Juan Luis Selma
- La superficie corporal no tiene un valor superficial
Vamos aahablar de pornografía. El 90% de los adolescentes consume pornografía, iniciando su consumo desde los 8 años. Aun así, el 90% de padres y madres cree que sus hijos e hijas no ven porno. Podríamos pensar que este anuncio, que ocupa toda una página, está patrocinado por la Iglesia Católica o por un grupo de mojigatos cristianos, pero lo paga el Gobierno de España; sí, el de ahora.
El culebrón de la semana, que lo llena todo, es el de Errejón. ¿Será la piedra que haga pedazos al gigante omni-resistente?, todo podría ser. Grandes personajes han caído por un impúdico gesto y un beso no deseado. Una sociedad, que todo lo permite en aras de la libertad, es cada vez más sensible a la moralidad pública. Esto no hay quién lo entienda.
Ante tanta incongruencia, el pudor y la decencia parecen revivir, tienen un alto grado de resiliencia. ¿No será que estamos hechos para algo más grande? Igual, en lo personal somos muy liberales, todo lo justificamos; pero, ¡ay!, del pobre de enfrente, ese no tiene perdón, ¡a la hoguera! Así nos justificamos, tranquilizamos lo poco que queda de conciencia y se salva el honor de la sociedad.
Nos recuerda el Evangelio: “Se acercó uno de los escribas, que había oído la discusión y, al ver lo bien que les había respondido, le preguntó: ¿Cuál es el primero de todos los mandamientos? Jesús respondió: -El primero es: Escucha, Israel, el Señor Dios nuestro es el único Señor; y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos”. El amor es lo que importa, nos lo recuerda el Papa en su última encíclica Dilexi nos.
“Ante el Corazón de Cristo, pido al Señor que una vez más tenga compasión de esta tierra herida, que él quiso habitar como uno de nosotros. Que derrame los tesoros de su luz y de su amor, para que nuestro mundo que sobrevive entre las guerras, los desequilibrios socioeconómicos, el consumismo y el uso antihumano de la tecnología, pueda recuperar lo más importante y necesario: el corazón”. Amamos con el corazón, esto es, con todo nuestro ser, con todo lo que somos: alma y espíritu; cuerpo y sentidos; pasiones y emociones. También ama el cuerpo; no seamos dualistas, cuando este nos duele, llora el espíritu. El bodi, lo corporal y sensible, tiene que estar preparado para amar. Cuando la persona quiere, lo hace con alma y cuerpo. Esto se nota; lo sensible irradia a su modo: visible, todo el amor que contiene.
En nuestro caso importa tanto la joya, como el cofre que la contiene. El continente no puede desentenderse del contenido; si es sucio, mancha. Por aquí van los tiros del pudor. Lo externo, nuestros miembros, no son carne sin más; es mi carne, mi cuerpo. También es mi yo. Merece un respeto, como toda persona. Una atención y delicadeza, un cuidado. Si defendemos nuestro territorio, si nos molestan las injustas invasiones y nos defendemos de ellas, el impudor es un sinsentido, la exhibición descuidada de nuestra corporalidad.
Freud consideraba el pudor como una represión que intimida nuestros impulsos sexuales, algo de lo que nos tenemos que liberar. Nuestra sociedad llena de incoherencias ha hecho del impudor bandera. Quien vive de forma impúdica se considera liberado, valiente, progre y sincero. En cambio, a quien lo cuida se le tacha de mojigato, retro y carca. Raro.
Wendy Shalic, la autora del bestseller Retorno al pudor, explica que el supuesto carácter represivo del pudor se desmonta con tan solo un argumento: “El pudor protege la sexualidad y la auténtica intimidad, ya que te permite decirle 'no' a las personas inadecuadas, para luego decirle 'sí' a la persona adecuada”. El pudor invita a un conocimiento más profundo del otro, a no dejarse obnubilar por un físico cañón o a despreciar a otro menos agraciado.
La intimidad corporal, las expresiones verbales íntimas, deben acompañar a la intimidad personal. Un buen regalo pide un buen envoltorio. El desprecio de la consideración corporal del hombre o de la mujer, su alocada exhibición, señala, lamentablemente, el estado social: cuando la verdad no importa, cuando no nos conmueven las necesidades del otro, ni las injusticias, cuando la vida no tiene valor, cuando no se respetan las opiniones contrarias…; si las peores aberraciones no avergüenzan, es lógico que tampoco importe mostrar la desnudez del cuerpo y del alma.
Afirma J. de la Vega: “El pudor, considerado como sentimiento, posee un valor inestimable, porque supone darse cuenta de que se posee una intimidad y no una mera existencia pública; pero, además, hay una auténtica virtud del pudor que hunde sus raíces en ese sentimiento, y que permite al hombre elegir cuándo y cómo manifestar el propio ser a las personas que pueden acogerlo y comprenderlo como merece”.
Defendemos el sentido del decoro no por desprecio de la carne, sino porque la amamos, la apreciamos en su interioridad: la superficie corporal no tiene un valor superficial.
Fuente: eldiadecordoba.es