Javier Rodríguez Balsa
Este 8 de octubre se cumple el 57 aniversario de la Misa en el campus de la Universidad de Navarra en la que san Josemaría pronunció su homilía ‘Amar al mundo apasionadamente’, en la que habla de ese "algo santo, divino, escondido en las situaciones más comunes, que toca a cada uno de vosotros descubrir"
De formación soy Maestro, Psicopedagogo y Bachiller en Ciencias Religiosas; actualmente profesor de Religión ─entre otras materias─ en un Colegio; como fiel del Opus Dei me ha llamado la atención ─de unos años a esta parte─ la expresión quid divinum ─ o «algo divino» en castellano─ usada en varias ocasiones por san Josemaría Escrivá y he estudiado las diversas explicaciones que se dan de ella y su utilidad práctica en la vida de un cristiano corriente.
La expresión quid divinum utilizada por el santo en su homilía en la Universidad de Navarra el 8 de octubre de 1967 resalta la dimensión espiritual y teológica de su predicación. Según el profesor José Luis Illanes, esta expresión subraya la importancia de lo sagrado y divino en el mensaje del santo. Aunque existen diversas interpretaciones de esta expresión, todas buscan profundizar en su significado teológico.
Al mismo tiempo es importante destacar que san Josemaría empleaba en su mensaje, tanto oral como escrito, expresiones fáciles de entender. Sin embargo, esto no le impedía utilizar enunciados con un profundo contenido teológico, que requieren una formación adecuada para ser comprendidos en su totalidad.
Después de investigar para desentrañar su significado más puro y práctico, encontré diversas explicaciones que son de gran ayuda para la vida espiritual de un cristiano común, especialmente para aquellos que aspiran a santificarse a través de sus ocupaciones cotidianas.
Por ejemplo, san Josemaría hablaba frecuentemente de la importancia de la «oración de contemplación», que es una forma de oración en la que se busca estar en presencia de Dios y abrir el corazón a su acción transformadora. Esta forma de oración puede ser difícil de entender para alguien que no está familiarizado con la vida espiritual, pero una vez que se comprende su significado, puede ser una herramienta poderosa para crecer en la relación con Dios.
En resumen, aunque las enseñanzas de san Josemaría puedan contener conceptos teológicos profundos, su mensaje está dirigido a todos los cristianos, independientemente de su formación o conocimientos previos. Su objetivo era ayudar a las personas comunes a encontrar a Dios en medio de sus ocupaciones ordinarias y a vivir una vida santa en medio del mundo.
“Quid divinum”: uso y explicaciones de la expresión
Con toda seguridad san Josemaría conocía esa expresión latina, que ─según el diccionario de la Real Academia Española significa “la inspiración propia del genio”; pero no hemos de ceñirnos a su significación etimológica sino al sentido que se le da dentro del mensaje de la Homilía y en otros textos. De manera que hay que leer con calma el contexto de la expresión y la intención con la que se usa.
La pregunta y la extensa y rica respuesta fueron:
(Pregunta): “Padre, soy profesora de Filosofía en Sevilla. Mi pregunta es muy sencilla y muy simple: El quid divinum, ¿qué es el quid divinum, ese algo santo, divino, que me toca descubrir? A lo mejor me dice que también es ascético, pero no sé si hay una parte que usted me pueda ilustrar”.
(Respuesta): “Descubrir el quid divinum yo diría que es ─se puede pensar otra cosa, lo que ahora digo no es una verdad de fe─, a mí me parece que descubrir el quid divinum es, sobre todo, descubrir el amor de Dios por nosotros. Ver en las personas, en las circunstancias, en la materialidad de los empeños humanos, en las contrariedades, ver ahí una expresión del amor de Dios por nosotros, que ─desde el punto de vista existencial─ pienso que es la verdad de fe más importante. La verdad de fe más importante es la Trinidad, la Encarnación…, pero, en el fondo, para nuestra vida, para nuestra existencia diaria, también esas verdades lo que sobre todo nos indican es el amor de Dios por nosotros. Como recordaréis san Juan, de modo casi solemne, dice “nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene”. Como haciendo un resumen: ¿qué ha pasado? Que nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene.
Entonces descubrir el quid divinum es ver en las personas alguien a quien Dios ama; aunque no se vea, creer que ahí, detrás de todo, está el amor que Dios nos tiene”.
Creo que esta explicación espontánea es excelente y nos ayuda a percibir a nuestro Creador como cercano, mostrándonos que Él nos busca y que podemos encontrarlo en las pequeñas cosas de la vida cotidiana. Si logramos descubrir el quid divinum en nuestra vida diaria, estaremos participando en la mejor forma de aproximarnos a Dios y amarlo, así como a los demás por Él, tal como lo expresaba san Josemaría.
Asimismo, los profesores Illanes y Méndiz indican que “La expresión «algo divino» aparece aquí, y en otros pasajes de la homilía, siempre en castellano. Puede, no obstante, tener su origen, a nuestro parecer, en la fórmula latina quid divinum, de raíz precristiana, que se usaba en la antigüedad para hablar de la perfección o el genio en el arte, de las propiedades curativas de ciertas aguas, etc., y también, más filosóficamente, del intelecto en el hombre y de las leyes que gobiernan el mundo (cfr. Cicerón, De Legibus, I, 61). El fundador del Opus Dei conocía probablemente esa procedencia, pero en esta homilía prefiere utilizarla en castellano, tal vez para no tener que proceder a traducirla.” (Conversaciones con Monseñor Escrivá de Balaguer, edición crítico histórica, Ed. RIALP 2012.)
San Josemaría dice en la homilía pronunciada en Navarra: “en un laboratorio, en el quirófano de un hospital, en el cuartel, en la cátedra universitaria, en la fábrica, en el taller, en el campo, en el hogar de familia y en todo el inmenso panorama del trabajo, Dios nos espera cada día”. Y algo más adelante: “No hay otro camino, hijos míos: o sabemos encontrar en nuestra vida ordinaria al Señor, o no lo encontraremos nunca”.
Se puede deducir que no es una cosa el algo divino, sino que es Dios mismo a quien encontramos porque “nos espera cada día”. Entonces, ¿por qué utiliza la expresión “hay un algo santo, divino, escondido en las situaciones más comunes, que toca a cada uno de vosotros descubrir”? (Homilía “Amar al mundo apasionadamente”).
Algo divino y cotidiano al mismo tiempo
¿Qué es ese “algo santo, divino” sino Dios mismo? podemos preguntarnos. Quizá la interpretación es que Dios nos quiere transmitir “algo”, que bien se podría traducir por “Alguien”, “que toca a cada uno de vosotros descubrir”.
La vuelve a utilizar el Fundador del Opus Dei más adelante, con un matiz: “Esta doctrina de la Sagrada Escritura (…) os ha de llevar a realizar vuestro trabajo con perfección, a amar a Dios y a los hombres al poner amor en las cosas pequeñas de vuestra jornada habitual, descubriendo ese algo divino que en los detalles se encierra”; de manera que el “algo divino” se encierra en los detalles, en las cosas pequeñas, aquellas que las personas hacemos cada día, cuando ponemos amor.
Por tercera vez la usa al referirse al amor humano: “Realizad las cosas con perfección, os he recordado, poned amor en las pequeñas actividades de la jornada, descubrid —insisto— ese algo divino que en los detalles se encierra: toda esta doctrina encuentra especial lugar en el espacio vital, en el que se encuadra el amor humano”.
La expresión también la utiliza san Josemaría en alguna otra homilía, como es en el caso de “Hacia la santidad”: “Nos convencemos de que no hay mal, ni contradicción, que no vengan para bien: así se asientan con más firmeza, en nuestro espíritu, la alegría y la paz, que ningún motivo humano podrá arrancarnos, porque estas visitaciones siempre nos dejan algo suyo, algo divino. Alabaremos al Señor Dios Nuestro, que ha efectuado en nosotros obras admirables, y comprenderemos que hemos sido creados con capacidad para poseer un infinito tesoro”.
Para conocer una realidad en profundidad las personas intentamos descubrir sus partes constituyentes, las funciones que tienen y las relaciones entre ellas, y esto no sucede en Dios, ya que en Él no hay partes constituyentes. De esta forma, cuando hablamos de la Voluntad de Dios, de su Infinito Amor, Bondad, Providencia y Misericordia, así como de su Inmensidad, Omnipotencia, Esencia y Ser, estamos hablando de lo mismo, porque en Dios todas se identifican, son el mismo Dios. Y de Él lo que más nos engrandece y eleva es su Amor, que se encuentra “al poner amor en las cosas pequeñas de vuestra jornada habitual”.
San Josemaría, pues, insta a que, en el trabajo, en las ocupaciones ordinarias y corrientes y en las relaciones con los demás ─especialmente en el ámbito familiar─ el cristiano ponga amor para encontrar el amor de Dios, sabiendo que ese amor es esforzado, hacendoso, diligente, sacrificado.
Lo recoge él mismo en la homilía “Trabajo de Dios”: “Me gusta mucho repetir —porque lo tengo bien experimentado— aquellos versos de escaso arte, pero muy gráficos: mi vida es toda de amor / y, si en amor estoy ducho, / es por fuerza del dolor, / que no hay amante mejor / que aquel que ha sufrido mucho. Ocúpate de tus deberes profesionales por Amor: lleva a cabo todo por Amor, insisto, y comprobarás —precisamente porque amas, aunque saborees la amargura de la incomprensión, de la injusticia, del desagradecimiento y aun del mismo fracaso humano— las maravillas que produce tu trabajo. ¡Frutos sabrosos, semilla de eternidad!”.
Ernst Burkhart y Javier ahondan con detalle; así, se preguntan: ¿Qué significa que las actividades profanas no sean “exclusivamente profanas”, sino que escondan “un algo divino”? Estos autores proporcionan una explicación teológica detallada y profunda, abordando el tema de manera exhaustiva: El quid divinum, ese “algo santo” que toca a cada uno descubrir, es como la impronta que Dios ha dejado en todas las cosas al crearlas en Cristo y para Cristo; una impronta que conlleva una llamada a cooperar libremente con Dios para orientar todo a Cristo. Veámoslo por pasos. El “algo santo” no es sólo la presencia divina de inmensidad, con la que sostiene a todas las criaturas en el ser, aunque sin duda alude san Josemaría a esa presencia cuando escribe que, a ese Dios invisible, lo encontramos en las cosas más visibles y materiales. El “algo santo” se refiere también a los designios de Dios acerca de las actividades humanas que tienen por objeto las realidades terrenas.
Sin embargo, tampoco se reduce a esto el quid divinum, aunque lo abarca. Cuando el cristiano trata las realidades temporales en su actividad profesional, familiar o social, puede descubrir, con la luz de la fe, “su último destino sobrenatural en Cristo”, según dice en el texto citado. No es que en las cosas haya algo sobrenatural, sino que el cristiano puede ordenar al fin sobrenatural (el único fin último) las actividades que tienen por objeto las realidades creadas, puede descubrir que Dios le llama a poner a Cristo en el ejercicio de esas actividades, a ordenarlas a su Reino. Para esto, desde luego, ha de procurar llevarlas a cabo con perfección, de acuerdo con sus leyes propias. Pero no basta. Ha de buscar en último término su propia perfección como hijo de Dios en Cristo por medio de esas actividades: ha de tender a la identificación con Cristo por el amor y las virtudes informadas por el amor. Entonces sí se puede decir que ha encontrado el quid divinum, el “último destino sobrenatural en Cristo” que tienen las actividades humanas, y está poniendo a Cristo en la cumbre de su quehacer, porque lo pone en la cumbre de su propio corazón, que es donde Él quiere ser elevado y reinar.
Elementos de ese algo divino
Tenemos, pues, dos elementos del quid divinum. Uno es perceptible con la luz de la razón y está en el objeto de cada actividad temporal: sus leyes propias, queridas por Dios, con su fin inmediato. El otro presupone el anterior, pero únicamente se percibe con la luz de la fe, porque sólo ésta permite “ver su último destino sobrenatural en Jesucristo”.
Continúan diciendo que «Ese algo santo lo descubre el amor que el Espíritu Santo derrama en los corazones. Cuando esto sucede, la misma actividad que se está realizando se convierte en materia de oración, de diálogo con Dios. Un diálogo que a veces puede tener lugar con palabras y conceptos, considerando el “algo santo” que se ha descubierto. Pero otras veces puede no necesitar palabras ni conceptos: ser oración contemplativa que trasciende el quid divinum. Volvamos a recordar unas palabras de san Josemaría: Reconocemos a Dios no sólo en el espectáculo de la naturaleza, sino también en la experiencia de nuestra propia labor (Es Cristo que pasa, 48).
Ese “algo santo”, dice san Josemaría, está “escondido”, como si se encontrara detrás de las situaciones comunes o tuviera su mismo color, de modo que hace falta empeño, esfuerzo, para descubrirlo. El quid divinum es una ocasión de santificación (y de apostolado) que muchas veces no brilla a los ojos humanos. Está delante de nosotros, en la entraña de lo que hacemos, pero es preciso buscarlo con interés, como se busca un tesoro. Y mucho más que un tesoro terreno, porque aquí está en juego la santidad”.
Otras explicaciones a la expresión quid divinum vienen desde la docencia universitaria; así, la profesora Ana Marta González indica que “Con ello se corresponde otro aspecto crucial del mensaje de san Josemaría: el aprecio por la contingencia como el lugar privilegiado para la manifestación de Dios, precisamente porque es ahí, en ese espacio de contingencia, donde el hombre ejercita y materializa su libertad. Ambas cosas se contienen en la invitación de san Josemaría a encontrar el quid divinum que se encierra en los detalles, y que toca a cada uno descubrir.
No se trata solo de una recomendación piadosa, sino de advertir el kairós, la oportunidad y el valor del momento presente, en el que la presencia de Dios se nos hace material y de algún modo visible: hacer bien las cosas que tenemos entre manos no es ya solamente un requerimiento ético, derivado de nuestra posición en la sociedad humana, sino la oportunidad concreta que se nos ofrece de corresponder al don de Dios y de materializar su presencia en el mundo de los hombres, poniendo de manifiesto que no por ser ordinaria deja de ser transformadora”.(Mundo y condición humana en san Josemaría Escrivá. Claves cristianas para una filosofía de las ciencias sociales. Romana, Nº 65, Julio-Diciembre 2017, p. 368-390)
Otra exposición la encontramos en la página web del Opus Dei: “Ese quid divinum que corresponde descubrir a cada uno, contribuyendo así a que también otros se animen a descubrirlo, es sencillamente “la voluntad de Dios en esos detalles pequeños y grandes de la vida”, es decir, lo que da valor y significado transcendente a la vida ordinaria es que, en y desde ella, Dios dice lo que espera de cada uno”.
La presencia de Dios para un cristiano y la llamada que Él hace a cooperar con sus designios son las dos caras de la misma moneda, inseparables y vinculadas. Y aquí entra de lleno lo que san Josemaría indicaba al decir «Dios nos espera cada día”. Estamos presentes a Él y le tenemos presente para responder a su llamada permanente.
Pero la espera de Dios no es como nuestras esperas, que pueden ser estáticas; Dios no se dedica “a hacer otra cosa” mientras espera nuestra respuesta. Dios está presente en la vida de cada persona de forma dinámica, siempre ofrece amor y pide amor, se nos da y nos pide, es don y tarea.
Así lo recoge también el Catecismo de la Iglesia Católica cuando nos enseña que “en todas sus obras, Dios muestra su benevolencia, su bondad, su gracia, su amor; pero también su fiabilidad, su constancia, su fidelidad, su verdad”
Conclusiones
Teniendo en cuenta las diversas explicaciones se puede concluir:
Descubrimiento del Amor Divino: Descubrir el quid divinum implica reconocer el amor de Dios manifestado en todos los aspectos de la vida, desde las personas y circunstancias hasta los esfuerzos y dificultades.
Escondido en lo Común: Según san Josemaría, el «algo santo» está «escondido» detrás de situaciones comunes y es necesario un esfuerzo consciente para descubrirlo. No siempre es evidente a simple vista y requiere una búsqueda activa.
Oración y Diálogo con Dios: La actividad descubierta como «algo santo» se convierte en un medio para la oración y la comunicación con Dios. Este diálogo puede manifestarse en palabras y conceptos, o puede ser una oración contemplativa que trasciende la comprensión del quid divinum.
Perspectiva Personal: La percepción del quid divinum como una expresión del amor divino es una visión personal, no una verdad de fe universalmente establecida.
Inspiración Mutua: Al descubrir el «quid divinum», no solo se encuentra valor y propósito en la propia vida, sino que también se puede motivar a otros a buscar lo mismo.
Voluntad de Dios: El quid divinum representa la voluntad de Dios manifestada tanto en los pequeños como en los grandes aspectos de la vida, confiriendo a la existencia ordinaria un valor y un significado trascendentes.
Fuente: omnesmag.com