José María Calderón
El Señor nos invita, ya aquí en la tierra, al banquete de la Eucaristía, en la que él mismo nos entrega su cuerpo, su sangre, su alma y su divinidad, y, después, al banquete de bodas en el Cielo.
En la Iglesia, como en el Cielo, cabemos todos. No hay límite por espacio. Todos podemos entrar si estamos preparados y queremos participar con sinceridad y sencillez de corazón. No hay restricciones ni límites, y, de hecho, el Señor quiere invitarnos a todos. “Nuestro Salvador quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tim 2, 4).
El Papa ha elegido como lema para el DOMUND de este año, las palabras del Señor que recoge Mateo: “Id ahora a los cruces de los caminos y a todos los que encontréis, llamadlos a la boda” (22, 9). Este mandato de Cristo, nace de su deseo que la salvación llegue a todos los hombres, para que todos descubran la misericordia del Padre, que quiere compartir con ellos, con nosotros, con todos, su amor y su vida.
El Señor nos invita, ya aquí en la tierra, al banquete de la Eucaristía, en la que él mismo nos entrega su cuerpo, su sangre, su alma y su divinidad, y, después, al banquete de bodas en el Cielo… Y para que la sala de los comensales se llene, necesitamos misioneros que salgan a los caminos de esta tierra a invitar a los hombres y mujeres de buena voluntad, a entrar en esta maravillosa fiesta que el Señor nos ha preparado.
Este mes de octubre, no nos olvidemos que, con nuestra oración por los misioneros, por las vocaciones a la misión y por los que están comenzando a conocer a Cristo, con nuestro pequeño o grande sacrificio ofrecido por estas intenciones y con nuestro donativo… estamos siendo misioneros y haciendo posible que el Evangelio sea predicado en tantísimos lugares del mundo. De nosotros también depende que muchos entren en el banquete del Señor.
Fuente: omnesmag.com