Ramiro Pellitero
Una mirada a la realidad con ojos y corazón cristianos
¿Cómo surge la cuarta encíclica del Papa y cuál es su finalidad?
La encíclica Dilexit nos, sobre al amor humano y divino de Jesucristo (24-X-2024), nace de la experiencia espiritual del Papa Francisco y se puede ver como clave de lectura del pontificado. También, por tanto, de las anteriores encíclicas de Francisco en su conjunto.
Plantea lo que se puede colegir de la nota 1 en el primer capítulo, donde se remite al padre Diego Fares, que calificó el pontificado de Francisco en la línea de una “reforma desde el corazón” y una “educación del corazón”.
Se nos propone “volver al corazón” (cf. nn. 9 ss) en un mundo tentado por el consumismo, donde corremos el riesgo de perder personalmente nuestro centro, la fuente de nuestras verdaderas intenciones, preguntas y respuestas, donde se juega realmente nuestra vida. Pues el corazón es lo que nos unifica personalmente (armonizando la inteligencia y la voluntad, los sentidos, los afectos y los deseos). Y sin el corazón nos quedamos como fragmentados y descoyuntados por dentro. Además, el corazón es el que permite los encuentros y los vínculos con los demás y con el mundo. Y cuando falla el corazón “nos volvemos incapaces de acoger a Dios” (n. 17). En efecto, y el lenguaje común sabe algo de lo que significa tener corazón o no tenerlo.
De ahí que, ante los dramas de nuestro mundo, el Concilio Vaticano II invitaba a volver al corazón, ya que el ser humano “por su interioridad es, en efecto, superior al universo entero; a esta profunda interioridad retorna cuando entra dentro de su corazón, donde Dios le aguarda, escrutador de los corazones (cf. 1 Sal 16, 7; Jr 17, 10), y donde él personalmente, bajo la mirada de Dios, decide su propio destino” (Gaudium et spes, 14).
Cuatro enfermedades
¿Y por qué el Papa la publica precisamente ahora? Si en los siglos pasados los Papas reaccionaron contra interpretaciones rigoristas y desencarnadas del cristianismo (jansenismo), lo que sucede ahora lo dice así Francisco, aduciendo cuatro “enfermedades” que nos aquejan:
1) “Hoy, más que al jansenismo, nos enfrentamos a un fuerte avance de la secularización que pretende un mundo libre de Dios” (n. 87);
2) “a ello se suma que se multiplican en la sociedad diversas formas de religiosidad sin referencia a una relación personal con un Dios de amor, que son nuevas manifestaciones de una ‘espiritualidad sin carne’” (Ib);
3) “dentro de la misma Iglesia renació con nuevos rostros el dañino dualismo jansenista. Ha tomado renovada fuerza en las últimas décadas, pero es una manifestación de aquel gnosticismo [una ideología que pretendía la salvación por medio de planteamientos intelectuales subjetivistas e individualistas, despreciando como malos la materia, el cuerpo y el mundo] que ya dañaba la espiritualidad en los primeros siglos de la fe cristiana, y que ignoraba la verdad de ‘la salvación de la carne’” (Ib.);
4) finalmente, un nuevo dualismo: la extensión de una actitud que podría calificarse de “activismo eclesiástico” y que el Papa caracteriza como un concentrarse en actividades externas, reformas estructurales, organizaciones obsesivas y proyectos humanos.
“Esto ─señala─ con frecuencia deriva en un cristianismo que ha olvidado la ternura de la fe, la alegría de la entrega al servicio, el fervor de la misión persona a persona, la cautivadora belleza de Cristo, la estremecida gratitud por la amistad que él ofrece y por el sentido último que da a la propia vida. Se trata de otra forma de engañoso trascendentalismo, igualmente desencarnado” (n. 88); como un pragmatismo sin amor.
El sucesor de Pedro llega a considerar a nuestra sociedad, en su conjunto, como una sociedad en la que falta corazón, más aún, una sociedad anti-corazón: “Anti-corazón es una sociedad cada vez más dominada por el narcisismo y la autorreferencia” (n. 17).
Cambiar desde el corazón
Ahora bien, “el mundo puede cambiar desde el corazón” (nn. 28 ss), porque la paz es tarea del corazón, como lo es la donación, el encuentro y la promoción de la justicia. Por eso “tomar en serio el corazón tiene consecuencias sociales” (n. 29). Pero, como ya se ve, nuestro corazón ─que tiene una dignidad ontológica por haber sido creado a imagen y semejanza de Dios─ “no es autosuficiente, es frágil y está herido” (n. 30). Por ello necesitamos del auxilio divino.
De ahí la propuesta: “Acudamos al Corazón de Cristo, ese centro de su ser, que es un horno ardiente de amor divino y humano y es la mayor plenitud que puede alcanzar lo humano” (Ib.). En la perspectiva cristiana, ese Corazón es el principio unificador de la realidad (que procede del amor de Dios), es el corazón del mundo y ─abierto por nosotros en la cruz─ el centro de la historia.
Como se ha hecho notar, la encíclica despeja críticas equivocadas a la devoción del Corazón de Jesús, por considerarla anticuada (cuando responde a planteamientos bien profundos y actuales, especulativos y prácticos), sensiblera e intimista (cuando se trata de una devoción exigente, que nos desafía a salir de nosotros mismos, para servir a los demás con hechos), y teológicamente secundaria (cuando en realidad se sitúa en el núcleo mismo del cristianismo y del anuncio de la fe).
Se nos plantea aquí, en efecto, que ser cristiano es apostar por la plenitud de lo humano, en cuya plenitud la afectividad es esencial, y el corazón se nos presenta como símbolo vivo de la unidad de la persona. Por eso necesitamos cambiar desde el corazón en la Iglesia y en el mundo, personal y socialmente; abrirnos mucho más al encuentro, a la acogida y al diálogo, a la compasión y a la misericordia, a la cercanía, la ternura y el perdón. Y, como es evidente, las culturas tienen en esto un papel importante y diverso. La fe cristiana nos presenta, en Cristo, en su figura y en su vida, en su entrega y en su presencia activa en el mundo, la plenitud curativa del corazón. Y quien lo descubre se siente, desde el corazón, llamado a participar en Su amor, el único que nos puede curar y que puede curar plenamente al mundo.
“Por consiguiente ─apela Francisco─, ruego que nadie se burle de las expresiones de fervor creyente del santo pueblo fiel de Dios, que en su piedad popular intenta consolar a Cristo. E invito a cada uno a preguntarse si no hay más racionalidad, más verdad y más sabiduría en ciertas manifestaciones de ese amor que busca consolar al Señor que en los fríos, distantes, calculados y mínimos actos de amor de los que somos capaces aquellos que pretendemos poseer una fe más reflexiva, cultivada y madura” (n. 160).
Todo un panorama para la educación
“El Corazón de Cristo, que simboliza su centro personal, desde donde brota su amor por nosotros, es el núcleo viviente del primer anuncio. Allí está el origen de nuestra fe, el manantial que mantiene vivas las convicciones cristianas” (n. 32).
En consecuencia, esto debe tenerse en cuenta a la hora de la educación de la fe: en la predicación, en el aula de religión, la catequesis y la formación cristiana en general, en el acompañamiento espiritual, la enseñanza antropológica y teológica, en los medios de comunicación, la formación sacerdotal y los retiros espirituales.
Esta enseñanza pertenece a la propuesta cristiana integral, desde la vida espiritual personal hasta las implicaciones sociales. Y se comprueba que de este modo la vida cristiana es “naturalmente” atractiva para los jóvenes. También es importante para la educación de “la fe de los sencillos”, en expresión de Benedicto XVI.
De modo especial la educación cristiana de la afectividad es relevante en el acompañamiento espiritual de personas y familias, en relación con la oración y con la liturgia].
Concretamente, la afectividad cristiana es clave en la oración y en conexión con algunos aspectos señalados por la encíclica: sentido adecuado del consuelo y compunción, reparación con hechos de solidaridad y perdón, comenzando por la calidad del propio trabajo, la atención a la propia familia, el trato con los demás en la vida ordinaria. Todo ello ha de vivirse y plantearse a partir de la centralidad de la Eucaristía y la necesidad de la confesión de los pecados. En este sentido son importantes las catequesis sobre la oración de Benedicto XVI y de Francisco.
Hay que atender también a la dimensión eclesial de la afectividad (comunión y misión en la Iglesia-familia) ─incluyendo algunos desarrollos actuales de la sinodalidad─ y a su dimensión social-ecológica; es decir, el lugar de la sensibilidad social y ecológica en la afectividad y viceversa, comenzando por las tareas diarias, la ayuda efectiva a quienes nos rodean, particularmente a los más frágiles y necesitados en todos los órdenes. En definitiva, un grande y exigente panorama personal y educativo.