María José Atienza
No falla. Si la cena de colegas decae, saca el tema del Opus. Si la presentación del nuevo novio de tu hermana empieza a entrar en un silencio incómodo, saca el tema del Opus. Si en el trabajo no sabes cómo meter cuña, saca el tema del Opus…, da igual cuándo y cómo; da igual saber mucho, poco, o nada, del Opus. Cada uno de nosotros tiene una opinión del Opus, siempre certera por cierto. Que se quite el Fundador, que ahí entro yo, a poner orden y a decir cómo tienen que ser las cosas y por qué “ahora les va tan mal a los del Opus”.
Es cierto que esta misma dinámica, hace unos años, se aplicaba a la Iglesia católica en general – “la religión”, la llamábamos-, pero en estos últimos meses, el Opus Dei ha ganado la categoría de postre de todas las comidas-corrillo.
Todos tenemos un amigo del Opus -nos basta con que haya estudiado en un colegio-, contamos también con una conocida que fue del Opus y, probablemente, sabemos de otro al que “quisieron captar y no lo consiguieron”. En resumen: tenemos la tesis doctoral hecha, con todos los datos y perspectivas.
Si antes todos teníamos una tía monja (si eras vasca o vasco, dos) y por tanto, éramos expertos teólogos, ahora lo hemos traspasado a la Obra y estamos listos para hablar del Opus.
Es innegable que la Iglesia en general, pasa por un tiempo extraño. Todos los tiempos de la Iglesia son, de algún modo, extraños. Tal vez sea por el tema de que, por naturaleza, por aquello de la Iglesia militante, purgante y triunfante, está por encima de la propia humanidad, pero no hay que obviar que, efectivamente, hoy hay muchos “desconcertados con la Iglesia”, así en general, dentro y fuera de ella.
La institución que encarna el carisma de Josemaría Escrivá vive momentos de cierta incertidumbre, especialmente marcados por la renovación de sus estatutos y su “encaje” dentro de la organización eclesial. No olvidemos que, aunque la Iglesia es vivificada por el Espíritu, quiere tener bien delineada la forma jurídica en la que se traduce cada carisma. Tampoco podemos olvidar que cada página del Evangelio -cada carisma- hace el Evangelio. No lo hace de manera exclusiva, pero si se excluye, no es el Evangelio.
Todo católico sabe que hace el bien y hace el mal. No hay excepciones. En la Iglesia no hay, por tanto, instituciones que hacen el bien e instituciones que hacen el mal de manera absoluta. Eso sí, somos conscientes de que, en ocasiones, el pecado ha tomado tal magnitud en algunas personas dentro y fuera de la Iglesia, que se han convertido en verdaderos demonios disfrazados de ángeles, fueran del Opus o fueran acérrimos contrarios a la obra de Escrivá.
Se entiende que, quien no forma parte de la Iglesia, ni la ama, ni la entiende, dedique todas sus fuerzas a intentar demoler una u otra institución eclesial ya sea el Opus, ya sea otra. Una característica propia del católico comprometido es la de ser “incómodo”, y esto ha sido así desde el siglo I, no nos engañemos. Más de 2.000 años después sería, cuanto menos, sospechoso ser la nata de todo pastel.
Fuente: omnesmag.com