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JOQUIVESA

Encontrado en la "red" (Mateo 13:47-50)

9/30/25

Reducir el debate sobre el aborto a la religión es perder el punto

Bryan Lawrence Gonsalves

Etiquetar la causa provida como “religiosa” es una forma de evadir el verdadero debate ético: la defensa de la vida se sostiene en la razón, la ética y la justicia, no solo en la religión

A la luz de los recientes debates en el Parlamento lituano sobre la legislación del aborto, he observado una afirmación recurrente que me parece intelectualmente perezosa y moralmente evasiva: que el aborto debe prohibirse porque entra en conflicto con las creencias religiosas.

Este planteamiento no solo es reductivo, sino también deshonesto. Implica que la postura provida es inherentemente religiosa, un vestigio del dogma más que una conclusión derivada de la razón, la ética o una filosofía coherente del valor humano. Lo que es peor, esta suposición se utiliza a menudo como arma por parte de los opositores, que retratan a cualquiera con convicciones provida como un fanático religioso o un zelote en guerra contra las mujeres.

Las creencias religiosas no son el fundamento

Las ideas no pierden validez simplemente porque también las sostengan personas religiosas. Argumentar que una creencia debe descartarse porque es compartida por una religión es una falacia de primer orden. Existen ateos que rechazan el aborto no por mandato divino, sino porque sostienen, mediante la razón, que la vida tiene un valor intrínseco. ¿Se les debe acusar de piedad secreta? ¿Debemos descartar sus argumentos porque no encajan en una narrativa religiosa?

Reducir el argumento provida a un asunto exclusivo de fe no solo empobrece el debate, sino que supone también una abdicación de la responsabilidad moral. Es más fácil despachar una convicción como “dogma religioso” que confrontar la lógica, la ética y las incómodas preguntas que puede plantear.

Llamar a la defensa de la vida un “asunto religioso” es intentar desacreditar una postura moral sin comprometerse con su sustancia. No es solo un etiquetado débil; en mi opinión, es cobardía intelectual.

¿Son religiosos los fundamentos provida?

El argumento provida fundamental se basa en la biología (cuándo comienza la vida humana), la ética (el valor de la vida humana) y la virtud de la justicia (la obligación moral e innata de proteger a los inocentes y a los indefensos). Ninguno de estos aspectos requiere creer en Dios para aceptarlos.

Sí, es cierto que muchos en el movimiento provida son religiosos. ¿Y qué? Ese no es el punto. ¿Desde cuándo la demografía de un movimiento determina la verdad o legitimidad de sus principios? No despreciamos el movimiento por los derechos civiles como una cruzada religiosa, aunque muchos de sus líderes, con Martin Luther King a la cabeza, fueran pastores. No desechamos el ecologismo porque muchos de sus seguidores hablen de la naturaleza en términos emocionales y personales. ¿Por qué entonces se señala de manera única la causa provida, reduciendo su seriedad moral a mero sentimiento religioso?

¿Empezó el movimiento provida por razones religiosas?

Incluso si el movimiento provida tuvo fuertes raíces en comunidades religiosas (un punto histórico complejo y discutido), eso no dice nada sobre el mérito de sus argumentos. La verdad de una idea no depende de quién la dijo primero, ni de por qué.

Si Einstein hubiera sido sacerdote, ¿la teoría de la relatividad sería teológica? Si una persona religiosa dice que robar está mal, ¿el peso moral de esa posición queda anulado por su fe?

Este tipo de razonamiento, que intenta desacreditar un argumento rastreando su origen, se conoce como falacia genética. Es el mismo razonamiento usado por quienes dicen “la democracia es una idea occidental” para rechazarla en sociedades no occidentales. Es perezoso, superficial e irrelevante para el contenido del argumento.

Por qué importa este etiquetado incorrecto

Las palabras moldean la percepción, y la percepción moldea el discurso. Clasificar la postura provida como una ‘cuestión religiosa’ no es solo un tema de clasificación; es una forma de distorsionar la naturaleza de la discusión antes de que comience. Etiquetar las convicciones provida como “religiosas” margina el argumento desde el principio. Lo aparta del ámbito de la ética pública y lo coloca en el terreno privado de la fe, como si no tuviera más relevancia para la política que una preferencia dietética personal. Enseña a la gente a ver un tema social muy moral como la opinión personal de «unos pocos piadosos» y, por lo tanto, sugiere que esta conversación solo tiene sentido en las iglesias, no en los tribunales ni en los parlamentos.

Mi preocupación es que esta tergiversación enseña a la gente, especialmente a los jóvenes y a quienes están fuera de los círculos religiosos, que a menos que pertenezcas a una fe específica, no tienes razón ni derecho a sostener una postura provida. Sugiere que preocuparse por la vida no nacida es solo para los religiosos, excluyendo a individuos reflexivos que podrían llegar a la misma conclusión por la razón, la ética o la convicción personal. Convierte una cuestión moral universal en un emblema tribal. Y, al hacerlo, cierra la puerta a miles de personas que de otro modo se implicarían seriamente en el tema.

Aún peor, conduce a una especie de segregación argumental, donde ciertas perspectivas se excluyen del debate público legítimo no porque sean falsas o dañinas, sino porque se perciben como propias de “la gente equivocada”. En cierto sentido, también puede llevar a una segregación intelectual, pues promueve la idea de que algunas creencias son menos dignas de ser discutidas simplemente por quién las sostiene.

Este mal etiquetado también empobrece al lado proabortista del debate. Al negarse a enfrentarse seriamente a los argumentos provida más sólidos, enraizados en la biología, la ética y la justicia, muchos que se autodenominan proabortistas terminan discutiendo contra un espantapájaros. Debaten contra una teocracia imaginada en lugar de una filosofía real. Ridiculizan villanos caricaturescos en lugar de afrontar un razonamiento riguroso. Y, como resultado, toda la conversación se estanca.

Una sociedad que funcione no puede permitirse tratar cuestiones morales fundamentales como disputas teológicas de nicho. No relegamos las cuestiones de guerra, racismo o pobreza al ámbito religioso simplemente porque muchas personas religiosas tengan opiniones firmes sobre ellas. No decimos que la oposición al racismo es un “asunto religioso” solo porque las iglesias apoyaron las marchas de Selma de 1965 para asegurar el derecho al voto de los afroamericanos. No afirmamos que preocuparse por los pobres sea inválido porque recuerde principios bíblicos. Entendemos, con razón, que no son preocupaciones sectarias, sino públicas, cívicas y profundamente humanas.

Entonces, ¿por qué no la vida?

¿Por qué la cuestión del aborto, posiblemente uno de los temas morales más profundos de nuestro tiempo, es señalada y acotada como si fuera solo territorio de “los religiosos”? Si la dignidad humana importa, si importa la justicia para los vulnerables, si valoramos la ética, la compasión y la razón, nos debemos a nosotros mismos —y a los demás— afrontar esta cuestión con honestidad, no con etiquetas.

El valor de la vida humana no es una preocupación confesional. No es católica ni protestante, musulmana ni judía, espiritual ni secular. Es universal. Y cualquier sociedad que aspire a ser justa debe tratarla como tal. Esto no es un “asunto religioso”. Es un asunto humano. Y merece ser tratado con la seriedad y la claridad moral que corresponden a todos los asuntos humanos.

Fuente: omnesmag.com


Publicado por JOQUIVESA en 22:16

9/29/25

Una sociedad sin espera

Juan Luis Selma

La esperanza no depende de cómo acaben saliendo las cosas, sino del profundo convencimiento de que algo tiene sentido, sin importar cómo acabará resultando. Byung-Chul

Conformarnos con la inmediatez, con el hoy y el ahora; vivir el instante olvidando el futuro y el pasado, desmemoriados y sin capacidad de soñar, no es humano

Ya no esperamos ir al cielo. Vivimos tan pegados a lo inmediato, al “ya”, que hemos dejado de levantar los ojos. Nuestra mirada se ha vuelto rastrera, plana, miope. Ya no se ven las estrellas en nuestras ciudades. Recuerdo que hace poco pude contemplar el firmamento en un lugar del Pirineo: silencio, inmensidad, belleza. Me quedé pasmado, sobrecogido por tanta grandeza, extasiado. Cerca de Dios. Las estrellas son inalcanzables, lejanas, pero cautivan.

Hoy nos rodeamos de placeres inmediatos, de respuestas instantáneas, de promesas cumplidas antes incluso de formularlas. La tecnología nos ha enseñado que todo está al alcance de un clic, y la cultura nos ha convencido de que merecemos todo, ¡ahora! La espera se ha vuelto obsoleta; la hemos desahuciado.

Vivimos en una época en la que la esperanza parece haber cambiado de dirección. Antes, se alzaba hacia el cielo, hacia lo intangible, hacia lo que no podíamos ver, pero sí imaginar. El cielo era símbolo de lo eterno, lo perfecto, lo prometido. Pero hoy, ya no esperamos el cielo. Pensamos que lo tenemos en la tierra. ¿Es así? ¿Puedo decir que todos los deseos inmediatos satisfechos me llenan, me hacen feliz?

Conformarnos con la inmediatez, con el hoy y el ahora; vivir el instante olvidando el futuro y el pasado, desmemoriados y sin capacidad de soñar, no es humano. Poco a poco nos vamos desnaturalizando, robotizando.

Nos dijeron que el progreso nos traería plenitud, pero nadie nos advirtió que también podía robarnos la “chispa”. Que, al convertir los sueños en productos, los milagros en algoritmos y la trascendencia en consumo, algo profundo se perdería. Tenemos tantas cosas que no sabemos qué hacer con ellas. Cuando nos quedamos solos con el silencio que deja todo lo cumplido, experimentamos el vacío.

Es conocida la famosa frase de los cómics de Astérix y Obélix: “El único temor es que el cielo caiga sobre nuestras cabezas”. Parece que el pueblo galo, en su valentía, solo temía eso. Hoy, el más allá ha dejado de importarnos. Y esta pérdida nos ha robado la esperanza.

Decía Benedicto XVI: “El presente, aunque sea un presente fatigoso, se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino”.

Perdida la esperanza, no caminamos, no avanzamos, nos quedamos donde estamos. Somos conformistas, como mascotas saciadas, amarradas felizmente a un rico collar.

También escribió: “Quien no conoce a Dios, aunque tenga múltiples esperanzas, está en el fondo sin esperanza, sin la gran esperanza que sostiene toda la vida”.

Nos relata el Evangelio: “Sucedió, pues, que murió el pobre y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán; murió también el rico y fue sepultado. Estando en los infiernos, en medio de los tormentos, levantando sus ojos vio a lo lejos a Abrahán y a Lázaro en su seno; y gritando, dijo: Padre Abrahán, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta del dedo en agua y me refresque la lengua, porque estoy atormentado en estas llamas. Contestó Abrahán: Hijo, acuérdate de que tú recibiste bienes durante tu vida y Lázaro, en cambio, males; ahora aquí él es consolado y tú atormentado. Además de todo esto, entre vosotros y nosotros se interpone un gran abismo, de modo que los que quieren atravesar de aquí hasta vosotros, no pueden; ni tampoco pueden pasar de ahí hasta nosotros”.

No olvidemos que estamos hechos para la eternidad. El yo humano no se destruye con la muerte: perdura para siempre. Nuestras acciones libres tienen consecuencias; no se borran. Pasa como lo que subimos a las redes: por mucho que queramos eliminarlo, ahí está. Nos hace bien o mal, buenos o malos. Sirve a los demás o les hacen daño. Todo tiene sentido, y eso es la esperanza.

Byung-Chul Han lo expresa así: “La esperanza no depende de cómo acaben saliendo las cosas, sino del profundo convencimiento de que algo tiene sentido, sin importar cómo acabará resultando.”

Vivir sin sentido, obviar las consecuencias de nuestras decisiones y acciones, es renunciar a la libertad, a ser humanos. La esperanza está anclada en la trascendencia, en Dios, y en la promesa de una vida eterna. Sin esa orientación hacia lo alto, el ser humano se pierde en la inmediatez y el vacío, en el aburrimiento.

Fuente: eldiadecordoba.es


Publicado por JOQUIVESA en 12:35

9/28/25

Invito a todos a la confianza en Dios y a la solidaridad

 Santa Misa Jubileo Catequistas

Queridos hermanos y hermanas:

Las palabras de Jesús nos comunican cómo Dios contempla el mundo, en cada tiempo y en cada lugar. En el Evangelio que hemos escuchado (Lc 16,19-31), sus ojos observan a un pobre y a un rico, el que muere de hambre y el que engulle frente a él; ven la vestimenta elegante de uno y las llagas del otro, lamidas por los perros (cf. Lc 16,19-21). Pero no sólo eso: el Señor mira el corazón de los hombres y, a través de sus ojos, nosotros reconocemos a un indigente y a un indiferente. Lázaro es olvidado por quien está frente a él, justo después de la puerta de su casa; sin embargo, Dios está cerca suyo y recuerda su nombre. El hombre que vive en la abundancia, en cambio, no tiene nombre, porque se pierde a sí mismo, olvidándose del prójimo. Está disperso en los pensamientos de su corazón, lleno de cosas y vacío de amor. Sus bienes no lo hacen bueno.

El relato que Cristo nos confía es, lamentablemente, muy actual. A las puertas de la opulencia se encuentra hoy la miseria de pueblos enteros, azotados por la guerra y la explotación. Nada parece que haya cambiado a lo largo de los siglos, cuántos Lázaros mueren frente a la avaricia que olvida la justicia, al beneficio que pisotea la caridad, a la riqueza ciega frente al dolor de los necesitados. Sin embargo, el Evangelio asegura que los sufrimientos de Lázaro tienen un final. Sus dolores terminan, así como terminan los banquetes del rico, y Dios hace justicia a ambos: «El pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. El rico también murió y fue sepultado» (v. 22). La Iglesia, sin cansarse, anuncia esta palabra del Señor, para que nuestros corazones se conviertan.

Queridos hermanos, por una singular coincidencia, este mismo pasaje evangélico fue proclamado precisamente durante el Jubileo de los Catequistas en el Año de la Misericordia. Dirigiéndose a los peregrinos venidos a Roma por esa circunstancia, el Papa Francisco destacó que Dios redime el mundo de todo mal, dando su vida por nuestra salvación. Su acción es el comienzo de nuestra misión, porque nos invita a darnos nosotros mismos por el bien de todos. Decía el Papa a los catequistas: «Este centro, alrededor del cual gira todo, este corazón que late y da vida a todo es el anuncio pascual, el primer anuncio: el Señor Jesús ha resucitado, el Señor Jesús te ama, ha dado su vida por ti; resucitado y vivo, está a tu lado y te espera todos los días» (Homilía, 26 septiembre 2016). Estas palabras nos hacen reflexionar sobre el diálogo entre el hombre rico y Abraham, que hemos escuchado en el Evangelio. Se trata de una súplica que el rico expresa para salvar a sus hermanos y que se vuelve un desafío para nosotros.

Hablando con Abraham, en efecto, él exclama: «Si alguno de los muertos va a verlos, se convertirán» (Lc 16,30). Abraham responde de este modo: «Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se convencerán» (v. 31). Ahora bien, uno resucitó de entre los muertos: Jesucristo. Las palabras de la Escritura, pues, no quieren decepcionarnos o desanimarnos, sino despertar nuestra conciencia. Escuchar a Moisés y a los Profetas significa hacer memoria de los mandamientos y las promesas de Dios, cuya providencia no abandona nunca a nadie. El Evangelio nos anuncia que la vida de todos puede cambiar, porque Cristo ha resucitado de entre los muertos. Este acontecimiento es la verdad que nos salva; por eso debe conocerse y anunciarse, pero no es suficiente. Debe amarse, y es este amor el que nos lleva a comprender el Evangelio, porque nos transforma abriendo el corazón a la palabra de Dios y al rostro del prójimo.

En este sentido, ustedes catequistas son esos discípulos de Jesús que se convierten en sus testigos. El nombre del ministerio que llevan adelante proviene del verbo griego katēchein, que significa instruir de viva voz, hacer resonar. Eso quiere decir que el catequista es una persona de palabra, una palabra que pronuncia con su propia vida. Por eso los primeros catequistas son nuestros padres, aquellos que hablaron con nosotros primero y nos enseñaron a hablar. Así como aprendimos nuestra lengua materna, del mismo modo el anuncio de la fe no puede delegarse a otros, sino que se realiza allí donde vivimos, principalmente en nuestras casas, alrededor de la mesa. Cuando hay una voz, un gesto, un rostro que lleva a Cristo, la familia experimenta la belleza del Evangelio.    

Todos hemos sido educados a creer mediante el testimonio de quien ha creído antes de nosotros. Desde niños y adolescentes, siendo jóvenes, después adultos y también ancianos, los catequistas nos acompañan en la fe compartiendo un camino constante, como han hecho ustedes en estos días, en la peregrinación jubilar. Esta dinámica involucra a toda la Iglesia; en efecto, mientras en Pueblo de Dios genera hombres y mujeres en la fe, «va creciendo en la comprensión de las cosas y de las palabras transmitidas, ya por la contemplación y el estudio de los creyentes, que las meditan en su corazón y, ya por la percepción íntima que experimentan de las cosas espirituales, ya por el anuncio de aquellos que con la sucesión del episcopado recibieron el carisma cierto de la verdad» (Const. dogm. Dei Verbum, 8). En esa comunión, el Catecismo es el “instrumento de viaje” que nos protege del individualismo y las discordias, porque confirma la fe de toda la Iglesia católica. Cada fiel colabora en su obra pastoral escuchando las preguntas, compartiendo las pruebas, sirviendo al deseo de justicia y de verdad que reside en la conciencia humana.

De esa manera los catequistas enseñan, es decir, dejan un signo interior; cuando educamos en la fe no hacemos un adiestramiento, sino que ponemos en el corazón la palabra de vida, para que produzca frutos de vida buena. Al diácono Deogracias, que le preguntó cómo ser un buen catequista, san Agustín le respondió: «Explica cuanto expliques de modo que la persona a la que te diriges, al escucharte crea, creyendo espere y esperando ame» (De catechizandis rudibus, 4, 8).

Queridos hermanos y hermanas, hagamos nuestra esta invitación. Recordemos que nadie da lo que no tiene. Si el rico del Evangelio hubiera tenido caridad con Lázaro, habría hecho el bien, no sólo al pobre, sino también a sí mismo. Si ese hombre sin nombre hubiera tenido fe, Dios lo habría salvado de todo tormento; fue el apego a las riquezas mundanas lo que le quitó la esperanza del bien verdadero y eterno. Cuando también nosotros estamos tentados por la avaricia y la indiferencia, los muchos Lázaros de hoy nos recuerdan la palabra de Jesús, convirtiéndose para nosotros en una catequesis aún más eficaz en este Jubileo, que es para todos un tiempo de conversión y de perdón, de compromiso por la justicia y de búsqueda sincera de la paz.

El Papa en el Ángelus

Queridos hermanos y hermanas:

De corazón dirijo mi saludo a todos ustedes que han participado en esta celebración jubilar dedicada a los catequistas, especialmente a aquellos que han sido instituidos hoy en este ministerio. Y junto con ustedes, quiero enviar un caluroso saludo y mis mejores deseos de buen servicio a los catequistas y a las catequistas de toda la Iglesia esparcida por el mundo. Gracias a ustedes por el servicio a la Iglesia. Recemos por ellos, en particular por aquellos que trabajan en condiciones muy difíciles, Dios los bendiga a todos.

Saludo a los peregrinos de la diócesis de Vicenza con su obispo y los otros grupos de fieles procedentes de varios países.

En estos días, un tifón de excepcional magnitud se abatió sobre distintos territorios asiáticos, en particular Filipinas, la Isla de Taiwán, la ciudad de Hong Kong, la región de Guangdong y Vietnam. Me siento cercano a las poblaciones afectadas, especialmente las más pobres, y rezo por las víctimas, los desaparecidos, las numerosas familias desplazadas, la gran cantidad de personas que han sufrido dificultades, y también rezo por los que se empeñan en los trabajos de socorro y por las autoridades civiles. Invito a todos a la confianza en Dios y a la solidaridad. Que el Señor les dé fuerza y ánimo para superar la adversidad.

Tengo la alegría de anunciar que el próximo 1 de noviembre, en el contexto del Jubileo del Mundo Educativo, conferiré el título de Doctor de la Iglesia a san John Henry Newman, el cual contribuyó de manera decisiva en la renovación de la teología y la comprensión de la doctrina cristiana en su desarrollo.

Y ahora nos encomendamos a la intercesión de la Virgen María. Que ella, que ha sido madre y la primera discípula de Jesús, sostenga hoy el compromiso de la Iglesia en el anuncio de la fe.

Fuente: vatican.va

Publicado por JOQUIVESA en 20:29

9/26/25

El hombre rico y el pobre Lázaro

26.º domingo del Tiempo ordinario (Ciclo C)

Evangelio (Lc 16,19-31)

En aquel tiempo dijo Jesús a los fariseos:

Había un hombre rico que vestía de púrpura y lino finísimo, y todos los días celebraba espléndidos banquetes. Un pobre, en cambio, llamado Lázaro, yacía sentado a su puerta, cubierto de llagas, deseando saciarse de lo que caía de la mesa del rico. Y hasta los perros acercándose le lamían sus llagas. Sucedió, pues, que murió el pobre y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán; murió también el rico y fue sepultado. Estando en los infiernos, en medio de los tormentos, levantando sus ojos vio a lo lejos a Abrahán y a Lázaro en su seno; y gritando, dijo: «Padre Abrahán, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta del dedo en agua y me refresque la lengua, porque estoy atormentado en estas llamas». Contestó Abrahán: «Hijo, acuérdate de que tú recibiste bienes durante tu vida y Lázaro, en cambio, males; ahora aquí él es consolado y tú atormentado. Además de todo esto, entre vosotros y nosotros se interpone un gran abismo, de modo que los que quieren atravesar de aquí hasta vosotros, no pueden; ni tampoco pueden pasar de ahí hasta nosotros». Y dijo: «Te ruego entonces, padre, que le envíes a casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les advierta y no vengan también a este lugar de tormentos». Pero replicó Abrahán: «Tienen a Moisés y a los Profetas. ¡Que los oigan!» Él dijo: «No, padre Abrahán; pero si alguno de entre los muertos va a ellos, se convertirán». Y le dijo: «Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, tampoco se convencerán aunque uno resucite de entre los muertos».

Comentario

Este domingo contemplamos la célebre parábola del hombre rico y el pobre Lázaro. Según dice Lucas unos versículos antes, Jesús la dirigió a los “amantes del dinero, que se burlaban de él” (v. 14). El relato tiene mucha densidad de significado y hoy podemos meditar sobre algunos puntos de su mensaje.

Lo primero que salta a la vista del personaje rico es que no tiene nombre. Posee en cambio una ingente riqueza que le permite dar espléndidos banquetes a diario. También viste prendas muy costosas para subrayar su posición social y el poder adquisitivo de que goza. En efecto, la púrpura era un tinte lujoso de color muy duradero elaborado a base de moluscos de mar, y el lino finísimo solía traerse directamente de Egipto. Eran telas propias de monarcas. En cierto sentido, este rico encarna de forma anónima y plana a todas las personas y sociedades opulentas.

En cambio, el pobre de la parábola sí tiene nombre. Es alguien concreto para Jesús: lo llama muy a propósito “Lázaro”, forma griega de Eleazar, que significaba en hebreo “Dios ha ayudado”. Este personaje refleja a todas las personas que padecen necesidad o sufren injustamente. Nos recuerda también a Lázaro, el amigo enfermo que Jesús resucitó en Betania, según cuenta san Juan, y que el Sanedrín decidió matar (cfr. Jn 11).

Jesús emplea algunas categorías conocidas en el judaísmo de su tiempo para explicar el destino final del rico y el pobre Lázaro. El relato no parece interesado tanto en describir cómo es el mundo futuro, sino en subrayar dos cosas: la inmortalidad del alma y la justa retribución divina por todas nuestras acciones. El hombre rico acaba mal y es condenado al Hades. En medio de su tormento, pide a Abrahán que alerte a sus hermanos del castigo que les espera con una señal más llamativa que las meras Escrituras. El rico evidencia en todo su proceder la actitud de quienes piden milagros para creer y, a la vez, culpan a Dios de su indiferencia religiosa y su forma de vivir.

Jesús advierte de que esta mentalidad vuelve tan ciegos a los hombres, que no creerían aunque viesen un muerto resucitar. De hecho, el rico ni siquiera era capaz de ver el signo visible que Dios ponía delante de su puerta todos los días: el pobre enfermo y hambriento al que solo se acercaban los perros para lamerle las heridas. Por eso el rico mereció el castigo. Como aclara san Juan Crisóstomo, el personaje “no era atormentado porque había sido rico, sino porque no había sido compasivo”[1]. Jesús señala así el peligro que nos acecha a todos y en especial a los que poseen bienes: la indiferencia hacia los demás y hacia los que sufren; lo que el Papa Francisco ha llamado repetidamente la cultura del descarte[2].

La parábola nos anima pues, entre otras cosas, a vivir de forma personal y colectiva las obras de misericordia, como una forma clara de atajar la indiferencia. En la medida en que podamos, hemos de procurar remediar la indigencia humana, la cual, como dice el Catecismo, “no abarca sólo la pobreza material, sino también las numerosas formas de pobreza cultural y religiosa”[3]. En este sentido, san Gregorio Magno explicaba que “cuando damos a los pobres las cosas indispensables, no les hacemos favores personales, sino que les devolvemos lo que es suyo. Más que realizar un acto de caridad, lo que hacemos es cumplir un deber de justicia”[4].

Por otro lado, a los que sufren les acecha también el peligro de la desconfianza hacia Dios, que parece no escuchar y que deja hacer y triunfar al cínico y al poderoso, a quienes se querría criticar y denunciar por sus abusos. El silencio manso y elocuente del pobre Lázaro nos invita a ser fieles y confiar en Dios, que sabe premiar la virtud y retrasa todo lo posible el castigo, hasta preferir ser acusado de indolente antes de dejar de ser compasivo. La figura de Lázaro (“Dios ha ayudado”) nos anima a rezar por los demás y a vivir la paciencia que, como dice san Josemaría, “nos impulsa a ser comprensivos con los demás, persuadidos de que las almas, como el buen vino se mejoran con el tiempo”.

Fuente: opusdei.org

Publicado por JOQUIVESA en 11:05

10 grandes libros de Teología recomendados por Juan Luis Lorda

Francisco Otamendi

El siglo XX ha sido fecundo en obras teológicas. El profesor y teólogo Juan Luis Lorda ha seleccionado los diez más importantes, aunque menciona algunos más. Los sintetiza Romano Guardini, uno de los autores, con esta frase: “la esencia del cristianismo es Jesucristo”. Vean aquí la muestra.

Se recogen a continuación los diez libros de Teología que el teólogo Juan Luis Lorda considera más importantes en los siglos XIX, y especialmente en el XX. A su juicio, vale la pena leerlos, o al menos conocerlos. 

“A veces no se puede leer entero un libro», afirma, «pero se puede al menos ir teniendo una relación con él, tenerlo localizado, saber de qué va, haber leído algo, eso ayuda mucho”, asegura el profesor de la Universidad de Navarra. Los comentarios están recogidos del vídeo del profesor Lorda. Ésta es su relación.

1) ‘Gramática del asentimiento’, John Henry Newman (1801-1890)

Newman tiene muchos libros importantes, pero el más importante es quizá ‘Gramática del asentimiento’. Es importante porque “es un libro estupendo, y muy difícil, sobre la fe, los motivos de la fe”. Quizá no sea fácil leerlo de entrada, pero conviene conocerlo. El libro influyó mucho en Chesterton (1874-1936). Cuando Chesterton explica por qué se ha convertido, señala “una convergencia de razones”, que “es exactamente de lo que habla ‘Gramática del asentimiento’”.

Es más fácil ‘Apologia pro Vita Sua’, que es en el fondo una defensa de su vida y de su acercamiento a la Iglesia católica, su incorporación. “Ante una objeción -que había sido desleal, interesado-, Newman cuenta su vida, que es una vida de fe, donde el Señor se le va mostrando”. Quizá sea una biografía semejante, de importancia, en el siglo XIX, “a la que ha sido la de san Agustín, ‘Las confesiones’, más antigua, preciosa, que vale la pena leer, por supuesto”. 

2) ‘Introducción al cristianismo’, Joseph Ratzinger (Benedicto XVI) (1927-2022)

Ha tenido importancia histórica, y va ganando importancia la figura de Joseph Ratzinger. Hace 50 años, si se preguntara cuál iba siendo el teólogo más importante y más significado del siglo XX, la respuesta es Joseph Ratzinger. Porque tiene una obra muy completa, aunque haya otros que han trabajado más académicamente.

Pero a la hora de la verdad, Joseph Ratzinger, con las etapas de su vida, como profesor, como obispo, como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, con una serie de conferencias importantísimas, y luego como Papa, tiene un recorrido muy singular. El siempre ha sido teólogo, todo lo que ha hecho ha sido interesante. El libro, de 1967 pero muy actual, tiene un carácter introductorio, para las personas que quieran situarse. 

3) ‘La esencia del cristianismo’, Romano Guardini

El autor reflexiona sobre la esencia del cristianismo, que tiene una doctrina, una moral, un culto. Pero, ¿qué es lo más importante? “El centro, la esencia del cristianismo es una persona, una persona viva, que es Jesucristo nuestro Señor”, recoge Juan Luis Lorda con palabras de Guardini. “En Él está lo que es el cristianismo. Lo dice Él:  ´Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida`”.

Otro libro central de Guardini es ‘Mundo y persona’, que se lee muy bien.  El autor comenta también dos libros en torno a la liturgia. ‘El espíritu de la liturgia’, del mismo autor, Guardini, y ‘Teología de la liturgia’, de Joseph Ratzinger, situado ahora en sus Obras completas.

4) ‘Dios y nosotros’, Jean Danièlou

Dice muchas cosas en muy pocas páginas. “Jean Daniélou tenía una gran capacidad de sintetizar, y sabía mucho”, dice el teólogo Lorda. Para hablar del Dios cristiano, explica el Dios de las religiones, el Dios de los filósofos, el Dios del Antiguo Testamento, que se ha presente a Abraham, el Dios de Jesucristo, manifestado en Cristo, el Dios de la Iglesia -cómo se ha construido la doctrina cristiana sobre Dios-, el Dios de los místicos, la experiencia de Dios vivida por los cristianos…

5) ‘Catolicismo’, Henri de Lubac

Históricamente, ha tenido mucha importancia, subraya Juan Luis Lorda. De Lubac sólo quería destacar que el cristianismo tiene un aspecto social, se vive dentro de una sociedad, la Iglesia. Una sociedad que es el Cuerpo de Cristo. Y lo destaca recogiendo citas de los Padres. Con esto, estaba haciendo, sin darse cuenta, una eclesiología, un tratado de Teología de los Padres, que no se había hecho, y en esos años, no se conocía muy bien. Para muchos, el libro fue el descubrimiento de cómo pensaban los Padres de la Iglesia, antiguos, sobre la Iglesia.

Luego, ordena y publica unas ‘Meditaciones sobre la Iglesia’, muy bonito también, señala.

6) ‘Cristianos desunidos’, Yves M. Congar (1904-1995)

Congar es pionero en lo que es el ecumenismo. El libro recoge los principios de un ecumenismo católico. “La posición de la Iglesia en este aspecto ha cambiado un poco. Se ha pasado de ‘guardar fronteras’ frente a otros, a un intento de diálogo, pensando qué es lo que quiere el Señor”. “Eso viene resumido en el Concilio Vaticano II, y debe mucho en esto a Congar porque, además, lo ha estudiado”.

‘El Espíritu Santo’ es también un libro muy importante de Congar. Compendia en el libro todas las cuestiones importantes sobre el Espíritu Santo. Aunque no es sistemático y ordenado, todo lo que dice es interesante, con sabor histórico.

7) ‘Gloria’, Hans Urs von Balthasar (1905-1988)

Von Balthasar ha legado a la Teología del siglo XX sobre todo su trilogía, aunque tiene muchas más cosas. Está centrada en un gran argumento. Que es en definitiva, el siguiente: ‘Gloria’, la gloria de Dios, la belleza de Dios, que se ha manifestado en la entrega del Hijo, que ha llegado hasta la muerte. Eso manifiesta la belleza del amor de Dios, que es capaz de eso. Ese abajamiento y esa entrega.

“Balthasar es un autor muy alemán, aunque era suizo, que quiere poner ´todo en todo`, suelo decir eso de él, lo que tiene una dificultad de lectura, todo es enorme”, explica Lorda.

8) ‘Ortodoxia’, y ‘El hombre eterno’,  G.K. Chesterton (1874-1936)

Chesterton es, como C.S. Lewis, gran apologista de la fe. Hay dos libros de Chesterton desde el punto de la Teología. Uno es ‘Ortodoxia’, que describe las razones de su conversión, utilizando el mismo argumento que Newman: “muchas razones convergentes”. Por el testimonio, la verosimilitud, la sensatez que pone en muchas cosas del mundo, etc. 

‘El hombre eterno’ trata en su primera parte sobre la gran aportación al mundo del cristianismo, frente a críticas racionalistas, agnósticas. La segunda parte aborda la salvación por Jesucristo. A los pocos meses lo leyó C.S. Lewis, y fue muy importante para su conversión, como dice él mismo.

9) ‘Mero cristianismo’, C.S. Lewis (1898-1963)

Ha ayudado a muchos conversos, sobre todo en el área anglosajona. Muchos le citan. Lewis tenía la preocupación de “recontar” las cosas bien. Es decir, traducirlas a un lenguaje que se entienda, sin alterarlas. Con el talento literario que tenía, el libro ha hecho mucho bien. Personalmente, dice Lorda, me han impactado más otros libros, como ‘La abolición del hombre’, que transmite la experiencia de la ley natural.

10) ‘María en la Escritura y en la Iglesia’, Cándido Pozo (1925-2011)

Quizá no tenga el impacto universal de otros a los que se ha referido el autor. Pero Juan Luis Lorda asegura que este libro del profesor jesuita Cándido Pozo explica muy bien la teología mariana. Además, completa bien, en la lista que ha realizado, la respuesta a la pregunta de quién es María en la vida de la Iglesia.

Para concluir, puede ser útil escuchar el último minuto del video, donde el profesor Lorda se refiere a una Teología de la Biblia.

Fuente: omnesmag.com


Publicado por JOQUIVESA en 11:00

9/25/25

«Sistemas como ChatGPT parecen inteligentes, pero siguen sin ser fiables»inteligentes_nofiables

Carlos Madrid


Muchos de nosotros pensamos que la IA acaba de llegar a nuestras vidas, pero ¿realmente es así? ¿Desde hace cuánto tiempo lleva existiendo?

Los avances (casi) diarios en el terreno de la Inteligencia Artificial están creando muchas dudas y miedos a su alrededor. Algunas de ellas hacen referencia a si estos sistemas son tan inteligentes como nos dicen, a cómo funcionan o qué riesgos supone su uso. Una serie de preguntas que hemos tratado de responder junto a Melanie Mitchell, una de las mayores expertas en la materia y autora del libro ‘Inteligencia artificial. Guía para seres pensantes’ (Capitán Swing).

La idea de construir una «máquina pensante» existe desde hace siglos, pero el campo de la IA comenzó en 1956 en un taller del Dartmouth College, en el que pioneros como John McCarthy, Marvin Minsky, Herbert Simon y Allen Newell idearon su nombre y sus objetivos generales.

«La red se entrena tratando de predecir la siguiente palabra de un bloque de texto entre miles de millones o billones de bloques de texto»

Lo que sí que ha hecho es cambiar a lo largo del tiempo. ¿A qué nos referíamos en el pasado con IA y a qué hoy en día?

Al principio, la mayoría de los investigadores de IA pensaban que estos sistemas podían programarse utilizando la lógica y las reglas concebidas por el ser humano. Pero hoy en día casi todos los sistemas de IA se crean utilizando redes neuronales entrenadas con enormes cantidades de datos. Una red neuronal es un programa informático inspirado en los cerebros biológicos, en el que neuronas simuladas se conectan entre sí mediante conexiones ponderadas. Esta se entrena cambiando los pesos de las conexiones entre neuronas, dependiendo de si la respuesta de la red a una entrada es «correcta» o «incorrecta». Los grandes modelos lingüísticos, como ChatGPT, son redes neuronales enormes (es decir, miles de millones o billones de conexiones ponderadas) que se entrenan principalmente con texto extraído de Internet. La red se entrena tratando de predecir la siguiente palabra de un bloque de texto entre miles de millones o billones de bloques de texto. El resultado se denomina «gran modelo lingüístico», ya que a partir de todo el entrenamiento, el sistema aprende la estructura del lenguaje generado por el ser humano.

Escuchamos, vemos, leemos casi todos los días noticias sobre los avances en la IA. ¿En qué situación se encuentra ahora mismo? ¿Existe realmente una IA equiparable a la inteligencia del ser humano?

Los sistemas de IA como ChatGPT pueden realizar muchas tareas que consideramos «inteligentes», como escribir ensayos, traducir entre idiomas, entablar conversaciones y resolver problemas matemáticos. Sin embargo, también tienen limitaciones no humanas, como no saber distinguir entre información verdadera y falsa o cometer a menudo errores difíciles de explicar. En resumen, estos sistemas parecen inteligentes en muchos aspectos, pero siguen sin ser fiables. Por último, hay que apuntar que la «inteligencia humana» no está bien definida. ¿Caminar por una acera llena de gente sin chocar con alguien es una forma de «inteligencia»? ¿Lo es ser capaz de arreglar un problema de fontanería? Ahora mismo, los robots de IA no pueden competir con los humanos en la mayoría de las tareas que requieren interacción física con el mundo real.

¿Puede crear arte o incluso razonar como un humano?

La IA puede crear «arte», pero es discutible que sea realmente creativa como lo son los humanos. En cuanto a la segunda cuestión, a menudo parece que los sistemas de IA pueden razonar como nosotros, pero luego cometen errores muy poco humanos que demuestran que sus procesos probablemente no sean similares a los nuestros.

¿Cuánta de toda esta burbuja alrededor de la IA tiene que ver con el marketing y el dinero que mueve?

No puedo cuantificarlo, pero creo que hay mucho bombo publicitario en torno a la IA creado por el marketing y la necesidad de las empresas de ganar dinero. Esto siempre ha sido así: el bombo publicitario de la IA ha existido desde los inicios de este campo en la década de los cincuenta.

«Hay mucho bombo publicitario en torno a la IA»

Muchas personas y empresas han empezado a dejar algunas de sus decisiones en manos de la IA. ¿A qué riesgos se enfrentan? ¿Es realmente neutral como nos repiten muchas veces?

Los sistemas de IA pueden cometer errores, es decir, tener «alucinaciones» en las que generan información falsa, y también pueden tener sesgos sutiles que han aprendido de sus datos de entrenamiento, lo que puede causar perjuicios en términos de raza, género y otros factores. Por ello, las personas y organizaciones que utilizan la IA necesitan algún tipo de sistema (que incluya auditores humanos) para asegurarse que los errores y los sesgos sutiles se detectan antes de que estas decisiones acaben perjudicando. Se trata de un problema difícil de resolver pero urgente.

Aparte de esos puntos negativos, tiene otros muy positivos. ¿Cuáles son?

Los sistemas actuales de IA pueden ser enormemente útiles cuando se usan para aumentar, que no sustituir, a la inteligencia humana. Estos sistemas pueden tener –y ya están teniendo–una enorme repercusión a la hora de ayudar a médicos, científicos, programadores informáticos y otros profesionales a realizar tareas concretas, así como a los usuarios en general en tareas como mejorar la escritura y ayudar a buscar en Internet. Siempre que las personas que utilicen estos sistemas sean conscientes de los tipos de errores que pueden cometer y de hasta qué punto se puede confiar en ellos, estos aumentarán nuestra propia inteligencia.

«Se ha hecho demasiado hincapié en fomentar la innovación y demasiado poco en la seguridad y la equidad»

Uno de los retos actuales a los que nos enfrentamos en el terreno de la IA es la regulación. ¿Hacia dónde se tiene que dirigir?

El principal compromiso de los reguladores es, por un lado, garantizar que los sistemas de IA sean seguros y justos y, por otro, que la normativa no sea tan estricta o engorrosa que dificulte la innovación de las empresas de IA o la creación de nuevas empresas. Ahora mismo quizá se ha hecho demasiado hincapié en fomentar la innovación y demasiado poco en la seguridad y la equidad. También existe el deseo de garantizar que las decisiones de los sistemas de IA sean «explicables». De hecho, esa comprensión forma parte de la normativa de la UE sobre IA. Sin embargo, la forma en que se desarrollan los actuales sistemas de IA hace muy difícil que su comportamiento sea explicable, y nadie sabe aún cómo solucionarlo.

¿Hasta dónde crees que va a evolucionar la IA? ¿Podrá llegar a multiplicar la inteligencia humana como dicen?

Creo que los sistemas de IA «aumentarán» la inteligencia humana de muchas maneras –en ciencia, medicina, salud pública y muchas otras áreas–, al igual que lo han hecho otras tecnologías en el pasado (por ejemplo, los ordenadores, Internet, etcétera).

Fuente: ethic.es

Publicado por JOQUIVESA en 11:41

9/24/25

Jesucristo, nuestra esperanza.

El Papa en la Audiencia General

Saludo del Santo Padre en el Aula Pablo VI 

¡Una bendición para todos vosotros!

Después podréis ver la Audiencia aquí en la pantalla, o también si queréis podéis salir, pero pensando en las previsiones del tiempo, era mejor venir aquí antes de comenzar la Audiencia General.

Así que, bendeciré a cada uno de vosotros que habéis venido esta mañana. Me alegra mucho estar con vosotros, ¡gracias por estar aquí! Ahora mismo hace sol fuera, pero dicen que va a llover, así que queremos que estéis bajo techo. Por tanto, sin extenderme más, que Dios os bendiga a todos y que el Señor os dé mucha paz en vuestros corazones. ¡Gracias!

Ciclo de catequesis - Jubileo 2025. Jesucristo, nuestra esperanza. III. La Pascua de Jesús. 8. El descenso. «Y en el Espíritu fue a hacer su anuncio también a los espíritus que estaban prisioneros» (1 P 3,19)

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

también hoy nos detenemos en el misterio del Sábado Santo. Es el día del Misterio pascual en el que todo parece inmóvil y silencioso, mientras que en realidad se cumple una invisible acción de salvación: Cristo desciende al reino de los infiernos para llevar el anuncio de la Resurrección a todos aquellos que estaban en las tinieblas y en la sombra de la muerte.

Este evento, que la liturgia y la tradición nos han entregado, representa el gesto más profundo y radical del amor de Dios por la humanidad. De hecho, no basta decir ni creer que Jesús ha muerto por nosotros: es necesario reconocer que la fidelidad de su amor ha querido buscarnos allí donde nosotros mismos nos habíamos perdido, allí donde se puede empujar solo la fuerza de una luz capaz de atravesar el dominio de las tinieblas.

Los infiernos, en la concepción bíblica, no son tanto un lugar, sino una condición existencial: esa condición en la que la vida está debilitada y reinan el dolor, la soledad, la culpa y la separación de Dios y de los demás. Cristo nos alcanza también en este abismo, atravesando las puertas de este reino de tinieblas. Entra, por así decir, en la misma casa de la muerte, para vaciarla, para liberar a los habitantes, tomándoles de la mano uno por uno. Es la humildad de un Dios que no se detiene delante de nuestro pecado, que no se asusta frente al rechazo extremo del ser humano.

El apóstol Pedro, en el breve pasaje de su primera Carta que hemos escuchado, nos dice que Jesús, vivificado en el Espíritu Santo, fue a llevar el anuncio de salvación también «a los espíritus encarcelados» (1 Pe 3,19). Es una de las imágenes más conmovedoras, que no se encuentra desarrollada en los Evangelios canónicos, sino en un texto apócrifo llamado Evangelio de Nicodemo. Según esta tradición, el Hijo de Dios se adentró en las tinieblas más espesas para alcanzar también al último de sus hermanos y hermanas, para llevar también allí abajo su luz. En este gesto está toda la fuerza y la ternura del anuncio pascual: la muerte nunca es la última palabra.

Queridos, este descenso de Cristo no tiene que ver solo con el pasado, sino que toca la vida de cada uno de nosotros. Los infiernos no son solo la condición de quien está muerto, sino también de quien vive la muerte a causa del mal y del pecado. Es también el infierno cotidiano de la soledad, de la vergüenza, del abandono, del cansancio de vivir. Cristo entra en todas estas realidades oscuras para testimoniarnos el amor del Padre. No para juzgar, sino para liberar. No para culpabilizar, sino para salvar. Lo hace sin clamor, de puntillas, como quien entra en una habitación de hospital para ofrecer consuelo y ayuda.

Los Padres de la Iglesia, en páginas de extraordinaria belleza, han descrito este momento como un encuentro: entre Cristo y Adán. Un encuentro que es símbolo de todos los encuentros posibles entre Dios y el hombre. El señor desciende allí donde el hombre se ha escondido por miedo, y lo llama por nombre, lo toma de la mano, lo levanta, lo lleva de nuevo a la luz. Lo hace con plena autoridad, pero también con infinita dulzura, como un padre con el hijo que teme que ya no es amado.

En los iconos orientales de la Resurrección, Cristo es representado mientras derriba las puertas de los infiernos y, extendiendo sus brazos, agarra las muñecas de Adán y Eva. No se salva solo a sí mismo, no vuelve a la vida solo, sino que lleva consigo a toda a la humanidad. Esta es la verdadera gloria del Resucitado: es poder de amor, es solidaridad de un Dios que no quiere salvarse sin nosotros, sino solo con nosotros. Un Dios que no resucita si no es abrazando nuestras miserias y nos levanta de nuevo para una vida nueva.

El Sábado Santo es, por tanto, el día en el que el cielo visita la tierra más en profundidad. Es el tiempo en el que cada rincón de la historia humana es tocado por la luz de la Pascua. Y si Cristo ha podido descender hasta allí, nada puede ser excluido de su redención. Ni siquiera nuestras noches, ni siquiera nuestros pecados más antiguos, ni siquiera nuestros vínculos rotos. No hay pasado tan arruinado, no hay historia tan comprometida que no pueda ser tocada por su misericordia.

Queridos hermanos y hermanas, descender, para Dios, no es una derrota, sino el cumplimiento de su amor. No es un fracaso, sino el camino a través del cual Él muestra que ningún lugar está demasiado lejos, ningún corazón demasiado cerrado, ninguna tumba demasiado sellada para su amor. Esto nos consuela, esto nos sostiene. Y si a veces nos parece tocar el fondo, recordemos: ese es el lugar desde el cual Dios es capaz de comenzar una nueva creación. Una creación hecha de personas que se han vuelto a levantar, de corazones perdonados, de lágrimas secadas. El Sábado Santo es el abrazo silencioso con el que Cristo presenta toda la creación al Padre para volver a colocarla en su diseño de salvación.
____________________

Saludos 

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Queridos hermanos y hermanas, si a veces nos parece que hemos tocado fondo, recordemos que ese es el lugar desde el que Dios es capaz de comenzar una nueva creación hecha de corazones perdonados. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.
____________________

Anuncio

Queridos hermanos y hermanas, el mes de octubre, ya cercano, en la Iglesia está dedicado particularmente al santo Rosario. 

Por eso invito a todos, cada día del próximo mes, a rezar el Rosario por la paz, personalmente, en familia y en comunidad.

Además invito a quienes prestan servicio en el Vaticano a vivir esta oración en la Basílica de San Pedro, cada día, a las 19.00.

En particular, la tarde del sábado 11 de octubre, a las 18.00, lo haremos juntos en la plaza de San Pedro, en la Vigilia del Jubileo de la Espiritualidad Mariana, recordando también el aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II
____________________

Resumen leído por el Santo Padre en español

Queridos hermanos y hermanas:

En esta catequesis continuamos contemplando el misterio del Sábado Santo, en el que todo parece inmóvil y de un silencio absoluto, concentrándonos en el descenso de Jesús a los infiernos. Lo que acontece es una acción salvífica. Cristo desciende a la profundidad de la muerte para llevar el anuncio de la Resurrección a todos los que yacían en tinieblas.

Este evento representa el gesto más profundo y radical del amor de Dios por la humanidad. Él ha querido buscarnos allí en los infiernos, es decir, en esa condición existencial en donde reina el dolor, la soledad, la culpa y la separación de Dios y de los demás. Cristo desciende allí para liberar también hoy a los que viven la muerte a causa del mal y del pecado, a los que viven el infierno cotidiano de la soledad, de la vergüenza, del abandono o del cansancio de la vida. Cristo entra en todas estas oscuras realidades no para juzgar, sino para liberar. No para culpabilizar, sino para salvar. Cristo desciende entre los muertos para manifestar el amor del Padre. Por tanto, no existe un pasado tan dañado o una historia irreparable que no pueda ser tocada por su misericordia.

Fuente: vatican.va

Publicado por JOQUIVESA en 16:45

9/23/25

San Pío de Pietrelcina, el santo de los estigmas

Isabel Orellana

Francesco Forgione es una de las figuras emblemáticas del siglo XX, extraordinariamente probado y aclamado como santo antes de su muerte. Lo inexplicable tuvo en él a uno de sus insignes representantes. Fue, sin proponérselo, vía de controversia para los incrédulos, de los que eligieron la razón como bandera. Es un instrumento del cielo para mostrar a los reticentes y al resto del mundo la grandeza y el poder infinito del amor de Dios, clave única de tanto misterio, acogido sin dudar por los sencillos y humildes de corazón. 

Un caudal de dones: estigmas, bilocación, curación, profecía, lágrimas, penetración de espíritu, de perfume (sus estigmas olían a flores), etc., fueron llegando a la vida de este capuchino, que solo quiso ser “un fraile que reza”, en medio de incontables sufrimientos, sirviéndole como peana para alcanzar la gloria eterna. “Los ángeles solo nos tienen envidia por una cosa: ellos no pueden sufrir por Dios. Solo el sufrimiento nos permite decir con toda seguridad: Dios mío, mirad cómo os amo”.

Entendió perfectamente las palabras de Cristo: “Casi todos vienen a mí para que les alivie la cruz; son muy pocos los que se me acercan para que les enseñe a llevarla”. Este moderno cirineo no vaciló; portó la cruz elegantemente hasta el fin de sus días, unido al Redentor, infundiendo aliento a los demás y ayudándoles a llevar la suya: “Ten por cierto que si a Dios un alma le es grata, más la pondrá a prueba. Por tanto, ¡coraje! y adelante siempre”.

Nació en Pietrelcina, Italia, en el seno de una humilde familia, el 25 de mayo de 1887; fue el cuarto de ocho hijos. A los 5 años tuvo la primera aparición del Sagrado Corazón de Jesús, y tiempo después comenzaron las de la Virgen, que perduraron siempre. A esa edad le asaltaron los envites del diablo, que no cesaron de atormentarle a lo largo de su existencia.

Su ángel de la guarda, cuya presencia se le hizo patente, le fue asistiendo en su misión. Fue un niño silencioso, disciplinado, tímido, sensible y estudioso. Devotísimo de Jesús y de María, se las ingenió para que el sacristán le permitiese acudir al Sagrario cuando el templo estaba cerrado. 

Era pequeño cuando por su mediación sanó un niño que tenía malformaciones y al que su madre, desesperada, arrojaba contra el altar. Ingresó con los capuchinos en 1903. La víspera se le apareció la Virgen acompañando a su divino Hijo, quien le animó en el paso que iba a dar poniendo la mano sobre su hombro. En otras visiones terribles de sesgo diabólico había contemplado los sufrimientos que le esperaban, y Cristo le confortó asegurándole que estaría junto a él hasta el fin del mundo. También María le consoló. 

Se ordenó en Benevento en 1910 con este sentimiento: “Que yo sea un altar para tu Cruz. Un cáliz de oro para tu sangre”. No gozó de buena salud. De pequeño había estado a punto de morir de fiebres tifoideas, y aún así llevó una vida austera, de grandes ayunos y penitencias. Poco después de ordenarse, muy enfermo tuvo que regresar a Pietrelcina para reponerse. Fue de convento en convento y sirvió en filas; seguía sin mejorar.

En 1912 este fraile de fuerte carácter y cierta rudeza, pero de inmenso corazón, percibió los primeros signos de los estigmas y, aún fugazmente, el amor místico. En 1916 partió a San Giovanni Rotondo con idea de pasar un tiempo, pero permaneció allí el resto de su vida. En agosto de 1918 experimentó la transverberación, sintiéndola como un dardo de fuego que se le clavaba en el corazón, y en septiembre los estigmas, “visibles y sangrantes”, que nunca cesaron.

Había recibido el don de aglutinar en torno a sí a personas que demandaban su consejo espiritual; no las decepcionó. Asistió a todas a través de exhortaciones, diálogos y un sinfín de cartas que cursó hasta que fue vetado por las autoridades eclesiásticas que examinaban concienzudamente su caso. Y es que en 1918, al quedar al descubierto las llagas de Cristo que había recibido en sus manos, pies y costado izquierdo, comenzó otro calvario uniéndose los combates contra el diablo que le atacaba casi de continuo.

A cada uno se nos concede la gracia que nos basta. A Francesco no le faltó tampoco en medio de la estrecha vigilancia a la que fue sometido, sobre todo entre los años 1922 y 1923. El Santo Oficio dudaba de la “sobrenaturalidad de los hechos” y ello le acarreó no pocos sufrimientos. No pudo oficiar misa públicamente ni remitir escrito alguno, de modo que no pudo responder a las misivas que iban llegando al convento.

Los numerosos fieles que acudían a sus misas, que duraban horas y en las que mostraba su profunda adoración al misterio del sacrificio del Redentor, no pudieron acompañarle. En 1931 la situación empeoró. La orden dictada era estricta; se redujo a la celebración privada de la misa. Dos años más tarde cesó esta restricción y en 1934 pudo confesar. Atrás quedaba una década de reclusión en su celda, soportando interrogatorios entre las sospechas de sus hermanos, de miembros de la Santa Sede, médicos y otros. 


Entre tanto, se multiplicaron las conversiones en torno al santo que había llegado a pasar 16 horas diarias en el confesionario; tenía una lista de espera de varios días porque la gente quería ser dirigida por este sacerdote que reprendía con dureza las faltas de amor. Ello se debía a la intensísima pasión por lo divino que inundaba sus entrañas: “Todo se resume en esto: estoy devorado por el amor a Dios y el amor al prójimo. ¿Cómo es posible ver a Dios que se entristece ante el mal y no entristecerse de igual modo? Yo no soy capaz de algo que no sea tener y querer lo que quiere Dios”.

En 1940 proyectó la “Casa Alivio del Sufrimiento”, inaugurada en 1956. En 1960 fue objeto de nuevas prohibiciones; en 1964 las levantaron. Murió el 23 de septiembre de 1968, tras medio siglo con los estigmas. Juan Pablo II lo beatificó el 2 de mayo de 1999, y lo canonizó el 16 de junio de 2002.

Fuente: exaudi.org

Publicado por JOQUIVESA en 21:47
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