4/24/23

Cómo las velas bendecidas pueden ahuyentar a los demonios

Philip Kosloski 


El diablo odia la luz, ya que le recuerda a Jesús, la "Luz del mundo"

Existe una antigua tradición de repartir cirios -velas, candelas- bendecidos en la fiesta de la Presentación del Señor el 2 de febrero

En realidad, cualquier sacerdote puede bendecir velas cualquier sacerdote en cualquier día del año.

La cosa es que la bendición convierte a estas velas en «sacramentales«, una extensión de los sacramentos de la Iglesia y un canal de la gracia divina.

La luz disipa las tinieblas

Un beneficio espiritual de las velas bendecidas es su capacidad para expulsar a los demonios. Esto se muestra claramente en la bendición que se encuentra en el Ritual Romano.

Señor Jesucristo, Hijo del Dios viviente, bendice + estas velas a nuestra humilde petición. Concédenos, Señor, por el poder de la santa + cruz, con una bendición de lo alto, tú que las diste a la humanidad para disipar las tinieblas.

Que la bendición que reciban de la señal de la + santa cruz sea tan eficaz que dondequiera que se enciendan o se coloquen, los príncipes de las tinieblas salgan temblando de todos estos lugares, y huyan atemorizados con todas sus legiones, y nunca más se atrevan a molestar a los que te sirven, Dios todopoderoso, que vives y reinas por los siglos de los siglos.

Cristo ilumina

Las velas siempre se han utilizado en la Iglesia tanto de forma simbólica como sacramental.

Desde la antigüedad, la vela encendida se ha visto como un símbolo de la luz de Cristo.

Esto se expresa claramente en la vigilia pascual, cuando el diácono o el sacerdote entra en la iglesia a oscuras con el único cirio pascual.

Jesús vino a nuestro mundo de pecado y muerte para traernos la luz de Dios. Expresa claramente esta idea en el Evangelio de Juan:

«Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida».

Juan 8,12

El Misal también incluye una oración de bendición de las velas que lo resalta:

«Oh Dios, fuente y origen de toda luz, que has mostrado hoy a Cristo, luz de las naciones, al justo Simeón: dígnate santificar con tu + bendición estos cirios; acepta los deseos de tu pueblo que, llevándolos encendidos en las manos, se ha reunido para cantar tus alabanzas, y concédenos caminar por la senda del bien, para que podamos llegar a la luz eterna. Por Jesucristo nuestro Señor».

Debemos recordar que la vela en sí misma no «expulsa» los demonios, sino que es Jesús, la «Luz del Mundo» quien lo hace. 

Dado que los demonios desprecian toda luz y moran eternamente en la oscuridad, es apropiado que las velas bendecidas tengan este efecto.

Pídele a su sacerdote local que bendiga las velas que puedas tener, y úsalas al rezar, pidiéndole a Dios que saque cualquier oscuridad que pueda haber en tu vida.

Fuente: aleteia.org


Amén o las periferias existenciales

Salvador Fabre


La mirada de Francisco es acompañar, comprender, dejar la puerta abierta al diálogo


Mucho se ha escrito ya sobre el documental “AMÉN”. He aquí una nueva contribución, que aspira a redescubrir el estilo del Papa y a valorar su oportunidad en el momento presente, así como su coherencia con la herencia bimilenaria de la Iglesia. Sabiendo que es un ambicioso proyecto en breve espacio, nos lanzamos a la aventura.

Francisco en “AMÉN” está siendo coherente con su planteamiento de fondo pastoral: es necesario ir a las periferias, a las periferias existenciales. El director y el guionista del documental se las llevaron ahí, a su presencia. El Papa fue al encuentro de las periferias existenciales. Es importante subrayarlo: no se trataba de una muestra aleatoria de la sociedad tal y como está –a la fecha no he conocido a nadie que me diga “soy no binario”-, sino de las periferias de esta sociedad, es decir, los extremos.

Ese ejercicio es muy importante, porque muchos de nosotros, al tratar de evangelizar, nos hemos encontrado con esos extremos. Personalmente, quitando al caso del chico/a no-binaria, me he encontrado con todos los otros ejemplos que ofrece el documental, experimentando muchas veces el muro que supone intentar dialogar con ellos, tender puentes, crear empatía. Por eso, pienso que lo que ha hecho el Papa es una “lección magistral” de “catequesis extrema.” Y ya en sí eso le otorga un valor importante al documental.

Algunos de los comentarios que han salido, en medios católicos, van por la línea de que al Papa le han puesto un cuatro. Efectivamente, la intención de los realizadores, y la ideología que está detrás de la empresa productora del programa, no era “evangelizar”, ni siquiera “hacerle publicidad a Francisco”; sino servirse del Papa para transmitir una idea: relativismo, todo da igual, lo importante es el amor, pero vacío de contenido, el amor puede representar lo que cada quien quiera, en la más férrea ortodoxia de la Revolución Sexual. Eso resulta evidente. Pero, personalmente, pienso que Francisco no “se chupa el dedo.” Sabe a lo que va: “la piel de Judas” les dice al principio, medio en broma, medio en serio. Como diría un cierto refrán popular, “a colmillo, colmillo y medio.” Pienso que Francisco tiene ese “colmillo y medio” para “jalar agua a su molino.”


En efecto, Francisco demuele la idea –tan difundida entre los jóvenes- de que la Iglesia está cerrada en sí misma, escondida detrás de un muro impenetrable de doctrina incomprensible y obsoleta. Al contrario, la muestra como un interlocutor válido en la vorágine del pensamiento y la cultura contemporáneos. Así, la voz de María, la chica católica, se deja oír en medio del mundo, la proclamación pública, de una chica joven, de sentirse amada por Jesucristo, y de que eso llena su vida. Muy qué le pese al director y al guionista, al final le han dado carta de naturalidad a una forma de vivir cristiana, comprometida, en medio del mundo.

El documental también ha mostrado, valientemente, las “Llagas de la Iglesia” en expresión de Rosmini: la constante migración a iglesias evangélicas, la existencia de católicos que apoyan al aborto, la realidad de las defecciones al estado religioso, la existencia de la pedofilia… Es una radiografía de la situación de la Iglesia hecha por un agente externo a ella. El Papa no se esconde, no huye, no se excusa: da la cara. Es la realidad de la Iglesia el día de hoy, así está nuestra Madre la Iglesia a la que debemos curar y purificar con la gracia del Espíritu Santo.

¿Es correcta la respuesta de Francisco? A mí me parece que marca una línea, no la única, no exclusiva, no necesaria, pero una línea válida, la suya. Es decir, personalmente quizá le habría dicho a la chica que practica porno: “estás mal, tu alma peligra”, o quizá al no-binario: “no es verdad, tú tienes cromosomas XX o XY”. Pero eso es caer en polémicas estériles y cerrarse al diálogo. La mirada de Francisco es acompañar, comprender, dejar la puerta abierta al diálogo, y darle así una oportunidad a la gracia y al tiempo, para que se curen las heridas y se vaya descubriendo la verdad.

Fuente: exaudi.org

El empresario en clave de resurrección

Dionisio Blasco España


Cuando los gestos nos desvelan la Luz

Los textos bíblicos de encuentro con el Resucitado son profundas catequesis que tocan lo más hondo de la experiencia humana: la posibilidad de la Vida Eterna intuida ya en esta vida que vivimos aquí y ahora, con sus luces y sus sombras.

María Magdalena, los discípulos de Emaús (uno de ellos se llamaba Cleofás), Tomás, Pedro, Natanael, … Jesús Resucitado se hace presente en las vidas de hombres y mujeres concretos, con nombres propios, con historias personales. Y en todas estas personas un denominador común: una situación personal de desánimo, desencanto, desilusión, abatimiento, … incluso nos encontramos con la incredulidad de Tomás.

Y Jesús torna la situación en alegría y esperanza con un solo gesto: pronunciar el nombre de María Magdalena, partir el pan ante los discípulos de Emaús, mostrar su costado y sus manos a Tomás. Y es que los gestos, esos elementos tan profundamente humanos, son transformadores cuando van acompañados de amor.

Y es que los gestos tienen la potencialidad de desvelar luz, esperanza, resurrección. ¿Y qué gestos podemos propiciar como directivos y empresarios cristianos? Pues los gestos de Jesús en estos relatos recogidos por los evangelios:

  1. Pronunciar el nombre de las personas que forman parte de la empresa. María Magdalena se sintió reconocida como mujer, como colaboradora de Jesús, como depositaria de una misión nada fácil, como era la de anunciar que Jesús había Resucitado.
  2. Partir y compartir. Jesús es reconocido al partir el pan. El único fin de la empresa no es la producción de bienes y/o servicios necesarios para la sociedad, sino también la justa distribución de la renta generada, de forma que esa comunidad humana que es la empresa no sólo satisfaga sus necesidades fundamentales, sino que sirva a la sociedad entera. Así nos lo recodaba Juan Pablo II en su encíclica Centesimus annus. Una empresa que no sólo produce, sino que parte y reparte, es una empresa-luz en medio del mundo.
  3. Tender la mano. Empresarios y directivos accesibles, cercanos, humanos. Frente a modelos que proponen la frialdad y la pura racionalidad como nota distintiva del hombre de negocios, el evangelio nos invita a desempeñar la responsabilidad directiva desde nuestra más profunda humanidad. Una humanidad marcada también por las heridas y cicatrices que la misma historia dibuja en nuestras vidas.

En los relatos bíblicos Jesús Resucitado no es reconocido si no es a través de gestos. Por eso la importancia no sólo de ser “gesto”, sino de percibir los gestos que nos rodean cada día y que vienen de las personas con las que convivimos y trabajamos.


Que nuestras empresas sean “empresas resucitadas”, es decir, formadas por personas transformadas por la fuerza del Señor de la Vida, empresas-luz, empresas-esperanza, empresas “buena noticia”, empresas-aleluya.

Fuente: exaudi.org

“Sin la esperanza del Cielo, no daríamos un paso en la vida”

Tomás Trigo / Rafael Miner


Entrevista a don Tomás Trigo, organizador de la XIII Jornada Teológico-Didáctica del ISCR de la Universidad de Navarra

Con los desafíos de la pandemia, la invasión rusa en Ucrania y el drama humanitario de tanta gente, afrontar el sentido de la vida y del sufrimiento parece acuciante. El lunes 28 de marzo, el Instituto Superior de Ciencias Religiosas de la Universidad de Navarra abordará esta cuestión en una Jornada sobre ‘Alma, muerte y más allá’. Con este motivo, Omnes entrevista al profesor don Tomás Trigo, organizador de la Jornada.

El programa de la XIII Jornada Teológico-Didáctica del Instituto Superior de Ciencias Religiosas (ISCR), prevista para el 28 de marzo, es sintético, pero los temas son de fondo. En un momento de crisis de trascendencia, hablar del sentido de la vida: ¿quiénes somos? ¿qué hacemos aquí? ¿cuál es nuestro origen y qué nos espera más allá de la muerte?, y como consecuencia, encontrar desde ahí respuestas a preguntas morales: ¿cómo debemos vivir? ¿qué debemos hacer o evitar?, “constituyen la clave para la felicidad de cualquier persona”, explica don Tomás Trigo, subdirector del ISCR.

En la Jornada, tras las palabras iniciales de don Fermín Labarga, director del ISCR, se abordarán temas como la espiritualidad del alma humana (prof.Juan Fernando Sellés), la muerte: ‘gameover’ (Rafaela Santos, neuropsiquiatra); y el Cielo (Mons. Juan Antonio Martínez Camino), además de la mesa redonda subsiguiente.

Para explicar con más hondura esta Jornada, Omnes ha conversado con don Tomás Trigo.

Comencemos por usted. ¿Cuándo se ordenó sacerdote? ¿Qué tiempo lleva en la Universidad de Navarra? ¿Qué es lo que más le ha aportado trabajar aquí?

Me ordenó sacerdote en 1987, en Roma, un santo: Juan Pablo II. Después de siete años de trabajo pastoral en Valencia, me vine a trabajar a la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra como profesor de Teología Moral. Es un trabajo del que estoy muy agradecido a Dios, por muchos motivos. Uno de ellos es haber conocido a cientos de seminaristas y sacerdotes de muy diversos países. De verdad: con el tiempo te convences de que quien más aprende, quien más se enriquece como persona y como sacerdote, en una Facultad como esta, eres tú.

Ahora es subdirector del ISCR de la Universidad. ¿Qué es el ISCR? Según los datos, estudian aquí personas de 20 países. Suponemos que no sólo estudian aquí sacerdotes, también lo hacen laicos. Y tienen ustedes bachillerato y graduado en Ciencias Religiosas y 5 Diplomas…

Estamos en un momento histórico que pide a gritos que todos los cristianos tengan una formación doctrinal sólida y profunda para ser capaces de responder a los desafíos actuales dando razón de nuestra fe y, sobre todo, saber discernir, al hilo de los cambios culturales. Es necesario leer, comprender, profundizar; y los que tienen responsabilidades de formar a otros en cualquier ámbito necesitan poder acceder a estos estudios de una manera adaptada y la Iglesia tiene el deber de ofrecérsela.

Los Institutos Superiores de Ciencias Religiosas fueron creados para facilitar a los laicos y religiosos esta formación mediante un itinerario académico específico que son el Bachillerato y la Licenciatura Ciencias Religiosas, títulos oficiales de la Santa Sede. El ISCR de la Universidad de Navarra es uno de los Institutos que ofertan estos estudios con una modalidad semipresencial.

Además, con el fin de facilitar el acceso a los estudios a cualquier persona que desee formarse seriamente, nuestro ISCR ha realizado un gran esfuerzo adaptando la docencia presencial al soporte digital y al soporte papel mediante la Colección de Manuales del ISCR de la Universidad de Navarra (EUNSA).

Esto nos permite diversificar nuestra oferta formativa en forma de títulos propios con modalidad a distancia 100%. Estos títulos, que llamamos Diplomas online están enfocados por áreas temáticas de la Teología, con algunas otras asignaturas que complementan la formación para responder a los desafíos actuales. Es el caso por ejemplo del Diploma de Teología Moral, que no solo estudia de manera científica los principios morales cristianos, sino que los pone en relación con cuestiones actuales en debate, como la bioética o la moral sexual.

Estos diplomas tienen un rodaje de varios años y actualmente estudian con nosotros más de 450 alumnos de diversos países de América y Europa, además de España.

Dijo Benjamin Franklin (siglo XVIII), uno de los padres fundadores de Estados Unidos, que, en este mundo, lo único seguro son la muerte y los impuestos. El próximo día 28 de marzo han organizado una Jornada con un título realmente provocador: Alma, muerte y más allá, y la dirige usted mismo. ¿Por qué ese título y ese tema? Desde luego, hay muerte, y hay mucho sufrimiento, ahora en Ucrania, por ejemplo.

El tema clave sobre el que pretendemos reflexionar es el sentido de la vida: ¿Quiénes somos? ¿Qué hacemos aquí? ¿Cuál es nuestro origen y qué nos espera más allá de la muerte? Solo a partir de ahí se puede encontrar respuesta a la pregunta moral: ¿Cómo debemos vivir? ¿Qué debemos hacer o evitar?

Existe un cierto temor a afrontar estas cuestiones tanto en el ámbito familiar como en el académico, quizá porque no sabemos dar razón de nuestras propias convicciones. Si queremos formar a padres y educadores, que es el objetivo principal del Instituto Superior de Ciencias Religiosas, tenemos que enfrentarnos en serio a estos asuntos, que constituyen la clave para la felicidad de cualquier persona. Es que, sin responder de verdad y con la verdad a estas grandes cuestiones, no se acaba de entender por qué tal modo de actuar está bien o mal. Elegir un camino u otro depende siempre de a dónde quieres llegar.

Cuéntenos algo más de los temas concretos, y de los ponentes que han invitado. Vamos con el alma humana, por ejemplo.

El primer tema que vamos a afrontar es el de la espiritualidad del alma. Lo haremos de la mano de D. Juan Fernando Sellés, profesor de Antropología filosófica de la Universidad de Navarra. Queremos que sea precisamente un filósofo quien nos exponga los argumentos racionales que fundamentan la verdad de la espiritualidad del alma humana y, por tanto, de su inmortalidad. Ya algunos filósofos griegos, como Platón y Aristóteles, reflexionaron y aportaron mucha luz sobre esa verdad. En la actualidad hay cristianos que, por la fe, están convencidos de que el alma humana no muere, pero quizá no saben explicar en qué bases se sustenta esa realidad tan importante para nuestra vida: tenemos un comienzo en el tiempo, pero somos eternos.

El inicio y el fin de la vida se estudian también en Teología Moral. En la Jornada del día 28 hay una neuropsiquiatra que hablará sobre la muerte: ¿gameover? ¿La muerte es el final del juego, de la partida? Por si desea comentar algo.

Sí, será la Doctora en Medicina y especialista en Psiquiatría Rafaela Santos. Hablará precisamente de ese acontecimiento que es incluso más seguro que los impuestos: la muerte. Hay mucho miedo a pensar en ese momento que llegará, antes o después, para todos y cada uno. Pero el miedo no puede hacer que renunciemos a pensar. Nos interesa saber si, en efecto, la muerte es o no el final de la partida.

Algunos piensan que lo es, que con la muerte acaba la existencia personal. Pero si nos tomamos en serio esa idea, y no solo como una fachada, la vida se convierte en algo absurdo, la libertad se queda sin finalidad, el sufrimiento no tiene sentido y resulta… insufrible. ¿Qué hacer? Una respuesta sería: “Comamos y bebamos que mañana moriremos”; centrarnos en nosotros mismos y aprovechar al máximo el momento presente para disfrutar al máximo, aunque sea a costa de la felicidad de otras personas.

No puede extrañar que, cuando es imposible disfrutar porque aparece el dolor, el sufrimiento físico o moral, porque uno pierde lo único que consideraba un tesoro (por ejemplo, la estima ajena, la salud, el bienestar, el dinero o el poder), aparezca el recurso al suicidio.

Es necesario enfrentarse a la existencia. Esto es fundamental. Huir es una cobardía, un escape por la puerta falsa. El que quiera ser feliz tiene que afrontar la realidad, tratar de entenderla, preguntar y preguntarse, sin miedo, buscar si es preciso debajo de las piedras, hasta dar con el verdadero sentido de su vida.

Muchos estamos convencidos que la muerte no tiene la última palabra, porque somos eternos. Pero ¿cómo vivir teniendo en cuenta que esta vida en la tierra tiene un final? ¿Se puede vivir con alegría y serenidad aun sabiendo que la muerte puede venir en cualquier momento? ¿Podemos prepararnos para la muerte? Creo que la doctora Santos nos ayudará a responder a estos interrogantes.

El cielo. En esta Jornada también se hablará del cielo. No sé si se oye hablar mucho del cielo, y es esperanzador…

Sí, como dices, no se habla mucho del cielo, ni se piensa en él, y es una pena, porque no hay verdad más esperanzadora. Porque el cielo es aquello a lo que todos aspiramos en lo más profundo de nuestro ser. Pensar, amar y sentirse amados por el Amor que nos crea, nos acompaña y nos espera al otro lado de la “puerta” es el único modo de recorrer con alegría el camino de la vida: un camino a veces largo y pesado, cuesta arriba, con momentos agradables, pero también con penas y sufrimientos.

Para hablar de todo esto, para que nos anime a ser cristianos ilusionados, hemos invitado a Mons. Juan Antonio Martínez Camino, Obispo Auxiliar de Madrid, al que agradezco mucho que haya accedido a participar, a pesar de sus muchas ocupaciones pastorales.

En el Diploma de Teología Moral, entre otras cuestiones, usted explica las virtudes teologales, fe, esperanza, caridad, amor, su ejercicio práctico. ¿Nos falta esperanza? ¿Creemos poco? ¿Amamos poco? Quizá esté en juego nuestra felicidad. Denos pistas.

Las tres virtudes teologales son necesarias para unirnos a Dios y vivir en íntima amistad con Él ya aquí, en esta vida. Pero me gustaría fijarme en la esperanza, de la que acabamos de hablar.

Decía Charles Péguy que la caridad es una madre ardiente, todo corazón, y la esperanza es una niñita de nada. Pero esa niñita de nada atravesará los mundos, llevando a la fe y a la caridad; “atravesará ─dice─– los mundos concluidos. Una llama traspasará las tinieblas eternas”.

Sin la esperanza del Cielo, de estar para siempre con Dios, ni siquiera daríamos un paso por el camino de la Vida, que es Cristo mismo. Por otros caminos, por el de las tinieblas eternas, quizá sí, pero por el que lleva a la Vida, no.

Nos hace mucha falta esta virtud. Cuando se vive la esperanza sobrenatural, tenemos una confianza absoluta en Dios, abandonamos en Él todas las preocupaciones que nos agobian, vivimos con una alegría y una paz que nadie más que Él nos puede dar, y podemos decir que, incluso en medio de las contrariedades, somos felices.

Pero la Teología Moral no se ocupa solo de esas virtudes. También afronta cuestiones éticas ante las que se tienen más dificultades, ¿no? Por ejemplo, en Alemania se están debatiendo, entre otros, varios temas de moral sexual.

Sí, en Teología Moral se estudian también virtudes como la prudencia, la justicia, la valentía o la templanza, y dentro de esta, la virtud de la castidad. Todas son necesarias para ser buenas personas y hacer felices a los demás.

Las cuestiones de moral sexual no tienen más dificultad que las relacionadas con la justicia. Me explico. El problema de la moral sexual no es que sea un tema más difícil de entender que la justicia y el respeto a la vida humana. El verdadero problema de la moral está en un nivel más profundo: es el que señala con gran claridad, en 1993, la famosa encíclica Veritatis splendor, de san Juan Pablo II. Ese problema consiste en oponer la verdad y la libertad.

Pienso sinceramente que todas las virtudes y valores resultan igualmente problemáticos para una persona que se considera a sí misma como fuente autónoma de la verdad, de los valores; dueña del bien y del mal. Y todas las virtudes resultan preciosas, ¡gozosas!, para la persona que busca sinceramente la verdad sobre el bien y trata de vivirla con la ayuda de Dios y de los demás. Creo que la clave está ahí, y no en la dificultad de entender una virtud concreta como la castidad.

Hemos notado el agradecimiento de alumnos y alumni por los diplomas y estos programas. Y nos cuentan que hay docentes y profesores, directivos, consultores, médicos y científicos, ingenieros, comunicadores, catequistas, padres de familia, y religiosos y laicos de todos los movimientos de la Iglesia, varones y mujeres. ¿Algún comentario?

Solo uno. El Papa está llamando constantemente a todo el Pueblo de Dios a la conversión del Espíritu, y esta conversión pasa por conocer en profundidad el mensaje de Cristo y crear un espacio íntimo para rejuvenecer la vida cristiana y la Iglesia. Nos alegra muchísimo saber que estamos poniendo nuestro esfuerzo al servicio de esta llamada urgente del Santo Padre. Cuando vemos algún fruto, que se manifiesta en forma de testimonio agradecido, damos gracias a Dios, porque solo Él tiene el mérito. Ojalá que no le estorbemos…

Fuemte: omnesmag.com


4/23/23

Primeras comuniones

Juan Luis Selma

A lo largo del curso he disfrutado mucho con los niños que se preparaban para la primera comunión. Es una edad muy bonita en la que se tiene una especial sensibilidad para las cosas de Dios. El alma, que es naturalmente cristiana, cuando encuentra un entorno propicio, bien cultivado, se eleva hacia Dios. La catequesis de la primera comunión es una ocasión estupenda para dar sentido a la vida de los niños, para darles grandes esperanzas, seguridad, para que sepan que son amados por Alguien de un modo grande, incondicional.

La primera comunión es una fiesta que alcanza su sentido por su contenido, por la realidad que se celebra: se recibe por primera vez el Cuerpo de Cristo; esto es, el Hijo de Dios hecho hombre, escondido en un pedazo de pan, viene realmente a nosotros, a nuestro corazón. Es un acontecimiento de fe, sobrenatural, real. No es una pantomima. Cuando se tiene el corazón preparado, cuando la mente no ha sido contaminada, ni la voluntad pervertida, cuando hay una buena formación se entiende muy bien. Jesucristo instituyó la Eucaristía en la Última Cena el Jueves Santo; dijo: “Esto es mi cuerpo”. Como Dios no puede mentir y es todopoderoso, su palabra se cumple: el pan ya no es pan, aunque lo parezca, es su Cuerpo.

Los niños lo entienden muy bien y es sobrecogedor verlos con qué ilusión se preparan para ese momento, con qué fe lo viven, cuánto bien les hace. Lo único que tenemos que hacer los mayores es no distraerles con miles de regalos, con celebraciones desproporcionadas. Las primeras comuniones no son bodas. No son ocasión para que la familia se luzca. Es un gran acontecimiento de fe, un gran regalo del Cielo. Por eso lo celebramos y es una fiesta familiar; pero porque tiene un sentido.

Recuerdo perfectamente el día de mi primera confesión y, poco después, el de mi primera comunión. Soy testigo del gran bien que les hace a tantos niños y niñas. Desgraciadamente también he visto a niños muy despistados en ese gran momento de su vida. La culpa es de los mayores, que podemos vaciar de contenido ese gran momento. Nos quedamos en la mera fiesta, así no es de extrañar que ya se celebren primeras comuniones laicas, ateas, totalmente vacías. Meros acontecimientos sociales.

Son los padres los responsables de la educación de sus hijos, a ellos les corresponde transmitirles los grandes valores, las coordenadas para que sean felices, para que sean hombres y mujeres de bien. No basta con traerles al mundo, hay que equiparles para que tengan una vida plena, lograda. El mejor patrimonio que se les puede dejar es la fe: el conocimiento y el amor de Dios. La idea clara de lo que son: imagen y semejanza de Dios.

Me comentaban de un gran personaje actual que ha revolucionado su país, ha influido mucho en la marcha de occidente y que siempre ha actuado desde la fe. En la fe se ha apoyado y de ella ha encontrado ideas clarificadoras. En una entrevista le preguntaron dónde había encontrado una fe tan grande. Su respuesta fue que en su padre. De pequeño veía el prestigio que este tenía en el pueblo, su influencia. Pero también le veía rezar, dar gracias a Dios y pedirle ayuda. Esto le llevó a pensar que, si su padre, que era tan importante para él, acudía a Dios, este debería ser mucho más grande. La fe se transmite por ósmosis, se contagia.

Me hace sufrir la actitud de no pocos padres que se entregan a sus hijos dándoles lo mejor, que durante los años de catequesis los llevan a misa, pero que, una vez hecha la primera comunión, dejan de ir. En broma se podría decir que hacen la primera y última comunión. Esto es bastante incongruente y puede afectar al desapego de los niños a la vida cristiana.

En el evangelio contemplamos la bonita escena de los discípulos de Emaús. Jesús resucitado les dedica toda la tarde del Domingo de Pascua, camina con ellos, les explica las Escrituras; pero solo le reconocen al partir el pan: “Y entró para quedarse con ellos. Y cuando estaban juntos a la mesa, tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio. Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron, pero él desapareció de su presencia”.

Es muy difícil encontrar a Jesús sin vivir de la Eucaristía. No es nada fácil ser un buen cristiano, vivir las virtudes propias de los hijos de Dios, sin el alimento del Pan eucarístico. Sin la fuerza de este Pan, que es el mismo Cristo, desfalleceremos por el camino. Nos quedaremos solos, sin fuerzas. Perderemos el sentido de lo bueno, bello y justo. Será muy difícil permanecer en el amor.

Las primeras comuniones nos comprometen a darles buen ejemplo a los niños, a facilitarles el significado que tiene la Eucaristía. Son una buena ocasión para que actualicemos y revivamos nuestra fe. Aprovechemos esta preciosa ocasión.

Fuente: eldiadecordoba.es


¿Cómo ha sido mi jornada?

 El Papa en el Regina Caeli


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En este tercer domingo de Pascua, el Evangelio narra el encuentro de Jesús resucitado con los discípulos de Emaús (cfr. Lc 24,13-35). Se trata de dos discípulos que, resignados ante la muerte del Maestro, el día de Pascua deciden abandonar Jerusalén y volver a casa. Quizá estaban un poco inquietos porque habían escuchado a las mujeres que venían del sepulcro y decían que lo habían encontrado vacío… Mientras caminan tristes hablando de lo sucedido, Jesús se les acerca, pero ellos no lo reconocen. Él les pregunta por qué están tan tristes, y ellos exclaman: «¡Tú eres el único forastero en Jerusalén que ignora lo que pasó en estos días!» (v. 18). Y Jesús pregunta de nuevo: «¿Qué ha ocurrido?» (v. 19). Ellos le cuentan toda la historia, Jesús les hace contar lo sucedido. Luego, mientras caminan, les ayuda a releer los hechos de modo diverso, a la luz de las profecías, de la Palabra de Dios, de todo lo que había sido anunciado al pueblo de Israel. Releer: esto es lo que Jesús hace con ellos, ayudarles a releer. Detengámonos en este aspecto.

En efecto, también para nosotros es importante releer nuestra historia junto a Jesús: la historia de nuestra vida, de un cierto periodo, de nuestras jornadas, con las desilusiones y las esperanzas. También nosotros, como aquellos discípulos, podemos encontrarnos perdidos en medio de los acontecimientos, solos y sin certezas, con muchas preguntas y preocupaciones, con desilusiones, muchas cosas. El Evangelio de hoy nos invita a contarle todo a Jesús con sinceridad, sin temer molestarlo —Él nos escucha—, sin tener miedo de decir algo equivocado, sin avergonzarnos de lo que nos cuesta comprender. El Señor está contento cuando nos abrimos a Él; solo de este modo puede tomarnos de la mano, acompañarnos y hacer que vuela a arder nuestro corazón (cfr. v. 32). También nosotros, como los discípulos de Emaús, estamos llamados a dialogar con Jesús, para que, al atardecer, Él se quede con nosotros (cfr. v. 29).

Existe un buen modo para hacer esto, y hoy quisiera proponéroslo: consiste en dedicar un tiempo, cada noche, a un breve examen de conciencia. ¿Qué ha pasado hoy dentro de mí? Esta es la pregunta. Se trata de releer la jornada con Jesús: abrirle el corazón, llevarle las personas, las decisiones, los miedos, las caídas, las esperanzas,  todas las cosas que han sucedido; para aprender gradualmente a mirar las cosas con ojos diversos, con sus ojos y no solo con los nuestros. Así podremos revivir la experiencia de aquellos dos discípulos. Ante el amor de Cristo, incluso lo que nos parece fatigoso e inútil  puede aparecer bajo otra luz: una cruz difícil de abrazar, la elección de perdonar una ofensa, una victoria no alcanzada, el cansancio del trabajo, la sinceridad que cuesta, las pruebas de la vida familiar… nos aparecerán bajo una luz nueva, la luz del Crucificado Resucitado, que sabe transformar cada caída en un paso adelante. Pero para hacer esto es importante quitar las defensas: dejar tiempo y espacio a Jesús, no esconderle nada, llevarle las miserias, dejarse herir por su verdad, permitir que el corazón vibre con el aliento de su Palabra.

Podemos comenzar hoy dedicando esta noche un momento de oración durante el que preguntarnos: ¿Cómo ha sido mi jornada? ¿Cuáles han sido las alegrías, las tristezas, las cosas aburridas, cómo ha ido, qué ha pasado? ¿Cuáles han sido las perlas de la jornada, quizá escondidas, por las que dar gracias? ¿Ha habido un poco de amor en lo que he hecho? ¿Y cuáles son las caídas, las tristezas, las dudas y los miedos que he de llevar a Jesús para que me abra vías nuevas, me conforte y me anime?

Que María, Virgen sapiente, nos ayude a reconocer a Jesús que camina con nosotros y a releer —la palabra: re-leer— ante Él cada día de nuestra vida.


 

Después del Regina Caeli

Queridos hermanos y hermanas:

Ayer, en París, fueron beatificados Enrique Planchat, sacerdote de la Congregación de San Vicente de Paúl; y Ladislao Radigue y tres compañeros sacerdotes de la Congregación de los Sagrados Corazones de Jesús y María. Pastores animados por el celo apostólico, están unidos en el testimonio de la fe hasta el martirio, que padecieron en París en 1871 durante la llamada Comuna de París. ¡Un aplauso para los nuevos beatos!

Ayer se celebró la Jornada Mundial de la Tierra. Espero que el compromiso por el cuidado de la creación vaya siempre unido a una solidaridad efectiva con los más pobres.

La situación en Sudán sigue siendo grave, desgraciadamente; por eso, renuevo mi llamamiento para que cese cuanto antes la violencia y se retome la vía del diálogo. Invito a todos a rezar por nuestros hermanos y hermanas sudaneses.

Hoy se celebra la 99ª Jornada de la Universidad del Sacro Cuore, sobre el tema “Por amor al conocimiento. Los desafíos del nuevo humanismo”. Le deseo al mayor Ateneo católico italiano que afronte estos desafíos con el espíritu de los fundadores, en especial de la joven Armida Barelli, proclamada Beata hace un año.

El próximo viernes viajaré a Budapest, en Hungría, donde estaré tres días para completar el viaje que realicé en 2021 con ocasión del Congreso Eucarístico Internacional. Será una oportunidad para volver a abrazar a una Iglesia y a un pueblo muy queridos. Será también un viaje al centro de Europa, sobre la que siguen soplando gélidos vientos de guerra, mientras que los desplazamientos de tantas personas ponen en el orden del día urgentes cuestiones humanitarias. Pero ahora deseo dirigirme con afecto a vosotros, hermanos y hermanas húngaros, a la espera de visitaros como peregrino, amigo y hermano de todos, y de saludar, entre otros, a vuestras autoridades, a los obispos, los sacerdotes, los consagrados, los jóvenes, los universitarios y los pobres. Sé que estáis preparando con mucho esfuerzo mi visita: os lo agradezco de corazón. Pido a todos que me acompañen con la oración en este viaje.

Y no olvidemos a nuestros hermanos y hermanas ucranianos, todavía afligidos por la guerra.

Os saludo cordialmente a todos vosotros, romanos y peregrinos de Italia y de muchos países —veo tantas banderas de tantos países—, especialmente a los de Salamanca y a los estudiantes de Albacete, así como a la agrupación Veneto-Trentina del Cuerpo de Socorro de la Orden de Malta.

Saludo a los fieles de Ferrara, Palermo y Grumello del Monte; a la comunidad de la Escuela Diocesana de Lodi; a los jóvenes de diversos pueblos de las diócesis de Alba, Bérgamo, Brescia, Como y Milán; a los jóvenes de Confirmación de muchas parroquias italianas; a los alumnos del Instituto Sagrado Corazón de Cadoneghe; a la cooperativa “Volœntieri” de Casoli y al grupo “Mototurismo” de Agna.

Os deseo a todos un feliz domingo; y, por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta la vista!

Fuente: vatican.va

4/22/23

Camino de Emaús

3º domingo de Pascua (Ciclo A) 

Evangelio (Lc 24,13-35)

Ese mismo día, dos de ellos se dirigían a una aldea llamada Emaús, que distaba de Jerusalén sesenta estadios. Iban conversando entre sí de todo lo que había acontecido. Y mientras comentaban y discutían, el propio Jesús se acercó y comenzó a caminar con ellos, aunque sus ojos eran incapaces de reconocerle. Y les dijo:

—¿De qué veníais hablando entre vosotros por el camino?

Y se detuvieron entristecidos. Uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le respondió:

—¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabe lo que ha pasado allí estos días?

Él les dijo:

—¿Qué ha pasado?

Y le contestaron:

—Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y ante todo el pueblo: cómo los príncipes de los sacerdotes y nuestros magistrados lo entregaron para que lo condenaran a muerte y lo crucificaron. Sin embargo nosotros esperábamos que él sería quien redimiera a Israel. Pero con todo, es ya el tercer día desde que han pasado estas cosas. Bien es verdad que algunas mujeres de las que están con nosotros nos han sobresaltado, porque fueron al sepulcro de madrugada y, como no encontraron su cuerpo, vinieron diciendo que habían tenido una visión de ángeles, que les dijeron que está vivo. Después fueron algunos de los nuestros al sepulcro y lo hallaron tal como dijeron las mujeres, pero a él no le vieron.

Entonces Jesús les dijo:

—¡Necios y tardos de corazón para creer todo lo que anunciaron los profetas! ¿No era preciso que el Cristo padeciera estas cosas y así entrara en su gloria?

Y comenzando por Moisés y por todos los Profetas les interpretó en todas las Escrituras lo que se refería a él. Llegaron cerca de la aldea adonde iban, y él hizo ademán de continuar adelante. Pero le retuvieron diciéndole:

—Quédate con nosotros, porque se hace tarde y está ya anocheciendo.

Y entró para quedarse con ellos. Y cuando estaban juntos a la mesa tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio. Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron, pero él desapareció de su presencia. Y se dijeron uno a otro:

—¿No es verdad que ardía nuestro corazón dentro de nosotros, mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?

Y al instante se levantaron y regresaron a Jerusalén, y encontraron reunidos a los Once y a los que estaban con ellos, que decían:

—El Señor ha resucitado realmente y se ha aparecido a Simón.

Y ellos contaban lo que había pasado en el camino, y cómo le habían reconocido en la fracción del pan.

Comentario:

Cuenta san Lucas, que el domingo de resurrección dos discípulos de Jesús se marcharon de Jerusalén hacia Emaús. Iban cargados de incertidumbre, pues ya habían oído el anuncio angélico de que Jesús vivía, (v. 22s) pero todavía dudaban de la resurrección. Iban discutiendo entre sí (v. 15). Y estaban tan centrados en la propia tristeza, que eran incapaces de reconocer a Jesucristo en aquel personaje que caminaba junto a ellos; les parecía un mero forastero (v. 18). Sin embargo, el Resucitado les explica las Escrituras lleno de compasión y parte para ellos el pan. Así enciende sus corazones y abre sus ojos para que puedan reconocerlo. Entonces regresan con Pedro y los demás, llenos de alegría y seguridad.

Dice el relato que Emaús distaba de Jerusalén unos 60 estadios (12 km). Los expertos debaten la localización exacta de dicha aldea, pero la tradición suele identificar el lugar con Emaús Nicópolis, que dista de Jerusalén unos 25 km, es decir, 160 estadios, como recogen muchos manuscritos del evangelio de Lucas. En cualquier caso, aquel día los discípulos debieron caminar bastantes horas. Y alejarse de Jerusalén es como dejar atrás su fe en Jesús. Pero el Resucitado sale a caminar con ellos para transformarlos.

Con gran pedagogía, Jesús les hace contar sus penas para disiparlas. La escena enamoraba a san Josemaría, que sabía traerla al día a día en su meditación personal: “con naturalidad, se les aparece Jesús, y anda con ellos, con una conversación que disminuye la fatiga. Me imagino la escena, ya bien entrada la tarde. Sopla una brisa suave. Alrededor, campos sembrados de trigo ya crecido, y los olivos viejos, con las ramas plateadas por la luz tibia. Jesús, en el camino. ¡Señor, qué grande eres siempre! Pero me conmueves cuando te allanas a seguirnos, a buscarnos, en nuestro ajetreo diario. Señor, concédenos la ingenuidad de espíritu, la mirada limpia, la cabeza clara, que permiten entenderte cuando vienes sin ningún signo exterior de tu gloria”.

Jesús siempre sale al encuentro de los suyos en su andar abatido y sin perspectiva. Y el evangelio nos enseña a reconocerlo: Jesús no es un forastero en nuestro caminar, sino el crucificado que ha resucitado; y nos conoce, nos ama y nos busca. “El camino de Emaús se convierte así en símbolo de nuestro camino de fe —comentaba el Papa Francisco en una ocasión—: las Escrituras y la Eucaristía son los elementos indispensables para el encuentro con el Señor. (…) Recordadlo bien: leer cada día un pasaje del Evangelio, y los domingos ir a recibir la comunión, recibir a Jesús. Así sucedió con los discípulos de Emaús: acogieron la Palabra; compartieron la fracción del pan, y, de tristes y derrotados como se sentían, pasaron a estar alegres. Siempre, queridos hermanos y hermanas, la Palabra de Dios y la Eucaristía nos llenan de alegría”.

Sentimos cercano a Jesús cuando leemos la Escritura y frecuentamos la Eucaristía. Porque, como decía Benedicto XVI citando a san Jerónimo, “ignorar la Escritura es ignorar a Cristo. Por eso es importante que todo cristiano viva en contacto y diálogo personal con la Palabra de Dios, que se nos entrega en la Sagrada Escritura (…) Y el lugar privilegiado de la lectura y la escucha de la Palabra de Dios es la liturgia, en la que, celebrando la Palabra y haciendo presente en el sacramento el Cuerpo de Cristo, actualizamos la Palabra en nuestra vida y la hacemos presente entre nosotros”.

Fuente: opusdei.org

Higinio Marín: «Con la Agenda 2030 hay una intención de establecer un nuevo orden mundial»

Javier Lozano

Higinio Marín, filósofo y profesor universitario, analiza los peligros de la Agenda 2030

Tras la Agenda 2030 se esconde un intento de cambio civilizatorio, un nuevo orden mundial que cambie las convicciones de las personas, todo ello disfrazado de causas que en apariencia son positivas, como el cuidado de la naturaleza o la lucha contra la pobreza.

Sin embargo, el filósofo Higinio Marín, profesor de la Antropología Filosófica en la Universidad CEU Cardenal Herrera, explica en esta entrevista con Javier Lozano en la Revista Misión la verdadera naturaleza de una agenda promovida por las élites globalistas, pero que tiene un marcado carácter estatalista y relativista:

-¿Cuáles son las patas en la que se sustenta la Agenda 2030?

-Naciones Unidas y sus estados integrantes. Se suele pasar por alto que pertenece a una institución globalista, pero que implementa sus políticas mediante los estados. Esto da al conjunto de la Agenda 2030 un carácter marcadamente estatalista donde la familia es considerada un entorno de discriminación y desigualdad.

-¿Qué peligros esconde?

-Está más en lo implícito de lo que se dice que en lo explícito. Hay puntos que son acordes a la perspectiva cristiana. Pero en la Agenda 2030 la familia y la religión aparecen como aspectos conflictivos. Son presentados como agentes de discriminación. Luego hay cuestiones evidentemente inasumibles desde la doctrina católica como la llamada salud sexual y reproductiva. Asumir la Agenda 2030 con carácter general y luciendo su logo es prestarse a la confusión y al equívoco.

-¿Qué aspectos considera más graves?

-Se entienden los derechos sexuales como algo que el Estado debe garantizar y va contra los que piensen de manera discrepante, como los padres o las entidades religiosas. Se promueve el aborto y el uso masivo de anticonceptivos. Hay otro aspecto muy grave: la llamada igualdad de géneros. Asume la terminología de la ideología de género, con todos los caracteres de la corrección política contemporánea: laicista y estatalista.

-¿Se trata entonces de una nueva religión, con su simbolismo y sus “mandamientos”?

-Efectivamente, hay una aspiración de configurar una ética global, un “sentido común”  global. El sentido común es el campo que cada tradición ha ido perfilando de lo que tiene sentido decir o no decir, sentir o no sentir. En la Agenda 2030 hay una aspiración a un globalismo ético que conforme un nuevo momento civilizatorio.

-¿Cree que pretende también acabar con lo que queda de la civilización judeocristiana?

-Hay una intención de establecer un nuevo orden mundial que deje fuera a muchas instituciones, en particular a las que tienen un cuño cristiano. Y ese neutralismo globalista surge como una reacción hostil a la raigambre cristiana de nuestra tradición, que se ha puesto de manifiesto en casi todos los niveles de las instituciones globales. La religión y la familia les plantean problemas, no soluciones. Por ejemplo, tener hijos, la responsabilidad esponsal o la generosidad en el matrimonio no forman parte de este nuevo sentido común. Al igual que el hecho de que la educación pertenezca a los padres. Quien afirme hoy que los hijos pertenecen a los padres está al borde del delirio y pronto del delito.

Pedro Sánchez, defensor de la Agenda 2030

El presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, es un entusiasta promotor de la Agenda 2030.

-Estas élites globalistas siempre hablan de neutralidad y tolerancia…

-Pero es una neutralidad hostil contra los no neutrales. Se impone un modo de vivir que es el del Estado, que genera un relativismo que convierte la tolerancia en el valor moral por excelencia. A mí me parece que hay que ser intolerante con las cosas malas, pero ellos aplican esta intolerancia -contra los que piensan que la tolerancia no es el principal valor. Son liberticidas y generan relativismo. Creen que se puede y se debe elegir todo: se puede elegir tostadora, al mismo nivel que elegir el sexo. Yo no necesito poder elegir mi sexo para ser libre. Esto distorsiona la realidad humana porque elimina la dimensión personal de la libertad.

-¿Estamos adormecidos los católicos?

-No podemos tener un punto de vista domesticado. Necesitamos formarnos o, en su defecto, informarnos bien. Es urgente que aumentemos el nivel de formación e información para que podamos vivir una verdadera vida cristiana. Lo que ocurre es que de manera involuntaria nos mimetizamos en asuntos que son poco coherentes e incongruentes…

-Pero la Agenda 2030 está siendo acogida también en el seno de la Iglesia…

-Las instituciones cristianas que asumen la Agenda 2030 aducen que es para no quedarse fuera del foro público o no auto-marginarse. Quieren concurrir en términos de igualdad. Puede que lo hagan para que ese estatalismo y ese neutralismo generador de relativismo moral no les plantee problemas. Pero eso es, cuando menos, una necedad.

-¿Y esto por qué ocurre?

-Quizás porque no somos cor unum, un mismo corazón. Es parte de la dificultad de nuestro tiempo. Por eso uno tiene que discriminar incluso entre los propios: atenerse a una cierta opinión bien formada y saber discriminar qué fuentes de información y formación toma como fiables. No todas lo son.

-¿Hacia dónde cree que nos dirigimos?

-A lo que tenemos a la vista, pero intensificado en un plazo breve. Nuestras sociedades se están polarizando de una manera irreconducible. Hay dos versiones de Occidente cada vez más antagónicas que nos conducen a un umbral de ruptura. Estamos llegando al punto de que las distintas visiones del mundo tenemos tan poco en común que apenas podemos hablar lenguajes comunes. Cualquier intérprete de la cultura contemporánea ve ahí un problema de consistencia estructural y que potencialmente puede suponer la ruina.

-¿Ve algo de esperanza?

Si uno levanta un poco la mirada puede ver también que estamos viviendo una renovación. Hay un resurgimiento de familias cristianas, se puede ver en algunos lugares de Francia y de España. En todo lo demás podemos estar peor, pero ahí noto un reverdecer, una red con la que los sujetos son capaces de mantenerse en una vida de fe en un entorno contrario y hostil. Soy más optimista con respecto al cristianismo que con la cultura occidental.

-¿Quiere decir que esta fuerte hostilidad está también sacando a flote lo mejor de los cristianos?

-Es lo que está ocurriendo. La imagen de un matrimonio con tres o más hijos ofrece una visión alegre y amable de la vida. Ahí está el resurgir. El matrimonio cristiano de personas jóvenes que viven con generosidad es la forma contemporánea más directamente visible de la alegría de la vida cristiana. La alegría es el certificador social de que alguien posee un bien. Y esos padres que van por la calle con más hijos de los que el sentido común moderno dicta tienen un inmenso poder transformador.

-Por último, ¿qué otras cosas podemos hacer los cristianos para contribuir a la auténtica prosperidad?

-Tenemos que aprender a asociarnos, a crear círculos culturales y medios de comunicación con la idea de ofrecer información, visiones críticas, formación y espacios de socialización. Los cristianos españoles hemos dado poca importancia a la cultura y eso es un abandono de la tradición cristiana; es de una torpeza necia. Que los padres crean que la fe es un asunto de práctica y culto, que lo es, pero que no requiere formación e información hoy día es una gran irresponsabilidad.

Fuente: https://www.revistamision.com

4/21/23

La santidad canonizada. La vida en un proceso

Juan Pedro Rivero González

Presentación

Para proceder a la canonización de un fiel se efectúa un verdadero proceso judicial de los más rigurosos que existen en el mundo. Es un tema que la Iglesia se toma muy en serio, pues en él se pone en juego tanto la infalibilidad del Santo Padre, como la verdad de la vida litúrgica de los fieles que piden la intercesión de los santos.

Quisiera agradecer a los organizadores de las Jornadas de Historia que hayan asumido este extraordinario tema como objeto de la presente edición. En ocasiones leemos la historia olvidando la vida real. Lo que en la narrativa civil han introducido las series y novelas históricas, ofreciendo la posibilidad de establecer el rostro del tiempo en sus personajes generales, más allá de los reyes y nobles, obispos y jerarcas, en los que se realiza la vida ordinaria.

La techumbre de una catedral, las vidrieras y artesonados, las columnas que los sostienen y la decoración artística de sus paredes, no son nada, ni se sostendrían siquiera, sin la invisible labor de soporte de los cimientos de esa catedral. Ha habido grandes personajes que con sus decisiones han modificado el rumbo del acontecer, claro que sí. Pero la historia de los pueblos la elaboran los pueblos, con sus gentes sencillas que cultivaban, que rezaban, que festejaban, que generaban esa hermosa dinámica que denominamos cultura. Son esos otros protagonistas de la historia, tantas veces olvidados, sin los que las grandes enciclopedias no se sostendrían.

Lo mismo ocurre con la historia de la Iglesia y la santidad. La Iglesia es santa por Jesús, el Santo de los santos, y por la historia de hombres y mujeres que hicieron de la comunión con Dios su identidad personal y fuente de amor al prójimo. La Iglesia es la historia de la santidad de sus miembros.

Hay santidad canonizada, y de ella queremos hablar hoy a petición de  la organización, pero hay santidad más allá del Calendario Romano que incluye la lista de hombres y mujeres que han vivido la santidad de vida en el silencio de un monasterio, en la radicalidad de la misión ad gentes, en el trabajo diario alimentado por las virtudes del Evangelio, en la generación y educación de los hijos, en la amistad fiel y en la generosidad con los más pobres de los pobres. Y muchas veces de manera anónima, sin que la prensa los cite o sin que los mismos obispos lo sepan.

Cuando un fiel cristiano es canonizado, o sea, declarado santo por un proceso canónico, es decir, canónicamente declarado santo, se convierte de alguna manera en un paradigma de otros miles y miles de hombres y mujeres que han vivido como él y que han compartido la heroicidad de sus virtudes. Alegra saber de ese ejército de santos anónimos que hacen rebosar de gracia la nave de la Iglesia y han dado color y sabor a la vida social.

Por canonización se entiende el acto pontificio por el que el Santo Padre declara que un fiel ha alcanzado la santidad. El proceso de canonización es uno de los procesos especiales que están regidos por una norma específica. Por la canonización se autoriza al pueblo cristiano la veneración del nuevo santo de acuerdo con las normas litúrgicas. La canonización actualmente es un acto reservado exclusivamente a la autoridad pontificia. Pero –sin dejar de ser de competencia exclusiva del Pontífice– al acto de la canonización precede un verdadero proceso judicial de los más rigurosos que existen en el mundo. Baste decir que una causa de canonización se desarrolla generalmente durante decenios, y no es extraño encontrar causas que han durado siglos; para llegar a la canonización de un fiel se siguen varios procesos ante diversos tribunales –muchas veces en países distintos– e intervienen diversos organismos de la Santa Sede. Con el paso de los años, hasta llegar a la declaración de canonización, pueden haber intervenido decenas de jueces y oficiales especializados de la Santa Sede que examinan con detalle todos y cada uno de los pasos que se han dado.

El canon 1403 declara que el proceso que se sigue en las causas de canonización se rige por una ley especial:

Canon 1403 § 1: Las causas de canonización de los Siervos de Dios se rigen por una ley pontificia peculiar.

El procedimiento que se debe seguir en las causas de canonización fue inicialmente recogido en la Constitución Apostólica Divinus perfectionis Magister, de 25 de enero de 1983 (AAS 75 (1983) 349-355) y en las Normae servandae in inquisitionibus ab episcopis faciendis in causis sanctorum promulgadas por la Congregación para las Causas de los Santos el 7 de febrero de 1983 (AAS 75 (1983) 396-403). Estas normas modifican y actualizan lo relativo a las causas de canonización, normas que recogen a veces experiencias muy antiguas. Actualmente nos regimos por la Instrucción sobre el Procedimiento instructorio diocesano o Eparquial en las Causas de los santos, Sanctorum Mater, de 17 de mayo de 2007.

Veamos brevemente cómo es el proceso:

El proceso

Al canonizar a ciertos fieles, es decir, al proclamar solemnemente que esos fieles han practicado de manera heroica las virtudes y han vivido en la fidelidad a la gracia de Dios, la Iglesia reconoce el poder del Espíritu de santidad, que está en ella, y sostiene la esperanza de los fieles proponiendo a los santos  como modelos e intercesores. Juan Pablo II decía que «Los santos y las santas han sido siempre fuente y origen de renovación en las circunstancias más difíciles de la historia de la Iglesia».

Las etapas del proceso de Canonización son cuatro:

1.       Siervo de Dios

El Obispo diocesano y el Postulador de la Causa piden iniciar el proceso de canonización. Y presentan a la Santa Sede un informe sobre la vida y las virtudes de la persona. La Santa Sede, por medio de la Congregación para las Causas de los Santos, examina el informe y dicta el Decreto diciendo que nada impide iniciar la Causa (Decreto «Nihil obstat»). Este Decreto es la respuesta oficial de la Santa Sede a las autoridades diocesanas que han pedido iniciar el proceso canónico. Obtenido el Decreto de «Nihil obstat», el Obispo diocesano dicta el Decreto de Introducción de la Causa del ahora Siervo de Dios.

2.       Venerable

Esta parte del camino comprende cinco etapas:

a)       La primera etapa es el Proceso sobre la vida y las virtudes del Siervo de Dios. Un Tribunal, designado por el Obispo, recibe los testimonios de las personas que conocieron al Siervo de Dios. Ese Tribunal diocesano no da sentencia alguna; esta queda reservada a la Congregación para las causas de los santos.

b)       La segunda etapa es el Proceso de los escritos. Una comisión de censores, señalados también por el Obispo, analiza la ortodoxia de los escritos del Siervo de Dios.

c)       La tercera etapa se inicia terminados los dos procesos anteriores. El Relator de la Causa nombrado por la Congregación para las Causas de los Santos, elabora el documento denominado «Positio». En este documento se incluyen, además de los testimonios de los testigos, los principales aspectos de la vida, virtudes y escritos del Siervo de Dios.

d)       La cuarta etapa es la Discusión de la «Positio». Este documento, una vez impreso, es discutido por una Comisión de Teólogos consultores, nombrados por la Congregación para las Causas de los Santos. Después, en sesión solemne de Cardenales y Obispos, la Congregación para las Causas de los Santos, a su vez, discute el parecer de la Comisión de Teólogos.

e)       La quinta etapa es el Decreto del Santo Padre. Si la Congregación para las Causas de los Santos aprueba la «Positio», el Santo Padre dicta el Decreto de Heroicidad de Virtudes. El que era Siervo de Dios pasa a ser considerado Venerable.

3.       Beato o Bienaventurado

a)       La primera etapa es mostrar al «Venerable» a la comunidad como modelo de vida e intercesor ante Dios. Para que esto pueda ser, el Postulador de la Causa deber probar ante la Congregación para las Causas de los Santos:

-         La fama de santidad del Venerable. Para ello elabora una lista con las gracias y favores pedidos a Dios por los fieles por intermedio del Venerable.

-         La realización de un milagro atribuido a la intercesión del Venerable. El proceso de examinar este «presunto» milagro se lleva a cabo en la Diócesis donde ha sucedido el hecho y donde viven los testigos.

Generalmente, el Postulador de la Causa presenta hechos relacionados con la salud o la medicina. El Proceso de examinar el «presunto» milagro debe abarcar dos aspectos: a) la presencia de un hecho (la sanación) que los científicos (los médicos) deberán atestiguar como un hecho que va más allá de la ciencia, y b) la intercesión del Venerable Siervo de Dios en la realización de ese hecho que señalarán los testigos del caso.

b)       Durante la segunda etapa la Congregación para las Causas de los Santos examina el milagro presentado.

Dos médicos peritos, designados por la Congregación, examinan si las condiciones del caso merecían un estudio detallado. Su parecer es discutido por la Consulta médica de la Congregación para las Causas de los Santos (cinco médicos peritos).

El hecho extraordinario presentado por la Consulta médica es discutido por el Congreso de Teólogos de la Congregación para las Causas de los Santos. Ocho teólogos estudian el nexo entre el hecho señalado por la Consulta médica y la intercesión atribuida al Siervo de Dios.

Todos los antecedentes y los juicios de la Consulta Médica y del Congreso de Teólogos son estudiados y comunicados por un Cardenal (Cardenal «Ponente») a los demás integrantes de la Congregación, reunidos en Sesión. Luego, en Sesión solemne de los cardenales y obispos de la Congregación para las Causas de los Santos se da su veredicto final sobre el «milagro». Si el veredicto es positivo el Prefecto de la Congregación ordena la confección del Decreto correspondiente para ser sometido a la aprobación del Santo Padre.

c)       En la tercera etapa y con los antecedentes anteriores, el Santo Padre aprueba el Decreto de Beatificación.

d)       En la cuarta etapa el Santo Padre determina la fecha de la ceremonia litúrgica.

e)       La quinta etapa es la Ceremonia de Beatificación.

4.       Santo

a)       La primera etapa es la aprobación de un segundo milagro.

b)       Durante la segunda etapa la Congregación para las Causas de los Santos examina este segundo milagro presentado. Se requiere que este segundo hecho milagroso haya sucedido en una fecha posterior a la Beatificación. Para examinarlo la Congregación sigue los mismos pasos que para el primer milagro.

c)       En la tercera etapa el Santo Padre, con los antecedentes anteriores, aprueba el Decreto de Canonización.

d)       La  cuarta etapa es el Consistorio Ordinario Público, convocado por   el Santo Padre, donde informa a todos los Cardenales de la Iglesia y luego determina la fecha de la canonización.

e)       La última etapa es la Ceremonia de la Canonización.

En el año 2005, el Vaticano estableció nuevas normas para ceremonias de beatificación. En octubre del año 2005, la Congregación para las Causas de los Santos dio a conocer cuatro disposiciones nuevas para las ceremonias de beatificación entre las que destaca su celebración en la diócesis que haya promovido la causa del nuevo beato.

Las disposiciones son fruto del estudio de las razones teológicas y de las exigencias pastorales sobre los ritos de beatificación y canonización aprobadas por Benedicto XVI.

La primera norma indica que mientras el Papa presidirá los ritos de canonización, que atribuye al beato el culto por parte de toda la Iglesia, los de beatificación –considerados siempre un acto pontificio– serán celebrados por un representante del Santo Padre, normalmente por el Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos.

La segunda disposición establece que el rito de beatificación se celebrará en la diócesis que ha promovido la causa del nuevo beato o en otra localidad considerada idónea.

En tercer lugar se indica que por solicitud de los obispos o de los «actores» de la causa, considerando el parecer de la Secretaría de Estado, el mismo rito de beatificación podrá tener lugar en Roma.

Por último, según la cuarta disposición, el mismo rito se desarrollará en la Celebración Eucarística, a menos que algunas razones litúrgicas especiales sugieran que tenga lugar en el curso de la celebración de la Palabra y de la Liturgia de las Horas.

Pero miremos un poco a la historia con perspectiva eclesiológica:

La historia de un proceso

La Iglesia, Madre de los Santos, custodia desde siempre su memoria, presentando a los fieles esos ejemplos de santidad en la sequela Christi. A través de los siglos, los Romanos Pontífices han establecido normas adecuadas para facilitar que se alcance la verdad en esta materia tan importante para la Iglesia.

Desde sus orígenes, cuando la Iglesia toma la decisión de canonizar a un difunto, lo que en realidad hace, además de enaltecer obviamente la memoria del nuevo santo, es presentar al personaje canonizado como modelo del ideal humano y religioso que la misma Iglesia pretende proponer ante la sociedad, para que el proyecto original de Jesús y su Evangelio se realice en las condiciones actuales de vida que lleva consigo el mundo presente. Lo cual significa, que el grupo social que es la Iglesia se expresa de la manera más elocuente en el hecho de su santoral. Las preferencias de la Iglesia, al canonizar a una persona, cuya vida ya ha dado de sí todo lo que podía dar como ejemplaridad, expresan las opciones más profundas de la misma Iglesia.

Tal como se ha realizado la canonización de los santos en la Iglesia hasta nuestros días, resulta patente que, en la historia de las canonizaciones, nos encontramos ante un fenómeno, que es mucho más elocuente de lo que seguramente imaginamos. Elocuente, para conocer cuáles son las verdaderas intenciones y proyectos de la Iglesia y de sus pastores, en el gobierno de la Iglesia. Donde mejor se conoce la Iglesia, que se quiere, es en el modelo de santos que se canonizan. Como es igualmente cierto que el tipo de Iglesia, que no se quiere, donde mejor se expresa es en el modelo de santos que no se canonizan. Porque, a fin de cuentas, tanto los que suben a la gloria de los altares, como los que no, unos y otros, están donde están, porque los unos han pasado y los otros no han podido pasar el filtro de exámenes, juicios, controles, informes y documentos, analizados con lupa, interpretados y vueltos a interpretar, por expertos y jueces, teólogos, obispos y cardenales, que acaban con el dictamen final del Sumo Pontífice, «a quien únicamente compete el derecho de decretar» si el «siervo de Dios», en cuestión, merece o no merece ser propuesto como ejemplo y modelo para “la devoción y la imitación de los fieles.

Con todo esto queremos decir que la historia de las canonizaciones no  es un asunto que pueda interesar simplemente a la historia de la Iglesia. Ni que pueda afectar solamente a la espiritualidad, a la piedad o a la religiosidad de  los fieles. Todo eso es cierto, no cabe duda. Pero es un hecho mucho más profundo. Porque en realidad lo que en la historia de las canonizaciones se expresa, es una de las manifestaciones más claras y más fuertes de la eclesiología. Es decir, en los santos que la Iglesia canoniza o deja de canonizar, en ese hecho,  es donde seguramente se pone en evidencia con más fuerza el modelo de Iglesia que tenemos y, sobre todo, el modelo de Iglesia que se quiere proponer. Porque, cuando hablamos de los santos que se han canonizado o se han dejado de canonizar, no estamos hablando de teorías o de especulaciones teológicas, sino que nos estamos refiriendo a formas de vivir y de situarse en la sociedad. Formas de vida, que, en unos casos, se magnifican hasta glorificarlas y ponerlas como modelo. Y formas de vida, que, en otros casos, se marginan o simplemente se dejan caer en el olvido. He ahí la Iglesia que se quiere. Y también la Iglesia que se rechaza. En esto radica la importancia teológica más elocuente de las canonizaciones.

Como es lógico, la historia del fenómeno que acabo de describir de forma muy resumida, ha evolucionado notablemente a lo largo de los siglos. Pero también esta evolución es significativa en cuanto manifestación de una determinada eclesiología. En efecto, como es sabido, durante los primeros tiempos de la Iglesia, la decisión de venerar a un difunto tributándole culto público no dependía de ningún poder central de la institución eclesiástica, sino que provenía de los fieles. Es decir, era la comunidad creyente la que tomaba la decisión de venerar a los mártires. Cosa que se hacía casi espontáneamente. Más tarde, a partir del s. IV, cuando los cristianos dejaron de ser perseguidos, lógicamente disminuyó el culto a los mártires. Y empezaron a ser considerados como santos determinados personajes (monjes, ascetas, hombres de Dios y mujeres piadosas) que, en una determinada región, eran tenidos como tales por la población creyente. Este procedimiento popular duró casi todo el primer milenio. Así consta en el calendario romano del 354 y en el primer martirologio que se conoce, del año 431. Lo mismo que en la recopilación de santos que, antes del 735, hizo Beda el Venerable o el que, hacia el 875, recogió Usardo de San Germán.

Fue en el año 993, cuando por primera vez un santo fue canonizado por un papa. Ocurrió con la canonización de san Ulrico, obispo de Ausburgo, que fue declarado santo por el papa Juan XV. Sin embargo, aun después de esta primera canonización papal, se siguieron designando santos por el tradicional procedimiento popular o, en algunos casos, por el reconocimiento de un obispo. Este estado de cosas se prolongó hasta el año 1171, cuando el papa Alejandro II prohibió a los obispos la designación de santos «sin la autoridad de la Iglesia Romana». Pero la regulación del procedimiento exclusivamente papal, para las canonizaciones, es mucho más reciente. La normativa sobre este asunto fue dictada por el papa Urbano VIII, en 1634 (Decretalium, lib. III, tit. 45, c. 1. Friedberg II, 650). Cosa que no parece casual. Eran tiempos de Contrarreforma, magnificados culturalmente por los esplendores del Barroco.

No hay, pues, que esforzarse demasiado para comprender que, con el paso de los tiempos, a medida que el poder se fue concentrando y enalteciendo en el papado, en esa misma medida la Iglesia Romana se fue alejando progresivamente de la sencillez del Evangelio y se fue auto-comprendiendo como un poder político y mundano. Como es lógico, en tales condiciones se vio necesario delimitar y fijar cuidadosamente las condiciones y cualidades que era necesario exigir, para proclamar a un cristiano difunto como ejemplo y modelo de lo que es y de lo que quiere ser la Iglesia. Sin duda alguna, este criterio estuvo presente y operativo, de forma más o menos consciente, en el control que, desde entonces, el papado viene ejerciendo en la canonización de los santos.

Así las cosas, se puede comprender que, desde que el papado asumió poder político, además de su autoridad estrictamente evangélica y espiritual, esta extraña y única forma de entender y ejercer el poder en este mundo se haya hecho sentir fuertemente, entre otros aspectos, en las canonizaciones de los cristianos que Roma ha propuesto como ejemplo. Bastan algunos ejemplos para ver hasta qué punto esto ha ocurrido así. Por ejemplo, cuando el papa Eugenio III canonizó, en 1146, al emperador Eugenio II de Baviera, en realidad, fueran las que fuesen las virtudes de aquel emperador, lo que parece bastante claro es que Roma quiso proponer un modelo de gobernante político, piadoso y sumiso a la Santa Sede, que respondía a lo que el papa esperaba del poder imperial. Por la misma razón, la canonización de Eduardo el Confesor por Alejandro III, en 1161, proponía un modelo de rey conforme a las pretensiones de la corte de un papa autoritario, que hizo todo lo posible para afirmar la preeminencia del poder pontificio sobre el poder imperial. Y cuando este mismo papa canonizó, en 1173, a Tomás Becket, solo tres años después de su muerte, todo el mundo entendió en Inglaterra que el papado elevaba a la dignidad de los altares a un obispo rebelde a la autoridad del rey Enrique II.

Otro ejemplo elocuente: una de las consecuencias de las Cruzadas fue la creación de una variante decisiva del ideal de santidad. Los santos militares muy populares, de los primeros tiempos de la Iglesia, habían adquirido su condición de tales renunciando a la guerra terrenal. A partir de las guerras contra los «infieles sarracenos», el hecho mismo de ser militar equivalía a alcanzar la santidad. Este espíritu se advierte en un fresco que todavía se puede contemplar en la cripta de la catedral de Auxerre, donde el obispo, un protegido del papa Urbano II, que tomó parte en la Primera Cruzada, encargó una pintura del Fin del Mundo en la que el propio Cristo aparecía retratado como soldado a caballo. Una imagen imposible de imaginar en los primeros siglos de la Iglesia. Los intereses de la Iglesia habían modificado radicalmente la imagen de la santidad. Eran los tiempos en los que en España se ensalzaba la imagen de Santiago, vestido de militar y montado en un caballo, matando moros con un fervor inimaginable. El «santo» era el «Caballero de Cristo», incluso el conquistador de todos los enemigos, como lo pinta san Ignacio de Loyola en su libro de los Ejercicios Espirituales.

Pero el caso más claro de la respuesta del papado, mediante la exaltación a la gloria de los altares, ante los peligros que Roma veía como amenazas a su poder, fue la canonización de Gregorio VII. Este papa murió en 1085, pero fue canonizado en 1728, o sea seis siglos y medio después de su fallecimiento. Como se sabe, con la mejor intención del mundo, Gregorio VII es el prototipo de la autoridad absoluta del pontificado. Este papa fue el que dio un giro completamente nuevo al ejercicio de la potestad papal en la Iglesia. De forma que, desde entonces, «obedecer a Dios significa obedecer a la Iglesia, y esto, a su vez, significa obedecer al papa y viceversa» (Y. Congar). Pues bien, ni siquiera el papado se atrevió a canonizar este posicionamiento durante más de seis siglos. Hasta que, en el s. XVIII, se produjo la recuperación de la Reforma, con la fuerza que consiguió el «pietismo» de hombres como August H. Franke (1663-1727) y más tarde Nikolaus L. G. Von zizendorf (1700-1760). El deslizamiento de la «luz interior» a la «luz de la razón» fue inevitable. Y la consecuencia fue el terreno abonado para que surgieran las ideas de Lessing, Kant, Schiller, Fichte, Höldering. Las armas que tenía el papado para ofrecer resistencia ante la incipiente modernidad eran muy escasas. Y pronto se vio que una de tales armas era precisamente la exaltación del propio papado. En estas condiciones, uno de los remedios que se encontraron fue recuperar y exaltar la memoria de un papa al que ya pocos podían recordar, pero que urgía dar a conocer. Fue entonces cuando Benedicto XIII canonizó a Gregorio VII.

Estos ejemplos que ponemos no significan que haya habido solo un proceso de manipulación de las canonizaciones y que fueran solo los intereses los que ofrecieran motivos de dichas canonizaciones. Pero son aspectos históricos que debemos considerar dentro de este itinerario histórico para no caer en el buenismo desinformado o en la inocente actitud ciega ante la realidad. Pero  más allá de estos motivos espurios, los santos han sido y son motores de vida cristiana para la Iglesia.

En nuestro tiempo, el Sumo Pontífice Juan Pablo II promulgó el 25 de enero de 1983 la Constitución Apostólica Divinus perfectionis Magister, en la que, entre otras cosas, daba disposiciones sobre la tramitación de los procedimientos instructorios diocesanos o eparquiales realizados por los Obispos en vista de la beatificación y de la canonización de los Siervos de Dios.

En la misma Constitución Apostólica, el Sumo Pontífice concedió a la Congregación de las Causas de los Santos facultad para establecer unas normas peculiares acerca del desarrollo de dichos procedimientos que se refieren a la vida, las virtudes y la fama de santidad así como de gracias y favores (fama signorum); o tratan de la vida, el martirio y la fama de martirio y de gracias y favores de los Siervos de Dios; o tienen por objeto los supuestos milagros atribuidos a la intercesión de los Beatos y de los Siervos de Dios; o, finalmente, si el caso lo pide, investigan sobre el culto antiguo tributado a un Siervo de Dios.

El Pontífice abrogó también las disposiciones promulgadas por sus predecesores y las normas establecidas en los cánones del Código de Derecho Canónico de 1917 acerca de las causas de beatificación y canonización.

El 7 de febrero de 1983, el mismo Sumo Pontífice aprobó las Normae servandae in inquisitionibus ab Episcopis faciendis in Causis Sanctorum, que contienen la normativa peculiar que ha de observarse en los procedimientos instructorios diocesanos o eparquiales sobre las causas de beatificación y de canonización. Después de la promulgación de la Constitución Apostólica y de las Normae servandae, la Congregación, con la experiencia adquirida, publica la Instrucción Sanctorum Magister en 2007 para favorecer una colaboración más estrecha y eficaz entre la Santa Sede y los Obispos en las causas de los Santos.

Esta Instrucción tiene como finalidad aclarar las disposiciones de las leyes en vigor sobre las causas de los Santos, facilitar su aplicación e indicar la manera de llevar a cabo lo establecido en ellas, tanto en las causas recientes como en las antiguas. Por lo tanto, se dirige a los Obispos diocesanos, a los Eparcas, a quienes son equiparados a ellos por el derecho y a cuantos participan en la fase instructoria del procedimiento. Para tutelar de modo eficaz la seriedad del procedimiento instructorio diocesano o eparquial, la Instrucción expone los pasos sucesivos del mismo, determinados por las Normae servandae, subrayando de manera práctica y por orden cronológico el modo de su aplicación.

Se expone en primer lugar cómo se han de instruir los procedimientos diocesanos o eparquiales que tienen por objeto las virtudes heroicas o el martirio de los Siervos de Dios. Antes de aceptar la causa, el Obispo deberá hacer algunas averiguaciones previas, para comprobar si es o no conveniente instruirla. Tomada la decisión de admitir la causa, dará comienzo al procedimiento propiamente dicho, ordenando que se recojan las pruebas documentales de la causa. Si no aparecen obstáculos insuperables, se procederá al interrogatorio de los testigos y, finalmente, a clausurar el procedimiento instructorio y a enviar las actas a la Congregación, donde tendrá lugar la fase romana de la causa, o sea la fase de estudio y de juicio definitivo acerca de la misma.

Por lo que se refiere a los procedimientos acerca de supuestos milagros, la Instrucción pone en evidencia y aclara algunos aspectos de la aplicación de las normas que, en los últimos veinte años, han planteado a veces problemas prácticos.

La Congregación de las Causas de los Santos esperaba que la Instrucción constituyera una ayuda valiosa para los Obispos, con el fin de que el pueblo cristiano, siguiendo más de cerca el ejemplo de Cristo, Divinus perfectionis Magister, testimonie al mundo el Reino de los Cielos. La Constitución dogmática del Concilio Ecuménico Vaticano II Lumen Gentium enseña:

Teniendo en cuenta la vida de quienes siguieron fielmente a Cristo, encontramos un motivo más para sentirnos estimulados a buscar la ciudad futura y, a la vez, aprendemos un camino segurísimo, por el que, a través de la mudable realidad del mundo, podremos llegar a la perfecta unión con Cristo, es decir a la santidad, según el estado y la condición propia de cada uno.

Un inciso personal que ilumina

La incursión que hemos hecho en el estudio del Derecho Canónico nace de una necesidad. Nos propusieron actuar como colaborador externo en la Causa de Canonización de la Sierva de Dios Sor María de Jesús de León, una monja dominica de clausura del Monasterio de Santa Catalina de Siena en la ciudad de San Cristóbal de La Laguna, y sentíamos que la formación canónica era, entre otras, muy necesaria para responder adecuadamente a aquella solicitud. Por tanto, fue la santidad la que nos acercó al Derecho.

Por otra parte, en la actual coyuntura pastoral de la Iglesia, la santidad es la dimensión fundamental de la actual urgencia pastoral si queremos responder a la hora de Dios. Juan Pablo II nos propuso cruzar el umbral del tercer milenio con la mirada puesta en ella como aspecto fundamental de cualquier programación pastoral.

Por otra parte, considero que son cuantitativamente escasos los estudios al respecto, no solo en el ámbito canónico, sino en la reflexión teológica en general de este último decenio. De ahí que debemos cuidar mucho la relación entre Santidad y Derecho.

He dedicado algún tiempo a trabajar el tema de los «medios de santificación» por varios motivos. Los medios de santificación encierran un interés especial al que poder responder con la legislación canónica en la mano, especialmente en situaciones pastorales en las que, como es el caso de los divorciados en nueva unión, se les limita el acceso a la comunión eucarística proponiéndoseles la posibilidad de acceder a otros medios de santificación. Así concluía el Papa Juan Pablo II el nº 84 de Familiaris Consortio:

La Iglesia está firmemente convencida de que también quienes se han alejado del mandato del Señor y viven en tal situación pueden obtener de Dios la gracia de la conversión y de la salvación si perseveran en la oración, en la penitencia y en la caridad.

La imposibilidad de participar en la comunión eucarística no les expulsa de la Iglesia ni les impide seguir buscando la santidad de su vida cristiana, perseverando en los medios de santificación, las conocidas como obras de piedad –oración, ayuno y limosna–, como medios de acceder a la conversión y a la salvación. La santidad es, en la Iglesia, patrimonio de todos los bautizados. Todos, según su peculiar situación, hemos sido llamados a la santidad. La Constitución dogmática del Concilio Vaticano II, Lumen Gentium, en su número 42 lo afirma con toda claridad desarrollando explícitamente a qué medios nos referimos al hablar de «medios de santificación»:

(...) todo fiel debe escuchar de buena gana la palabra de Dios y poner por obra su voluntad con la ayuda de la gracia. Participar frecuentemente en los sacramentos, sobre todo en la Eucaristía, y en las funciones sagradas. Aplicarse asiduamente a la oración, a la abnegación de sí mismo, al solícito servicio de los hermanos y al ejercicio de todas las virtudes. Pues la caridad, como vínculo de perfección y plenitud de la ley (cf. Col 3, 14; Rm 3, 10), rige todos los medios de santificación, los informa y los conduce a su fin. De ahí que la caridad para con Dios y para con el prójimo sea el signo distintivo del verdadero discípulo de Cristo.

El mismo Papa Benedicto XVI lo indicaba en la Exhortación Apostólica Post-sinodal Sacramentum Caritatis con claridad meridiana:

El Sínodo de los Obispos ha confirmado la praxis de la Iglesia, fundada en la Sagrada Escritura (cf. Mc 10, 2-12), de no admitir a los sacramentos a los divorciados casados de nuevo, porque su estado y su condición de vida contradicen objetivamente esa unión de amor entre Cristo y la Iglesia que se significa y se actualiza en la Eucaristía. Sin embargo, los divorciados vueltos a casar, a pesar de su situación, siguen perteneciendo a la Iglesia, que los sigue con especial atención, con el deseo de que, dentro de lo posible, cultiven un estilo de vida cristiano mediante la participación en la santa Misa, aunque sin comulgar, la escucha de la Palabra de Dios, la Adoración eucarística, la oración, la participación en la vida comunitaria, el diálogo con un sacerdote de confianza o un director espiritual, la entrega a obras de caridad, de penitencia, y la tarea de educar a los hijos.

Terminamos dando gracias a quienes nos han permitido compartir estas ideas. Termino reconociendo que es en los santos donde se juega la verdadera identidad eclesial. Que serlo es la tarea, aunque no alcancemos la inmensa mayoría la gloria de los altares de culto. Pero la santidad de la puerta de enfrente, esa sí que la podemos alcanzar todos. Y desde ya…, con la misericordia del Señor.

Permítanme terminar con un poema de Marilina Rébora que nos ayude a desear…

Los santos...

Quisiera saber, madre, de san Marcos y el león;  de san Roque y su perro, san Francisco y las aves; san Huberto y el ciervo, san Jorge y el dragón; de san Pedro y el gallo, con sus signos y claves. De san Martín de Porres, que barriendo su alcoba a las graciosas lauchas se prodigaba tierno para que se durmieran tranquilas en la escoba, de sí mismo olvidándose, aterido en invierno. No me digas que no, ni te rías tampoco.

Háblame de los santos, di por qué se les reza; quisiera parecérmeles, conocerlos un poco, tener un corderito para mi compañía, llevar, lo mismo que ellos, un nimbo en la cabeza y estar en los altares contigo, madre, un día.

Fuente: dialnet.unirioja.es/