León XIV celebra la primera “Misa por el cuidado de la creación” en Borgo Laudato Si’, Castel Gandolfo
El Papa León XIV presidió este domingo la primera “Misa por el cuidado de la creación” en el Borgo Laudato Si’, el espacio educativo y formativo sobre ecología integral situado en los jardines de la residencia papal de Castel Gandolfo. La celebración marcó el estreno del nuevo formulario litúrgico aprobado recientemente para el Misal Romano, destinado a elevar una súplica a Dios por la protección de la creación y la conversión ecológica de la humanidad.
El entorno natural del Borgo Laudato Si’, descrito por el Papa como una auténtica “catedral al aire libre”, sirvió de marco a la Eucaristía, en la que participaron los colaboradores del centro y diversas familias. La liturgia incluyó lecturas que subrayaron la relación entre Dios y su creación, como textos del Libro de la Sabiduría, la carta a los Colosenses y el Evangelio de Mateo.
En su homilía, León XIV advirtió sobre las consecuencias de los desastres naturales y fenómenos climáticos extremos, que cada vez afectan a más personas, especialmente a los más pobres. El Pontífice llamó a una “conversión del corazón” que permita reconocer la belleza y fragilidad del mundo, invitando a todos a adoptar un estilo de vida más responsable y respetuoso con la casa común. Subrayó también que sólo una “mirada contemplativa” permite descubrir en la creación un reflejo del amor de Dios, fomentando relaciones sanas con el prójimo y con la naturaleza.
La “Misa por el cuidado de la creación” fue introducida oficialmente en el calendario litúrgico mediante un decreto del 8 de junio y presentada por el Dicasterio para el Culto Divino el pasado 3 de julio. Con este nuevo formulario, la Iglesia católica ofrece un cauce litúrgico para rezar por los desafíos ecológicos del mundo actual, en continuidad con la encíclica Laudato Si’ del Papa Francisco.
León XIV reiteró su llamado a escuchar tanto el clamor de la tierra como el grito de los pobres, recordando que ambos son inseparables. Animó a la comunidad cristiana a ser artífice de reconciliación entre la humanidad y el medio ambiente, siguiendo el ejemplo de San Francisco de Asís.
Con esta iniciativa, el Papa refuerza el compromiso ecológico de la Iglesia, integrando oración, formación y acción concreta por el cuidado de la creación.
Texto completo de la Homilía:
En este hermoso día, quisiera ante todo invitar a todos, comenzando por mí mismo, a vivir lo que estamos celebrando en la belleza de una catedral que podríamos llamar “natural”, con las plantas y tantos elementos de la creación que nos han reunido aquí para celebrar la Eucaristía, que significa: dar gracias al Señor.
Son muchos los motivos en esta Eucaristía por los cuales queremos dar gracias al Señor: esta celebración podría ser la primera con la nueva fórmula de la Santa Misa por el cuidado de la creación, que también es fruto del trabajo de varios Dicasterios del Vaticano.
Personalmente agradezco a tantas personas aquí presentes que han trabajado en este sentido por la liturgia. Como sabéis, la liturgia representa la vida, y vosotros sois la vida de este Centro Laudato si’. Quisiera daros las gracias en este momento, en esta ocasión, por todo lo que hacéis siguiendo esta hermosa inspiración del Papa Francisco, quien donó este pequeño espacio, estos jardines, para continuar con la misión tan importante que, diez años después de la publicación de Laudato si’, nos sigue recordando la necesidad de cuidar la creación, la casa común.
Aquí estamos como en las antiguas iglesias de los primeros siglos, donde se debía pasar por la pila bautismal para entrar en la iglesia. No quisiera ser bautizado en esta agua… pero el símbolo de pasar a través del agua, ser lavados de nuestros pecados y debilidades para poder entrar en el gran misterio de la Iglesia, es algo que también vivimos hoy. Al comenzar la Misa hemos rezado por la conversión, nuestra conversión. Quisiera añadir que debemos rezar por la conversión de tantas personas, dentro y fuera de la Iglesia, que aún no reconocen la urgencia de cuidar la casa común.
Tantos desastres naturales que vemos aún en el mundo, casi todos los días, en tantos lugares y países, son en parte causados por los excesos del ser humano y su estilo de vida. Por eso debemos preguntarnos si nosotros mismos estamos viviendo esa conversión. ¡Cuánto la necesitamos!
Dicho esto, también he traído una homilía preparada, que ahora compartiré. Os pido un poco de paciencia: contiene algunos elementos que realmente ayudan a seguir reflexionando esta mañana, compartiendo este momento familiar y sereno, en un mundo que arde, tanto por el calentamiento global como por los conflictos armados. Esto hace aún más actual el mensaje del Papa Francisco en sus encíclicas Laudato si’ y Fratelli tutti. Podemos reconocernos en este Evangelio que hemos escuchado, contemplando el miedo de los discípulos en medio de la tormenta, un miedo que también experimenta gran parte de la humanidad. Pero, en el corazón del Año Jubilar, confesamos —y podemos repetirlo muchas veces—: ¡hay esperanza! La hemos encontrado en Jesús. Él sigue calmando la tormenta. Su poder no destruye, sino que crea; no arrasa, sino que da vida nueva. Y nosotros también nos preguntamos: «¿Quién es este, que hasta los vientos y el mar le obedecen?» (Mt 8,27).
El asombro que expresa esta pregunta es el primer paso que nos hace salir del miedo. Alrededor del lago de Galilea, Jesús vivió y rezó. Allí llamó a sus primeros discípulos en sus lugares de vida y trabajo. Las parábolas con las que anunciaba el Reino de Dios muestran un profundo vínculo con esa tierra, con esas aguas, con el ritmo de las estaciones y la vida de las criaturas.
El evangelista Mateo describe la tormenta como un “seísmo” (usa la palabra seismós), el mismo término que empleará para el terremoto en la muerte de Jesús y al amanecer de su resurrección. Sobre ese trastorno, Cristo se eleva, de pie: ya aquí el Evangelio nos muestra al Resucitado, presente en nuestra historia convulsa. El reproche que Jesús dirige al viento y al mar manifiesta su poder de vida y de salvación, que domina esas fuerzas ante las cuales las criaturas se sienten perdidas.
Volvamos entonces a preguntarnos: «¿Quién es este, que hasta los vientos y el mar le obedecen?» (Mt 8,27). El himno de la carta a los Colosenses que hemos escuchado parece responder a esta pregunta: «Él es imagen del Dios invisible, primogénito de toda la creación, porque en él fueron creadas todas las cosas en los cielos y en la tierra» (Col 1,15-16). Los discípulos, aquel día, en medio de la tormenta, aún no podían profesar este conocimiento de Jesús. Nosotros hoy, en la fe que hemos recibido, sí podemos continuar: «Él es también la cabeza del cuerpo, de la Iglesia. Él es el principio, el primogénito de los que resucitan de entre los muertos, para que sea el primero en todo» (v. 18). Son palabras que nos comprometen a lo largo de la historia, que nos hacen un cuerpo viviente, cuyo cabeza es Cristo. Nuestra misión de custodiar la creación, de llevarle paz y reconciliación, es su misma misión: la misión que el Señor nos ha confiado. Nosotros escuchamos el grito de la tierra, escuchamos el grito de los pobres, porque ese grito ha llegado al corazón de Dios. Nuestra indignación es su indignación, nuestro trabajo es su trabajo.
El canto del salmista nos inspira: «La voz del Señor domina las aguas, truena el Dios de la gloria, el Señor sobre las aguas inmensas. La voz del Señor es potente, la voz del Señor es majestuosa» (Sal 29,3-4). Esta voz compromete a la Iglesia con la profecía, incluso cuando exige la audacia de oponerse al poder destructivo de los príncipes de este mundo. La alianza indestructible entre el Creador y las criaturas moviliza nuestras inteligencias y nuestros esfuerzos para convertir el mal en bien, la injusticia en justicia, la codicia en comunión.
Con infinito amor, el único Dios creó todas las cosas, dándonos la vida: por eso san Francisco de Asís llama a las criaturas hermano, hermana, madre. Solo una mirada contemplativa puede cambiar nuestra relación con las cosas creadas y sacarnos de la crisis ecológica, que tiene como causa la ruptura de las relaciones con Dios, con el prójimo y con la tierra, a causa del pecado (cf. Papa Francisco, Encíclica Laudato si’, 66).
Queridos hermanos y hermanas, el Borgo Laudato si’, donde nos encontramos, quiere ser, según la intuición del Papa Francisco, un “laboratorio” donde vivir esa armonía con la creación que es para nosotros sanación y reconciliación, elaborando nuevas y eficaces formas de custodiar la naturaleza que nos ha sido confiada. A vosotros, que os dedicáis con empeño a realizar este proyecto, os aseguro mi oración y mi aliento.
La Eucaristía que estamos celebrando da sentido y sostiene nuestro trabajo. Como escribe el Papa Francisco, «en la Eucaristía la creación alcanza su mayor elevación. La gracia, que tiende a manifestarse de manera sensible, encuentra una expresión maravillosa cuando Dios mismo, hecho hombre, llega a ser comido por su criatura. El Señor, en el culmen del misterio de la Encarnación, quiso alcanzarnos en nuestra intimidad a través de un simple fragmento de materia. No desde lo alto, sino desde dentro, para que en nuestro propio mundo pudiéramos encontrarlo» (Papa Francisco, Laudato si’, 236). Desde este lugar deseo concluir estas reflexiones confiándoos las palabras con las que san Agustín, en las últimas páginas de sus Confesiones, asocia las cosas creadas y al hombre en una alabanza cósmica: «Tus obras te alaban para que te amemos, y nosotros te amamos para que tus obras te alaben» (Confesiones, XIII, 33,48). Que sea esta la armonía que difundimos en el mundo.
Fuente: exaudi.org