10/05/24

La belleza del amor fiel

27° domingo del tiempo ordinario (Ciclo B). 

Evangelio (Mc 10, 2-16)

Se acercaron entonces unos fariseos que le preguntaban, para tentarle, si le es lícito al marido repudiar a la mujer.

Él les respondió: —¿Qué os mandó Moisés?

Moisés permitió escribir el libelo de repudio y despedirla —dijeron ellos.

Pero Jesús les dijo: —Por la dureza de vuestro corazón os escribió este precepto. Pero en el principio de la creación los hizo hombre y mujer. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Por tanto, lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.

Una vez en la casa, sus discípulos volvieron a preguntarle sobre esto.

Y les dijo: —Cualquiera que repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquélla; y si la mujer repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio.

Le presentaban unos niños para que los tomara en sus brazos; pero los discípulos les reñían.

Al verlo Jesús se enfadó y les dijo: —Dejad que los niños vengan a mí, y no se lo impidáis, porque de los que son como ellos es el Reino de Dios. En verdad os digo: quien no reciba el Reino de Dios como un niño no entrará en él.

Y abrazándolos, los bendecía imponiéndoles las manos.

Comentario al Evangelio

En este evangelio, Jesucristo aprovecha una pregunta capciosa de los fariseos para hablar del estatuto íntimo de toda relación: el amor que se entrega, que se dona, que da vida.

Le preguntan si, tal y como está dicho en la Escritura, un hombre puede repudiar a su mujer. Jesucristo les mostrará otro camino, otra lógica. El camino y la lógica de las cosas divinas.

El punto de partida es una pregunta sobre la licitud: ¿es lícito o no lo es? Ahora bien, esa pregunta, en el ámbito del amor, es una pregunta mediocre. La lógica de lo lícito o ilícito es la lógica de lo que se puede hacer o no, la lógica de los derechos y deberes, la lógica de los límites de la acción de uno y de la acción del otro, la lógica, en el fondo, de la propia afirmación personal. Y esa lógica llena de tristeza el corazón, lo endurece. Podemos hacer cientos de actos lícitos y, sin embargo, que estén vacíos de amor.

La lógica divina es otra. Está más allá de la lógica humana de los fariseos. Porque el amor va más allá de lo debido.

Nadie que se enamora le dice a la otra persona: “contigo podré cumplir lo que es lícito y evitar lo que es ilícito”. Ese amor muere. Porque el amor requiere el encuentro, compartir la intimidad, abrazar las debilidades y fragilidades del otro, perdonarse, descubrir la belleza de la persona amada, ser fecundos, soñar juntos, …

Cuando uno se queda en la lógica de esto se puede hacer, esto no; cuando nos cerramos a la novedad, nos cerramos al amor. Ya no hay relación de amor, sino relación de interés.

Jesucristo propone una nueva perspectiva: nos habla del principio de la creación, del proyecto de Dios. Hay un diseño de vida y belleza para nuestras vidas.

Si uno vive la vida, la relación con Dios y con los demás, reducido a lo que es lícito o ilícito, la vive de modo frío y estático. Si, en cambio, la vive sabiendo que Dios la está mirando con admiración, uno se dará cuenta de que Dios forma parte de la propia historia, de que quiere vivir la vida de cada uno desde el amor.

Si uno sabe que Dios le está mirando con admiración, se dará cuenta de que los defectos del otro (marido, mujer, hijos, hermanos, amigos, …) forman parte de la propia aventura para aprender el arte de amar, el arte de asemejarse a Jesús.

¿Cuándo hay que amar al otro? ¿Sólo cuando es perfecto, sin defectos, simpático, puntual, útil; o más bien, cuando es débil, frágil, pobre y se equivoca?

Todos estamos llamados a relaciones de fidelidad, relaciones donde tendremos siempre millones de excusas para repudiar al otro (marido, mujer, hijos, hermanos, familiares, amigos, compañeros, …).

Pero, si el otro solamente tiene derecho al amor cuando se lo merece, entonces uno no sabe amar, tiene un corazón de piedra, endurecido. En ese corazón no está la imagen esplendorosa de Dios. Está ofuscada, escondida.

Y para entender esto es preciso aprender el arte de la pequeñez y de la debilidad, el arte de ser como niños. La segunda parte del evangelio no está ahí por casualidad.

Amar de verdad, requiere estar en la vida como los niños, como quienes tienen siempre algo nuevo que aprender. Aprender de las dificultades, de las tribulaciones, de las desilusiones.

Si el otro está en función de nuestra propia realización, de lo que debe, de lo que sirve; el otro siempre será insuficiente. Por el contrario, si uno percibe esa mirada de Dios sobre uno y sobre los demás, querrá aprender de esa mirada cada día: como un niño aprende de la mirada amorosa de sus padres.

El secreto de esta vida no es que seamos perfectos, fuertes, simpáticos, sin defectos. El secreto de la vida es llegar a ser amados en nuestra debilidad y fragilidad y amar al otro en su debilidad y fragilidad. Es poder decir: soy fiel a la persona a la que amo.

Y Jesucristo siempre viene en ayuda de nuestra debilidad. No hay ninguna relación que no esté llamada a experimentar la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo: la capacidad de perderse a sí mismo para ganar al otro, para dar vida al otro, para darse al otro en todas las situaciones. Nuestra grandeza inicia cuando, en Jesucristo, nos perdemos por amor, cuando nos atrevemos a entrar en su lógica de la eternidad, de la donación, de la entrega.

Fuente: opusdei.org

Santa Faustina Kowalska, 5 de Octubre

Isabel Orellana


Helena Kowalska nació el 25 de agosto de 1905 en Glogowiec, Polonia, en el hogar de una familia de campesinos, piadosos practicantes. Fue la tercera de diez hermanos. Espiritualmente fue forjada en la fe sobre todo por su madre. Y desde su más tierna infancia manifestó una inclinación religiosa que se apreciaba en su comportamiento.

Los suyos conocían perfectamente sus prácticas de oración, la tendencia a procurar todo el bien posible a su alrededor y su marcada predilección por las vidas de santos que le gustaba leer y compartir con otros niños de su edad. A los 7 años fue sellada por la experiencia del amor de Dios.

Antes de ir a la escuela, su padre le había enseñado a leer. Luego añadió lo que pudo aprender en la escueta formación académica que recibió, que no llegó a tres años. Los escasos recursos para tan numerosa familia demandaban la pronta ayuda de los hijos mayores. Y ella con 16 años tuvo que ganarse el sustento como empleada de hogar y dependienta. Trabajó en varios hogares y localidades diversas. 

Soñaba con la vida religiosa, y en las contadas ocasiones que viajó a su casa paterna expuso este anhelo, recibiendo siempre una negativa como respuesta. En una de ellas ya tenía 18 años. Fue entonces cuando pasó por un corto periodo en el que las diversiones ocuparon su tiempo. En su Diario explicó que de ese modo trataba de sofocar las constantes invitaciones que recibía de lo alto para mudar sus hábitos. Pero la predilección divina se extendió sobre ella.

Un día en una fiesta, mientras bailaba, vio al divino Redentor lleno de llagas; poniéndose a su altura, le dijo: “Helena, hija mía, ¿cuándo cesarás de ignorarme y cuánto más estarás alejada de mi lado?”. Profundamente turbada, como no podía ser menos, acudió presurosa a la catedral de San Estanislao de Kostka. Cristo se manifestó explícitamente ante la pregunta acuciante de la joven, ansiosa por saber qué debía hacer: “Ve inmediatamente a Varsovia; allí entrarás en un convento”. 

En esa época la dote era condición imprescindible para ingresar en él. Solo cabía la fe, ya que de ningún modo poseía la cantidad exigida. Pero su confianza en Dios no tenía fisuras, y con ella tocó las puertas del convento de las Hermanas de Nuestra Señora de la Misericordia. Para reunir la suma necesaria aún tuvo que trabajar otro año más. Por fin, en 1925 pudo cumplir la indicación de Cristo integrándose en la vida religiosa; tomó la iniciativa sin contar con la venia de sus padres.

Ahora bien, no le resultó fácil la consagración. Le acuciaron las tentaciones de volver al mundo y de mirar retrospectivamente su pasado. Cristo le instó a mantenerse fiel para superar las sombras que se cernían sobre ella y, una vez disipadas con su gracia, siguió el camino trazado desempeñando tareas de cocinera, jardinera y portera. El 30 de abril de 1926 profesó en Cracovia con el nombre de Faustina del Santísimo Sacramento, nombre que se le reveló durante el acto litúrgico. 

Helena era humilde, sencilla, trabajadora, muy alegre. Durante el primer año de noviciado vivió la experiencia de la “noche oscura”. Hacia mediados de 1930 y después de haber pasado por casi todas las casas de la Orden, llegó al convento de Płock. En febrero de 1931 recibió la primera revelación.

En ella Cristo le pedía: “Pinta una imagen según el modelo que ves, y firma: ‘Jesús, en Ti confío’. Deseo que esta imagen sea venerada primero en su capilla y [luego] en el mundo entero”. Esta imagen fue realizada en 1935 por Eugene Kazimierowski siguiendo sus indicaciones. Es venerada en Ostra Brama, Vilma, aunque la más conocida es obra de Adolf Hyla, que la pintó en 1943 en agradecimiento por haber preservado a su familia de la guerra. 

Progresivamente, y en sucesivas manifestaciones, Cristo confiaba a Helena la devoción y ejercicio de la virtud de la misericordia: “Debes mostrar misericordia al prójimo siempre y en todas partes. No puedes dejar de hacerlo, ni excusarte, ni justificarte. Te doy tres formas de ejercer misericordia al prójimo: la primera, la acción; la segunda, la palabra; la tercera, la oración.

En estas tres formas está contenida la plenitud de la misericordia y es el testimonio irrefutable del amor hacia Mí”. En una ocasión, después de atender a un enfermo de gravedad, el Redentor le dijo: “Hija mía, me has dado una alegría más grande haciéndome este favor que si hubieras rezado mucho tiempo”. Ella respondió: “Si no te he atendido a Ti, oh, Jesús mío, sino a este enfermo”. Cristo corroboró el alcance de esa virtud: “Sí, hija mía, cualquier cosa que haces al prójimo me la haces a Mí”.

Estas revelaciones fueron marcando su vida mística, sellada por profunda aflicción: “Experimento un terrible dolor cuando veo los sufrimientos del prójimo. Todos los dolores del prójimo repercuten en mi corazón, llevo en mi corazón sus angustias de tal modo que me agotan incluso físicamente. Quisiera que todos los dolores cayesen sobre mí para llevar alivio al prójimo”. En medio de ello, Cristo la consolaba.

Su director espiritual el beato Miguel Sopoćko fue de inmensa ayuda para dilucidar cuánto había de verdad en sus experiencias místicas, y qué debía hacer respecto a la fundación de una nueva Congregación como había percibido. En una de las locuciones Cristo le comunicó su deseo de que instaurase una Fiesta dedicada a la Divina Misericordia.

Helena impulsó esta devoción que contiene la “Coronilla a la Divina Misericordia”, oración que Él mismo le dictó, haciéndole saber que quien la rezara recibiría gran misericordia en el momento de la muerte, entre otras gracias. 

Mientras, su vida iba deteriorándose paulatinamente con lesiones diversas. La tuberculosis atacó sus pulmones y estómago. Y murió en Łagiewniki, Cracovia, el 5 de octubre de 1938. Había sido agraciada con numerosos carismas. Juan Pablo II la beatificó el 18 de abril de 1993, y la canonizó el 30 de abril de 2000. Determinó también que la Fiesta de la Divina Misericordia se celebre el primer domingo después de la Pascua de Resurrección.

Fuente: exaudi.org

10/04/24

Babel

Daniel Tirapu Martínez

Dios confundió o diversificó sus lenguas, no se entendieron y abandonaron el proyecto. Y desde entonces hay que ir a una academia de inglés.

En Copenhague se ha reunido el mundo para salvar la tierra, y no han llegado a un acuerdo, han quedado para el próximo año. Detrás de todo esto hay mucho negocio, grandes pelotazos sólo para iniciados o amigos de los poderosos. Consigues una empresa que emita menos co2 y te la compran las grandes compañías que emiten mucho y equilibran.

Por otra parte, de qué sistema se sirven los antisistema para ir en gran número a esas reuniones, con material cuasi-bélico. Parece que en el siglo XII Groenlandia producía hasta limones y que en el XVII el atlántico norte estaba congelado. El Papa ha propuesto que, para la paz, cuidemos la creación, que Dios puso en nuestras manos. Creo en la divina providencia que cuida amorosamente de las criaturas y especialmente del hombre, siempre que no se destruya la ecología moral, la moral natural, que empieza por respetar la vida del no nacido. Hay que descontaminar las inteligencias y los corazones. Pongámonos y pónganse a ello.

Fuente: religion.elconfidencialdigital.com


10/03/24

Hacia una libertad solidaria

Rafael Domingo Oslé

La visión individualista desconecta la libertad del bien común, de la solidaridad y del amor. En cambio, una visión solidaria de la libertad la engrandece, pues permite una toma de decisiones más amplia, pensando en el bien del otro, de la comunidad política, de la humanidad.

En nuestros días, una concepción individualista de la libertad, gestada sobre todo en los pasillos de las universidades americanas, ha identificado la idea de libertad con la capacidad de elección.

De acuerdo con esta visión, verdadero caramelo envenenado, aumentar la libertad humana consiste exclusivamente en crear nuevos espacios de elección. Soy más libre si puedo trabajar en cualquier país de la Unión Europea que si puedo hacerlo solo en mi propio país; si puedo cambiarme de sexo cuando así lo decida que si no puedo hacerlo, o si puedo casarme con una o varias personas pertenecientes a uno de los diferentes géneros afectivos (bisexual, pansexual, polisexual, asexual, omnisexual, etc.) que si solo cabe la opción heterosexual. Se considera más libre a una mujer que puede decidir la interrupción de un embarazo con plena libertad por causas ilimitadas (económicas, psicológicas, estéticas), que si tiene que justificarlas o rechaza de plano el aborto, quien puede decidir entre consumir o no consumir drogas que quien no puede, o distribuir pornografía sin restricción alguna que con ella.ertad e independencia

Esta visión miope de la libertad se funda en una ética que su gran defensor, el filósofo norteamericano Ronald Dworkin, denominó independencia éticaLa independencia ética otorga una soberanía personal absoluta en el ámbito de lo que Dworkin llama materias fundacionales (vida, sexo, religión, entre otras), de modo que, en estas cuestiones, una persona nunca debe aceptar un juicio ajeno en lugar del propio. Ahí radica su dignidad.

Para implantar este modelo social, los poderes públicos deben abstenerse de dictar convicciones éticas a sus ciudadanos sobre lo que es mejor o peor para alcanzar una vida lograda. Como la libertad es una materia fundacional, ningún gobierno debe limitarla salvo cuando sea necesario para proteger la vida (no la embrionaria, ni la terminal), la seguridad o la libertad de los demás (especialmente para imponer la no discriminación). Esta concepción individualista busca a toda costa erradicar cualquier tipo de paternalismo ético que pueda favorecer una elección sobre otras.

En el fondo Dworkin cayó, sin darse cuenta, en su propia trampa. Su requerimiento de que los poderes públicos deben abstenerse de dictar convicciones éticas a sus ciudadanos constituye, en sí mismo, la imposición de una convicción ética. Aparte de este error estructural, que daña los pilares de su propia construcción intelectual, me parece que este modo de entender la libertad y la ética que la sustenta es enormemente reduccionista, por lo que empobrece el mismo sentido de la libertad y la moralidad. Por lo demás, la pretendida neutralidad ética buscada por Dworkin es imposible de conseguir dada la intrínseca conexión entre la moralidad y la política.

Es cierto que la libertad de elección es una de las más importantes expresiones de nuestra libertad humana, y como tal debe ser protegida, aunque no de forma absoluta, pero la libertad es más, mucho más, que la mera elección. La libertad se encuentra también, y creo que en un estado más puro y sublime, en la capacidad de aceptar.

En clave de aceptación

Obra con una libertad maravillosa quien acepta a sus padres y hermanos, su tierra y su cultura, su lengua y su historia, su enfermedad, su despido, por más que no haya decidido sobre ello. Actúa con gran libertad quien acepta el hecho de haber nacido sin haber sido preguntado, e irse de este mundo sin conocer el momento preciso. La aceptación de la realidad tal y como es, y sobre todo la aceptación de la realidad fundante, esto es, de Dios, de su paternidad y misericordia, es, en mi opinión, el mayor acto de libertad humano, y el que nos abre de par en par las puertas del Amor.

La visión individualista desconecta la libertad del bien común, de la solidaridad y del amor. Existe una intrínseca conexión entre el bien particular y el bien común, la moral privada y la pública, el amor a uno mismo y el amor a los demás, pues la unidad del amor, del bien y, por tanto, de la moralidad, es indestructible. Vienen de fábrica. Esta unidad del amor y del bien hacen que el recto ejercicio de la libertad sea netamente solidario, por más que la toma de decisiones pueda ser individual. Por eso, una visión solidaria de la libertad en modo alguno reduce la libertad individual, sino que la engrandece, pues permite una toma de decisiones más amplia, pensando en el bien del otro, de la comunidad política, de la humanidad y no solo en el interés propio. Se trata de una libertad fundada en el amor, que es la fuente de la libertad.

El siglo XXI se ha llamado el siglo de la solidaridad, como el siglo XX lo fue de la igualdad y el XIX de las libertades. Ha llegado el momento de desarrollar un marco para una auténtica libertad solidaria, que sea la máxima expresión del correcto ejercicio de la libertad individual.

Fuente: omnesmag.com

10/02/24

Por una política con mayor énfasis en la ciudadanía, la comunidad y la virtud cívica

Escrito por Redacción de nuevarevista

Los argumentos políticos no pueden eludir lo relacionado con una vida lograda y buena

Avance

Filosofía pública es una recopilación de artículos breves escritos por Michael J. Sandel que exploran los dilemas morales y cívicos que animan nuestra vida pública y abordan algunas de las cuestiones éticas y políticas más controvertidas de nuestros tiempos, como la discriminación positiva, el suicidio asistido, el aborto, los derechos de los homosexuales, la investigación con células madre, las licencias de contaminación, los límites morales de los mercados, el significado de la tolerancia y la civilidad, los derechos individuales frente a las reivindicaciones de la comunidad y el papel de la religión en la vida pública. 

Sandel denuncia con su acostumbrada maestría el progresivo empobrecimiento del discurso público que ha acompañado lo que en su opinión es el fracaso del modelo liberal, al tiempo que propone el desarrollo de formas más ricas de socialización democrática. La necesidad de dar mayor sentido moral a la vida política colectiva se hace aún más acuciante desde una perspectiva progresista porque el moralismo y el fundamentalismo tienden a ocupar ese terreno.

Artículo

La reelección del presidente George W. Bush propició un nuevo proceso de examen de conciencia entre los demócratas. Los sondeos a pie de urna evidenciaron que el tema en el que más votantes basaron su voto presidencial fue el de los «valores morales» (más incluso que en el terrorismo, la guerra en Irak o el estado de la economía). Y quienes mencionaron los valores morales como motivación principal votaron a Bush por un porcentaje abrumadoramente superior al de su oponente: un 80 por ciento frente al 18 por ciento que lo hicieron por John Kerry. Los comentaristas estaban perplejos. «Nos fijamos tanto en otras cosas — confesaba un periodista de la CNN— que, al final, todos habíamos perdido de vista la cuestión de los valores morales.»

Los escépticos advertían mientras tanto que no debía darse una importancia excesiva a la cuestión de los «valores morales» en las interpretaciones. Señalaban, en concreto, que la mayoría de votantes no compartían la oposición de Bush al aborto y al matrimonio homosexual (los temas con mayor carga moral durante la campaña), y que otros factores explicaban mejor su victoria: que la campaña de Kerry había estado desprovista de algún asunto de peso, que no es tan fácil derrotar a un presidente que se presenta a la reelección en tiempos de guerra, y que los estadounidenses todavía no se habían recuperado del impacto de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001. Fuera cual fuese la razón, lo cierto es que tras las elecciones de 2004 los demócratas trataban de encontrar un modo más convincente de apelar a los anhelos morales y espirituales de los estadounidenses. Aquella no era la primera vez que los demócratas pasaban por alto «la cuestión de los valores morales». En las cuatro décadas transcurridas desde la victoria aplastante de Lyndon B. Johnson en 1964, solo dos candidatos demócratas han conquistado la presidencia. Uno de ellos fue Jimmy Carter, un cristiano renacido de Georgia que, inmediatamente después del estallido del caso Watergate, prometió restaurar la honestidad y la moralidad en el Gobierno. El otro fue Bill Clinton, quien, pese a sus flaquezas personales, hizo gala de una fina intuición para captar las dimensiones religiosas y espirituales de la política. Los otros portadores del estandarte demócrata —Walter Mondale, Michael Dukakis, Al Gore y John Kerry— se abstuvieron de hablar sobre las cuestiones «del alma» y optaron por ser fieles al lenguaje de las políticas públicas y los programas concretos.

En los últimos tiempos, cuando los demócratas han tratado de hallar un eco moral y religioso, sus esfuerzos han adoptado una de dos formas posibles, ninguna de las cuales resulta plenamente convincente. Algunos, siguiendo el ejemplo de George W. Bush, han salpicado sus discursos de retórica religiosa y referencias bíblicas. (Bush ha empleado esta estrategia de forma más descarada que ningún otro presidente contemporáneo; en sus discursos del estado de la Unión y en los que ha pronunciado en sus dos ceremonias de investidura se menciona a Dios con mayor frecuencia incluso de lo que lo hizo Reagan en los suyos.) Tan intensa fue la competencia por el favor divino en las campañas de 2000 y de 2004, que el sitio web Beliefnet instaló un «diosómetro» para llevar un recuento actualizado de las referencias que los candidatos hacían sobre Dios.

El segundo enfoque que han adoptado los demócratas es argumentar que, en política, los valores morales no se ciñen exclusivamente a temas culturales como el aborto, la oración en las escuelas, el matrimonio homosexual o la exposición de los Diez Mandamientos en los tribunales de justicia, sino que abarcan también cuestiones de índole económica como la sanidad, la atención infantil, la financiación de la educación y la Seguridad Social. John Kerry ofreció una versión de este enfoque en su discurso de aceptación de la nominación como candidato presidencial en la convención demócrata de 2004, en el que empleó las palabras «valor» y «valores» en nada menos que treinta y dos ocasiones.

Aunque el impulso que la motiva sea correcto, esta propuesta de solución al déficit demócrata en materia de valores suena artificiosa y poco convincente por dos razones: en primer lugar, los demócratas han tenido problemas para articular con claridad y convicción el proyecto de justicia económica que subyace tras sus políticas sociales y económicas; en segundo lugar, un argumento a favor de la justicia económica, por más sólido que sea, no constituye por sí solo un proyecto de gobierno. Dar a todo el mundo una oportunidad equitativa de cosechar las recompensas de una sociedad rica y próspera es uno de los aspectos de una sociedad buena.

Pero la equidad no lo es todo. No da respuesta al anhelo de una vida pública con más significado, pues no vincula el proyecto de autogobierno del colectivo con el deseo, que los miembros de ese colectivo puedan tener, de participar en un bien común superior a ellos.

Pese a la exhibición de patriotismo vivida inmediatamente después del 11-S y pese a los sacrificios que están realizando los soldados en Irak, la política de Estados Unidos carece de un proyecto inspirador acerca de cómo ha de ser una sociedad buena y cuáles deben ser los deberes comunes de la ciudadanía. Unas semanas después de los atentados terroristas de 2001, alguien preguntó al presidente Bush —quien continuaba insistiendo en su política de rebaja de impuestos al mismo tiempo que llevaba al país a la guerra— por qué no había pedido ningún sacrificio al conjunto del pueblo estadounidense. Bush respondió que el pueblo estadounidense ya estaba realizando un sacrificio al soportar colas de espera más largas en los aeropuertos. En una entrevista concedida por el presidente en Normandía, con motivo del aniversario del Día D, el periodista de la NBC Tom Brokaw le preguntó por qué no pedía mayores sacrificios al pueblo para que se sintiera así más conectado con sus conciudadanos que estaban luchando y muriendo en Irak, Bush, con aspecto desconcertado, respondió: «¿Qué quiere decir con lo de “mayores sacrificios”?». Brokaw puso el ejemplo del racionamiento que se estableció durante la Segunda Guerra Mundial y reformuló su pregunta: «Hay una sensación muy extendida, creo, de que existe cierta desconexión entre lo que los militares estadounidenses están haciendo en el extranjero y lo que los estadounidenses estamos haciendo aquí, en nuestro propio país». Bush respondió: «Estados Unidos ya ha realizado sacrificios. Nuestra economía no ha [sido] últimamente tan fuerte como debería y hay… gente sin trabajo. Afortunadamente, nuestra economía vuelve a ser fuerte y cada vez lo será más».

Que los demócratas no aprovecharan el tema del sacrificio y que Bush apenas entendiera la pregunta son síntomas claros de lo dormidas que están las sensibilidades cívicas de la política norteamericana en estos primeros años del siglo XXI. En ausencia de una visión convincente sobre cuáles debían ser los fines públicos, el electorado se conformó —en un momento de terror— con la seguridad y la certeza moral que atribuyeron al presidente que se presentaba a la reelección.

Los artículos aquí recopilados exploran los dilemas morales y cívicos que animan la vida pública estadounidense. La primera parte, «La vida cívica estadounidenses», ofrece una visión general de la tradición política del país. En ella se muestra que el problema de los «valores morales» en el que se encuentran actualmente empantanados los candidatos progresistas supone una especie de inversión de papeles: los conservadores no han tenido siempre el monopolio de los aspectos confesionales del debate político. Algunos de los grandes movimientos de reforma moral y política de la historia estadounidense —desde el abolicionismo hasta el movimiento de defensa de los derechos civiles de la década de 1960, pasando por la llamada «Era Progresista» de principios del siglo XX— bebieron abundantemente de fuentes morales, religiosas y espirituales. Rememorando los debates políticos estadounidenses desde los tiempos de Thomas Jefferson hasta el presente, estos breves ensayos muestran cómo el liberalismo progresista perdió su voz moral y cívica, y se preguntan si el proyecto del autogobierno colectivo puede rejuvenecer en nuestros días.

La segunda parte, «Argumentos morales y políticos», aborda algunas de las cuestiones morales y políticas más controvertidas de las últimas dos décadas, como han sido la discriminación positiva, el suicidio asistido, el aborto, los derechos de los homosexuales, la investigación con células madre, las licencias de contaminación, la mentira presidencial, el castigo a los delincuentes, los límites morales de los mercados, el significado de la tolerancia y la civilidad, los derechos individuales frente a las reivindicaciones de la comunidad y el papel de la religión en la vida pública. En el análisis de estas controversias se entremezclan varias preguntas recurrentes. Sabemos, por ejemplo, que los derechos individuales y la libertad de elección son los ideales más destacados de nuestra vida moral y política. Ahora bien, ¿constituyen una base adecuada para una sociedad democrática? ¿Podemos despejar razonadamente todas las difíciles incógnitas morales que surgen en la vida pública sin recurrir a ideas controvertidas sobre la vida buena? Si (como yo sostengo) nuestros argumentos políticos no pueden eludir las cuestiones relacionadas con la vida buena, ¿cómo podemos afrontar el hecho de que en las sociedades modernas sean tan abundantes los desacuerdos en torno a dichas cuestiones?

La tercera parte, «Liberalismo, pluralismo y comunidad», se aleja de las controversias morales y políticas concretas comentadas en la segunda parte para examinar las variedades de la teoría política liberal más destacadas hoy en día y valorar sus puntos fuertes y débiles. En ella se ofrecen algunos ejemplos de teorías políticas que se fundamentan abierta y explícitamente en ideales morales y religiosos sin renunciar a un compromiso con el pluralismo. Los artículos de esta sección, que conectan entre sí los distintos temas que recorren el conjunto del libro, defienden una política que ponga un mayor énfasis en la ciudadanía, la comunidad y la virtud cívica, y en la que se lidie más abiertamente con cuestiones relacionadas con la vida buena. A los liberales suele preocuparles el supuesto riesgo de intolerancia y coerción que existe cuando se permite la entrada del debate moral y religioso en la esfera pública.

Los artículos del presente libro responden a esa inquietud evidenciando que el discurso moral sustantivo y los fines públicos progresistas no están reñidos entre sí, y que una sociedad pluralista no tiene por qué rehuir las convicciones morales y religiosas que sus ciudadanos trasladan a la vida pública.

En muchos de estos breves ensayos, se difumina la línea que separa el comentario político de la filosofía política, pues constituyen una incursión en esta última en dos sentidos: encuentran en las controversias políticas y legales de nuestro tiempo una ocasión para la filosofía, y representan un intento de hacer filosofía en público (es decir, de contribuir a que la filosofía moral y política influya en el discurso público contemporáneo). La mayoría de los artículos aquí reunidos aparecieron originariamente en publicaciones destinadas a un público más amplio que el académico, como Atlantic MonthlyNew RepublicThe New York Times y The New York Review of Books. Otros aparecieron en revistas de derecho o en publicaciones académicas. Pero todos van dirigidos tanto a los ciudadanos como a los estudiosos del tema y tratan de arrojar luz sobre la vida pública contemporánea.

Fuente: nuevarevista.net

10/01/24

Las huellas de Jesús en Tierra Santa

María José Atienza


Hay quien ha definido a Tierra Santa como el quinto Evangelio. La experiencia de pisar la tierra que acogió al Verbo encarnado es una particular inmersión en la Palabra de Dios. En Tierra Santa se tocan la nueva y la antigua Alianzas y se pone color y tridimensionalidad al hecho escrito

María José Atienza en omnesmag.com

Desde los primeros siglos del cristianismo y previamente, con la guarda de la memoria del pueblo judío, los lugares santos han sido objeto de custodia y veneración.

Las tradiciones orales transmitidas de generación en generación han sido, en muchas ocasiones, respaldadas de manera científica por las investigaciones y excavaciones arqueológicas desarrolladas, especialmente, en los dos últimos siglos.

Peregrinar a Tierra Santa es algo más que un viaje; es viajar, de algún modo, al Evangelio, por lo que es especialmente útil hacerlo con guías que combinan ambos aspectos como “Huellas de nuestra Fe”, editada por la Fundación Saxum.

De entre los numerosos lugares santos que se custodian entre Israel y Palestina, algunos de ellos destacan por su interés devocional, arqueológico e histórico.

La casa de María en Nazaret

La basílica de la Anunciación de Nazaret se yergue sobre los restos de unos lugares de culto cristiano que datan de los primeros siglos del cristianismo.

En la investigación arqueológica que el “Studium Biblicum Franciscanum” realizó antes de erigir la basílica actual encontraron un edificio dedicado al culto, en el que había numerosos grafitos cristianos, que datan de los siglos I tardío y II. Entre ellos, destaca una inscripción “Ave María” en griego. Las catas realizadas en los muros de esta casa, parcialmente excavada en roca, como era habitual entonces, los relacionan con los que se custodian en la basílica de Loreto, en Italia.

La gruta de Belén

La localización de la cueva de ganado donde nació Cristo era ya conocida a mediados del siglo II. Belén era anunciada por Miqueas como lugar de nacimiento del Mesías y el nacimiento de Cristo es recogido por el Evangelio de Lucas (Lc 2, 1-7).

A la localización de la cueva transmitida por los primeros cristianos se une el hecho de que, al igual que ocurrió con otros lugares santos relacionados con el judaísmo y el cristianismo, la autoridad romana quiso “borrarlos” construyendo sobre ellos templos paganos o bosques sagrados, como fue el caso de la gruta de Belén. Estos intentos de silenciamiento no sólo no prosperaron sino que marcaron, de algún modo, los lugares más importantes.

La gruta en cuestión se encuentra hoy dentro de una basílica del siglo IV, exactamente en un piso inferior, bajo el presbiterio. Se trata de una excavación en la roca, habitual en la Judea del siglo I para guardar enseres de pastoreo o los propios animales. La hendidura en la roca que se conserva en un lateral es, según la tradición, el primer lugar donde reposó el Hijo de Dios en la tierra. En la actualidad, una estrella de plata marca ese lugar.

Templo de Jerusalén

El lugar donde se alzaba el Templo de Jerusalén ha sido uno de los más estudiados de cuantos se hallan en Tierra Santa. Es el lugar más santo para los judíos y tiene especial importancia, también, para los seguidores de la religión musulmana.

El primer gran templo de Jerusalén fue mandado construir por David y fue su hijo, Salomón, quién lo culmina y consagra el undécimo año de su reinado, es decir, hacia el 960 a. C. (Reyes 5, 15 – 7).

Aunque existen numerosas fuentes que hablan de este templo, la investigación arqueológica no ha llegado a encontrar restos significativos de esta ingente y rica construcción que, por otra parte, fue completamente destruida por las tropas de Nabucodonosor II en 586 a. C. Tras la vuelta del pueblo judío a Jerusalén, comienza la edificación del segundo templo, más modesto, que fue dedicado en el año 515.

A partir del 20 a. C., Herodes el Grande comenzó la restauración y ampliación del Templo de Jerusalén. Este gran templo es al que acudieron san José y la Virgen María para presentar a un Jesús casi recién nacido.

Los evangelistas MateoMarcos y Lucas recogen la profecía de Cristo acerca de la destrucción del Templo. Una realidad que vieron muchos de los que la escucharon puesto que, en el año 70, el templo fue incendiado por las legiones romanas en el asedio a Jerusalén. Medio siglo más tarde, sobre estas ruinas, fueron levantados monumentos con las estatuas de Júpiter y del emperador. Diversos estudios y excavaciones ─que aún continúan─, han podido reconstruir, virtualmente, este gran templo.

En Jerusalén, aún queda una parte de los muros de aquella construcción, aunque el más conocido es el paño de muro occidental que conocemos como el Muro de las Lamentaciones: aproximadamente 60 metros de construcción de longitud y unos 20 de alto. Desde el siglo XIV es el lugar sagrado por excelencia y de oración para los judíos. Este muro es el que más cerca queda del lugar en el que se emplazaba el Sancta Sanctorum, que los expertos sitúan linealmente bajo el suelo que hoy ocupa la Cúpula de la Roca de la mezquita de Al Aqsa.

Cafarnaúm: la sinagoga y la casa de Pedro

La sinagoga de Cafarnaúm ─junto a la sinagoga recientemente hallada en Magdala─, es una de las mejor conservadas y de mayor valor artístico de las que se tienen conocimiento.

Los restos hallados muestran una rica edificación, bastante grande, construida con caliza blanca y profusamente decorada en sus columnas y arcos. Aunque estos restos datan aproximadamente de entre los siglos IV y V, esta sinagoga se alzó sobre una anterior, del siglo I de la que se ha hallado pavimento de piedra bajo la nave central de la sala de oración y en la que bien pudo haber rezado y enseñado Jesús (Mc 1, 21-28; Lc 4, 31-37).

A pocos metros de esta sinagoga se conserva una basílica de finales del siglo V, construida sobre una estructura octogonal que, según una antiquísima tradición, se asienta sobre el solar en el que estuvo la casa de san Pedro, allí donde Jesús curó a su suegra (Mt 8, 14-15; Mc 1, 29-31; Lc 4, 38-39). Distintas excavaciones han confirmado que, efectivamente, la basílica se asienta sobre lo que fue una vivienda del siglo I a. C. que constaba de una serie de estancias comunicadas entre sí por un patio.

Piscina de Betesda o Betzata

Aunque no se trata de un centro de devoción, la exactitud con la que se describe este conjunto de piscinas halladas en sucesivas excavaciones de los siglos XIX, XX y XXI, hacen de este enclave uno de los lugares más interesantes como confirmación, en piedra, de las Escrituras.

Situada en el punto exacto donde la localizan las Escrituras, actualmente sus ruinas se hallan en el barrio musulmán de Jerusalén, a pocos metros de la Puerta de los Leones (conocida como Puerta de las Ovejas, por la que entraba el ganado para el sacrificio en el Templo). Las excavaciones muestran una piscina dividida por una pared que creaba dos cuencas separadas, que hablan de la gran construcción que suponía esta piscina, de la que el evangelista san Juan señala que tenía “cinco pórticos” (Jn 5, 1-3).

El lugar de la crucifixión y enterramiento de Jesús

La gran maqueta que puede verse en el Museo de Israel, correspondiente a la fisonomía de Jerusalén en tiempos del segundo Templo, muestran los límites de las murallas de la ciudad por entonces. Unos límites que dejan fuera, tal y como narran los Evangelios, la roca con una forma aproximada a la de un cráneo que sobresalía en una cantera en la zona noreste de la ciudad (Mt 27, 32-56; Mc 15, 21-41; Lc 23, 26-49; Jn 19, 17-30). Ese fue el punto donde tuvo lugar la crucifixión y muerte de Cristo y, a pocos metros, en una roca, la sepultura del cuerpo del Señor.

Esta zona de la ciudad santa ha sido objeto principal de investigaciones y excavaciones arqueológicas que han ido revelando diversas estancias, zonas y enterramientos que siguen la línea narrada en las Sagradas Escrituras.

La conquista romana sepultó esta zona bajo un templo pagano lo que hizo que se conservara de manera excepcional. En el siglo IV cuando, con la cristianización del Imperio, estos lugares santos vuelven a ser lugar de veneración cristiana.

La primera basílica construida sobre el Santo Sepulcro data de esta fecha, y las excavaciones han revelado tres zonas: un mausoleo circular alrededor de la tumba; un patio, donde estaba la roca del Calvario al aire libre, y una basílica con cinco naves y atrio. La tumba fue aislada de la roca, cortando ésta y construyendo el edículo que la protege. En 2016, con la última restauración del edículo actual (de 1810) se retiraron las losas de mármol superpuestas hasta llegar a la piedra original. En la actualidad, todo el terreno, desde la tumba de Jesús hasta el lugar de la crucifixión, forma parte del conjunto del templo.

Además de poder tocar el hueco de la Cruz en lo que es hoy la capilla del Calvario, justo debajo, en la capilla de Adán, puede verse parte de la roca original.

“Tocar” el Evangelio

Pisar Tierra Santa es, de algún modo, entrar personalmente en la vida del evangelio. Como destaca Jesús Gil, sacerdote y autor de “Huellas de Nuestra Fe, “los evangelios se leen con otros ojos después de haber pasado por Tierra Santa. Recuerdo haber leído a un grupo en Cafarnaún el comienzo del Evangelio según san Marcos, desde el versículo 14 del primer capítulo hasta el versículo 12 del segundo. Escuchado allí, bajo la sombra de los sicomoros, entre las ruinas de la sinagoga y de la casa de Pedro, de repente cobró sentido, se convirtió en algo vivo. Una persona me dijo: ‘Ese trozo del Evangelio es verdad. Y si es verdad ese trozo, también es verdad todo el Evangelio’”.

Fuente: omnesmagcom