9/30/22

La nueva ley de la Curia romana. Una primera lectura

Jesús Miñambres

Jesús Miñambres, en omnesmag.com/

El Papa Francisco ha promulgado la Constitución Apostólica Praedicate Evangelium sobre la Curia romana y su servicio a la Iglesia y al mundo. El documento organiza, sobre todo, los departamentos que ayudan al Papa en su misión de gobierno de la Iglesia universal y sustituye a la precedente Constitución Apostólica Pastor bonus de San Juan Pablo II.

Con fecha 19 de marzo 2022 y entrada en vigor prevista para el 5 de junio próximo, fiesta de Pentecostés, Papa Francisco ha promulgado la Constitución Apostólica Praedicate Evangelium sobre la Curia romana y su servicio a la Iglesia y al mundo. El documento organiza sobre todo los departamentos que ayudan al Papa en su misión de gobierno de la Iglesia universal y sustituye a la precedente Constitución Apostólica Pastor bonus de San Juan Pablo II (1988).

En general, la reforma de la Curia no es un fin, sino un medio para ser mejores testigos del Evangelio, para favorecer una evangelización más eficaz, para promover un profundo espíritu ecuménico, para animar un diálogo productivo con todos (cfr. n. 12). Por eso, el Papa confía los resultados de la reforma al Espíritu Santo, verdadera guía de la Iglesia, y cuenta para ello con el tiempo, y con el empeño y la colaboración de todos.

La lectura de la nueva ley sobre la Curia Romana debe evitar el error de confundir la reforma de la Curia con una reforma de la Iglesia, probablemente alimentado por la frecuente atribución al “Vaticano” de lo que sucede en el catolicismo. El Papa está imprimiendo a la Iglesia, ya desde el inicio de su pontificado, un impulso sinodal que se manifiesta también en esta norma, presentada en el Proemio como fruto de la vida de comunión que da a la Iglesia el rostro de la sinodalidad; es decir, que la caracteriza como Iglesia en escucha. En este sentido, la Iglesia sigue siempre escuchando a sus fieles, a sus estructuras, y también a las voces que le hablan desde fuera, a los problemas del mundo, a las expectativas de la humanidad. Por eso, la reforma de la Curia no es la reforma de la Iglesia pero ayuda a dar pasos hacia una mayor comprensión de la comunión y de la misión que la Iglesia ha recibido y trata de cumplir en esta época.

En esta propuesta sinodal, de escucha, juega un papel importante la relación que se da en la Iglesia entre el primado del Romano Pontífice y el colegio episcopal (que se funda sobre el que se instaurò entre San Pedro y el colegio apostólico). Esta relación se estructura en algunos organismos como las iglesias patriarcales o las conferencias episcopales. Praedicate Evangelium subraya el hecho de que el servicio de la Curia al Romano Pontífice la pone también en contacto y al servicio del Colegio episcopal, de modo que no está “entre” el Papa y los Obispos, sino al servicio del Papa y de los Obispos.

En varias ocasiones, ante preguntas expresas de periodistas, el Papa ha declarado que la nueva ley “no va a tener nada de nuevo de lo que se está viendo ahora”. El proceso reformador que busca facilitar un mejor servicio de las estructuras curiales a las finalidades para las que han sido pensadas requiere tiempo y perseverancia, se trata de uno de esos procesos lentos y persistentes que reencauzan y encaminan las instituciones. El Papa es persistente y trata de impulsar cambios mentales para que la curia romana se deje exprimir por la misión de servicio; la misma que está exprimiendo al Papa. Misión de servicio que se constituye en Norte de la acción curial y provoca una parte nueva en el documento, una serie di “criterios” para el servicio, doce, que preceden el articulado de la ley.

Cuando en 2013, el Papa le encargó al hoy cardenal Krajevski el organismo que gestiona la caridad más inmediata del Papa, la Elemosineria Apostolica, le dijo: “Ahora mis brazos son cortos, si los alargamos con los tuyos conseguiré tocar los pobres de Roma y de Italia; yo no puedo salir, tú sí”. La curia romana actúa como los ojos y los brazos del Papa, en su misión de unidad y cuidado de la Iglesia católica. Desde el siglo XVI viene organizándose de modo análogo a como se organiza el gobierno de un estado, con su ministerios o dicasterios y una multiplicidad de organismos que cumplen funciones pastorales. Hoy, los departamentos de la Curia, pasan a llamarse, Dicasterios, Organismos y Oficios, y desaparecen los Pontificios Consejos. Los dicasterios y los organismos, junto con la Secretaría de Estado, son llamados “instituciones” (art. 12).

Ya desde el título de la Constitución Apostólica, la nueva curia romana se perfila en sintonía con el corazón pulsante de Papa Francisco que había expresado en la Evangelii Gaudium de 2013: «sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización» (n. 27).

La primera institución tratada por la ley es el Dicasterio para la Evangelización, presidido directamente por el Romano Pontífice (art. 34), que acoge en sí la función de tratar las cuestiones relacionadas con las misiones —Propaganda Fide—, y asume también la competencia sobre las cuestiones fundamentales de la evangelización del mundo, transformándose en la punta de lanza de la iglesia “en salida” tan querida pro Papa Francisco.

La Elemosineria Apostolica se transforma en Dicasterio para el servicio de la caridad y se coloca en tercer lugar después de la evangelización y de la doctrina de la fe, que asume en su seno, aunque con autonomía, la Pontificia Comisión para la Tutela de los Menores.

Al describir la competencia del Dicasterio para los Obispos en materia de nombramientos se hace referencia expresa a la necesidad de contar con el parecer de miembros del Pueblo de Dios de las diócesis interesadas (art. 105).

Se unifican en un solo Dicasterio para la cultura y la educación, aunque articuladas en dos secciones diferentes, las competencias que antes estaban divididas entre dos organismos: uno para la cultura y otro para la educación católica.

Varios Consejos Pontificios son transformados en dicasterios con competencias sustancialmente idénticas a las que ya tenían, aunque se aportan modificaciones importantes en algunos casos: por ejemplo, el Dicasterio para los textos legislativos adquiere una competencia mayor de promoción del Derecho canónico y de su estudio.

Son confirmados los organismos creados en estos últimos años: el Dicasterio para el Desarrollo Humano Integral, nacido en el 2017, el Dicasterio de Laicos, Familia y Vida, creado en 2018. Se añade un Dicasterio para la comunicación, que hereda las competencias de la actual Secretaría para la comunicación.

El grupo de instituciones que juzgan en nombre del Papa se reúne bajo el título de “Organismos de Justicia”, aunque no cambian el nombre ni las competencias: Penitenciaría, Signatura y Rota Romana.

Se confirman sustancialmente los perfiles de los dicasterios y organismos ocupados de la economía interna a la Santa Sede, que han sido objeto de la atención del Papa desde el inicio del pontificado: Consejo para la Economía, Secretaría para la Economía, Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica y Oficio del Revisor general, a los que se añade una Comisión para asuntos reservados y un Comité para las inversiones, que habían sido instituidos a propósito de la última reorganización de asuntos económicos de la Curia, con la desaparición del Oficio administrativo que antes existía en la Secretaría de Estado.

Del grupo de los organismos con funciones económicas desaparece la tradicional Cámara Apostólica, que tenía competencias en los momentos de sede vacante: estas competencias son atribuidas ahora a un nuevo Oficio del Camarlengo de la Santa Iglesia Romana (art. 235-237).

Estos son los cambios principales que aporta la nueva ley de la Curia con respecto a lo que vige todavía hasta el 5 de junio. Hay muchos más. Desde esta primera lectura, parece que la ley ofrece nuevas perspectivas, más dinamismo. Se piensa sobre todo en lo que hay que hacer, sin parase demasiado en lo que se es. Y cuando de lo que se trata es de organizar un instrumento de servicio, resulta apropiado que se piense más en la acción que en el ser, ya que el ser es hacer, servir.

Fuente: omnesmag.com


9/29/22

Compartir la alegría de los Ángeles

José Antonio García-Prieto Segura

Ángeles fieles y demonios no son ajenos a tres realidades esenciales de la religión y existencia cristianas

Debo a mi amigo Manolo, catedrático de Lengua Española, en la Universidad, ya jubilado, la “chispa” para el tema de estas líneas. Cuando terminó de leer el último artículo que escribí sobre el Nacimiento de la Virgen María, me envió una poesía de Lope de Vega, en su romance Pastores de Belén, donde imagina el canto alegre de los ángeles al nacer María. Algunos versos, muy acortados, dicen así:

Canten hoy, pues nacéis vos, / los ángeles, gran Señora,
y ensáyense, desde ahora, / para cuando nazca Dios.
(…)

Canten y digan, por vos, / que desde hoy tienen Señora,
y ensáyense, desde ahora, / para cuando nazca Dios
(…)

Vete sembrando, Señora, / de paz nuestro corazón,
y ensáyense, desde ahora, / para cuando nazca Dios. Amén.

San Lucas testimonia esa alabanza cuando escribe que el ángel del Señor anunció a los pastores “una gran alegría para todo el pueblo: hoy os ha nacido, en la ciudad de David, el Salvador” (Luc 2, 10). Y añade que “de pronto, en torno al ángel, apareció una muchedumbre de la milicia celestial, que alababa a Dios diciendo: ‘Gloria a Dios en el cielo, y paz en la tierra a los hombres en quienes Él se complace’” (Luc 2, 14).

El papa emérito Benedicto XVI anima a compartir el júbilo de ángeles y pastores, comentando así ese pasaje: “El evangelista dice que los ángeles ‘hablan’. Pero para los cristianos estuvo claro desde el principio que el hablar de los ángeles es un cantar, en el que se hace presente de modo palpable todo el esplendor de la gran alegría que ellos anuncian. Y así, desde aquel momento hasta ahora el canto de alabanza de los ángeles jamás ha cesado. (...) Se comprende que el pueblo sencillo de los creyentes se una a sus melodías…” (La infancia de Jesús, p. 80).

Al hombre posmoderno, sin embargo, semejantes comentarios podrían antojársele palabras bonitas pero huecas, y sonar −nunca mejor dicho− a “músicas celestiales” perdidas en el vacío. Quizás, con superficial pragmatismo se interrogaría: ¿sirve para algo la alegría de los ángeles? No obstante, el cristiano debe tomarse en serio la presencia y misión de los ángeles. Ahora es buen momento para hacerlo porque celebramos el día 29 la fiesta de tres Arcángeles y, enseguida, el 2 de octubre, la de los Ángeles Custodios. Antes de referirme a ellos, conviene contemplar el cuadro completo de esos seres espirituales donde, desgraciadamente, no todo son cantos y alegrías.

En efecto, la revelación habla también de otros ángeles que, renegando de su condición de seres creados, se rebelaron contra Dios: los “diablos”. La Escritura y la Tradición de la Iglesia ven, en cada uno de ellos, un ángel caído, llamado Satán o diablo, que primero fue un ángel bueno. El Catecismo lo recuerda con palabras del Concilio IV de Letrán: "El diablo y los otros demonios fueron creados por Dios con una naturaleza buena, pero ellos se hicieron a sí mismos malos". (n. 391)

Ángeles fieles y demonios no son ajenos a tres realidades esenciales de la religión y existencia cristianas. Primera: Dios nos llama a la vida para que compartamos la suya −en el gozo de la Trinidad de Personas−, luchando por ser santos. Segunda: esa meta encuentra dificultades por las rebeliones personales contra Dios, que llamamos pecados. Y tercera, es una meta alcanzable porque contamos con la gracia divina, por la Redención de Cristo. Más concretamente, con la luz de sus enseñanzas, y el ejemplo de sus obras y vida entera, en la que −como todo hombre− no le faltaron la ayuda de los ángeles ni las asechanzas de los demonios: “La Escritura atestigua la influencia nefasta de aquel a quien Jesús llama ‘homicida desde el principio’ (Jn 8, 44) y que incluso intentó apartarlo de la misión recibida del Padre (cf. Mt 4, 1-11). ‘El Hijo de Dios se manifestó para deshacer las obras del diablo’ (1Jn 3,8)”. (Catecismo, n. 394).

Con esas líneas de fondo, volvemos a los ángeles fieles para animarnos a compartir su alegría, y aprovechar su ayuda en la batalla por el Cielo. San Miguel Arcángel, cuyo nombre significa “¿Quién como Dios?”, aparece combatiendo al demonio para defender los derechos divinos: “Y hubo una gran batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles luchaban contra el dragón y sus ángeles; pero no prevalecieron, y no quedó lugar para ellos en el cielo”. (Apoc 12, 7). San Juan Pablo II, decía que el papa León XIII “seguramente tenía muy presente esa escena cuando (…) introdujo en toda la Iglesia una oración especial: «San Miguel arcángel, defiéndenos en la batalla contra los ataques y las asechanzas del maligno; sé nuestro baluarte...»”. (Rezo del Regina 24-IV-1994).

Durante muchos años esa oración se rezó al final de la Misa y, aunque no se decía ya en su tiempo, Juan Pablo II añadía: “os invito a todos a no olvidarla y a rezarla para obtener ayuda en la batalla contra las fuerzas de las tinieblas y contra el espíritu de este mundo.” La figura de San Miguel anima también a compartir las alegrías que conllevan toda victoria sobre el mal, y el arrepentimiento del pecado. Jesús mismo se refirió a esto, al hablar de la oveja y de la dracma nuevamente encontradas: “Así, os digo, hay alegría entre los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente” (Luc 15, 10). En este caso son los ángeles quienes comparten nuestra alegría.

san Gabriel −cuyo nombre significa “Fuerza de Dios”− lo asociamos con la alegría del anuncio de una nueva vida: la Encarnación del Verbo. Es significativo que la mencionada escena del Apocalipsis vaya precedida de las asechanzas del demonio, el “dragón” contra “una mujer vestida de sol” −con referencia a María− y contra el hijo que dará a luz, para devorarlo. Por contraste, la figura de Gabriel suscita la alegría de la vida en ciernes, frente a las insidias que la acosan. Juan Pablo II añadía que esa imagen del Apocalipsis “tiene expresiones también en nuestros tiempos (…), pues cuando se ciernen sobre la mujer todas las amenazas contra la vida que está para dar a luz, debemos volver nuestra mirada hacia la Mujer vestida de sol, para que rodee con su cuidado maternal a todo ser humano amenazado en el seno materno” (Regina, 24-IV-1994). ¿Caben palabras más actuales?

San Rafael, que significa “Dios sana”, lo relacionamos con la protección que le brinda al joven Tobías frente al demonio Asmodeo, y con las alegrías de procurarle un feliz matrimonio con Sara, y de restituir al anciano Tobías su vista perdida.

La fiesta de los Ángeles Custodios, el 2 de octubre, también nos reaviva la presencia invisible, pero eficacísima, de estos espíritus protectores. De nuevo, el Catecismo: “Desde su comienzo hasta la muerte, la vida humana está rodeada de su custodia y de su intercesión. ‘(…) cada fiel tiene a su lado un ángel como protector y pastor para conducir su vida’ (San Basilio Magno)”. (n. 336)

Concluiré recordando a un santo de nuestros días, muy devoto de los Ángeles Custodios. Precisamente en su fiesta del 2 de octubre de 1928, el Señor le hizo ver y alegrarse con el nacimiento de una nueva institución en la Iglesia, al recibir el carisma del Opus Dei. San Josemaría hacía un retiro espiritual en Madrid, cerca de la parroquia de Nuestra Señora de los Ángeles. Quiso la Providencia que, justo en aquellos momentos, llegara a sus oídos el sonido de las campanas de aquel templo. Casi al final de su vida se dirigía a sus hijos e hijas espirituales, con Cartas que calificó de “campanadas”, aludiendo al despertar interior para permanecer fieles al Señor. En la última, de 1974, recordaba aquel inicio de 1928: “Quisiera que esta campanada metiera en vuestros corazones, para siempre, la misma alegría e igual vigilia de espíritu que dejaron en mi alma −ha transcurrido ya casi medio siglo− aquellas campanas de Nuestra Señora de los Ángeles”.

Ojalá nos animemos los cristianos a reavivar la presencia y el trato con estos grandes amigos y, cada uno personalmente, con el suyo propio.

Fuente: religion.elconfidencialdigital.com


Los elementos del discernimiento. La familiaridad con el Señor

El Papa ayer en la Audiencia General

Catequesis sobre el discernimiento 3.

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! Retomamos las catequesis sobre el tema del discernimiento −porque el discernimiento es muy importante para saber lo que nos pasa por dentro; sentimientos e ideas, y discernir de dónde vienen, a dónde me conducen, a qué decisión−, y hoy nos detenemos en el primero de sus elementos constitutivos, que es la oración. Para discernir es necesario estar en un ambiente, un estado de oración.

La oración es una ayuda indispensable para el discernimiento espiritual, especialmente cuando se trata de afectos, permitiéndonos dirigirnos a Dios con sencillez y familiaridad, como hablamos con un amigo. Es saber ir más allá de los pensamientos, entrar en intimidad con el Señor, con una espontaneidad afectuosa. El secreto de la vida de los santos es la familiaridad y la confianza con Dios, que crece en ellos y les hace cada vez más fácil reconocer lo que le agrada. La verdadera oración es familiaridad y confianza con Dios. No es rezar como un loro, bla, bla, bla, no. La verdadera oración es esa espontaneidad y afecto con el Señor. Esa familiaridad vence el miedo o la duda de que su voluntad no sea para nuestro bien, tentación que a veces cruza nuestro pensamiento y vuelve el corazón inquieto e incierto o incluso amargo.

El discernimiento no pretende una certeza absoluta, no es un método químicamente puro, no exige certeza absoluta, porque se trata de la vida, y la vida no siempre es lógica, presenta muchos aspectos que no pueden encerrarse en una sola categoría de pensamiento. Nos gustaría saber con precisión qué se debe hacer, pero, incluso cuando sucede, no siempre actuamos en consecuencia. Cuántas veces hemos tenido también nosotros la experiencia descrita por el apóstol Pablo, que dice así: «No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero» (Rm 7,19). No somos sólo razón, no somos máquinas, no basta recibir instrucciones para cumplirlas: los obstáculos, como la ayuda, para decidirse por el Señor son sobre todo afectivos, del corazón.

Es significativo que el primer milagro realizado por Jesús en el evangelio de Marcos sea un exorcismo (cfr. 1,21-28). En la sinagoga de Cafarnaúm libera a un hombre del demonio, librándolo de la falsa imagen de Dios que Satanás sugiere desde el origen: la de un Dios que no quiere nuestra felicidad. El endemoniado del pasaje evangélico sabe que Jesús es Dios, pero eso no le lleva a creer en Él. De hecho, dice: «Has venido a arruinarnos» (v. 24).

Muchos, incluidos los cristianos, piensan lo mismo: es decir, que Jesús también podría ser el Hijo de Dios, pero dudan que quiera nuestra felicidad; en efecto, algunos temen que tomar en serio su propuesta, lo que Jesús nos propone, signifique arruinar su vida, mortificar nuestros deseos, nuestras más fuertes aspiraciones. Esos pensamientos a veces asoman dentro de nosotros: que Dios nos está pidiendo demasiado, tenemos miedo de que Dios nos pida mucho, que realmente no nos ama. En cambio, en nuestro primer encuentro vimos que el signo del encuentro con el Señor es la alegría. Cuando me encuentro con el Señor en la oración, me pongo contento. Cada uno se vuelve alegre, algo hermoso. La tristeza, o el miedo, en cambio, son signos de distanciamiento de Dios: «Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos», dice Jesús al joven rico (Mt 19,17). Por desgracia para ese joven, algunos obstáculos no le permitieron realizar el deseo que tenía en su corazón, de seguir más de cerca al “maestro bueno”. Era un joven interesado, emprendedor, había tomado la iniciativa de encontrarse con Jesús, pero también estaba muy dividido en sus afectos, las riquezas eran demasiado importantes para él. Jesús no lo obliga a decidirse, pero el texto advierte que el joven se aleja de Jesús «triste» (v. 22). Quien se aparta del Señor nunca está contento, a pesar de tener a su disposición una gran abundancia de bienes y posibilidades. Jesús nunca obliga a seguirlo, jamás. Jesús te hace saber su voluntad, de todo corazón te hace saber las cosas, pero te deja libre. Y esto es lo más bonito de la oración con Jesús: la libertad que nos deja. En cambio, cuando nos alejamos del Señor nos quedamos con algo de tristeza, algo malo en el corazón.

Discernir lo que sucede en nuestro interior no es fácil, porque las apariencias engañan, pero la familiaridad con Dios puede disolver suavemente las dudas y temores, haciendo nuestra vida cada vez más receptiva a su «luz amable», según la bella expresión de San John Henry Newman. Los santos brillan con luz reflejada y manifiestan en los gestos sencillos de su jornada la presencia amorosa de Dios, que hace posible lo imposible. Se dice que dos esposos que han vivido juntos durante mucho tiempo amándose terminan pareciéndose. Algo similar puede decirse de la oración afectiva: de manera gradual pero eficaz nos hace cada vez más capaces de reconocer lo que importa por connaturalidad, como algo que brota de lo más profundo de nuestro ser. Estar en oración no significa decir palabras, palabras, no; estar en oración significa abrir el corazón a Jesús, acercarse a Jesús, dejar que Jesús entre en mi corazón y nos haga sentir su presencia. Y ahí podemos discernir cuando es Jesús y cuando somos nosotros con nuestros pensamientos, muchas veces lejos de lo que Jesús quiere.

Pedimos esta gracia: vivir una relación de amistad con el Señor, como un amigo habla con un amigo (cfr. San Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales, 53). Conocí a un religioso anciano que era portero de un colegio y siempre que podía se acercaba a la capilla, miraba al altar, decía: “Hola”, porque estaba cerca de Jesús. No necesitaba decir bla, bla, bla, no: “hola, estoy cerca de ti y tú estás cerca de mí”. Esta es la relación que debemos tener en la oración: cercanía, cercanía afectiva, como hermanos, cercanía con Jesús. Una sonrisa, un gesto sencillo y no recitar palabras que no llegan al corazón. Como dije, hablarle a Jesús como un amigo le habla a otro amigo. Es una gracia que debemos pedir unos para los otros: ver a Jesús como nuestro amigo, nuestro mejor amigo, nuestro amigo fiel, que no chantajea, sobre todo que nunca nos abandona, incluso cuando nos alejamos de Él. Se queda a las puertas del corazón. “No, no quiero saber nada contigo”, decimos. Y Él permanece en silencio, permanece ahí a la mano, al alcance del corazón porque Él es siempre fiel. Sigamos con esta oración, digamos la oración del “hola”, la oración para saludar al Señor con el corazón, la oración del cariño, la oración de la cercanía, con pocas palabras pero con gestos y buenas obras. Gracias.

Saludos

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua francesa, en particular a los responsables del Instituto de Educación Católica de Pontoise, con Mons. Stanislas Lalanne. Hermanos y hermanas, pidamos la gracia de vivir una relación de amistad con el Señor, la gracia de ver a Jesús como nuestro Amigo más grande y más fiel, que nos acompaña incluso en los momentos difíciles de nuestra vida. ¡Dios os bendiga!

Doy la bienvenida a todos los peregrinos de lengua inglesa presentes en la audiencia de hoy, especialmente a los de Dinamarca, Ghana, Filipinas, Canadá y Estados Unidos de América. Dirijo un cordial saludo a los numerosos grupos de jóvenes estudiantes, y en particular a los candidatos al diaconado del Pontificio Colegio Norteamericano, junto a sus familias. Sobre todos invoco la alegría y la paz de Cristo nuestro Señor. ¡Dios os bendiga!

Saludo cordialmente a los hermanos y hermanas de lengua alemana, en particular a los numerosos alumnos y a sus profesores presentes hoy aquí. Pidamos la gracia de vivir la amistad con el Señor que nos llena de esa alegría profunda que todos buscamos. Él nunca nos abandona: con Él nunca estamos solos.

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Pidamos a Jesús que nos enseñe a orar con sencillez y familiaridad, como un amigo habla con otro amigo. Él es el Amigo fiel que nunca falla, que siempre sale a nuestro encuentro, aun cuando nosotros nos alejemos de Él. Que Dios os bendiga. Muchas gracias.

Saludo a los peregrinos de lengua portuguesa, en particular a los grupos brasileños de Jataizinho y Sorocaba, al “Centro de Apoio e Reabilitação para Pessoas com Deficiência” de la Santa Casa da Misericórdia de Vila do Conde, situada en Touguinha y representada aquí sobre todo por los más jóvenes, venidos a agradecer a Dios por haber salido del peligro del Covid. Queridos amigos, mirad siempre hacia adelante y no dejéis que el pasado condicione vuestra vida. Trabajad para conseguir las cosas que queréis. Junto a vosotros y vuestros seres queridos, le pido a la Santísima Virgen María que cuide y proteja a todos. ¡Dios os bendiga!

Saludo a los fieles de lengua árabe. Vivamos una relación de amistad con el Señor, porque Él es nuestro Amigo más grande y fiel, que no chantajea, sobre todo que nunca nos abandona, aún cuando nos alejemos de Él. El Señor os bendiga a todos y os proteja siempre de todo mal!

Saludo cordialmente a los polacos. En particular, a los directivos, funcionarios y capellanes del Servicio Penitenciario, venidos a Roma para agradecer el nombramiento de San Pablo como su patrón. En unos días comienza el mes de octubre, tradicionalmente dedicado a Nuestra Señora del Rosario. Al rezar esta oración en comunidades y familias, encomendad a María vuestras preocupaciones y las necesidades del mundo, especialmente la cuestión de la paz. ¡Dios os bendiga!

Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana. En particular, saludo a los fieles de Parete y de Battipaglia, esperando que, con el compromiso de todos, crezca el fervor religioso de las respectivas comunidades parroquiales. Y luego un pensamiento a la Ucrania atormentada, que está sufriendo tanto, ese pobre pueblo tan cruelmente probado. Esta mañana pude hablar con el Cardenal Krajewski que regresaba de Ucrania y me contó cosas terribles. Pensemos en Ucrania y recemos por este pueblo maltratado.

Mi pensamiento, por último, se dirige, como siempre, a jóvenes, enfermos, ancianos y recién casados. Que la fiesta de los Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael, que celebraremos mañana, suscite en cada uno una sincera adhesión a los designios divinos. Sabed reconocer y seguir la voz del Maestro interior, que habla en el secreto de la conciencia. Recemos también por el cuerpo de Gendarmería Vaticana que tiene como patrón a San Miguel Arcángel y lo celebra pasado mañana. Que sigan siempre el ejemplo del santo Arcángel y que el Señor los bendiga por todo el bien que hacen. Mi bendición para todos.

Fuente: vatican.va

9/28/22

 Clericalismo católico y nacional-laicismo

Andrés Ollero Tassara


1.- Clericalismo, laicos y creyentes

Personalmente estoy muy agradecido por la formación que he ido recibiendo desde joven. Una de las cosas que me han enseñado es a aborrecer el clericalismo. Como católico, pienso que el clericalismo es un vicio tan lamentable como arraigado. El asunto es complicado porque, si en la teología católica se entiende que la Iglesia es un Cuerpo Místico del que Jesucristo es su cabeza, el clericalismo, en la medida en que reduce a la Iglesia a su jerarquía, al clero, genera una especie de cuerpo truncado. Sin duda es indispensable y positivo el papel de la jerarquía eclesiástica y del clero; puede conseguir que ese cuerpo mantenga vivo el corazón. Pero me temo que así no consigue que se convierta en semoviente; o sea, que ande. A la hora de la verdad, los que más tienen que hacer andar ese cuerpo son los laicos; me temo que en eso andamos mal, por ambas partes. Hay clérigos que no logran entender a los laicos y hay laicos ─quizás cada vez menos─ a los que al parecer, en el fondo, les encantaría ser clérigos. Es una situación un tanto rara. Curas que aspiran a mangonear en todo lo que haya alrededor. Esto, la verdad, fue más acusado en los años sesenta: el cura obrero, el cura líder sindical... Siempre que había algún asunto que organizar, al parecer lo tenía que organizar el cura. Por otra parte, algunos seglares parecen soñar con que les dejen ser semi-curas. Les encanta estar en el presbiterio e incluso acompañan al cura en sus oraciones cuando no toca... Una especie de nostalgia por parte del seglar.


Ese es un aspecto del problema. Por otra parte, yo me siento personalmente expropiado cuando, para ser laico parece que uno esté obligado a comportarse como si fuera no creyente. Esa identificación se ha dado en el ámbito cultural en Italia, donde hay que elegir entre ser católico o laico; algunos juegan a imponer en España lo mismo. En Italia, quizás por la presencia de la Santa Sede, la actividad pública de los católicos es muy visible; parecen mucho más inclinados a dar la cara que en España. En Italia ante ciertos problemas ha sido habitual convocar referendos, que los católicos han ganado o han perdido. Aquí no se le pregunta a nadie nada; se hace lo que quiera el que manda y se acabó. Que para ser considerado laico uno esté obligado a comportarse como si no fuera creyente, no lo acabo de entender.


La ley natural contiene principios y exigencias éticas accesibles a la razón; por tanto no es preciso tener fe para conocerlas. Para asumir que no se puede matar a un ser humano no hace falta tener fe. Simplemente, dándole un poco juego a la razón ya se entiende; pero a veces somos un poco irracionales. Ha llegado a plantearse un recurso de amparo de una señora que quedó embarazada y le dijeron que el feto tenía unas malformaciones insuperables y que incluso era previsible que muriera antes de nacer; lo mejor era que abortara. Ella dijo que no; tenía sus ideas y como el niño naciera sería bien recibido. En efecto el niño nació muerto y ella se dispuso a enterrarlo. No fue posible. Según su peso, el derecho administrativo en vigor lo considerará un niño prematuramente fallecido o un mero residuo biológico que debe ser incinerado (como ocurre si a alguien le amputan el brazo). Habrá que dilucidar si ha podido vulnerarse su libertad religiosa e incluso su derecho a la intimidad. Parece un tanto absurdo que a una madre, que lo desea, no le permitan enterrar a su hijo, por muy muerto que haya nacido. Para plantearse esa duda no hace falta creer en nada; quizá el mero sentido común pudiera contribuir a despejarla.

No considero, por ejemplo, que haya una bioética cristiana. Como soy laico, mi bioética es indudablemente laica. No sé por qué no iba a serlo; no me dedico a fundamentar mi bioética en argumentos de autoridad o de dogma; la baso simplemente en razonamientos, como tantos otros.

Me parece muy positivo cómo el Tribunal Constitucional Español ha abordado ésta cuestión, al menos hasta ahora, en la jurisprudencia acumulada. Curiosamente en una sentencia en la que no parecía venir a cuento del todo; relativa a la popularmente conocida como secta Moon, es decir, a la Iglesia de la Unificación. Le habían negado la inscripción en el Registro de Entidades Religiosas, por entender que se trataba en realidad de una secta. Había un informe del Parlamento Europeo muy negativo, que la acusaba de programar mentalmente a sus adeptos, pero el Tribunal Constitucional entendió que no estaba debidamente probado y autorizó que la incluyeran en el registro. Aparte de eso, que era el problema del que se trataba, sentaba doctrina y hablaba del concepto de laicidad positiva. Me parece muy interesante, porque lleva a entender que hay una laicidad negativa, que es la que suele llamarse laicismo: el intento de entender que lo religioso no debe estar presente en el ámbito público. Así como hay espacios libres de humo, quizá por vincular lo religioso al incienso, se pretende establecer que no es bueno que lo religioso se haga presente en el ámbito público... Por otra parte, habrá una laicidad positiva, que veremos en qué podría consistir.

2.- Laicidad: positiva y negativa

Para empezar, quisiera recordar que la laicidad es una novedad cristiana; antes del cristianismo no se concebía. En una primera  etapa  los  que  tenían  autoridad –es decir, auctoritas, que significa prestigio reconocido socialmente– solían ser los ancianos. Estos eran los que gobernaban y a la vez eran considerados sacerdotes. Hay un pasaje muy curioso de nuestra herencia judía; lo encontramos en el Antiguo Testamento, en el segundo libro de Samuel. Se trata de un diálogo muy curioso entre el pueblo israelita y el profeta. Le dicen que, como está ya muy anciano y sus hijos no son como él, les debe dar un rey; como el que tienen las otras naciones. Quieren tener alguien con potestas, que ejerza el poder. Samuel ora a Dios, que le responde: “haz lo que te piden, no te están rechazando a ti, sino a mí, no quieren que yo sea su rey. Explícales… esto es lo que les pasará cuando tengan rey: el rey pondrá a los hijos del pueblo a trabajar en sus carros de guerra, o en su caballería o los hará oficiales de su ejército, a unos los pondrá a cultivar sus tierras y a otros a recoger sus cosechas, o a hacer armas y equipos para sus carros de guerra; ese rey hará que las hijas del pueblo le preparen perfumes, comidas y postres, a ustedes les quitará sus mejores campos y cultivos y les exigirá los tributos… ”.

La potestas pasa a sustituir a la auctoritas, pero enseguida tiende a divinizarse. Como consecuencia no se admitirá una cohabitación entre potestas y auctoritas, que es lo mismo que hoy ocurre con el laicismo. El laicista en España, con una hegemonía notable de una confesión religiosa, no concibe que pueda haber alguien con una autoridad moral que se permita expresar públicamente qué se debe moralmente hacer y qué no. Quien tiene el poder, dirá a través de la ley lo que se debe hacer y lo que no, y punto. Si uno va al Coliseo romano, quienes murieron allí, no fue por ser disidentes políticos, sino porque no estaban dispuestos a adorar al emperador; admitían su potestas, que respetaban, pero no estaban dispuestos a concederles una auctoritas religiosa.

3.- “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”

Es el cristianismo, es Jesucristo, el primero que dice: “dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”; algo que no se había dicho nunca. Establece que hay que saber distinguir ambos ámbitos. Cuando le preguntan si hay que pagar el tributo, aclarado que es del  César, dirá: págalo.

Es expresión de en qué medida un elemento decisivo dentro del catolicismo será el respeto a la libertad personal y, por tanto, a la autonomía de lo temporal. La Iglesia no tiene una doctrina que pormenorice cómo se resuelven, en concreto, los problemas sociales. Plantea simplemente unos principios, unos criterios; eso es lo que debe hacer su magisterio, difundido por la jerarquía. Tratándose de principios o criterios, por ejemplo sobre la actividad económica, tendrán que ser los laicos católicos expertos en economía los que los conviertan en una realidad practicable; no los curas, que de eso es lógico que no sepan demasiado. Esa autonomía de lo temporal y ese respeto a la libertad parte del convencimiento de que somos co-creadores. El Creador no ha dejado todo hecho hasta el último detalle, sino que se ha limitado a empezarlo; luego, pues aquí estamos... La misión del laico es colaborar creativamente. Todo eso en el marco, como es lógico, de un ecologismo ético. En la Biblia, el paraíso es el no va más de la libertad; pero también en el paraíso había que ser ecologista y por tanto no se podía hacer de todo: el árbol de la ciencia del bien y del mal no se toca. Curiosamente la tentación será la misma de hoy: “seréis como dioses”. Nuestra creatividad está delimitada; como consecuencia, la autonomía de lo temporal no significa que en su ámbito la ética no tenga nada que decir. Tiene sin duda muchísimo que decir y tendrán que concretarlo los ciudadanos, instruidos –en el caso de que sean creyentes– por su jerarquía o por su magisterio. Como cualquier otro ciudadano, lo harán aportando su punto de vista, con ese trasfondo; lo mismo que los otros lo harán con el suyo, porque trasfondo tenemos todos. Mi paisano Machado, en un libro que yo recomiendo siempre –el “Juan de Mairena”– da un buen consejo: "Zapatero, a tu zapato, os dirán. Vosotros preguntad: ¿y cuál es mi zapato? Y para evitar confusiones lamentables, ¿querría usted decirme cuál es el suyo?” En efecto, zapatos tenemos todos...

4.- Crítica al cristianismo

No le han faltado críticas al cristianismo. Feuerbach, en su libro “La Esencia del cristianismo” de 1848, indica que no es Dios quien ha creado al hombre a su imagen, sino que es el hombre, en un intento cobarde y apocado de superar sus miedos y limitaciones, el que ha creado una imagen a la que llama Dios, para superarlos. De ahí que cuanto más engrandece el hombre a Dios, más se empobrece a sí mismo. La izquierda hegeliana consolidará ese planteamiento que en el fondo alimenta, de manera más o menos consciente, al laicismo actual. La religión en la vida pública no pinta nada; incluso no sólo no pinta nada, sino que estorba y es perturbadora.

Curiosamente el último documento que ha publicado la Comisión Teológica Internacional de la Iglesia Católica (en 2014) tiene un título que puede dejar asombrado, porque habla de la realidad trinitaria y de la relación entre religión y violencia. Sale al paso de autores que abordan la cuestión desde una perspectiva particularmente anti-religiosa. Para ellos, el monoteísmo lleva inevitablemente a un fundamentalismo que deriva hacia la violencia. De ahí que se ofrezca una argumentación teológica de por qué eso no es así. Si se parte de la idea de que negar a Dios es obligado para ser realmente humanos, evidentemente la consecuencia socio-política sería fácil. Recuerdo un chiste de Chumy Chúmez; dibujaba frecuentemente a un señor con chistera, que se suponía que era el poderoso, el capitalista, etc. y otro con boina. En uno de sus dibujos el de la chistera le decía al de la boina: “Y no olvides que hay que dar al César lo que es del César”. El otro respondía: “Sí, don César”... Me pareció muy laicista. Si el asunto se plantea así, mal andamos. Pienso que de ahí no saldrá nada positivo.

5. Laicidad y ley natural: cognitivismo ético

En el fondo la laicidad hay que vincularla, inevitablemente, a lo que los clásicos llamaron ley natural; o sea, a lo que de manera más técnica llamaríamos cognitivismo ético. Implica admitir que hay exigencias éticas con una realidad objetiva, racionalmente cognoscible; no expresan simplemente un elemento volitivo, emocional o sentimental, que tiene que ver con lo que uno quiera o desee y no con lo que uno pueda conocer racionalmente. Cuando la ley natural era compartida, de manera general, cumplía una función muy eficaz. En lo relativo a la relación entre religión y violencia, ayudó a superar en Europa las guerras de religión; el derecho natural sirvió de fundamento a un novedoso derecho internacional. El laico Grocio defendió lo aprendido de Francisco de Vitoria, que era un fraile. También la configuración del trato con los habitantes del mundo americano se irá basando en una igualdad ius-naturalista. Al margen de las vicisitudes de la historia concreta, Francisco de Vitoria lo tenía muy claro; de ahí su vanguardismo. También si hoy apareciera un selenita habría que plantearse si le afecta o no la Declaración de Derechos Humanos.

El problema es que ha entrado en crisis esa capacidad de encuentro. En la postguerra la querencia fenomenológica convirtió el derecho natural en Natur der Sache (naturaleza de la cosa), pero se estaba hablando de lo mismo: una realidad cognoscible racionalmente, que debe controlar cómo se ejercita del poder. En las constituciones que se promulgan después de la segunda guerra mundial, tras la triste experiencia del Holocausto, se da un giro muy relevante: los derechos no hay  ya que entenderlos en el marco de las leyes, entendiendo por derechos lo que las leyes nos concedan, sino que son las leyes las que deben ser interpretadas en el marco de los derechos. Para eso están los tribunales constitucionales, que dictaminarán que una ley es nula, si vulnera el contenido esencial de un derecho. Por supuesto que eso, sin no se es ius-naturalista, resulta difícilmente inteligible. De todas maneras, todo el mundo parece entenderlo muy bien, porque hoy día resulta más conveniente mostrarse contradictorio que parecer ius-naturalista.

Benedicto XVI ante el Bundestag (2011) dijo una frase que me impresionó, porque yo di mis primeros pasos en la docencia universitaria dando clases de derecho natural, que es como se llamaba entonces la asignatura conocida hoy como Teoría del Derecho. Dijo: “Después de la Segunda Guerra mundial, y hasta la formación de nuestra Ley Fundamental, la cuestión sobre los fundamentos de la legislación parecía clara. En el último medio siglo se produjo un cambio dramático de la situación. La idea del derecho natural se considera hoy una doctrina católica más bien singular, sobre la que  no vale la pena discutir fuera del ámbito católico, de modo que casi nos avergüenza hasta la sola mención del término.”

Esto dicho por un profesor de la categoría de Benedicto XVI, entonces Papa y hoy Papa Emérito, impresiona. Y esto ¿a qué se ha debido? Pienso que a dos factores: en primer lugar, a que nos encontramos con una ley natural cuya interpretación parece monopolizada por representantes de lo sobrenatural. Esto empieza a complicar la cuestión. En la Iglesia católica se entiende que la jerarquía, el magisterio, es intérprete auténtico de la ley natural; no la inventa ni la crea, pero fija su interpretación adecuada. Esto produce un solapamiento de lo natural y lo sobrenatural que genera cierta complicación. Si la ley natural parece elevarse más allá de lo natural, mal asunto. Por ejemplo, puede invitar al ciudadano a pensar que “no matar” es un precepto moral muy importante; que “no robar” es un precepto moral muy importante; “no mentir” sería otro precepto moral de importancia. Todos tan importantes moralmente como para que el derecho deba apoyar coactivamente su observancia práctica. Eso no lo veo tan claro. El hecho de que en el Sinaí se hablara de “no matar”, no quiere decir que se enunciara un precepto moral; se trataba de un precepto jurídico-natural. La moral nos invita a unas exigencias maximalistas que nos lleven a la perfección. El derecho, por el contrario, expresa un mínimo ético, indispensable para que podamos convivir. El “no matar” no es un maximalismo moral sino que pertenece a ese mínimo ético; no es un maximalismo ético de no se sabe qué religión, sino un mínimo ético para que todos mantengamos la cabeza en su sitio. Lo que ocurre es que, aparte de expresar un mínimo ético, es indispensable para convivir; esto es lo que genera una obligación moral. A nadie puede extrañar que todo maximalismo ético comience por respetar el mínimo ético. El precepto no es jurídico porque sea muy relevante moralmente; se ve acompañado por una obligación moral como consecuencia de su importancia jurídica; porque sin respetarlo no  se puede convivir y estamos moralmente obligados a convivir con los demás.

Situado en esta confusión, el católico radical exige que sea la jerarquía la que dé la cara cuando la ley natural sea cuestionada; se queja de que el obispo no habla, el obispo no dice; el obispo o el Papa... Se refugia en un puro clientelismo. Por otra parte, cuando la jerarquía cumple su obligación, que es instruir a sus fieles, nunca faltan otros ciudadanos que los acusan de estar practicando un intrusismo político, al ocuparse de algo más que de decir misa.

Añadamos a esto que se ha secularizado el fundamento de la dignidad humana. El mismo Grocio ya plantea que habría que obedecer al derecho natural, aunque Dios no existiera... De ahí pasamos a un decaimiento de la Ilustración, de la Aufklärung, que es lo que preocupa tanto a Habermas como a Ratzinger; por eso se pusieron de acuerdo con tanta facilidad en algunos aspectos. El problema es hoy en día que no parece haber nadie capaz de fundamentar racionalmente la dignidad humana. No es pequeño problema. La dignidad humana se ha convertido en un concepto vacío; algo que no significa nada. No es de extrañar que se soliciten derechos para los animales; si más de uno acaba tratando a su pareja como a un animal de compañía, o a los hijos (deseados, por supuesto) como si fueran su mascota. Pretender desde tal planteamiento que los animales tengan derechos, me parece un alarde de coherencia.

6.- Pretendida neutralidad del laicismo

El laicista suele erigirse en paladín de una presunta neutralidad. Nos habla de un ámbito –al que llama ética pública– que todos debemos compartir. No tendría nada que ver con la religión,  que sería un capricho privado; cada uno en su casa que practique la que quiera. A esto es a lo que llamo nacional-laicismo, porque se alimenta de los complejos derivados de la condena del nacional-catolicismo franquista. De ahí surge la expulsión de lo religioso del ámbito público, e incluso actitudes inquisitoriales claramente antidemocráticas, como indica nuestra Constitución. Quizá su epígrafe menos conocido sea el artículo 16.2: “Nadie podrá ser obligado a declarar sobre su ideología, religión o creencias”. No es raro que en el debate público, si alguien propone que la vida del no nacido debe ser respetada, le repliquen: “eso lo dirá usted porque es católico”. De acuerdo con el citado epígrafe a nadie le importa si yo soy católico o no. Si yo utilizara un argumento religioso, sería lógico que se considerara que no viene a cuento; pero, si no lo utilizo nadie puede descalificarme por el hecho de ser creyente. Eso sería una clara discriminación por razón de religión, opuesta al artículo 14.

7.- Tres autores no-católicos

He escogido tres autores, ninguno de ellos católico, para ver cómo intentan solucionar estas cuestiones.

John Rawls se convirtió en máximo exponente de la ética y filosofía política norteamericanas. No es nada laicista, ya que muestra mucho sentido común. Lo que no comparte son planteamientos metafísicos, incluida la ley natural en su versión clásica. Entiende que hemos de fundamentar nuestros planteamientos éticos en un consenso solapado, en el sentido de entrecruzado. Debemos armonizar lo que él llama doctrinas comprehensivas, o sea, visiones globales de la realidad y de la existencia humana, concepciones del mundo. Es preciso entrecruzarlas y tejer un consenso cuyo resultado sería la razón pública. ¿Quién es el intérprete de la razón pública?, ¿el Arzobispo de New York?: no. Para él, el intérprete de la razón pública será en su país el Tribunal Constitucional, o sea, el Tribunal Supremo. Las religiones en Norteamérica son muchas; no es como aquí, que hablar de religión es hablar de determinados obispos, siempre los mismos. Aportarán a ese consenso elementos de su ética comprehensiva y enriquecerán así la razón pública. Considera pues que expulsar lo religioso del ámbito público es empobrecer la vida social. Para él, es imposible entender a Martin Luther King y su lucha por los derechos humanos, si le obligáramos a prescindir de su religión; era precisamente el motor de sus sueños. Ser creyente no le impedía hacer uso de argumentos perfectamente compartibles por cualquiera con dos dedos de frente.

Rawls, aunque rechaza lo que llama el celo por la verdad absoluta, lo que rehúye es que una única concepción del mundo domine en toda la sociedad. Defiende la primacía de la consensuada “razón pública”, a la vez que considera que la existencia de un magisterio eclesiástico en una democracia es algo de lo más normal, que cualquiera que tenga razón, pública o privada, entiende fácilmente. “Cualesquiera que sean las ideas comprehensivas, religiosas, filosóficas o morales,...”; porque él trata por igual esas tres fuentes. Igual de absurdo sería desterrar la religión de lo público como desterrar la filosofía. No tiene sentido que si alguien afirma “creo que esto habría que resolverlo así”, se le puede alegar “es que usted es filósofo”...

“Las ideas comprehensivas, religiosas, filosóficas o morales que tengamos, todas son aceptadas libremente, políticamente hablando, pues dada la libertad de culto y la libertad de pensamiento, no puede decirse sino que nos imponemos esas doctrinas a nosotros mismos” . Si un ciudadano quiere asumir una doctrina, ¿cómo se le va a negar esa libertad? ¿Va a tener que imponerse la doctrina de usted?...

En el caso de Jürgen Habermas lo que abordará es si las confesiones religiosas pueden aportar razones al debate público. Puede sorprender esta postura. Leí por primera vez a Habermas en 1970 en Alemania, cuando suscribía una teoría crítica marxista. Defendía la necesidad de teorizar movidos por un interés directivo del conocimiento emancipador. Habermas se encuentra ahora ante una sociedad con un déficit ético notable, totalmente economicista. Como era y sigue siendo anticapitalista, parece convencido de que de Wall Street no va a venir la solución de este problema. Aun siendo agnóstico, tiene la esperanza de que sean las religiones las que aporten los necesarios elementos al debate público; para superar, por ejemplo, la legitimación de la eugenesia. Afirma que la posibilidad de elegir el sexo del hijo es una postura antiética por definición. El diagnóstico pre-implantatorio le parece aún más éticamente rechazable que el aborto porque, partiendo de la igualdad de todos los seres humanos, no admite que alguien pueda planificar a otro... El problema no es solo que  se estén vulnerando los derechos del otro sino que se está traicionando nuestra auto-conciencia ética como seres humanos; no se trata de que no se respete la dignidad del feto, es que no respetaríamos la nuestra.

Se muestra muy crítico ante el laicismo. Plantea en qué medida los creyentes están siendo discriminados. Hasta ahora a los únicos a los que el Estado liberal ha exigido dividir su identidad en privada y pública, ha sido a los ciudadanos creyentes. Son ellos los que tienen que aprender a traducir sus convicciones religiosas a un lenguaje secular, si aspiran a que sus argumentos encuentren una aprobación mayoritaria; mientras, los agnósticos no tienen que aprender nada. El estado liberal incurre así en una contradicción cuando imputa a todos los ciudadanos un ethos político, que distribuye de manera desigual las cargas cognitivas entre ellos. La institucionalización de la traducibilidad de las razones religiosas (usted tiene que traducir eso para que yo lo pueda entender) convive con la primacía institucional concedida a las razones de los agnósticos sobre las religiosas. Se exige a los ciudadanos creyentes un esfuerzo de aprendizaje y adaptación que se ahorran los ciudadanos agnósticos. ¿Cuál es su solución?: que aprendan unos y otros. Cuando Benedicto XVI va a Regensburg, olvidándose de que ya no es Profesor sino Papa, deja entrever que a la Iglesia Católica le ha costado siglos estar en condiciones de dialogar con la modernidad, mientras los islámicos lo tienen difícil; no asumen la ley natural y por tanto les resultará complicado ese diálogo, al no contar con un campo racional que les sirva  de punto de encuentro.

Mientras él decía esto, Habermas sugiere que también a los agnósticos les queda una tarea pendiente: tienen que hacerse a la idea de que ellos deben a su vez aprender a dialogar con los creyentes. No cabe entender como algo natural y sobreentendido que los ciudadanos agnósticos saben que viven ya en una sociedad post-secular y han superado el laicismo. Todos somos iguales y hay que compartir argumentos. Ajustar sus actitudes epistémicas a la persistencia de comunidades religiosas, requiere un cambio de mentalidad no menos cognitivamente exigente, para los agnósticos, que la adaptación de la conciencia religiosa a los desafíos de un entorno que se seculariza cada vez más. Con arreglo a los criterios de la Ilustración, los ciudadanos agnósticos han de comprender su falta de coincidencia con las concepciones religiosas, como un desacuerdo con el que hay que contar razonablemente.

Rechaza en consecuencia todo intento de expulsar a lo religioso del ámbito público. Es preciso dar paso a un doble aprendizaje. No tiene sentido oponer un tipo de razón, la de los agnósticos, a las razones religiosas, en virtud del supuesto de que las razones religiosas provienen de una visión del mundo intrínsecamente irracional. La razón opera en las tradiciones religiosas igual que en cualquier otro ámbito cultural, incluida la ciencia. Afirmará que el criterio de lo verdadero y lo falso no lo fija es la ciencia, sino que esta forma parte de una historia de la razón a la que pertenecen también las religiones. A nivel cognitivo general sólo existe una  y la misma razón humana; los creyentes no son irracionales.

Por último, Ronald Dworkin, desde su individualismo ético mantiene un planteamiento muy distinto de los dos anteriores. Critica a Rawls, en el marco de la polémica de si la mayoría, en una sociedad democrática, puede imponer un determinado modelo ético de concebir la vida, porque le resulte así más fácil desplegar la vida dentro de su concepción  del bien. Va a enfrentarse a lo que considera paternalismo. Consiste en obligar a alguien a hacer algo por su bien; prefiere que de su bien se ocupe cada cual. Lo lleva al extremo porque, como es individualista, llega a defender que en un debate sobre el aborto los varones no tienen nada que decir, hasta que no demuestren haberse quedado embarazados; lo cual hoy por hoy sigue siendo un poco complicado. Esto revela que ha perdido todo sentido de lo social; ante la realidad de que cabe eliminar a seres humanos, a mí me tiene que traer sin cuidado. El que, por ejemplo, casi no haya ya niños con síndrome de Down en España, no es algo que me deba afectar.

Considera que Rawls está influido por algunos filósofos y sociólogos que afirman que sólo se puede llevar una vida verdaderamente deseable en un ambiente de homogeneidad moral, y quizás incluso religiosa; lo que le parece fatal. Su propuesta es establecer una simetría entre lo ético y lo económico. Al igual que el mercado es el resultado de una serie de decisiones individuales, la ética pública debería serlo de actitudes individuales ajenas a normas impuestas. Si establecemos un paralelismo con el entorno ético, tenemos que rechazar la afirmación de que la teoría democrática atribuye a la mayoría el control total de ese entorno. Debemos insistir que en el entorno ético, como en el económico, es producto de decisiones individuales de las personas.

Lo complementará con otro detalle, también economicista, al aludir a las externalidades: entre las preferencias que tienen los ciudadanos hay unas personales, que tienen que ver con sus problemas individuales, mientras que hay otro tipo de preferencias, que él rechaza, relativas a cuestiones impersonales, que no le afectan directamente, por lo que no deberían tenerse en cuenta.

8.- Conclusión

Soy decidido partidario de una laicidad positiva, ajena a todo clericalismo. El laicismo no es sino clericalismo civil, dicho sea de paso, por lo que acaba convirtiéndose inevitablemente en una confesión religiosa más: incluso con sus ritos cuasi-sacramentales. Pienso que España experimenta en buena medida un laicismo auto-asumido por los propios católicos, por inhibición. Esto convierte al ejercicio del episcopado en deporte de alto riesgo; si el Obispo no habla, sus clericales fieles se lo echarán en cara y si habla peor…

El clericalismo civil, propio del laicismo, ignora derechos fundamentales y, a la hora de la verdad, en vez de situar el derecho fundamental de los ciudadanos a la libertad religiosa en el centro de la cuestión, reduce todo a una relación Iglesia Estado; todo dependerá del concordato de turno entre unos y otros mandamases, que tratan al ciudadano como súbdito o como oveja, lo que puede acabar siendo lo mismo.

Más allá de la mera aconfesionalidad, pienso que la clave de la laicidad positiva está en situar en el centro el derecho fundamental que la Constitución reconoce a todos los ciudadanos. No vendrá mal, por último, distinguir entre los derechos, que tienen fundamento en la justicia, y la tolerancia. Hay quien identifica indebidamente la tolerancia con el regalo de derechos. La justicia consiste en dar a cada uno lo que es suyo, su derecho. La tolerancia consiste en dar a uno lo que no es suyo; algo a lo que no tiene derecho sino mero fruto de la generosidad ajena. Quisiera por eso dejar claro que, como titular de un derecho fundamental (la libertad religiosa), no tolero que me toleren.

Fuente: dialnet.unirioja.es

9/27/22

La confesión, un acto de sinodalidad

Pbro. José María Montiu

***

La sinodalidad es un andar juntos. Pero, es un andar juntos como personas. Esto es, se trata, principalmente, de corazones que andan juntos.

Decimos, en su acepción principal, que dos cosas están juntas cuando la distancia que media entre ambas es el número cero. Esto es, ¡no media distancia!

Imaginemos ahora, por un momento, a dos personas, que, por lo que se refiere al mero plano físico, están recorriendo juntos un mismo camino, se están acompañando. Es indudable que participando en esta caminata se encuentran físicamente cercanos. Para ello les ha bastado recorrer el mismo sendero. Pero, también es verdad que uno puede ir cada día a caminar con otra persona, y, sin embargo, no llegar nunca a conocerla de veras. En este caso, desde el punto de referencia de los ojos físicos estarían muy cerca; pero, desde la perspectiva de los ojos del espíritu, estarían muy lejanos. Es una cercanía que es una lejanía.

Es verdad que la cercanía física da un cierto conocimiento del otro. Pero, es verdad también que no vemos los corazones. Y, no viendo los corazones, lo que vemos es únicamente las apariencias. Esto es, vemos sólo como aparece, como se manifiesta el corazón, lo cual puede ser muy distinto del corazón mismo. Lo sabemos bien todos: las apariencias no coinciden siempre con las realidades. No es lo mismo las sombras que las figuras que proyectan estas sombras. Ya el célebre literato Calderón de la Barca se refirió a este mundo como el gran teatro del mundo, lugar en el que se suceden las apariencias, y en el que a menudo el papel que uno desempeña hacia la galería no es exactamente el papel propio en la vida. Quién en el palco escénico hace de catedrático, puede ser un iletrado; y el que hace de enfermo, puede estar realmente sano.

De la cercanía física a la cercanía espiritual puede incluso llegar a mediar una distancia insalvable, un auténtico abismo, por lo que puede decirse que entre dos personas físicamente cercanas puede haber una distancia infinita.

La confesión sacramental es un acto de sinodalidad porque es un andar juntos en el corazón de Cristo. Y no sólo es andar juntos, es andar muy juntos.

En el sacramento de la confesión andan juntos el sacerdote confesor y el penitente. Más aún, andan juntos, el confesor, el penitente y, principalmente, Nuestro Señor Jesucristo.

Este santo sacramento dice relación a Cristo, pues es Cristo mismo el que perdona al pecador, y lo hace a través del confesor que está actuando in persona Christi. El amor de Cristo se vuelca sobre el pecador de una manera inmensamente maravillosa, abrazo fantástico de Cristo. En este sacramento se vuelve a ser amigo de Cristo, o se aumenta el vínculo con Cristo del que ya se era amigo y se estrechan los lazos, quedando más cerquita de Cristo.

En este sacramento hay una cercanía de los corazones, pues en el mismo se conocen los corazones en la medida en que pueden ser conocidos en este mundo. Se conoce lo que el otro está viviendo, sus sufrimientos, sus pecados, sus deseos de mejorar su existencia, su intención de cambiar, su anhelo de convertirse, lo que nunca contaría. Hay cosas que sólo se cuentan en la confesión, y que no se cuentan ni siquiera al propio conjugue. En la confesión es donde se toca más la realidad, es la hora de la verdad, la hora del desvelamiento de las almas, es el momento en que se conoce propiamente la vida del otro. Todo esto hace que la confesión sea un ámbito de inteligibilidad, de comprensión del hondón del alma del otro, de llegar a entender el pozo profundísimo de su espíritu. Aquí se llega a alcanzar lo que sino nunca se comprendería. Aquí es donde el penitente muestra sus llagas, su pus, y aquí es pues donde sus heridas manifestadas pueden ser vendadas, donde puede curársele con delicadeza, donde éstas pueden cicatrizarse a besos, donde realmente se le puede ayudar. Aquí es donde el penitente puede sentirse más comprendido que nunca, acogido y querido como es, con cariño y afecto.

Dicho de otro modo, si en este mundo es posible la verdadera cercanía, la distancia cero de comprensión entre los corazones, esta distancia cero donde se da es en la confesión. Esto conlleva que la confesión es un momento muy privilegiado de la sinodalidad.

Además, en la confesión hay también una cercanía espiritual. Cuantas veces los confesores al terminar la confesión hemos oído que nos decían: ¡gracias, padre! Es hermoso que el penitente sienta que le quieren como le quiere un padre. En la confesión hay una maternidad espiritual hacia el penitente, que da lugar a una vida nueva en su alma. Hay pues, un andar juntos, que es también un andar juntos de corazón, un andar juntos en el afecto, en el aprecio del otro, en el don. Ya decía el Santo Cura de Ars, el sacerdote confesor es la caridad de Cristo. La confesión, dice, pues, amor, amor misericordioso. Amor delicado y elevado, muy de Dios, muy de imitador de Cristo crucificado y resucitado, pero amor de veras. O, dicho en otras palabras, caridad espiritual, el amor que Cristo pide que tengamos.

La sinodalidad, en sus mejores y más altas expresiones, no es reducible a una estrategia, a un método, a un organigrama, a una especie de algoritmo matemático o de tabla de logaritmos, sino que es el amor de Cristo. Pues, la salvación del mundo no vendrá por una revolución informática, o por un número, sino por la acción salvadora de Cristo. Cristo desde el sagrario hace grandísimo bien a las almas. Cristo se sirve grandemente de los santos, los cuales son brazos de Cristo, transmisores del amor de Cristo. ¡El triunfo de Cristo es el triunfo del amor! Y, el confesonario es lugar privilegiado del amor de Cristo, del latido amoroso del Corazón de Cristo.


Momento privilegiado para andar juntos en el Corazón de Cristo

En definitiva, la confesión sacramental es un momento maravilloso y privilegiado, de sinodalidad, de andar juntos en el Corazón de Cristo. Es un momento en que la Iglesia se siente especialmente familia, donde uno se siente acogido, querido como él es, como se siente querido un hijo en su familia porque es hijo ¡Un momento maravilloso! Y, no sólo un momento maravilloso, sino un momento que hace grandísimo bien a las almas. ¡Cuántas cosas buenas hemos recibido gracias a algo tan poético como la confesión, en la que uno se hace pequeño hasta meterse en los brazos de Cristo que le abrazan con un inmenso cariño de padre! ¡Es para caérsele a uno las lágrimas de emoción, de alegría!

Fuente: exaudi.org

9/26/22

Guerra al consumismo

Juan Luis Selma


Nos hará un gran bien tener motivos para ser más sobrios, más solidarios, más generosos

Parece que en algo nos hemos puesto todos de acuerdo, en consumir todo lo que podemos y, en caso de que falten los medios, esperar poder hacerlo cuanto antes. Lo que rige el mundo no son los principios, los ideales, sino las grandes empresas que dominan los medios y nos hacen creer que seremos felices si satisfacemos todas las necesidades que ellos nos crean. Incluso la sombra que algunos tienen contraria al consumismo está dictada por el mercado.

No es nada fácil salir de este bucle. Ayudando a preparar alguna primera comunión o boda me ha llamado la atención que, estando de acuerdo en los principios de hacer una celebración sencilla, la realidad es que no se privan de nada. No sé si es la presión del ambiente o la falta de personalidad o la ausencia de valores. Todos queremos un mundo inclusivo, ecológico y sostenible, pero solo de boquilla, no encontramos motivos serios para privarnos de nada. Hoy, al entrar en la parroquia, me dice la mujer que pide en la puerta que le dé una bendición, a ver si la gente hoy echa más, me dice. Cuenta que está notando una gran falta de generosidad últimamente. Será por la dura crisis que estamos pasando, puntualiza. Quizás se nos olvida que no somos los únicos que vamos ajustados, que hay muchos que lo pasan peor.

Por la noche, conversando con un viejo amigo que está de paso por un congreso −vive en Atlanta (USA)−, nos cuenta que allí hay que tomarse muy en serio a los pobres ya que no está presente Cáritas y hay menos servicios sociales. Nos dice que hace unos días entró en una iglesia a saludar al Santísimo, estaba dando un paseo y no llevaba dinero encima, sólo la tarjeta de crédito. Le llamó la atención ver a una mujer joven postrada ante el sagrario rezando con intensidad. Al poco le preguntó qué le pasaba y ella le dijo que necesita urgentemente 350 dólares. Mi amigo, luego de asegurarse un poco, le dice que no lleva dinero pero que si espera una hora irá a un cajero. Salvando dificultades consigue el dinero y se lo entrega. La mujer quiere saber su dirección para devolverlos cuando pueda y él le contesta que no hace falta: es Jesús quien se los regala. Buena lección, al menos para mí.

El Evangelio nos cuenta: “Había un hombre rico que vestía de púrpura y lino finísimo, y todos los días celebraba espléndidos banquetes. Un pobre, en cambio, llamado Lázaro, yacía sentado a su puerta, cubierto de llagas, deseando saciarse de lo que caía de la mesa del rico. Y hasta los perros, acercándose, le lamían sus llagas”. Al final mueren los dos y Lázaro, el pobre, es llevado al seno de Abrahán, el rico al infierno.

No es pecado ser rico, lo que no se puede es vivir para uno mismo y olvidarse de los demás. Decía san Juan Pablo II que hay una hipoteca social sobre los bienes de la tierra. Lo injusto es que el rico Epulón ignore al pobre Lázaro que está a su puerta. Esta situación no es exclusiva de los países del primer mundo, desgraciadamente también pasa en el tercero, quizás aquí las injusticias y diferencias son aún mayores. El rico, en verdad, no hace daño a nadie, no se dice que sea malo. Sin embargo, tiene una enfermedad peor que la de Lázaro, que estaba «cubierto de llagas»: este rico sufre una fuerte ceguera, porque no es capaz de ver más allá de su mundo, hecho de banquetes y ricos vestidos. No ve más allá de la puerta de su casa, donde yace Lázaro, porque no le importa lo que sucede fuera. No ve con los ojos porque no siente con el corazón. En su corazón ha entrado la mundanidad que adormece el alma”, explica el Papa.

Nos hará un gran bien tener motivos para ser más sobrios, más solidarios, más generosos. Hay que decir no en muchas ocasiones a lo que nos pide el capricho, las apetencias, los reclamos de los anuncios. No hace falta que me cuide tanto; no es verdad que me lo merezco; ni el “para cuatro días que vamos a vivir”… somos seres racionales y podemos distinguir entre lo que apetece o me ofrecen y lo que es bueno para mí, que no es lo mismo. La peor manera de criar a un hijo es darle todo lo que quiere, pues apliquémonos el cuento. Además, no debemos olvidar que nuestra dignidad nos obliga a compartir con los que son menos agraciados.

“Hijo, acuérdate de que tú recibiste bienes durante tu vida y Lázaro, en cambio, males; ahora aquí él es consolado y tú atormentado”. Estamos llamados a ir al Cielo y allí se llega ligero de equipaje.

Fuente: eldiadecordoba.es

9/25/22

VISITA PASTORAL A MATERA PARA LA CLAUSURA DEL 27 CONGRESO EUCARÍSTICO NACIONAL

El Papa en el Ángelus


Al final de esta Celebración, quiero daros las gracias a todos los que habéis participado en representación del Pueblo santo de Dios que está en Italia. Y le estoy agradecido al cardenal Zuppi que se ha hecho su portavoz. Felicito a la comunidad diocesana de Matera-Irsina por el esfuerzo organizativo y de acogida; y agradezco a todos los que han colaborado en este Congreso Eucarístico.

Ahora, antes de concluir, nos dirigimos a la Virgen María, Mujer eucarística. A Ella le encomendamos el camino de la Iglesia en Italia, para que en cada comunidad se sienta el perfume de Cristo Pan vivo bajado del Cielo. Hoy me atrevería a pedir por Italia: más nacimientos, más hijos. E invocamos su materna intercesión para las necesidades más urgentes del mundo.

Pienso, en particular, en Myanmar. Desde hace más de dos años ese noble país se ha visto azotado por graves enfrentamientos armados y violencias, que han causado muchas víctimas y desplazados. Esta semana escuché el grito de dolor por la muerte de niños en una escuela bombardeada. Se ve que hoy en el mundo está de moda bombardear las escuelas. ¡Que el grito de estos pequeños no caiga en el olvido! ¡Estas tragedias no tienen que suceder!

Que María, Reina de la Paz, consuele al martirizado pueblo ucraniano y obtenga para los líderes de las naciones la fuerza de voluntad para encontrar inmediatamente iniciativas eficaces que conduzcan al fin de la guerra.

Me sumo al llamamiento de los obispos de Camerún por la liberación de algunas personas secuestradas en la diócesis de Mamfe, entre ellas cinco sacerdotes y una monja. Ruego por ellos y por la población de la provincia eclesiástica de Bamenda: que el Señor conceda la paz a los corazones y a la vida social de ese querido país.

Hoy, en este domingo, la Iglesia celebra la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado, sobre el tema "Construir el futuro con los migrantes y refugiados". Renovemos nuestro compromiso de construir el futuro según el proyecto de Dios: un futuro en el que cada persona encuentre su lugar y sea respetada; donde los migrantes, refugiados, desplazados y víctimas de la trata puedan vivir en paz y con dignidad. Porque el Reino de Dios se realiza con ellos, sin excluidos. Es también gracias a estos hermanos y hermanas que las comunidades pueden crecer a nivel social, económico, cultural y espiritual; y compartir las diferentes tradiciones enriquece al Pueblo de Dios. ¡Comprometámonos todos a construir un futuro más inclusivo y fraterno! Los migrantes deben ser acogidos, acompañados, promovidos e integrados.

Fuente: vatican.va

9/24/22

El hombre rico y el pobre Lázaro

 

26.º domingo del Tiempo ordinario (Ciclo C)

Evangelio (Lc 16,19-31)

En aquel tiempo dijo Jesús a los fariseos:

Había un hombre rico que vestía de púrpura y lino finísimo, y todos los días celebraba espléndidos banquetes. Un pobre, en cambio, llamado Lázaro, yacía sentado a su puerta, cubierto de llagas, deseando saciarse de lo que caía de la mesa del rico. Y hasta los perros acercándose le lamían sus llagas. Sucedió, pues, que murió el pobre y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán; murió también el rico y fue sepultado. Estando en los infiernos, en medio de los tormentos, levantando sus ojos vio a lo lejos a Abrahán y a Lázaro en su seno; y gritando, dijo: «Padre Abrahán, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta del dedo en agua y me refresque la lengua, porque estoy atormentado en estas llamas». Contestó Abrahán: «Hijo, acuérdate de que tú recibiste bienes durante tu vida y Lázaro, en cambio, males; ahora aquí él es consolado y tú atormentado. Además de todo esto, entre vosotros y nosotros se interpone un gran abismo, de modo que los que quieren atravesar de aquí hasta vosotros, no pueden; ni tampoco pueden pasar de ahí hasta nosotros». Y dijo: «Te ruego entonces, padre, que le envíes a casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les advierta y no vengan también a este lugar de tormentos». Pero replicó Abrahán: «Tienen a Moisés y a los Profetas. ¡Que los oigan!» Él dijo: «No, padre Abrahán; pero si alguno de entre los muertos va a ellos, se convertirán». Y le dijo: «Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, tampoco se convencerán aunque uno resucite de entre los muertos».

Comentario

Este domingo contemplamos la célebre parábola del hombre rico y el pobre Lázaro. Según dice Lucas unos versículos antes, Jesús la dirigió a los “amantes del dinero, que se burlaban de él” (v. 14). El relato tiene mucha densidad de significado y hoy podemos meditar sobre algunos puntos de su mensaje.

Lo primero que salta a la vista del personaje rico es que no tiene nombre. Posee en cambio una ingente riqueza que le permite dar espléndidos banquetes a diario. También viste prendas muy costosas para subrayar su posición social y el poder adquisitivo de que goza. En efecto, la púrpura era un tinte lujoso de color muy duradero elaborado a base de moluscos de mar, y el lino finísimo solía traerse directamente de Egipto. Eran telas propias de monarcas. En cierto sentido, este rico encarna de forma anónima y plana a todas las personas y sociedades opulentas.

En cambio, el pobre de la parábola sí tiene nombre. Es alguien concreto para Jesús: lo llama muy a propósito “Lázaro”, forma griega de Eleazar, que significaba en hebreo “Dios ha ayudado”. Este personaje refleja a todas las personas que padecen necesidad o sufren injustamente. Nos recuerda también a Lázaro, el amigo enfermo que Jesús resucitó en Betania, según cuenta san Juan, y que el Sanedrín decidió matar (cfr. Jn 11).

Jesús emplea algunas categorías conocidas en el judaísmo de su tiempo para explicar el destino final del rico y el pobre Lázaro. El relato no parece interesado tanto en describir cómo es el mundo futuro, sino en subrayar dos cosas: la inmortalidad del alma y la justa retribución divina por todas nuestras acciones. El hombre rico acaba mal y es condenado al Hades. En medio de su tormento, pide a Abrahán que alerte a sus hermanos del castigo que les espera con una señal más llamativa que las meras Escrituras. El rico evidencia en todo su proceder la actitud de quienes piden milagros para creer y, a la vez, culpan a Dios de su indiferencia religiosa y su forma de vivir.

Jesús advierte de que esta mentalidad vuelve tan ciegos a los hombres, que no creerían aunque viesen un muerto resucitar. De hecho, el rico ni siquiera era capaz de ver el signo visible que Dios ponía delante de su puerta todos los días: el pobre enfermo y hambriento al que solo se acercaban los perros para lamerle las heridas. Por eso el rico mereció el castigo. Como aclara san Juan Crisóstomo, el personaje “no era atormentado porque había sido rico, sino porque no había sido compasivo”. Jesús señala así el peligro que nos acecha a todos y en especial a los que poseen bienes: la indiferencia hacia los demás y hacia los que sufren; lo que el Papa Francisco ha llamado repetidamente la cultura del descarte.

La parábola nos anima pues, entre otras cosas, a vivir de forma personal y colectiva las obras de misericordia, como una forma clara de atajar la indiferencia. En la medida en que podamos, hemos de procurar remediar la indigencia humana, la cual, como dice el Catecismo, “no abarca sólo la pobreza material, sino también las numerosas formas de pobreza cultural y religiosa”. En este sentido, san Gregorio Magno explicaba que “cuando damos a los pobres las cosas indispensables, no les hacemos favores personales, sino que les devolvemos lo que es suyo. Más que realizar un acto de caridad, lo que hacemos es cumplir un deber de justicia”.

Por otro lado, a los que sufren les acecha también el peligro de la desconfianza hacia Dios, que parece no escuchar y que deja hacer y triunfar al cínico y al poderoso, a quienes se querría criticar y denunciar por sus abusos. El silencio manso y elocuente del pobre Lázaro nos invita a ser fieles y confiar en Dios, que sabe premiar la virtud y retrasa todo lo posible el castigo, hasta preferir ser acusado de indolente antes de dejar de ser compasivo. La figura de Lázaro (“Dios ha ayudado”) nos anima a rezar por los demás y a vivir la paciencia que, como dice san Josemaría, “nos impulsa a ser comprensivos con los demás, persuadidos de que las almas, como el buen vino se mejoran con el tiempo.

Fuente: opusdei.org