4/30/19

25 consejos del Papa a los jóvenes en ‘Christus Vivit’

Mensajes concretos a los jóvenes sobre algunos aspectos de ánimo y mejora
El Papa Francisco ha publicado en abril de 2019 la exhortación postsinodal Christus Vivit, un documento bastante extenso en el que detalla las conclusiones del Sínodo de los Jóvenes y del que hemos hablado ya en Arguments proponiendo 4 ideas importantes. Dentro de Christus Vivit, sin embargo, hay muchos contenidos de muy diversos tipos. Uno de ellos son los mensajes concretos a los jóvenes sobre algunos aspectos concretos de ánimo y mejora. Hemos querido recuperar esas partes del texto en un post y así nos ha salido estos 25 consejos del Papa Francisco a los jóvenes. Después de cada uno de los textos podéis encontrar la referencia al punto en la exhortación. Esperamos que los disfrutéis.

1. No tienes precio, eres muy valioso

Jóvenes amados por el Señor, ¡cuánto valen ustedes si han sido redimidos por la sangre preciosa de Cristo! Jóvenes queridos, ustedes «¡no tienen precio! ¡No son piezas de subasta! Por favor, no se dejen comprar, no se dejen seducir, no se dejen esclavizar por las colonizaciones ideológicas que nos meten ideas en la cabeza y al final nos volvemos esclavos, dependientes, fracasados en la vida. Ustedes no tienen precio: deben repetirlo siempre: no estoy en una subasta, no tengo precio. ¡Soy libre, soy libre! Enamórense de esta libertad, que es la que ofrece Jesús (122)

2. Nunca dudes que Dios te ama

Dios te ama. Nunca lo dudes, más allá de lo que te suceda en la vida. En cualquier circunstancia, eres infinitamente amado (112)

3. Cómete el mundo

Un joven no puede estar desanimado, lo suyo es soñar cosas grandes, buscar horizontes amplios, atreverse a más, querer comerse el mundo, ser capaz de aceptar propuestas desafiantes y desear aportar lo mejor de sí para construir algo mejor. Por eso insisto a los jóvenes que no se dejen robar la esperanza, y a cada uno le repito: «que nadie menosprecie tu juventud» (15)

4. No renuncies a lo mejor de tu juventud

Jóvenes, no renuncien a lo mejor de su juventud, no observen la vida desde un balcón. No confundan la felicidad con un diván ni vivan toda su vida detrás de una pantalla. (143)

5. Sal de ti mismo

A veces toda la energía, los sueños y el entusiasmo de la juventud se debilitan por la tentación de encerrarnos en nosotros mismos, en nuestros problemas, sentimientos heridos, lamentos y comodidades. No dejes que eso te ocurra, porque te volverás viejo por dentro, y antes de tiempo. (166)

6. Conquista tus sueños

Hay que perseverar en el camino de los sueños. Para ello hay que estar atentos a una tentación que suele jugarnos una mala pasada: la ansiedad. Puede ser una gran enemiga cuando nos lleva a bajar los brazos porque descubrimos que los resultados no son instantáneos. Los sueños más bellos se conquistan con esperanza, paciencia y empeño, renunciando a las prisas. (142)

7. Sé protagonista del cambio

Por favor, no dejen que otros sean los protagonistas del cambio. Ustedes son los que tienen el futuro. Por ustedes entra el futuro en el mundo. A ustedes les pido que también sean protagonistas de este cambio. Sigan superando la apatía y ofreciendo una respuesta cristiana a las inquietudes sociales y políticas que se van planteando en diversas partes del mundo. (174)

8. Busca la santidad como eres

Tú tienes que descubrir quién eres y desarrollar tu forma propia de ser santo, más allá de lo que digan y opinen los demás. Llegar a ser santo es llegar a ser más plenamente tú mismo, a ser ese que Dios quiso soñar y crear, no una fotocopia. (162)

9. Arriesga aunque te equivoques

Arriesguen, aunque se equivoquen. No sobrevivan con el alma anestesiada ni miren el mundo como si fueran turistas. ¡Hagan lío! Echen fuera los miedos que los paralizan, para que no se conviertan en jóvenes momificados. ¡Vivan! ¡Entréguense a lo mejor de la vida! ¡Abran la puerta de la jaula y salgan a volar! Por favor, no se jubilen antes de tiempo. (143)

10. No te rindas

Cuando todo parece paralizado y estancado, cuando los problemas personales nos inquietan, los malestares sociales no encuentran las debidas respuestas, no es bueno darse por vencido. El camino es Jesús (141)

11. Si fallas, levántate

Y si pecas y te alejas, Él vuelve a levantarte con el poder de su Cruz. Nunca olvides que «Él perdona setenta veces siete. Nos vuelve a cargar sobre sus hombros una y otra vez. (119)

12. Que no te roben la esperanza y la alegría

No dejes que te roben la esperanza y la alegría, que te narcoticen para utilizarte como esclavo de sus intereses. Atrévete a ser más, porque tu ser importa más que cualquier cosa. No te sirve tener o aparecer. Puedes llegar a ser lo que Dios, tu Creador, sabe que eres, si reconoces que estás llamado a mucho. (107)

13. Que no te roben el amor

No dejen que les roben el amor en serio. No dejen que los engañen esos que les proponen una vida de desenfreno individualista que finalmente lleva al aislamiento y a la peor soledad. (263)

14. Disfruta

El verdadero Dios, el que te ama, te quiere feliz. Por eso en la Biblia encontramos también este consejo dirigido a los jóvenes: «Disfruta, joven, en tu juventud, pásalo bien en tus años jóvenes […]. Aparta el mal humor de tu pecho” (145)

15. Cultiva la amistad con Jesús

No prives a tu juventud de esta amistad. Podrás sentirlo a tu lado no sólo cuando ores. Reconocerás que camina contigo en todo momento. Intenta descubrirlo y vivirás la bella experiencia de saberte siempre acompañado. Es lo que vivieron los discípulos de Emaús cuando, mientras caminaban y conversaban desorientados, Jesús se hizo presente y «caminaba con ellos» (156)

16. Que te preocupe tanto perder la conexión con Jesús como la conexión a Internet

Así como te preocupa no perder la conexión a Internet, cuida que esté activa tu conexión con el Señor, y eso significa no cortar el diálogo, escucharlo, contarle tus cosas, y cuando no sepas con claridad qué tendrías que hacer, preguntarle: «Jesús, ¿qué harías tú en mi lugar?» (158)

17. Busca espacios de silencio

Más bien busca esos espacios de calma y de silencio que te permitan reflexionar, orar, mirar mejor el mundo que te rodea, y entonces sí, con Jesús, podrás reconocer cuál es tu vocación en esta tierra. (277)

18. Escucha a las personas mayores

Por eso es bueno dejar que los ancianos hagan largas narraciones, que a veces parecen mitológicas, fantasiosas −son sueños de viejos−, pero muchas veces están llenas de rica experiencia, de símbolos elocuentes, de mensajes ocultos. Esas narraciones requieren tiempo, que nos dispongamos gratuitamente a escuchar y a interpretar con paciencia, porque no entran en un mensaje de las redes sociales. Tenemos que aceptar que toda la sabiduría que necesitamos para la vida no puede encerrarse en los límites que imponen los actuales recursos de comunicación. (195)

19. Aprende a llorar

¿Yo aprendí a llorar? ¿Yo aprendí a llorar cuando veo un niño con hambre, un niño drogado en la calle, un niño que no tiene casa, un niño abandonado, un niño abusado, un niño usado por una sociedad como esclavo? ¿O mi llanto es el llanto caprichoso de aquel que llora porque le gustaría tener algo más? Intenta aprender a llorar por los jóvenes que están peor que tú. La misericordia y la compasión también se expresan llorando. Si no te sale, ruega al Señor que te conceda derramar lágrimas por el sufrimiento de otros. Cuando sepas llorar, entonces sí serás capaz de hacer algo de corazón por los demás. (76)

20. Participa en iniciativas de ayuda a los demás

Otros jóvenes participan en programas sociales orientados a la construcción de casas para los que no tienen techo, o al saneamiento de lugares contaminados, o a la recolección de ayudas para los más necesitados. Sería bueno que esa energía comunitaria se aplicara no sólo a acciones esporádicas sino de una manera estable, con objetivos claros y una buena organización que ayude a realizar una tarea más continuada y eficiente. Los universitarios pueden unirse de manera interdisciplinar para aplicar su saber a la resolución de problemas sociales, y en esta tarea pueden trabajar codo a codo con jóvenes de otras Iglesias o de otras religiones. (172)

21. No te encierres en grupos pequeños

Es verdad que a veces, frente a un mundo tan lleno de violencia y egoísmo, los jóvenes pueden correr el riesgo de encerrarse en pequeños grupos, y así privarse de los desafíos de la vida en sociedad, de un mundo amplio, desafiante y necesitado. Sienten que viven el amor fraterno, pero quizás su grupo se convirtió en una mera prolongación de su yo. (168)
Propongo a los jóvenes ir más allá de los grupos de amigos y construir la «amistad social, buscar el bien común. (169)

22. Da testimonio del Evangelio con tu vida

Enamorados de Cristo, los jóvenes están llamados a dar testimonio del Evangelio en todas partes, con su propia vida. (175)
Jóvenes, no dejen que el mundo los arrastre a compartir sólo las cosas malas o superficiales. Ustedes sean capaces de ir contracorriente y sepan compartir a Jesús, comuniquen la fe que Él les regaló. (176)

23. Tú eres el mejor evangelizador para otros jóvenes

El primer anuncio puede despertar una honda experiencia de fe en medio de un “retiro de impacto”, en una conversación en un bar, en un recreo de la facultad, o por cualquiera de los insondables caminos de Dios. Pero lo más importante es que cada joven se atreva a sembrar el primer anuncio en esa tierra fértil que es el corazón de otro joven.

24. Plantéate la posibilidad de una entrega al celibato

En el discernimiento de una vocación no hay que descartar la posibilidad de consagrarse a Dios en el sacerdocio, en la vida religiosa o en otras formas de consagración. ¿Por qué excluirlo? Ten la certeza de que, si reconoces un llamado de Dios y lo sigues, eso será lo que te hará pleno. (276)

25. Si ves un sacerdote que se equivoca, ¡ayúdale!

Cuando vean un sacerdote en riesgo, porque ha perdido el gozo de su ministerio, porque busca compensaciones afectivas o está equivocando el rumbo, atrévanse a recordarle su compromiso con Dios y con su pueblo, anúncienle ustedes el Evangelio y aliéntenlo a mantenerse en la buena senda. (94)
Fuente: arguments.es.

“Protagonista de nuestras vidas”


El Papa en Santa Marta


Acabamos de leer en el Evangelio (Jn 3,7-15): «Jesús dijo a Nicodemo: tenéis que nacer de nuevo». Entonces «Nicodemo le preguntó: ¿Cómo puede suceder eso?». Una pregunta que también nosotros nos hacemos. Jesús habla de “renacer de lo alto” y ahí está el vínculo entre la Pascua y el renacer. Solo podemos renacer de ese poco que somos, de nuestra existencia pecadora, con la ayuda de la misma fuerza que hizo resucitar al Señor: con la fuerza de Dios y, por eso, el Señor nos envió al Espíritu Santo. ¡Solos no podemos!
El mensaje de la Resurrección del Señor es el don del Espíritu Santo y, de hecho, en la primera aparición de Jesús a los apóstoles, el mismo domingo de la Resurrección, les dice: «Recibid el Espíritu Santo». ¡Esa es la fuerza! No podemos nada sin el Espíritu, pues la vida cristiana no es solo comportarse bien, hacer esto, no hacer aquello. Podemos hacer eso, hasta podemos escribir nuestra vida con “caligrafía inglesa”, pero la vida cristiana renace del Espíritu y, por tanto, hay que dejarle sitio.
Es el Espíritu quien nos hace resurgir de nuestras limitaciones, de nuestras “muertes”, porque tenemos tantas, tantas necrosis en nuestra vida, en el alma. El mensaje de la resurrección es el de Jesús a Nicodemo: hay que renacer. ¿Y cómo se deja sitio al Espíritu? Una vida cristiana, que se dice cristiana, pero que no deja espacio al Espíritu ni se deja llevar por el Espíritu es una vida pagana, disfrazada de cristiana. El Espíritu es el protagonista de la vida cristiana, el Espíritu –el Espíritu Santo– que está con nosotros, nos acompaña, nos transforma, vence con nosotros.
Continúa el Evangelio: «Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre», es decir, Jesús. Él ha bajado del cielo. Y Él, en el momento de la resurrección, nos dice: «Recibid el Espíritu Santo», será el compañero de la vida cristiana. Por tanto, no puede haber una vida cristiana sin el Espíritu Santo, que es el compañero de cada día, don del Padre, don de Jesús.
Pidamos al Señor que nos dé esa conciencia de que no se puede ser cristiano sin caminar con el Espíritu Santo, sin actuar con el Espíritu Santo, sin dejar que el Espíritu Santo sea el protagonista de nuestra vida. Así pues, hay que preguntarse qué lugar ocupa en nuestra vida, porque –repito– no puedes caminar por una vida cristiana sin el Espíritu Santo. Hay que pedir al Señor la gracia de entender este mensaje: ¡nuestro compañero de camino es el Espíritu Santo!


4/29/19

Agradece a todos los que le enviaron sus saludos de Pascua

El Papa ayer en el Regina Caeli


Queridos hermanos y hermanas,
Ayer, en La Rioja, Argentina, el Obispo Enrique Angel Angelelli, Carlos de Dios Murias, Franciscano conventual, Gabriel Longueville, sacerdote fidei donum, y Wenceslao Pedernera, catequista, padre de familia, fueron proclamados beatos. Estos mártires de la fe fueron perseguidos por la justicia y la caridad evangélica. Que su ejemplo y su intercesión apoyen especialmente a quienes trabajan por una sociedad más justa y más inclusiva. Uno de ellos era francés, fue a la Argentina como misionero. Los otros tres, argentinos. ¡Aplaudamos a todos los nuevos beatos!
Los invito a unirse a mi oración por los refugiados que se encuentran en centros de detención en Libia, cuya situación, que ya es muy grave, se vuelve aún más peligrosa debido al conflicto en curso. Solicito la evacuación urgente de mujeres, niños y enfermos lo antes posible a través de los corredores humanitarios.
Y oremos por aquellos que perdieron la vida o sufrieron graves daños a causa de las recientes inundaciones en Sudáfrica. Que nuestra solidaridad y el apoyo concreto de la comunidad internacional no le falle a nuestros hermanos.
Los saludo a todos, fieles romanos y peregrinos de Italia y tantos países, especialmente los fieles de Tlalnepantla (México), los jóvenes de Valencia, los estudiantes de Tricase, los adolescentes de Arcore y los de Carugo; Los fieles de Modugno y Génova. Un saludo especial a la peregrinación diocesana de las familias de la Arquidiócesis de Trani-Barletta-Bisceglie, así como a los devotos de la Divina Misericordia reunidos hoy en la iglesia de Santo Spirito en Sassia.
A mis hermanos y hermanas de las Iglesias orientales que hoy celebran la Pascua santa según el calendario juliano, extiendo mis cordiales deseos. ¡Que el Señor resucitado les dé gozo y paz! Y un aplauso también para todos los católicos orientales y ortodoxos, para decirles: “¡Feliz Pascua!”
Finalmente, agradezco a todos los que en este período me enviaron un saludo para la Pascua. Los devuelvo incondicionalmente invocando lo mejor para cada familia.
Buen domingo a todos ! Y, por favor, no os olvidéis orar por mí. Buen almuerzo y adiós.

Ruega por la unidad de la Iglesia a Santa Catalina de Siena

El Papa en Santa Marta

Al principio de la Santa Misa, celebrada hoy 29 de abril de 2019, en la capilla de Santa Marta, el Papa Francisco ha pedido la intercesión de Santa Catalina de Siena “para que ayude a la unidad de la Iglesia, para que ayude a Italia en este momento difícil y para que ayude a la unidad de Europa”, según indica Vatican News.
En el día de la fiesta de Santa Catalina de Siena, el santo Padre ha recordado que esta Doctora de la Iglesia “oraba bastante” y trabajó por la unidad de la Iglesia.  Además, la santa es patrona de Italia y de Europa. Por todo ello, el Pontífice ha recurrido a su mediación para pedir por la Iglesia, el país italiano y el viejo continente.

4/28/19

“La Palabra infunde el calor del Señor en el corazón”

Audiencia del Papa a la Federación Bíblica

Eminencias, queridos hermanos en el episcopado, hermanos y hermanas:
Con las palabras del apóstol Pablo, doy la bienvenida, a quienes están “en Roma, amados por Dios”, deseándoos “gracia y paz” (Rom 1: 7). Doy las gracias al cardenal Tagle por el saludo que me ha dirigido en nombre vuestro. Os habéis reunido con motivo del quincuagésimo aniversario de la Federación Bíblica Católica. Este jubileo os dará la oportunidad de hacer balance de vuestro servicio eclesial y de confirmaros mutuamente en el compromiso de difundir la Palabra de Dios.
Vuestra reflexión se ha desarrollado en torno a dos palabras: Biblia y vida. Yo también quisiera deciros algo sobre este binomio inseparable. “La palabra de Dios es viva” (Heb 4:12): no muere ni envejece, permanece para siempre (ver 1 Ped. 1:25). Permanece joven en presencia de todo lo que pasa (ver Mt 24:35) y defiende a quienes la ponen en práctica del envejecimiento interior. Es viva y da vida. Es importante recordar que el Espíritu Santo, el Dador de vida, ama obrar a través de las Escrituras. La Palabra lleva el aliento de Dios al mundo, infunde el calor del Señor en el corazón. Todas las contribuciones académicas, los volúmenes que se publican están y no pueden sino estar al servicio de ello. Son como la leña que, cuidadosamente recogida y ensamblada, se usa para calentar. Pero así como la leña no produce calor por sí misma, tampoco lo producen los mejores estudios; sirve el fuego, se necesita el Espíritu para que la Biblia arda en el corazón y se convierta en vida. Entonces la buena leña puede ser útil para alimentar este fuego. Pero la Biblia no es una hermosa colección de libros sagrados que estudiar, es Palabra de vida que sembrar, un don que el Resucitado  nos pide que recibamos y distribuyamos para que haya vida en su nombre (ver Jn 20, 31).
En la Iglesia, la Palabra es una inyección insustituible de vida. Por eso las homilías son fundamentales. La predicación no es un ejercicio de retórica y tampoco  un conjunto de sabias nociones humanas:  así solo sería leña. Es, en cambio, un compartir del Espíritu (ver 1 Corintios 2: 4) de la Palabra divina que  ha tocado el corazón del predicador, que comunica ese calor, esa unción. Tantas palabras acuden diariamente a nuestros oídos, transmiten información y dan múltiples inputs; muchos, tal vez demasiados, hasta el punto de superar a menudo nuestra capacidad de recibirlas. Pero no podemos renunciar a la Palabra de Jesús, la única Palabra de vida eterna (ver Jn 6:68), que necesitamos todos los días. Sería hermoso que floreciera ” una nueva etapa de mayor amor a la Sagrada Escritura por parte de todos los miembros del Pueblo de Dios, de manera que… se profundice la relación con la persona misma de Jesús» (Exhortación Apostólica Verbum Domini, 72) . Sería bueno que la Palabra de Dios se convirtiera en “el corazón de toda actividad eclesial” (Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, 174); corazón que late, que vitaliza las extremidades del cuerpo. Es deseo del Espíritu  plasmarnos como Iglesia  en “formato -Palabra”: una Iglesia que no habla de sí misma o por sí misma, sino que lleva en su corazón y en sus labios al Señor, que diariamente  recurre a su Palabra. En cambio, la tentación es siempre la de anunciarnos  y de hablar sobre nuestras dinámicas, pero así la vida no se transmite al mundo.
La Palabra da vida a cada creyente  enseñando a renunciar a uno mismo para anunciar al Señor. En este sentido, actúa como una espada afilada que, entrando en profundidad, discierne los pensamientos y los sentimientos, revela la verdad, hiere para sanear (vea Heb. 4, 12; Job 5.18). La Palabra conduce a  vivir de forma pascual: como semilla que muriendo da vida, como uva que da vino a través de la prensa, como aceitunas que dan aceite después de pasar por el molino. Así, causando dones radicales de  vida, la Palabra vivifica. No deja tranquilo, interpela. Una Iglesia que vive a la escucha de la Palabra nunca se contenta de las propias seguridades. Es dócil a la impredecible novedad del espíritu. Nunca se cansa de anunciar, no cede a la desilusión, no se rinde en promover la comunión en todos los niveles, porque la Palabra llama a la unidad e invita a cada uno a escuchar al otro, superando sus particularismos.
La Iglesia que se alimenta de la Palabra, por lo tanto, vive para anunciarla Palabra. No habla de sí, sino que baja a los caminos del mundo: no porque le gusten o sean fáciles, sino porque son los lugares del anuncio. Una Iglesia fiel a la Palabra no escatima en proclamar el kerygma y no espera ser apreciada. La Palabra divina, que proviene del Padre y se derrama en el mundo, la empuja hasta los confines de la tierra. La Biblia es su mejor vacuna contra el cierre y la autoconservación. Es Palabra de Dios, no nuestra, y nos aleja de estar en el centro, guardándonos de la autosuficiencia y del triunfalismo, y nos llama constantemente a salir de nosotros mismos. La Palabra de Dios posee una fuerza centrífuga, no centrípeta: no lleva al repliegue interior, sino que empuja hacia el exterior, hacia aquellos  a los que aún no ha llegado. No asegura tibios consuelos, porque es fuego y viento: es el Espíritu el que incendia el corazón y desplaza los horizontes, dilatándolos con su creatividad.
Biblia y vida: comprometámonos a abrazar estas dos palabras, para que una nunca pueda estar sin la otra. Quisiera concluir como empecé, con una frase del apóstol Pablo, que hacia el  final de una carta escribe: “Finalmente, hermanos, orad”. Como él, yo también os pido que oréis. Pero San Pablo especifica la razón de la oración: “para que corra la palabra del Señor” (2 Tes. 3: 3). Recemos y actuemos para que la Biblia no se quede en la biblioteca entre los muchos libros que hablan de ella, sino que corra por las calles del mundo y ponga su tienda donde vive la gente. Os deseo que seáis buenos portadores de la Palabra, con el mismo entusiasmo que leemos en estos días en los relatos de Pascua, donde todos corren: las mujeres, Pedro, Juan, los dos de Emaús… Corren para encontrar y anunciar la Palabra viva.  Os lo deseo de todo corazón y os agradezco todo lo que hacéis.

4/27/19

“La Palabra infunde el calor del Señor en el corazón”

Discurso del Papa al Congreso Bíblico Internacional 


Eminencias, queridos hermanos en el episcopado, hermanos y hermanas,
Con las palabras del apóstol Pablo, doy la bienvenida, a quienes están “en Roma, amados por Dios”, deseándoos “gracia y paz” (Rom 1: 7). Doy las gracias al cardenal Tagle por el saludo que me ha dirigido en nombre vuestro. Os habéis reunido con motivo del quincuagésimo aniversario de la Federación Bíblica Católica. Este jubileo os dará la oportunidad de hacer balance de vuestro servicio eclesial y de confirmaros mutuamente en el compromiso de difundir la Palabra de Dios.
Vuestra reflexión se ha desarrollado en torno a dos palabras: Biblia y vida. Yo también quisiera deciros algo sobre este binomio inseparable. “La palabra de Dios es viva” (Heb 4:12): no muere ni envejece, permanece para siempre (ver 1 Ped. 1:25). Permanece joven en presencia de todo lo que pasa (ver Mt 24:35) y defiende a quienes la ponen en práctica del envejecimiento interior. Es viva y da vida. Es importante recordar que el Espíritu Santo, el Dador de vida, ama obrar a través de las Escrituras. La Palabra lleva el aliento de Dios al mundo, infunde el calor del Señor en el corazón. Todas las contribuciones académicas, los volúmenes que se publican están y no pueden sino estar al servicio de ello. Son como la leña que, cuidadosamente recogida y ensamblada, se usa para calentar. Pero así como la leña no produce calor por sí misma, tampoco lo producen los mejores estudios; sirve el fuego, se necesita el Espíritu para que la Biblia arda en el corazón y se convierta en vida. Entonces la buena leña puede ser útil para alimentar este fuego. Pero la Biblia no es una hermosa colección de libros sagrados que estudiar, es Palabra de vida que sembrar, un don que el Resucitado  nos pide que recibamos y distribuyamos para que haya vida en su nombre (ver Jn 20, 31).
En la Iglesia, la Palabra es una inyección insustituible de vida. Por eso las homilías son fundamentales. La predicación no es un ejercicio de retórica y tampoco  un conjunto de sabias nociones humanas:  así solo sería leña. Es, en cambio, un compartir del Espíritu (ver 1 Corintios 2: 4) de la Palabra divina que  ha tocado el corazón del predicador, que comunica ese calor, esa unción. Tantas palabras acuden diariamente a nuestros oídos, transmiten información y dan múltiples inputs; muchos, tal vez demasiados, hasta el punto de superar a menudo nuestra capacidad de recibirlas. Pero no podemos renunciar a la Palabra de Jesús, la única Palabra de vida eterna (ver Jn 6:68), que necesitamos todos los días. Sería hermoso que floreciera ” una nueva etapa de mayor amor a la Sagrada Escritura por parte de todos los miembros del Pueblo de Dios, de manera que… se profundice la relación con la persona misma de Jesús» (Exhortación Apostólica Verbum Domini, 72) . Sería bueno que la Palabra de Dios se convirtiera en “el corazón de toda actividad eclesial” (Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, 174); corazón que late, que vitaliza las extremidades del cuerpo. Es deseo del Espíritu  plasmarnos como Iglesia  en “formato -Palabra”: una Iglesia que no habla de sí misma o por sí misma, sino que lleva en su corazón y en sus labios al Señor, que diariamente  recurre a su Palabra. En cambio, la tentación es siempre la de anunciarnos  y de hablar sobre nuestras dinámicas, pero así la vida no se transmite al mundo.
La Palabra da vida a cada creyente  enseñando a renunciar a uno mismo para anunciar al Señor. En este sentido, actúa como una espada afilada que, entrando en profundidad, discierne los pensamientos y los sentimientos, revela la verdad, hiere para sanear (vea Heb. 4, 12; Job 5.18). La Palabra conduce a  vivir de forma pascual: como semilla que muriendo da vida, como uva que da vino a través de la prensa, como aceitunas que dan aceite después de pasar por el molino. Así, causando dones radicales de  vida, la Palabra vivifica. No deja tranquilo, interpela. Una Iglesia que vive a la escucha de la Palabra nunca se contenta de las propias seguridades. Es dócil a la impredecible novedad del espíritu. Nunca se cansa de anunciar, no cede a la desilusión, no se rinde en promover la comunión en todos los niveles, porque la Palabra llama a la unidad e invita a cada uno a escuchar al otro, superando sus particularismos.
La Iglesia que se alimenta de la Palabra, por lo tanto, vive para anunciarla Palabra. No habla de sí, sino que baja a los caminos del mundo: no porque le gusten o sean fáciles, sino porque son los lugares del anuncio. Una Iglesia fiel a la Palabra no escatima en proclamar el kerygma y no espera ser apreciada. La Palabra divina, que proviene del Padre y se derrama en el mundo, la empuja hasta los confines de la tierra. La Biblia es su mejor vacuna contra el cierre y la autoconservación. Es Palabra de Dios, no nuestra, y nos aleja de estar en el centro, guardándonos de la autosuficiencia y del triunfalismo, y nos llama constantemente a salir de nosotros mismos. La Palabra de Dios posee una fuerza centrífuga, no centrípeta: no lleva al repliegue interior, sino que empuja hacia el exterior, hacia aquellos  a los que aún no ha llegado. No asegura tibios consuelos, porque es fuego y viento: es el Espíritu el que incendia el corazón y desplaza los horizontes, dilatándolos con su creatividad.
Biblia y vida: comprometámonos a abrazar estas dos palabras, para que una nunca pueda estar sin la otra. Quisiera concluir como empecé, con una frase del apóstol Pablo, que hacia el  final de una carta escribe: “Finalmente, hermanos, orad”. Como él, yo también os pido que oréis. Pero San Pablo especifica la razón de la oración: “para que corra la palabra del Señor” (2 Tes. 3: 3). Recemos y actuemos para que la Biblia no se quede en la biblioteca entre los muchos libros que hablan de ella, sino que corra por las calles del mundo y ponga su tienda donde vive la gente. Os deseo que seáis buenos portadores de la Palabra, con el mismo entusiasmo que leemos en estos días en los relatos de Pascua, donde todos corren: las mujeres, Pedro, Juan, los dos de Emaús… Corren para encontrar y anunciar la Palabra viva.  Os lo deseo de todo corazón y os agradezco todo lo que hacéis.

4/26/19

Dios, Cristo y la Iglesia


Como ha informado ‘Vatican News’, se ha hecho público un artículo del papa emérito, Benedicto XVI, con sus reflexiones sobre el tema de “la Iglesia y los abusos sexuales”
Después de interpretar el contexto sociológico de lo que ocurrió a partir de los años 60 del pasado siglo −sobre todo en relación con la moralidad− y sus implicaciones para la Iglesia y la formación de los sacerdotes, ofrece tres conclusiones que coinciden con los tres temas principales de su libro de 1968, Introducción al cristianismo: Dios, Cristo y la Iglesia.

Dios

1. Dios, en primer lugar. La fe cristiana nos da la certeza de que la vida humana solo puede tener un sentido pleno si Dios existe. “Un mundo sin Dios solo puede ser un mundo sin significado. Si no, ¿de dónde viene todo? En todo caso, no tendría ninguna razón espiritual. Solo está ahí, y no tiene ningún sentido”. En efecto, de otra manera falta el fundamento último del bien y del mal: “No hay normas de bien o mal, solo la ley del más fuerte. El poder es el único principio. La verdad no cuenta, ni existe. Por eso, solo cuando las cosas tienen una razón espiritual, se desean y se piensan, solo cuando hay un Dios creador, que es bueno y quiere el bien, la vida humana también puede tener sentido”.
Ahora bien, ¿cómo saber que Dios existe, que es creador, y que por tanto es la medida de todas las cosas? Si Dios no hubiera hablado, si no se hubiera expresado y comunicado con nosotros, todo podría ser una conjetura, y por tanto no podría determinar la forma de nuestras vidas.
Pero Dios se ha revelado a partir de la historia de Abraham no solo como un ser que es conocimiento, sino que también crea y es amor. Por eso cuando en una sociedad como en nuestra sociedad occidental Dios “muere” −se decreta su ausencia en el ámbito público−, entonces desaparece la brújula que nos orienta para distinguir el bien del mal, y entonces peligra la humanidad. Por eso, propone Benedicto XVI, “tenemos que aprender una vez más a reconocer a Dios como la base de nuestra vida (...). No dejándolo atrás en segundo plano, sino reconociéndolo como el centro de nuestros pensamientos, palabras y acciones”.

Jesucristo

2. Jesucristo. En Él, “Dios se hizo hombre por nosotros”. “El hombre como su criatura es tan cercano a su corazón que Dios se unió al hombre y así entró en la historia humana de una forma muy práctica: habla con nosotros, vive con nosotros, sufre con nosotros y asumió la muerte por nosotros”.
De ahí que debemos volver a centrar la vida cristiana y la existencia de la Iglesia en la Eucaristía −sacramento de la presencia del Cuerpo y la Sangre de Cristo, de la presencia de su persona, de su Pasión, Muerte y Resurrección”−, como quiso el Concilio Vaticano II. Hemos de “valorar la grandeza del don que existe en su presencia real”, sin reducirlo a un gesto ceremonial con ocasión de las bodas y funerales. Necesitamos la “renovación de la fe en la realidad de Jesucristo que se nos ha dado en la Santa Cena”.

La Iglesia

3. La Iglesia. Respecto al “misterio de la Iglesia” −realidad que pertenece a la fe, y por tanto nos sobrepasa, aunque a la vez somos capaces de empañar su rostro con nuestros pecados−, vale la pena transcribir este entero párrafo del texto del papa emérito:
“Inolvidable sigue siendo la frase con la que, hace casi 100 años, Romano Guardini expresó la alegre esperanza que se le impuso a él y a muchos otros en ese momento: Un evento de importancia incalculable ha comenzado, la Iglesia está despertando en las almas. Quería decir que la Iglesia ya no era meramente experimentada y sentida como un sistema externo, como una especie de autoridad, sino que empezaba a sentirse en los corazones como algo presente, como algo no solo externo, sino también interno”.
Es una pena, escribe a continuación, que hoy parezca lo contrario, que "la Iglesia está muriendo en las almas”, que se la considere exclusivamente en categorías políticas, o que se la vea “como algo malo que ahora debemos reparar y reformar a fondo”. Pues, entiende Benedicto XVI, “una Iglesia hecha por nosotros mismos no puede ser esperanza”.
Ciertamente −observa− que su red de pesca contiene peces buenos y malos; que en ella crece el grano bueno que Dios ha sembrado, junto con la “mala hierba” que un enemigo ha sembrado a escondidas. Y que ahora las malezas de ese campo de Dios, la Iglesia, como también los peces malos se han hecho fuertes.
“Pero aún así −replica−, el campo es el campo de Dios y la red es la red de pesca de Dios. Y no solo están las malas hierbas y los peces malos en todos los tiempos, sino también las semillas de Dios y los peces buenos. Proclamar ambos con igual énfasis no es una falsa apologética sino un servicio necesario a la verdad”.
En este contexto, el papa emérito se refiere a algunos pasajes del Apocalipsis (Ap 12, 10) y también del libro de Job (Jb 1, y 2, 10; 42, 7-16, donde el demonio es identificado como el delator, como el acusador de Dios ante la humanidad.
El demonio −al que el papa Francisco se ha referido en varias ocasiones, diciendo que no es un mito, sino que existe realmente− parece decirle a la humanidad: “Mira lo que este Dios ha hecho. Supuestamente una buena creación. En realidad, en su totalidad, está llena de miseria y disgusto”. Y de esta manera, señala el papa emérito, “el desaliento de la creación es en realidad el menosprecio de Dios”. El demonio “quiere probar que ni siquiera Dios es bueno y alejarnos de Él”.
Benedicto XVI entiende que eso es muy actual: “La principal acusación contra Dios hoy es hacer de su Iglesia como un mal total y así desviarnos de ella. La idea de una Iglesia mejor, hecha por nosotros mismos, es de hecho una propuesta del demonio, con la que nos quiere alejar del Dios vivo usando una lógica mentirosa en la que fácilmente podemos caer”.
Pero el papa emérito reacciona con fuerza: “¡No!, ni siquiera hoy la Iglesia está hecha solo de malos peces y mala hierba. La Iglesia de Dios también existe hoy, y hoy es ese mismo instrumento a través del cual Dios nos salva”.
Y propone: “Es muy importante contrarrestar las mentiras y las medias verdades del diablo con toda la verdad: sí, hay pecado y mal en la Iglesia. Pero también existe hoy la santa Iglesia, que es indestructible. Hay muchas personas humildes que creen, sufren y aman hoy, en las que el verdadero Dios, el Dios amoroso, se muestra ante nosotros. Dios también tiene sus testigos (mártires) en el mundo de hoy. Solo tenemos que estar despiertos para verlos y escucharlos”.
El mártir es el testigo. Y en el juicio contra el demonio, Jesucristo es el primer y verdadero testigo de Dios, el primer mártir, al que deben seguir innumerables gentes. Hoy, señala Benedicto, “la Iglesia es más que nunca una Iglesia de mártires, testigo del Dios vivo”.
Y concreta, para concluir: “Cuando miramos a nuestro alrededor y escuchamos con nuestros corazones y nuestras mentes, en todas partes hoy, no solo entre la gente común, sino también en los altos cargos de la Iglesia, podemos encontrar testigos que dan su vida y sufrimiento por Dios. Es una inercia del corazón lo que nos lleva a no desear reconocerlos. Una de las grandes y esenciales tareas de nuestra evangelización es, en la medida de lo posible, crear lugares de fe y, por encima de todo, encontrar y reconocerlos”.
Eso es lo que él descubre cada día. Y termina agradeciendo al papa Francisco “por todo lo que hace para mostrarnos una y otra vez la luz de Dios que aún no se ha apagado. ¡Gracias, Santo Padre!”.

4/25/19

12 textos imprescindibles sobre la mujer en la Iglesia

1. María y el valor de la mujer. Juan Pablo II, diciembre de 1995.
6. La Carta a las mujeres, 1995. Juan Pablo II.
7. Humanae Vitae, Pablo VI. 1968.
8. Mulieris Dignitatem, Juan Pablo II, 1988.
9. La Mujer Educadora para la paz. Juan Pablo II, 1995.
10. Amoris Laetitia, Francisco 2016.
11. Gaudete et Exultate, Francisco 2018.
12. La Iglesia es mujer y madre, Francisco mayo 2018.


Te doy gracias, mujer

Así se refería Juan Pablo II en su Carta a las mujeres, el 29 de junio de 1995. Transcribimos a continuación un extracto magistral:
“La Iglesia −escribía en la Carta apostólica Mulieris dignitatem− desea dar gracias a la Santísima Trinidad por el “misterio de la mujer” y por cada mujer, por lo que constituye la medida eterna de su dignidad femenina, por las “maravillas de Dios”, que en la historia de la humanidad se han realizado en ella y por ella”.
“Dar gracias al Señor por su designio sobre la vocación y la misión de la mujer en el mundo se convierte en un agradecimiento concreto y directo a las mujeres, a cada mujer, por lo que representan en la vida de la humanidad.
Te doy gracias, mujer-madre, que te conviertes en seno del ser humano con la alegría y los dolores de parto de una experiencia única, la cual te hace sonrisa de Dios para el niño que viene a la luz y te hace guía de sus primeros pasos, apoyo de su crecimiento, punto de referencia en el posterior camino de la vida.
Te doy gracias, mujer-esposa, que unes irrevocablemente tu destino al de un hombre, mediante una relación de recíproca entrega, al servicio de la comunión y de la vida.
Te doy gracias, mujer-hija y mujer-hermana, que aportas al núcleo familiar y también al conjunto de la vida social las riquezas de tu sensibilidad, intuición, generosidad y constancia.
Te doy gracias, mujer-trabajadora, que participas en todos los ámbitos de la vida social, económica, cultural, artística y política, mediante la indispensable aportación que das a la elaboración de una cultura capaz de conciliar razón y sentimiento, a una concepción de la vida siempre abierta al sentido del «misterio», a la edificación de estructuras económicas y políticas más ricas de humanidad.
Te doy gracias, mujer-consagrada, que a ejemplo de la más grande de las mujeres, la Madre de Cristo, Verbo encarnado, te abres con docilidad y fidelidad al amor de Dios, ayudando a la Iglesia y a toda la humanidad a vivir para Dios una respuesta «esponsal», que expresa maravillosamente la comunión que El quiere establecer con su criatura.
Te doy gracias, mujer, ¡por el hecho mismo de ser mujer! Con la intuición propia de tu femineidad enriqueces la comprensión del mundo y contribuyes a la plena verdad de las relaciones humanas”.

4/24/19

El perdón, el don más precioso

El Papa en la Audiencia General


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy completamos la catequesis sobre la quinta petición del “Padre Nuestro”, deteniéndonos en la expresión ” como nosotros perdonamos a los que nos ofenden” (Mt. 6:12). Hemos visto que es propio del hombre ser deudor ante Dios: de Él hemos recibido todo, en términos de naturaleza y gracia. Nuestra vida no solo fue deseada, sino amada por Dios. Realmente no hay espacio para la presunción cuando unimos las manos para orar. No existen self made men en la Iglesia, hombres que se han hecho a sí mismos. Todos estamos en deuda con Dios y con muchas personas que nos han dado condiciones de vida favorables. Nuestra identidad se construye a partir del bien recibido. El primero es la vida.
El que reza aprende a decir “gracias”. Y nosotros muchas veces nos olvidamos de decir “gracias”, somos egoístas. El que reza aprende a decir “gracias” y le pide a Dios que sea benévolo con él o con ella. Por mucho que nos esforcemos, siempre hay una deuda inagotable con Dios, que nunca podremos pagar: Él nos ama infinitamente más de lo que nosotros lo amamos. Y luego, por mucho que nos comprometamos a vivir de acuerdo con las enseñanzas cristianas, en nuestras vidas siempre habrá algo por lo que pedir perdón: pensemos en los días pasados perezosamente, en  los momentos en que el rencor ha ocupado nuestro corazón y así sucesivamente… Son experiencias desafortunadamente, no escasas, las que nos hace implorar: “Señor, Padre, perdona nuestras ofensas”. Así pedimos perdón a Dios.
Pensándolo bien,  la invocación también podría limitarse a esta primera parte, sería bonita. En cambio, Jesús la suelda con una segunda expresión que es una con la primera. La relación de benevolencia vertical de parte de Dios se refracta y está llamada a traducirse en una nueva relación que vivimos con nuestros hermanos: una relación horizontal. El Dios bueno nos invita a ser todos buenos. Las dos partes de la invocación están unidas por una conjunción inapelable: le pedimos al Señor que perdone nuestras deudas, nuestros pecados, “como”  nosotros perdonamos a nuestros amigos, a la gente que vive con nosotros, a nuestros vecinos, a las personas que nos han hecho algo que no era agradable.
Todo cristiano sabe que para él existe el perdón de los pecados, todos lo sabemos: Dios lo perdona todo y perdona siempre. Cuando Jesús dibuja ante  sus discípulos el rostro de Dios, lo describe con expresiones de tierna misericordia. Él dice que hay más alegría en el cielo por un pecador que se arrepiente, que  por una multitud de justos que no necesitan conversión (ver Lc 15.7.10). Nada en los Evangelios sugiere que Dios no perdona los pecados de aquellos que están bien dispuestos y pide que se le vuelva a abrazar.
Pero la gracia abundante de Dios siempre es un reto. Aquellos que han recibido tanto deben aprender a dar tanto y no retener solo para ellos mismos lo que han recibido. Los que han recibido tanto deben aprender a dar tanto. No es una coincidencia que el Evangelio de Mateo, inmediatamente después del texto del “Padre Nuestro” entre las siete expresiones utilizadas, enfatice precisamente la del perdón fraterno: “Si vosotros, perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros  vuestro Padre celestial, pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas” (Mt 6,14-15). ¡Pero esto es fuerte! Pienso: a veces he escuchado gente que decía: “¡Nunca perdonaré a esa persona! ¡Nunca perdonaré lo que me hicieron! “Pero si no perdonas, Dios no te perdonará. Tú cierras la puerta. Pensemos,  si somos capaces de perdonar o si no perdonamos. Un sacerdote, cuando estaba en la otra diócesis, me contó angustiado que había ido a dar los últimos sacramentos a una anciana que estaba a punto de morir. La pobre señora no podía hablar. Y el sacerdote le dice: “Señora, ¿se arrepiente de sus pecados?” La señora dijo que sí; No pudo confesarlos pero dijo que sí. Es suficiente Y luego otra vez: “¿Perdona a los demás?” Y la señora, en su lecho de muerte, dijo: “No”. El cura estaba angustiado. Si no perdonamos, Dios no te perdonará. Pensémoslo, nosotros que estamos aquí, si perdonamos o somos capaces de perdonar. “Padre, no puedo hacerlo, porque esa gente me ha hecho tantas cosas”. Pero si no puedes hacerlo, pídele al Señor que te dé la fuerza para hacerlo: Señor, ayúdame a perdonar. Aquí encontramos el vínculo entre el amor a Dios y el amor al prójimo. El amor llama al amor, el perdón llama al perdón. Nuevamente en Mateo encontramos una parábola muy intensa dedicada al perdón fraterno (ver 18,21-35). Vamos a escucharla.
Había un siervo que tenía una gran deuda con su rey: ¡diez mil talentos! Una suma imposible de devolver; no sé cuánto sería hoy, pero cientos de millones. Pero el milagro sucede, y ese siervo no recibe un aplazamiento del pago, sino todo el condono. ¡Una gracia inesperada! Pero he aquí que ese mismo siervo, inmediatamente después, se enfurece contra uno de sus hermanos, que le debe cien denarios, -muy poco-, y, aunque sea una cifra accesible, no acepta excusas ni súplicas. Por lo tanto, al final, el amo lo llama y lo condena. Porque si no te esfuerzas por perdonar, no serás perdonado; si no tratas de amar, tampoco serás amado.
Jesús inserta el poder del perdón en las relaciones humanas. En la vida, no todo se resuelve con la justicia. No. Especialmente donde debemos poner una barrera al mal, alguien debe amar más de lo necesario, para comenzar una historia de gracia nuevamente. El mal conoce sus venganzas, y si no se interrumpe, corre el riesgo de propagarse y sofocar al mundo entero.

La ley del talión: lo que me hiciste, te lo devuelvo, Jesús la sustituye con la ley de amor: lo que Dios me ha hecho, ¡te lo devuelvo! Pensemos hoy, en esta hermosa semana de Pascua, si puedo perdonar. Y si no me siento capaz, tengo que pedirle al Señor que me dé la gracia de perdonar, porque saber perdonar es una gracia.
Dios le da a cada cristiano la gracia de escribir una historia de bien en la vida de sus hermanos, especialmente de aquellos que han hecho algo desagradable e incorrecto. Con una palabra, un abrazo, una sonrisa, podemos transmitir a los demás lo más precioso que hemos recibido ¿Qué es lo más precioso que hemos recibido? El perdón, que debemos ser capaces de dar a los demás.

“A pesar de todo” “Hay esperanza, hay vida”

Mons. Felipe Arizmendi Esquivel

Obispo Emérito de San Cristóbal de Las Casas 

VER
Compartía con mi pueblo natal las celebraciones propias del Viernes Santo, y todo parecía muy piadoso, muy tranquilo, cuando de pronto llegaron tres desconocidos con armas de grueso calibre y a un sobrino le arrebataron violentamente su camioneta. Esto generó un ambiente de angustia, incertidumbre y miedo. A pesar de esto, celebramos con gozo y esperanza las fiestas de la Resurrección.
Mi pueblo es básicamente agrícola, pues se cultivan flor, durazno, aguacate, chile, maíz, habas, etc. Unos trabajan en pequeños negocios, en tiendas y vendimias en la plaza. Ha sido tradicionalmente pacífico, trabajador y unido; todos son católicos. Sin embargo, de unas semanas para acá, llega de cuando en cuando un grupo de unos quince jovenzuelos, casi adolescentes, con armas de alto poder y vehículos costosos, que se pasean libre y ostentosamente en las calles, sin que nadie se atreva a preguntarles quiénes son y qué hacen, pero que han generado temor, preocupación y desconfianza hasta para salir de casa. Quienes son originarios del lugar y viven en ciudades vecinas, ya no quieren llegar. A pesar de esto, la vida sigue, el trabajo continúa, las celebraciones familiares no se han suspendido. La fe en Dios y la confianza en la Virgen de Belén, nuestra patrona, nos sostienen e impulsan.
Hay matrimonios que están en serios conflictos conyugales. Si escuchamos a uno y a otro, ambos tienen razones para quejarse. Siempre se han querido de corazón, pero los caracteres distintos, las incomprensiones mutuas, las faltas de atención y de respeto, los atractivos del mundo y las invitaciones de los mal llamados amigos, han generado situaciones casi insostenibles, a punto de divorcio. A pesar de todo, hay esperanza de reconciliación, no sólo por el buen consejo de terapeutas y la cercanía de las familias, sino por la oración insistente y confiada al Señor de la vida, al vencedor de la muerte y del pecado.
A pesar de tantos escándalos por los casos de pederastia clerical, que han provocado que algunos se alejen de la Iglesia, la mayoría de nuestro pueblo se mantiene fiel, las celebraciones del Triduo Pascual han sido multitudinarias, la gente sigue acercándose al sacramento de la Reconciliación sacramental, sigue habiendo vocaciones consagradas. Es la fuerza del Resucitado la que sostiene a la Iglesia, a pesar de nuestros pecados.
PENSAR
El Papa Francisco dijo en su homilía de la Vigilia Pascual: “Se puede ir deslizando la idea de que la frustración de la esperanza es la oscura ley de la vida. Hoy, sin embargo, descubrimos que nuestro camino no es en vano, que no termina delante de una piedra funeraria. Una frase sacude a las mujeres y cambia la historia: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?»; ¿por qué pensáis que todo es inútil, que nadie puede remover vuestras piedras? ¿Por qué os entregáis a la resignación y al fracaso? La Pascua es la fiesta de la remoción de las piedras. Dios quita las piedras más duras, contra las que se estrellan las esperanzas y las expectativas: la muerte, el pecado, el miedo, la mundanidad. La historia humana no termina ante una piedra sepulcral, porque hoy descubre la «piedra viva»: Jesús resucitado. Nosotros, como Iglesia, estamos fundados en Él, e incluso cuando nos desanimamos, cuando sentimos la tentación de juzgarlo todo en base a nuestros fracasos, Él viene para hacerlo todo nuevo, para remover nuestras decepciones. Esta noche cada uno de nosotros está llamado a descubrir en el que está Vivo a aquél que remueve las piedras más pesadas del corazón. Preguntémonos, antes de nada: ¿cuál es la piedra que tengo que remover en mí, cómo se llama? 
A menudo la esperanza se ve obstaculizada por la piedra de la desconfianza. Cuando se afianza la idea de que todo va mal y de que, en el peor de los casos, no termina nunca, llegamos a creer con resignación que la muerte es más fuerte que la vida y nos convertimos en personas cínicas y burlonas, portadoras de un nocivo desaliento. Piedra sobre piedra, construimos dentro de nosotros un monumento a la insatisfacción, el sepulcro de la esperanza. Quejándonos de la vida, hacemos que la vida acabe siendo esclava de las quejas y espiritualmente enferma. Se va abriendo paso así una especie de psicología del sepulcro: todo termina allí, sin esperanza de salir con vida. Esta es, sin embargo, la pregunta hiriente de la Pascua: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? El Señor no vive en la resignación. Ha resucitado, no está allí; no lo busquéis donde nunca lo encontraréis: no es Dios de muertos, sino de vivos. ¡No enterréis la esperanza!” (20-IV-2019).
Y en su Mensaje del Domingo de Resurrección expresó: “La resurrección de Cristo es el comienzo de una nueva vida para todos los hombres y mujeres, porque la verdadera resurrección comienza siempre desde el corazón, desde la conciencia. Pero la Pascua es también el comienzo de un mundo nuevo, liberado de la esclavitud del pecado y de la muerte. Cristo vive y se queda con nosotros. Muestra la luz de su rostro de Resucitado y no abandona a los que se encuentran en el momento de la prueba, en el dolor y en el luto” (20-IV-2019).
ACTUAR
A pesar de todo, hay esperanza, hay vida, hay solución a los problemas, pero siempre desde una conversión del corazón, desde familias bien integradas, desde una fe más viva en que con Cristo resucitado, es posible construir una vida mejor.

“No seas incrédulo, sino ten fe”

Comentario litúrgico 2º Domingo de Pascua

SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA - Ciclo C
Textos: Hechos 5, 12-16; Ap 1, 9-11a .12-13.17-19; Jn 20, 19-31
Idea principal: Que los “Tomases” que andan por ahí pidiendo tercamente pruebas y con la fe decaída se encuentren con Jesús misericordioso y que les muestre con cariño sus llagas para que metan su dedo, crean en Él y lo anuncien por todas partes.
Síntesis del mensaje: A este domingo se le llamaba domingo “in albis”, o sea “in albis deponendis”, “el domingo en que se despojan ya de los vestidos blancos” aquellos que antiguamente habían recibido el bautismo en la noche de la Vigilia Pascual. Hoy a este domingo se le llama, por indicación del Papa Juan Pablo II, “Domingo II de Pascua o de la divina misericordia”. Que al pasar junto a nuestros hermanos, nuestra sombra refleje la luz de Cristo que les ilumina y consuela (1ª lectura).  Y así puedan encontrarse con Cristo resucitado y exclamar como Tomás: “Señor mío y Dios mío” (evangelio).
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, que muchos están atravesando una crisis de fe, es evidente. Repiten lo que otros han experimentado. Albert Camus en su libro “La Peste” hace decir al ateo Rieux, que no es más que su misma sombra: “Yo vivo en la noche”, pues no podía compaginar la bondad de Dios y el sufrimiento de los inocentes. El mayor místico de los siglos en la Iglesia, san Juan de la Cruz, dice: esto es “la noche oscura del alma”, porque de Dios no sentía ni el consuelo ni la mirada ni el susurro. Santa Teresa de Lisieux: “Me asaltan pensamientos como los que pueden tener los peores materialistas”, porque Dios se le borraba de las pantallas de la creación.
La Beata Teresa de Calcuta también vivió esta crisis: «Hay tanta contradicción en mi alma: un profundo anhelo de Dios, tan hondo que hace daño; un sufrimiento continuo, y con ello el sentimiento de no ser querida por Dios, rechazada, vacía, sin fe, sin amor, sin celo… ¡El cielo no significa nada para mí, me parece un lugar vacío!». Santa Teresa de Jesús, la gran mística de Ávila describe así la suya: «Oh válgame Dios, y qué son los trabajos interiores y exteriores que padece un alma hasta que entre en la séptima morada… Ningún consuelo se admite en esta tempestad …».Y, el colmo, Jesús en la cruz: “¡Dios mío… ¿por qué me has abandonado?!”. O sea que aquí, de “Tomases” por la vida, el que más y el que menos. Pues a estos “Tomases” quiere Jesús mostrarles sus llagas y curarles, como al apóstol Tomás.
En segundo lugar, ¿qué hacer ante estas dudas y crisis de fe? ¿Culpar al ateísmo teórico del marxismo y sus secuaces, al laicismo y escepticismo de intelectuales honrados o baratos, al humanismo ateo de progresistas cavernarios o cavernícolas, que reducen la religión a la corrección ética de la vida o al compromiso social con el proletariado o a la autorrealización de la persona? Pero, a decir verdad, parte de la culpa está en algunos cristianos. Así declararon los 2000 padres conciliares en el Concilio Vaticano II al hablar del ateísmo en 1965: “también los creyentes tienen en esto su parte de responsabilidad…en cuanto que, con el descuido de la educación religiosa, o con la exposición inadecuada de la doctrina o incluso con los defectos de su vida religiosa, moral y social, han velado más bien que revelado el genuino rostro de Dios y de la religión”(Gaudium et spes, 19). También a estos creyentes incoherentes Cristo resucitado quiere mostrarles su costado abierto para invitarles a meter la mano y volver a la fe sencilla que les transmitieron sus abuelos y tal vez la mamá de familia. Y así puedan exclamar de corazón: “Señor mío y Dios mío”.
Finalmente, y ahora nos toca ver el mensaje para cada uno de nosotros. Es el momento de revisar nuestra fe en Cristo resucitado, no sea que haya algún “Tomás” escondido entre alguna rendija de nuestro corazón o de nuestra mente. A todos nos viene la tentación de pedir a Dios un “seguro de felicidad”, o poco menos, ver el rostro de Dios, o recibir pruebas o signos de que vamos por buen camino. ¿Quién de nosotros no ha tenido una crisis de fe, o porque Dios parece haber entrado en eclipse en nuestra vida, o porque se han acumulado las desgracias que nos hacen dudar de su amor, o porque las tentaciones nos han llevado por caminos no rectos o porque nos hemos ido enfriando en nuestro fervor inicial? Jesús misericordioso quiere acercarse.  Nos invita a meter nuestro dedo también en sus llagas para que nuestras dudas se conviertan en certezas, nuestras tristezas en alegrías, nuestras desconfianzas en seguridades, nuestra terquedad en humildad, nuestras tempestades en calma. Aprendamos de Tomás a despojarnos de falsos apoyos, a estar un poco menos seguros de nosotros mismos y aceptar la purificación que suponen esos momentos de oscuridad. Si los santos los tuvieron, ¿quiénes somos nosotros para pedir a Dios que nos los quite? “Señor mío y Dios mío”.
Para reflexionar: ¿Cómo me comporto cuando hay nubarrones en mi vida? ¿Tengo miedos y me alimento de dudas? ¿O, al contrario, esos momentos son ocasión para madurar en mi fe? ¿Cuántas veces al día exclamo: “Señor mío y Dios mío”?
Para rezar: Con san Pablo VI recemos esta oración que dirigió en la Audiencia general del 30 de octubre de 1968:
Señor, yo creo, yo quiero creer en Ti
Señor, haz que mi fe sea pura, sin reservas, y que penetre en mi pensamiento, en mi modo de juzgar las cosas divinas y las cosas humanas.
Señor, haz que mi fe sea libre, es decir, que cuente con la aportación personal de mi opción, que acepte las renuncias y los riesgos que comporta y que exprese el culmen decisivo de mi personalidad: creo en Ti, Señor.
Señor, haz que mi fe sea cierta: cierta por una congruencia exterior de pruebas y por un testimonio interior del Espíritu Santo, cierta por su luz confortadora, por su conclusión pacificadora, por su connaturalidad sosegante.
Señor, haz que mi fe sea fuerte, que no tema las contrariedades de los múltiples problemas que llena nuestra vida crepuscular, que no tema las adversidades de quien la discute, la impugna, la rechaza, la niega, sino que se robustezca en la prueba íntima de tu Verdad, se entrene en el roce de la crítica, se corrobore en la afirmación continua superando las dificultades dialécticas y espirituales entre las cuales se desenvuelve nuestra existencia temporal.
Señor, haz que mi fe sea gozosa y dé paz y alegría a mi espíritu, y lo capacite para la oración con Dios y para la conversación con los hombres, de manera que irradie en el coloquio sagrado y profano la bienaventuranza original de su afortunada posesión.
Señor, haz que mi fe sea activa y dé a la caridad las razones de su expansión moral de modo que sea verdadera amistad contigo y sea tuya en las obras, en los sufrimientos, en la espera de la revelación final, que sea una continua búsqueda, un testimonio continuo, una continua esperanza.
Señor, haz que mi fe sea humilde y no presuma de fundarse sobre la experiencia de mi pensamiento y de mi sentimiento, sino que se rinda al testimonio del Espíritu Santo, y no tenga otra garantía mejor que la docilidad a la autoridad del Magisterio de la Santa Iglesia. Amén.