Vicente L. Navarro de Luján
Esta amada tierra se ha repuesto ya de muchos acontecimientos parecidos, sus gentes tienen una admirable capacidad de superación, aunque vienen tiempos muy duros de recuperación en los que toda ayuda será necesaria, pero sé que al final el bien enterrará el fango
La franja litoral de la Comunidad Valenciana está nutrida en buena parte por tierras de aluvión, depositadas durante siglos por ríos, barrancos y torrenteras que se forman en las montañas cercanas a la costa y que han generado a lo largo del tiempo unas tierras muy fértiles con una gran agricultura, pero esta misma realidad hace que la historia valenciana es el resultado de la acción enriquecedora del agua, pero también que haya experimentado la acción destructiva de ella en innumerables episodios de desolación.
Sólo en la ciudad de Valencia se contabilizan desde que se conservan los registros iniciados en 1321 casi treinta inundaciones muy catastróficas, sin contar con otras producidas en distintas poblaciones de la orilla mediterránea de la región. En mi propia biografía he vivido tres episodios de intensa destructividad, comenzando por la gran riada de octubre de 1957, episodio en el que yo acababa de cumplir seis años pero del que, aunque pueda parecer imposible, conservo un recuerdo vivísimo de las horas que pasamos en nuestra casa, situada en el centro romano de Valencia (zona de la actual Plaza de Virgen) que quedó convertido en una isla rodeada de agua, de suerte que desde los balcones de la vivienda veíamos cómo se iban llenando de agua las calles aledañas, un agua que brotaba de las alcantarillas cuyas tapas saltaban por la presión y se convertían en auténticos manantiales desde los que surgía con fuerza el torrente.
Más tarde viví el desbordamiento la presa de Tous en octubre 1982, en medio de la campaña electoral de las elecciones generales de aquel año, en un momento en el que yo me encontraba en plena actividad política como miembro del Comité Ejecutivo Provincial de UCD, unas elecciones en las que arrasó el PSOE y desapareció UCD, asistiendo yo en mi persona, en la parte que me tocaba, al desmantelamiento del partido en Valencia. Estos días vivo mi tercera experiencia en este ámbito de sucesos, con personas amigas afectadas y muchas entidades y empresas con las que de una u otra forma he mantenido relación vital en mi actividad profesional y política; son personas no anónimas, sino con nombres y apellidos con los que me he relacionado en años.
Nunca se ha sabido cuántos perecieron en 1957, porque las riberas del río Túria estaban llenas de personas que vivían en el chabolismo, que no estaban censadas y de las cuales no se tuvo la menor noticia, por lo cual el sumario judicial que se abrió entonces nunca se concluyó, pues no se pudo llegar a establecer un número exacto de víctimas, dada la penuria de medios con los que en aquel momento se contaba, lo que sí se pudo hacer en 1982 y, desgraciadamente, se va a poder hacer ahora por los medios de toda índole con los que tenemos. Sin lugar a dudas, a medida en que vayan pasando los días y los servicios de rescate lleguen a sótanos, aparcamientos y otros lugares nos encontraremos con alguna cifra definitiva pavorosa.
Como en toda tragedia humana, estos días emergen las conductas humanas más contradictorias, desde la movilización de miles de personas para ayudar a los damnificados con todo tipo de ayuda personal y material, hasta los numerosos actos de pillaje y rapiña que recorren la geografía de las poblaciones afectadas, mostrando así esa naturaleza contradictoria de la condición humana que oscila entre el bien y el mal, pero una batalla en la que estos días los valencianos estamos comprobando que el bien, la solidaridad, la caridad espontánea están prevaleciendo sobre el
Por encima de juicios apriorísticos y generalizados sobre la Juventud actual, a veces negativos sin justificación alguna, las cohortes de jóvenes que están colaborando desde el primer momento para ayudar en la catástrofe nos abren ventanas de esperanza que nunca, nunca, deberemos cerrar, por no hablar de una población civil que se ha movilizado intuitivamente mucho antes de que incluso las instituciones públicas hubieran reaccionado. Poco a poco, las pequeñas historias de este desastre aflorarán con narraciones de gestos particulares de heroísmo y entrega que nos hacen seguir teniendo confianza con lo mejor de la naturaleza humana.
La existencia del mal en la vida humana constituye una gran pregunta, respecto de la que la respuesta es un gran misterio, sobre el que ya se preguntaba San Agustín y autores contemporáneos como Hannah Arendt o Erich Fromm en inolvidables reflexiones sobre la materia, respecto de la que se formularán preguntas cada uno de los damnificados que han perdido a sus seres queridos o se han quedado sin recurso material alguno para encarar el inmediato futuro, interrogantes sobre de los que únicamente nos queda recordar el Evangelio de Mateo (5, 1-12), sobre las bienaventuranzas, precisamente leído en todos los templos este pasado día 1 de noviembre. No hay otra respuesta válida a esas preguntas desgarradoras.
Habrá desgraciadamente un reverso negativo de la página, estoy seguro, cuando la mezquindad de la política se cebe sobre la hecatombe y asistamos en las próximas semanas y meses al espectáculo inmoral de unos u otros políticos quitándose responsabilidades propias y lanzándolas sobre el contrario, como acontece en cualquier calamidad, y no está de más solicitar cordura y generosidad en estos difíciles instantes, que se olviden posibles reproches mutuos y nos centremos todos en la superación de una de las más grandes catástrofes que ha sufrido España en las últimas décadas. ¿Es pedir demasiado?
Esta amada tierra mía valenciana se ha repuesto ya de muchos acontecimientos parecidos a lo largo del tiempo, sus gentes tienen una admirable capacidad de superación y respuesta a la adversidad, aunque vienen tiempos muy duros de recuperación en los que toda ayuda será necesaria, pero sé que al final el bien enterrará el fango.
Fuente: eldebate.com