4/30/17

Tercer domingo de Pascua - Ciclo A

P. Antonio Rivero, L.C.


Comentario a la liturgia
Textos: Hechos 2, 14.22-33; 1 Pe 1, 17-21; Lc 24, 13-35

Idea principal: para reconocer a Cristo resucitado en nuestra vida necesitamos ojos sin telarañas, pies sin grilletes y corazón sin glaciares.

Resumen del mensaje: Jesús resucitado está realmente entre nosotros. Para darnos cuenta de su presencia tenemos que tener los ojos de la fe bien abiertos a la luz de la Palabra de Dios, los pies bien ágiles para caminar por la vida con las alas de la esperanza y el corazón en ascuas y enardecido por la Eucaristía para reconocer a Jesús en el partir del pan.

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, para reconocer la presencia de Cristo resucitado necesitamos los ojos de la fe bien abiertos para dejarnos iluminar por la Palabra de Dios que es luz en el camino de la vida y nos explica todos los eventos desde la historia de la salvación. La Sagrada Escritura nos da la visión correcta sobre Dios, sobre Cristo, sobre la Iglesia, sobre el hombre y sobre todos los eventos de nuestra vida. La Sagrada Escritura es brújula que marca el norte. Sin ella tendremos una visión horizontalista, relativista y parcial de todo, como los dos discípulos de Emaús. Dejemos que Cristo nos explique, a través de la Iglesia, las Escrituras para que se nos abra el entendimiento y nos tire las telarañas.

En segundo lugar, para reconocer la presencia de Cristo resucitado necesitamos los pies de la esperanza bien ágiles. Los dos discípulos caminaban apesadumbrados, pues tenían la esperanza quebrada por la desilusión, el desaliento y el desengaño. “Nosotros esperábamos…”. Cristo, al unirse a ellos en el camino, les agiliza el paso, les renueva la esperanza con su presencia y su palabra, y les reprende con cariño, pues sus expectativas estaban a sideral distancia de los ideales del Señor. Les disipa los proyectos horizontalistas y temporalistas, y les aúpa a una visión sobrenatural para que les renazca la esperanza. Y les resucitó la esperanza, al darles una lectura y exégesis espiritual de los hechos ocurridos en esos días, que para ellos eran motivo de escándalo y aldabonazo para su esperanza. Sólo así el cristianismo no será un escándalo, ni la cruz una derrota ni la sangre de Cristo un derroche innecesario. Dejemos que Cristo nos reprenda nuestras visiones chatas y alicortas de su misterio humano-divino, y rompa los grilletes de nuestros pies.

Finalmente, para reconocer la presencia de Cristo resucitado necesitamos un corazón enardecido y en ascuas. Sólo así invitaremos a Jesús, como hicieron estos discípulos, a entrar en nuestra casa para celebrar su Pascua eucarística con nosotros y parta su Pan con nosotros. Sólo gracias a la Eucaristía el ardor divino fundirá el hielo de nuestro egoísmo que nos tiene petrificados, y disipará la nube de preocupaciones y vanas solicitudes que entenebrecen nuestro espíritu. La compañía de Jesús eucarístico es siempre santificadora; las comuniones, por más desolados que estemos, tienen una eficacia insospechada. “Quédate con nosotros, Señor, porque ya es tarde”. Con Jesús eucarístico todo se ilumina, los fantasmas y temores huyen. ¡Es Jesús, pero trasfigurado! Aquel rescoldo del camino se ha convertido en ardorosa llamarada. Y Jesús desaparece en ese momento. Quiere que pasemos de su presencia carnal a su presencia espiritual y eucarística. La resurrección de Cristo inaugura este género de presencia. Pasemos –es lo que significa Pascua- de una visión materialista a una visión de fe. Y con los pies ágiles salgamos a anunciar esta buena nueva: “Cristo ha resucitado” a quienes viven en la oscuridad y en la desolación. Cristo resucitado derritió el glacial de nuestro corazón y lo convirtió en hoguera devoradora.

Para reflexionar: ¿por qué a veces nos pasa en la celebración de la Eucaristía dominical que nuestros ojos no se abren para reconocer a Jesús y nuestro corazón no arde cuando escuchamos las Escrituras? ¿Por qué regresamos a casa con el corazón angustiado como cuando vinimos? ¿No será porque no hemos reconocido al Señor en el partir del pan y por lo mismo no partimos el pan con nuestros hermanos?

Para rezar: con el salmo 15, leído hoy, quiero rezar así: “Por eso mi corazón se alegra, se regocijan mis entrañas y todo mi ser descansa seguro: porque no me entregarás a la muerte ni dejarás que tu amigo vea el sepulcro. Me harás conocer el camino de la vida, saciándome de gozo en tu presencia, de felicidad eterna a tu derecha”. Así hiciste con los discípulos de Emaús.

Pide se negocie en el caso de Corea

El Papa en el vuelo de regreso de El Cairo a Roma



“Les agradezco estas 27 horas de tanto trabajo” dijo dirigiéndose a los periodistas que se encontraban en el avión.

El papa interrogado sobre el encuentro que tuvo con el presidente de Egipto, Al-Sisi, señaló que cuando se tiene un encuentro privado y queda privado, a no ser que juntos se decida hacerlo público. Y confió que “he escuchado yendo a tal país apoya a tal gobierno. Cada gobierno tiene sus debilidades. Yo no me entrometo, hablo de los valores. Cada uno por su parte juzgue”. Y sobre el caso del universitario italiano asesinado, Giulio Regeni, dijo que la diplomacia de la Santa Sede se ha movido pero no podia revelar los particulares.

Interrogado sobre los populismos demagógicos en Europa, el papa indicó que “he tenido que aprender nuevamente el significado que la palabra ‘populismo’ tiene en Europa, porque en América Latina tiene otro significado. Existe este problema en Europa y en la Unión Europea, y no repetiré lo que dije. He hablado cuatro veces” sobre este tema.
Señaló que “cada país es libre de decidir lo que cree conveniente y sobre esto no puedo juzgar”, porque no conoce las políticas internas. Reconoció que “Europa corre el riesgo de disolverse”. Indicó que “hay un tema que asusta y quizás alimenta estos fenómenos y es el problema de la inmigración. Pero no olvidemos que Europa fue hecha por migrantes, durante siglos y siglos. Es un problema que hay que estudiarlo bien, respetando las opiniones, en una discusión política con la ‘P’ mayúscula”. Recordó que una vez cuando saludaba a la gente un señor le invitó a hacer un partido para los católicos. “Pero este señor vive en el siglo pasado”, dijo.

Interrogado sobre las relaciones con los ortodoxos rusos, los coptos y el bautismo común, el Papa recordó sus buenas relaciones que tenía en Argentina con ellos.
Con los ortodoxos “somos Iglesias hermanas”. Señaló su gran amistad con el papa copto Tawadros II, “un gran patriarca”. Precisó que “la unidad del bautismo va adelante, la culpa es un motivo histórico”. Y que “estamos en buen camino para superar esto”. Añadió que “los ortodoxos rusos reconocen nuestro bautismo y yo reconozco el suyo”.
Señaló además que “el patriarca Elias II es un hombre de Dios”, que en este viaje “estaba también Bartolomé, los anglicanos… El ecumenismo se hace en camino con las obras de caridad, estando juntos”.
Citó también la buena amistad con el patriarca ruso Kirill, y con el arzobispo Hilarion. Y consideró positivo que Rusia hable de la defensa de los cristianos en Oriente Medio, porque “hoy hay más mártires que en el pasado”.

Sobre Corea de Norte y las naves militares estadounidense, “les llamaré a trabajar para que resuelvan el problema en el camino de la diplomacia”. Recordó que “existen facilitadores”, como “Noruega que está siempre lista para ayudar”. Esta “guerra mundial a pedazos de la cual hablo hace dos años, se amplia y se concentra en puntos que ya eran calientes”.
De los misiles coreanos “se habla desde hace un año pero ahora parece que el tema se haya calentado demasiado”. E invitó “a negociar porque es el futuro de la humanidad: hoy una guerra ampliada destruiría buena parte de la humanidad y esto es terrible”. Recordó Oriente Medio, Yemen y África. “Busquemos soluciones diplomáticas y allí creo que las Naciones Unidas tienen necesidad de retomar su liderazgo porque se ha aguado un poco”.
Interrogado sobre si quiere encontrar al presidente Trump, dijo que “la Secretaría de Estado aún no ha informado de solicitudes, pero yo recibo a cada jefe de Estado que pide audiencia”.

Sobre la situación de Venezuela, explico que “La Santa Sede realizó una mediación por invitación de cuatro presidentes facilitadores” pero reconoció que “la cosa no tuvo éxito porque las propuestas no fueron aceptadas o eran diluidas”. Indicó que “todos sabemos la difícil situación de Venezuela, un país que quiero mucho” y que están tratando de relanzar el negociado y están buscando e lugar. Señaló que “la misma oposición está dividida y que el conflicto se agudiza cada día más”. Concluyó indicando que “todo lo que se puede hacer hay que hacerlo, con las debidas garantías”.

Sobre las estructuras de recepción de refugiados definidas algunos días atrás por el Papa como ‘campos de concentración’, precisó que “he hablado de países más generosos de Europa, hablando de Italia y Grecia”. Precisó que no fue un lapsus, “que hay campos de refugiados que son de concentración”. Elogió la elasticidad italiana y que en un campo de recepción al no poder abrir las puertas para hacer salir a pasear a los migrantes, dejaron un agujero que había en la pared de atrás, y que los inmigrantes “así se construyeron buenas relaciones con los habitantes de ese pueblo”.



4/29/17

Encuentro con el clero, religiosos y religiosas

El Papa en el seminario de Maadi

 

Beatitudes, queridos hermanos y hermanas: Al Salamò Alaikum! ¡La paz esté con vosotros!

«Este es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo. Cristo ha vencido para siempre la muerte. Gocemos y alegrémonos en él». Me siento muy feliz de estar con vosotros en este lugar donde se forman los sacerdotes, y que simboliza el corazón de la Iglesia Católica en Egipto.

Con alegría saludo en vosotros, sacerdotes, consagrados y consagradas de la pequeña grey católica de Egipto, a la «levadura» que Dios prepara para esta bendita Tierra, para que, junto con nuestros hermanos ortodoxos, crezca en ella su Reino (cf. Mt 13,13).

Deseo, en primer lugar, daros las gracias por vuestro testimonio y por todo el bien que hacéis cada día, trabajando en medio de numerosos retos y, a menudo, con pocos consuelos. Deseo también animaros. No tengáis miedo al peso de cada día, al peso de las circunstancias difíciles por las que algunos de vosotros tenéis que atravesar.

Nosotros veneramos la Santa Cruz, que es signo e instrumento de nuestra salvación. Quien huye de la Cruz, escapa de la resurrección. «No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino» (Lc 12,32).
Se trata, por tanto, de creer, de dar testimonio de la verdad, de sembrar y cultivar sin esperar ver la cosecha. De hecho, nosotros cosechamos los frutos que han sembrado muchos otros hermanos, consagrados y no consagrados, que han trabajado generosamente en la viña del Señor.

Vuestra historia está llena de ellos. En medio de tantos motivos para desanimarse, de numerosos profetas de destrucción y de condena, de tantas voces negativas y desesperadas, sed una fuerza positiva, sed la luz y la sal de esta sociedad, la locomotora que empuja el tren hacia adelante, llevándolo hacia la meta, sed sembradores de esperanza, constructores de puentes y artífices de diálogo y de concordia.

Todo esto será posible si la persona consagrada no cede a las tentaciones que encuentra cada día en su camino. Me gustaría destacar algunas significativas.
Ustedes oas conocen porque estas tentaciones fueron bien descriptas por los primeros monjes de Egitpo
 
1. La tentación de dejarse arrastrar y no guiar. El Buen Pastor tiene el deber de guiar a su grey (cf. Jn 10,3-4), de conducirla hacia verdes prados y a las fuentes de agua (cf. Sal 23). No puede dejarse arrastrar por la desilusión y el pesimismo: «Pero, ¿qué puedo hacer yo?». Está siempre lleno de iniciativas y creatividad, como una fuente que sigue brotando incluso cuando está seca. Sabe dar siempre una caricia de consuelo, aun cuando su corazón está roto. Saber ser padre cuando los hijos lo tratan con gratitud, pero sobre todo cuando no son agradecidos (cf. Lc 15,11-32). Nuestra fidelidad al Señor no puede depender nunca de la gratitud humana: «Tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará» (Mt 6,4.6.18).

2. La tentación de quejarse continuamente. Es fácil culpar siempre a los demás: por las carencias de los superiores, las condiciones eclesiásticas o sociales, por las pocas posibilidades. Sin embargo, el consagrado es aquel que con la unción del Espíritu transforma cada obstáculo en una oportunidad, y no cada dificultad en una excusa. Quien anda siempre quejándose en realidad no quiere trabajar. Por eso el Señor, dirigiéndose a los pastores, dice: «fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes» (Hb 12,12; cf. Is 35,3).

3. La tentación de la murmuración y de la envidia. Y esta es fea. El peligro es grave cuando el consagrado, en lugar de ayudar a los pequeños a crecer y de regocijarse con el éxito de sus hermanos y hermanas, se deja dominar por la envidia y se convierte en uno que hiere a los demás con la murmuración. Cuando, en lugar de esforzarse en crecer, se pone a destruir a los que están creciendo, y cuando en lugar de seguir los buenos ejemplos, los juzga y les quita su valor. La envidia es un cáncer que destruye en poco tiempo cualquier organismo: «Un reino dividido internamente no puede subsistir; una familia dividida no puede subsistir» (Mc 3,24-25). De hecho, «por envidia del diablo entró la muerte en el mundo» (Sb 2,24). Y la murmuración es el instrumento y el arma.

4. La tentación de compararse con los demás. La riqueza se encuentra en la diversidad y en la unicidad de cada uno de nosotros. Compararnos con los que están mejor nos lleva con frecuencia a caer en el resentimiento, compararnos con los que están peor, nos lleva, a menudo, a caer en la soberbia y en la pereza. Quien tiende siempre a compararse con los demás termina paralizado. Aprendamos de los santos Pedro y Pablo a vivir la diversidad de caracteres, carismas y opiniones en la escucha y docilidad al Espíritu Santo.

5. La tentación del «faraonismo», Estamos en Egipto. Es decir, de endurecer el corazón y cerrarlo al Señor y a los demás. Es la tentación de sentirse por encima de los demás y de someterlos por vanagloria, de tener la presunción de dejarse servir en lugar de servir. Es una tentación común que aparece desde el comienzo entre los discípulos, los cuales —dice el Evangelio— «por el camino habían discutido quién era el más importante» (Mc 9,34). El antídoto a este veneno es: «Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos» (Mc 9,35).

6. La tentación del individualismo. Como dice el conocido dicho egipcio: «Después de mí, el diluvio». Es la tentación de los egoístas que por el camino pierden la meta y, en vez de pensar en los demás, piensan sólo en sí mismos, sin experimentar ningún tipo de vergüenza, más bien al contrario, se justifican. La Iglesia es la comunidad de los fieles, el cuerpo de Cristo, donde la salvación de un miembro está vinculada a la santidad de todos (cf. 1Co 12,12-27; Lumen gentium,7). El individualista es, en cambio, motivo de escándalo y de conflicto. 

7. La tentación del caminar sin rumbo y sin meta. El consagrado pierde su identidad y acaba por no ser «ni carne ni pescado». Vive con el corazón dividido entre Dios y la mundanidad. Olvida su primer amor (cf. Ap 2,4). En realidad, el consagrado, si no tiene una clara y sólida identidad, camina sin rumbo y, en lugar de guiar a los demás, los dispersa. Vuestra identidad como hijos de la Iglesia es la de ser coptos —es decir, arraigados en vuestras nobles y antiguas raíces— y ser católicos —es decir, parte de la Iglesia una y universal—: como un árbol que cuanto más enraizado está en la tierra, más alto crece hacia el cielo. Queridos consagrados, hacer frente a estas tentaciones no es fácil, pero es posible si estamos injertados en Jesús: «Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí» (Jn 15,4). Cuanto más enraizados estemos en Cristo, más vivos y fecundos seremos.

Así el consagrado conservará la maravilla, la pasión del primer encuentro, la atracción y la gratitud en su vida con Dios y en su misión. La calidad de nuestra consagración depende de cómo sea nuestra vida espiritual. Egipto ha contribuido a enriquecer a la Iglesia con el inestimable tesoro de la vida monástica.

Les exhorto, por tanto, a sacar provecho del ejemplo de san Pablo el eremita, de san Antonio Abad, de los santos Padres del desierto y de los numerosos monjes que con su vida y ejemplo han abierto las puertas del cielo a muchos hermanos y hermanas; de este modo, también serán sal y luz, es decir, motivo de salvación para vosotros mismos y para todos los demás, creyentes y no creyentes y, especialmente, para los últimos, los necesitados, los abandonados y los descartados.

Que la Sagrada Familia les proteja y les bendiga a todos, a vuestro País y a todos sus habitantes. Desde el fondo de mi corazón deseo a cada uno de vosotros lo mejor, y a través de vosotros saludo a los fieles que Dios ha confiado a vuestro cuidado. Que el Señor les conceda los frutos de su Espíritu Santo: «Amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, lealtad, modestia, dominio de sí» (Ga 5,22-23). Los tendré siempre presentes en mi corazón y en mis oraciones. Ánimo y adelante, guiados por el Espíritu Santo. «Este es el día en que actúo el Señor, sea nuestra alegría». Y por favor, no se olviden de rezar por mí.

De nada sirve llenar iglesias si nuestros corazones están vacíos del temor de Dios y de su presencia

El Papa en el Estadio de la Aeronáutica

 Al Salamò Alaikum / La paz sea con vosotros.
Hoy, III domingo de Pascua, el Evangelio nos habla del camino que hicieron los dos discípulos de Emaús tras salir de Jerusalén. Un Evangelio que se puede resumir en tres palabras: muerte, resurrección y vida.
Muerte: los dos discípulos regresan a sus quehaceres cotidianos, llenos de desilusión y desesperación. El Maestro ha muerto y por tanto es inútil esperar. Estaban desorientados, confundidos y desilusionados. Su camino es un volver atrás; es alejarse de la dolorosa experiencia del Crucificado. La crisis de la Cruz, más bien el «escándalo» y la «necedad» de la Cruz (cf. 1 Co 1,18; 2,2), ha terminado por sepultar toda esperanza. Aquel sobre el que habían construido su existencia ha muerto y, derrotado, se ha llevado consigo a la tumba todas sus aspiraciones.
No podían creer que el Maestro y el Salvador que había resucitado a los muertos y curado a los enfermos pudiera terminar clavado en la cruz de la vergüenza. No podían comprender por qué Dios Omnipotente no lo salvó de una muerte tan infame. La cruz de Cristo era la cruz de sus ideas sobre Dios; la muerte de Cristo era la muerte de todo lo que ellos pensaban que era Dios. De hecho, los muertos en el sepulcro de la estrechez de su entendimiento.
Cuantas veces el hombre se auto paraliza, negándose a superar su idea de Dios, de un dios creado a imagen y semejanza del hombre; cuantas veces se desespera, negándose a creer que la omnipotencia de Dios no es la omnipotencia de la fuerza o de la autoridad, sino solamente la omnipotencia del amor, del perdón y de la vida.
Los discípulos reconocieron a Jesús «al partir el pan», en la Eucarística. Si nosotros no quitamos el velo que oscurece nuestros ojos, si no rompemos la dureza de nuestro corazón y de nuestros prejuicios nunca podremos reconocer el rostro de Dios.
Resurrección: en la oscuridad de la noche más negra, en la desesperación más angustiosa, Jesús se acerca a los dos discípulos y los acompaña en su camino para que descubran que él es «el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6). Jesús trasforma su desesperación en vida, porque cuando se desvanece la esperanza humana comienza a brillar la divina: «Lo que es imposible para los hombres es posible para Dios» (Lc 18,27; cf. 1,37).
Cuando el hombre toca fondo en su experiencia de fracaso y de incapacidad, cuando se despoja de la ilusión de ser el mejor, de ser autosuficiente, de ser el centro del mundo, Dios le tiende la mano para transformar su noche en amanecer, su aflicción en alegría, su muerte en resurrección, su camino de regreso en retorno a Jerusalén, es decir en retorno a la vida y a la victoria de la Cruz (cf. Hb 11,34).
Los dos discípulos, de hecho, luego de haber encontrado al Resucitado, regresan llenos de alegría, confianza y entusiasmo, listos para dar testimonio. El Resucitado los ha hecho resurgir de la tumba de su incredulidad y aflicción. Encontrando al Crucificado-Resucitado han hallado la explicación y el cumplimiento de las Escrituras, de la Ley y de los Profetas; han encontrado el sentido de la aparente derrota de la Cruz.
Quien no pasa a través de la experiencia de la cruz, hasta llegar a la Verdad de la resurrección, se condena a sí mismo a la desesperación. De hecho, no podemos encontrar a Dios sin crucificar primero nuestra pobre concepción de un dios que sólo refleja nuestro modo de comprender la omnipotencia y el poder.
Vida: el encuentro con Jesús resucitado ha transformado la vida de los dos discípulos, porque el encuentro con el Resucitado transforma la vida entera y hace fecunda cualquier esterilidad (cf. Benedicto XVI, Audiencia General, 11 abril 2007). En efecto, la Resurrección no es una fe que nace de la Iglesia, sino que es la Iglesia la que nace de la fe en la Resurrección.
Dice san Pablo: «Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación y vana también vuestra fe» (1 Co 15,14). El Resucitado desaparece de su vista, para enseñarnos que no podemos retener a Jesús en su visibilidad histórica: «Bienaventurados los que crean sin haber visto» (Jn 20,29 y cf. 20,17). La Iglesia debe saber y creer que él está vivo en ella y que la vivifica con la Eucaristía, con la Escritura y con los Sacramentos. Los discípulos de Emaús comprendieron esto y regresaron a Jerusalén para compartir con los otros su experiencia. «Hemos visto al Señor […]. Sí, en verdad ha resucitado» (cf. Lc 24,32).
La experiencia de los discípulos de Emaús nos enseña que de nada sirve llenar de gente los lugares de culto si nuestros corazones están vacíos del temor de Dios y de su presencia; de nada sirve rezar si nuestra oración que se dirige a Dios no se transforma en amor hacia el hermano; de nada sirve tanta religiosidad si no está animada al menos por igual fe y caridad; de nada sirve cuidar las apariencias, porque Dios mira el alma y el corazón (cf. 1 S 16,7) y detesta la hipocresía (cf. Lc 11,37-54; Hch 5,3-4).[1] Para Dios, es mejor no creer que ser un falso creyente, un hipócrita.
La verdadera fe es la que nos hace más caritativos, más misericordiosos, más honestos y más humanos; es la que anima los corazones para llevarlos a amar a todos gratuitamente, sin distinción y sin preferencias, es la que nos hace ver al otro no como a un enemigo para derrotar, sino como a un hermano para amar, servir y ayudar; es la que nos lleva a difundir, a defender y a vivir la cultura del encuentro, del diálogo, del respeto y de la fraternidad; nos da la valentía de perdonar a quien nos ha ofendido, de ayudar a quien ha caído; a vestir al desnudo; a dar de comer al que tiene hambre, a visitar al encarcelado; a ayudar a los huérfanos; a dar de beber al sediento; a socorrer a los ancianos y a los necesitados (cf. Mt 25,31-45).
La verdadera fe es la que nos lleva a proteger los derechos de los demás, con la misma fuerza y con el mismo entusiasmo con el que defendemos los nuestros. En realidad, cuanto más se crece en la fe y más se conoce, más se crece en la humildad y en la conciencia de ser pequeño.
Queridos hermanos y hermanas:
A Dios sólo le agrada la fe profesada con la vida, porque el único extremismo que se permite a los creyentes es el de la caridad. Cualquier otro extremismo no viene de Dios y no le agrada.
Ahora, como los discípulos de Emaús, regesen a vuestra Jerusalén, es decir, a vuestra vida cotidiana, a vuestras familias, a vuestro trabajo y a vuestra patria llenos de alegría, de valentía y de fe. No tengan miedo a abrir vuestro corazón a la luz del Resucitado y dejen que él transforme vuestras incertidumbres en fuerza positiva para vosotros y para los demás.
No tengan miedo a amar a todos, amigos y enemigos, porque el amor es la fuerza y el tesoro del creyente.
La Virgen María y la Sagrada Familia, que vivieron en esta bendita tierra, iluminen nuestros corazones y les bendiga y al amado Egipto que, en los albores del cristianismo, acogió la evangelización de san Marcos y ha dado a lo largo de la historia numerosos mártires y una gran multitud de santos y santas.

‘Al Massih Kam, Bilhakika kam’ (Cristo ha Resucitado. Verdaderamente ha Resucitado)


 

4/28/17

El papa en la Universidad de Al-Azhar


“Al Salamò Alaikum!  (La paz sea con vosotros).
Es para mí un gran regalo estar aquí, en este lugar, y comenzar mi visita a Egipto encontrándome con vosotros en el ámbito de esta Conferencia Internacional para la Paz.
Agradezco al Gran Imán por haberla proyectado y organizado, y por su amabilidad al invitarme. Quisiera compartir algunas reflexiones, tomándolas de la gloriosa historia de esta tierra, que a lo largo de los siglos se ha manifestado al mundo como tierra de civilización y tierra de alianzas.
Tierra de civilización. Desde la antigüedad, la civilización que surgió en las orillas del Nilo ha sido sinónimo de cultura. En Egipto ha brillado la luz del conocimiento, que ha hecho germinar un patrimonio cultural de valor inestimable, hecho de sabiduría e ingenio, de adquisiciones matemáticas y astronómicas, de admirables figuras arquitectónicas y artísticas. La búsqueda del conocimiento y la importancia de la educación han sido iniciativas que los antiguos habitantes de esta tierra han llevado a cabo produciendo un gran progreso. Se trata de iniciativas necesarias también para el futuro, iniciativas de paz y por la paz, porque no habrá paz sin una adecuada educación de las jóvenes generaciones.
Y no habrá una adecuada educación para los jóvenes de hoy si la formación que se les ofrece no es conforme a la naturaleza del hombre, que es un ser abierto y relacional.
La educación se convierte de hecho en sabiduría de vida cuando consigue que el hombre, en contacto con Aquel que lo trasciende y con cuanto lo rodea, saque lo mejor de sí mismo, adquiriendo una identidad no replegada sobre sí misma. La sabiduría busca al otro, superando la tentación de endurecerse y encerrarse; abierta y en movimiento, humilde y escudriñadora al mismo tiempo, sabe valorizar el pasado y hacerlo dialogar con el presente, sin renunciar a una adecuada hermenéutica.
Esta sabiduría favorece un futuro en el que no se busca la prevalencia de la propia parte, sino que se mira al otro como parte integral de sí mismo; no deja, en el presente, de identificar oportunidades de encuentro y de intercambio; del pasado, aprende que del mal sólo viene el mal y de la violencia sólo la violencia, en una espiral que termina aislando. Esta sabiduría, rechazando toda ansia de injusticia, se centra en la dignidad del hombre, valioso a los ojos de Dios, y en una ética que sea digna del hombre, rechazando el miedo al otro y el temor de conocer a través de los medios con los que el Creador lo ha dotado.1
Precisamente en el campo del diálogo, especialmente interreligioso, estamos llamados a caminar juntos con la convicción de que el futuro de todos depende también del encuentro entre religiones y culturas. En este sentido, el trabajo del Comité mixto para el Diálogo entre el Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso y el Comité de Al-Azhar para el Diálogo representa un ejemplo concreto y alentador. El diálogo puede ser favorecido si se conjugan bien tres indicaciones fundamentales: el deber de la identidad, la valentía de la alteridad y la sinceridad de las intenciones.
El deber de la identidad, porque no se puede entablar un diálogo real sobre la base de la ambigüedad o de sacrificar el bien para complacer al otro. La valentía de la alteridad, porque al que es diferente, cultural o religiosamente, no se le ve ni se le trata como a un enemigo, sino que se le acoge como a un compañero de ruta, con la genuina convicción de que el bien de cada uno se encuentra en el bien de todos. La sinceridad de las intenciones, porque el diálogo, en cuanto expresión auténtica de lo humano, no es una estrategia para lograr segundas intenciones, sino el camino de la verdad, que merece ser recorrido pacientemente para transformar la competición en cooperación.
Educar, para abrirse con respeto y dialogar sinceramente con el otro, reconociendo sus derechos y libertades fundamentales, especialmente la religiosa, es la mejor manera de construir juntos el futuro, de ser constructores de civilización. Porque la única alternativa a la barbarie del conflicto es la cultura del encuentro. Y con el fin de contrarrestar realmente la barbarie de quien instiga al odio e incita a la violencia, es necesario acompañar y ayudar a madurar a las nuevas generaciones para que, ante la lógica incendiaria del mal, respondan con el paciente crecimiento del bien: jóvenes que, como árboles plantados, estén enraizados en el terreno de la historia y, creciendo hacia lo Alto y junto a los demás, transformen cada día el aire contaminado de odio en oxígeno de fraternidad.
En este desafío de civilización tan urgente y emocionante, cristianos y musulmanes, y todos los creyentes, estamos llamados a ofrecer nuestra aportación: «Vivimos bajo el sol de un único Dios misericordioso. […] Así, en el verdadero sentido podemos llamarnos, los unos a los otros, hermanos y hermanas […], porque sin Dios la vida del hombre sería como el cielo sin el sol».2
Salga pues el sol de una renovada hermandad en el nombre de Dios; y de esta tierra, acariciada por el sol, despunte el alba de una civilización de la paz y del encuentro. Que san Francisco de Asís, que hace ocho siglos vino a Egipto y se encontró con el Sultán Malik al Kamil, interceda por esta intención.
Tierra de alianzas. Egipto no sólo ha visto amanecer el sol de la sabiduría, sino que su tierra ha sido también iluminada por la luz multicolor de las religiones. Aquí, a lo largo de los siglos, las diferencias de religión han constituido «una forma de enriquecimiento mutuo del servicio a la única comunidad nacional».3
Creencias religiosas diferentes se han encontrado y culturas diversas se han mezclado sin confundirse, reconociendo la importancia de aliarse para el bien común. Alianzas de este tipo son cada vez más urgentes en la actualidad. Para hablar de ello, me gustaría utilizar como símbolo el «Monte de la Alianza» que se yergue en esta tierra.
El Sinaí nos recuerda, en primer lugar, que una verdadera alianza en la tierra no puede prescindir del Cielo, que la humanidad no puede pretender encontrar la paz excluyendo a Dios de su horizonte, ni tampoco puede tratar de subir la montaña para apoderarse de Dios (cf. Ex 19,12).
Se trata de un mensaje muy actual, frente a esa peligrosa paradoja que persiste en nuestros días, según la cual por un lado se tiende a reducir la religión a la esfera privada, sin reconocerla como una dimensión constitutiva del ser humano y de la sociedad y, por el otro, se confunden la esfera religiosa y la política sin distinguirlas adecuadamente.
Existe el riesgo de que la religión acabe siendo absorbida por la gestión de los asuntos temporales y se deje seducir por el atractivo de los poderes mundanos que en realidad sólo quieren instrumentalizarla. En un mundo en el que se han globalizado muchos instrumentos técnicos útiles, pero también la indiferencia y la negligencia, y que corre a una velocidad frenética, difícil de sostener, se percibe la nostalgia de las grandes cuestiones sobre el sentido de la vida, que las religiones saben promover y que suscitan la evocación de los propios orígenes: la vocación del hombre, que no ha sido creado para consumirse en la precariedad de los asuntos terrenales sino para encaminarse hacia el Absoluto al que tiende.
Por estas razones, sobre todo hoy, la religión no es un problema sino parte de la solución: contra la tentación de acomodarse en una vida sin relieve, donde todo comienza y termina en esta tierra, nos recuerda que es necesario elevar el ánimo hacia lo Alto para aprender a construir la ciudad de los hombres.
En este sentido, volviendo con la mente al Monte Sinaí, quisiera referirme a los mandamientos que se promulgaron allí antes de ser escritos en la piedra.4 En el corazón de las «diez palabras» resuena, dirigido a los hombres y a los pueblos de todos los tiempos, el mandato «no matarás» (Ex 20,13).
Dios, que ama la vida, no deja de amar al hombre y por ello lo insta a contrastar el camino de la violencia como requisito previo fundamental de toda alianza en la tierra. Siempre, pero sobre todo ahora, todas las religiones están llamadas a poner en práctica este imperativo, ya que mientras sentimos la urgente necesidad de lo Absoluto, es indispensable excluir cualquier absolutización que justifique cualquier forma de violencia. La violencia, de hecho, es la negación de toda auténtica religiosidad.
Como líderes religiosos estamos llamados a desenmascarar la violencia que se disfraza de supuesta sacralidad, apoyándose en la absolutización de los egoísmos antes que en una verdadera apertura al Absoluto. Estamos obligados a denunciar las violaciones que atentan contra la dignidad humana y contra los derechos humanos, a poner al descubierto los intentos de justificar todas las formas de odio en nombre de las religiones y a condenarlos como una falsificación idolátrica de Dios: su nombre es santo, él es el Dios de la paz, Dios salam. 5
Por tanto, sólo la paz es santa y ninguna violencia puede ser perpetrada en nombre de Dios porque profanaría su nombre. Juntos, desde esta tierra de encuentro entre el cielo y la tierra, de alianzas entre los pueblos y entre los creyentes, repetimos un «no» alto y claro a toda forma de violencia, de venganza y de odio cometidos en nombre de la religión o en nombre de Dios. Juntos afirmamos la incompatibilidad entre la fe y la violencia, entre creer y odiar.
Juntos declaramos el carácter sagrado de toda vida humana frente a cualquier forma de violencia física, social, educativa o psicológica. La fe que no nace de un corazón sincero y de un amor auténtico a Dios misericordioso es una forma de pertenencia convencional o social que no libera al hombre, sino que lo aplasta. Digamos juntos: Cuanto más se crece en la fe en Dios, más se crece en el amor al prójimo.
Sin embargo, la religión no sólo está llamada a desenmascarar el mal sino que lleva en sí misma la vocación a promover la paz, probablemente hoy más que nunca.6
Sin caer en sincretismos conciliadores,7  nuestra tarea es la de rezar los unos por los otros, pidiendo a Dios el don de la paz, encontrarnos, dialogar y promover la armonía con un espíritu de cooperación y amistad. Como cristianos «no podemos invocar a Dios, Padre de todos los hombres, si nos negamos a conducirnos fraternalmente con algunos hombres, creados a imagen de Dios».8
Más aún, reconocemos que inmersos en una lucha constante contra el mal, que amenaza al mundo para que «no sea ya ámbito de una auténtica fraternidad», «a los que creen en la caridad divina les da la certeza de que abrir a todos los hombres los caminos del amor y esforzarse por instaurar la fraternidad universal no son cosas inútiles».9
Por el contrario, son esenciales: En realidad, no sirve de mucho levantar la voz y correr a rearmarse para protegerse: hoy se necesitan constructores de paz, no provocadores de conflictos; bomberos y no incendiarios; predicadores de reconciliación y no vendedores de destrucción.
Asistimos perplejos al hecho de que, mientras por un lado nos alejamos de la realidad de los pueblos, en nombre de objetivos que no tienen en cuenta a nadie, por el otro, como reacción, surgen populismos demagógicos que ciertamente no ayudan a consolidar la paz y la estabilidad.
Ninguna incitación a la violencia garantizará la paz, y cualquier acción unilateral que no ponga en marcha procesos constructivos y compartidos, en realidad, sólo beneficia a los partidarios del radicalismo y de la violencia.
Para prevenir los conflictos y construir la paz es esencial trabajar para eliminar las situaciones de pobreza y de explotación, donde los extremismos arraigan fácilmente, así como evitar que el flujo de dinero y armas llegue a los que fomentan la violencia. Para ir más a la raíz, es necesario detener la proliferación de armas que, si se siguen produciendo y comercializando, tarde o temprano llegarán a utilizarse.
Sólo sacando a la luz las turbias maniobras que alimentan el cáncer de la guerra se pueden prevenir sus causas reales. A este compromiso urgente y grave están obligados los responsables de las naciones, de las instituciones y de la información, así como también nosotros responsables de cultura, llamados por Dios, por la historia y por el futuro a poner en marcha –cada uno en su propio campo– procesos de paz, sin sustraerse a la tarea de establecer bases para una alianza entre pueblos y estados. Espero que, con la ayuda de Dios, esta tierra noble y querida de Egipto pueda responder aún a su vocación de civilización y de alianza, contribuyendo a promover procesos de paz para este amado pueblo y para toda la región de Oriente Medio.
Al Salamò Alaikum!  (La paz esté con vosotros).
______________________________________________________
NOTAS:
1 «Por otra parte, una ética de fraternidad y de coexistencia pacífica entre las personas y entre los pueblos no puede basarse sobre la lógica del miedo, de la violencia y de la cerrazón, sino sobre la responsabilidad, el respeto y el diálogo sincero»: Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2017. La no violencia: un estilo de una política para la paz, 5.
2 Juan Pablo II, Discurso a las autoridades musulmanas, Kaduna–Nigeria (14 febrero 1982).
3 Id., Discurso durante la ceremonia de bienvenida, El Cairo (24 febrero 2000).
4 «Fueron escritos en el corazón del hombre como ley moral universal, válida en todo tiempo y en todo lugar». Estos ofrecen la «base auténtica para la vida de las personas, de las sociedades y de las naciones. Hoy, como siempre, son el único futuro de la familia humana. Salvan al hombre de la fuerza destructora del egoísmo, del odio y de la mentira. Señalan todos los falsos dioses que lo esclavizan: el amor a sí mismo que excluye a Dios, el afán de poder y placer que altera el orden de la justicia y degrada nuestra dignidad humana y la de nuestro prójimo»: Id., Homilía en la celebración de la Palabra en al Monte Sinaí, Monasterio de Santa Catalina (26 febrero 2000).
5 Cf. Discurso en la Mezquita Central de Koudoukou, Bangui-República Centroafricana (30 noviembre 2015).
6 «Probablemente más que nunca en la historia ha sido puesto en evidencia ante todos el vínculo intrínseco que existe entre una actitud religiosa auténtica y el gran bien de la paz» (Juan Pablo II, Discurso a los Representantes de las Iglesias y de Comunidades eclesiales cristianas y de las religiones mundiales, Asís (27 octubre 1986). 7 Cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 251. 8 Conc. Ecum. Vat. II, Declaración Nostra aetate, 5. 9 Id., Const. past. Gaudium et spes, 37-38.

Programa del viaje del Papa a Egipto

Una visita de dos días en la ciudad del El Cairo

 
Viernes 28 abril 2017

10:45 – Salida en avión del aeropuerto de Roma/Fiumicino para El Cairo
13:00 – Llegada al aeropuerto internacional  de El Cairo

RECIBIMIENTO OFICIAL
14:20 – Ceremonia de bienvenida en el Palacio Presidencial en Heliopolis
Visita de cortesía al presidente de la República

CONFERENCIA INTERNACIONAL SOBRE LA PAZ
15:00 – Visita de cortesía al gran imam de Al-Azhar
Discurso Gran Imam – Discurso del Santo Padre

ENCUENTRO CON LAS AUTORIDADES Y CUERPO DIPLOMÁTICO
15:40 – Discurso del Presidente – Discurso del Santo Padre

VISITA DE CORTESÍA AL PAPA TAWADROS II
17:00 – El Papa se traslada en auto al patriarcado Copto.
Discurso Tawadros II, Discurso del Santo Padre

Sábado 29 abril 2017

10:00 – SANTA MISA en el estadio de la Aeronáutica militar –  Homilía  del Santo Padre –
12:15 – Almuerzo con los obispos egipcios y el séquito papal
15:15 – Encuentro de oración con el clero, los religiosos y religiosas, y los seminaristas.
Discurso del Santo Padre

CEREMONIA DE DESPEDIDA
17:00 – Salida en avión del aeropuerto de El Cairo
20:30 – Llegada al aeropuerto de Roma/Ciampino

Huso horario, Roma: +2h UTC – El Cairo: +2h UTC

4/27/17

El cristiano es un testigo de obediencia

El Papa en Santa Marta


“Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”. Es la respuesta de Pedro llevado con los apóstoles ante el sanedrín después de haber sido liberados de la cárcel por un Ángel. Se les prohibió enseñar en el nombre de Jesús, recordaba el sumo sacerdote, “en cambio, habéis llenado Jerusalén con vuestra enseñanza” (Hch 5,27-33).
Para comprender esto hay que ver lo narrado antes en los Hechos de los Apóstoles, en los primeros meses de la Iglesia, cuando la comunidad crecía y había tantos milagros. Estaba la fe del pueblo, pero también había “listillos”, que querían hacer carrera, como Ananías y Safira. Lo mismo pasa hoy. Y así había quien despreciaba, considerándolo ignorante, a ese pueblo creyente que llevaba en peregrinación a los enfermos a los apóstoles. El desprecio al pueblo fiel de Dios, que nunca se equivoca. Entonces Pedro, que por miedo había traicionado a Jesús el jueves santo, esta vez, valiente, responde que “hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”. Esa respuesta hace comprender que el cristiano es testigo de obediencia, como Jesús, que se anonadó y en el huerto de los olivos dijo al Padre: “hágase tu voluntad, no la mía”.
El cristiano es un testigo de obediencia, y si no estamos en esa senda de crecer en el testimonio de la obediencia no somos cristianos. Al menos, caminar por ese camino: testigo de obediencia, como Jesús. No es testigo de una idea, de una filosofía, de una empresa, de un banco, de un poder: es testigo de obediencia, como Jesús.
Pero convertirse en testigo de obediencia es una gracia del Espíritu Santo. Solo el Espíritu puede hacernos testigos de obediencia. ‘No, yo voy a aquel maestro espiritual, y leo este libro…’. Todo eso está bien, pero solo el Espíritu puede cambiarnos el corazón y puede hacernos a todos testigos de obediencia. Es una obra del Espíritu y tenemos que pedirla, es una gracia que pedir: ‘Padre, Señor Jesús, enviadme vuestro Espíritu para que yo sea un testigo de obediencia’, o sea, un cristiano.
Ser testigo de obediencia comporta consecuencias, como cuenta la primera lectura: tras la respuesta de Pedro, “se consumían de rabia y trataban de matarlos”. Las consecuencias del testigo de obediencia son las persecuciones. Cuando Jesús enumera las Bienaventuranzas, acaba: “Bienaventurados cuando os persigan y os insulten”. La cruz no se puede quitar de la vida de un cristiano. La vida de un cristiano no es un status social, no es un modo de vivir una espiritualidad que me hace bueno, que me hace un poco mejor. Eso no basta. La vida de un cristiano es el testimonio de la obediencia, y la vida de un cristiano está llena de calumnias, habladurías, persecuciones.
Para ser testigos de obediencia como Jesús, hay que rezar, reconocerse pecadores, con tantas mundanidades en el corazón. Y pedir a Dios la gracia de llegar a ser un testigo de obediencia y no asustarse cuando lleguen las persecuciones, las calumnias, porque el Señor dijo que cuando sean llevados ante el juez, será el Espíritu quién les dirá lo que responder.

Historia del cuadro de Jesús Misericordioso



Este 23 de abril la Iglesia festejó el Domingo de la Divina Misericordia, fecha fijada por san Juan Pablo II recordando el mensaje transmitido por mística polaca santa Faustina Kowalska.
En una de las apariciones Jesús le dijo a sor Faustina: “Pinta una imagen según el modelo que ves,  y firma: Jesús, en Ti confío”. Mientras la religiosa permaneció en Vilna, Lituania, el padre Sopoćko encargó a principios de 1934 la imagen de Jesús Misericordioso, al pintor Eugenio Kazimirowski.
La vidente durante unos seis meses fue dos veces por semana al estudio del pintor para darle indicaciones y los detalles que debía tener la imagen y el padre Sopoćko se encargó personalmente de que el cuadro fuera pintado exactamente según sus instrucciones.
Cuando sor Faustina vio el cuadro terminado lloró: ‘No eres tan bello como te veo’, le decía a Jesús. Y el Señor le indicó: ‘Lo que importa es que gracias a este cuadro todos podrán venir y recibir mi misericordia.
Sor Faustina señaló que el Señor quería que el cuadro sea expuesto en la Iglesia de San Miguel, en Vilna. El 4 de abril de 1937, con el permiso del obispo metropolitano de la ciudad, el arzobispo Romualdo Jalbrzykowski, el cuadro fue colocado junto al altar principal.
En 1948 cuando el gobierno comunista cerró la Iglesia de San Miguel, el lienzo sin el marco ni la placa con la inscripción fue adquirido secretamente, gracias al empleado lituano que liquidaba las pertenencias del templo. Dos devotas de la Divina Misericordia (una polaca y una lituana) conscientes del peligro y de las consecuencias que habría habido en caso de que se enterasen las autoridades soviéticas, trasladaron la imagen enrollada a un desván donde iba a esperar hasta que pasase el peligro. Más tarde, ellas llevaron el cuadro a la Iglesia del Espíritu Santo, donde quedó depositado todo el mobiliario de la iglesia liquidada.
En 1956, un amigo del p. Sopoćko, el p. Józef Grasewicz volvió a Vilna después de haber sido en­carcelado unos años en un campo de trabajo soviético decidió buscar el cuadro y antes de ir para su trabajo pastoral en Nowa Ruda,  pidió al párroco de la Iglesia del Espíritu Santo que le regalase el cuadro para su parroquia y allí lo colgó en la iglesia donde permaneció unos 30 años,  manteniendo el secreto de sus orígenes.
En 1970 las autoridades locales comunistas de Nowa Ruda decidieron convertir la iglesia en un almacén y el cuadro colgado en la parte superior, permaneció allí por falta de una escalera de longitud suficiente para quitarlo de la pared.
Para que las autoridades comunistas no se alarmasen por los orígenes extraordinarios del cuadro, en una noche de noviembre de 1986, sin que se enterasen los habitantes de Nowa Ruda (que durante muchos años se reunían en la iglesia abandonada para rezar), substituyeron el cuadro original por una copia preparada anteriormente. Con la ayuda de las hermanas de la Madre de la Misericordiosa (de la Puerta de la Aurora) sabedoras del asunto, el lienzo fue quitado del bastidor, enrollado y, esa misma noche, llevado a Grodno primero, y después a la Iglesia de Espíritu Santo de Vilna, donde fue expuesto.
En la Iglesia del Santo Espíritu el cuadro fue restaurado y partes dañadas fueron repintadas. Como resultado, el aspecto del rostro del Señor Jesús cambió notablemente. Al cuadro se añadió una frase en rojo: “Jesús en Ti confio” y se realizaron otras modificaciones.
En julio de 2001 la Congregación de las Hermanas de Jesús Misericordioso expuso su iglesia esta imagen de Jesús Misericordioso y tras una restauración profunda, el cuadro volvió a ser colocado en la Iglesia de Espíritu Santo, que es la parroquia de los polacos que viven en la capital de Lituania. Desde septiembre de 2005 la imagen de Jesús Misericordioso es venerada en el Santuario de la Divina Misericordia en Vilna.

4/26/17

Un Dios “apasionado” por el hombre

 El Papa en la Audiencia General


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
«Yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). Estas últimas palabras del Evangelio de Mateo evocan el anuncio profético que encontramos al inicio: «A Él le pondrán el nombre de Emanuel, que significa: Dios con nosotros» (Mt 1,23; Cfr. Is 7,14). Dios estará con nosotros, todos los días, hasta el fin del mundo. Jesús caminará con nosotros: todos los días, hasta el fin del mundo.
Todo el Evangelio esta contenido entre estas dos citas, palabras que comunican el misterio de Dios cuyo nombre, cuya identidad es estar-con: no es un Dios aislado, es un Dios-con nosotros, en particular con nosotros, es decir, con la criatura humana. Nuestro Dios no es un Dios ausente, secuestrado en un cielo lejano; es en cambio un Dios “apasionado” por el hombre, así tiernamente amante de ser incapaz de separarse de él.
Nosotros humanos somos hábiles en arruinar vínculos y derribar puentes. Él en cambio no. Si nuestro corazón se enfría, el suyo permanece siempre incandescente. Nuestro Dios nos acompaña siempre, incluso si por desgracia nosotros nos olvidáramos de Él. En el punto que divide la incredulidad de la fe, es decisivo el descubrimiento de ser amados y acompañados por nuestro Padre, de no haber sido jamás abandonados por Él.
Nuestra existencia es una peregrinación, un camino. A pesar de que muchos son movidos por una esperanza simplemente humana, perciben la seducción del horizonte, que los impulsa a explorar mundos que todavía no conocen. Nuestra alma es un alma migrante. La Biblia está llena de historias de peregrinos y viajeros.
La vocación de Abraham comienza con este mandato: «Deja tu tierra» (Gen 12,1). Y el patriarca deja ese pedazo de mundo que conocía bien y que era una de las cunas de la civilización de su tiempo. Todo conspiraba contra la sensatez de aquel viaje. Y a pesar de ello, Abraham parte. No se convierte en hombres y mujeres maduros si no se percibe la atracción del horizonte: aquel límite entre el cielo y la tierra que pide ser alcanzado por un pueblo de caminantes.
En su camino en el mundo, el hombre no está jamás sólo. Sobre todo el cristiano no se siente jamás abandonado, porque Jesús nos asegura que no nos espera sólo al final de nuestro largo viaje, sino nos acompaña en cada uno de nuestros días.
¿Hasta cuándo perdurará el cuidado de Dios en relación al hombre? ¿Hasta cuándo el Señor Jesús, caminará con nosotros, hasta cuándo cuidará de nosotros? La respuesta del Evangelio no deja espacio a la duda: ¡hasta el fin del mundo! Pasaran los cielos, pasará la tierra, serán canceladas las esperanzas humanas, pero la Palabra de Dios es más grande de todo y no pasará. Y Él será el Dios con nosotros, el Dios Jesús que camina con nosotros.
No existirá un día de nuestra vida en el cual cesaremos de ser una preocupación para el corazón de Dios. Pero alguno podría decir: “¿Qué cosa esta diciendo usted?”. Digo esto: no existirá un día de nuestra vida en el cual cesaremos de ser una preocupación para el corazón de Dios. Él se preocupa por nosotros, y camina con nosotros, y ¿Por qué hace esto? Simplemente porque nos ama. ¿Entendido? ¡Nos ama! Y Dios seguramente proveerá a todas nuestras necesidades, no nos abandonará en el tiempo de la prueba y de la oscuridad. Esta certeza pide hacer su nido en nuestra alma para no apagarse jamás. Alguno la llama con el nombre de “Providencia”. Es decir, la cercanía de Dios, el amor de Dios, el caminar de Dios con nosotros se llama también “Providencia de Dios”: Él provee nuestra vida”.
No es casual que entre los símbolos cristianos de la esperanza existe uno que a mí me gusta tanto: es el ancla. Ella expresa que nuestra esperanza no es banal; no se debe confundir con el sentimiento mutable de quien quiere mejorar las cosas de este mundo de manera utópica, haciendo, contando sólo en su propia fuerza de voluntad.
La esperanza cristiana, de hecho, encuentra su raíz no en lo atractivo del futuro, sino en la seguridad de lo que Dios nos ha prometido y ha realizado en Jesucristo. Si Él nos ha garantizado que no nos abandonará jamás, si el inicio de toda vocación es un “Sígueme”, con el cual Él nos asegura de quedarse siempre delante de nosotros, entonces ¿Por qué temer? Con esta promesa, los cristianos pueden caminar donde sea. También atravesando porciones de mundo herido, donde las cosas no van bien, nosotros estamos entre aquellos que también ahí continuamos esperando. Dice el salmo: «Aunque cruce por oscuras quebradas, no temeré ningún mal, porque tú estás conmigo» (Sal 23,4).
Es justamente donde abunda la oscuridad que se necesita tener encendida una luz. Volvamos al ancla: el ancla es aquello que los navegantes, ese instrumento, que lanzan al mar y luego se sujetan a la cuerda para acercar la barca, la barca a la orilla. Nuestra fe es el ancla del cielo. Nosotros tenemos nuestra vida anclada al cielo. ¿Qué cosa debemos hacer? Sujetarnos a la cuerda: está siempre ahí. Y vamos adelante porque estamos seguros que nuestra vida es como un ancla que está en el cielo, en esa orilla a dónde llegaremos.
Cierto, si confiáramos solo en nuestras fuerzas, tendríamos razón de  sentirnos desilusionados y derrotados, porque el mundo muchas veces se muestra contrario a las leyes del amor. Prefiere muchas veces, las leyes del egoísmo. Pero si sobrevive en nosotros la certeza de que Dios no nos abandona, de que Dios nos ama tiernamente y a este mundo, entonces en seguida cambia la perspectiva. “Homo viator, spe erectus”, decían los antiguos.
A lo largo el camino, la promesa de Jesús «Yo estoy con ustedes» nos hace estar de pie, erguidos, con esperanza, confiando que el Dios bueno está ya trabajando para realizar lo que humanamente parece imposible, porque el ancla está en la orilla del cielo.
El santo pueblo fiel de Dios es gente que está de pie – “homo viator” –  y camina, pero de pie, “erectus”, y camina en la esperanza. Y a donde quiera que va, sabe que el amor de Dios lo ha precedido: no existe una parte en el mundo que escape a la victoria de Cristo Resucitado. ¿Y cuál es la victoria de Cristo Resucitado? La victoria del amor. Gracias.

4/25/17

El Evangelio no se impone se predica con humildad


El Papa en Santa Marta


Ofrezco esta misa por mi hermano Tawadros II, patriarca de Alejandría de los coptos. Hoy es san Marcos evangelista, fundador de la Iglesia de Alejandría. Pedimos la gracia de que el Señor bendiga a nuestras dos Iglesias con la abundancia del Espíritu Santo.
El Evangelio de Marcos (16,15-20) narra este mandato del Señor a sus discípulos: Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. No os quedéis en Jerusalén; salid a proclamar la Buena Noticia a todos, porque el Evangelio es proclamado siempre en camino, nunca sentados, siempre en camino: Ellos se fueron a pregonar el Evangelio por todas partes. Hay que salir donde Jesús no es conocido, donde es perseguido, donde está desfigurado, para proclamar el verdadero Evangelio. Salir a anunciar. Y como dice el cántico del aleluya, nosotros anunciamos a Cristo crucificado, fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Precisamente ese es el Cristo que Jesús nos manda anunciar.
Y en esa salida nos va la vida, se juega la vida del predicador. No está seguro, no hay seguros de vida para los predicadores. Porque si un predicador busca un seguro de vida, no es un verdadero predicador del Evangelio: no sale, y se queda al resguardo. Así que, lo primero es ir, salir. El Evangelio, el anuncio de Jesucristo, se hace siempre en salida, siempre en camino, ya sea en camino físico, en camino espiritual o en camino de sufrimiento: pensemos en el anuncio del Evangelio que hacen tantos enfermos —¡muchos enfermos!— que ofrecen sus dolores por la Iglesia, por los cristianos. Pero siempre salen de sí mismos.
¿Y cómo es el estilo de ese anuncio? San Pedro (1P 5,5b-14), que fue precisamente el maestro de Marcos, es muy claro en la descripción de ese estilo: el Evangelio debe anunciarse con humildad, porque el Hijo de Dios se humilló, se anonadó. El estilo de Dios es ese, y no hay otro. El anuncio del Evangelio no es un carnaval, una fiesta. Eso no es el anuncio del Evangelio. El Evangelio no puede ser anunciado con el poder humano, ni puede anunciarse con el espíritu de trepar y subir: eso no es el Evangelio. Así pues, estamos llamados tener sentimientos de humildad unos con otros, porque Dios resiste a los soberbios, pero da su gracia a los humildes. ¿Y por qué es necesaria la humildad? Pues porque llevamos un anuncio de humillación, de gloria, pero a través de la humillación. Y el anuncio del Evangelio es tentado: la tentación del poder, la tentación de la soberbia, la tentación de las mundanidades, de tantas mundanidades que hay y que nos llevan a predicar o a “recitar”, porque no es prédica un Evangelio aguado, sin fuerza, un Evangelio sin Cristo crucificado y resucitado. Por eso Pedro dice: Vigilad, vigilad, vigilad… que vuestro enemigo, el diablo, como león rugiente, ronda buscando a quién devorar. Resistidle firmes en la fe, sabiendo que vuestros hermanos en el mundo entero pasan por los mismos sufrimientos. El anuncio del Evangelio, si es verdadero, sufre tentación. Si un cristiano que anuncia el Evangelio dice que nunca es tentado, significa que el diablo no se preocupa por él, porque está predicando algo que no sirve.
Por eso, en la verdadera predicación siempre hay algo de tentación y también de persecución. Y cuando suframos, será el Señor quien nos sostenga, nos dé la fuerza, porque eso es lo que Jesús prometió cuando envió a los Apóstoles: Tras un breve padecer, el mismo Dios de toda gracia, que os ha llamado en Cristo a su eterna gloria, os restablecerá, os afianzará, os robustecerá. Será el Señor quien nos consuele, quien nos dé la fuerza para ir adelante, porque Él actúa con nosotros si somos fieles al anuncio del Evangelio, si salimos de nosotros mismos a predicar a Cristo crucificado, escándalo y locura, y si lo hacemos con estilo humilde, de verdadera humildad. Que el Señor nos dé la gracia, como bautizados, a todos, de tomar la senda de la evangelización con humildad, con confianza en Él mismo, anunciando el verdadero Evangelio. El Verbo vino en la carne. El Verbo de Dios vino en la carne. Y eso es una locura, un escándalo; pero hacerlo conscientes de que el Señor está junto a nosotros, actúa con nosotros y confirma nuestra labor.

4/24/17

‘ Ni compromisos, ni rigidez. Es el Espíritu quien nos vuelve Libres’

El Papa en Santa Marta


En el Evangelio de hoy (Jn 3,1-8) Jesús explica a Nicodemo, con amor y paciencia, que hay que nacer de lo alto, nacer del Espíritu, o sea, pasar de una mentalidad a otra. Para entender esto mejor, nos podemos detener precisamente en lo que narra la Primera Lectura, de los Hechos de los Apóstoles (4,23-31). Pedro y Juan han curado al cojo y los doctores de la ley no saben qué hacer, cómo esconder eso, porque el asunto era público y notorio. En el interrogatorio, ellos responden con sencillez, pero cuando les intimidan a no hablar más de eso, Pedro responde: ¡No! No podemos callar lo que hemos visto y oído. Y…seguiremos así.
He aquí la concreción de un hecho, la concreción de la fe respecto a los doctores de la ley que quieren entrar a negociar para llegar a compromisos. Pedro y Juan tienen valentía, tienen la franqueza, la franqueza del Espíritu, que significa hablar abiertamente, con valor, la verdad, sin componendas. Este es el punto, la concreción de la fe. A veces olvidamos que nuestra fe es concreta: el Verbo se hizo carne, no se hizo idea: se hizo carne. Y cuando rezamos el Credo, decimos todas cosas concretas: ‘Creo en Dios Padre, que hizo el cielo y la tierra, creo en Jesucristo que nació, que murió…’, son todas cosas concretas. El Credo nuestro no dice: ‘Yo creo que debo hacer esto, que debo hacer aquello, que debo hacer lo otro, o que las cosas son por esto…’: ¡no! Son cosas concretas. La concreción de la fe que lleva a la franqueza, al testimonio hasta el martirio, que está contra los compromisos o la idealización de la fe.
Para esos doctores de la ley, el Verbo no se hizo carne: se hizo ley¡y hay que hacer esto hasta aquí y no más, hay que hacer esto y no otra cosa! Y así estaban enjaulados en esa mentalidad racionalista, que no acabó con ellos, no. Porque en la historia de la Iglesia tantas veces, a pesar de que la misma Iglesia ha condenado el racionalismo, el Iluminismo, luego tantas veces ha caído en una teología del ‘se puede y no se puede’, ‘hasta aquí hasta allá’, y ha olvidado la fuerza, la libertad del Espíritu, ese renacer del Espíritu que te da la libertad, la franqueza de la predicación, el anuncio de que Jesucristo es el Señor.
Pidamos al Señor esta experiencia del Espíritu que va y viene y nos lleva adelante, del Espíritu que nos da la unción de la fe, la unción de las concreciones de la fe. El viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabemos de dónde viene ni adónde va. Así es todo lo que ha nacido del Espíritu. En este mensaje se percibe un aire de libertad: oye la voz, sigue el viento, sigue la voz del Espíritu sin saber adónde acabará. Porque ha tomado una opción por la concreción de la fe y el renacer del Espíritu. Que el Señor nos dé a todos ese Espíritu pascual, de ir por las calles del Espíritu sin componendas, sin rigideces, con la libertad de anunciar a Jesucristo como Él vino: en la carne.

La misericordia, un “modo de conocimiento” que abre el espíritu y el corazón

El Papa ayer en el Regina Coeli


Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
Cada domingo, hacemos memoria de la resurrección del Señor Jesús, pero en este periodo de después de Pascua, el domingo reviste un significado más claro. En la tradición de la Iglesia, a este domingo después de Pascua, se le denomina “in albis”. Qué significa esto? La expresión intenta recordar el rito que cumplían aquellos que habían recibido el bautismo en la Vigilia pascual. A cada uno de ellos se les ponía una ropa blanca – “alba”, blanca – para indicar su nueva dignidad de hijos de Dios. Hoy aún se sigue haciendo lo mismo; se les ofrece a los recién nacidos una pequeña ropa simbólica, mientras que los adultos se ponen uno de verdad, como lo hemos visto en la Vigilia pascual. Esta ropa blanca, en el pasado, se llevaba durante una semana hasta el domingo in albis. Y de ahí deriva el nombre in albis deponendis, que significa el domingo en el cuál se quitan la ropa blanca. Y una vez quitada la ropa, los neófitos comenzaban su nueva vida en Cristo y en la Iglesia.
Hay otra cosa: en el Jubileo del año 2000, San Juan Pablo II estableció que este domingo seria dedicado a la Divina Misericordia. Es verdad. Esto ha sido una bonita intuición, ha sido el Espíritu Santo quién le ha inspirado! Hace unos meses, hemos concluido el Jubileo extraordinario de la Misericordia y este domingo nos invita a retomar con fuerza la gracia que viene de la misericordia de Dios.
El Evangelio de hoy es el relato de la aparición de Cristo resucitado a los discípulos reunidos en el cenáculo (cf. Jn 20, 19-31). San Juan escribe que Jesús, después de haber saludado a sus discípulos, les dice: “Lo mismo que el Padre me ha enviado, así también os envío”. Dicho esto sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les serán perdonados; a quienes se los retengáis, les serán retenidos” (vv. 21-23). Es el sentido de la misericordia, presentada el día de la resurrección de Jesús como perdón de los pecados. Jesús resucitado, ha transmitido a su Iglesia, como primera misión, su propia misión de llevar a todos el anuncio concreto del perdón. Es el primer deber: anunciar el perdón. Este signo visible de su misericordia conlleva en él la paz del corazón y la alegría del encuentro renovado en con el Señor.
La misericordia a la luz de la Pascua se deja percibir como una verdadera forma de conocimiento. Es importante: la misericordia es un modo verdadero de conocimiento. Sabemos que la conocemos a través de diferentes formas: el sentido, la intuición, la razón y otros. Se la puede conocer también a través de la experiencia de la misericordia, porque la misericordia abre la puerta del espíritu para comprender mejor el misterio de Dios y de nuestra existencia personal. La misericordia nos hace comprender que la violencia, el rencor, la venganza no tienen ningún sentido y la primera víctima es aquel que vive de estos sentimientos, porque se priva de su dignidad. La misericordia también abre la puerta del corazón y permite expresar la cercanía sobre todo hacia aquellos que están solos y marginados, porque les hace sentirse hermanos y hermanas de un solo Padre. Favorece el reconocimiento de aquellos que tienen necesidad de consuelo y hace encontrar palabras que les reconforten.
Hermanos y hermanas, la misericordia calienta el corazón y le hace sensible a las necesidades de los hermanos, a través del compartir y la participación. La misericordia, en definitiva, compromete a todos a ser instrumentos de justicia, de reconciliación y de paz. No olvidemos nunca que la misericordia es la piedra clave en la vida de fe y la forma concreta a través de la cuál hacemos visible la resurrección de Jesús.

Que María, la Madre de Misericordia, nos ayude a creer y a vivir con alegría esto.



4/23/17

Elige ser amable

 Nuria Chinchilla


Se trata de cambiarme a mí mismo, no de vivir tratando de cambiar el mundo. ¿Y cómo cambio, cómo mejoro? Eligiéndolo. Eligiendo hacerlo
“Bondad” significa, según el diccionario, “cualidad de bueno; inclinación a hacer el bien, comportamiento virtuoso”. Como vemos, no tiene nada que ver con ser blando, dejarse avasallar, ni tiene por qué ir en contra de la necesaria asertividad. Últimamente se leen muchos artículos sobre la bondad, la amabilidad, la empatía… El profesor de la Universidad de Wisconsin, Richard Davidson, doctor en neuropsicología e investigador en neurociencia afectiva, y considerado por Times una de las 100 personas más influyentes del mundo,  apareció hace poco en La Contra de La Vanguardia afirmando:

“La base de un cerebro sano es la bondad y se puede entrenar”

En 1992, el profesor Davidson había conocido al Dalái Lama, que le dijo:
“Admiro vuestro trabajo, pero considero que estáis muy centrados en el estrés, la ansiedad y la depresión; ¿no te has planteado enfocar tus estudios neurocientíficos en la amabilidad, la ternura y la compasión?”
Me ha parecido muy interesante la diferenciación que hace entre empatía y compasión, que incluye ternura, y que mueve verdaderamente a la acción buena. Podéis leer el artículo aquí.
¿Cómo entrenarnos en la bondad? En nuestro Centro I-WIL ya habíamos pensado en ello hace tiempo, y por eso contábamos con Victor Küppers, que desde finales del curso pasado se ofreció amablemente a hablarnos de ello. Este martes nos ofreció una magnifica sesión titulada “Vivir y trabajar con entusiasmo”.
Victor parte de la premisa de que todos deseamos ser felices. Enseguida nos damos cuenta de que el mundo lo pone muy, muy difícil. No solo las circunstancias y los hechos de cada día, sino también los muchos “cenizos” o personas negativas que nos rodean (puede que incluso seamos una de ellas…) Creo que ahí es donde Küppers toca la clave: se trata de cambiarme a mí mismo, no de vivir tratando de cambiar el mundo. ¿Y cómo cambio, cómo mejoro? Eligiéndolo. Eligiendo hacerlo. Yo decido:
“Somos como elegimos ser. La genética influye, pero el resto depende de nosotros. Elegimos, decidimos nuestra manera de ser y esa es nuestra gran libertad, nuestro gran reto. Luchar cada día para ser la mejor persona que podamos llegar a ser, como padres, parejas, amigos, profesionales, eligiendo nuestras mejores actitudes en cada instante. Ahí está el sentido de nuestras vidas”.
Para Küppers, la amabilidad tiene 4 ventajas: además de ser gratis, hace que te sientas mejor tú, que se sientan mejor los demás y te hace mejor persona.
Entrenarnos en la bondad está en la línea de uno de los famosos 7 hábitos de Stephen Covey: Afilar la sierra. Porque habitualmente no nos damos cuenta de que dedicar unos pocos minutos a afilar la sierra puede ayudarnos a cortar los árboles en mucho menos tiempo y ganar en eficiencia. Hay muchas competencias y habilidades que podemos aprender, re-aprender, recuperar, asimilar… Ser amable es, sin duda, una actitud revolucionaria en nuestro mundo. Os recomiendo el libro El poder oculto de la amabilidad, de Lawrence G. Lovasik, que enseña que ser amable no esconde secretos mágicos ni complicados. Solo exige prestar una mayor atención a las cosas que se hacen y a cómo se hacen.
Elige ser amable y estarás eligiendo ser feliz. Y, mucho más importante: harás felices a los que tienes alrededor. Os dejo un vídeo muy ilustrativo. Y…  ¡¡muy feliz Pascua de Resurrección a todos!!