2/28/19

Buscando guías



Monseñor Enrique Díaz Díaz 

VIII Domingo Ordinario
Caminábamos en medio de la selva al paso del experto guía a quien acompañaba su hijo pequeño. En medio de veredas, piedras, lodos y riachuelos, con frecuencia el camino se tornaba difícil. Cuando llegábamos a algún paso complicado, invariablemente el guía se dirigía a su niño advirtiendo: “Fíjese dónde pisa, porque se puede caer”. Nosotros entendíamos que no sólo lo decía por el niño, sino también por nosotros. Después de cuatro o cinco advertencias, el pequeño, fastidiado por tantas indicaciones, se volvió a su padre y le contestó: “Fíjese dónde pisa usted, porque donde usted pise, yo también voy a pisar”.  Es más fácil seguir las huellas que las palabras. ¡Qué fácil es decir a los otros por dónde caminar! ¡Qué difícil dar el ejemplo! Educar es acercar, acompañar, dar testimonio. 
Jesús enseña con su palabra y con su ejemplo. Sus “consejos” a los discípulos recogen la sabiduría popular y la sicología natural: un ciego no es un buen guía, un discípulo no es más que su maestro, la viga estorba más que la paja, cada árbol se reconoce por sus frutos y de lo que hay en el corazón habla la boca. Dichos populares pero que encierran profundas verdades aplicadas al camino del Reino, a la vida familiar y la vida de comunidad. Ahora que se ponen sobre el tapete y se cuestionan las formas y reformas educativas convendría tener muy presentes estas sencillas sentencias. ¿Quién está educando a los niños? ¿Quién dirige a la sociedad? Es hermoso ver que la mayoría de nuestras escuelas, las calles y caminos se ven llenos de jóvenes y niños que se encaminan a los centros de estudios. ¿Qué irán a aprender? ¿Cómo es la educación que se les está dando? Las lecturas de este día nos hacen reflexionar y nos ayudan a valorar los cimientos que tendremos en cuenta en la educación.
La primera condición para educar es dar vida. Y la vida se da con el amor, con el ejemplo, con el acompañamiento y la cercanía. Las escuelas en general sólo podrán proporcionar conocimientos, pero no van enseñando actitudes. Pocos maestros, dignos de todo nuestro reconocimiento, se acercan a los alumnos para enseñarles el camino de la vida e infundirles valores. Es la tarea de los papás, de los maestros y de todos los educadores. Es cierto que debemos transmitir conocimientos, pero sobre todo debemos enseñar actitudes, valores y mirar el interior de los niños y de los jóvenes. 
En el evangelio Cristo critica la forma de enseñar de algunos maestros que quieren guiar cuando ellos mismos están ciegos y no conocen el camino. “Saca primero la viga que llevas en el ojo” recomienda. No es raro encontrar quien critique todo y no proponga nada, quien se fije en los defectos de los demás y no viva con coherencia. Con frecuencia nos encontramos que quien educa contradice sus enseñanzas con su forma de vivir. Se pretende enseñar a base de regaños, insultos y agresiones, más que con cercanía y amor.
Hoy es importante reflexionar cómo es la educación y qué estamos haciendo para educar cristianamente. Ciertamente se ha generado mucha polémica con la nueva ley de educación, pero si no hace cambiar nuestras perspectivas y nuestras actitudes, leyes vendrán y se irán y nosotros seguiremos igual. Lo importante es educar en los valores, en la verdad y en el amor. 
¿Quién está guiando a la sociedad? De repente entre los noticieros y sus comentaristas aparece una preocupación por “la gente”, expresión que no sé específicamente a quien se refiere, porque se pierde en el anonimato sin ninguna persona en particular. Y la “gente dice”, y la “gente escoge”, y la “gente prefiere”. Y a veces estas elecciones y estas propuestas parecen tan absurdas que uno se pregunta por qué la “gente” ha elegido lo que no tiene ningún sentido. Después descubrimos, con asombro, que hay “directores de opinión”, “manipuladores de masas” y “anónimos” en las redes sociales que se encargan precisamente de eso: hacer creer a las personas que ellas están eligiendo lo que ellos les han puesto por delante.
¿Quién guía a esta sociedad? ¿Por qué se adoptan posturas que parecen contrarias a nuestras costumbres y a nuestros ideales? Es una triste realidad que hay quienes se encargan de manipular y dirigir hacia sus fines comerciales, políticos y mercantilistas, el pensamiento de la sociedad. ¿Cuáles son sus intereses? ¿Cuáles son sus ganancias? Tendremos que estar muy atentos para descubrir quiénes y por qué nos guían.  
Ya Jesús, desde aquellos tiempos, nos deja entrever que no siempre la “voluntad popular” es signo de democracia y que no siempre una abrumadora mayoría es signo de libertad. ¿Cómo explicar el Domingo de Ramos con aquella multitud exaltándolo y alabándolo, si a los tres días se presenta esa misma multitud condenándolo y exigiendo su crucifixión? Hay guías, líderes que no se tientan el corazón para conducir a la perdición con tal de lograr sus propósitos. Jesús nos pone en alerta, sobre todo después de habernos presentado el camino verdadero a la felicidad, para que no nos dejemos guiar por esos ciegos. “Si un ciego guía a otro ciego caerán los dos en un hoyo”. Se acusa la falta de líderes, pero hay líderes que guían a la corrupción, a las falsas felicidades y al fracaso. Cristo es nuestro único líder y nuestro único guía. Dejémonos guiar por sus silbos amorosos para encontrar la verdadera felicidad.
¡Qué difícil es encontrar un consejero sincero y sabio! Podremos tener muy buenos consultores económicos y fiscales, consejeros de negocios, pero encontrar a alguien en quien confiar nuestra vida, es bastante difícil. Ya decía un gran escritor que nadie acepta consejos y que, en cambio, todos estamos dispuestos a aceptar dinero, entonces, concluía, es más importante el dinero que los consejos. ¿Y quién se arriesga a dar un consejo? Todavía más difícil, porque tendríamos que ponernos en los zapatos del otro, en sus circunstancias y limitaciones, para poder aconsejar con sabiduría. Pero a lo que con frecuencia estamos dispuestos, es a criticar y a acusar. Lo vemos en nuestra patria: son muchas las acusaciones de partidos y de personajes, y pocas las aportaciones y compromisos. Esto sucede también en los grupos pequeños, en la comunidad y en la familia. Por eso es la invitación de Jesús a buscar primero la armonía y el equilibrio interior antes de buscar dar a otros la paz que nosotros no hemos encontrado.
Se necesita estar muy cercano al otro, participar de sus necesidades y forma de sentir, escuchar, atender para poder entender. No, de ninguna manera se trata de solapar o condescender con el mal. Ser muy claro para denunciar qué está mal, pero no condenar al que se ha equivocado. Ser duros con el pecado pero no con el pecador. Es lo que hace Cristo como nos lo manifiesta a cada momento San Lucas. Siempre está dispuesto a la misericordia pero también siempre tiene una gran claridad para desenmascarar el pecado y la mentira. ¿Quiénes son ahora nuestros guías y hacia dónde nos están llevando? Tendremos que pensar si la sentencia de Jesús condenando a “guías ciegos”, no se hace duramente real en nuestros ambientes. ¿De dónde toman los jóvenes sus modelos? ¿Cuáles son las aspiraciones que van poniendo en su corazón? Son muchas las preguntas y las reflexiones que hoy nos podemos hacer delante de Jesús. Que solamente Él sea nuestro guía y nuestro maestro.
Si todavía tenemos dudas sobre nuestros métodos de educar, contemplemos los resultados que hemos obtenido porque “cada árbol se conoce por sus frutos”. Nos encontramos con una sociedad fría, apática, alejada de Dios, egoísta y autosuficiente. ¿Qué hemos sembrado? ¿Cómo hemos educado? Cuando Jesús habla de los frutos, claramente se refiere a los frutos de justicia, de verdad, de amor. De esos frutos que brotan del corazón y no solamente de la boca. Cristo caminaba cercano a sus discípulos y les enseñaba más con el ejemplo que con las palabras: el amor, el servicio, la generosidad, los ideales… el Reino. Si estamos contentos con nuestra sociedad y lo que hemos logrado, continuemos educando igual. Pero si descubrimos que hemos errado el camino, tendremos que volver a Jesús que es el único camino que nos da la vida verdadera.
Señor Jesús, enséñanos a mirar como Tú miras, con ojos claros y limpios, y a descubrir  caminos para dar frutos de amor y de justicia. Amén.

‘Santificado sea tu nombre’

El Papa en la Audiencia General
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Parece que el invierno se esté yendo y por eso hemos vuelto a la Plaza. ¡Bienvenidos a la Plaza!
En nuestro itinerario de redescubrimiento de  la oración del “Padre Nuestro”, hoy profundizaremos la primera de sus siete peticiones, es decir, “santificado sea tu nombre”.
Las invocaciones del “Padre Nuestro” son siete, fácilmente divisibles en dos subgrupos. Las tres primeras tienen el “Tú” de Dios Padre en el centro; las otras cuatro tienen en el centro el “nosotros” y nuestras necesidades humanas. En la primera parte, Jesús nos hace entrar en sus deseos, todos dirigidos al Padre: “Santificado sea tu nombre, venga tu reino, hágase tu voluntad”; en la segunda es Él quien entra en nosotros y se hace intérprete de nuestrasnecesidades: el pan de cada día, el perdón de los pecados, la ayuda en la tentación y la liberación del mal.
Aquí está la matriz de toda oración cristiana, -diría de toda oración humana- que está siempre hecha, por un lado, de la contemplación de Dios, de su misterio, de su belleza y bondad, y, por el otro, de sincera y valiente petición de lo que necesitamos para vivir, y vivir bien. Así, en su simplicidad y en su esencialidad, el “Padre Nuestro” educa a quienes le ruegan a no multiplicar palabras vanas, porque, como dice el mismo Jesús, “vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo” (Mt, 6, 8).
Cuando hablamos con Dios, no lo hacemos para revelarle lo que tenemos en nuestros corazones: ¡Él lo sabe mucho mejor! Si Dios es un misterio para nosotros, nosotros, en cambio, no somos un enigma para sus ojos (cf. Sal 139: 1-4). Dios es como esas madres a las que les basta una mirada para entenderlo  todo de sus hijos: si están contentos o están tristes, si son sinceros u ocultan algo …
El primer paso en la oración cristiana es, por lo tanto, la entrega de nosotros mismos a Dios, a su providencia. Es como decir: “Señor, tú lo sabes todo, ni siquiera hace falta que te cuente  mi dolor, solo te pido que te quedes aquí a mi lado: eres Tú mi esperanza”. Es interesante notar que Jesús, en el Sermón de la Montaña, inmediatamente después de transmitir el texto del “Padre Nuestro”, nos exhorta a no preocuparnos y no afanarnos por las cosas. Parece una contradicción: primero nos enseña a pedir el pan de cada día y luego nos dice: «No andéis preocupados por vuestra vida, qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis” (Mt 6,31). Pero la contradicción es solo aparente: las peticiones de los cristianos expresan confianza en el Padre. Y es precisamente esta confianza la que nos hace pedir lo que necesitamos sin afán ni agitación.
Por eso rezamos diciendo: “¡Santificado sea tu nombre!”. En esta petición – la primera, ¡Santificado sea tu nombre! – se siente toda la admiración de Jesús por la belleza y la grandeza del Padre, y el deseo de que todos lo reconozcan y lo amen por lo que realmente es. Y al mismo tiempo, está la súplica de que su nombre sea santificado en nosotros, en nuestra familia, en nuestra comunidad, en el mundo entero. Es Dios quien nos santifica, quien nos transforma con su amor, pero al mismo tiempo también somos nosotros quienes, a través de nuestro testimonio, manifestamos la santidad de Dios en el mundo, haciendo presente su nombre. Dios es santo, pero si nosotros, si nuestra vida no es santa, hay una gran incoherencia. La santidad de Dios debe reflejarse en nuestras acciones, en nuestra vida. “Yo soy cristiano, Dios es santo, pero yo hago tantas cosas malas”; no, esto no vale. Esto también hace daño, esto escandaliza y no ayuda.
La santidad de Dios es una fuerza en expansión, y nosotros le suplicamos para que rompa  rápidamente las barreras de nuestro mundo. Cuando Jesús comienza a predicar, el primero en pagar las consecuencias es precisamente el mal que aflige al mundo. Los espíritus malignos imprecan: “¿Qué tenemos nosotros contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres tú: ¡el Santo de Dios!”(Mc 1, 24). Nunca se había visto una santidad semejante: no preocupada por ella misma, sino volcada hacia el exterior. Una santidad – la de Jesús- que se expande en círculos concéntricos, como cuando arrojamos una piedra a un estanque. El mal tiene los días contados, el mal no es eterno, el mal ya no puede hacernos daño: ha llegado el hombre fuerte que toma posesión de su casa (cf. Mc 3, 23-27). Y este hombre fuerte es Jesús, que nos da a nosotros también la fuerza para tomar posesión de nuestra casa interior.
La oración ahuyenta todo miedo. El Padre nos ama, el Hijo levanta sus brazos al lado de los nuestros, el Espíritu obra en secreto por la redención del mundo. ¿Y nosotros? Nosotros no vacilamos en la incertidumbre, sino que tenemos una certeza: Dios me ama; Jesús ha dado la vida por mí. El Espíritu está dentro de mí. Y esta es la gran cosa cierta. ¿Y el mal? Tiene miedo. Y esto es hermoso.

2/27/19

‘La Creación, expectante, está aguardando la manifestación de los hijos de Dios’ (Rm. 8,19)


Queridos hermanos y hermanas, cada año, a través de la Madre Iglesia, Dios «concede a sus hijos anhelar, con el gozo de habernos purificado, la solemnidad de la Pascua, para que […] por la celebración de los misterios que nos dieron nueva vida, lleguemos a ser con plenitud hijos de Dios» (Prefacio I de Cuaresma). De este modo podemos caminar, de Pascua en Pascua, hacia el cumplimiento de aquella salvación que ya hemos recibido gracias al misterio pascual de Cristo: «Pues hemos sido salvados en esperanza» (Rm 8,24). Este misterio de salvación, que ya obra en nosotros durante la vida terrena, es un proceso dinámico que incluye también la historia y toda la creación. San Pablo llega a decir: «La creación, expectante, está aguardando la manifestación de los hijos de Dios» (Rm 8,19). Desde esta perspectiva querría sugerir algunos puntos de reflexión, que acompañen nuestro camino de conversión en la próxima Cuaresma.

1. La redención de la creación

La celebración del Triduo Pascual de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, culmen del año litúrgico, nos llama una y otra vez a vivir un itinerario de preparación, conscientes de que ser conformes a Cristo (cfr. Rm 8,29) es un don inestimable de la misericordia de Dios.
Si el hombre vive como hijo de Dios, si vive como persona redimida, que se deja llevar por el Espíritu Santo (cfr. Rm 8,14), y sabe reconocer y poner en práctica la ley de Dios, comenzando por la que está inscrita en su corazón y en la naturaleza, beneficia también a la creación, cooperando en su redención. Por eso, la creación −dice san Pablo− desea ardientemente que se manifiesten los hijos de Dios, es decir, que cuantos gozan de la gracia del misterio pascual de Jesús disfruten plenamente de sus frutos, destinados a alcanzar su madurez completa en la redención del mismo cuerpo humano. Cuando la caridad de Cristo transfigura la vida de los santos −espíritu, alma y cuerpo−, estos alaban a Dios y, con la oración, la contemplación y el arte hacen partícipes de ello también a las criaturas, como demuestra de forma admirable el “Cántico del hermano sol” de san Francisco de Asís (cfr. Laudato si’, 87). Sin embargo, en este mundo la armonía generada por la redención está amenazada, hoy y siempre, por la fuerza negativa del pecado y de la muerte.

2. La fuerza destructiva del pecado

Efectivamente, cuando no vivimos como hijos de Dios, a menudo tenemos comportamientos destructivos hacia el prójimo y las demás criaturas −y también hacia nosotros mismos−, al considerar, más o menos conscientemente, que podemos usarlos como nos plazca. Entonces, domina la intemperancia y eso lleva a un estilo de vida que viola los límites que nuestra condición humana y la naturaleza nos piden respetar, y se siguen los deseos incontrolados que en el libro de la Sabiduría se atribuyen a los impíos, o sea a quienes no tienen a Dios como punto de referencia de sus acciones, ni una esperanza para el futuro (cfr. Sb 2,1-11). Si no anhelamos continuamente la Pascua, si no vivimos en el horizonte de la Resurrección, está claro que la lógica del todo y ya, del tener cada vez más acaba por imponerse.
Como sabemos, la causa de todo mal es el pecado, que desde su aparición entre los hombres interrumpió la comunión con Dios, con los demás y con la creación, a la cual estamos vinculados ante todo mediante nuestro cuerpo. El hecho de que se haya roto la comunión con Dios, también ha dañado la relación armoniosa de los seres humanos con el ambiente en el que están llamados a vivir, de manera que el jardín se ha transformado en un desierto (cfr. Gn 3,17-18). Se trata del pecado que lleva al hombre a considerarse el dios de la creación, a sentirse su dueño absoluto y a no usarla para el fin deseado por el Creador, sino para su propio interés, en detrimento de las criaturas y de los demás.
Cuando se abandona la ley de Dios, la ley del amor, acaba triunfando la ley del más fuerte sobre el más débil. El pecado que anida en el corazón del hombre (cfr. Mc 7,20-23) −y se manifiesta como avidez, afán por un bienestar desmedido, desinterés por el bien de los demás y a menudo también por el propio− lleva a la explotación de la creación, de las personas y del medio ambiente, según la codicia insaciable que considera todo deseo como un derecho y que antes o después acabará por destruir incluso a quien vive bajo su dominio.

3. La fuerza regeneradora del arrepentimiento y del perdón

Por esto, la creación tiene la irrefrenable necesidad de que se manifiesten los hijos de Dios, los que se han convertido en una “nueva creación”: «Si alguno está en Cristo, es una criatura nueva. Lo viejo ha pasado, ha comenzado lo nuevo» (2Co 5,17). En efecto, manifestándose, también la creación puede “celebrar la Pascua”: abrirse a los cielos nuevos y a la tierra nueva (cfr. Ap 21,1). Y el camino hacia la Pascua nos llama precisamente a restaurar nuestro rostro y nuestro corazón de cristianos, mediante el arrepentimiento, la conversión y el perdón, para poder vivir toda la riqueza de la gracia del misterio pascual.
Esta “impaciencia”, esta expectación de la creación encontrará cumplimiento cuando se manifiesten los hijos de Dios, es decir cuando los cristianos y todos los hombres emprendan con decisión el “trabajo” que supone la conversión. Toda la creación está llamada a salir, junto con nosotros, «de la esclavitud de la corrupción para entrar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios» (Rm 8,21). La Cuaresma es signo sacramental de esta conversión, es una llamada a los cristianos a encarnar más intensa y concretamente el misterio pascual en su vida personal, familiar y social, en particular, mediante el ayuno, la oración y la limosna.
Ayunar, o sea aprender a cambiar nuestra actitud con los demás y con las criaturas: de la tentación de “devorarlo” todo, para saciar nuestra avidez, a la capacidad de sufrir por amor, que puede colmar el vacío de nuestro corazón. Orar para saber renunciar a la idolatría y a la autosuficiencia de nuestro yo, y declararnos necesitados del Señor y de su misericordia. Dar limosna para salir de la necedad de vivir y acumularlo todo para nosotros mismos, creyendo que así nos aseguramos un futuro que no nos pertenece. Y volver a encontrar así la alegría del plan que Dios ha puesto en la creación y en nuestro corazón, es decir amarle, amar a nuestros hermanos y al mundo entero, y encontrar en ese amor la verdadera felicidad.
Queridos hermanos y hermanas, la “Cuaresma” del Hijo de Dios fue un entrar en el desierto de la creación para hacer que volviese a ser aquel jardín de la comunión con Dios que era antes del pecado original (cfr. Mc 1,12-13; Is 51,3). Que nuestra Cuaresma suponga recorrer ese mismo camino, para llevar también la esperanza de Cristo a la creación, que «será liberada de la esclavitud de la corrupción para entrar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios» (Rm 8,21). No dejemos pasar en vano este tiempo favorable. Pidamos a Dios que nos ayude a emprender un camino de verdadera conversión. Abandonemos el egoísmo, la mirada fija en nosotros mismos, y dirijámonos a la Pascua de Jesús; hagámonos prójimos de nuestros hermanos y hermanas que pasan dificultades, compartiendo con ellos nuestros bienes espirituales y materiales. Así, acogiendo en lo concreto de nuestra vida la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte, atraeremos su fuerza transformadora también sobre la creación.
Vaticano, 4 de octubre de 2018.

Programa del viaje del Papa a Marruecos

Celebración de la Misa el domingo 31, a las 14:45 h.

El Papa Francisco viajará a Marruecos del 30 al 31 de marzo de 2019. El Vaticano hizo público este martes 26 de febrero de 2019, el programa oficial del viaje apostólico.
El viaje se realiza tras la invitación del rey de Marruecos, Mohamed VI, y de los obispos del país,  se presentará en las ciudades de Casablanca y Rabat.
Del viaje del Papa a esta nación se conversaba desde hace tiempo, primero para recordar el viaje que hizo el Papa Juan Pablo II en 1985 en la que fue su primera visita a un país islámico y donde realizó un fuerte llamamiento para el diálogo interreligioso.
2º viaje de Francisco a un país musulmán 
Esta es la segunda vez que el Papa Francisco vistará un país musulmán. Este año se conmemora el aniversario de 800 años del encuetro de San Francisco de Asís y del sultán Al-Malik a Damiette (Egipto) en 1219. La Iglesia de Marruecos festeja un año jubilar por los 800 años de presencia en Marruecos.
En Marruecos existen dos arquidiócesis, ambas dirigidas por obispos españoles: la de Tánger por Santiago Agrelo Martínez, y la de Rabat por el salesiano Cristobal López Romero.
Sobresale que tendrá un encuentro con migrantes en la sede de Cáritas, al igual que se reunirá con sacerdotes, religiosos, consagrados y con el Consejo Ecuménico de las Iglesias en la Catedral de Rabat.
Sábado, 30 de marzo
Su Santidad llegará en el aeropuerto internacional de Rabat-Salé a las 14 horas, hora local –misma hora que en Roma– donde tendrá lugar la acogida oficial. Media hora más tarde, la plaza del Palacio Real acogerá la ceremonia de bienvenida.
Después, el Santo Padre realizará una visita de cortesía al rey de Marruecos, Mohamed VI. A las 15:30 horas tendrá lugar un encuentro con el pueblo marroquí, las autoridades, la sociedad civil y el cuerpo diplomático en la explanada de la mezquita Hasán II. Allí, el Santo Padre dará su primer discurso del viaje.
A las 16:30 horas asistirá al mausoleo de Mohamed V, padre del Marruecos moderno. A las 17:00 visitará el Instituto Mohamed VI de imanes, predicadoras y predicadoras.
Al terminar el día, el Pontífice tendrá un encuentro con migrantes en la sede de Cáritas diocesana a las 18 h, donde el Papa pronunciará un saludo.
Domingo, 31 de marzo
Empieza a las 9:30 horas con una visita privada del Papa al Centre Rural des Services Sociaux de Témara.
A las 10:35 horas, Francisco se reunirá con sacerdotes, religiosos, consagrados y con el Consejo Ecuménico de las Iglesias en la Catedral de Rabat. Allí, el Papa dirá otro discurso y presidirá el rezo del Ángelus.
A las 12 horas, comerá con algunos miembros del séquito papal y con los Obispos de Marruecos. A las 14:45 horas, el Pontífice presidirá la celebración de la Misa en el Complejo Deportivo Príncipe Moulay Abdellah.
Como conclusión de su viaje, el Santo Padre partirá al Aeropuerto Internacional de Rabat-Salé donde se desarrollará a las 17 horas la ceremonia de despedida.

2/26/19

Influencias

¿Hasta qué punto es bueno que en nuestra tarea educativa ejerzamos una profunda influencia en nuestros hijos? Si así lo hacemos, ¿no estaremos impidiendo el desarrollo de su propia personalidad?
Un asunto crucial en la educación y, en general, en las relaciones humanas es el de la libertad. En más de una ocasión he recordado las palabras con que Luis Bordonaba, gran profesor y mejor persona, comenzó una conferencia sobre la adolescencia a la que tuve la fortuna de poder asistir: “cuando se trae un hijo al mundo, solo hay un objetivo: ¡sacarlo de casa!” Después explicó que “sacarlo de casa” consistía en educarle para la libertad, para que sea él mismo, autónomo, resistente y real lo antes posible. Hoy diríamos: empoderarle.
Podríamos preguntarnos: entonces, ¿hasta qué punto es bueno que en nuestra tarea educativa ejerzamos una profunda influencia en nuestros hijos? Si así lo hacemos, ¿no estaremos impidiendo el desarrollo de su propia personalidad?
Todos comprobamos una y otra vez la influencia que los padres ejercen sobre sus hijos, y cómo esa influencia, tantas veces inadvertida por los hijos, se intensifica con el tiempo, incluso estando separados, y se hace más evidente en los modos de comportamiento.
Romano Guardini ofrece en uno de sus libros unas imágenes interesantes, que escuché a John F. Crosby, un pensador experto en personalismo. Son figuras conocidas, pero normalmente aplicadas a otras realidades: la levadura, por ejemplo, hace crecer un cuerpo mucho más grande que ella misma…, aunque es cierto que lo hace con la pasividad de ese cuerpo, que crece sin poner nada de su parte y como controlada por la levadura. Más convincente es, para el autor, la imagen de la relación entre la luz del sol y las plantas: la luz estimula la naturaleza propia de la planta, que toma de ella la dosis que necesita para transformarla en sí misma, en planta.
Así es como hemos de influir en nuestros hijos y en las personas que se cruzan en nuestras vidas: con exquisito respeto, con reserva y contención, llega a decir Guardini, pues la educación no consiste en llenar el cerebro de información, sino en estimular y hacer crecer la propia personalidad del niño, evitando a toda costa la tentación de querer transformarlo en una extensión de nosotros mismos.
Kierkegaard, un enamorado de Sócrates, pensaba que para los discípulos del filósofo griego fue una gran bendición tener un maestro tremendamente feo según los estándares de la belleza griega porque les libró de seguirle esclavamente, por razones ajenas a la propia verdad que les transmitía. La fealdad de Sócrates, explicaba Kierkegaard, devolvía a los discípulos a ellos mismos, en lugar de dejarlos atrapados en el maestro.
En efecto, no pocas veces el discípulo entusiasta termina siendo una mala copia del maestro, afirma Crosby. La influencia tiene que ejercerse de manera que ayude a su destinatario a despertar a la vida independiente. Esto no implica renunciar a ejercer una profunda influencia, pues, sin ella, dejarán de suceder en los demás experiencias y situaciones que de otra forma nunca tendrían lugar y que irán conformando su personalidad. Pero debe ser exquisitamente respetuosa, buscando siempre empoderar y no dominar al otro.
Guardini, al cabo, era un teólogo humanista, y siempre recalaba en Dios. Hay gente, decía, que se rebela contra el aparente silencio y ocultamiento de Dios. Y, sin embargo, para Guardini, esta es la gran paradoja: el acto en que Dios crea a la persona humana es un acto de divina reverencia, de “cortesía divina”, dirá con palabras de Dante Alighieri. Es la pedagogía divina: Dios respeta la verdad de la persona humana y actúa con reserva y respeto porque honra a la persona. No la abandona a su suerte, sino que ejerce sobre ella un gran poder que toma, paradójicamente, la forma de empoderamiento y de respeto a sus decisiones libres.
No es fácil educar así a nuestros hijos. Pero es el camino. A medida que avanzan en edad y adquieren el uso de razón adulto (la edad concreta la dejo para que la decida cada uno), hay que ir abriendo ámbitos de libertad con responsabilidad. Acompañarles, sí, pero sin invadirles; aconsejarles, pero sin imponerles; interesarse, pero sin interrogarles, dejando espacio a ese ámbito de intimidad y misterio que rodean a toda persona.
De todos modos, me voy a permitir matizar al gran Kierkegaard para afirmar que, en lo que respecta a los padres, es mejor que no seamos feos, porque, como decía en mi anterior post, de nosotros depende que nuestros hijos descubran la belleza de la virtud. Al contrario, cuanto más guapos, mejor: por dentro… y también por fuera, con esa belleza que concede lo auténticamente humano, que, a partir de cierta edad, uno tiene ya cierta responsabilidad sobre la cara que lleva por la calle. Y, como siempre, el mejor educador, el ejemplo: “el factor más eficaz para educar es cómo es el educador; el segundo, lo que hace; el tercero, lo que dice”, dice Guardini.

Dar la cara cuando no resulta fácil

Quizá hoy día resulta más difícil que se abra camino una vocación, en el modelo de sociedad compleja y tecnificada en que vivimos, donde el ambiente parece mucho menos propicio
Para que triunfe el mal, solo es necesario
que los buenos no hagan nada
 (Edmund Burke)
Puede ser cierto que el ambiente no ayude mucho, pero eso no es algo exclusivo de nuestra época. Además, muchas veces, precisamente ese ambiente contrario puede templar y madurar una vocación.
Así lo evocaba Joseph Ratzinger cuando escribió su autobiografía, antes de ser Benedicto XVI, narrando un sucedido de sus años de adolescente, cuando estaba terminando la Segunda Guerra Mundial. "En vista de la creciente carencia de personal militar, los hombres del régimen nazi idearon en 1943 una solución. Como los estudiantes de los internados debían vivir juntos en comunidad, lejos de casa, no había ningún obstáculo para trasladar de lugar sus colegios, colocándolos próximos a las baterías antiaéreas. Por otro lado, como evidentemente no podían estudiar todo el día, parecía del todo normal que utilizasen su tiempo libre en servicios de defensa de los ataques aéreos enemigos. De hecho, yo no estaba en el internado desde hacía mucho tiempo, pero desde el punto de vista jurídico sí formaba parte todavía del seminario de Traunstein.
"Así, el pequeño grupo de seminaristas de mi clase −de los nacidos entre 1926 y 1927− fue llamado a los servicios antiaéreos de Munich. Habitábamos en barracones como los soldados regulares, que eran obviamente una minoría, usábamos los mismos uniformes y, en lo esencial, debíamos llevar a cabo los mismos servicios, con la sola diferencia que a nosotros se nos permitía asistir a un número reducido de clases.
"El 10 de septiembre de 1944, en el período de edad del servicio militar, nos licenciaron del servicio antiaéreo en el que habíamos estado desde que éramos estudiantes. Cuando volví a casa, sobre la mesa estaba ya la llamada para el servicio laboral del Reich. El 20 de septiembre, un viaje interminable me llevó a Burgenland, donde −con muchos amigos del instituto de Traunstein− me asignaron a un campamento situado en el ángulo del territorio en el que Austria limita con Hungría y Checoslovaquia. Aquellas semanas de servicio laboral han permanecido en mi memoria como un recuerdo opresivo. Nuestros superiores procedían, en gran parte, de la denominada "Legión Austríaca". Se trataba, por tanto, de nazis de los primeros tiempos, que habían sido encarcelados bajo el canciller Dollfuss, unos fanáticos que nos tiranizaban con violencia. Una noche nos sacaron de la cama y nos hicieron formar filas, medio dormidos, vestidos de chándal. Un oficial de las SS nos llamó uno a uno fuera de la fila y trató de inducirnos a enrolarnos como "voluntarios" en el cuerpo de las SS, aprovechándose de nuestro cansancio y comprometiéndonos delante del grupo reunido. Un gran número de compañeros de carácter bondadoso fueron enrolados de ese modo en aquel cuerpo criminal. Junto con algunos otros, yo tuve la fortuna de decir que tenía la intención de ser sacerdote católico. Fuimos cubiertos de burlas e insultos, pero aquellas humillaciones nos supieron a gloria, porque sabíamos que nos librábamos de la amenaza de ese enrolamiento falsamente voluntario y de todas sus consecuencias".

¿Piensas entonces que se puede sacar provecho de las dificultades del ambiente?

No siempre se logra, pues, como se ve en este relato, se llevaron por delante a muchas personas, a las que les faltó carácter o decisión para superarlas. Lo que sí puede decirse es que las dificultades juegan, en cierta manera, a nuestro favor, porque nos disponen a hacernos más firmes, más maduros, más resistentes. Hacen lucir nuestra mediocridad y, de esa manera, queda más expuesta, más a la vista, y es más clara la necesidad de oponerse a ella y, por tanto, mejorar.
Igual que las personas se curten con las dificultades, y que la vida fácil hace a los niños mimados y débiles, también las vocaciones maduran más ante un ambiente difícil y arraigan con más fuerza y autenticidad en un entorno en el que el viento no sopla a favor. Incluso de las calumnias puede salir un bien, porque nos hacen experimentar lo que el Señor pasó en la tierra, aprendemos a purificar más la intención al ver que no todos nos aplauden, y todo eso puede llevarnos a trabajar más y a explicarnos mejor.

Pero el ambiente poco favorable ha hecho que haya menos vocaciones. Hay quien piensa que puede ser una muestra de que ahora son menos necesarias, y que la vida actual ha evolucionado y no precisa ya tanto de ellas.

Es una posible interpretación, pero me parece más acertado pensar que, precisamente ahora, hacen más falta. Es la reflexión que se hacía Joseph Ratzinger al concluir el relato anterior. "El régimen nazi afirmaba con voz muy fuerte: "En la nueva Alemania no habrá ya sacerdotes, no habrá ya vida consagrada, no necesitamos ya a esa gente; buscaos otra profesión". Pero precisamente, al escuchar esas voces "fuertes", ante la brutalidad de aquel sistema tan inhumano, comprendí que, por el contrario, había una gran necesidad de sacerdotes. Este contraste, al ver aquella cultura antihumana, me confirmó en la convicción de que el Señor, el Evangelio, la fe, nos indicaban el camino correcto y nosotros debíamos esforzarnos por lograr que sobreviviera ese camino.
"Como es natural, no faltaron dificultades. Me preguntaba si tenía realmente la capacidad de vivir durante toda mi vida el celibato. Al ser un hombre de formación teórica y no práctica, sabía también que no basta amar la teología para ser un buen sacerdote, sino que es necesario estar siempre disponible con respecto a los jóvenes, a los ancianos, a los enfermos, a los pobres; es necesario ser sencillo con los sencillos. La teología es hermosa, pero también es necesaria la sencillez de la palabra y de la vida cristiana. Así pues, me preguntaba: ¿seré capaz de vivir todo esto y no ser solo un teólogo? Pero el Señor me ayudó; y me ayudó, sobre todo, a través de la compañía de los amigos, de buenos sacerdotes y maestros".

Pero entregarse a Dios siempre será una aventura, y quizá en los tiempos que corren eso no tiene demasiado futuro.

Emprender el camino de la entrega precisa, ciertamente, la valentía de afrontar la aventura, con la confianza de que Dios no nos dejará solos, de que nos acompañará y nos ayudará. Pero siempre habrá necesidad de esas vocaciones, y siempre habrá almas jóvenes que aceptarán ese reto. Así lo expresaba José Luis Martín Descalzo hace unos años, en plena crisis de vocaciones al sacerdocio en el mundo occidental: "Me pregunto a veces cómo será el siglo XXI y los hombres que en él habitarán. ¿Tendrán alma? ¿Seguirán descubriendo en ella esos vacíos que solo Dios llena y tendrán necesidad de alguien que les ayude a llenarlos?
"La verdad es que nunca he temido por el futuro de la Iglesia y tampoco por el futuro del sacerdocio. Habrá tal vez oscilaciones en la curva de vocaciones, pero siempre seguirá habiendo muchachos que un día se atrevan a responder a la llamada de lo alto, por mucho que ciertos cretinillos se olviden de la importancia de su tarea.
"Y hay algo de lo que aún estoy más seguro: sea o no sea importante el sacerdocio, lo reconozca o no la sociedad del presente o del futuro, lo que yo sé muy bien, y lo sé por experiencia, es que no hay nada más entusiasmante, nada que llene tanto el alma hasta los bordes. Conozco bien lo que es esto de ser periodista y yo sé que es una gran vocación. Pero es una zapatilla rusa junto al gozo de tener −si se cree− a Dios entre los dedos o el ver brillar a unos ojos humanos cuando se alejan, pacificados, de un confesonario.
"Es también, lo sé, una vocación aterradora -porque la palabra de Dios quema al pasar por los labios-, pero con un terror luminoso y ardiente que bastaría para poner toda la vida en vilo. Ser cura −lo sepa el mundo o no, lo valore el mundo o no, y aunque el mundo llegara a prohibirlo− es literalmente un entusiasmo, es decir, según su etimología, una borrachera de Dios, uno de los pocos vinos que vale la pena que se le suban a uno a la cabeza".

2/25/19

Cambiar los propios planes

Donde haya un árbol que plantar, plántalo tú. Donde haya un error que enmendar, enmiéndalo tú. Donde haya un esfuerzo que todos esquivan, hazlo tú. Sé tú el que aparta la piedra del camino (Gabriela Mistral)
«Quiero deciros algo del cónclave −explicaba Benedicto XVI a un grupo de peregrinos alemanes, poco tiempo después de ser Papa−, sin violar el secreto. Nunca pensé en ser elegido Papa, ni hice nada para que así fuese. Cuando, lentamente, el desarrollo de las votaciones me permitió comprender que, por decirlo así, la ‘guillotina’ caería sobre mí, me quedé desconcertado. Creía que había realizado ya la obra de toda una vida y que podía esperar terminar tranquilamente mis días. Con profunda convicción dije al Señor: ¡no me hagas esto! Tienes personas más jóvenes y mejores, que pueden afrontar esta gran tarea con un entusiasmo y una fuerza totalmente diferentes. Pero me impactó mucho una breve nota que me escribió un hermano del Colegio Cardenalicio. Me recordaba que durante la Misa por Juan Pablo II yo había centrado la homilía en la palabra del Evangelio que el Señor dirigió a Pedro a orillas del lago de Genesaret: ¡Sígueme! Yo había explicado cómo Karol Wojtyla había recibido siempre de nuevo esta llamada del Señor y continuamente había debido renunciar a muchas cosas, limitándose a decir: Sí, te sigo, aunque me lleves a donde no quisiera. Ese hermano cardenal me escribía en su nota: “Si el Señor te dijera ahora ‘sígueme’, acuérdate de lo que predicaste. No lo rechaces. Sé obediente, como describiste al gran Papa, que ha vuelto a la casa del Padre”. Esto me llegó al corazón. Los caminos del Señor no son cómodos, pero tampoco hemos sido creados para la comodidad, sino para cosas grandes, para el bien. Así, al final, no me quedó otra opción que decir que sí. Confío en el Señor, y confío en vosotros, queridos amigos. Como os dije ayer, un cristiano jamás está solo».
No era esto algo nuevo en la vida de Joseph Ratzinger. Un día de 1977 recibió una visita del nuncio Del Mestri. «Charló conmigo de lo divino y de lo humano y, finalmente, me puso entre las manos una carta que debía leer en casa y pensar sobre ella. La carta contenía mi nombramiento como arzobispo de Munich y Frisinga. Fue para mí una decisión inmensamente difícil. Se me había autorizado a consultar a mi confesor. Hablé con el profesor Auer, que conocía con mucho realismo mis límites tanto teológicos como humanos. Esperaba que él me disuadiese. Pero, con gran sorpresa mía, me dijo sin pensarlo mucho: “Debe aceptar”. Así, después de haber expuesto otra vez mis dudas al Nuncio, escribí, ante su atenta mirada, en el papel de carta del hotel donde se alojaba, la declaración donde expresaba mi consentimiento».
Joseph Ratzinger había elegido una vida de hombre de estudio, pero Dios le llevaba por otros caminos, pues después de este cambio de planes vino otro, en 1981, cuando fue llamado a Roma por Juan Pablo II para presidir la Congregación para la Doctrina de la Fe. Podía haberse negado, o haberse rebelado contra las tareas que llevaba sobre las espaldas y que le impedían la gran labor que sentía como su vocación más profunda.

−Al menos él tuvo claro qué camino tomar, pues le bastaba con seguir lo que Dios le iba marcando a través de esas peticiones del Papa, primero, o del cónclave, después. Pero los demás quizá no tenemos fácil elegir.

La vocación no se elige, sino que sobre todo se encuentra. Y, después, se acoge o no se acoge, se responde a ella con más o menos generosidad. Es una iniciativa de Dios, no nuestra. Es algo divino, no humano. La vocación de cada hombre forma parte del plan de la Providencia, que se manifiesta en un designio concreto sobre cada vida. Joseph Ratzinger podría haberse quedado encastillado en la idea de que todo eso que le proponían no era su camino, o que no se le había ocurrido a él, o que no respondía a sus deseos de toda su vida. Aquello no le resultaba atractivo, pues él prefería entregarse a su pasión por la tarea docente, a su cátedra de teología. Pero Dios le ha premiado con una cátedra mucho mejor, la cátedra de San Pedro, desde la que ahora desarrolla su pasión por la docencia enseñando a toda la humanidad.

−¿Y dónde entregarse a Dios?

Donde te quiera Dios. El dónde y el cómo son algo que corresponde a cada uno descubrir. Así lo explicaba Juan Pablo II: «Quizá seréis llamados para servir como un marido o una esposa, un padre, una persona soltera, un religioso o un sacerdote. Pero en cualquier caso se trata de una llamada a una conversión personal, una llamada a abrir vuestros corazones al mensaje de Cristo».

−¿En qué consiste, más en concreto, eso de la conversión personal?

«Convertirse −escribió Benedicto XVI− es poner en tela de juicio el modo propio de vivir y el modo común de vivir; dejar entrar a Dios en los criterios de la propia vida; no juzgar ya simplemente con las opiniones corrientes (…), dejar de vivir como viven todos; dejar de actuar como actúan todos; dejar de sentirse justificados en actos dudosos, ambiguos o malos por el hecho de que los demás hacen lo mismo; comenzar a ver la propia vida con los ojos de Dios; por tanto, tratar de hacer el bien aunque sea incómodo; no estar pendientes de juicio de los demás, sino del juicio de Dios. En otras palabras, buscar un nuevo estilo de vida, una vida nueva».

−¿Y es fácil equivocarse en esa búsqueda?

Al menos es posible. Por eso hay que discernir cuál es nuestro camino, y tomar una decisión en la presencia de Dios. Todos tenemos que buscar, con la máxima rectitud posible, y para ello quizá tendremos que tantear un poco.

−¿Qué quieres decir con lo de tantear? ¿Crees que es mejor equivocarse que no hacer nada?

Si el miedo a equivocarse es excesivo, paraliza y resulta contraproducente. Es bastante normal que las decisiones importantes de la vida necesiten de un cierto tanteo. Para eso está el noviazgo, por ejemplo. Lo que no podemos es quedarnos sentados esperando a que llegue una certeza absoluta y total.
También los santos más renombrados de la historia de la Iglesia tuvieron que buscar, y algunos se equivocaron al principio. Por ejemplo, Santo Tomás Moro probó en la Cartuja, donde estuvo viviendo cuatro años, hasta que comprendió que no era ese su camino. Pensó después en ser franciscano en el convento de Greenwich, pero tampoco parecía ser el lugar que Dios quería para él. Al final, comprendió que Dios le pedía que buscara la santidad en medio del mundo. No encerrándose en una celda en la cartuja, ni siguiendo el camino franciscano, sino en el matrimonio y en su trabajo como abogado, parlamentario y juez. Llegó a ser Lord Canciller de Inglaterra, y dio un ejemplo de rectitud heroica que siempre servirá de referencia para quienes se dediquen a esas tareas. También hemos visto cómo Santa Juana de Lestonnac estuvo un tiempo en un monasterio cisterciense antes de descubrir con claridad lo que Dios quería de ella. Y San Camilo de Lelis pensó en ser capuchino antes de comprender que su camino era fundar una nueva congregación dedicada a la atención de enfermos. Y así muchos otros.
Entregarse a Dios puede suponer “marcharse” a otro país, como sucede, por ejemplo, a muchos misioneros. Esto lo pide Dios a unos pocos, pero lo que pide a todos es “marcharse” de uno mismo, abandonar la propia comodidad, el egoísmo que paraliza y ciega. Lo decisivo ocurre dentro del alma. No siempre hay un cambio externo. Dios tiene muchos caminos y la Iglesia tiene necesidad de todos. Cada uno debe buscar el suyo.
Hay que estar dispuesto a entregarse a Dios en el camino que Él nos pida. Y esto no es solo para la primera decisión respecto a la vocación, sino una disposición que hay que mantener siempre.

−¿Y cómo aclararme entonces, con qué criterios?

Te respondo con otras palabras de Benedicto XVI, esta vez dirigidas a los jóvenes, en Colonia, en el año 2005: «¿Dónde encuentro los criterios para decidir? ¿De quién puedo fiarme; a quién confiarme? ¿Dónde está aquél que puede darme la respuesta satisfactoria a los anhelos del corazón? Cuando se perfila en el horizonte de la existencia una respuesta como ésta, hay que saber tomar las decisiones necesarias. Es como alguien que se encuentra en una bifurcación: ¿Qué camino tomar? ¿El que sugieren las pasiones o el que indica la estrella que brilla en la conciencia? Queridos jóvenes, la felicidad que buscáis, la felicidad que tenéis derecho a saborear, tiene un nombre, un rostro: el de Jesús de Nazaret. Quien deja entrar a Cristo en la propia vida no pierde nada, absolutamente nada, de lo que hace la vida libre, bella y grande. Solo con esta amistad se abren las puertas de la vida. Solo con esta amistad se abren realmente las grandes potencialidades de la condición humana. Solo con esta amistad experimentamos lo que es bello y lo que nos libera».

−¿Y si entregarme a Dios lo veo como una posibilidad que quizá pueda llegar, pero todavía bastante lejana?

Lo importante es mantener el rumbo hacia Dios, aunque todavía no veamos la orilla. Debemos seguir navegando en la dirección que consideramos más adecuada, con el viento a favor o en contra, es igual.

−¿Y hasta ese momento?

Lo importante es la decisión de darle a Dios lo que nos pida. Cuando se ha hecho eso, muchas veces hay que buscar el camino. Pero no es un tiempo de espera para entregarse, sino de dilucidar cuál es el camino.
Para encontrarlo, tenemos que mantener la mirada al Señor, estar atentos a esas estrellas que nos guían cuando el cielo está claro y aguzamos la vista y procuramos interpretar su posición. Mientras esperamos la luz más clara de la vocación, Dios nos va preparando con intuiciones, más o menos veladas, con impresiones, con incertidumbres y desasosiegos, que quizá sean misteriosos mensajeros de los designios de Dios para nosotros, hasta que un día aparece con más nitidez esa llamada.
Quizá nos ayude considerar la actitud de la Virgen, y dirigirnos a ella en busca de consejo y ayuda, porque comprende todo lo que nos pasa. Como ha escrito Benedicto XVI, «María está ante nosotros como signo de consuelo, de aliento y de esperanza. Se dirige a nosotros, diciendo: “Ten la valentía de ser audaz con Dios. Prueba. No tengas miedo de Él. Ten la valentía de arriesgar con la fe. Ten la valentía de arriesgar con la bondad. Ten la valentía de arriesgar con el corazón puro. Comprométete con Dios; y entonces verás que precisamente así tu vida se ensancha y se ilumina, y no resulta aburrida, sino llena de infinitas sorpresas, porque la bondad infinita de Dios no se agota jamás”».

‘Vademecum’ que ayudará a los obispos a comprender sus tareas

Briefing del último día del Encuentro

El padre Lombardi lo ha dicho en el briefing (resumen informativo a la prensa internacional) ofrecido hoy a los medios de comunicación, en el Instituto Agustinianum, ubicado en la plaza de San Pedro, en Roma.
En la conferencia de prensa, ofrecida este último y cuarto día del Encuentro sobre abusos en la Iglesia y protección de menores y personas vulnerables, han participado: el padre Lombardi; Paolo Ruffini, Prefecto para el Dicasterio de la Comunicación; el Cardenal Oswald Gracias, Arzobispo de Bombay, ex Presidente de la Conferencia Episcopal de la India y miembro del Comité organizador del Encuentro; Valentina Alazraki, vaticanista desde el pontificado de Pablo VI; Mons. Charles J. Scicluna, Arzobispo de Malta y Secretario adjunto de la Congregación para la Doctrina de la fe y miembro del Comité organizador del Encuentro; y el padre Hans Zollner, miembro de la Comisión Vaticana contra la Pedofilia y presidente del Centro para la Protección de Menores en el Gregoriano, además referente del Comité organizador del Encuentro.
El resultado de la corresponsabilidad y el sentido de responsabilidad de cuentas “han crecido muchísimo alrededor de nuestro Santo Padre”, ha expresado también el Presidente de la Fundación Joseph Ratzinger – Benedicto XVI, y antiguo Director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede.
Nuevo Motu Proprio 
Además, ayer por la tarde –penúltima jornada del Encuentro, 23 de febrero de 2019–, Federico Lombardi anunció a los participantes que “ya se dan iniciativas concretas que podemos prever de cara al futuro”.
En concreto, podremos ver un nuevo Motu Proprio sobre la protección de los menores y las personas vulnerables “que apunta a fortalecer la prevención y la lucha contra los abusos sexuales en la Curia Romana y en el Estado de la Ciudad de Vaticano”, y se verá acompañado de una nueva ley en el Estado de la Ciudad de Vaticano y de unas “líneas guías” para el Vicariato de Ciudad del Vaticano, ha  dado a conocer el jesuita.
Son 3 documentos en particular que constituyen “una unidad, un cuerpo”, ha explicado.
Vademecum
Algo que está a punto de llegar, “aunque quizás necesitemos algunas semanas o quizás meses”, es el vademecum –mencionado muchas veces por Mons. Scicluna– preparado por la Congregación para la Doctrina de la Fe, para ayudar a los obispos del mundo, para que comprendan sus tareas, sus deberes. No se trata de una enciclopedia, sino de algo “mucho más sencillo”.
Escucha de la víctimas
El padre Lombardi ha recordado cuales han sido los puntos clave del trabajo realizado estos días por los obispos: La importancia de la escucha de la voz de las víctimas, una comprensión más profunda del escándalo, de las heridas, de las responsabilidades. La dinámica de responsabilidad, rendición de cuentas, transparencia que han marcado nuestro camino, pero también el espíritu del camino sinodal.
Aportación de las mujeres
Por su parte, el Cardenal Aportación de las mujeres y la “toma de conciencia por parte de los participantes”.
“He escuchado con muchísima atención las ponencias a cargo de las mujeres y me parece que las mujeres, con el debido respeto para los demás, han encarado el tema con muchísima mas profundidad. Nos han facilitado una información bajo un prisma distinto, he aprendido muchísimo al escuchar estas ponencias. Las mujeres nos facilitan este aporte de perspectiva de largo alcance”.
Alessandro Gisotti, quien moderaba este encuentro con la prensa internacional, también ha felicitado a Valentina Alazraki –presente en la mesa– por su ponencia en el Encuentro, que fue un momento “verdaderamente importante” y “fuerte”, ha calificado. “Yo también quería darte las gracias”, ha expresado Gisotti.
Valentina Alazraki
La periodista ha relatado a sus compañeros que sintió en primer lugar sorpresa cuando le comunicaron que iba a hablar en el Encuentro sobre la protección de los menores en la Iglesia, y lo asumió como una oportunidad para consultar y aprender de “crisis”, porque considera que el problema de los abusos es una “crisis que la Iglesia enfrenta”.
“Lo que más me gustaría decirles es la total libertad de la que gocé”, ha descrito. “Cuando recibí la invitación me dijeron solo que tenía una relación basada en la transparencia y me indicaron, digamos, temas relacionados con la transparencia que eran absolutamente transparentes y a favor de la transparencia”.
Mons. Scicluna
Una de las prioridades de estos días, indica Mons. Charles J. Scicluna, ha sido la alocución conclusiva del Santo Padre y el imput de algunos expertos. “Ahora se trata de puntos que se han esbozado claramente”, ha aportado el secretario adjunto de la Congregación para la Doctrina de la fe.
“El abuso es muy serio pero el encubrimiento es de la misma forma, esto se ha puntualizado muy bien. El encubrimiento es un delito igual”, ha asegurado Scicluna.
“Gracias a las víctimas por su presencia aquí, gracias porque nos hemos podido reunir con muchos de ellos, y los obispos se han reunido con algunos de ellos en sus diócesis”, ha contado a los periodistas.
“Finalmente, estamos hablando aquí de un cambio de corazones”. Desde luego, “se necesita la motivación adecuada para realizar este cambio”, ha concretado. Así, ha hablado de la “peregrinación” de los obispos a Roma, como líderes de comunidades, y también ha agradecido la variedad de voces, también las voces de las mujeres, “este aire fresco” para nosotros, ha expresado.
Comunicación. Hay carencias de comunicación en el seno de la Iglesia, entre las Iglesias, entre las diócesis. “No hay rendición de cuentas en ausencia de una clara comunicación”, ha reconocido Scicluna.
Asimismo, ha dado un lugar exclusivo a la oración. “Todos los días ha empezado con un momento de oración: Hay momentos en que necesitamos hablar a nuestro Señor, a Jesús”.
Por último, ha compartido su convicción de la necesidad de escuchar a las personas que han sido abusados por sacerdotes: “Me voy a Malta con la convicción de que hay que escuchar a las víctimas como pastor”.
Padre Hans Zollner
El padre Zollner ha dicho que este Encuentro ha supuesto en el Vaticano un salto de cantidad a calidad.
“Cantidad porque jamás hemos celebrado algo parecido”, a calidad porque “yo creo que hemos recorrido un gran camino. La actitud ha cambiado”, ha observado. “Esta ha sido la experiencia que me ha proporcionado más esperanza”.
“Quizás el eje estiba en el encuentro con las víctimas”, ha descrito tras haber tenido en el Encuentro reuniones con 3 supervivientes a abusos sexuales en la Iglesia. “En particular el otro día me conmovió la señora que habló de su experiencia, que empezó a llorar junto a su compañero, y el Papa y todos los participantes le expresaron su solidaridad”.
Esta tarde se seguirá trabajando, además de las ideas que ha mencionado el P. Lombardi, han surgido otras propuestas de trabajo: por ejemplo, en los grupos lingüísticos. “Necesitamos tiempo”, ha concluido.
Revisión de Como una Madre amorosa
Después del briefing, la periodista norteamericana Deborah Castellano Lubov, corresponsal de la edición inglesa de Zenit, ha preguntado por la posibilidad de elaborar un nuevo documento sobre el ya existente Motu Proprio Como una madre amorosa –comentado durante estos días por el Cardenal O’Malley–a lo que Mons. Charles J. Scicluna ha contestado que necesitan más informaciones acerca de los superiores generales, por ejemplo, de las jerarquías de las congregaciones. “Esto no se ha desarrollado de la forma adecuada en el Motu Proprio. Conforme al reglamento, se dice, que va a especificar este aspecto”.
Por lo tanto –ha continuado Scicluna– el procedimiento es “el que tenemos”, “no vamos a implementar otras formas de trabajo en las congregaciones”. “Hay congregaciones que celebran congresos o reuniones de forma regular, algunas lo hacen de forma mensual, pero estamos intentando trabajar en ello. No necesitamos un cambio de paradigma, pero seguramente necesitamos revisar todos los matices de Como una Madre amorosa”, ha explicado.
Asimismo, respondiendo a una segunda pregunta de la periodista de Zenit sobre la creación de un consejo pontificio de protección de menores, el Cardenal Oswald Gracias ha declarado que aunque ya éste órgano ya existe en el Vaticano, les gustaría “mejorarlo”. “Queremos que sea un organismo autónomo, que tenga libertad. Estamos hablando sobre esto en la Curia. Que tengas más libertad, más poder, que tenga más autonomía”.