11/30/18

Anunciar el testimonio de Cristo

El Papa en Santa Marta


Como los apóstoles Pedro, Andrés, Santiago y Juan, dejemos todo lo que nos impida avanzar en el anuncio del testimonio de Cristo. Y en esta fiesta de San Andrés estemos cercanos a la Iglesia de Constantinopla, la Iglesia de Andrés, rezando por la unidad de las Iglesias.
Dejemos aparte esa actitud, ese pecado, ese vicio que cada uno lleva dentro, para ser más coherentes y anunciar a Jesús, y la gente crea con nuestro buen ejemplo. En la Primera Lectura (Rm 10,9-18) San Pablo explica que “la fe nace del mensaje que se escucha, y viene a través de la palabra de Cristo”. Por eso es importante el anuncio del Evangelio: que Cristo nos salvó, murió y resucitó por nosotros. El anuncio de Jesucristo no es dar una simple noticia sino la única gran Buena Noticia. No es publicidad, ni hacer propaganda de una persona muy buena, que hizo el bien, curó a tanta gente, y nos enseñó cosas bonitas. No, no es publicidad. Tampoco es proselitismo. Si uno va a hablar de Jesucristo, a predicar para hacer proselitismo, eso no es anuncio de Cristo: es un oficio de predicador llevado por la lógica del márquetin. ¿Qué es, pues, el anuncio de Cristo, que no es ni proselitismo ni publicidad ni márquetin? Va más allá. ¿Cómo se puede entender esto?
Es ante todo ser enviado. Ser enviado a la misión, jugándose la vida. El apóstol, el enviado que lleva el anuncio de Jesucristo, lo hace a condición de poner en juego su vida, su tiempo, sus intereses, su carne. Hay un dicho castellano: “poner toda la carne en el asador”. El viaje del anuncio –arriesgando la vida, jugándose la vida, la carne– solo tiene billete de ida, no de vuelta. Volver es apostasía. Anuncio a Jesucristo con el ejemplo, y ejemplo quiere decir jugarse la vida. Lo que digo lo hago. La palabra, para ser anuncio, debe ser testimonio. Es un escándalo esos cristianos que dicen serlo y luego viven como paganos, como no creyentes, como si no tuviesen fe. Seamos coherentes con la palabra y la vida: eso se llama testimonio. El apóstol, el que lleva la Palabra de Dios, es un testigo, que se juega la vida hasta el final, y es también un mártir. Por otra parte, fue Dios Padre quien, para darse a conocer, envió a su Hijo hecho carne, dando su vida. Un hecho que escandalizaba tanto y sigue escandalizando, porque Dios se hizo uno de nosotros, en un viaje con billete solo de ida.
El diablo intentó convencerlo para que tomara otro camino, y Él no quiso, hizo la voluntad del Padre hasta el final. Y el anuncio de Él debe ir por el mismo camino: el testimonio, porque Él fue el testigo del Padre hecho carne. Nosotros debemos hacernos carne, es decir, hacernos testigos: hacer lo que decimos. Ese es el anuncio de Cristo. Los mártires demuestran que el anuncio fue de verdad. Hombres y mujeres que dieron la vida –los apóstoles dieron la vida– con su sangre; y también tantos hombres y mujeres escondidos en nuestra sociedad y en nuestras familias, que dan testimonio todos los días, en silencio, de Jesucristo, pero con su propia vida, con esa coherencia de hacer lo que dicen. Todos, con el Bautismo, asumimos la misión de anunciar a Cristo. Viviendo como Jesús nos enseñó a vivir, en armonía con lo que predicamos, el anuncio será fructuoso. Si, en cambio, vivimos sin coherencia, diciendo una cosa y haciendo lo contrario, el resultado será el escándalo. Y el de los cristianos hace mucho daño al pueblo de Dios.

Poner la esperanza en el Señor

El Papa ayer en Santa Marta


El fin del mundo y el final que llegará un día para cada uno de nosotros, son los temas que la liturgia nos propone en las dos lecturas del hoy. La primera, del Apocalipsis (18,1-2.21-23;19,1-3.9), describe la destrucción de Babilonia, la ciudad hermosa, símbolo de mundanidad, de lujo, de autosuficiencia, del poder de este mundo. La segunda, del Evangelio de san Lucas (21,20-28), cuenta la devastación de Jerusalén, la ciudad santa.
El día del juicio Babilonia será destruida con un grito di victoria. La “gran prostituta” caerá, condenada por el Señor y mostrará su verdad: “morada de demonios, guarida de todo espíritu inmundo”. Bajo su magnificencia mostrará la corrupción, sus fiestas aparecerán de fingida felicidad. Será violenta su destrucción y “y no quedará rastro de ellaNo se escuchará en ti la voz de citaristas ni músicos, de flautas y trompetas –no habrá fiestas bonitas, no–. No habrá más en ti artífices de ningún arte y ya no se escuchará en ti el ruido del molino –porque no eres una ciudad de trabajo sino de corrupción–; ni brillará más en ti la luz de lámpara será quizá una ciudad iluminada, pero sin luz, no luminosa; es la civilización corrupta–; ni se escuchará más en ti la voz del novio y de la novia”. Había muchas parejas, mucha gente, pero ya no habrá amor. Esa destrucción comienza por dentro y acaba cuando el Señor dice: “Basta”. Y llegará un día en el que el Señor dirá: “Basta, a las apariencias de este mundo”. Es la crisis de una civilización que se cree orgullosa, suficiente, dictatorial, y acaba así.
Jerusalén, por su parte, verá su ruina por otro tipo de corrupción, la corrupción de la infidelidad al amor; no fue capaz de reconocer el amor de Dios en su Hijo. La ciudad santa será pisoteada por paganos, castigada por el Señor, porque abrió las puertas de su corazón a los paganos. Es la paganización de la vida, en nuestro caso, cristiana. ¿Vivimos como cristianos? Parece que sí. Pero en realidad, nuestra vida es pagana, cuando suceden esas cosas, cuando entra en esa seducción de Babilonia, y Jerusalén vive como Babilonia. Quiere hacer una síntesis que no se puede hacer. Y ambas serán condenadas. ¿Tú eres cristiano? ¿Tú eres cristiana? ¡Vive como cristiano! No se puede mezclar el agua con el aceite. Son distintos. Es el final de una civilización contradictoria en sí misma, que dice ser cristiana y vive como pagana.
En la condena de las dos ciudades se oirá la voz del Señor y, tras la destrucción, vendrá la salvación: Y el ángel dirá: Venid: “Bienaventurados los invitados al banquete de bodas del Cordero”. La gran fiesta, la verdadera fiesta. Hay tragedias, también en nuestra vida, pero ante estas, mirar al horizonte, porque hemos sido redimidos y el Señor vendrá a salvarnos. Y esto nos enseña a vivir las pruebas del mundo no con un pacto con la mundanidad o con la paganismo que nos lleva a la destrucción, sino con esperanza, separándonos de esa seducción mundana y pagana y mirando el horizonte, esperando a Cristo, el Señor. La esperanza es nuestra fuerza: sigamos adelante. Pero debemos pedirlo al Espíritu Santo.
Pensemos en las Babilonias de nuestro tiempo, en los muchos Imperios poderosos, por ejemplo del siglo pasado, que han caído. Así acabarán también las grandes ciudades de hoy, y así acabará nuestra vida, si continúan llevándola por ese camino de paganización. Permanecerán solo los que pongan su esperanza en el Señor. Entonces abramos el corazón con esperanza y alejémonos de la paganización de la vida.

11/28/18

El amor de Dios "nos libera de la esclavitud de los deseos mundanos"

El Papa en la Audiencia General

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En la catequesis de hoy, que concluye el itinerario de los Diez Mandamientos, podemos usar como tema clave el de los deseos, que nos permite volver a recorrer el camino hecho y resumir las etapas cumplidas leyendo el texto del Decálogo, siempre a la luz de la plena revelación en Cristo.
Habíamos empezado con la gratitudcomo la base de la relación de confianza y obediencia: Dios, como hemos visto, no pide nada antes de haber dado mucho más. Nos invita a la obediencia para rescatarnos del engaño de las idolatrías que tienen tanto poder sobre nosotros. En efecto, intentar realizarse a través de los ídolos de este mundo nos vacía y nos esclaviza, mientras que lo que nos da estatura y consistencia es la relación con Aquel que, en Cristo, nos hace hijos a partir  de su paternidad (cf. Ef. 3,14). 16).
Esto implica un proceso de bendición y de liberación, que es el descanso verdadero, auténtico. Como dice el salmo: “En Dios solo el descanso de mi alma; de él viene mi salvación” (Sa62, 2).
Esta vida liberada se convierte en aceptación de nuestra historia personal y nos reconcilia con lo que, desde la infancia hasta el presente, hemos vivido, haciéndonos adultos y capaces de dar el justo peso a las realidades y las personas de nuestras vidas. Por este camino entramos en la relación con el prójimo que, a partir del amor que Dios muestra en Jesucristo, es una llamada a la belleza de la fidelidad, la generosidad y la autenticidad.
Pero para vivir así – o sea, en la belleza de la fidelidad, de la generosidad y de la autenticidad-necesitamos un corazón nuevo, habitado por el Espíritu Santo (cf. Ez11,19; 36,26). Yo me pregunto: ¿cómo se produce este “trasplante” de corazón, del corazón viejo al corazón nuevo? A través del don de los nuevos deseos (cf. Rom 8: 6), que se siembran en nosotros por la gracia de Dios, especialmente a través de los Diez Mandamientos que Jesús llevó a su cumplimento, como enseña en el “sermón de la montaña” (cf., 17-48). De hecho, al contemplar la vida descrita en el Decálogo, o sea una existencia agradecida, libre, bendecidora, adulta, defensora y amante de la vida, fiel, generosa y sincera, nos encontramos ante Cristo, casi sin darnos cuenta de ello. El Decálogo es su “radiografía”, lo describe como un negativo fotográfico que deja que su rostro aparezca, como en la Sábana Santa. Y así, el Espíritu Santo fecunda nuestro corazón poniendo en él los deseos que son un don suyo, los deseos del Espíritu. Desear según el Espíritu, desear al ritmo del Espíritu, desear con la música del Espíritu.
Mirando a Cristo vemos la belleza, el bien, la verdad. Y el Espíritu genera una vida que, secundando estos deseos, activa en nosotros la esperanza, la fe y el amor.
Así descubrimos mejor lo que significa que el Señor Jesús no vino a abolir la ley sino a cumplirla, a hacer que creciera y mientras la ley según la carne era una serie de prescripciones y prohibiciones, según el Espíritu esta misma ley se convierte en vida (cf. Jn.. 6, 63, Ef. 2:15), porque ya no es una norma, sino la carne misma de Cristo, que nos ama, nos busca, nos perdona, nos consuela y en su Cuerpo recompone la comunión con el Padre, perdida por la desobediencia del pecado. Y así la negatividad literaria, la negatividad en la expresión de los mandamientos- “no robarás”, “no insultarás”, “no matarás” –ese “no” se transforma en una actitud positiva: amar, dejar sitio a los otros en mi corazón-, todos deseos que siembran positividad. Y esta es la plenitud de la ley que Jesús vino a traernos.
En Cristo, y solo en él, el Decálogo deja de ser una condena (cf. Rom 8, 1) y se convierte en la auténtica verdad de la vida humana, es decir, el deseo de amor -aquí nace un deseo de bien, de hacer el bien- deseo de gozo, deseo de paz, de magnanimidad, de benevolencia, de bondad, de fidelidad, de mansedumbre, dominio de sí mismo. De esos “noes” se pasa a este “sí”: la actitud positiva de un corazón que se abre con la fuerza del Espíritu Santo.
He aquí para lo que sirve buscar a Cristo en el Decálogo: para fecundar nuestro corazón para que esté henchido de amor y se abra a la obra de Dios. Cuando el hombre secunda el deseo de vivir según Cristo, está abriendo la puerta a la salvación que no puede sino llegar, porque Dios Padre es generoso y, como dice el Catecismo, “tiene sed de que tengamos sed de él” (No. 2560).
Si son los malos deseos los que arruinan al hombre (cf. Mt 15, 18-20), el Espíritu deposita en nuestros corazones sus santos deseos, que son la semilla de una nueva vida (cf. 1 Jn 3,9). De hecho, la nueva vida no es el esfuerzo titánico de ser coherente con una norma, sino que la vida nueva es  el mismo Espíritu de Dios que comienza a guiarnos hacia sus frutos, en una feliz sinergia entre nuestra alegría de ser amados y su alegría de amarnos. Se encuentran las dos alegrías: la alegría de Dios por amarnos y nuestra alegría de ser amados.
Esto es  lo que significa el Decálogo para nosotros, los cristianos: contemplar a Cristo para abrirnos a recibir su corazón, para recibir sus deseos, para recibir su Santo Espíritu.

Un encuentro fortuito


La pregunta decisiva es: ¿cuál es la vocación que yo tengo? Dios tiene un plan para todos, para cada uno. La vocación no es algo que tienen algunos, sino todos
Aún faltan unas horas para que amanezca. Un hombre pasea por la orilla de la playa, contemplando el mar. Se llama Justino y es famoso en muchos círculos intelectuales de aquella Roma del siglo II. No tarda en descubrir a otra persona, en este lugar ahora desierto: es un anciano. El intelectual se pregunta qué puede hacer aquí a estas horas, pero no dice nada. Solo lo mira, sorprendido.
El anciano percibe su desconcierto y se dirige a él. Le explica que espera a unos familiares que están navegando. La conversación prosigue. El intelectual opina sobre cualquier tema: cultura, política, religión. Le gusta hablar. El anciano sabe escuchar y he aquí que, cuando interviene, lo hace con mesura y sensatez. Tal vez, en otra ocasión, el intelectual hubiera ironizado o dado por terminado el diálogo. Sin embargo, la claridad de ideas del anciano le desarma. El intelectual no comparte algunas de esas ideas, pero reconoce que tienen mucho en común con las suyas. Al final, el anciano le desvela que es cristiano. Justino empieza a ver con simpatía la fe sencilla de aquel anciano. Pasan las horas. Se despiden. Nunca se volverán a ver.
El intelectual no olvidará este encuentro. Meses después, comprenderá que solo aquellas palabras del anciano parecen dar razón de sus ansias de verdad. Eran ideas que estaban transformando su vida y que provenían de la fe cristiana. Un encuentro fortuito le había acercado a la fe, abriéndole un horizonte más amplio que el que le presentaban todas sus creencias anteriores. Al poco tiempo, Justino, el gran filósofo, recibirá el bautismo y se convertirá en uno de los más grandes apologistas de la fe.
Los padres de Justino eran paganos y le habían dado una excelente educación, instruyéndole esmeradamente en filosofía, literatura e historia. Había frecuentado las escuelas estoica, aristotélica, pitagórica y platónica. Era un gran buscador de la verdad, y el encuentro con aquel anciano determinó su conversión y su dedicación al servicio de Dios. Tenía en aquel momento unos treinta años. Permaneció desde entonces laico y célibe, y en adelante, ataviado con las vestimentas características de los filósofos, recorrió numerosos países debatiendo con todos acerca de la fe cristiana, hasta su martirio en el año 165.
Dios sale al encuentro de cada persona de una manera distinta. En el caso de Justino, fue mediante el ejemplo de los mártires y con esa conversación de madrugada con aquel anciano. Otras veces, se presenta a través de unos signos externos muy claros. Por ejemplo, a algunos personajes del Antiguo Testamento les reveló su voluntad mediante una visión o una teofanía. Moisés vio la zarza ardiendo. Un ángel purificó los labios de Isaías mientras se escuchaba la voz de Dios. Y Ezequiel contempló un torbellino de viento y una gran nube, y un fuego que se revolvía dentro, con un resplandor, y en medio del fuego, una figura en ámbar. Pero no todos podemos pedir algo así para conocer la voluntad de Dios.
−No estaría mal, de todas formas.
Tampoco te creas que sus efectos serían siempre fulminantes. Si no estamos bien dispuestos, aunque se nos apareciera un ángel, no estaría asegurada nuestra correspondencia. En el Evangelio se lee que a Zacarías, el padre de Juan Bautista, se le apareció un ángel y le dijo que sus peticiones habían sido escuchadas, pero Zacarías no se conformó con eso y pidió una prueba de que aquello se cumpliría: "¿Quién me podrá certificar a mí eso?". Y no debió de agradar mucho a Dios, porque el ángel le transmitió esa certificación en forma de castigo a su falta de fe: "Desde ahora quedarás mudo y no podrás hablar hasta el día en que sucedan estas cosas, por cuanto no has creído a mis palabras, que se cumplirán a su tiempo".
Solo muy raramente Dios manifiesta sus llamadas personales con signos externos. No podemos esperar de los cielos un acta notarial, un llamamiento en toda regla por parte de la divinidad. Eso sería una ingenua tendencia a lo fantástico, cuando lo habitual es que Dios nos hable a través del silencio interior, cuando hay un clima de suficiente recogimiento y facilitamos el encuentro con Él en la oración.
−Pero, al final, la pregunta clave, y difícil de contestar, es: ¿tengo vocación o no?
Esa no es la pregunta más importante. La pregunta decisiva es: ¿cuál es la vocación que yo tengo? Dios tiene un plan para todos, para cada uno. La vocación no es algo que tienen algunos, sino todos. Todos los cristianos estamos llamados a la santidad, es decir, al encuentro con Dios, a seguir a Jesucristo. Hay vocaciones que comprometen más, que son más exigentes. Y quizá las más exigentes son las que presentan un mayor atractivo para un alma joven, aunque también den un poco de miedo. No se trata de ver qué es lo mejor, o lo más difícil, sino lo que quiere Dios de mí. Para ti, lo mejor es lo que Dios quiera de ti. Y para mí, lo que quiera de mí.
Así lo explicaba Benedicto XVI, en la Basílica de Santa Ana de Altötting: "Bajo la mirada de santa Ana maduró la vocación de María, la más grande de la historia de la salvación. María recibió su vocación a través del anuncio del ángel. El ángel no entra de modo visible en nuestra habitación, pero el Señor tiene también un plan para cada uno de nosotros, nos llama por nuestro nombre. Por tanto, a nosotros nos toca escuchar, percibir su llamada, ser valientes y fieles para seguirlo, de modo que, al final, nos considere siervos fieles que han aprovechado bien los dones que se nos han concedido".
Hay que pedir luz a Dios, hacer oración, rogarle que nos haga ver con más claridad qué quiere de nosotros. Normalmente, no lo hará por medios excepcionales, como a San Pablocamino de Damasco, sino que nos deja una cierta penumbra, quizá para no forzar nuestra libertad, para dejarnos más iniciativa personal.
−¿Y cómo se puede tener certeza de una vocación?
De la vocación se puede tener la certeza propia del hombre, que no es absoluta y completa. Pero se puede llegar a tener una certeza muy grande, aunque esto normalmente no viene hasta un tiempo después de haber respondido que sí a lo que hemos pensado que es nuestro camino. Esa certeza llega cuando ha transcurrido un tiempo, y comprobamos que ese camino llena nuestra alma, y se alcanzan entonces grados muy altos de seguridad.
Por eso, en todas las instituciones de la Iglesia hay unos períodos de prueba, en los que cada candidato confirma o descarta la vocación que, al solicitar la admisión, ha pensado que tenía. En ese sentido, cabría decir que la plena certeza de la vocación solo se tiene cuando se ha respondido, pues lo habitual es que ese convencimiento vaya creciendo a medida que se avanza con generosidad en el proceso vocacional. Sucede algo parecido en el camino hacia el matrimonio: la certeza de haber acertado no se alcanza hasta un tiempo después de iniciar el noviazgo, cuando ha pasado un tiempo desde que hemos respondido afirmativamente y se comprueba que hay una sintonía y un convencimiento grandes, y confirmamos así que Dios quiere ese camino para nosotros.
−¿Y cómo percibir con claridad eso de que lo más grande que puede pasarle en la vida a una persona es entregarse por completo a Dios?
Para comprenderlo así hay que enmarcar nuestra vida en un contexto amplio, en el que esté bien presente Dios. Debemos pensar en el sentido de la vida humana, en que nuestra vida está limitada en el tiempo, y en que ese tiempo pasa cada vez más deprisa. La vida es estupenda, pero es tan solo un preámbulo de la vida eterna. Por eso vale la pena seguir un camino que nos lleve más directamente a la meta. Seguir a Dios vale siempre la pena.
Cuando vamos al encuentro de ese proyecto que Dios tiene preparado para cada uno de nosotros, no hacemos un favor a Dios. Al contrario, cada vocación es una muestra de la misericordia de Dios con el hombre. Nos llama a construir en nosotros la mejor vida de las posibles, la vida a la que estamos llamados, para la que mejor estamos preparados, en la que seremos más felices.
−Pero eso de entregarse por completo a Dios siempre da un poco de miedo.
Puede ser miedo, o bien inseguridad, o incertidumbre. La misma fe siempre tiene algo de salto en el vacío, y por tanto, con la vocación sucede algo parecido.
−¿Y no es perder un poco la libertad?
Cualquier acto de entrega supone perder libertad, y el amor siempre supone entrega, y lo natural es entregarse a lo que uno ama, pues de lo contrario la vida queda vacía. La mejor libertad es la que se emplea para seguir la voluntad de Dios. Cuanto más grande sea el bien que se elige (y en este caso sería elegir a Dios), mayor y más noble será el empleo que hacemos de nuestra libertad.
Dejarse guiar por Dios no es perder libertad, sino emplearla del mejor modo posible. Suele ser una decisión en la que intervienen muchos elementos, a través de los cuales, Dios nos habla, y hacen que un buen día pasemos de decir que no a decir que sí. Y no siempre con un proceso predominantemente racional. O, mejor dicho, son razones que Dios pone en nuestra cabeza pero también en nuestro corazón.
−Entregarse a Dios supone siempre una renuncia, y eso hace que a muchos les cueste dar ese paso, porque todos queremos pasarlo bien y disfrutar de la vida.
Pasarlo bien de verdad depende de estar cerca de Dios. La vocación supone una elección personal de Dios a cada uno de nosotros. No elegimos nosotros, sino que elige Dios. Y ese designio suyo determina el camino que cada uno debe recorrer para alcanzar el Cielo y para ser feliz en la tierra. Hacer la voluntad de Dios es la mejor garantía para pasarlo bien en la vida, tanto en la vida de la tierra como en la del Cielo.
−¿Y a la hora de pensar si Dios nos llama en una institución o en otra, importa el hecho de que sea una institución más boyante o menos?
Pienso que no. En cuestiones de hacer la voluntad de Dios, no importa el número, sino que seamos los que Dios quiera que seamos. Da igual que sea una institución a la que lleguen numerosas vocaciones y consideremos boyante o de moda, o bien una institución en momentos difíciles y que apenas tiene vocaciones.
−¿Y el hecho de tener ilusión por casarse y formar una familia, es motivo para pensar que no estamos llamados al celibato?
Tener ilusión por casarse y formar una familia es una ilusión propia de toda persona normal. Si la vocación fuera, sobre todo, cuestión de gusto, todo el mundo tendría vocación al matrimonio (y no sé si quizá −perdona la broma− muchos tendrían vocación a no trabajar, o a ser unos frescos). Me parece que la clave no está en lo que a uno más le apetece, pues hay muchas cosas que hacemos cada día que no nos apetecen demasiado pero que, sin embargo, sabemos que debemos hacer, y las hacemos, nos producen una satisfacción, nos hacen felices y nos hacen cumplir la voluntad de Dios.
El hecho de que a alguien le diviertan mucho los niños, o sea especialmente sensible al calor humano de la familia, o sueñe con un amor humano dichoso, indica que es una persona normal con una buena educación afectiva. Todo corazón bien formado experimenta ese deseo natural. Basta recordar que a Jesucristo le gustaban los niños, y el calor de la vida familiar, pero vivió célibe.
El celibato no es para quienes no se sientan atraídos por la vida matrimonial, ni para quienes se sienten especialmente fuertes a la hora de vivir la castidad. No es tampoco para corazones fríos o poco capaces de querer. Tener corazón grande no solo no es una dificultad, sino que es esencial para quien sirve a Dios en celibato. Solo el que sabe enamorarse de verdad es capaz de una entrega plena.

11/27/18

Reflexión sobre la muerte

El Papa en Santa Marta


En esta última semana del año litúrgico la Iglesia nos hace reflexionar sobre el final de nuestra vida, y es una gracia porque en general no nos gusta pensar en eso, y siempre lo dejamos para mañana.
En la primera lectura (Ap 14,14-19), san Juan habla del fin del mundo con la figura de la siega, con Cristo y un ángel armados con hoces. «Yo, Juan, miré y apareció una nube blanca; y sentado sobre la nube alguien como un Hijo de hombre, que tenía en la cabeza una corona de oro y en su mano una hoz afilada. Salió otro ángel del santuario clamando con gran voz al que estaba sentado sobre la nube: mete tu hoz y siega; ha llegado la hora de la siega, pues ya está seca la mies de la tierra».
Cuando llegue nuestra hora, deberemos mostrar la calidad de nuestro grano, la calidad de nuestra vida. Quizá alguno diga: “No sea tan tétrico, que esas cosas no nos gustan…”, pero es la verdad. Es la siega, donde cada uno se encontrará con el Señor. Será un encuentro y cada uno dirá al Señor: “Esta es mi vida. Este es mi grano. Esta es mi calidad de vida. ¿Me he equivocado?” –todos tendremos que decir esto, porque todos nos equivocamos–; “he hecho cosas buenas” –todos hacemos cosas buenas–, y enseñar al Señor el grano.
¿Qué diré si el Señor me llamase hoy? “Ah, no me di cuenta, estaba distraído…”. No sabemos ni el día ni la hora. “Pero padre, no hable así que yo soy joven”. Pues mira cuántos jóvenes se van, cuántos jóvenes son llamados… Nadie tiene la vida asegurada. En cambio, es seguro que todos tendremos un final. ¿Cuándo? Solo Dios lo sabe. Nos vendrá bien en esta semana pensar en el final. Si el Señor me llamase hoy, ¿qué haría? ¿Qué le diría? ¿Qué grano le mostraré? El pensamiento del fin nos ayuda a seguir adelante; no es un pensamiento estático: es un pensamiento que avanza porque es llevado adelante por la virtud, por la esperanza. Sí, habrá un final, pero ese final será un encuentro: un encuentro con el Señor. Es verdad, será un dar cuentas de lo que he hecho, pero también será un encuentro de misericordia, de alegría, de felicidad. Pensar en el final, en el final de la creación, en el final de nuestra vida, es sabiduría; ¡los sabios lo hacen!
Así pues, la Iglesia esta semana nos invita a preguntarnos: “¿Cómo será mi final? ¿Cómo me gustaría que el Señor me encontrase cuando me llame?”. Debo hacer un examen de conciencia y valorar qué cosas debería corregir, porque no van bien; y qué cosas debería apoyar y llevar adelante, porque son buenas. Cada uno tiene tantas cosas buenas. Y en ese pensamiento no estamos solos: está el Espíritu Santo que nos ayuda. Esta semana pidamos al Espíritu Santo la sabiduría del tiempo, la sabiduría del final, la sabiduría de la resurrección, la sabiduría del encuentro eterno con Jesús; que nos haga entender esa sabiduría que está en nuestra fe. Será un día de alegría el encuentro con Jesús. Recemos para que el Señor nos prepare. Y cada uno, esta semana, acabe la semana pensando en el final: “Yo acabaré. No permaneceré eternamente. ¿Cómo me gustaría acabar?”.

El camino de la generosidad

El Papa ayer en Santa Marta



Muchas veces en el Evangelio Jesús hace el contraste entre ricos y pobres, basta pensar en el rico Epulón y en Lázaro o en el joven rico. Un contraste que hace decir al Señor: “Es muy difícil que un rico entre en el reino de los cielos”. Alguno puede etiquetar a Cristo como “comunista”, pero el Señor, cuando decía esas cosas, sabía que detrás de las riquezas está siempre el mal espíritu: el señor del mundo”. Por eso dijo una vez: “No se puede servir a dos señor: servir a Dios y servir a las riquezas”. También en el texto del Evangelio de hoy (Lc 21,1-4) hay un contraste entre los ricos que echaban sus ofrendas en el tesoro y una viuda pobre que echaba dos moneditas. Esos ricos son diferentes al rico Epulón: no son malos. Parece ser gente buena que va al Templo y hace la ofrenda. Se trata, pues, de un contraste diferente. El Señor quiere decirnos otra cosa cuando afirma que la viuda ha echado más que todos porque ha dado todo lo que tenía para vivir. La viuda, el huérfano y el inmigrante, el extranjero, eran los más pobres en la vida de Israel, tanto que cuando se quería hablar de los más pobres se hacía referencia a ellos. Esta mujer ha dado lo poco que tenía para vivir porque tenía confianza en Dios, era una mujer de las Bienaventuranzas, era muy generosa: da todo porque el Señor es más que todo. El mensaje de este Evangelio es una invitación a la generosidad.
Ante las estadísticas de la pobreza en el mundo, los niños que mueren de hambre, porque no tienen qué comer, ni tienen medicinas…, tanta pobreza –que se ve todos los días en los telediarios y en los periódicos– es una buena actitud preguntarse: “¿Y cómo puedo resolver esto?”, que nace de la preocupación de hacer el bien. Y cuando una persona que tiene un poco de dinero, se pregunta si lo poco que hace sirve, sí sirve, como las dos moneditas de la viuda. Es una llamada a la generosidad. Y la generosidad es algo de todos los días, es algo que debemos pensar: ¿cómo puedo ser más generoso con los pobres, con los necesitados…, cómo puedo ayudar más? “Pero usted sabe, Padre, que apenas llegamos a fin de mes”. “¿Pero no te sobran algunas moneditas? Piensa: se puede ser generoso con esas”. Piensa. Las cosas pequeñas: hagamos, por ejemplo, un viaje a nuestra habitación, un viaje a nuestro armario. ¿Cuántos pares de zapatos tengo? Uno, dos, tres, cuatro, quince, veinte…, cada uno lo sabe. Quizá demasiados… ¡Conocí a un monseñor que tenía 40! Pues, si tienes tantos zapatos, da la mitad. ¿Cuántos vestidos que no uso o uso una vez al año? Es un modo de ser generoso, de dar lo que tenemos, de compartir.
También conocí a una señora que cuando hacía la compra en el supermercado, siempre compraba para los pobres el diez por ciento de lo que gastaba: daba “el diezmo” a los pobres. Podemos hacer milagros con la generosidad. La generosidad de las cosas pequeñas, pocas cosas. Quizá no lo hacemos porque no se nos ocurre. El mensaje del Evangelio nos hace pensar: ¿cómo puedo ser yo más generoso? Un poco más, no mucho… “Es verdad, Padre, es así pero… no sé porqué pero siempre me da miedo”.
Y hay otra enfermedad hoy contra la generosidad: el consumismo, que consiste en comprar siempre cosas. Cuando vivía en Buenos Aires, cada fin de semana había un programa de turismo de compras: se llenaba un avión el viernes por la tarde e iba a un país a casi diez horas de vuelo, y todo el sábado y parte del domingo lo pasaban comprando en los supermercados, y luego regresaban. Es una enfermedad grave. Yo no digo que todos los hagamos, no. Pero el consumismo, ese gastar más de lo que necesitamos, es una falta de austeridad: es un enemigo de la generosidad. Y la generosidad material –pensar en los pobres: “a este le puedo dar para que pueda comer, para que se vista”– esas cosas, tiene otra consecuencia: agranda el corazón y te lleva a la magnanimidad.
Se trata, pues, de tener un corazón magnánimo donde todos caben. Esos ricos que daban dinero eran buenos; aquella viejecita era santa. En definitiva, debemos recorrer el camino de la generosidad, iniciando con una inspección en casa, o sea, pensando en qué no me sirve, y qué servirá a otro, por un poco de austeridad. Hay que rezar al Señor para que nos libere de ese mal tan peligroso que es el consumismo, que vuelve esclavos, una dependencia de gastar: es una enfermedad psiquiátrica. Pidamos esta gracia al Señor: la generosidad que nos ensanche el corazón y nos lleve a la magnanimidad.

11/26/18

‘He venido a traer fuego’: san Josemaría y los jóvenes

Sobre ese empeño, que puede servir de inspiración, trata este artículo.
Hace cinco años, la noche del sábado 27 de julio, se congregaron casi tres millones de personas en Copacabana. A través de las pantallas gigantes distribuidas a lo largo de la playa, se veía al papa Francisco indicando con el dedo a cada uno de sus oyentes: A vos, a vos, a vos…Todos llamados a ser santos. También los jóvenes. Aquellos días se estaba llevando a cabo la Jornada Mundial de la Juventud, pero esta inquietud del Papa ha sido algo constante: apenas se presenta la oportunidad, les anima a arriesgarse y a dejar entrar a Jesús en su corazón, a ir contracorriente, a soñar sin miedo; a dejar el sofá, la comodidad que puede ofrecer una pantalla o las falsas ilusiones de felicidad; a ponerse los zapatos y ser callejeros de la fe.
Ya en uno de sus primeros documentos señalaba que los jóvenes nos llaman a despertar y acrecentar la esperanza, porque llevan en sí las nuevas tendencias de la humanidad y nos abren al futuro, de manera que no nos quedemos anclados en la nostalgia de estructuras y costumbres que ya no son cauces de vida en el mundo actual. La juventud siempre porta consigo cosas nuevas. Y, con ello, esperanza. Estas palabras −novedad, esperanza− traen a la mente algunos detalles de las actividades de san Josemaría cuando era un joven sacerdote. No llegaba siquiera a los treinta años, pero ya había recibido una luz de Dios que le impulsaba a hacer el Opus Dei. No tenía nada. Solo un fuego que le quemaba interiormente, que buscaba expandirse en quienes le rodeaban. Y tenía también la convicción de que para ello no le faltaría la ayuda de Dios. Ignem veni mittere in terram (Lc. 12, 49), repetía continuamente durante aquellos años: He venido a traer fuego.

El color de la esperanza

Los años treinta eran tiempos difíciles en Madrid. Eran tiempos de persecución religiosa. No era infrecuente el insulto en la calle a los sacerdotes ni los intentos por eliminar cualquier manifestación pública del catolicismo. San Josemaría veía que, entonces, una de sus prioridades era encender la luz de Cristo en gente joven; en personas que pudieran ser el futuro de la Iglesia y también de la institución que Dios le había llamado a fundar. Estaba dando vueltas a cómo organizar un grupo con universitarios, bajo qué nombre reunirse, qué tipo de asociación se podría formar. De manera simbólica, se le venía una imagen a la mente: una cruz verde. Lo explicaba don Álvaro al leer los apuntes de nuestro Padre de aquella época: Cruz, porque se le ocurrió el día de la Santa Cruz, y también porque pensaba en la cruz de San Pedro; y verde, el color de la esperanza, porque la juventud es la esperanza de la Iglesia, de la Obra.
No existía todavía ningún grupo de jóvenes, estaba solo la ilusión de mover a mucha gente para que se dejase encontrar por Jesús, pero san Josemaría ya rezaba por ellos. Y desde el principio decidió pedir ayuda para esta tarea a la Virgen María, bajo una advocación concreta: la de Nuestra Señora de la Esperanza.
Transcurrieron cerca de seis meses, hasta que el sábado 21 de enero de 1933 tuvieron una primera reunión, en un asilo en el que san Josemaría habitualmente enseñaba el catecismo y confesaba a niños abandonados. Ese día acudieron solo tres universitarios, pero en ellos nuestro Padre vio el germen de los tantos miles de jóvenes que hoy acuden a los medios de formación cristiana que ofrece el Opus Dei en todo el mundo. Aquel año lectivo, hasta que finalizó en mayo, se reunieron casi todos los miércoles. El grupo creció hasta girar alrededor de nueve asistentes. Su último encuentro fue el 17 de mayo. Ese día −con la idea de que mantuvieran su trato con Dios también durante el verano− san Josemaría regaló, a cada uno, una estampa de Cristo crucificado, apoyado sobre la bola del mundo; el compromiso era que rezaran todos los días lo que el joven sacerdote había dejado escrito al reverso. Lo cuenta él mismo: Al despedir a los de San Rafael, les regalé una estampa del Amor Misericordioso, en la que escribí las siguientes invocaciones que los muchachos se comprometieron a recitar cada día: Santa María, Esperanza nuestra, Asiento de la sabiduría, ruega por nosotros. San Rafael, ruega por nosotros. San Juan, ruega por nosotros.

Láminas y caminatas

Dos días antes, el 15 de mayo de 1933, un pequeño grupo de niños, a quienes nuestro Padre preparó los meses previos, había recibido la primera Comunión. Nunca, desde sus años de seminarista en Zaragoza, había abandonado la tarea de comunicar la doctrina cristiana a los más pequeños: en barrios pobres, en escuelas, en instituciones religiosas e incluso −como este caso− en casas particulares. Y animaba a todos los jóvenes que conocía −incluso durante tiempos políticamente complicados− a que hicieran lo mismo, ya que transmitir lo esencial de la fe cristiana siempre ha requerido un esfuerzo tanto por comprenderla cada vez mejor, como por conocer a fondo la situación de las otras personas. Por ejemplo, a la casa de los Sevilla González, san Josemaría procuraba llevar láminas que explicasen el sentido de los mandamientos o el origen de los sacramentos, contaba relatos sobre la vida de Jesús, echaba mano de sucesos de su propia vida, etc.. No se limitaba a la exposición sistemática de un conjunto de ideas, sino que partía de los intereses y dudas de quienes le escuchaban.
Lo mismo cuentan quienes habían sido sus alumnos en la Academia Cicuéndez durante aquellos primeros años que vivió san Josemaría en Madrid. Allí, para ganar algo de dinero, impartía clases de derecho canónico y de derecho romano durante las tardes. Asistían alrededor de diez personas por curso. Al terminar la jornada, el joven sacerdote se quedaba, a propósito, más tiempo en el aula, lo que daba lugar a que se generasen animadas tertulias con sus alumnos. Cada uno iba exponiendo sus incertidumbres, no solo sobre lo aprendido en clase, sino sobre la vida en general. Algunos recuerdan que, mientras caía la tarde, frecuentemente acompañaban a san Josemaría hasta su casa, en largas caminatas en las que los jóvenes eran quienes escogían el tema de conversación.

¡Esto sí!

El 2 de diciembre de 1931, san Josemaría hace una anotación en sus apuntes personales con referencia a aquellas clases que impartía. Concluye que, aunque tiene que hacerlo por necesidad económica, no se siente satisfecho solo con dar las lecciones. Siente la necesidad de mirar más allá: de ser santo mientras las imparte. Y, sobre todo, siente el impulso de invitar a los demás para que también lo sean. Nuestro padre tenía veintinueve años. Sus alumnos, unos pocos menos. Dice así: Enseñar de todo: desde derecho hasta… ¡álgebra!, porque, si no, no se come… Esto, que ha sido, a veces, la realidad de mi vida: no lo siento yo: no tengo para esto vocación. Ahora: enseñar una, dos… tres ramas del Derecho a jóvenes que quieren aprender, y a quienes se puede encender, de paso, el fuego de Cristo… Esto sí: esto lo siento yo: para esto, tengo vocación.
San Josemaría, aquel entonces, tenía solo sueños. Incluso, cuando tenía poco más de veinte años, algunos que veían sus ilusiones grandes le llamaban el soñador. Pero tuvo la fuerza de ponerse a disposición del Señor para llevarlos a cabo. Lo mismo a lo que el papa Francisco invitaba a unos 70 mil jóvenes italianos el pasado mes de agosto. La cita era en el Coliseo Romano, hasta donde habían llegado desde muchas diócesis, dos meses antes del Sínodo sobre los jóvenes. Decía: Este es el trabajo que ustedes deben hacer: transformar los sueños de hoy en la realidad del futuro; para esto deben tener coraje. Terminaba diciendo: Los sueños de los jóvenes son los más importantes de todos. Un joven que no sabe soñar es un joven anestesiado; no podrá entender la fuerza de la vida. Los sueños te despiertan, te llevan más allá, son las estrellas más luminosas, aquellas que indican un camino distinto para la humanidad.

11/25/18

Jesús “nos pide que le dejemos ser nuestro rey”

El Papa en el Ángelus


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, que celebramos hoy, se establece al final del año litúrgico y nos recuerda que la vida de la creación no avanza por casualidad, sino que avanza hacia una meta final: la manifestación definitiva de Cristo, Señor de la historia y de toda la creación. La conclusión de la historia será su reino eterno.
El pasaje del Evangelio de hoy (cf. Jn 18: 33b-37) nos habla de este reino, relatando la humillante situación en que se encontró  Jesús después de ser arrestado en Getsemaní: atado, insultado, acusado y llevado ante las autoridades de Jerusalén. Se le presenta al fiscal romano, como alguien que atenta contra el poder político, para convertirse en el rey de los judíos. Pilatos luego hace su pregunta y en un interrogatorio dramático le pregunta dos veces si es un rey (vs. 33b.37). Jesús primero responde que su reino “no es de este mundo” (v. 36). Luego dice: «Tú lo dices: yo soy rey» (v.37). Es evidente que en toda su vida Jesús no tiene ambiciones políticas.
Recordemos que después de la multiplicación de los panes, la gente, entusiasmada con el milagro, quiso proclamarlo rey, para derrocar el poder romano y restaurar el reino de Israel. Pero para Jesús, el reino es otra cosa, y ciertamente no se logra con la revuelta, la violencia y la fuerza de las armas. Por lo tanto, se había retirado solo en la montaña para orar (cf. Jn 6, 5-15).
Ahora, respondiendo a Pilato, señala que sus discípulos no lucharon para defenderlo. Él dice: “Si mi reino fuera de este mundo, mis sirvientes habrían luchado para que yo no fuera entregado a los judíos” (v.36). Jesús quiere dejar claro que por encima del poder político hay otro mucho mayor, que no se logra por medios humanos. Él vino a la tierra para ejercer este poder, que es el amor, dando testimonio de la verdad (v. 37). Esta es la verdad divina que, en última instancia, es el mensaje esencial del Evangelio: “Dios es amor” (1 Jn 4: 8) y quiere establecer en el mundo su reino de amor, justicia y paz. Este es el reino del cual Jesús es el rey, y que se extiende hasta el fin de los tiempos.
La historia enseña que los reinos fundados en el poder de las armas y en la prevaricación son frágiles y tarde o temprano se derrumban. Pero el reino de Dios se basa en su amor y se enraíza en los corazones, el Reino de Dios se enraíza en los corazones concediendo a quien lo recibe paz, libertad y plenitud de vida. Y nosotros queremos la paz, todos nosotros queremos la libertad y queremos la plenitud. ¿Cómo se hace esto?, deja que el amor de Dios, el reino de Dios, el amor de Jesús se enraíce en tu corazón y tendrás, paz, libertad y tendrás plenitud.
Jesús hoy nos pide que le dejemos ser nuestro rey. Un rey que con su palabra, su ejemplo y su vida inmolada en la cruz nos ha salvado de la muerte, señala el camino al hombre perdido, da nueva luz a nuestra existencia marcada por la duda, el miedo y las pruebas cotidianas. Pero no debemos olvidar que el reino de Jesús no es de este mundo. Podrá dar un nuevo significado a nuestra vida, a veces sometido a prueba incluso por nuestros errores y nuestros pecados, solo con la condición de que no sigamos la lógica del mundo y de sus “reyes”.
Que la Virgen María nos ayude a recibir a Jesús como el rey de nuestra vida y a difundir su reino, dando testimonio de la verdad que es el amor.

11/24/18

¿Existe un determinismo genético de la orientación sexual?

Observatorio de Bioética – Universidad Católica de Valencia

Lo primero que hay que señalar es que la identidad sexual, definida por el sexo de varón o de mujer, y la orientación sexual, definida por el género, son cosas diferentes, aunque a veces se tienda a confundirlos. El género no tiene ningún fundamento científico y se enraíza en un movimiento cultural que responde a normas sociales liberales y comportamientos individuales.
Si bien no existen estadísticas rigurosas al respecto, la frecuencia de varones o mujeres no heterosexuales en las poblaciones humanas ha sido estimada entre un 2% y un 7% en países occidentales. Sin embargo, los movimientos homosexuales han llegado a proponer un hipotético 10%. La dificultad radica en la aplicación de un criterio fiable para caracterizar el carácter. Usualmente se ha utilizado la escala propuesta por el entomólogo americano Alfred Kinsey (1894–1956), que trató de estudiar la sexualidad humana desde un punto de vista puramente animal.
En una serie de informes desarrollados entre 1948 y 1953, Kinsey, considerado por muchos como el responsable de la revolución sexual en los EE.UU., llegó a la conclusión de que la sexualidad humana es polimórfica. La aplicación de la discutida escala de Kinsey, basada en una declaración personal, daba como resultado que en varones se exageran los extremos, entre totalmente homosexuales o totalmente heterosexuales, frente a los bisexuales, mientras que en mujeres la distribución aparecía descendente desde heterosexuales a homosexuales, con una mayor proporción de bisexuales que entre los varones.
Independientemente del sexo, este resultado tropieza con la dificultad de interpretar la orientación sexual en base a una determinación genética consistente en genes simples o mayores, que permitirían una clasificación en clases fenotípicas mendelianas claras (caso de los sistemas monogénicos que delimitan claramente los fenotipos). De hecho, tras más de cincuenta años de investigación y quince años de la culminación del Proyecto Genoma Humano, sigue sin aparecer el gen gay o gen simple relacionado con la homosexualidad, a pesar de los múltiples estudios realizados. Pero además, la orientación sexual no es un carácter consistente ni estable, lo cual contradice su posible determinismo genético.
Descartados los genes simples, de existir una base genética de la homosexualidad debería suponerse determinada por múltiples genes menores o poligenes, relacionados con caracteres complejos de efectos cuantitativos (QTLs, quantitative trait loci), que actúan sumando sus efectos para la manifestación del carácter siempre en dependencia de influencias ambientales.
Antes de señalar los resultados de los análisis desarrollados en este sentido, hay que indicar que en la manifestación de los caracteres dependientes de sistemas poligénicos puede haber una importante influencia ambiental. En tal caso, la varianza fenotípica, representada por VF, depende no solo del componente genético, VG, sino además de un componente ambiental, VA, y de la interacción genotipo–ambiente, VGA, del siguiente modo:
VF = VG + VA  + VGA
En los casos de sistemas poligénicos, para conocer la importancia del componente genético del carácter frente a la influencia del ambiente, habría que estimar un parámetro denominado heredabilidad, que revela la parte de influencia de los genes respecto a la variabilidad total:
H = VG/ VF  = VG/ VG + VA.
A su vez, el cálculo de la heredabilidad requiere conocer la varianza debida al ambiente, lo cual no siempre es fácil, pero que en el caso de los rasgos de conducta humanos se ha tratado de resolver estudiando la concordancia del carácter en parejas de gemelos idénticos (monocigóticos) criados en el mismo o diferente ambiente, como se verá más adelante.
Antes de ello, conviene aclarar qué la influencia del ambiente en la expresión de los caracteres del comportamiento humano, como puede ser cualquier tipo de orientación sexual, se refiere a las influencias recibidas en la etapa infantil y adolescencia en que se edifica la personalidad. En este sentido, los distintos tipos de orientación sexual se han relacionado con factores psico-biográficos, como deficiencias de educación por parte de los padres, soledad, tristeza, falta de autoestima y auto-aceptación personal, desconfianza, miedo, abuso o maltrato sexual en la infancia y en la adolescencia, rechazo de los compañeros de escuela, narcisismo, fobia social, falta de identificación con el propio sexo, ausencia del padre o de la madre en la infancia, etc. En este sentido son especialmente críticas las influencias recibidas desde el nacimiento hasta la madurez sexual.
En cualquier caso, el análisis de la posible base genética de la orientación sexual debe abstenerse de cualquier calificación, juicio moral, presión social, intereses políticos, etc. Aparte de la catalogación como homo o heterosexual basada en una declaración personal, se han hecho estudios de caracteres biológicos comparativos neuro–anatómicos, anatómicos, de concordancia en gemelos genéticamente idénticos, y de marcadores moleculares en el ADN genómico. A continuación se exponen muy resumidamente los principales resultados.
Estudios neuro-anatómicos y anatómicos
En 1992, Simon Levay, un neurólogo del Salk Institute de San Diego (California), publicó un trabajo en el que creía demostrar que la región INAH3 –un grupo celular de núcleos intersticiales del hipotálamo anterior–, de una pequeña muestra de varones presumiblemente heterosexuales duplicaba con creces a la región equivalente de varones homosexuales. Levay concluyó que las diferencias estructurales de los
cerebros están presentes desde el nacimiento o incluso desde antes, contribuyendo así a establecer la orientación sexual del varón. Sin embargo, admitía que cualquier conclusión en este aspecto es especulativa ya que la respuesta de cada cerebro a los andrógenos supone unos procesos moleculares complejos que implican la interacción de receptores y una serie de proteínas desconocidas codificadas por genes en aquél momento no identificados. Una objeción a este trabajo es el número muy reducido de individuos en que se habían hecho los análisis. Desde un punto de vista experimental, una muestra de un individuo, o incluso dos docenas de individuos, para un estudio de un carácter cuantitativo tan sensible como la orientación sexual, es inadmisible y falto de rigor. Además, se objetó que se había realizado en cerebros de personas fallecidas como consecuencia del SIDA, lo cual podía haber influido en el carácter que se analizaba.

Dos años después, William Byne, investigador del New York State Psychiatric Institute, de la Universidad de Columbia, demostró que, si bien el INAH3 es un carácter dimórfico en relación con el sexo, las diferencias son de número de neuronas y no de tamaño ni de densidad de las neuronas entre varones y mujeres. En su trabajo demostró que en los varones homosexuales se aprecia, al igual que en los cerebros de mujer, un menor número de neuronas, sin que esto signifique que estas diferencias se pueden relacionar con la orientación sexual.
Tampoco han resultado concluyentes los estudios de la relación de la longitud de los dedos índice y anular (2D:4D), que algunos autores han creído estar correlacionados con la orientación sexual. En un trabajo publicado en Nature en una muestra de más de 700 adultos californianos, la ratio 2D:4D de la mano derecha en mujeres homosexuales era significativamente menor que en mujeres heterosexuales, al igual que ocurre en los varones. Sin embargo, otros estudios sobre este mismo carácter han dado resultados contradictorios e incluso opuestos.
Estudios genéticos con gemelos
En general se admite que un carácter tiene base genética cuando se da con más frecuencia entre parientes genéticamente relacionados que con otros individuos de la población. Por ello, un modo de acercarse al estudio de la base genética de las diferentes formas de orientación sexual es mediante un análisis comparado en gemelos monocigóticos o idénticos con respecto a los fraternos o a los hermanos no gemelos.
En este tipo de estudios se trata de averiguar el grado de concordancia del carácter, homosexual o heterosexual, entre los pares de gemelos monocigóticos y los fraternos, teniendo en cuenta a la vez el factor ambiental, es decir, si se han criado en el mismo o diferente ambiente, lo que permite estimar la heredabilidad. Los diferentes estudios llevados a cabo por diversos autores en los años cincuenta dieron resultados dispares e incluso opuestos, probablemente debido a la arbitrariedad de la escala utilizada en la clasificación del carácter [6]. En estudios más recientes se ha encontrado una concordancia de la homosexualidad entre los gemelos monocigóticos del 20%–37% para varones y del 24%–30% para mujeres, dependiendo de la clasificación más o menos restrictiva de la escala utilizada, lo que sugiere la posible existencia de un componente genético moderado, pero también de importantes influencias ambientales de carácter social y educacional.
En general, los trabajos llevados a cabo en diferentes poblaciones concluyen que las concordancias son bajas como para apoyar la hipótesis de una base genética de la homosexualidad.
Estudios con marcadores moleculares
Otro modo de abordar la búsqueda de factores genéticos asociados a los diferentes patrones de orientación sexual es mediante la utilización de la información que ofrecen las secuencias de ADN del genoma de los grupos de individuos homosexuales frente a los heterosexuales. El problema se ciñe a la búsqueda de los llamados “marcadores moleculares”. Se trata de detalles distintivos en las secuencias del ADN de una región concreta del genoma. La ventaja de este tipo de análisis, si se demuestra la correlación entre determinados marcadores y el carácter fenotípico de que se trate, es su gran objetividad y valor diagnóstico.
En 1993, el investigador Dean Hamer y sus colaboradores del Instituto Nacional del Cáncer de Bethesda (Maryland), desarrollaron un análisis de ligamiento entre 22 marcadores del tipo microsatélites localizados en el cromosoma X, y la orientación homosexual en 40 parejas de hermanos ambos homosexuales y pertenecientes a familias que no mostraban indicios de transmisión no materna. Sus resultados señalaron que había cinco marcadores pertenecientes a la región Xq28 (región próxima al extremo del brazo largo del cromosoma X) que segregaban conjuntamente con la orientación homosexual en 33 de los 40 pares de hermanos analizados. El resultado fue ratificado un par de años después por los mismos autores.
Sin embargo, en 1999, unos neurólogos clínicos canadienses, que habían desarrollado un estudio con más grupos familiares que el de Hamer, concluyeron que no existe ninguna relación entre el comportamiento homosexual y los pretendidos marcadores moleculares del Xq28 [10]. La crítica más importante al trabajo de Hamer fue que carecía de un grupo control, es decir de unas referencias obligadas en que apoyar los resultados cuantitativos obtenidos por contrastación.
Dada la oportunidad que ofrece el conocimiento de las secuencias completas del genoma humano, pronto se aplicaron otros tipos de marcadores moleculares distintos a los microsatélites, pero igualmente útiles para la búsqueda del ligamiento con el carácter que se indaga, en este caso la homo o heterosexualidad. Entre los diversos tipos de marcadores moleculares que se pueden utilizar en este tipo de análisis, los más utilizados son los llamados SNPs –polimorfismos de una sola base-, que han dado excelentes resultados en el diagnóstico de patologías determinadas genéticamente. Los primeros análisis con SNPs, aplicados a la búsqueda de su ligamiento con la homosexualidad, fue llevado a cabo y publicado en 2012, en una muestra de cerca de 8.000 varones y más de 5.500 mujeres. Al igual que con los microsatélites no se evidenció ninguna correlación ni con la región Xq28 ni con la orientación sexual.
Contradictoriamente, en un trabajo más amplio publicado dos años después, Sanders y sus colaboradores, encontraron una asociación significativa entre la orientación sexual y unos SNPs localizados en la región Xq28 y en otra región del cromosoma 8, confirmando los hallazgos de Hamer de 1993.
Muy recientemente, en el Congreso Anual de Genética Humana, celebrado en Boston en octubre de 2018, un grupo de investigadores del Broad Institute en Cambridge, Massachusetts, y de Harvard Medical School han presentado unos resultados en una muestra aún más grande de población, y han encontrado lo que parece una relación de cuatro variantes genéticas asociadas a lo que los investigadores llaman comportamiento no heterosexual. En este estudio se analizan los marcadores moleculares en el genoma de personas que contestaron “sí” o “no” a la pregunta de si habían tenido relaciones sexuales con alguien del mismo sexo. Para el análisis comparativo se utilizaron muestras de dos procedencias, de un Biobanco del Reino Unido y de la firma privada 23andMe. El estudio incluía 450.939 personas que dijeron que sus relaciones habían sido exclusivamente heterosexuales y 26.890 personas que dijeron haber tenido por lo menos una experiencia homosexual, que fueron clasificados como individuos de comportamiento “no heterosexual”. No obstante, los autores advierten sobre la heterogeneidad de experiencias sexuales del segundo grupo, que van desde personas que siempre habían tenido relaciones con personas del mismo sexo a otras que solo las habían tenido una o dos veces.
Los investigadores buscaron marcadores moleculares comunes en el ADN de las personas del grupo “no heterosexual” e identificaron cuatro variantes en los cromosomas 7, 11, 12, y 15. De estos marcadores, dos eran específicos de varones. Otro se localiza en una región de ADN del cromosoma 15, que se había encontrado previamente asociada a la calvicie en varones. El cuarto marcador se localiza en una región relacionada con receptores olfativos en el cromosoma 11. El investigador Andrea Ganna, que presentó la comunicación en el Congreso de Boston, sugirió que este factor está relacionado con la atracción sexual.
Sin embargo, en la presentación se insistió en que las variantes moleculares detectadas no han sido todavía relacionadas con genes reales y que no está claro aún si se localizan en regiones codificantes (exones) o no codificantes del genoma (recordemos que solo un 2% del genoma humano es codificante), por lo que las cuatro variantes genéticas de ADN identificadas no pueden relacionarse confiablemente con la orientación sexual. Según expresó el autor “estas variantes moleculares realmente no tienen ningún poder predictivo”.
Las cuatro variantes genéticas identificadas también fueron correlacionadas con una mayor propensión a experimentar desórdenes mentales de la salud, como depresión y esquizofrenia en ambos sexos, y desorden bipolar en las mujeres. En la presentación se sugirió que este tipo de alteraciones psicológicas podrían ser una consecuencia de la discriminación a la que se ven sometidas las personas con orientación no heterosexual. Este argumento es difícilmente relacionable con una determinación genética simple, y en todo caso podría relacionarse con un sistema poligénico.
De hecho, en la presentación del congreso, Andrea Ganna, uno de los autores de la investigación, dijo: “Me complace anunciar que no hay un ‘gen gay’ […] Más bien, la no heterosexualidad está en parte influenciada por muchos pequeños efectos genéticos”. Es decir podríamos estar ante la detección de varios QTLs, propios de caracteres cuantitativos, regulados por poligenes, que a su vez dependen en su manifestación cuantitativa de una influencia ambiental, como ocurre con otros relacionados con enfermedades mentales como la esquizofrenia, las depresiones, etc. que también son de este tipo.
El hecho de que los autores de la comunicación indiquen que alguna de las regiones cromosómicas encontradas, relacionadas con la no heterosexualidad, coincide con las que se asocian a las depresiones u otras alteraciones mentales, muy influenciadas por factores ambientales, podría indicar que se trata en todo caso de QTLs. Lo que parece más cuestionable es asociar estas alteraciones neurológicas a la “discriminación” que sufren las personas de los colectivos LGTBIQ.
Estudios fisiológicos. Efectos hormonales
Otra de las hipótesis más extendidas para quienes achacan factores biológicos o genéticos como determinantes de la orientación sexual que se revela en la infancia o en la adolescencia, es la que propone desequilibrios en el nivel hormonal durante el desarrollo embrionario y fetal. El nivel 
hormonal durante la gestación es de una gran complejidad, con momentos críticos en que el exceso o defecto de determinadas hormonas puede dar lugar a trastornos en el desarrollo sexual, con consecuencias en el fenotipo gonadal y sexual del niño al nacer. De hecho, se han descrito efectos de alteraciones congénitas debidas al desequilibrio hormonal que influyen en el desarrollo gonadal de al menos cinco hormonas: la testosterona, la dihidrotestosterona, el estradiol (derivado de la testosterona por acción de la enzima aromatasa), la progesterona y el cortisol.

Cada hormona tiene un período crítico de acción, especialmente a partir de la séptima semana, cuando ya se han empezado a diferenciar los testículos o los ovarios y se empiezan a desarrollar los genitales externos. Los genes responsables de la síntesis de estas hormonas o de sus receptores en las células diana, son los que, en caso de mutación o alteración de su expresión, podrían conducir a algunos de los casos de disgénesis sexual. Pero también pueden producirse desequilibrios en las hormonas motivados por estrés u otros factores fisiológicos durante la gestación. Así, se ha relacionado el estrés materno durante el embarazo con un desequilibrio en el nivel de cortisol con consecuencias en el desarrollo gonadal, el sistema nervioso y las conductas posteriores típicas de cada sexo en la primera infancia.
También se ha demostrado que más del 90% de los casos de hiperplasia suprarrenal congénita –HSC–, una de las alteraciones de carácter hormonal más estudiadas en mujeres, son consecuencia de una mutación del gen CYP21A2, que codifica una enzima que ayuda a sintetizar el cortisol, lo que puede derivar en una virilización genital. Estos casos están tipificados como alteraciones estructurales o funcionales relativas al desarrollo genital. Sin embargo, estudios recientes demuestran que el estrés de la madre durante el embarazo no explica de forma significativa las diferencias en la población de hijos o hijas homosexuales o heterosexuales.
También son contradictorios los resultados de diferentes estudios sobre la influencia hormonal en las tendencias de orientación sexual relacionadas con el orden fraternal del nacimiento.
Si bien hay cierta evidencia de que las mujeres con derivaciones lesbianas, en promedio, muestran una posible exposición prenatal a niveles más elevados de andrógenos que los grupos de mujeres no lesbianas, más de 50 años de estudios no han logrado demostrar que los factores biológicos, genes u hormonas, influyan de manera determinante en el desarrollo de la orientación sexual femenina, y tampoco se han demostrado diferencias en los niveles de hormonas masculinas en la etapa prenatal entre varones homosexuales y heterosexuales.
La disgénesis sexual de causa genética no ha de confundirse con la orientación sexual…
Puede haber casos, en que mutaciones o modificaciones epigenéticas en los genes, o regiones del genoma que intervienen en el desarrollo gonadal determinen su anulación, silenciamiento o sobreexpresión, dando lugar a una disgénesis estructural en el desarrollo gonadal o a desequilibrios hormonales, con consecuencias en el desarrollo del aparato genital masculino o femenino. Los efectos de las mutaciones en alguno de los múltiples genes que intervienen en el desarrollo gonadal son la principal causa de la mayoría de los casos de disgénesis genital, como la reversión de sexo, ambigüedad genital, el seudohermafroditismo, etc. No se deben confundir estos casos, con causa genética, con la orientación sexual, en la que las motivaciones son preferentemente de carácter psico-biográfico. En cualquier caso, estas alteraciones pediátricas merecen toda la atención que las personas afectadas se merecen y en la medida de lo posible la corrección farmacológica o quirúrgica es una obligación de los médicos que las atienden.
En un reciente editorial de Nature, se señala que los médicos tienden a menudo a utilizar métodos quirúrgicos en los raros casos que se presentan de genitales ambiguos al nacer el bebé, con el fin de hacerlos coincidir con el sexo biológico, lo que puede resultar contraproducente. Con frecuencia, se cometen errores. Debe recordarse al psicólogo y sexólogo americano John Money (1921–2006), considerado como el introductor de las operaciones de reasignación de sexo, que utilizó como cobaya a un niño que por un error en la circuncisión y ante la preocupación de sus padres fue sometido a un cambio de sexo hacia niña. El cambio de sexo en este niño, llamado Bruce, convertido en niña a la que llamaron Brenda, supuso su ruina como persona y la de toda su familia, incluido su hermano gemelo. Bruce nunca quiso ser niña y al alcanzar la madurez deseó volver a su condición natural de niño, pero ya era demasiado tarde. Él y su hermano gemelo terminaron suicidándose. Más recientemente, en 2004, New England Journal of Medicine publicó el caso de un seguimiento de 14 niños varones con disfunción genital a los que al nacer se les intervino para revertir sus genitales como femeninos. De ellos, 8 terminaron identificándose como varones y la intervención quirúrgica les causó una gran angustia.
La Asociación Americana de Psiquiatría y la Organización Mundial de la Salud señalan que el deseo de cambio de sexo es un trastorno o una alteración de la personalidad, no de la genética ni de la fisiología humana. Es muy importante tener en cuenta que las cirugías transgénero, para el cambio de sexo, son irreversibles. Por ello ante un caso de rechazo del propio sexo en los niños de tres o más años es importante lograr un diagnóstico médico, pediátrico y psicológico definitivo y fiable, como base para establecer un plan de tratamiento apropiado.
De acuerdo con Mayer y McHugh, «las condiciones hormonales que intervienen en trastornos de desarrollo sexual pueden contribuir al desarrollo de una orientación no heterosexual en algunos individuos, pero eso no demuestra que dichos factores expliquen el desarrollo de una atracción, deseo o conducta sexual concreta en la mayoría de los casos.
Conclusiones
Cincuenta años de investigación con estudios neuro-anatómicos, genéticos con parejas de gemelos y análisis de marcadores moleculares en el ADN, no han revelado genes o regiones del genoma humano relacionadas con la orientación sexual.
  1. Todos los intentos de demostración de un determinismo genético de la homosexualidad, adolecen del rigor suficiente y no han aportado ningún tipo de evidencia concluyente.
  2. La realidad es que los seres humanos nacen con un sexo cromosómico, genético y gonadal normalmente concordantes. El sexo es el resultado del desarrollo del aparato reproductor interno y externo y también del tipo de cerebro de varón o de mujer, bajo la influencia de señales genéticas y hormonales.
  3. Raramente, algunas mutaciones o factores fisiológicos pueden alterar la organogénesis del aparato genital y conducir a una disgénesis estructural o funcional dando lugar a una identidad sexual atípica.
  4. La orientación sexual, o identidad de género, es algo que se adquiere al margen de la constitución genética y que podría no coincidir con el sexo biológico.
  5. Ante los casos de rechazo del propio sexo en los niños de tres o más años es importante lograr un diagnóstico médico, pediátrico y psicológico definitivo y fiable, como base para establecer un plan de tratamiento apropiado.