5/31/21

Es comprensible el miedo, la duda

Juan Luis Selma

Hay que hacer frente a los peligros, pero de modo inteligente y sin perder la dignidad

No podemos vivir con miedo ni del miedo, pero eso no significa que a veces lo tengamos. Ver las noticias da miedo, también el panorama actual: el paro, la crisis, el covid, la violencia familiar. Vamos viendo las orejas al lobo con el “Gran Reset” que quieren hacer para lograr el control del Nuevo Orden Mundial, véase la España 2050. Surge el miedo cuando nos vemos amenazados, instintivamente nos ponemos en estado de alerta. Fisiológicamente aumenta la tensión arterial, la adrenalina, la tensión muscular… En ocasiones se puede retroalimentar hasta llegar al pánico perdiendo incluso el control de uno mismo.

Entiendo que hay motivos para recelar, para alarmarse. Personalmente me sobresalta el futuro incierto de la familia, la superficialidad en la que vive gran parte de la sociedad, véase la última edición de Eurovisión o la ingenua aceptación de modelos de vida alternativos sin considerar los daños colaterales que llevan consigo. Veo que se utiliza la bandera de la libertad para quitarla convirtiéndonos en manada. Por eso creo que un poco de miedo es bueno tener. Se huele el peligro; de hecho, hay desconfianza en el ambiente: las inversiones están muy paralizadas, cuesta asumir compromisos duraderos, muchos no quieren tener hijos. Son señas de temor.

En ocasiones he sufrido pesadillas, una recurrente ha sido verme en caída libre al vacío, no es nada agradable. También he podido acompañar y consolar a otros que las han tenido. Despertar, encender la luz, coger a alguien de la mano, ver que solo se trata de un sueño, volver a la realidad es un consuelo. Cuando los niños tienen miedo, buscan el auxilio de los padres, les ayuda estar acompañados, tener la lámpara encendida. La luz de la verdad y la buena compañía son los mejores antídotos para superar el pánico.

El miedo es humano y lo sufrimos todos, pero hay quien lo utiliza para controlarnos. Hay que hacer frente a los peligros, pero de modo inteligente y siempre sin perder la dignidad ni permitiendo que nos la quiten. El covid-19 ha sido y es una amenaza, también el peligro de la desertización de la tierra, la contaminación, el descuido de la naturaleza. En otro orden, el miedo a que fracase el matrimonio, o que un hijo se líe con la droga no nos puede llevar a vivir como mera pareja de hecho, o a conformarme con la compañía de un perrito. No se puede utilizar la pandemia para recortar libertades o la contaminación para prohibir viajar o comer carne de vaca para evitar emisiones de metano. La parte oscura siempre ha sabido sembrar la duda, el miedo para controlar, y lado oscuro son las ideologías, las tiranías, el demonio y sus secuaces. El regusto amargo de mis decisiones equivocadas no me puede llevar a dejar de hacer elecciones importantes, sería renunciar a la libertad.

“Y en cuanto le vieron le adoraron; pero otros dudaron” relata el Evangelio que les sucedió a los discípulos de Jesús al verle. En otras ocasiones se nos habla del miedo que tienen a la tempestad, a los judíos, a la cruz. Y eso que estaban con Él: “¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe?” les dice. El Maestro pone el origen del miedo en la falta de fe: estar privados de la confianza y de la luz. Cuando no hay una mano amiga y poderosa a la que agarrarme, cuando vamos por caminos oscuros, es lógico que el desasosiego y el sobresalto sean nuestros compañeros.

En ocasiones somos nosotros mismos los que nos podemos dar miedo. Nuestras bajezas y egoísmos, en ocasiones la indolencia y apatía. La dureza y frialdad del corazón. Nuestra historia particular con las heridas sufridas ¿Se puede vivir así, lo podemos superar? ¡Qué peligrosas son esas cicatrices no cauterizadas! Nos hacen vivir en un ¡ay! perenne. No se pueden juzgar a la ligera las actuaciones de los demás, pueden estar muy heridos, muy mal. Hay que procurar curar las viejas heridas, quitarse los miedos.

Dice san Juan que el que tiene miedo es porque no sabe amar. La falta de amor y la poca fe alimentan los miedos, las dudas. Tener fe no es simplemente ser religioso, persona de iglesia, es enfocar la vida desde Dios: “La fe es cuando te haces a ti mismo a la medida de Dios” dice Turoldo. La solemnidad de la Santísima Trinidad, día en que celebramos que Dios es Familia: Padre, Hijo y Espíritu Santo, nos recuerda que formamos parte de ese estupendo linaje. Somos queridos de un modo infinito. Si enfocamos nuestra vida desde esa convicción, si nos hacemos a la medida de Dios, superaremos nuestras dudas y temores. La luz de la verdad y la buena compañía serán la mejor vacuna que nos inmunizará de tantos miedos.


Fuente: eldiadecordoba.es

Iglesias vacías y la excusa de la secularización

Massimo Borghesi

Allí donde el pastor es un hombre de Dios que se entrega totalmente, las iglesias vuelven milagrosamente a llenarse. El hombre de hoy, el joven de hoy, no ha perdido el sentido del amor divino.

 El debate suscitado por Giorgio Gawrosnski en L’Osservatore Romano, con un artículo publicado el pasado 22 de febrero bajo el título “Las iglesias vacías y el humanismo integral”, constituye una de las pocas discusiones interesantes que agitan actualmente al pensamiento católico.

Varios medios italianos lo han citado, evocando el problema que plantea ya en el título: ¿por qué las iglesias están vacías y tienden a vaciarse cada vez más? “En Italia –escribe Gawronski– los practicantes han descendido en diez años del 33% al 27%; entre los jóvenes (18-29 anni) solo el 14% se considera practicante, un porcentaje que sigue cayendo casi un 3% al año”. ¿A qué se debe esta desafección que sufre Europa y el mundo económicamente desarrollado, y mucho menos África, América Latina o Filipinas?

Los motivos habituales ya los conocemos: secularización, consumismo, relativismo ético, etcétera. A todo ello, los tradicionalistas y los sectores conservadores de la Iglesia añaden las críticas al Concilio Vaticano II y a su representante actual, el papa Francisco, cuyo pecado residiría en haber alejado la doctrina de la recta tradición. En el lado opuesto, los progresistas atribuyen el alejamiento de los fieles a una Iglesia “inmóvil”, firme en el celibato de los sacerdotes, en una moral sexual cerrada y en la masculinidad eclesiástica. Se trata de argumentos, a derecha e izquierda, que no convencen. Más justificaciones que explicaciones. Como dice Gawronski, “estadísticamente no obtienen resultados satisfactorios ni las iglesias más modernas ni las más conservadoras”. Lo que significa que la crisis actual de la fe en Occidente no se puede imputar al concilio, ni se puede pensar que su resolución pase por un Vaticano III. Como dice Lucio Brunelli, “la crisis de las iglesias vacías viene de lejos, empezó cuando las iglesias estaban llenas… La de los años 50 era una iglesia militante, de doctrina dura, influyente en la vida política. Pero, salvo un respeto exterior a las formas y convenciones sociales, ya no conquistaba los corazones ni las mentes de gran parte de las generaciones jóvenes. La práctica religiosa aún se mantenía, pero de manera parecida a un andamio sin anclajes sólidos sobre el terreno. Basta una sacudida para que se venga abajo. El viento del 68 arrancó de golpe a la Iglesia una generación de hijos inquietos. La llegada de un nuevo poder consumista “que se ríe del Evangelio”, como profetizaba Pasolini en los años 70, pareció disolver como nieve al sol, en poco más de una década, todo un tejido popular cristiano ligado a la Italia rural que costó siglos formar”. Matzuzzi recordaba en este sentido las palabras del cardenal Wimeijk, arzobispo de Utrecht: «Teníamos sobreabundancia de sacerdotes, órdenes religiosas, congregaciones. Muchos misioneros del mundo procedían de la pequeña Holanda. Pero enseguida se vio que los fundamentos de aquella orgullosa columna católica eran mucho menos sólidos de lo que parecía”.

Eso significa que el cristianismo “tradicional” de los años 50 presentaba graves carencias. No se explica de otro modo la velocidad de su liquidación ante el desafío de la modernización que se da en Europa sobre todo a partir de los años 60. Ese cristianismo se apoyaba en dos pilares: la aceptación pasiva del dogma y una doctrina moral limitada, como mucho, a la cuestión sexual. Cuando irrumpió el estilo de vida americano, con su visión liberal de la vida, el mundo católico no estaba preparado. Acostumbrado, desde la Contrarreforma, a concebirse en una posición defensiva, ampliamente incapaz de desarrollar una confrontación crítica con lo moderno, se vio desplazado por el modernismo americano, frente al cual la Iglesia católica parecía de pronto anticuada, como un residuo de tiempos pasados.

La dolce vita de Fellini es de 1960 y muestra muy bien ese momento de tránsito, esa distancia generacional entre dos Italias, la del pasado y la del futuro. ¿Cuál era el límite de la Iglesia y del cristianismo de entonces? Ante todo el de su cultura, la neoescolástica dominante en los seminarios y facultades pontificias, un pensamiento marcado por una actitud radicalmente antimoderna, hostil al marco de libertades, acompañado por una teología dogmática carente de una antropología teológica. Eran los tiempos en que la teología miraba con sospecha las categorías de “experiencia” y de “sentido religioso”.

Llevadas por la polémica antimodernista, a causa de una formulación inadecuada, dejaban un vacío, el de una visión del hombre abierta a lo sobrenatural. La neoescolástica, el neotomismo del siglo XX, concebía lo humano, al igual que la Ilustración, como un bloque autónomo, cerrado, al que la gracia se añadía como si fuera un meteorito. La consecuencia era el miedo ante un mundo secularizado, percibido como antropológicamente extraño y enemigo. El puente del dogma al humanismo “ateo” parecía imposible. El resultado era que la psicología “cristiana” se mantenía mientras las puertas de la iglesia seguían cerradas. Cada salida se pagaba con crisis internas, cesiones, fugas. La gran crisis que siguió a los años del post-concilio no depende de derrumbes inesperados sino de los límites de la cultura católica. El progresismo post-conciliar es justo lo contrario al tradicionalismo precedente, su cara opuesta, y solo puede explicarse a partir de los límites de la cultura neoescolástica.

Frente al éxodo de cientos de miles de cristianos, que encontraron en el marxismo su punto de apoyo, la respuesta más significativa por parte de la Iglesia no llegó desde sectores tradicionalistas, de los opositores al concilio, sino de los nuevos movimientos eclesiales, que demostraron entonces, en un clima fuertemente hostil, que no casaban con las reacciones conservadoras y que eran capaces de interceptar las esperanzas y expectativas de los jóvenes más alejados, que no procedían de familias católicas ni de parroquias. Un encuentro que hizo posible no solo la personalidad carismática de sus fundadores sino que la propuesta cristiana que ofrecían a los jóvenes recordaba, como afirma Gawronski en su artículo, la dinámica de la Iglesia de los primeros siglos: el testimonio personal y comunitario, la participación en la experiencia de una humanidad renovada, capaz de incidir en la realidad y en la historia. “Como pasaba en los primeros siglos”, escribe Brunelli.

De hecho, los movimientos eclesiales representaron, al menos hasta los años 90, una gran esperanza, un signo de vitalidad y juventud para un cristianismo a la deriva, rechazado por el mesianismo político y sectario del pensamiento del 68. Luego los vientos de la restauración, que siguieron a 1989 y a la caída del comunismo, reunió de nuevo la madeja. La Iglesia en su conjunto volvió a blindarse, atemorizada ante una secularización cada vez más arrogante, cerrando nuevamente sus puertas. Evangelización y promoción humana, los dos polos de la Evangelii nuntiandi de Pablo VI, se perdieron por el camino. En vez de evangelización encontramos “batallas” éticas centradas en la lucha contra el aborto, la eutanasia, el matrimonio gay, mientras que en lugar de promoción humana nos topamos con una aquiescencia total con el modelo capitalista y un profundo olvido de la doctrina social de la Iglesia. Conformismo y maniqueísmo, los dos polos del catolicismo actual. Frente a esta perspectiva, no sorprende el progresivo vacío de las iglesias y la distancia que aleja a los jóvenes de la fe. ¿Por qué a un joven de hoy le iba a atraer una postura que solo se define por un campo restringido de batallas ético-culturales? Un joven que, recordemos, está a años luz del militante comprometido de los años 70.

Lo que le falta al catolicismo actual, incluso y sobre todo al comprometido, es la categoría del “encuentro”. Una categoría que atraviesa y supera la distinción entre derecha e izquierda, y que permite ir directamente al corazón de lo humano. ¿Cómo puede llegar hoy la Iglesia a ese “corazón”? Esta es la pregunta que hay que plantearse ante el espectáculo de las iglesias pobladas solo de ancianos. Para responderla, el papa Francisco afirmaba el 13 de septiembre de 2018: “La teología, de hecho, no puede ser abstracta — si fuera abstracta sería ideología— porque surge de un conocimiento existencial, nacido del encuentro con el Verbo hecho carne. La teología está llamada, pues, a comunicar la concreción del Dios amor. Y la ternura es un buen ‘existencial concreto’, para traducir en nuestros tiempos el afecto que el Señor nutre por nosotros. Hoy, efectivamente, nos concentramos menos que en el pasado en el concepto o en la praxis y más en el ‘sentir’. Puede no gustar, pero es un hecho: se parte de lo que sentimos. La teología ciertamente no puede reducirse al sentimiento, pero tampoco puede ignorar que, en muchas partes del mundo, el enfoque de cuestiones vitales ya no parte de las últimas cuestiones o de las demandas sociales, sino de lo que la persona advierte emocionalmente”.

El Papa hace aquí una afirmación muy relevante: “el enfoque de cuestiones vitales ya no parte de las últimas cuestiones o de las demandas sociales, sino de lo que la persona advierte emocionalmente”. Es decir, que la línea de fondo que permite al cristianismo encontrarse con el mundo ya no es la filosófica de los años 50, marcados por el existencialismo y las preguntas sobre el sentido de la vida, ni la política de los años 70, marcados por el compromiso militante e ideológico del marxismo, sino que encuentra su posibilidad en una sensibilidad nueva que caracteriza el momento presente.

Este es un juicio histórico que motiva la insistencia con que Francisco habla de la ternura de Dios. El hombre actual, con su fragilidad, es especialmente receptivo a la dimensión afectiva. En un “mundo sin vínculos”, en una sociedad líquida, la cuestión del sentido de la vida no supone la conclusión de un razonamiento lógico sino el resultado del descubrimiento de sentirse amados, queridos. A esta responsabilidad “afectiva” están llamados hoy en primer lugar los presbíteros y religiosos, hombres y mujeres. Las iglesias se vacían cuando los pastores dejan de serlo y se convierten en burócratas, funcionarios, empleados. El problema de la Iglesia actual es que carece demasiadas veces de pastores, de personas que amen a Cristo y compartan la vida de aquellos que les son confiados. La secularización representa, desde este punto de vista, una excusa que esconde la falta de fe y de ternura, la distancia entre las palabras de las homilías, tantas veces altisonantes y melifluas, y una proximidad real, capaz de gestos y abrazo. Allí donde el pastor es un hombre de Dios que se entrega totalmente, las iglesias vuelven milagrosamente a llenarse. El hombre de hoy, el joven de hoy, no ha perdido el sentido del amor divino.


Fuente: paginasdigital.es/

5/30/21

El Misterio de La Santa Trinidad

 El Papa en el Ángelus


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En esta fiesta en la que celebramos a Dios: el misterio de un único Dios y este Dios es el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo. ¡Tres personas, pero Dios es uno! El Padre es Dios, el Hijo es Dios, el Espíritu es Dios. Pero no son tres dioses: es un solo Dios en tres Personas. Es un misterio que nos ha revelado Jesucristo: la Santa Trinidad. Hoy nos detenemos a celebrar este misterio, porque las Personas no son adjetivaciones de Dios: no. Son Personas, reales, distintas, diferentes; no son —como decía aquel filósofo— “emanaciones de Dios”: ¡no, no! Son Personas. Está el Padre, al que rezo con el Padrenuestro; está el Hijo que me ha dado la redención, la justificación; está el Espíritu Santo que habita en nosotros y habita en la Iglesia. Y este nos habla al corazón, porque lo encontramos encerrado en esa frase de san Juan que resume toda la revelación: «Dios es amor» (1Jn 4,8.16). El Padre es amor, el Hijo es amor, el Espíritu Santo es amor. Y en cuanto es amor, Dios, aunque es uno y único, no es soledad sino comunión, entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Porque el amor es esencialmente don de sí mismo, y en su realidad originaria e infinita es Padre que se da generando al Hijo, que a su vez se da al Padre, y su amor mutuo es el Espíritu Santo, vínculo de su unidad. No es fácil entenderlo, pero se puede vivir este misterio; todos nosotros; se puede vivir tanto.

Este misterio de la Trinidad nos fue desvelado por el mismo Jesús. Él nos hizo conocer el rostro de Dios como Padre misericordioso; se presentó a Sí mismo, verdadero hombre, como Hijo de Dios y Verbo del Padre, Salvador que da su vida por nosotros y habló del Espíritu Santo que procede del Padre y del Hijo, Espíritu de la Verdad, Espíritu Paráclito —el domingo pasado hablamos de esta palabra “paráclito”— es decir, Consolador y Abogado. Y cuando Jesús se apareció a los apóstoles después de la Resurrección, Jesús los mandó a evangelizar «a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28,19).

La fiesta de hoy, pues, nos hace contemplar este maravilloso misterio de amor y luz del que procedemos y hacia el cual se orienta nuestro camino terrenal.

En el anuncio del Evangelio y en toda forma de la misión cristiana, no se puede prescindir de esta unidad a la que llama Jesús, entre nosotros, siguiendo la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo: no se puede prescindir de esta unidad. La belleza del Evangelio requiere ser vivida —la unidad— y testimoniada en la concordia entre nosotros, que somos tan diferentes. Y esta unidad me atrevo a decir que es esencial para el cristiano: no es una actitud, una forma de decir: no, es esencial, porque es la unidad que nace del amor, de la misericordia de Dios, de la justificación de Jesucristo y de la presencia del Espíritu Santo en nuestros corazones.

María Santísima, en su sencillez y humildad, refleja la Belleza de Dios Uno y Trino, porque recibió plenamente a Jesús en su vida. Que ella sostenga nuestra fe; que nos haga adoradores de Dios y servidores de nuestros hermanos.


Después del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas:

Ayer en Astorga, España, fueron beatificadas María Pilar Gullón Yturriaga, Octavia Iglesias Blanco y Olga Pérez-Monteserín Núñez. Estas tres mujeres laicas, valientes, a imitación del Buen Samaritano, se dedicaron a curar a los heridos de guerra, sin abandonarlos en el momento del peligro: se arriesgaron, y fueron asesinadas por odio a su fe. Alabemos al Señor por su testimonio evangélico. ¡Un aplauso para las nuevas beatas!

El próximo 1 de julio me reuniré en el Vaticano con los representantes principales de las comunidades cristianas del Líbano, en una jornada de reflexión sobre la preocupante situación del país y para rezar juntos por el don de la paz y la estabilidad. Encomiendo esta intención a la intercesión de la Madre de Dios tan venerada en el Santuario de Harissa, y desde ahora os pido que acompañéis la preparación de este evento con la oración solidaria, invocando un futuro más sereno para ese amado país.

Hoy se celebra el Día Mundial de la Esclerosis Múltiple y en Italia el Día Nacional del Alivio. Expreso mi reconocimiento por estas iniciativas. Recordemos que la cercanía es «bálsamo muy valioso, que brinda apoyo y consuelo a quien sufre en la enfermedad» (Mensaje para la Jornada mundial del Enfermo 2021).

Esta mañana he recibido a un pequeño grupo de fieles que me han traído la traducción de la Biblia, toda entera, a su dialecto. La ha traducido un hombre: ¡ocho años de trabajo! Escrita, son ocho volúmenes, toda en dialecto. Y él, que estaba presente me contaba que leía, rezaba y traducía. Yo quisiera agradecer este gesto y deciros también una vez más que leáis la Biblia, que leáis la Palabra de Dios para encontrar allí la fuerza de nuestra vida y también —en esto me repito— que llevéis siempre con vosotros el Nuevo Testamento, un evangelio de bolsillo: en el bolso, en el bolsillo, para poder leerlo en cualquier momento del día. Así encontraremos a Jesús en la Sagrada Escritura. Aprendamos del ejemplo de este hombre que durante ocho años ha trabajado para entenderlo. Y me decía: “Lo hacía rezando”.

Saludo de todo corazón a todos vosotros, procedentes de Roma, de Italia y de otros países. Veo que hay gente de Canadá, de Colombia... ¡hay que rezar por Colombia! Y aquí también está Polonia y otros países: ¡os saludo a todos! En particular, saludo a los que se van a confirmar en la parroquia de los Santos Protomártires Romanos. Saludo a los peregrinos polacos y bendigo a los participantes en la gran peregrinación al santuario mariano de Piekary Śląskie. Y, como siempre, saludo a los muchachos de la Inmaculada.

Os deseo a todos un buen domingo. Y, por favor, no os olvidéis de rezar por mí. Buen almuerzo y ¡hasta pronto!

 


5/28/21

Las casualidades no existen

Borja Vilaseca

Formamos parte de una sociedad materialista, completamente desencantada del mundo en el que vivimos

Los últimos descubrimientos científicos corroboran que la vida no es un accidente regido por el azar, la suerte ni las coincidencias. Por más que nos cueste de ver, cada uno de nosotros recoge lo que siembra. Ni más ni menos.

Formamos parte de una sociedad materialista, completamente desencantada del mundo en el que vivimos. Por eso en general solemos creer que nuestra vida es un accidente regido por la suerte y las coincidencias. Es decir, que no importan nuestras decisiones y nuestra acciones, pues en última instancia las cosas pasan por «casualidad». Esta visión de la existencia nos convierte en meras marionetas en manos del azar.

En paralelo, muchos individuos nos hemos vuelto «nihilistas». No es que no creamos en nada. Simplemente «negamos cualquier significado o finalidad trascendente de la existencia humana». De ahí que orientemos nuestra vida a saciar nuestro propio interés, tratando de escapar del dolor y el malestar que nos causa llevar una existencia vacía y sinsentido. Y lo hacemos por medio del placer y la satisfacción que proporcionan a corto plazo el consumo y el entretenimiento.

Pero, ¿realmente la vida es un accidente que se rige de forma aleatoria? ¿Estamos aquí para trabajar, consumir y divertirnos? ¿Acaso no hay una finalidad más trascendente? Lo irónico es que la existencia de estas creencias limitadoras pone de manifiesto que todo lo que existe tiene un propósito, por más que muchas veces no sepamos descifrarlo. No en vano, creer que no tenemos ningún tipo de control sobre nuestra vida refuerza nuestro victimismo. Y pensar que la existencia carece por completo de sentido justifica nuestra tendencia a huir constantemente de nosotros mismos por medio de la evasión y la narcotización.

Es decir, que incluso estas creencias tienen su propia razón de ser. No están ahí por casualidad, sino que cumplen la función de evitar que nos enfrentemos a nuestros dos mayores temores: el «miedo a la libertad» y el «miedo al vacío». Mientras sigamos creyendo que nuestra propia vida no depende de nosotros, podremos seguir eludiendo cualquier tipo de responsabilidad. Y mientras sigamos pensando que todo esto no es más que un accidente, podremos seguir marginando cualquier posibilidad de encontrar la respuesta a la pregunta ¿para qué vivimos?

Del por qué al para qué

“El caos es el orden que todavía no comprendemos.” (Gregory Norris-Cervetto)

Estamos tan cegados por nuestro egocentrismo, que solemos preguntarnos por qué nos pasan las cosas, en lugar de reflexionar acerca de para qué nos han ocurrido. Y eso que existe una diferencia abismal entre una y otra forma de afrontar nuestras circunstancias. Preguntarnos por qué es completamente inútil. Fomenta que veamos la situación como un problema. Y esta visión nos lleva a adoptar el papel de víctima. De ahí que nos haga sentir impotentes.

Por el contrario, preguntarnos para qué nos permite ver esa misma situación como una oportunidad. Y esta percepción nos lleva a entrenar el músculo de la responsabilidad. De hecho, esta actitud es mucho más eficiente y constructiva. Favorece que empecemos a intuir –e incluso a ver– el sentido oculto de las cosas. Es decir, la oportunidad de aprendizaje subyacente a cualquier experiencia, sea la que sea.

Y esto es precisamente de lo que trata la «física cuántica». En líneas generales, establece que «la realidad es un campo de potenciales posibilidades infinitas». Sin embargo, «sólo se materializan aquellas que son contempladas y aceptadas». Es decir, que ahora mismo, en este preciso instante, nuestras circunstancias actuales son el resultado de la manera en la que hemos venido pensando y actuando a lo largo de nuestra vida.

Si hemos venido creyendo que estamos aquí para tener un empleo monótono que nos permita pagar nuestros costes de vida, eso es precisamente lo que habremos co-creado con nuestros pensamientos, decisiones y comportamientos. Por el contrario, si cambiamos nuestra manera de pensar y de actuar, tenemos la opción de modificar el rumbo de nuestra existencia, cosechando otro tipo de resultados diferentes. El simple hecho de creer que es posible representa el primer paso para que, a través de un proceso, podamos hacer que muchos sueños se vuelvan realidad.

La teoría del caos

“El aleteo de una mariposa puede provocar un tsunami al otro lado del mundo.” (Proverbio chino)

Lo mismo nos sugiere «la teoría del caos». Por medio de complicados e ingeniosos cálculos matemáticos «permite deducir el orden subyacente que ocultan fenómenos aparentemente aleatorios». Dentro de estas investigaciones, destaca «el efecto mariposa». Para comprenderlo, lo mejor es hacerlo a través de un ejemplo. Imaginemos que un chico se va un año fuera de su ciudad para estudiar un master en el extranjero. Y que al regresar a casa, entra a trabajar de becario en una empresa.

Sólo un par de días más tarde, aparece una nueva becaria –esta vez procedente de la universidad–, a quien sientan justamente a su lado. Nada más verse, los dos jóvenes se enamoran. Ha sido un flechazo en toda regla. Y lo cierto es que seis años más tarde se casan, forman una familia y viven juntos para siempre. En el caso de este ejemplo, «el efecto mariposa» estudiaría la red causal de acontecimientos que hicieron posible que el chico coincidiera con la chica en un lugar físico determinado en un momento psicológico oportuno.

Al observar su historia detenidamente, comprobamos que el joven decidió estudiar un master a raíz de la separación con su ex novia, a quien conoció años atrás en una discoteca. Remontándonos a esa noche de fiesta, cabe destacar que el chico decidió salir con sus amigos e ir concretamente a esa discoteca tras perder una apuesta. Es decir, que si no hubiera perdido aquella apuesta, no hubiera ido a aquella discoteca y, en consecuencia, no hubiera conocido a su ex novia. Y si ésta no lo hubiera dejado, no habría estudiado el master, que es lo que le permitió entrar a trabajar de becario. Y fue precisamente este empleo el que le posibilitó conocer y enamorarse de la mujer con la que pasaría el resto de su vida. Por todo ello, en la historia personal del chico, perder una simple apuesta le llevó a ganar un amor eterno.

La ley de la sincronicidad

“Lo que no hacemos consciente se manifiesta en nuestra vida como destino.” (Carl Jung)

Por más que el establishment intelectual nos lo haga creer, nuestra existencia no está gobernada por la suerte, el azar ni las coincidencias, sino por «la ley de la sincronicidad». Ésta determina que «todo lo que ocurre tiene un propósito». Pero como todo lo verdaderamente importante, no podemos verlo con los ojos ni entenderlo con la mente. Esta profunda e invisible red de conexiones tan solo puede intuirse y comprenderse con el corazón.

«La ley de la sincronicidad» afirma que «por más que en un primer momento seamos incapaces de establecer una relación causal entre los sucesos que forman parte de nuestra vida, todo tiene una razón de ser». Es decir, que «aunque a veces nos ocurren cosas que aparentemente no tienen nada que ver con las decisiones y las acciones que hemos tomamos en nuestro día a día, estas cosas están ahí para que aprendamos algo acerca de nosotros mismos, de nuestra manera de comprender y de disfrutar la vida».

De ahí que mientras sigamos resistiéndonos a ver la vida como un aprendizaje, seguiremos sufriendo por no aceptar las circunstancias que hemos co-creado con nuestros pensamientos, decisiones y acciones. También nos perderemos la magia y el encanto inherente a al simple hecho de estar vivos, un reconocimiento que nos lleva inevitablemente a inclinarnos con humildad frente al misterio y la sabiduría de la existencia. Es entonces cuando comprendemos que no suele sucedernos lo que queremos, sino lo que necesitamos para aprender a ser felices y a dejar de sufrir.

No existen las coincidencias. Tan sólo la ilusión de que existen las coincidencias. De hecho, «la ley de la sincronicidad» también ha descubierto que «nuestro sistema de creencias y, por ende, nuestra manera de pensar, determinan en última instancia no sólo nuestra identidad, sino también nuestras circunstancias». Por ejemplo, que si somos personas inseguras y miedosas, atraeremos a nuestra vida situaciones inciertas que nos permitan entrenar los músculos de la confianza y la valentía. Así, los sucesos externos que forman parte de nuestra existencia suelen ser un reflejo de nuestros procesos emocionales internos. De ahí la importancia de conocernos a nosotros mismos para cuestionar, comprender y trascender nuestra ignorancia e inconsciencia.

La ley del karma

“Cada uno recoge lo que siembra.” (Buda)

Si bien la «física cuántica», «la teoría del caos», el «efecto mariposa» y «la teoría de la sincronicidad» son descubrimientos científicos llevados a cabo en Occidente a lo largo del siglo XX, lo cierto es que no tienen nada de nuevo. En Oriente se llegó a esta misma conclusión hace más de 2.500 años. Es decir, alrededor del siglo V a. C. Según los historiadores, por aquel entonces se popularizó «la ley del karma», también conocida como «la ley de causa y efecto».

Si bien es cierto que algunas ramas esotéricas tienden a vulgarizar y banalizar este tipo de teorías, «la ley del karma» afirma, en esencia, que «todo lo que pensamos, decimos y hacemos tiene consecuencias». De ahí que en el caso de que cometamos errores, obtengamos resultados de malestar que nos permitan darnos cuenta de que hemos errado, pudiendo así aprender y evolucionar. Y en paralelo, en el caso de que cometamos aciertos, cosechemos efectos de bienestar que nos permitan verificar que estamos viviendo con comprensión, discernimiento y sabiduría.

Esta es la razón por la que los sucesos que componen nuestra existencia no están regidos por la «casualidad», sino por la «causalidad». Según «la ley del karma», cada uno de nosotros «recibe lo que da». Esta visión de la realidad elimina toda posibilidad de caer en las garras del inútil y peligroso victimismo. Lo queramos o no ver, somos co-responsables y co-creadores de lo que sucede en nuestra existencia.


Fuente: borjavilaseca.com/

‘Siempre que volvamos la mirada a la Inmaculada habrá fruto’

María José Atienza / Jaime Bertodano

La iniciativa de esta imagen peregrina puede ayudar a muchas personas a “experimentar de veras el consuelo de María”


El primer día de mayo iniciaba su andadura por España una bella imagen dela Virgen Inmaculada. Comenzaba así la peregrinación “Madre Ven” impulsada por un grupo de laicos y sacerdotes que recuerda la visita de la Virgen al Apóstol en el Pilar desde Éfeso enmarcada en el Año Santo Compostelano. Con este motivo, Omnes ha entrevistado al sacerdote Jaime Bertodano, Vicario de apostolado seglar de Getafe y coordinador de la iniciativa “Madre Ven”.

¿Cómo y por qué nace esta idea de la peregrinación de Nuestra Madre por España?

A varios laicos y sacerdotes nos llegó por separado la iniciativa M de Marie que un grupo de laicos franceses habían puesto en marcha como una respuesta a la Virgen después del incendio de Notre Dame de Paris. A ellos les tocó la Virgen el corazón. ¿No estamos también nosotros en una situación de necesidad? ¿Por qué no hacer algo parecido en España?

Así surgió el hablarlo entre varios de nosotros (5 ó 6 personas) y el darle forma a la idea francesa para hacerla nuestra. El jubileo del Apóstol Santiago se presentaba como la ocasión para nuestra peregrinación y la visita de la Virgen al Apóstol en el Pilar desde Éfeso como el eje principal de la idea. ¡Madre ven!, como viniste a visitar a Santiago.

Sorprendentemente, la Virgen fue juntando personas con el deseo de peregrinarla por España y en pocos días dos grupos de amigos por separado estaban ya dispuestos a llevarla. La idea se había hecho realidad. De cinco personas por separado se había multiplicado a 30.

Y empezamos a rodar en círculos concéntricos: un grupo coordinador de 6 personas, un grupo de voluntarios territoriales y otros para asuntos diversos (comunicación, voluntarios, etc.). La Virgen iba llamando y eligiendo a gente para peregrinar con Ella.

¿Por qué se escogió esa imagen de la Inmaculada con tantas otras imágenes marianas presentes en España?

Como bien sabemos en esta tierra la Madre de Dios tiene infinidad de advocaciones, pero la Inmaculada es la patrona de España. Es una advocación doctrinal que aúna todas las demás. Y la historia del dogma tiene una relación estrechísima con la propia historia de España.

Dando un paso más, para elegir esa imagen de la Inmaculada buscábamos dos criterios: Uno, que fuera fácilmente reconocible como Inmaculada; dos, que pudiera tener relación con la historia de la Inmaculada y de España.

Fuimos a visitar al arzobispo de Toledo para presentarle el proyecto de “Madre Ven” (pues Toledo, además, está en año Jubilar de Guadalupe). Todavía no habíamos escogido la imagen. Tras el encuentro con él, entramos en la Capilla del arzobispo de Toledo, donde hay adoración perpetua, nos encantó la imagen de la Inmaculada que está allí y pensamos que podía ser esa. Así, decidimos hacer una copia con la última tecnología en 3D que fuera absolutamente fiel a la original.

“Para elegir la imagen de la Inmaculada buscábamos
dos criterios: que fuera fácilmente reconocible y
que tuviera relación con
la historia de la Inmaculada y de España”

El nombre de este recorrido mariano es más una llamada, una súplica que un “anuncio de visita” ¿Por qué se escogió ese “Madre ven”? 

“Madre, ven” es una letanía del corazón. Es una forma sencilla de invocar a María, de reclamar su atención maternal con confianza de hijos. Es una petición de ayuda, un reconocimiento humilde de que no podemos vivir solos el camino de la vida y el camino de la fe, de que necesitamos pedir la ayuda de Dios. Es por eso una invocación que abre el corazón a la gracia.

¿Cuál es el objetivo? 

Está en su nombre: Madre, ven. Entendemos que el año Jacobeo es una oportunidad para identificarnos con el Apóstol. Pero no como un ideal abstracto. Queremos hacerlo de veras, de una forma real. Y es fácil hacerlo en la situación que nos encontramos. En el Pilar de Zaragoza, María visitó a Santiago. Le llenó de consuelo, esperanza y fortaleza en Cristo para la evangelización. Por eso pedimos las mismas gracias que la Virgen trajo al apóstol Santiago cuando se encontraba cansado y abatido. Experimentar de veras el consuelo de María. Que su visita nos llene de una verdadera esperanza. 

Nos gusta decir, con humildad, que más que esas gracias no podríamos pedir. Y menos que eso, no nos serviría para afrontar los retos que vivimos. Es justo lo que necesitamos. Ni más ni menos.

Y donde está la Virgen hay fecundidad. Siempre que volvamos la mirada a la Inmaculada, habrá fruto.

España ha sido calificada como la “tierra de María” por el profundo amor y devoción que se le tiene a la madre de Dios en España manifestado en tantas advocaciones marianas, ¿qué acogida está teniendo? 

Hemos querido ir precisamente al origen de esa devoción. La historia de la devoción mariana en España comienza en el Pilar. Ella estaba con san Juan, hermano de Santiago, y vino en su ayuda. Es un privilegio que María nos visitara.

Desde entonces, esta es su tierra y aquí nos ha manifestado su amor maternal en numerosísimas ocasiones. Y ese amor mariano está en España, en su cultura, en sus gentes. Es inseparable. Lo estamos comprobando en las etapas del Camino de Santiago que ya está haciendo. Esta primera parte de la peregrinación de “Madre ven” está siendo muy local. Es la gente de los pueblos la que la recibe, la saluda, la acompaña, la que la reza con confianza y se emociona al ver que su Madre viene a verla. Es la fe de los sencillos. Y estamos viendo cómo María está consolando verdaderamente. La Virgen pasa con sus gracias, de una manera humilde, sin hacer ruido. Vemos cómo mucha gente le abre su corazón: ancianos, gente que tiene algún dolor o dificultad, los niños, etc. se dirigen a Ella con mucha, mucha confianza. Esto es precioso.

"El amor mariano está en España, en su
cultura, en sus gentes. Es inseparable"

¿Cómo se pueden unir a la peregrinación de esta imagen, también los enfermos, los mayores o quienes tendrán problemas para desplazarse a los puntos en los que estará? 

La Virgen pasará por muchos lugares de España. Queremos que vaya a todos los que podamos en el tiempo que peregrine. Y allí donde Ella vaya y encuentre corazones dispuestos, los tocará, aunque sea en la distancia, con la oración. En algunos lugares hemos previsto llevarla no solo a santuarios, sino también a residencias, hospitales y cárceles. También se pueden seguir las etapas en nuestra web (www.madreven.es) donde colgamos fotos de cada jornada, o en el canal de Youtube donde hay unos videos resúmenes estupendos.

Los momentos por los que atravesamos pueden “agotarnos” como a Santiago: la pandemia, la falta de esperanza en muchas personas ¿es esta peregrinación un nuevo aliento de la Virgen? 

La pandemia ha influido en nuestras vidas. Nos ha dejado tocados y ha cambiado cosas. En algunos casos, ha hecho que se replanteen cosas importantes. Pero, sobre todo, ha puesto en evidencia muchas otras: la fragilidad del hombre moderno, su soledad y su fragmentación interior. Parecía que la vida buena era el bienestar y la ausencia del sufrimiento. El consumismo y el progreso tecnológico nos lo habían prometido. La fe católica era una herejía para esa “nueva religión”. Pero la pandemia le ha quitado en parte la máscara. Nos ha demostrado que tiene un recorrido muy corto, y que no acaba más que en soledad. Y quizás la Virgen viene como “Pastora” a recuperar a esos hijos pródigos de esta tierra, que estábamos quizás un poco perdidos. Ojalá sea así. Se lo pedimos.  

El miedo, además, ha dejado a muchas personas literalmente paralizadas. La visita de la Virgen puede ser una ocasión de despertar de esa ilusión engañosa, de salir de los miedos que nos atenazan y volver a ponernos en camino como Santiago con esperanza y valentía, confortados y acompañados por nuestra Madre.

Por otro lado, este año coinciden providencialmente numerosos jubileos además del Compostelano: Guadalupe, Lepanto y la Virgen del Rosario, el centenario de la muerte de Santo Domingo de Guzmán, de la Conversión de San Ignacio de Loyola, el Santo Cáliz de Valencia… y me dejo unos cuantos. Parece que el Señor está llamándonos a la conversión ¡y poniendo ayudas concretas!

El recorrido mariano

La Inmaculada ha pasado ya por ya lugares como Zaragoza, Bilbao o San Sebastián y, en estos días, llegará a la diócesis de Santander. Un recorrido que mira ya a Santiago de Compostela, donde se le espera en torno a la festividad del Apóstol y patrón de España. Allí llegará tras su paso, junto a los Amigos del Camino de Santiago, por las diócesis de Santander, Oviedo, Mondoñedo-Ferrol y Santiago.

La llegada a Santiago, de hecho, marcará la primera parte de esta peregrinación de Nuestra Señora por España, la tierra de María. En los meses posteriores la imagen recorrerá toda España por otros medios hasta que el próximo 12 de octubre, una misa en el santuario del Cerro de los Ángeles, bajo el Monumento al Sagrado Corazón de Jesús, pondrá fin a la peregrinación de «Madre Ven».

Entrevista de María José Atienza

Fuente: omnesmag.com

5/27/21

Evangelio del domingo 30 de Mayo

Solemnidad de la Santísima Trinidad. 


“Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. La verdad de la compañía constante de Dios con nosotros nos llenará de alegría y esperanza en la labor apostólica; y nos llevará a buscar, por encima de los recursos humanos, los medios sobrenaturales.

Evangelio (Mt 28,16-20)

Los once discípulos marcharon a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Y en cuanto le vieron le adoraron; pero otros dudaron. Y Jesús se acercó y les dijo:

—Se me ha dado toda potestad en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo cuanto os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.

Comentario

Hoy, solemnidad de la Santísima Trinidad, la Iglesia proclama en la liturgia el final del evangelio de Mateo. En este breve pasaje se narra precisamente el mandato divino de hacer discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (vv.19-20).

Como expresaba san Josemaría, “la Trinidad se ha enamorado del hombre (…), lo ha redimido del pecado (…) y desea vivamente morar en el alma nuestra”. Por eso Jesucristo envía a los discípulos a evangelizar y a bautizar, en nombre de las Tres Personas Divinas, porque quieren hacer su morada (cfr. Jn 14,23) en cada corazón que libremente le abra sus puertas (cfr. Ap 3,20).

Para que no desfallezcamos en el cumplimiento de este mandato, Jesús nos recuerda que Él ha recibido ya toda potestad en el cielo y la tierra (v. 18). Con la expresión cielo y tierra, el lenguaje bíblico quiere expresar toda la realidad creada: Jesús es todopoderoso en todas partes, las visibles y las invisibles. Su fuerza y potestad puede llegar a todos los rincones y a todos los ambientes y a todos los corazones.

Esta verdad sobre el triunfo de Cristo puede calar cada vez más hondo en nuestra alma, hasta llenarnos de esa gran confianza y seguridad de que gozaban los santos: aunque a veces parezca que el mal se extiende fácilmente y sin remedio, Dios sigue actuando eficazmente en todas las personas y espera nuestra libre cooperación para redimirlos y cambiarlos.

Con este anuncio misterioso que hacía Jesús, “se me ha dado toda potestad”, se revelaba el cumplimiento de los vaticinios del Antiguo Testamento, en especial del libro de Daniel, según los cuales el Hijo del Hombre recibiría el dominio, el honor y el reino, y en los que se anunciaba que todos los pueblos, naciones y lenguas le iban a servir (Dn 7,14ss).

Pero el poder de Dios no pretende abrumar la pequeñez del hombre y someterlo a una sumisión servil, hasta anularlo, como piensan muchos, rechazando a Dios por eso. Al contrario, es tal la victoria del Señor sobre el pecado y la muerte, que exalta a los hombres, para hacerles capaces de un trato amoroso y confiado con Él, como hijos suyos y templos de su divina presencia.

Y la victoria de Jesús es tan grande, que se atreve a confiar, por decirlo así, en sus discípulos, para la inmensa tarea de iluminar el mundo entero con la verdad del evangelio y la gracia del bautismo; y para enseñar a todos los pueblos lo que el Hijo de Dios les había enseñado a ellos.

Jesús también hace una promesa que nos llena de seguridad: “Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (v. 20). Porque, como explica el Papa Francisco, “solos, sin Jesús, ¡no podemos hacer nada! En la obra apostólica no bastan nuestras fuerzas, nuestros recursos, nuestras estructuras, si bien son necesarias. Sin la presencia del Señor y la fuerza de su Espíritu nuestro trabajo, aun si bien organizado, resulta ineficaz. Y junto a Jesús, nos acompaña María, nuestra Madre. Ella ya está en la casa del Padre, es Reina del cielo y así la invocamos en este tiempo; pero como Jesús está con nosotros, camina con nosotros, es la Madre de nuestra esperanza”.

Fuente: opusdei.org

La honestidad

Marta Arrechea Harriet de Olivero

La honestidad es la virtud que nos lleva a “actuar con rectitud de intención”.

 Así como la veracidad es el amor y la fidelidad a la verdad intelectual, descubierta por la inteligencia (y es la aspiración suprema del intelecto) y la sinceridad es la transparencia entre lo que pensamos y lo que decimos a los demás, la honestidad está dirigida a nuestras acciones. Una persona honesta es la que permanentemente busca lo correcto, lo honrado, lo justo, lo que se debe hacer, que pone las cartas sobre la mesa y no pretende aprovecharse de la confianza ni de la inocencia o ingenuidad de los demás. Como sentencia Patrón Luján: “Ser hombre es tener vergüenza, sentir pena de burlarse de una mujer, de abusar del débil o de mentir al ingenuo”. La honestidad nace y crece en la familia y durante los siglos cristianos fue motivo de orgullo para una familia que podía contar con ese escudo de nobleza. Significaba haber hecho multitud de sacrificios, de haber superado retos, de haber hecho elecciones y sobre todo renuncias (visibles o a veces invisibles) con las cuales se templaba el alma y se fortalecía el espíritu.

La persona honesta sabe cuántos sacrificios y renuncias se hacen por tener una vida de bien, ordenada, limitada a vivir con lo que tenemos sin robar o aceptar coimas, con solvencia económica honestamente ganada, con alegría y tristezas compartidas, con la tranquilidad que brinda una conciencia en paz durante la vida y especialmente a la hora de la muerte. Durante los siglos cristianos, y en una sociedad impregnada por sus valores, la honestidad fue siempre un motivo de orgullo que las personas y las familias llevaban como un galardón sobre su apellido y sobre sí mismas. “Pobres pero honestos” era todo una consigna a seguir con orgullo que marcaba el orden de prioridades.

Es la virtud que nos lleva, (aunque a veces nos cueste mucho), a cumplir con la palabra empeñada, con nuestros compromisos, a pagar nuestras deudas puntualmente, (aunque podamos no hacerlo porque sabemos que nos esperan). A no contraer deudas o pedir plata prestada al amigo (si sabemos de antemano que no podemos devolverla). A comentarle a nuestro novio/a si hemos tenido un pasado indigno, si somos infértiles genéticamente, (por un aborto previo o cualquier otra enfermedad que pueda afectar en un futuro nuestro matrimonio y no podremos tener hijos). Si hemos tenido un hijo natural, (aunque viva en otro país y no lo veamos, pero existe). Si nos avergonzamos de algún miembro de nuestra familia porque nos deshonra y tratamos de ocultarlo pero que igualmente integrará la futura familia. Si por distintos motivos queremos negarle nuestro propio origen y aparentar una realidad falsa a quien nos ha hecho un voto de confianza incondicional y aspira a compartir su vida con nosotros.

Los argentinos hemos conocido y vivido años atrás una sociedad, que si bien no era perfecta, valoraba la honestidad. La mayoría hemos crecido con las puertas de las casas abiertas, (algunas hasta de noche), dejábamos las llaves puestas en los coches y nadie sacaba nada, al verdulero se le pagaba a fin de mes y su famosa “libreta” estaba siempre correcta, el médico mandaba sus honorarios a fin de año y no por esto se perjudicaba porque había estabilidad, los negocios, (especialmente en el ámbito agropecuario), se hacían de palabra y la palabra era sagrada. La palabra para los hombres de bien tenía el valor casi de un documento. Nosotros conocimos esa Argentina. No fue una ficción. Lo cual nos indica que se puede vivir de esa manera y no como hoy en que los ciudadanos honestos nos vemos forzados a vivir tras las rejas y bajo llaves y alarmas de seguridad.

Por el contrario, el vicio o pecado opuesto es la deshonestidad en nuestras acciones. Es la que nos llevará a manipular a los demás para obtener beneficios, a chantajear y especular para controlar a las personas. A engañar en el noviazgo y casarnos por interés haciéndole creer que lo amamos con locura cuando lo que amamos es su dinero o la vida que nos dará. A mostrar exagerado interés por ayudar a mi compañera/o de trabajo casada/o cuando en realidad lo que queremos es seducirla/o.

Es deshonesto mantener o alargar una relación sentimental sabiendo que uno no está dispuesto a casarse, creándole a la otra persona falsas expectativas de matrimonio y jugando con sus sentimientos. Es deshonesto eternizar relaciones sentimentales que no estamos dispuestos a cortar, por nuestra flojera, placer o interés. Es deshonesto mudarnos de nuestra ciudad a otra haciéndole creer a nuestro cónyuge que lo hacemos por el bien de los hijos cuando en realidad es porque queremos estar cerca de nuestras amigas y de nuestra madre, y le presentamos como bueno lo que en realidad es sólo nuestro propio interés. Es deshonesto pedir becas en el colegio para nuestros hijos, (que recaerán en las cuotas de otros padres que nos mantendrán), si podemos pagarlas y gastamos en otras cosas superfluas. Es deshonesto si tenemos un almacén o una fábrica y vendemos 800 grs de azúcar por un kilo, o ponemos fechas falsas de vencimiento en los productos obligando a los consumidores a comprar nuevos por temor a intoxicarse.

Otro mecanismo psicológico que determina la deshonestidad es la negación el no aceptar nuestra propia realidad, (en todos los órdenes). Esto puede constituir la raíz de nuestra tendencia a la deshonestidad, y de ahí que la honestidad sea hija de la veracidad. Auto engañarnos por no aceptar nuestra propia realidad nos llevará al mal hábito de engañar a los demás y a comportarnos muchas veces, muy injustamente con el prójimo. Los griegos ya decían: “Excusa no pedida, acusación manifiesta”, porque la tendencia a la excusa no sólo indica debilidad de carácter, sino un espíritu acostumbrado a maniobrar para defenderse. Por no aceptar que no hemos estudiado, nos excusaremos ante nuestros padres de que no sabíamos la lección porque la profesora explica mal. No seremos sinceros con nuestros padres y seremos deshonestos para con la profesora. Nos excusaremos que estamos sin un peso por no aceptar que hemos malgastado el dinero desordenadamente y acusaremos a nuestro cónyuge de mala administración, lo cual es deshonesto hacia el o ella. Nos excusaremos que vivimos llenos de privaciones porque no nos pagan lo justo y no asumiremos que es porque gastamos más de los debido, lo que es una actitud deshonesta hacia nuestros patrones que nos pagan puntualmente y bien.

Otro mecanismo deshonesto es la racionalización. Racionalizar la necesidad de nuestras actitudes deshonestas y tratar de encontrar razones para justificarlas con continuos pretextos. A decir verdad, encontraremos siempre una razón por la cual estamos desordenados. Pero lo grave es cuando la verdadera razón se convierte en una excusa para justificarnos y no aceptar nuestra realidad, que es la verdad, para no tener que modificarnos y corregirnos. Encontramos razones para justificar que no colaboramos en el hogar, que llegamos tarde al trabajo, que no somos felices en nuestro matrimonio cuando somos los grandes responsables de estas faltas. En general, la mente de un alcohólico, de un jugador empedernido, de un infiel o de un irresponsable está habituada por años a justificarse y lo lleva al auto engaño, de ahí la imposibilidad de corregirse. Aún detalles que parecen ínfimos, (como el vestirnos habitualmente con la ropa ajena, porque es mejor que la nuestra), en el fondo tratan de vender una imagen que no es real, que es falsa, porque pretendemos disfrutar de un guardarropa que no es nuestro, cuando nuestra realidad es que contamos con tan solo pocas cosas y se nos debiera aceptar por quienes somos y no por lo que llevamos encima que, además, es ajeno. Las modas no debieran imponernos necesidades que no tenemos, como variar continuamente de ropa, practicar todos los deportes posibles que practican otros o veranear en lugares que no podemos.

La revolución ha calado muy hondo aún en esta ruptura y erosión de la propiedad privada y los jóvenes hoy en día, envueltos en una sociedad tremendamente consumista, no sólo no saben el esfuerzo que normalmente cuesta adquirir las cosas, sino que creen que es igual usar el buzo propio que el ajeno.

Otra forma deshonesta de excusarnos es la proyección. Proyectarse es ver en los otros nuestros propios defectos, debilidades y miserias. Cuando pensamos más en los defectos de las otras personas que en los nuestros propios, terminamos cayendo en un mecanismo de evasión de nuestra propia realidad que no es más que una deshonestidad con nosotros mismos. Si somos avaros, hablaremos continuamente de la avaricia del prójimo, si somos egoístas pondremos la lupa sobre el egoísmo de determinada persona, para que los ojos ajenos se dirijan al otro y no a nosotros. Ni siquiera los nuestros sobre nosotros mismos. Es una forma sutil y perversa de autoprotección, (muy común) que nos permite seguir cómodamente con nuestros defectos.

Sólo Dios puede leer nuestras conciencias y nuestro corazón, de ahí que sólo Él podrá medir el grado de honestidad en nuestras palabras y nuestras acciones. Cada uno sabrá en su interior si actúa con honestidad en la vida, si es coherente con lo que piensa, dice y hace y si utiliza la verdad como herramienta fundamental de su existencia o no o, si por el contrario, la mentira es su hábito existencial y su herramienta para manejarse. Hay una anécdota simple y pero muy ilustrativa que explica la honestidad en el proceder. Un emperador que convocó a todos los solteros del reino para encontrar un marido digno para su hija. A quienes asistieron les repartió una semilla diferente a cada uno y les pidió que volvieran a los seis meses con la planta en una maceta. La planta más bella ganaría la mano de su hija. Así se hizo, pero había un joven cuya semilla no germinaba mientras que las del resto se habían convertido en hermosas plantas. A los seis meses todos debían asistir al palacio pero el joven cuya maceta estaba vacía estaba triste y no quería asistir. Su madre, con una visión transparente, limpia, y apostando a que su hijo había actuado bien y honestamente, lo instó a asistir de todas maneras con la maceta vacía, ya que también era un participante. Finalizada la inspección, el rey hizo llamar a su hija y le otorgó la mano al pretendiente con la maceta vacía diciéndole: “Este es el heredero al trono y se casará con mi hija. A todos les han dado una semilla infértil y todos trataron de engañarme plantando otras plantas, pero este joven tuvo el valor y la honestidad de mostrar su maceta vacía. Su honestidad y valentía son las virtudes que un futuro rey necesita, lo mismo que mi hija”.


Marta Arrechea Harriet de Olivero, en es.catholic.net/

El peregrino interior

Armando Pego

Ignacio de Loyola, a quien se ha definido como «contemplativo en la acción», se entregó toda su vida a una incansable actividad en la contemplación

En mi juventud me deslumbró la figura de Ignacio de Loyola. Aun sintiendo ya entonces aversión por la pose beat, capturó mi imaginación el periodo entre su conversión en la tierra natal y sus primeros votos en Montmartre. Tal vez tuviera razón la responsable de un grupo jesuítico cuando, reaccionario, decidí autoexpulsarme: «Tú lo que eres es un anarco». Estaba convencido de que solo y a pie, por toda Europa, con la vista puesta siempre en Jerusalén (y en Roma), el fundador de la Compañía de Jesús no había dejado jamás de peregrinar en espíritu.

Léon Bloy lanzó un reproche no del todo injustificado al método ignaciano: «Me parece que los Ejercicios de San Ignacio corresponden, en cierta manera, al método de Descartes: en vez de mirar a Dios, el hombre se escruta a sí mismo». Medieval y renacentista, el santo guipuzcoano perfiló la experiencia del sujeto moderno. La mente de Descartes y la de Cervantes se forjaron con el metal de la Ratio Studiorum.

Entre esos pocos libros discretos cuya lectura modela una vida, sigo en deuda con la Autobiografía de Loyola. Creo que no me dejo arrastrar por el entusiasmo personal si afirmo que objetivamente es uno de esos textos claves que la historia de la literatura española ha dejado desafortunadamente arrinconado para uso exclusivo de creyentes en el limbo de la literatura «confesional».

Todos los rasgos de genio que se señalan en el singularísimo estilo de los diálogos de Juan de Valdés (la cornice, las diversas etapas de redacción, el uso conversacional e indistinto del español y del italiano) se encuentran en esta obra, redactada casi taquigráficamente, presa de una extraordinaria inquietud vital. Describe, ágil y nerviosa, rápidas jornadas atravesadas por caballeros, por pícaros y por estudiantes e inquisidores entre cárceles, palacios, ventas y colegios.

Con su aire abocetado de novela bizantina, por tierra y por mar, el lector asiste a un viaje arquetípico con la certeza de que, mientras viva su protagonista, no podrá concluir. Al final, quedan en suspenso las nuevas etapas de una peregrinación todavía por hacer: la revisión de los Ejercicios Espirituales, la conclusión de las Constituciones, las anotaciones del Diario Espiritual

El propio texto no se abstiene de ocultar el principal rasgo de la personalidad de su héroe, justo aquel que ha provocado tantos malentendidos en la historia de la Compañía de Jesús y que más desconcertó a sus propios contemporáneos. Loyola guardó siempre en secreto para sí −y para Dios− el sentido íntimo de su experiencia espiritual.

El hombre nace espiritualmente en la oración (Tomáš Špidlík)

Tal vez fuese un endemoniado de Padua, según el P. Laínez, quien mejor captase el misterio de aquel que acostumbraba a no alzar los ojos: «Un españolito pequeño, algo cojo, que tiene los ojos alegres».

Hojeo de nuevo las páginas que la Autobiografía dedica a la conversión. Suele pasarse de puntillas por una decisión que pudiera parecer sorprendente: «Y echando sus cuentas, qué es lo que haría después que viniese de Jerusalén para que siempre viviese en penitencia, ofrecíasele meter en la cartuja de Sevilla, sin decir quién era para que en menos le tuviesen, y allí nunca comer sino hierbas». En sus últimos años, el Padre Maestro Ignacio solo admitía la dispensa de los profesos si mostraban decisión de ingresar en la Cartuja.

Se cuenta también que, envejecido, gustaba de pasear por la Viña que los jesuitas habían adquirido a las afueras de Roma. En una ocasión topó con una rosa en plena floración. Conmovido, apenas tocándola con la punta de su bastón, exclamó: «Calla, calla, que te entiendo».

Ignacio de Loyola, a quien se ha definido como «contemplativo en la acción», se entregó toda su vida a una incansable actividad en la contemplación.

Cuanto más santo se es, más singular se es

¿Es atrevido sugerir paralelismos entre él y el protagonista de los Relatos del peregrino ruso? Tan distintos, uno se entrega a la recitación de la oración del corazón; el otro, a la meditación por imágenes para discernir la voluntad de Dios y así elegir los medios «para más amarle y servirle». Como ha sintetizado Tomáš Špidlík, «el hombre nace espiritualmente en la oración».

«Con los ojos cerrados, miré con la mente, imaginándome el corazón… inspiraba el aire hacia mi interior… y al exhalarlo… A partir de aquel momento empecé a experimentar diferentes sensaciones en el corazón y en la mente», reconocía entre lágrimas el peregrino ruso. En la cima de la contemplación para alcanzar amor, Loyola recomendaba el modo de orar por compás. Todo invocado en un solo nombre. El hermano Cannizaro sólo llegó a oír en su agonía una invocación: «Ay, Dios, Jesús».

Para Bloy, la santidad es la expresión plena de la individualidad. En su estilo antitético, tan reacio a los Ejercicios, no tuvo dudas en admitir: «Cuanto más santo se es, más singular se es, empezando por San Ignacio, que fue el más grande original de su tiempo».


Armando Pego, en eldebatedehoy.es

5/26/21

La certeza de ser escuchados

El Papa en la Audiencia General 


Catequesis 35. 

Hay un desafío radical en la oración, que se deriva de una observación que todos hacemos: rezamos, pedimos, pero a veces nuestras oraciones parecen no ser escuchadas: lo que pedimos, para nosotros o para los demás, no se cumple. Tenemos esa experiencia muchas veces. Y si la razón por la que rezamos era noble (como la intercesión por la salud de un enfermo, o por el fin de una guerra), el incumplimiento nos parece escandaloso. Por ejemplo, por las guerras: estamos rezando para que terminen las guerras, estas guerras en tantas partes del mundo, pensemos en Yemen, pensemos en Siria, países que están en guerra desde hace años, ¡muchos años! Países atormentados por guerras, por los que rezamos pero no terminan. ¿Como puede ser? “Hay quien deja de orar porque piensa que su oración no es escuchada” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2734). Pero si Dios es Padre, ¿por qué no nos escucha? El que nos aseguró dar cosas buenas a los hijos que se lo piden (cfr. Mt 7,10), ¿por qué no responde a nuestras peticiones? Todos tenemos experiencia de esto: oramos, rezamos por la enfermedad de ese amigo, ese padre, esa madre, y luego mueren, Dios no nos ha escuchado. Es una experiencia de todos nosotros.

El Catecismo nos ofrece una buena síntesis sobre la cuestión. Nos pone en guardia ante el riesgo de no vivir una auténtica experiencia de fe, sino de transformar la relación con Dios en algo mágico. La oración no es una barita mágica: es un diálogo con el Señor. En efecto, cuando rezamos podemos caer en el riesgo de no servir a Dios, sino pretender que sea Él quien nos sirva a nosotros (cfr. n. 2735). Es una oración que siempre exige, que quiere dirigir los acontecimientos según nuestro plan, que no admite otros proyectos que nuestros deseos. En cambio, Jesús tuvo una gran sabiduría al poner el “Padre Nuestro” en nuestros labios. Es una oración solo de peticiones, como sabemos, pero las primeras que pronunciamos están todas del lado de Dios. Se pide que no se haga realidad nuestro plan sino su voluntad en el mundo. Mejor dejárselo a Él: “Santificado sea tu nombre, venga tu reino, hágase tu voluntad” (Mt 6,9-10).

El Apóstol Pablo nos recuerda que “no sabemos lo que debemos pedir como conviene” (Rm 8,26). Pedimos por nuestras necesidades, por las cosas que queremos, “¿pero eso es lo más conveniente o no?”. Pablo nos dice: no sabemos pedir como conviene. Cuando rezamos debemos ser humildes: esa es la primera actitud para ir a rezar. Así como existe la costumbre en tantos sitios de que, para ir a rezar a la iglesia, las mujeres se ponen un velo o se toma agua bendita para empezar a rezar, así debemos asegurarnos, antes de la oración, de lo que sea más conveniente, de que Dios me dé lo que más me conviene: Él lo sabe. Cuando rezamos debemos ser humildes, para que nuestras palabras sean efectivamente oraciones y no un despropósito que Dios rechaza. Se puede incluso rezar por motivos equivocados: por ejemplo, para derrotar al enemigo en la guerra, sin preguntarse qué piensa Dios de esa guerra. Es fácil escribir en un estandarte “Dios está con nosotros”; muchos están ansiosos por asegurar que Dios esté con ellos, pero pocos se preocupan de comprobar si ellos están efectivamente con Dios. En la oración, es Dios quien debe convertirnos, y no nosotros convertir a Dios. Es la humildad. Voy a rezar pero Tú, Señor, convierte mi corazón para que pida lo que es conveniente, lo que sea mejor para mi salud espiritual.

Sin embargo, el escándalo permanece: cuando los hombres rezan con un corazón sincero, cuando piden bienes que corresponden al Reino de Dios, cuando una madre reza por su hijo enfermo, ¿por qué a veces parece que Dios no escucha? Para responder a esta pregunta, hay que meditar con calma los Evangelios. Los relatos de la vida de Jesús están llenos de oraciones: muchas personas heridas en el cuerpo y en el espíritu le piden que les cure; hay quienes rezan por un amigo que ya no camina; hay padres y madres que le llevan hijos e hijas enfermos... Son todas oraciones impregnadas de sufrimiento. Es un coro inmenso que invoca: “¡Ten piedad de nosotros!”.

Vemos que a veces la respuesta de Jesús es inmediata, mientras que en otros casos se difiere en el tiempo: parece que Dios no responde. Pensemos en la mujer cananea que suplica a Jesús por su hija: esa mujer debe insistir mucho tiempo para ser escuchada (cfr. Mt 15, 21-28). Hasta tiene la humildad de escuchar una palabra de Jesús que parece un poco ofensiva: no hay que tirar el pan a los perros, a los cachorros. Pero a esta mujer no le importa la humillación: se preocupa por la salud de su hija. Y prosigue: “Sí, hasta los cachorros comen lo que cae de la mesa”, y eso agradó a Jesús: el valor en la oración. O pensemos en el paralítico que llevan sus cuatro amigos: inicialmente Jesús perdona sus pecados y sólo después lo sana del cuerpo (cfr. Mc 2,1-12). Por tanto, en algunas ocasiones la solución del drama no es inmediata. También en nuestra vida, cada uno tiene esa experiencia. Tenemos algo de memoria: cuántas veces hemos pedido una gracia, un milagro, digámoslo así, y no ha pasado nada. Luego, con el tiempo, las cosas se arreglaron, pero según el modo de Dios, al modo divino, no según lo que queríamos en ese momento. El tiempo de Dios no es nuestro tiempo.

De este punto de vista, merece atención especial la curación de la hija de Jairo (cfr. Mc 5,21-33). Un padre corre desesperado: su hija está enferma y pide ayuda a Jesús. El Maestro acepta de inmediato, pero mientras van a casa ocurre otra curación, y luego llega la noticia de que la niña está muerta. Parece el final, pero Jesús le dice a su padre: “¡No temas, solo ten fe!” (Mc 5,36). “Continua teniendo fe”: porque la fe sostiene la oración. Y, de hecho, Jesús despertará a esa niña del sueño de la muerte. Pero por un tiempo, Jairo tuvo que caminar en la oscuridad, solo con la llama de la fe. ¡Señor, dame fe! ¡Que mi fe crezca! Pedir esta gracia, tener fe. Jesús, en el Evangelio, dice que la fe mueve montañas. Pero tener fe en serio. Jesús, ante la fe de sus pobres, de sus hombres, cae vencido, siente una ternura especial, ante esa fe. Y escucha.

Incluso la oración que Jesús dirige al Padre en Getsemaní parece no ser escuchada: “Padre, si es posible, aparta de mí lo que me espera”. Parece que el Padre no lo escuchó. El Hijo deberá beber el cáliz de la pasión hasta el fondo. Pero el Sábado Santo no es el capítulo final, porque al tercer día, que es el domingo, está la resurrección. El mal es señor del penúltimo día: recordadlo bien. El mal nunca es señor del último día, no: del penúltimo, el momento en que la noche es más oscura, justo antes del amanecer. Allí, en el penúltimo día, hay una tentación donde el mal nos quiere convencer de que ha ganado: “¿Has visto? ¡He ganado!”. El mal es el señor del penúltimo día: el último día es la resurrección. Pero el mal nunca es señor del último día: Dios es el señor del último día. Porque eso pertenece solo a Dios, y es el día en que se cumplirán todos los anhelos humanos de salvación. Aprendamos esta humilde paciencia de esperar la gracia del Señor, de esperar el último día. Muchas veces, el penúltimo día es muy malo, porque los sufrimientos humanos son malos. Pero el Señor está y el último día Él lo resuelve todo.

Saludos

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua francesa. Tras haber celebrado la fiesta de Pentecostés, dejemos que el Espíritu Santo actúe en nuestros corazones. Que Él mismo suscite en nosotros la oración que conviene dirigir al Padre y nos haga entrar generosamente en su voluntad. ¡Dios os bendiga!

Saludo cordialmente a los fieles de lengua inglesa. En este mes de mayo, unidos a la Virgen, podemos crecer en la certeza de que el Padre Celestial nos escucha siempre en nuestra oración. Sobre vosotros y vuestras familias, invoco la alegría y la paz del Señor. ¡Dios os bendiga!

Doy una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua alemana. María, Madre de la Iglesia, es el ejemplo luminoso de la oración perseverante que el Espíritu Santo suscita en los fieles. Que Ella nos obtenga también la gracia de no cesar nunca de rezar y de dar gracias.

Saludo cordialmente a los fieles de lengua española, de México, de Perú, de Venezuela, tantos de lengua española. Los animo a dejarse guiar por el Espíritu que clama en nuestro interior «Abba, Padre». Pidamos crecer en la fe, la esperanza y la caridad, para en todo y por todo buscar la gloria de Dios y la salvación de los hombres. Que el Señor los bendiga a todos. Muchas gracias.

Saludo a los fieles de lengua portuguesa y os animo a vivir siempre vuestros días bajo la mirada de nuestra Madre del cielo. Ella conforta a cuantos lo pasan mal y mantiene abierto el horizonte de la esperanza. Al encomendaros a vosotros y a vuestras familias a su protección, invoco sobre todos la Bendición de Dios.

Saludo a los fieles de lengua árabe. El pasado domingo celebramos Pentecostés, la fiesta en la que Jesús nos envió al Espíritu Santo, el Paráclito que refuerza en nosotros la fe y sostiene la oración. Repitamos pues la oración que Jesús nos enseñó: “hágase tu voluntad” y no la nuestra. ¡Que el Señor os bendiga a todos y os proteja ‎siempre de todo mal‎‎‎‏!

Saludo cordialmente a todos los polacos. En este mes de mayo, en que veneramos a la Virgen María, encomiendo a su intercesión a todas las madres, sobre todo las que esperan el nacimiento de sus hijos. Que la Madre de Dios extienda su protección primorosa sobre todas las mujeres e invoque de su Hijo para cada una las gracias necesarias y la bendición sobre la vida familiar, materna y profesional. Os bendigo de corazón.

Dirijo un cordial saludo a los peregrinos de lengua italiana. Se celebra hoy la memoria litúrgica de San Felipe Neri, comúnmente llamado el “santo de la alegría”. Que la alegría reconfortante, don del Señor, acompañe y enriquezca el camino de cada uno.

Mi pensamiento va finalmente, como de costumbre, a los ancianos, jóvenes, enfermos y recién casados. Os animo a cultivar la oración, porque solo con ella se alimenta la fe, en cuya luz todo se puede comprender y acoger.