mayor parte de la izquierda.

Consideremos la política sobre la inmigración. No conozco el caso, acaso sea ignorancia, de ningún político de la izquierda radical que acoja en su casa (en muchos casos, mansión) a ningún indigente, nacional o extranjero. Pero no deja de exhibir su solidaridad y generosidad, eso sí, siempre con cargo al presupuesto estatal. Esto es ser solidario y generoso con el dinero ajeno. La izquierda agita la cuestión social como arma de propaganda política. Siempre es aleccionador comprobar lo que alguien hace y contrastarlo con lo que dice. Es cierto que el gran filósofo Max Scheler decía que él era como un poste que indica el camino que se debe seguir, aunque él no lo siguiera. Pero no fue ese su más memorable momento moral.

Creo que la más admirable expresión de lo que es la generosidad se resume en la divina parábola del buen samaritano. Quizá muy pronto, casi ya, habrá que contarla. Acaso no sea necesario a la mayoría de los lectores de este diario. Otra cosa es hipocresía y fariseísmo. No parece que la izquierda radical cumpla el precepto evangélico de que no sepa tu mano derecha lo que hace tu mano izquierda. Quizá porque sólo tiene una mano. Es natural que padezca una intensa alergia al Evangelio.

Recuerda el gran místico Thomas Merton que, para san Bernardo, la misericordia es la gran realidad de la vida espiritual. Esta misericordia no consiste en una filantropía condescendiente y autocomplaciente, ni en una especie de paternalismo benevolente. «Supone sacrificarse de verdad, poner a los demás por delante de nosotros, sentir su dolor como propio, cargar con la cruz de los otros, sufrir con ellos, y no convertir sus padecimientos en una ocasión para la vanidad autocomplaciente».

El ideal de nuestro tiempo indigente, si es que caber hablar propiamente de ideal, es una vida autónoma y placentera. Placer y autorrealización. Y adormecer la mala conciencia, si es que apunta, con el balsámico narcótico del altruismo. ¿Qué lugar queda para el sacrificio? Apenas sabemos ya lo que es. Es la entrega de la propia vida a algo o a alguien. El que pierde su vida, la ganará. El supremo acto de dignidad es el sacrificio: la entrega de la propia vida. El sacrificio es la máxima expresión del amor. Incluso supera al amor. Dios es amor, y sacrificio. Esta donación absoluta es algo divino. Esta donación y olvido de sí es lo que muestra, según el filósofo Jan Patocka, la sustancia cristiana, lo única que expresa lo que es el cristianismo.

Para comprender lo que es el sacrificio puede contemplarse la bellísima, por espiritual, película Sacrificio de Andrei Tarkovski. El sacrificio sólo es posible a través de la espiritualidad. En cierto sentido, es la espiritualidad misma. El materialismo, como aborto del espíritu, lo mata antes de que pueda nacer. Sólo el sacrificio puede salvarnos.

Fuente: eldebate.com