1/31/24

Un navegador espiritual

Jesús Ortiz López

Durante los últimos treinta años el Catecismo de la Iglesia Católica ha sido en instrumento inspirador de los fieles para reconocer la identidad cristiana. Este Catecismo es el navegador actual para los caminos de la fe sin perderse en las encrucijadas de unos tiempos líquidos

La identidad de la fe vivida

Desde las enseñanzas de los apóstoles recogidas en el Símbolo apostólico, que proclamamos los domingos hasta este Catecismo, -o en otras palabras desde el primer concilio de Jerusalén hasta el Vaticano II- , el Evangelio ha iluminado la fe y se ha hecho cultura en el espacio y en el tiempo. Hoy creemos lo mismo que los primeros cristianos y nos sabemos llamados a la santidad de vida para que Jesucristo esté presente en todas las nobles actividades humanas. 

Durante los años de preparación y redacción del actual Catecismo se consultó a expertos de todo el mundo, tanto de la teología como de la pastoral. En el magisterio del Catecismo está presente el dinamismo entre novedad y continuidad que proclamaba el Vaticano II, al afirmar que bajo la superficie de lo cambiante hay muchas cosas permanentes, que tienen su último fundamento en Cristo, quien existe ayer, hoy y siempre.

Además del Catecismo, Benedicto XVI quiso que se publicara el Compendio, un resumen breve y completo,  con preguntas y respuestas, y un buen índice sistemático y analítico. Una joya que todos deberíamos conocer, tenerlo en la biblioteca y consultar con los medios electrónicos.  Sigue siendo muy útil para consultar sobre algunos puntos de la fe, de los sacramentos y de la vida moral de los cristianos.

Con estos instrumentos de la fe los obispos pueden enseñar la doctrina genuina de Jesucristo, los teólogos pueden investigar, los catequistas pueden mover a la fe, y las familias pueden transmitir la fe cristiana.

La unidad de la fe

La estructura del Catecismo muestra la unidad de la fe en sus principales facetas como compartida, celebrada, vivida y orante, todo bien armonizado. Se reconoce la unidad del pensamiento sobre el hombre en el mundo, para superar la fragmentación del saber, que desorienta a muchos científicos y aún más a la gente común. Por ello es como un remedio para el agnosticismo, esa enfermedad del pensamiento moderno, que lo mantiene en la desconfianza de nuestra capacidad para hallar la verdad y vivir conforme a sus exigencias.

No es una elaboración de los hombres para los hombres sino la verdad revelada de Dios sobre Sí mismo, sobre Jesucristo y la historia como Salvación, la presencia ominosa del mal, sobre el hombre, la libertad responsable y constructiva, el amor como sentido de la vida y de la muerte, y un largo etcétera. Unas certezas que superan los desconciertos de los hombres.

Esta fe objetiva revelada y la respuesta personal como virtud recibida y correspondida, enseña verdades bien determinadas contenidas en el Credo; mediante los sacramentos ofrece la gracia eficazmente vivir por Cristo, con Él y en Él; y solicita nuestra libertad reforzándola para cumplir fielmente los mandamientos de Dios que se Jesucristo ha resumido en el amor a Dios y el amor al prójimo.  

Servicio a la fe y a la cultura

En el tiempo desconcertado de la posverdad hay que agradecer al Catecismo que ofrezca asideros firmes para que los católicos sepamos orientar la vida, el trabajo y nuestra misión en la sociedad. No es sólo una defensa de las verdades de la fe hacia dentro sino una ayuda a la cultura actual que ha perdido en varios aspectos el lenguaje común para poder dialogar con las otras personas y culturas. En efecto, el Catecismo utiliza el lenguaje natural que llama a las cosas sencillamente por su nombre: Dios, naturaleza humana, alma, ley natural, felicidad, matrimonio, bien común, virtud, fidelidad, oración, etcétera.

Responde de este modo a los interrogantes de todas las personas, incluso las que todavía no conocen a Jesucristo. Por ejemplo: ¿Dios es todopoderoso también contra el mal?; ¿dónde está el origen del hombre?, ¿qué hay más allá de la muerte?, ¿es posible la resurrección?, ¿para qué sirve la Iglesia?, ¿la democracia admite el relativismo?, ¿el matrimonio puede ser para siempre?, ¿el embrión es un ser humano?, o también ¿escucha Dios nuestras peticiones? Y tantas otras.

Por todo ello, este aniversario es una buena ocasión para comprobar si tenemos en casa el Catecismo y el Compendio, o si lo consultamos, a fin de tener mayor claridad sobre Dios y sus misterios, sobre la persona humana y su misión en el mundo actual, y sobre la rectitud moral con una conciencia bien formada.

Fuente: religionenlibertad.com 

1/30/24

¿La existencia del demonio es real o depende del criterio de cada uno?

Juan Luis Selma

Cuando les doy la oportunidad a los jóvenes de que hagan las preguntas que quieran, siempre hay una que no falta: ¿Ha visto un exorcismo? ¡Háblenos del demonio! El caso es que casi todos los años sale alguna película sobre este tema. Expediente Warren: obligado por el demonio (2021), Hereditary (2018), El demonio y el Padre Amorth (2018); además las clásicas de El exorcista (1973), El exorcismo de Emily Rose (2005) y otras más.

Según la ciencia, no existe el demonio ni los exorcismos son reales. Los científicos consideran que los casos de supuesta posesión demoníaca se deben a trastornos psicológicos, neurológicos o psiquiátricos, como la esquizofrenia, la epilepsia, el trastorno de identidad disociativo o el trastorno de estrés postraumático. Los científicos también advierten de los riesgos de los exorcismos, que pueden causar daños físicos, emocionales o mentales a las personas sometidas a ellos, e incluso la muerte.

Yo estoy convencido de su existencia y, aunque nunca lo he visto, he notado en muchas ocasiones su acción y su poder. Por ejemplo, no hay una explicación natural ni científica en el empeño de muchas naciones civilizadas por extender la práctica del aborto y afirmar que ese ser, que está en el útero materno, no es más que una maraña de células. Las ecografías, el estudio del cuerpecito abortado, los latidos del corazón, las huellas digitales… nos hablan de un bebé, de un ser humano en formación y crecimiento. No hay una sola prueba científica que lo pueda negar y, sin embargo, las naciones lo olvidan.

Según la Biblia, Satanás es un ángel caído, un príncipe celestial, que, en su soberbia, quiso ser como Dios. Desde su elección de ir contra el Creador, se dedica a ir contra los hombres; ante Dios no tiene poder alguno, pero sí ante nosotros. Él es el origen del mal, no como una mera explicación narrativa, sino como su instigador.

Nos relata el Evangelio que en Cafarnaúm, “en la sinagoga, un hombre poseído por un espíritu impuro, comenzó a gritar: ¿Qué tenemos que ver contigo, Jesús Nazareno? ¿Has venido a perdernos? ¡Sé quién eres: el Santo de Dios!”. El espíritu inmundo no duda de la existencia de Dios, como tantos lo hacen, sabe muy bien que Jesús ha venido a librarnos de él, a rescatarnos de sus manos.

Es el padre de la mentira, el que desune. Ya engañó a nuestros primeros padres y lo que sigue haciendo con bastante éxito, por cierto. Creo que, con las mentiras, nos seduce y se queda con nuestra libertad. Él no puede optar más que por el mal, por las tinieblas, por la fealdad. Es responsable, junto a sus adláteres y fans, de la corrupción de la libertad que causa tantos trastornos morales, humanos y psicológicos. Dicen los psiquiatras que el aumento vertiginoso de enfermedades mentales tiene su origen en la mala gestión que hacemos de la libertad. Esta, que es un rasgo esencial de la criatura humana, cuando se malvende, se pierde dejando muy herida a la persona y, consecuentemente, a la sociedad.

Otra demostración del influjo del maligno es la desunión. Es experto en dividir, en enfrentar. Las ideologías que más rupturas han ocasionado son, no ateas, sino beligerantes con Dios; van a la contra y, como no pueden con el Creador, se vengan en sus criaturas más queridas, los hombres. El ataque furibundo a la familia y a la mujer no es baladí: Jesús nació de una mujer y en una familia. Consecuencia de este odio es también el desprecio de la vida.

Pero el demonio también es astuto y gusta de pasar desapercibido. No será fácil verlo con grandes manifestaciones; gusta de la labor de zapa, oculta, callada, pero minando continuamente al hombre. Nos engaña en lo del día a día, especialmente fomentando nuestro ego, el amor propio. Él es soberbio y le gusta y conviene que también lo seamos nosotros. Facilita la ceguera de la vanidad: yo sé más, tengo razón, son unos ignorantes, a mí nadie tiene que decirme nada… Así crece la ignorancia, la incomprensión, el alejamiento de Dios y de la familia, de la Iglesia y de aquellos que nos podrían ayudar.

Pero, volvamos a Cafarnaúm: “Y Jesús le conminó: Cállate, y sal de él. Entonces, el espíritu impuro, zarandeándolo y dando una gran voz, salió de él. Y se quedaron todos estupefactos, de modo que se preguntaban entre ellos: ¿Qué es esto? Una enseñanza nueva con potestad. Manda incluso a los espíritus impuros y le obedecen”. Dios puede más. El demonio no es dueño de nuestra libertad, se la podemos vender o cambiar por algo, pero no tiene poder sobre nuestra conciencia. El mejor antídoto es la humildad, esta le desarma, no la entiende.

“Alguien que me escuche puede decir: ¿Pero, Santidad, usted ha estudiado, es Papa y todavía cree en el diablo? –dice el propio Papa–. Sí, creo, creo. Le tengo miedo, por eso tengo que defenderme tanto… Rezo la oración a san Miguel arcángel por la mañana y la noche, ¡todos los días! para que me ayude a vencer al diablo”.

Fuente: eldiadecordoba.es


1/29/24

Prioridades para Occidente

 Manuel Mañú Noáin

Si preguntamos a los ciudadanos occidentales por las emergencias actuales, su respuesta podría o no coincidir con las necesarias prioridades

Quizá unos miren el medio plazo y otros el corto. La necesidad de ambos enfoques es similar a los vehículos, que necesita luces cortas yl argas. Peter Drucker, en el año 2002 publicó un artículo titulado: El futuro que ya es presente. Afirmaba que en lugar de tratar de predecir el futuro, es preferible ser protagonistas de él. Añadía: Sin embargo, es posible ─y provechoso─ identificar los acontecimientos importantes que ya han sucedido […] es posible identificar y prepararse para el futuro que ya ha acontecido. Señala que el factor clave de las próximas décadas no será ni la economía ni la tecnología. Será la demografía. Afirmaba que el mundo desarrollado ─Japón, Europa y América del Norte─ está en un proceso de suicidio colectivo. Concluía que aunque ahora hubiera un repunte demográfico, se necesitarían 25 años para que quienes nacieran ahora tuvieran la edad y capacitación precisa que les permita sostenerse y mantener las prestaciones, actualmente consideradas básicas del estado del bienestar.

Entre los rasgos que destacaba ese autor, uno es que la edad de jubilación actual subirá antes del año 2000 a los 75 años, para las personas sanas; esto no ha sucedido. El autor era excelente analista, pero no profeta; salvo que se pudiera haber hecho y hayamos optado por hipotecar el futuro. El segundo rasgo que señalaba era que, en los lugares citados, se lograra lo que llamó la productividad del conocimiento. La mano de obra sin cualificar de occidente no es competitiva, pues hay otras zonas del mundo que pueden producir lo mismo con costes más bajos.

No faltan lugares en donde los jóvenes pueden tener una excelente capacitación, pero no posibilidades reales de acceder a la vivienda, ni ganar lo suficiente para sostener una familia. Si queremos que esos jóvenes cualificados no emigren, debieran tener acceso en su país o región a un trabajo digno. Es la diferencia entre pensar sólo en el corto plazo o tener una amplitud de miras y se trabaje pensando también en el mundo dejaremos.

Aunque leer a Drucker es provechoso, nos detenemos para considerar otros aspectos de lo tratado. En un mensaje de Benedicto XVI, en el 2008, trató sobre la tarea urgente de la educación. En él afirmaba que ni siquiera los valores más grandes del pasado pueden heredarse simplemente; tienen que ser asumidos y renovados a través de una opción personal, a menudo costosa. Pero cuando vacilan los cimientos y fallan las certezas esenciales, la necesidad de esos valores vuelve a sentirse de modo urgente. […]. Corremos el riesgo deformar, a pesar de nuestras buenas intenciones, personas frágiles y poco generosas.

Las causas de la caída brutal de la natalidad en las últimas décadas, son varias. Para unos es el miedo al compromiso, para otros la falta de esperanza en el mundo que tendrían sus hijos para vivir. Otra es la dificultad para acceder a una vivienda. Si no hay familias, sino lazos ocasionales, la urdimbre de la sociedad fallaría, como ya ocurre en varios países del norte de Europa. Los jóvenes no necesitan subvenciones para sus gastos diarios; lo que necesitan es una preparación y un trabajo estable que les permita hacer una proyección de futuro con unas garantías mínimas de poder afrontar un crédito, etc. Junto a la vivienda, un modelo de vida que propicie la conciliación entre familia y trabajo.

El empleo, generalmente, lo crean las empresas. Los gobiernos, por su naturaleza, tienden a crear funcionarios, tarea digna y valiosa, pero que no abarca a un elevado porcentaje de población, salvo que se deseen crear estados colectivistas. Que el llamado Estado del Bienestar atienda, o facilite hacerlo, necesidades básicas es justo; pero es preferible y más eficaz facilitar cauces para que sea el tejido social el lugar de donde salgan las personas que promuevan el empleo en muchos ámbitos. Una parte importante de la población rechaza el colectivismo y el capitalismo salvaje, porque hay algo inhumano en ambos y porque, si se hace bien, la iniciativa social suele ser más eficaz en cubrir esas áreas. Ni el estado es el único responsable, ni todo queda a la iniciativa privada. Sin un porcentaje de al menos el 30% del PIB procedente del tejido industrial, una economía puede estar en situación de riesgo.

Las iniciativas surgidas del tejido social encontrarán mayores o menores facilidades segúnlas prioridades del empleo que se desee potenciar; crear riqueza y generar puestos de trabajo, salvo excepciones, ya es valioso. Es lógico, en un sistema de libertades, que buena parte del empleo surja de la iniciativa social. Los gobiernos pueden dar o no facilidades para atraer inversiones, lograr que se ubiquen en su territorio empresas que puedan dar empleo a una parte importante de la población de la zona. Si el sistema educativo es de calidad, facilitará la formación en valores cívicos. No solo ellos se beneficiarán de la formación recibida, sino que en buena parte revierta a la sociedad. Un buen profesional no es sólo buen técnico, debe ser honesto, capaz de trabajar en equipo, ordenado, sociable, etc. De las personas se espera más que de las máquinas; a la vez, ellas tienen derecho a esperar más que una máquina de la empresa en la que trabaja. Es un ejercicio de sumar-sumar, que se da en las empresas en donde el ambiente que se forma hace grato ir a trabajar cada día.

Para responder a tres emergencias: vivienda, familia, educar en valores, se precisa unsustrato que cuide el espíritu de servicio y la responsabilidad social, etc. En las estadísticas la familia sale bien valorada; algunos afirman que es el ministerio de sanidad y de educación más eficaz, para atender las necesidades básicas de cuidado y educación. En ocasiones bastaría mirar la familia en la que uno ha nacido para darse cuenta de las horas y esfuerzo que supone sacarla adelante. Si alguien no ha tenido esa experiencia, es posible que una de sus ilusiones sea formar una familia como la que le hubiera gustado haber tenido en su infancia. Eso supone un nivel de compromiso que lo facilita el amor.

Cada persona, en su ámbito y en uso de su libertad, puede contribuir a crear entornos gratos, más humanos y habitables, una sociedad más acogedora, participando en la vida social, según el cauce que considere oportuno, entre los diversos modos de hacerlo. Contribuir a una sociedad más acorde con la dignidad del ser humano, es una meta atractiva.

La fecundidad. Los niños no nacen porque el estado lo desee, ni porque las personas tengan acceso a la vivienda, etc., pero es de justicia facilitar, a quienes tienen hijos, los derechos quecada vez son más valorados: no verse penalizados laboralmente, tener acceso a los bienes necesarios para la crianza de los hijos. Una fiscalidad que enfoque bien la responsabilidad y el gasto que supone cubrir las necesidades básicas de una familia. La sociedad debe ganar densidad de asociaciones, la opción de participar más en los diversos organismos sociales desde el ámbito local al nacional e internacional.

Fuente: eunsa.es

1/28/24

Encadenar nuestras almas: esto es lo que quiere el diablo

El Papa en el Ángelus


Queridos hermanos y hermanas: ¡buenos días!

El Evangelio de hoy nos presenta a Jesús liberando a una persona poseída por un "espíritu maligno" (cf. Mc 1,21-28), que la destrozaba y la hacía gritar sin cesar (cf. vv. 23.26). Esto es lo que hace el demonio: quiere poseer para "encadenar nuestras almas". Encadenar nuestras almas: esto es lo que quiere el diablo. Y debemos cuidarnos de las "cadenas" que sofocan nuestra libertad. Porque el diablo te quita la libertad, siempre. Intentemos, pues, poner nombre a algunas de estas cadenas que pueden apresar nuestro corazón.

Pienso en las adicciones, que nos hacen esclavos, siempre insatisfechos, y devoran energía, bienes y afectos; pienso en las modas dominantes, que nos empujan al perfeccionismo imposible, al consumismo y al hedonismo, que mercantilizan a las personas y desvirtúan sus relaciones. Y otras cadenas: están las tentaciones y los condicionamientos que socavan la autoestima, la serenidad y la capacidad de elegir y amar la vida; otra cadena: el miedo, que hace mirar al futuro con pesimismo, y la intolerancia, que siempre echa la culpa a los demás; y luego hay una cadena muy fea: la idolatría del poder, que genera conflictos y recurre a las armas que matan o se sirve de la injusticia económica y de la manipulación del pensamiento. Hay tantas cadenas en nuestras vidas.

Y Jesús vino a liberarnos de todas estas cadenas. Y hoy, al desafío del diablo que le grita: "¿Qué quieres [...]? ¿has venido a arruinarnos?" (v. 24), responde: " ¡Cállate, sal de él!" (v. 25). Jesús tiene el poder de expulsar al diablo. Jesús libera del poder del mal. Y estemos atentos: ¡ahuyenta al diablo, pero no dialoga con él! Jesús nunca dialogó con el diablo; y cuando fue tentado en el desierto, sus respuestas eran palabras de la Biblia, nunca un diálogo. Hermanos y hermanas, ¡con el diablo no se dialoga! Estén atentos: con el diablo no se dialoga, porque si entras en diálogo con él, él gana, siempre. Estén atentos.

¿Qué podemos hacer entonces cuando nos sentimos tentados y oprimidos? ¿Negociar con el diablo? No, no se negocia con él. Debemos invocar a Jesús: invocarlo allí, donde sentimos que las cadenas del mal y del miedo aprietan con más intensidad. El Señor, con la fuerza de su Espíritu, quiere repetir al maligno también hoy: "Vete, deja en paz ese corazón, no dividas el mundo, las familias, las comunidades; déjalas vivir en paz, para que florezcan allí los frutos de mi Espíritu, no los del tuyo -así dice Jesús-. Para que reine entre ellos el amor, la alegría, la mansedumbre, y en lugar de la violencia y los gritos de odio, haya libertad y paz”.

Preguntémonos entonces: ¿quiero realmente liberarme de esas cadenas que aprisionan mi corazón? Y también, ¿sé decir que "no" a las tentaciones del mal, antes de que se apoderen de mi alma? Por último, ¿invoco a Jesús, le permito que actúe en mí, que me sane por dentro?

Que la Santísima Virgen nos proteja del mal.

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Después del Ángelus:

Queridos hermanos y hermanas:

Desde hace tres años, el grito de dolor y el ruido de las armas han sustituido a la sonrisa que caracteriza al pueblo de Myanmar. Por ello, me uno a la voz de algunos obispos birmanos, "para que las armas de la destrucción se transformen en instrumentos para crecer en humanidad y justicia". La paz es un camino e invito a todas las partes implicadas a dar pasos de diálogo y a revestirse de comprensión, para que la tierra de Myanmar alcance la meta de la reconciliación fraterna. Que se permita el paso de la ayuda humanitaria para garantizar las necesidades de todas las personas.

Y que lo mismo ocurra en Medio Oriente, en Palestina e Israel, y dondequiera que haya combates: ¡respeten a la población! Siempre pienso de todo corazón en todas las víctimas, especialmente civiles, causadas por la guerra en Ucrania. Por favor, que se escuche su grito de paz: ¡el grito de la gente, que está cansada de la violencia y quiere que cese la guerra, que es un desastre para los pueblos y una derrota para la humanidad!

Me he enterado con alivio de la liberación de las religiosas y de las otras personas secuestradas con ellas en Haití la semana pasada. Pido que se libere a todos los que siguen secuestrados y que se ponga fin a toda violencia; que todos contribuyan al desarrollo pacífico del país, para lo que se necesita un apoyo renovado de la comunidad internacional.

Expreso mi cercanía a la comunidad de la iglesia Santa María de Estambul, que sufrió un ataque armado durante la misa que ocasionó un muerto y varios heridos.

Hoy se celebra la Jornada Mundial contra la Lepra. Animo a todos los implicados en el auxilio y la reinserción social de las personas aquejadas por esta enfermedad que, aunque en disminución, sigue siendo una de las más temidas y afecta a los más pobres y marginados.

Saludo a todos los que han venido de Roma, de Italia y de muchas partes del mundo. En particular, a los alumnos del Instituto "Puente Ajuda", de Olivenza (España), y a los del Instituto "Sir Michelangelo Refalo" de Gozo.

Me dirijo ahora a ustedes, muchachos y muchachas de la Acción Católica, de las parroquias y de las escuelas católicas de Roma. Han venido al final de la "Caravana por la paz", durante la cual han reflexionado sobre la llamada a ser custodios de la creación, don de Dios. Gracias por su presencia. Y gracias por su compromiso en la construcción de una sociedad mejor.  Escuchemos ahora el mensaje que estos amigos suyos, aquí a mi lado, nos van a leer. 

[Lectura del mensaje]

Les deseo a todos un feliz domingo. Por favor, no se olviden de rezar por mí. ¡Han visto que los jóvenes, los niños de Acción Católica son buenos! ¡Ánimo! ¡Buen almuerzo y hasta pronto!.

Fuente: vatican.va

1/25/24

En la sinagoga de Cafarnaún

 


Domingo 4° semana tiempo ordinario (Ciclo B).

Evangelio (Mc 1,21b-28)

Entraron en Cafarnaún y, en cuanto llegó el sábado, fue a la sinagoga y se puso a enseñar. Y se quedaron admirados de su enseñanza, porque les enseñaba como quien tiene potestad y no como los escribas. Se encontraba entonces en la sinagoga un hombre poseído por un espíritu impuro, que comenzó a gritar:

—¿Qué tenemos que ver contigo, Jesús Nazareno? ¿Has venido a perdernos? ¡Sé quién eres: el Santo de Dios!

Y Jesús le conminó:

—Cállate, y sal de él.

Entonces, el espíritu impuro, zarandeándolo y dando una gran voz, salió de él. Y se quedaron todos estupefactos, de modo que se preguntaban entre ellos:

—¿Qué es esto? Una enseñanza nueva con potestad. Manda incluso a los espíritus impuros y le obedecen.

Y su fama corrió pronto por todas partes, en toda la región de Galilea.

Comentario

Según la tradición cristiana, Marcos fue el discípulo que puso por escrito los recuerdos de Pedro sobre la vida de Jesús. En el evangelio de hoy se inicia el relato de una jornada entera del Señor. Aquel día pudo quedar especialmente grabado en la memoria de Pedro, porque transcurrió en el entorno de su propio hogar.

Según los hallazgos arqueológicos realizados en la zona, la sinagoga de Cafarnaún quedaría bastante cerca del lugar en el que se emplaza un antiquísimo culto cristiano en la antigua casa de Pedro. Es fácil imaginar la emoción del apóstol por albergar en su propia morada al Maestro, dándole cobijo, alimento y descanso.

Como todos los habitantes piadosos del lugar, el sábado por la mañana el Señor llegó junto con sus discípulos a la concurrida sinagoga. Pronto comenzó a enseñar a los presentes, quienes escuchaban admirados la predicación del nazareno. No era como la que solían escuchar a los fariseos. Aquel hombre hablaba con mucha autoridad, de forma novedosa y sorprendente.

Los oyentes de Jesús se fijarían mucho en su porte externo, sus ademanes y gestos, su manera de reaccionar espontáneamente ante los mismos sucesos que ellos vivían. Y esa forma de predicar con la propia presencia y actitud, la veían después reflejada en sus discursos.

Este hecho llamó siempre la atención de san Josemaría. Al buscar una biografía sintética de la vida de Jesús, encontró, entre otras, la que se refiere al ejemplo que daba Jesús con su actuación, otorgando autoridad a su predicación: “Coepit facere et docere —comenzó Jesús a hacer y luego a enseñar: tú y yo hemos de dar el testimonio del ejemplo, porque no podemos llevar una doble vida: no podemos enseñar lo que no practicamos. En otras palabras, hemos de enseñar lo que, por lo menos, luchamos por practicar”.

Por eso, como explicaba san Gregorio Magno, “la manera de enseñar algo con autoridad es practicarlo antes de enseñarlo, ya que la enseñanza pierde toda garantía cuando la conciencia contradice las palabras”. En cambio, fray ejemplo es siempre el mejor predicador.

Junto a la coherencia de vida, Jesús acompañaba su predicación con una potestad que dejaba admirados a sus contemporáneos: la de expulsar espíritus inmundos. Estos demonios se dirigían a Él con descaro y cierto conocimiento de su identidad y misión, sobre las cuales, revelaban a los presentes algunas cosas sin pudor y antes de tiempo. Pero a su vez, mostraban un temor obediente ante las órdenes de Jesús.

Luego los apóstoles serían enviados a predicar y a expulsar demonios en nombre de Jesús. También los cristianos estamos llamados a colaborar con el Maestro en la tarea de la evangelización, disipando la acción de los enemigos de las almas. Lo haremos precisamente anunciando el evangelio con coherencia de vida.

El Papa Francisco explicaba esta llamada apostólica así: “El Evangelio es palabra de vida: no oprime a las personas, al contrario, libera a quienes son esclavos de muchos espíritus malignos de este mundo: el espíritu de la vanidad, el apego al dinero, el orgullo, la sensualidad... El Evangelio cambia el corazón, cambia la vida, transforma las inclinaciones al mal en propósitos de bien. El Evangelio es capaz de cambiar a las personas. Por lo tanto, es tarea de los cristianos difundir por doquier la fuerza redentora, convirtiéndose en misioneros y heraldos de la Palabra de Dios”.

Fuente: opusdei.org

“El camino hacia la unidad es lento”

 Federico Piana


“Un acontecimiento que no hay que desaprovechar en estos tiempos en que las guerras y las divisiones dominan el mundo”. El pensamiento del nuevo prior de Taizé sobre la Semana de oración por la unidad de los cristianos, que se inauguró el 18 de enero, podría resumirse así. 

El Hermano Matthew, anglicano, ha comenzado recientemente a dirigir la comunidad cristiana monástica y ecuménica, fundada en 1940 en el pueblo francés de Taizé, en el corazón de Borgoña-Franco Condado, y explica a Omnes por qué considera providencial el tema de este año: “El título es ‘Ama al Señor tu Dios y ama a tu prójimo como a ti mismo’, un versículo tomado del Evangelio de Lucas. Es un tema que nos invita a ir a la esencia de nuestra fe cristiana: amar a Dios y amar al prójimo. En esencia, debemos ir a la fuente que es Dios para encontrar la fuerza de amar a los demás, aunque sean diferentes de nosotros”.

Un paso a la vez hacia la unidad

El amor entre cristianos de tradiciones diferentes, por tanto, se hace aún más importante, esencial, y no puede relegarse a un segundo plano. Hay que hacerlo crecer, explica el hermano Matthew, porque si “hablamos de un Dios de amor, debemos buscar siempre la comunión con otros cristianos, aunque sean de denominaciones diferentes”. 

El prior de Taizé no oculta, sin embargo, las dificultades del camino hacia la unidad. “Amar al prójimo”, dice, “no siempre es fácil. Todos sentimos el peso de las heridas de la historia que se reflejan en nuestra mirada hacia los demás. Por ello, debemos comprender que el camino hacia la unidad es lento, no podemos conseguirlo todo de inmediato. Necesitamos dar un paso cada vez”.

La oración, una herramienta esencial

El razonamiento del Hermano Matthew va más allá. Toca los límites de la oración, que se convierte en una herramienta esencial sin la cual la unidad corre el riesgo de quedarse en un mero sueño humano: “Es importante hacer cosas para lograr la unidad, pero cuando rezamos por otra persona algo dentro de nosotros se transforma porque dejamos entrar a Dios, al Espíritu Santo. 

Y esta oración abre todas las puertas”. Y como ejemplo concreto cita la Comunidad de Taizé “donde hay oración en común tres veces al día. Y sin oración no podemos buscar la unidad porque si no confiamos sólo en nuestras propias fuerzas sin acoger la gracia que viene de Dios”.

Miradas que unen

Las distintas tradiciones cristianas y las diferentes miradas a la Biblia de las distintas confesiones no deben asustar, admite el prior. “Al contrario -precisa-, hacen que esa mirada a la Palabra de Dios sea más completa. Nadie puede comprenderlo todo”. Otro elemento de unidad entre los cristianos, añade, es “el servicio al prójimo. Por ejemplo, cerca de París hay un barrio muy pobre donde cristianos de distintas confesiones trabajan juntos para ayudar a los que viven en la calle y no tienen nada”. 

Los desafíos para el futuro de la unidad, Frére Matthew los vio anticipados en “Juntos“, la vigilia ecuménica mundial celebrada en presencia del Papa Francisco en septiembre del año pasado. “En esa ocasión”, concluye el prior, “vimos la participación de varias Iglesias protestantes que no forman parte de las grandes organizaciones cristianas. Este es el reto: encontrar la manera de caminar juntos. Todas ellas”.

Fuente: omnesmag.com

El milagro de la conversión de san Pablo

Javier Peño Iglesias

Su apostolado nos abrió de un modo nuevo las puertas de la salvación

Los cristianos celebramos cada 25 de enero la conversión de san Pablo, en cuya fiesta concluimos el octavario de oración por la unidad de los cristianos. Es tan importante para nosotros como que responde al anhelo más profundo del corazón de Cristo, expresado en la Última Cena: Que todos seamos uno, como el Padre y Él son uno (Jn. 17, 21-23).La figura de san Pablo es fundamental para los cristianos, ya que es el primer gran evangelizador para los gentiles, esto es, de los no judíos. En cierto sentido, podemos decir que es nuestro padre en la fe, casi del mismo modo que lo es Abrahán, tal y como recordamos en el Canon Romano de la Santa Misa. El apostolado de San Pablo nos abrió de un modo nuevo las puertas de la salvación y en él reconocemos que ya no nos tenemos que insertar en Dios a través del pacto con Noé (de hecho, en el mundo judío hay una corriente, llamada ‘noájida’, que anima a la conversión de los no judíos a través del reconocimiento de estas leyes que vienen del tiempo del pacto de Dios con Noé), sino en la Nueva Alianza en Jesucristo.

Sabemos, porque así lo dice él mismo en Filipenses 3, 5, que fue circuncidado a los ocho días de nacer, que era del linaje de Israel y de la tribu de Benjamín. Además, en cuanto a la Ley, era fariseo. Es decir, era una persona observante y preocupada por agradar a Dios. Y esto no es baladí, porque le abrió las puertas a poder reconocer la Verdad que trae Jesucristo, tras el famoso episodio de su conversión, que narra san Lucas, su discípulo, en los Hechos de los Apóstoles y que él mismo cuenta en la citada carta a los Filipenses y, de un modo más somero, en la misiva a los Gálatas.

Es precisamente en esta última donde encontramos, a mi juicio, la clave del llegar a buen puerto de su conversión: tras el episodio camino de Damasco y la acogida por parte de algunos seguidores del Señor Jesús, se marcha a Arabia para, más adelante, volver a dicha ciudad. Y es al tercer año cuando ya viaja a Jerusalén para encontrarse con Cefas, con quien permanecerá quince días.

Como decíamos, este impasse de tiempo es fundamental, pues permitió que el antiguo Saulo terminara de morir para que brotara de lo profundo de su alma el nuevo Pablo. Con su pecado, con su aguijón particular, lo que queramos, pero un hombre decidido a amar sobre todas las cosas a Jesucristo y vivir la fe en la Iglesia, al punto de que no duda en dejarlo todo permanentemente para llevar la Buena Nueva a todas partes. En esos años, a buen seguro, fue madurando lo que le estaba sucediendo, fue comprendiendo mejor, tal y como él reconoce a los Efesios, cuán ancho, largo, alto y profundo es el amor de Cristo.

Hoy día, en esta cultura de la inmediatez, del click, de la emoción por encima de todo pensar, querer y sentir, es fundamental reivindicar este proceso de conversión en el tiempo que tuvo san Pablo. ¡Y que no fue cosa de tres años, sino que prosiguió durante toda la vida! Incluso, es precioso ver cómo uno de los discípulos, San Lucas, sigue sus pasos en el investigar diligentemente todo lo relacionado con la vida de Jesús (Lc. 1, 1-4). En el discípulo muchas siempre vemos un rastro del maestro, y no cabe duda de que Lucas debió contagiarse del empeño de San Pablo por conocer cada día un poco más y mejor al Señor. Por eso, San Pablo y sus discípulos son ejemplo de que la conversión es un proceso que dura toda la vida y que exige un ponerse cara al Señor permanente: en la oración, en la liturgia, en el estudio, en el trato con el prójimo, etc.

Cuando a veces sentimos que queremos una conversión demasiado rápida y nos desanimamos al no obtenerla, debemos recordar la vida de San Pablo. ¡Y no olvidemos la claridad de la parábola del sembrador que nos dijo Jesús y recogen todos los evangelios Sinópticos! Es obra del Tentador creer que es posible un Amor como el de Cristo sin esfuerzo.

Por todo ello, pidamos al apóstol en esta fiesta esa firmeza en la decisión de seguir al Señor siempre y en todo lugar. Ser sus discípulos fieles para, cuando Su gracia lo disponga, ser sus apóstoles allí donde estemos. Perseveremos, pues es el camino para salvar nuestras almas, tal y como nos lo dijo el Señor después proclamar, nada más ni nada menos, que la destrucción del Templo de Jerusalén y justo antes de encaminarse a la Cruz (Lc. 21, 19). Acabamos con la súplica de San Agustín al Señor en las confesiones, que hacemos propia: “Conviértenos y nos convertiremos”.

Fuente: exaudi.org

1/24/24

Vicios y virtudes

 El Papa en la Audiencia General

Catequesis 5.  La avaricia.

Queridos hermanos y hermanas:

En la catequesis de hoy reflexionamos sobre el vicio de la avaricia. Es el vicio que provoca un apetito compulsivo por el dinero. Corrompe la voluntad del hombre inclinándolo a poner su corazón en los bienes materiales. La presencia de este vicio en cada uno de nosotros no depende de la cantidad de riquezas o del valor de los objetos que deseamos, depende más bien de cómo nos disponemos interiormente para relacionarnos con ellos.

Los santos monjes del desierto proponían un remedio eficaz para escapar de las garras de la avaricia; este remedio consiste en meditar sobre la propia muerte y darse cuenta de que la relación con las posesiones personales es sólo una apariencia, es una ilusión, porque nada de este mundo nos pertenece. También nos hará bien considerar que en esta tierra somos extranjeros, somos peregrinos. No dejemos, pues, que las riquezas nos posean, antes bien aprendamos de Cristo que siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (cf. 2 Cor 8,9).

***

Saludo cordialmente a todos los peregrinos de lengua española. Estamos celebrando la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos. El apóstol Pablo, de quien mañana recordamos su conversión, nos exhorta a trabajar juntos y con generosidad en la construcción del único e indivisible cuerpo de Cristo. Que Dios los bendiga y la Virgen Santa los acompañe. Muchas gracias.

Fuente: vatican.va

1/23/24

Luces de Cristo, invitado de bodas

José Antonio García-Prieto Segura

Poco antes de Navidad ofrecía en esta “Tribuna” unas consideraciones que titulé “La Luz de Belén”; resaltaba con mayúscula el sustantivo “Luz” porque me refería al Niño-Dios, que dirá de sí mismo: “Yo soy la luz del mundo” (Jn 8, 12). Deseaba destacar que el Niño nacido en Belén, con su vida y enseñanzas, ha venido a iluminar todas las realidades de la vida humana

Cristo como fuente suprema de Luz fue desvelando con destellos particulares y concretos el sentido último -y en definitiva, divino-, de las realidades centrales de nuestra existencia: la razón de ser y las raíces supremas del amor, de la familia fundada sobre el matrimonio, del trabajo, de la alegría y del sufrimiento, de la convivencia social…, y, sintetizando, de todo cuanto, sustancialmente, llena nuestra existencia, del nacimiento a la muerte. No en balde, san Juan Pablo II en octubre del 2002 quiso que, en el rezo del Rosario, considerásemos los cristianos cinco importantes momentos de la vida pública del Señor, desde su bautismo en el Jordán hasta la víspera de su muerte cuando instituye la Eucaristía. Fueron realidades de su vida que llaman a iluminar las nuestras, y despertar en ellas el eco que Dios espera.

 Es hoy mi intención recordar qué sentido y enseñanzas nos ofrecen las luces del segundo misterio de luz, con que Cristo con su presencia en las bodas de Caná, ha querido iluminar la realidad del matrimonio y de la familia. Lo haré trascribiendo palabras del Catecismo de la Iglesia que comentan ampliamente aquel episodio.

Sucedió al inicio mismo de su vida pública; con su sola presencia allí ya parece bendecir aquella fiesta y la bondad natural del amor entre varón y mujer. Su aprecio y afecto mutuos, queridos por Dios al crear la naturaleza humana, tienen su culminación propia en el amor esponsal, cuando uno y otra se entregan recíprocamente para siempre, en un compromiso de fidelidad conyugal propio y exclusivo del matrimonio. Es una realidad que no admite recortes ni ambigüedades, como reafirma explícitamente el Catecismo, en el número 1614:

“En su predicación, Jesús enseñó sin ambigüedad el sentido original de la unión del hombre y la mujer, tal como el Creador la quiso al comienzo: la autorización, dada por Moisés, de repudiar a su mujer era una concesión a la dureza del corazón (cf Mt 19,8); la unión matrimonial del hombre y la mujer es indisoluble: Dios mismo la estableció: "lo que Dios unió, que no lo separe el hombre" (Mt 19, 6).

“Nada más doloroso y devastador que un divorcio», se lee en la pantalla, antes del título de la película “Infiel”, obra de Ingmar Bergman. Así es, en efecto, y por eso resulta difícil entender que no pocos hablen del divorcio como un “progreso” cuando, aparte de sus evidentes consecuencias destructivas, cuenta desgraciadamente con muchísimos siglos de historia. Pero más allá de las diferentes causas que conduzcan a la ruptura del vínculo matrimonial, siempre hay una razón clave; es la señalada por Jesús al contestar a los judíos que le interpelan sobre el “por qué” del divorcio autorizado por Moisés. Es “la dureza del corazón”, les dice; en otras palabras, es la muerte del amor entre marido y mujer lo que lleva a la ruptura.

Por eso, es fundamental tener un concepto verdadero de lo que es el “amor” y lo que supone “amar de verdad”, para no llamarse a engaños. El amor verdadero entre las personas -con sus diferentes modalidades: esponsal, fraterno, de amistad, etc.- conlleva necesariamente mirar más y en primer lugar, por el bien de la otra persona que por el bien propio. Si esto se olvida o desconoce, entonces se parte ya de un amor egoísta, desprovisto de alas, malogrado, y con etiqueta de caducidad. Se comprende también que todo amor verdadero despierte un eco de análoga correspondencia y, cuando esto sucede, salta la chispa de la felicidad  al experimentar que se ama a la otra persona, con olvido de sí, y que se es amado y correspondido de la misma manera. Es un amor mutuo que “trasciende” a las personas que así se aman, impulsándolas más allá de sí mismas, con vistas a una meta común que las enriquece. Lo ha expresado muy bien A. de Saint-Exupéry, en “El Principito”, cuando pone en sus labios estas palabras: "El amor no consiste en mirar al otro, sino en mirar juntos en la misma dirección."

Algo semejante cabe decir de la felicidad que reporta el amor verdadero, porque no se alcanza buscándola como objetivo primordial e inmediato, egoísta, sino que llega como meta y resultado de una entrega en favor de la persona amada. También aquí Saint-Exupéry es clarividente al decir: “Si quieres comprender la palabra felicidad, tienes que entenderla como recompensa y no como fin."

Pero volvamos a la participación de Jesús en las bodas de Caná. Decía que su sola presencia ya era como una bendición del amor de los esposos. Una presencia anticipadora de dos realidades maravillosas: en primer lugar, la del propio desposorio de Cristo con su Iglesia, en “las bodas del Cordero” (Ap 19, 9), que llegaría tres años después, con la entrega de su vida en la Cruz, anticipada la víspera de modo sacramental al instituir la Eucaristía, convirtiendo el pan en Cuerpo y el vino en su Sangre. Y en segundo lugar, la otra gran realidad: la omnipotencia con la que Cristo en Caná, convirtió el agua en vino para alegría de los esposos e invitados, fue como el anticipo de la gracia que conferirá a los esposos cristianos en el futuro sacramento del matrimonio, para que puedan vivir mejor la mutua fidelidad.

Así expresa el Catecismo de la Iglesia las mencionadas realidades: “El signo del agua convertida en vino en Caná (cf Jn 2, 11) anuncia ya la Hora de la glorificación de Jesús. Manifiesta el cumplimiento del banquete de las bodas en el Reino del Padre, donde los fieles beberán el vino nuevo (cf Mc 14, 25) convertido en Sangre de Cristo”. (Catecismo, n. 1335)

Y por lo que mira al sentido esponsal del amor, tanto entre los cónyuges de Caná como entre Cristo y su Iglesia, lo expresa así: “Toda la vida cristiana está marcada por el amor esponsal de Cristo y de la Iglesia. Ya el Bautismo, entrada en el Pueblo de Dios, es un misterio nupcial. Es, por así decirlo, como el baño de bodas (cf Ef 5, 26-27) que precede al banquete de bodas, la Eucaristía. El Matrimonio cristiano viene a ser por su parte signo eficaz, sacramento de la alianza de Cristo y de la Iglesia”. (Catecismo, nº. 1617). En línea con estas recíprocas analogías, y más concretamente en la existente entre Cristo esposo de la Iglesia, y los cónyuges varones en su matrimonio, escribirá san Pablo: "Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla" (Ef 5, 25-26), y añadiendo enseguida: "`Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una sola carne'. Gran misterio es éste, lo digo respecto a Cristo y a la Iglesia" (Ef 5, 31-32). (Catecismo, n- 1616)

Y todo, al fin, concuerda y se complementa con esta invitación del Catecismo a los esposos cristianos, para seguir las huellas esponsales de Jesús: “Viniendo (Cristo) para restablecer el orden inicial de la creación perturbado por el pecado, da la fuerza y la gracia para vivir el matrimonio en la dimensión nueva del Reino de Dios. Siguiendo a Cristo, renunciando a sí mismos, tomando sobre sí sus cruces (cf Mt 8, 34), los esposos podrán "comprender" (cf Mt 19,11) el sentido original del matrimonio y vivirlo con la ayuda de Cristo. Esta gracia del Matrimonio cristiano es un fruto de la Cruz de Cristo, fuente de toda la vida cristiana.” (Catecismo n. 1615).

Parece muy necesario reavivar en las catequesis previas al matrimonio, la doctrina recordada en las líneas precedentes. Así, los futuros cónyuges, sabrán valorar mejor la gracia divina que reciben en el sacramento; una gracia que, procedente del amor de Cristo en la Cruz, es fuerza divina y permanente, necesaria para mantener su mutua fidelidad y para el bien de la familia que formen. Aquí cabría completar las palabras de Saint-Exupéry antes mencionadas, introduciendo la gracia de Cristo en el amor de los esposos, y sonarían así: “El amor no consiste en mirar al otro, sino en mirar juntos, con Cristo, en la misma dirección."

Fuente: religion.elconfidencialdigital.com

1/22/24

Descubrir el sentido de la vida: la vocación

Juan Luis Selma

La moderna postmodernidad imperante nos lleva al subjetivismo-relativismo: "Yo me lo guiso, yo me lo como"

Un chico le comentaba un poco desesperado a su padre sus reveses amorosos. Aunque es creyente, no practicaba mucho y había seguido la corriente moderna de convivir con la novia con el pretexto de conocerse mejor. El caso es que, después de varios intentos fallidos de convivencia, le pregunta qué había hecho él para que le saliera tan bien su matrimonio.

La respuesta es que la media naranja la debemos buscar con Dios y no en su contra. La Providencia divina, al crearnos, ya tiene pensado los grandes temas de nuestra vida, aquello que nos va a hacer felices. Lo que nos va a llenar y dar sentido a nuestro existir. Por supuesto que tiene pensada la pareja de mi vida; la mejor persona para compartir la existencia y formar una estupenda familia.

Los grandes asuntos de la vida hay que resolverlos a favor de Dios, no en su contra, si queremos acertar. La moderna postmodernidad imperante nos lleva al subjetivismo-relativismo: “Yo me lo guiso, yo me lo como”, pretendiendo que todo tiene el mismo valor, el que me interesa en este momento. Actuando así, es fácil equivocarse, perderse. Cuando, en cambio, hay un norte, unas reglas de juego, unos principios, el camino es más seguro.

Cuenta el Evangelio que Jesús “mientras pasaba junto al mar de Galilea, vio a Simón y a Andrés, el hermano de Simón, que echaban las redes en el mar, pues eran pescadores. Y les dijo Jesús: Seguidme y haré que seáis pescadores de hombres”. Es la llamada, la vocación, el descubrimiento del sentido de la vida.

No provenimos del azar, ni nuestra vida está regida por una conjunción de los astros. Somos fruto de un querer divino, de una decisión del Dios bueno y sabio, del amor. Hay un proyecto, un plan pensado para cada uno; descubrirlo es vital. Será la luz que nos guíe a través del laberinto de la vida. Todo tendrá sentido. La vida no es un absurdo; no podemos ser unos cínicos, nihilistas, apáticos, oportunistas; en el fondo desesperados.

En La náusea, primera novela filosófica del francés Jean Paul Sartre, se cuestiona y pone en duda el sentido de la existencia del ser humano y, especialmente, su propósito vital. Se llega a la conclusión de que la vida del hombre está vacía: “El tiempo de un relámpago. Después de ello, el desfile vuelve a comenzar, nos acomodamos a hacer la adición de las horas y de los días. Lunes, martes, miércoles, abril, mayo, junio de 1924, 1925, 1926: esto es vivir".

En cambio, con el descubrimiento de la vocación, pasa todo lo contrario. Nos llenamos de proyectos, soñamos, tenemos ilusión. El tiempo se hace corto para amar, para sacar todo adelante, para hacer felices a los demás. Nos realizamos, sacamos a fuera todo el potencial dibujado en el ADN, nos movemos como “pez en el agua”. Completando ese proyecto divino, nos damos cuenta, agradecidos, de lo bonita que es la vida, de lo bueno que es Dios.

Decía san Josemaría: “Si me preguntáis cómo se nota la llamada divina, cómo se da uno cuenta, os diré que es una visión nueva de la vida. Es como si se encendiera una luz dentro de nosotros; es un impulso misterioso, que empuja al hombre a dedicar sus más nobles energías a una actividad que, con la práctica, llega a tomar cuerpo de oficio. Esa fuerza vital, que tiene algo de alud arrollador, es lo que otros llaman vocación”.

La vocación no se restringe al ámbito religioso; hay también una vocación profesional, muchos trabajos son vocacionales –maestros, médicos, cuidadores, enfermeros-. El matrimonio, la llamada a compartir la vida con el esposo/a, formar una familia, es una vocación. El cuidado de la polis, de la res publica, no es una opción partidista; es un trabajo lleno de sentido, de servicio, que puede hacer mucho bien.

Viviendo vocacionalmente la existencia, redescubriendo el querer de Dios en cada instante y situación de la vida; no solo todo tendrá sentido, explicación; sino que nos acompañará toda la gracia de Dios, la energía creacional, vocacional, que nos facilitará mucho las cosas. Junto al proyecto de Dios hay todo un pack de ayudas, de energía, para llevarlo a término. Hay garantía de éxito, aunque se atraviesen negros túneles y áridos desiertos. El final será feliz.

Descubrir aquello para lo que estamos hechos, encontrar la media naranja, ver la llamada de Dios, no es pérdida, es ganancia. Así, como quien encontró un tesoro en un campo y lo vendió todo para comprarlo; dejar otras cosas para seguir nuestro camino no es renuncia, es un buen negocio.

Además, quien nos ha creado y nos ha dotado de habilidades, aficiones, ilusiones, lo que quiere es que las desarrollemos, no quiere cortarnos las alas. Quiere que volemos alto y gocemos del vértigo de las cumbres. Si sentimos la llamada divina decir que sí no es solo virtud, es sabiduría, buen negocio.

Fuente: eldiadecordoba.es

1/21/24

Jesús los eligió y siguió creyendo en ellos

 El Papa en el Ángelus


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de hoy relata la vocación de los primeros discípulos (cfr Mc 1,14-20). Llamar a los demás para unirse a su misión es una de las primeras cosas que Jesús cumple al comienzo de la vida pública: se acerca a algunos jóvenes pescadores y los invita a seguirlo: «Síganme y los haré pescadores de hombres» (v. 17). Y esto nos dice una cosa muy importante: el Señor ama implicarnos en su obra de salvación, nos quiere activos col Él, nos quiere responsables y protagonistas. Un cristiano que no es activo, que no es responsable en la obra de anunciar al Señor, y que no es protagonista de su fe, no es un cristiano o, como decía mi abuela, es un cristiano “al agua de rosas”, sin fundamento, superficial.

Por sí mismo, Dios no tendría por qué hacerlo, pero lo hace, a pesar de que implica asumir tantas de nuestras limitaciones: todos somos limitados, de verdad pecadores, y Él carga con nuestros pecados. Fijémonos, por ejemplo, en cuánta paciencia tuvo con los discípulos: a menudo no comprendían sus palabras (cfr Lc 9,51-56), a veces no se llevaban bien entre ellos (cfr Mc 10,41), durante mucho tiempo no lograron acoger aspectos esenciales de su predicación, por ejemplo, el servicio (cfr Lc 22,27). Sin embargo, Jesús los eligió y siguió creyendo en ellos. Esto es importante, el Señor nos eligió para ser cristianos. Y nosotros somos pecadores, cometemos una tras otra, pero el Señor sigue creyendo en nosotros. Esto es maravilloso.

De hecho, llevar la salvación de Dios a todos ha sido por Jesús la felicidad más grande, la misión, el sentido de su existencia (cfr Gv 6,38) o, como Él dice, su alimento (cfr Gv 4,34). Y en cada palabra y acción con la que nos unimos a Él, en la hermosa aventura de donar amor, se multiplican la luz y la alegría (cfr Is 9,2): no sólo a nuestro alrededor, sino también en nosotros. Anunciar el Evangelio, entonces, no es tiempo perdido: es ser más felices ayudando a los demás; es liberarse de sí mismo ayudando a los demás a ser libres; ¡es hacerse mejores ayudando a los demás a ser mejores!

Preguntémonos, entonces: ¿me detengo de vez en cuando a recordar la alegría que creció en mí y alrededor de mí cuándo acogí la llamada a conocer y a testimoniar a Jesús? Y cuándo rezo, ¿doy gracias al Señor por haberme llamado a hacer felices a los demás? Y finalmente: ¿deseo hacer gustar a alguien, con mi testimonio y mi alegría, hacer gustar lo hermoso que es amar a Jesús?

Que la Virgen María nos ayude a gustar la alegría del Evangelio.

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Después del Ángelus

¡Queridos hermanos y hermanas!

Los próximos meses nos conducirán a la apertura de la Puerta Santa, con la que comenzaremos el Jubileo. Les pido que intensifiquen la oración para prepararnos a vivir bien este acontecimiento de gracia y experimentar la fuerza de la esperanza de Dios. Por eso comenzamos hoy el Año de la oración, un año dedicado a redescubrir el gran valor y la absoluta necesidad de la oración en la vida personal, en la vida de la Iglesia y en el mundo. Nos ayudarán también los subsidios que el Dicasterio para la Evangelización pondrá a nuestra disposición.

En estos días recemos especialmente por la unidad de los cristianos, y no nos cansemos de invocar al Señor por la paz en Ucrania, en Israel y en Palestina, y en tantas otras partes del mundo: son siempre los más débiles los que sufren la falta de ella. Pienso en los pequeños, en tantísimos niños heridos y asesinados, en los privados de afecto, privados de sueños y de futuro. ¡Sintamos la responsabilidad de rezar y construir la paz para ellos!

Con dolor recibí la noticia del secuestro, en Haití, de un grupo de personas, entre ellas seis Religiosas: al pedir encarecidamente su liberación, rezo por la concordia social en el país y llamo a todos a poner fin a las violencias, que tanto sufrimiento causan a esa querida población.

Saludo a todos los que han acudido de Roma, de Italia y de tantas partes del mundo: en particular, a los peregrinos de Polonia, Albania, Colombia, a los estudiantes del Instituto Pedro Mercedes de Cuenca (España), a los universitarios americanos que estudian en Florencia, al grupo de Quinceañeras de Panamà, a los sacerdotes y migrantes de Ecuador, a quienes aseguro oraciones por la paz para su país. Saludo a los fieles de Massafra y Perugia (Italia); a la Unión Católica Italiana de Profesores, Directivos y Formadores; al grupo Scout Agesci de Palmi.

Deseo a todos un buen domingo. Por favor, no se olviden de rezar por mí. Buen almuerzo y ¡hasta luego!.

Fuente: vatican.va


1/20/24

Pescadores de hombres

Domingo 3.° semana del tiempo ordinario (Ciclo B)

Evangelio (Mc 1,14-20)

Después de haber sido apresado Juan, vino Jesús a Galilea predicando el Evangelio de Dios, y diciendo:

— El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está al llegar; convertíos y creed en el Evangelio.

Y, mientras pasaba junto al mar de Galilea, vio a Simón y a Andrés, el hermano de Simón, que echaban las redes en el mar, pues eran pescadores. Y les dijo Jesús:

— Seguidme y haré que seáis pescadores de hombres.

Y, al momento, dejaron las redes y le siguieron. Y pasando un poco más adelante, vio a Santiago el de Zebedeo y a Juan, su hermano, que estaban en la barca remendando las redes; y enseguida los llamó. Y dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y se fueron tras él.

Comentario

Después del bautismo en el Jordán y de haber vencido las tentaciones en el desierto, sobre lo que hemos meditado en los domingos anteriores, Jesús se dirige ahora a Galilea y se instala en Cafarnaún, una población situada junto al lago de Genesaret. Era un pueblo de pescadores, agricultores y comerciantes lleno de actividad, en donde confluían judíos y paganos, gentes de toda procedencia. El mensaje que vino a predicar no estaba dirigido a un grupo cerrado de seguidores, sino que es para todos, para la gente corriente que vive y se afana en las tareas ordinarias.

En este pasaje del Evangelio, con el que Marcos comienza la narración de la vida pública del Maestro, se sintetizan dos rasgos fundamentales del mensaje y de la actividad de Jesús.

Primero, presenta un resumen del contenido esencial de su predicación: “el Reino de Dios está al llegar; convertíos y creed en el Evangelio” (v. 15). La conversión supone un cambio de orientación. Implica un apartamiento del pecado para mirar derechamente hacia la meta a la que todos estamos llamados, que es la bienaventuranza en el reino de los Cielos. Pero es también, una actitud de inconformismo con lo que se viene haciendo rutinariamente, pero se puede hacer mejor, o de otro modo que rinda más frutos. Cuando se escucha esta llamada de Jesús a convertirse, algo comienza a cambiar en la propia vida. Así lo experimentaron Simón y Andrés, Santiago y Juan.

En segundo lugar, con la invitación a quienes serían sus primeros discípulos para que lo siguieran (vv. 16-20), Jesús pone en marcha su Iglesia apoyada en unos hombres sencillos y corrientes, a los que constituiría en Apóstoles. De ellos y de sus sucesores se servirá para actualizar continuamente la llamada universal a la conversión y a la penitencia que abre camino al Reino de los Cielos.

Aquellos hombres estaban afanados en sus tareas diarias, eran pescadores, cuando Jesús les abrió unos horizontes insospechados y ellos lo siguieron con prontitud. Hasta entonces su trabajo consistía en echar las redes, lavarlas, arreglarlas para que se mantuviesen siempre a punto, vender el pescado… Pero el Señor les hace ver que, sin dejar su profesión, ahora los espera otra pesca. Su gran aventura comenzó con un sencillo encuentro, aparentemente casual. Desde el momento en que se abrieron a Jesús y fueron generosos para cambiar de rutinas y emprender su seguimiento, también ellos comenzaron a tener un conocimiento directo del Maestro. No los estaba llamando a ser meros anunciadores de una doctrina, sino amigos íntimos y testigos de su persona. Con ese anzuelo, en adelante serían “pescadores de hombres” (v. 17).

La escena se repite en la vida de cada uno de nosotros, si, como ellos, escuchamos su llamada y nos decidimos a seguirlo sin condiciones. También se nos abre una nueva dimensión, maravillosa, divina, que llena de contenido y sentido toda nuestra existencia. “Jesús nos quiere despiertos -decía San Josemaría-, para que nos convenzamos de la grandeza de su poder, y para que oigamos nuevamente su promesa: venite post me, et faciam vos fieri piscatores hominum, si me seguís, os haré pescadores de hombres; seréis eficaces, y atraeréis las almas hacia Dios. Debemos confiar, por tanto, en esas palabras del Señor: meterse en la barca, empuñar los remos, izar las velas, y lanzarse a ese mar del mundo que Cristo nos entrega como heredad. Duc in altum et laxate retia vestra in capturam!: bogad mar adentro, y echad vuestras redes para pescar”.

Fuente: opusdei.org

1/19/24

“Eso de ‘Dios no existe porque hay pobres’ es el típico argumento de rico”

Maria José Atienza


Jose Manuel Horcajo es párroco de San Ramón Nonato, en el madrileño barrio de Vallecas. Una parroquia en la que desarrolla una amplia labor espiritual y social.

La parroquia de San Ramón Nonato emerge sin muchos aspavientos de entre las construcciones que rodean el Puente de Vallecas en la capital de España. Se trata de un templo sencillo, no especialmente grande, pero en el que siempre hay gente. Y la hay por una sencilla razón: está abierta.

Desde las 7:30 de la mañana a las 21:00, son decenas las personas que, en algún momento del día, entran a la parroquia: rezan, miran, hablan y, sobre todo, se sienten acogidas

Su párroco, José Manuel Horcajo, sacerdote diocesano de Madrid, no se imaginaba, allá por 2001 cuando se ordenó, que tres años más tarde terminaría en una de las zonas más castigadas socioeconómicamente de la capital.

Desde 2004 es el párroco de esta parroquia vallecana en cuya historia se entremezclan deportistas -como la familia de Villota- y santos. Allí el beato Álvaro del Portillo, allá por 1934, recibió un golpe con una llave inglesa por parte de ciertos radicales anticatólicos cuando iba a dar catequesis a los chicos de la parroquia.

Hablamos con Horcajo en una sala situada sobre el comedor social San José, justo enfrente de la parroquia. En la sala, desde donde se escucha a las voluntarias de Cáritas hablar con beneficiarios, hay maletas de ropa de algunas familias acogidas. Al otro lado de la pared se imparte una clase de la escuela de familias. La gente sube, baja, ríe, llora, pide oraciones y alimentos y, siempre, da las gracias.

Horcajo plasmó algunas de las miles de historias con las que convive en San Ramón en su libro Al cruzar el puente (2019). Hace poco salió a la luz un segundo libro Diamantes tallados. Si el primero era casi un “libro de anécdotas”, Diamantes tallados es, en palabras de su autor “un libro de espiritualidad encarnada. De pasión, muerte y resurrección”. Las historias que recoge parecen tan lejanas como reales son y de su mano, comenzamos a hablar con el párroco.

¿Cómo nació un libro tan “diferente” como Diamantes tallados?

–La verdad es que tardé más en decidirme a escribir Diamantes tallados que en escribirlo, realmente. Me preguntaba, ¿merece la pena? Y tenía dudas, pero fui viendo que no hay tantos libros de espiritualidad encarnada en situaciones de pasión.

Este es un libro de pasión, muerte y resurrección, donde se ve la fuerza del Espíritu Santo en vidas destrozadas, personal o socialmente. Luego lo ves y dices ¡pero si el Evangelio es igual!: La samaritana, con cinco maridos, aislada del pueblo, que iba al pozo cuando nadie iba y se convirtió en apóstol del pueblo; Mateo, un publicano por ahí perdido… Vas viendo los personajes y, al final, es lo mismo.

Creo sinceramente que hoy o la Iglesia muestra esa fuerza que tiene el Espíritu Santo en gente destruida, que se puede convertir en apóstol, o es que nos creemos que esto es sólo para una élite. Para gente acomodada. ¡Imagínate!

La Iglesia no es algo que funciona solo cuando todo esta bien. Cuando está todo mal, entonces, ¿qué? Lo que pasa aquí es lo ordinario. De los pobres tienen que salir muchos apóstoles ¡y muchos santos! Ha sido así siempre en la vida de la Iglesia.

Iglesia de pobres, Iglesia de ricos ¿nos perdemos en las categorizaciones?

–A veces corremos el riesgo de acentuar tanto una cosa que nos olvidamos de los demás. Eso puede pasar. Yo digo, quizás poéticamente, pero estoy convencido de ello, que la Iglesia ha de evangelizar a los pobres y que muchas personas de clase media o alta son también pobres.

¡Todos somos pobres! En unos casos se ve más claro, es evidente, por sus carencias sociales y demás, pero la pobreza, los anawin pertenecen a todo hijo de Dios. Todos somos pobres ante Dios. Hay algunas pobrezas que no se ven y las tenemos que descubrir. Descubrir que todos dependemos de Dios.

Cuando uno descubre que es pobre la cosa cambia: toma un estilo de vida pobre, no le da vergüenza acercarse a los pobres -que pueden ser el enfermo, el desagradable, el que me cae mal-. Todos tenemos “periferias personales”: personas que alejamos de nuestra sensibilidad por cualquier motivo.

Al reconocerse pobre, la persona se acerca a cualquier sensibilidad, a cualquier situación, aunque le parezca lejana. Algunos que viven muy bien en sus chalets también son pobres y la Iglesia les ayuda a descubrir esas carencias espirituales.

De los pobres tienen que salir muchos apóstoles ¡y muchos santos! Ha sido así siempre en la vida de la Iglesia.

Fuente: omnesmag.com