Video mensaje del Papa
Querido pueblo de Marruecos, As-Salamu Alaikum Dentro de poco iré a vuestro querido país para una visita de dos días. Doy gracias a Dios por esta oportunidad que me concede. Agradezco a su Majestad el rey Mohammed VI por su amable invitación y a las Autoridades marroquíes por su solícita colaboración. Siguiendo los pasos de mi predecesor Juan Pablo II, voy como peregrino de la paz y de la fraternidad, en un mundo que tiene tanta necesidad de ellas. Como cristianos y musulmanes creemos en Dios Creador y Misericordioso, que creó a los hombres y los ha puesto en el mundo para que vivan como hermanos, respetándose en su diversidad y ayudándose en sus necesidades; Él les confió la tierra, nuestra casa común, para protegerla con responsabilidad y conservarla para las generaciones futuras. Será para mí una alegría compartir personalmente con vosotros estas convicciones en el encuentro que tendremos en Rabat. Además, este viaje me ofrecerá la preciosa posibilidad de visitar la comunidad cristiana que está presente en Marruecos y de animarla en su camino. Asimismo, encontraré a los migrantes, que representan una llamada para construir juntos un mundo más justo y solidario. Queridos amigos marroquíes: desde este momento, os doy las gracias de corazón por vuestra acogida y sobre todo por vuestras oraciones, asegurándoos mi plegaria por vosotros y por vuestro querido país. Sábado 30 marzo 2019 ROMA-RABAT | ||||||
10:45 horas | Salida en avión del aeropuerto de Roma/Fiumicino para Rabat | |||||
14 horas | Llegada al aeropuerto internacional de Rabat-Salé | |||||
RECIBIMIENTO OFICIAL | ||||||
14:40 horas | CEREMONIA DE BIENVENIDA en la explanada de la Mezquita Hassan II | |||||
15 horas | ENCUENTRO con el PUEBLO MARROQUÍ, las AUTORIDADES, con la SOCIEDAD CIVIL y con el CUERPO DIPLOMÁTICO en la Explanada de la Mezquita Hassan II | Discurso del Santo Padre | ||||
16 horas | VISITA AL MAUSOLEO MOHAMMED V | |||||
16:25 horas | VISITA DE CORTESIA AL REY MOHAMMED VI en el Palacio Real | |||||
17:10 horas | VISITA AL INSTITUTO MOHAMMED VI DE LOS IMANES, PREDICADORES y PREDICADORAS | |||||
18:10 horas | ENCUENTRO CON LOS MIGRANTES en la sede de Caritas diocesana de Rabat | Saludo del Santo Padre | ||||
Domingo 31 marzo 2019 RABAT-ROMA | ||||||
09:30 horas | VISITA PRIVATA AL CENTRE RURAL DES SERVICES SOCIAUX de Témara | |||||
10:35 horas | ENCUENTRO CON LOS SACERDOTES, RELIGIOSOS, CONSAGRADOS y el CONSEJO ECUMÉNICO DE LAS IGLESIAS en la catedral de Rabat | Discurso del Santo Padre
Angelus del Santo Padre
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12 horas | Almuerzo con algunos miembros del séquito papal y los obispos de Marruecos | |||||
14:45 horas | SANTA MISA en el Polideportivo Príncipe Moulay Abdellah | Homilía del Santo Padre | ||||
17 horas | CEREMONIA DE DESPEDIDA en el aeropuerto internacional de Rabat/Salé | |||||
17:15 horas | Salida en avión para Roma | |||||
21:30 horas | Llegada al aeropuerto internacional de Roma/Ciampino |
3/31/19
Marruecos: Programa de la visita apostólica del Papa
3/30/19
Tribunal del Foro Interno
Discurso ayer del Papa
Queridos hermanos, buenos días:
Os doy la bienvenida en este tiempo de Cuaresma, con motivo del Curso sobre el Foro Interno, que este año ha alcanzado su trigésima edición.
Y me gustaría agregar, fuera del texto, una palabra sobre el término “foro interno”. No es una tontería ¡es algo serio! El foro interno es foro interno y no puede salir al exterior-. Y lo digo porque me he dado cuenta de que en algunos grupos de la Iglesia, los encargados, los superiores, -digamos así- mezclan las dos cosas y sacan del foro interno cosas para las decisiones externas y viceversa. Por favor, ¡esto es un pecado! Es un pecado contra la dignidad de la persona que se fía del sacerdote, que pone de manifiesto su realidad para pedir perdón, y luego esto se utiliza para arreglar las cosas de un grupo o un movimiento, tal vez –no lo sé, invento- , tal vez incluso de una nueva congregación, no lo sé. Pero el foro interno es el foro interno. Es una cosa sagrada. Quería decir esto porque me preocupa.
Dirijo un cordial saludo al cardenal Mauro Piacenza, Penitenciario Mayor, y le agradezco las amables palabras que me ha dirigido. Con él saludo a toda la familia de la Penitenciaría Apostólica.
La importancia del “ministerio de misericordia” justifica, requiere y casi siempre nos impone una formación adecuada, para que el encuentro con los fieles que piden el perdón de Dios sea siempre un verdadero encuentro de salvación, en el cual el abrazo del Señor se perciba en toda su fuerza, capaz de cambiar, convertir, sanar y perdonar.
Treinta años de experiencia de vuestro Curso sobre el Foro Interno sacramental no son muchos en comparación con la larga historia de la Iglesia y la antigüedad de la Penitenciaría Apostólica, que es el Tribunal más antiguo al servicio del Papa: ¡un tribunal de la misericordia! Y me gusta mucho que sea así.
Sin embargo, treinta años, en esta época nuestra, que corre con tanta velocidad, es un tiempo suficientemente largo para poder hacer reflexiones y balances. Además, el elevado número de participantes – ¡más de setecientos este año! – El cardenal ha dicho que ha tenido que cerrar la inscripción por motivos logísticos. Parece una broma que no haya sitio en el Vaticano. ¡Parece una broma! indica cuán aguda es la necesidad de formación y seguridad, con respecto a materias tan importantes para la vida de la Iglesia y el cumplimiento de la misión que el Señor Jesús le encomendó.
Si muchos sostienen que la Confesión, y con ella el sentido del pecado, están en crisis, y no podemos dejar de reconocer una cierta dificultad del hombre contemporáneo al respecto, esta numerosa participación de sacerdotes, recién ordenados y a punto de serlo, testimonia el interés permanente en trabajar juntos para enfrentar y superar la crisis, ante todo con las “armas de la fe”, y ofreciendo un servicio cada vez más calificado y capaz de manifestar realmente la belleza de la Misericordia divina.
Jesús vino a salvarnos, revelándonos el rostro misericordioso de Dios y acercándonos a Él con su sacrificio de amor. De ahí que siempre debamos recordar que el Sacramento de la Reconciliación es un verdadero y propio camino de santificación; es la señal efectiva que Jesús dejó a la Iglesia para que la puerta de la casa del Padre estuviera siempre abierta y para que así fuera siempre posible el regreso de los hombres a Él.
La confesión sacramental es el camino de la santificación tanto para el penitente como para el confesor. Y vosotros, queridos jóvenes confesores, lo experimentaréis pronto.
Para el penitente es claramente un camino de santificación, porque, como se subrayó repetidamente durante el reciente Jubileo de la Misericordia, la absolución sacramental, celebrada válidamente, restablece la inocencia bautismal, la comunión plena con Dios. Esa comunión que Dios nunca interrumpe con el hombre, pero de la que el hombre a veces escapa al usar mal el estupendo don de la libertad.
Para el encuentro con los sacerdotes de mi diócesis, este año han elegido como lema “Reconciliación, hermana del Bautismo”. El sacramento de la Penitencia es “hermano” del Bautismo. Para nosotros, sacerdotes, el cuarto sacramento es camino de la santificación ante todo cuando, humildemente, como todos los pecadores, nos arrodillamos ante el confesor e imploramos para nosotros mismos la divina Misericordia. Recordemos siempre – y esto nos ayudará mucho- antes de ir al confesionario que primero somos pecadores perdonados y, solo después, ministros del perdón.
Además, -y este es uno de los muchos dones que el amor de predilección de Cristo nos reserva-, como confesores, tenemos el privilegio de contemplar constantemente los “milagros” de las conversiones. Siempre debemos reconocer la poderosa acción de la gracia, que es capaz de transformar el corazón de piedra en corazón de carne (ver Eze 11,19), de transforma a un pecador que huyó lejos en un hijo arrepentido que regresa a la casa de su padre (ver Lc 15, 11-32).
Por esa razón, la Penitenciaría, con este Curso en el Foro interno, ofrece un importante servicio eclesial, favoreciendo la formación necesaria para una celebración correcta y eficaz del sacramento de la Reconciliación, presupuesto indispensable para que sea fructuoso. Y esto porque cada Confesión es siempre un paso nuevo y definitivo hacia una santificación más perfecta; un abrazo tierno, lleno de misericordia, que contribuye a dilatar el Reino de Dios, Reino de amor, de verdad y de paz.
La Reconciliación, en sí misma, es un bien que la sabiduría de la Iglesia ha salvaguardado siempre con toda su fuerza moral y jurídica con el sello sacramental. Aunque este hecho no sea siempre entendido por la mentalidad moderna, es indispensable para la santidad del sacramento y para la libertad de conciencia del penitente, que debe estar seguro, en cualquier momento, de que el coloquio sacramental permanecerá en el secreto del confesionario, entre su conciencia que se abre a la gracia y Dios, con la mediación necesaria del sacerdote. El sello sacramental es indispensable y ningún poder humano tiene jurisdicción, ni puede reclamarla, sobre él.
Queridos jóvenes sacerdotes, futuros sacerdotes y queridos penitenciarios, os exhorto a escuchar siempre con gran generosidad las confesiones de los fieles, -hace falta paciencia, pero siempre con el corazón abierto, con espíritu de padre- os exhorto a recorrer con ellos el camino de la santificación que es el sacramento, a contemplar los “milagros” de la conversión que la gracia obra en el secreto del confesionario, milagros de los que solo vosotros y los ángeles seréis testigos. Y que os santifiquéis sobre todo vosotros, en el ejercicio humilde y fiel del ministerio de la Reconciliación.
¡Gracias por vuestro servicio! Y acordaos siempre de rezar también por mí. Gracias.
’24 horas para el Señor’
Homilía del Papa ayer
«Quedaron solo ellos dos: la miserable y la misericordia» (In Io. Ev. tract. 33,5). Así encuadra san Agustín el final del Evangelio que hemos escuchado recientemente. Se fueron los que habían venido para arrojar piedras contra la mujer o para acusar a Jesús siguiendo la Ley. Se fueron, no tenían otros intereses. En cambio, Jesús se queda. Se queda, porque se ha quedado lo que es precioso a sus ojos: esa mujer, esa persona. Para él, antes que el pecado está el pecador. Yo, tú, cada uno de nosotros estamos antes en el corazón de Dios: antes que los errores, que las reglas, que los juicios y que nuestras caídas. Pidamos la gracia de una mirada semejante a la de Jesús, pidamos tener el enfoque cristiano de la vida, donde antes que el pecado veamos con amor al pecador, antes que los errores a quien se equivoca, antes que la historia a la persona.
«Quedaron solo ellos dos: la miserable y la misericordia». Para Jesús, esa mujer sorprendida en adulterio no representa un parágrafo de la Ley, sino una situación concreta en la que implicarse. Por eso se queda allí, en silencio. Y mientras tanto realiza dos veces un gesto misterioso: «escribe con el dedo en el suelo» (Jn 8,6.8). No sabemos qué escribió, y quizás no es lo más importante: el Evangelio resalta el hecho de que el Señor escribe. Viene a la mente el episodio del Sinaí, cuando Dios había escrito las tablas de la Ley con su dedo (cf. Ex 31,18), tal como hace ahora Jesús. Más tarde Dios, por medio de los profetas, prometió que no escribiría más en tablas de piedra, sino directamente en los corazones (cf. Jr 31,33), en las tablas de carne de nuestros corazones (cf. 2 Co 3,3). Con Jesús, misericordia de Dios encarnada, ha llegado el momento de escribir en el corazón del hombre, de dar una esperanza cierta a la miseria humana: de dar no tanto leyes exteriores, que a menudo dejan distanciados a Dios y al hombre, sino la ley del Espíritu, que entra en el corazón y lo libera. Así sucede con esa mujer, que encuentra a Jesús y vuelve a vivir. Y se marcha para no pecar más (cf. Jn 8,11). Jesús es quien, con la fuerza del Espíritu Santo, nos libra del mal que tenemos dentro, del pecado que la Ley podía impedir, pero no eliminar.
Sin embargo, el mal es fuerte, tiene un poder seductor: atrae, cautiva. Para apartarse de él no basta nuestro esfuerzo, se necesita un amor más grande. Sin Dios no se puede vencer el mal: solo su amor nos conforta dentro, solo su ternura derramada en el corazón nos hace libres. Si queremos la liberación del mal hay que dejar actuar al Señor, que perdona y sana. Y lo hace sobre todo a través del sacramento que estamos por celebrar. La confesión es el paso de la miseria a la misericordia, es la escritura de Dios en el corazón. Allí leemos que somos preciosos a los ojos de Dios, que él es Padre y nos ama más que nosotros mismos.
«Quedaron solo ellos dos: la miserable y la misericordia». Solo ellos. Cuántas veces nos sentimos solos y perdemos el hilo de la vida. Cuántas veces no sabemos ya cómo recomenzar, oprimidos por el cansancio de aceptarnos. Necesitamos comenzar de nuevo, pero no sabemos desde dónde. El cristiano nace con el perdón que recibe en el Bautismo. Y renace siempre de allí: del perdón sorprendente de Dios, de su misericordia que nos restablece. Solo sintiéndonos perdonados podemos salir renovados, después de haber experimentado la alegría de ser amados plenamente por el Padre. Solo a través del perdón de Dios suceden cosas realmente nuevas en nosotros. Volvamos a escuchar una frase que el Señor nos ha dicho por medio del profeta Isaías: «Realizo algo nuevo» (Is 43,18). El perdón nos da un nuevo comienzo, nos hace criaturas nuevas, nos hace ser testigos de la vida nueva. El perdón no es una fotocopia que se reproduce idéntica cada vez que se pasa por el confesionario. Recibir el perdón de los pecados a través del sacerdote es una experiencia siempre nueva, original e inimitable. Nos hace pasar de estar solos con nuestras miserias y nuestros acusadores, como la mujer del Evangelio, a sentirnos liberados y animados por el Señor, que nos hace empezar de nuevo.
«Quedaron solo ellos dos: la miserable y la misericordia». ¿Qué hacer para dejarse cautivar por la misericordia, para superar el miedo a la confesión? Escuchemos de nuevo la invitación de Isaías: «¿No lo reconocéis?» (Is 43,18). Reconocer el perdón de Dios es importante. Sería hermoso, después de la confesión, quedarse como aquella mujer, con la mirada fija en Jesús que nos acaba de liberar: Ya no en nuestras miserias, sino en su misericordia. Mirar al Crucificado y decir con asombro: “Allí es donde han ido mis pecados. Tú los has cargado sobre ti. No me has apuntado con el dedo, me has abierto los brazos y me has perdonado otra vez”. Es importante recordar el perdón de Dios, recordar la ternura, volver a gustar la paz y la libertad que hemos experimentado. Porque este es el corazón de la confesión: no los pecados que decimos, sino el amor divino que recibimos y que siempre necesitamos. Sin embargo, nos puede asaltar una duda: “no sirve confesarse, siempre cometo los mismos pecados”. Pero el Señor nos conoce, sabe que la lucha interior es dura, que somos débiles y propensos a caer, a menudo reincidiendo en el mal. Y nos propone comenzar a reincidir en el bien, en pedir misericordia. Él será quien nos levantará y convertirá en criaturas nuevas. Entonces reemprendamos el camino desde la confesión, devolvamos a este sacramento el lugar que merece en nuestra vida y en la pastoral.
«Quedaron solo ellos dos: la miserable y la misericordia». También nosotros vivimos hoy en la confesión este encuentro de salvación: nosotros, con nuestras miserias y nuestro pecado; el Señor, que nos conoce, nos ama y nos libera del mal. Entremos en este encuentro, pidiendo la gracia de redescubrirlo.
3/29/19
Escuchar la Voz del Señor
El Papa ayer en Santa Marta
La liturgia de hoy nos encaja al pie de la letra (Jer 7,23-28; Sal 94; Lc 11,14-23). “Escuchad mi voz. Yo seré vuestro Dios, y vosotros seréis mi pueblo. Seguid el camino que os señalo, y todo irá bien. Pero no escucharon ni hicieron caso”. Muchas veces estamos sordos y no escuchamos la voz del Señor. Sí, oímos el telediario, el chismorreo del barrio: eso sí lo escuchamos siempre. El profeta Jeremías describe la experiencia de Dios con el pueblo obstinado, que no quiere escuchar. Es como un lamento del Señor, que ordena al pueblo escuchar su voz, y le promete que siempre será su Dios y ellos serán su pueblo. Pero el pueblo no escuchó –que cada uno oiga qué le dice el Señor y piense si no ha hecho lo mismo–; “al contrario, caminaron según sus ideas, según la maldad de su obstinado corazón. Me dieron la espalda y no la cara”. El Señor no cuenta: “yo prefiero esto. Sí, Dios está ahí, pero yo voy a lo mío”. Y añade: “Desde que salieron vuestros padres de Egipto hasta hoy, os envié a mis siervos, los profetas, un día tras otro; pero no me escucharon ni me hicieron caso. Al contrario, endurecieron la cerviz y fueron peores que sus padres. Ya puedes repetirles este discurso, seguro que no te escucharán; ya puedes gritarles, seguro que no te responderán. Aun así les dirás: Esta es la gente que no escuchó la voz del Señor, su Dios, y no quiso escarmentar. Ha desaparecido la sinceridad. Un pueblo sin fidelidad, que ha perdido el sentido de la fidelidad. Esa es la pregunta que la Iglesia quiere que nos hagamos cada uno hoy: ¿He perdido la fidelidad al Señor? “¡No, no, yo voy todos los domingos a Misa!”. Sí, sí: pero la fidelidad del corazón: ¿he perdido esa fidelidad, o mi corazón es duro, obstinado, sordo, no deja entrar al Señor, se apaña solo con tres o cuatro cosas, y luego hace lo que le da la gana? Esa es la pregunta: todos debemos hacerla, porque la Cuaresma sirve para eso, para examinar nuestro corazón.
“Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor” es la invitación de la Iglesia, “no endurezcáis vuestro corazón”. Cuando uno vive con el corazón duro, y no oye al Señor, no se queda solo ahí, sino que si hay algo del Señor que no le gusta, lo deja de lado con algún pretexto, desacredita al Señor, lo calumnia y lo difama. Es lo que le pasó a Jesús en el Evangelio de hoy: le desacreditan. Jesús hacía milagros, curaba a los enfermos del cuerpo para demostrar que también tenía poder de curar las almas, nuestros corazones. Y esos obstinados, ¿qué dijeron? “Por arte de Belzebú, el príncipe de los demonios, echa los demonios”: desacreditar al Señor es el penúltimo paso del rechazo al Señor. Primero, no escucharlo dejando que el corazón se vuelva duro; luego desacreditarlo. Falta solo el último paso, del que ya no hay marcha atrás, que es la blasfemia contra el Espíritu Santo. Jesús intenta convencerlos, ¡pero nada! Y al final, igual que el profeta acaba con esa frase clara –“Ha desaparecido la sinceridad”–, Jesús acaba con otra frase que puede ayudarnos: “El que no está conmigo está contra mí”. “No, no, yo estoy con Jesús, pero a cierta distancia, no me acerco mucho”: ¡no, eso no existe! O estás con Jesús, o estás contra Jesús; o eres fiel o eres infiel; o tienes el corazón obediente o has perdido la fidelidad. Que cada uno lo piense, durante la Misa y luego durante el día: ¡pensarlo un poco! ¿Cómo va mi fidelidad? Yo, para rechazar al Señor, ¿busco algún pretexto, lo que sea, y desacredito al Señor? No perdemos la esperanza. Porque esas dos frases –“Ha desaparecido la sinceridad” y “El que no está conmigo está contra mí”– dejan lugar a la esperanza, también para nosotros. Estamos llamados a volver al Señor, como dice la aclamación al Evangelio: “Ahora –dice el Señor–, convertíos a mí de todo corazón, porque soy compasivo y misericordioso”. Sí, tu corazón es duro como una piedra, y tantas veces me has desacreditado por no obedecerme, pero aún hay tiempo: convertíos a mí de todo corazón, porque soy compasivo y misericordioso: yo lo olvidaré todo. Lo que importa que vengas a mí. Eso es lo que importa, dice el Señor. Y se olvida de todo lo demás. Este es el tiempo de la misericordia, el tiempo de la piedad del Señor: abramos el corazón para que Él venga a nosotros.
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El Leccionario español dice: “Ha desaparecido la sinceridad”, mientras que el italiano dice: “La fedeltà è sparita” (ha desaparecido la fidelidad). De ahí que el Papa hable de fidelidad (ndt).
3/28/19
‘Retornar a casa’
ENRIQUE DÍAZ DÍAZ
IV Domingo de Cuaresma
Josué 5, 9. 10-12: “El pueblo de Dios celebró la Pascua al entrar en la tierra prometida”
Salmo 33: “Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor”
II Corintios 5, 17-21: “Dios nos reconcilió Consigo por medio de Cristo”
San Lucas 15, 1-3. 11-32: “Tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida”
La parábola que llamamos del hijo pródigo, una de las más conocidas y explicadas, es de las más bellas imágenes que nos ofrece Jesús sobre el amor de Dios como un Padre misericordioso que abre sus brazos y su corazón en una espera infatigable del retorno del hijo amado. La ocasión de la narración, según nos cuenta San Lucas, la ofrece la oposición y la crítica de los fariseos y los escribas porque se acercan a Jesús los publicanos y pecadores. Y es que la actuación de Jesús es escandalosa: comparte la mesa, la vida, los caminos y las preocupaciones con los pecadores. Nadie le diría nada, si antes de acercarse a ellos les exigiera que se convirtieran y dejaran su mala vida, pero Jesús no pone condiciones: convive con ellos aún antes de que muestren señas de arrepentimiento.
Y para responder a estas duras críticas, Jesús narra esta enternecedora historia. Es la historia de toda la humanidad y de cada uno de los hombres, es el resumen del Evangelio anunciado por Jesús, es la nueva imagen de Dios ofrecida a los hombres: un amor misericordioso, que jamás renunciará a buscar a todo hombre como a su hijo, que nunca cerrará el corazón. Es esa imagen desconocida para los escribas y fariseos, y quizás también para muchos de nosotros: un Dios que se deshace en amor, que otorga el perdón, restituye los derechos y dispone la mesa para que el pecador participe de la alegría de la filiación y la fraternidad.
Lo que parece inconcebible, es dolorosamente real: por una supuesta “libertad”, por un aburrimiento o por no querer compartir, el hijo menor abandona la casa paterna. Es la misma tentación que hizo caer al hombre del paraíso: ser semejante a Dios. Tomar su propia herencia, no depender de nadie, buscar su propio destino. ¿Libertad? Pronto el joven se encuentra aprisionado por los ídolos de todos los tiempos. Ya de inicio pretende la parte de la herencia.
¿No pretendía abandonar la casa? ¿No estaba cansado del cuidado y la protección del padre? Sin embargo, se ata a una herencia, y dejando atrás la filiación y la fraternidad, se dispone a vivir en egoísmo y disfrutar “él solo”, todo lo que se compartía en familia. El corazón se le ha enredado entre los bienes materiales y la razón se le ha nublado para distinguir que la felicidad de poseer sólo es plena cuando es compartida.
Como hijo menor, según la ley judía, no tenía derecho más que a una pequeña parte y hasta que el padre muriera. Con su actitud de exigencia es como si declarara la muerte de su padre. En tres líneas nos da ha entender lo que sucedió después: placeres, amigos, alegría barata, derroche e irresponsabilidad. Las tentaciones del hombre antiguo y del hombre moderno siguen siendo las mismas: poseer, disfrutar, tener poder, fama, placeres. No son ajenas a nuestros días. El hombre que ha querido la libertad dejando a un lado a Dios, su Padre, que ha abandonado la casa y ha decretado la muerte de Dios para disfrutar “sin remordimientos” la herencia, se entrega en manos de los nuevos ídolos que pronto lo tornan esclavo.
Pronto se descubre vacío, sin riquezas, con hambre y sin dignidad. Para un judío era la peor humillación servir a los cerdos considerados impuros, y ¡él hubiera comido las bellotas si se lo hubieran permitido! Con frecuencia nos escandalizamos al descubrir los grados de injusticia y monstruosidad a que ha llegado el hombre, pero cuando se abandona a Dios, otros ídolos ocupan el corazón y pronto nos arrastran a la injusticia, a la depravación y a la violencia inimaginable.
Uno de los más grandes retos para la vida espiritual es recibir el perdón de Dios. Los humanos nos aferramos a nuestros pecados y nos oponemos a que Dios borre nuestro pasado y nos ofrezca un nuevo comienzo. No es difícil imaginar los pensamientos de aquel joven tirado y adolorido. Su orgullo, su “dignidad maltratada”, su obstinación, luchando contra el hambre, la sed de un hogar, el recuerdo de un amor. Es la lucha de todo hombre, es mi lucha personal: ¿Realmente quiero que se me devuelva mi dignidad de hijo y asumir toda la responsabilidad que ello conlleva? ¿Deseo que se me perdone totalmente y que me sea posible vivir de otra forma? ¿Tengo suficiente fe en mí mismo para comprometerme a vivir una vida libre de pecado? ¿Estoy dispuesto a romper con mi arraigada rebelión contra Dios y rendirme a un amor tan absoluto que pueda hacer de mí una persona nueva?
Recibir el perdón implica la firme voluntad de dejar a Dios ser Dios, de permitirle hacer su trabajo de sanación, de restauración y renovación de mi persona, aunque me duela. Conversión implica volver a la casa paterna y descubrirme hijo y hermano. La tentación del joven es retornar y no comprometerse. Tener acceso a la comida, pero no sentarse a la mesa. No compartir, mantenerse a distancia, poder seguir rebelándose y quejándose del salario. Ser hijo implica mucho más: compartir los sueños, las alegrías, los dolores, y asumir también la responsabilidad de preparar una mesa común donde puedan participar todos los hermanos.
Mientras el hijo lejano se enreda entre sus dudas, el amor del Padre al contemplarlo de lejos se convierte en una catarata de amor: lo vio, se enterneció, corrió hacia él, lo abrazó por el cuello y lo cubrió de besos. El amor del hombre está lleno de dudas, el amor de Dios Padre es una explosión de júbilo ante el pecador que regresa. Mientras el hijo masculla sus dolorosas palabras proponiendo vivir de esclavo, el Padre entrega sin condiciones las insignias que lo reconocen como verdadero hijo: el traje de fiesta no sólo significa el aprecio de un huésped distinguido, es reconocerlo como hijo en todos sus derechos; el anillo es señal de una fidelidad a toda prueba, significa que se entrega al otro toda la confianza, es señal de la transmisión de plenos derechos; las sandalias son símbolo de libertad, el hijo no debe andar más tiempo descalzo, como esclavo; y el banquete expresa la alegría compartida y la comunión plena, fiesta y acogida. Dios es así: ama sin condiciones, da todo lo que tiene. Su perdón es una rehabilitación total que devuelve a la persona toda su dignidad.
El hermano mayor que parecía tan fiel y tan centrado en su amor, descubre el interior de su corazón. También él se ha dejado invadir de la ambición, también él siente la envidia, también él quisiera los placeres que ha visto en su hermano. Condena, pero no es capaz de vivir como hermano, por eso expresa: “ese hijo tuyo”, rompe la fraternidad al desconocer a su hermano y espera un cabrito para comerlo con sus amigos, no para poner una mesa común donde compartan todos los hermanos. Juzga, pero su corazón también ha dado lugar a la ambición.
Y esto nos puede pasar hoy a nosotros al asumir la actitud del hermano mayor: condenamos y no somos capaces de vivir como hermanos; destruimos la fraternidad y nos enojamos porque Dios sigue amando; nos alejamos de la mesa porque los otros no están a nuestra altura. Pero nos olvidamos que no basta permanecer en la casa del padre para participar del banquete: se necesita saber perdonar. No basta no haber hecho nada malo, se necesita amar como hermano al que se ha alejado.
No basta no haber quebrantado las leyes de la Iglesia o del Estado, se requiere haber trabajado por un mundo más justo, más humano. Y así también nosotros rompemos la armonía de la casa paterna cuando nos negamos a reconocer a los hermanos. Tan grave es el pecado del hijo menor como el del mayor. Ambos, como todo pecado, rompen injustamente la fraternidad y la filiación. Es la realidad del pecado actual: nos desconocemos como hermanos, nos “robamos” la herencia, no compartimos la mesa, y nos olvidamos que somos hijos de Dios y que el “otro”, es nuestro hermano y también es hijo de Dios.
Es el mismo Cristo quien cuestionando a los escribas y fariseos nos cuestiona a nosotros para que nos involucremos en esta dinámica de conversión y de perdón. Los tres personajes nos tienen que hacer reflexionar: la conciencia del pecado y el valor del retorno del hijo menor; la intransigencia y ruptura de fraternidad del hijo mayor; el cariño incondicional que quiere acariciarnos y abrazarnos a pesar de haber pecado, el amor fiel del Padre que nos recibe y rehabilita como hijos. Es el tiempo de la cuaresma. Es tiempo de descubrir este rostro amoroso de Dios y mirar si somos capaces de vencer nuestros pecados y rupturas para acercarnos a compartir el banquete de la fraternidad.
Señor, Padre de Misericordia, ayúdanos a reconocer en este tiempo de Cuaresma las barreras que hemos construido y nos alejan de nuestros hermanos al alejarnos de Ti. Danos fuerza para asumir nuestras miserias, levantarnos de nuestros pecados y retornar a tus brazos amorosos. Por Cristo Nuestro Señor. Amén
“La Iglesia ya pidió perdón”
Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo Emérito de San Cristóbal de Las Casas
500 años de la conquista de Tenoxtitlan
VER
El Presidente de nuestro país, en un gesto populista y desconociendo la historia reciente, ha pedido que el gobierno español y el Papa Francisco pidan perdón por los abusos, crímenes y atropellos contra los pueblos originarios, con ocasión de que, en 2021, se cumplirán 500 años de la conquista de la antigua Tenoxtitlan, hoy Ciudad de México. España ya le contestó, y nuestra Iglesia en varias ocasiones, sobre todo en torno al año 1992, lo ha hecho.
No hay que hablar sin tener datos concretos. No es más sabio, justo y prudente quien mucho habla y ataca, pues el control de la lengua es el principio de la sabiduría. No tener en cuenta la historia, pasada y reciente, nos puede llevar a emitir juicios no siempre acertados. Por ello, traigo a colación algunas de las ocasiones en que la Iglesia ya ha pedido perdón.
PENSAR
El Papa San Juan Pablo II, en Santo Domingo, República Dominicana, dijo a los indígenas: “La Iglesia, que con sus religiosos, sacerdotes y obispos ha estado siempre al lado de los indígenas, ¿cómo podría olvidar en este V Centenario los enormes sufrimientos infligidos a los pobladores de este Continente durante la época de la conquista y la colonización? Hay que reconocer con toda verdad los abusos cometidos debido a la falta de amor de aquellas personas que no supieron ver en los indígenas a hermanos e hijos del mismo Padre Dios… En nombre de Jesucristo, como Pastor de la Iglesia, os pido que perdonéis a quienes os han ofendido, que perdonéis a todos aquellos que durante estos quinientos años han sido causa de dolor y sufrimiento para vuestros antepasados y para vosotros. El mundo siempre tiene necesidad del perdón y de la reconciliación entre las personas y los pueblos. Solamente sobre estos fundamentos se podrá construir una sociedad más justa y fraterna” (12-X-1992).
Los obispos latinoamericanos, reunidos en Santo Domingo en 1992, dijimos: “Después de haber pedido perdón con el Papa a nuestros hermanos indígenas y afroamericanos ante la infinita santidad de Dios por todo lo que ha estado marcado por el pecado, la injusticia y la violencia, queremos desarrollar una evangelización inculturada” (SD 248). Y asumimos compromisos concretos.
San Juan Pablo II, al convocar para el Jubileo de la Encarnación (29-XI-1998), expresó: “Se ha de reconocer que en la historia hay también no pocos acontecimientos que son un antitestimonio en relación con el cristianismo. Por el vínculo que une a unos y otros en el Cuerpo místico, y aún sin tener responsabilidad personal ni eludir el juicio de Dios, el único que conoce los corazones, somos portadores del peso de los errores y de las culpas de quienes nos han precedido. Además, también nosotros, hijos de la Iglesia, hemos pecado, impidiendo así que el rostro de la Esposa de Cristo resplandezca en toda su belleza. Como Sucesor de Pedro, pido que la Iglesia se postre ante Dios e implore perdón por los pecados pasados y presentes de sus hijos. Todos han pecado y nadie puede considerarse justo ante Dios. Que se repita sin temor: ‘Hemos pecado’; pero manteniendo firme la certeza de que ‘donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia’” (Bula Incarnationis mysterium, 11).
El Papa Benedicto XVI reconoció: “Ciertamente el recuerdo de un pasado glorioso no puede ignorar las sombras que acompañaron la obra de evangelización del Continente latinoamericano: no es posible olvidar los sufrimientos y las injusticias que infligieron los colonizadores a las poblaciones indígenas, a menudo pisoteadas en sus derechos humanos fundamentales. Pero la obligatoria mención de esos crímenes injustificables —por lo demás condenados ya entonces por misioneros como Bartolomé de las Casas y por teólogos como Francisco de Vitoria, de la Universidad de Salamanca— no debe impedir reconocer con gratitud la admirable obra que ha llevado a cabo la gracia divina entre esas poblaciones a lo largo de estos siglos” (16-V-2007).
El Papa Francisco, en Bolivia, manifestó: “Les digo, con pesar: Se han cometido muchos y graves pecados contra los pueblos originarios de América en nombre de Dios. Lo han reconocido mis antecesores, lo ha dicho el CELAM, el Consejo Episcopal Latinoamericano, y también quiero decirlo. Al igual que San Juan Pablo II, pido que la Iglesia -y cito lo que dijo él- ‘se postre ante Dios e implore perdón por los pecados pasados y presentes de sus hijos’. Y quiero ser muy claro, como lo fue San Juan Pablo II: Pido humildemente perdón, no sólo por las ofensas de la propia Iglesia, sino por los crímenes contra los pueblos originarios durante la llamada conquista de América. Y junto a este pedido de perdón, para ser justos, también quiero que recordemos a millares de sacerdotes, obispos, que se opusieron fuertemente a la lógica de la espada con la fuerza de la cruz. Hubo pecado, hubo pecado y abundante, y por eso pedimos perdón, pero allí también donde hubo pecado, donde hubo abundante pecado, sobreabundó la gracia a través de esos hombres que defendieron la justicia de los pueblos originarios. Les pido también a todos, creyentes y no creyentes, que se acuerden de tantos obispos, sacerdotes y laicos, que predicaron y predican la Buena Nueva de Jesús con coraje y mansedumbre, respeto y paz, sin olvidar a las monjitas que anónimamente recorren nuestros barrios pobres llevando un mensaje de paz y de bien, que en su paso por esta vida dejaron conmovedoras obras de promoción humana y de amor, muchas veces junto a los pueblos indígenas incluso hasta el martirio” (9-VII-2015).
Y en San Cristóbal de Las Casas: “Muchas veces, de modo sistemático y estructural, vuestros pueblos han sido incomprendidos y excluidos de la sociedad. Algunos han considerado inferiores sus valores, sus culturas y sus tradiciones. Otros, mareados por el poder, el dinero y las leyes del mercado, los han despojado de sus tierras o han realizado acciones que las contaminaban. ¡Qué tristeza! Qué bien nos haría a todos hacer un examen de conciencia y aprender a decir: ¡Perdón!, perdón hermanos. El mundo de hoy, despojado por la cultura del descarte, los necesita a ustedes” (15-II-2016).
ACTUAR
Pidamos perdón también por nuestros pecados presentes, que son los que dependen de nosotros. En vez de seguir atropellando y discriminando a los pueblos originarios, démosles el lugar que Dios mismo les ha dado.
3/27/19
"Dependemos de la bondad de Dios"
El Papa en la Audiencia General
La oración de Jesús parte de una pregunta apremiante, que se parece mucho a la súplica de un mendigo: “¡Danos el pan de cada día!”. Esta oración surge de una evidencia que a menudo olvidamos, y es que no somos criaturas autosuficientes y que todos los días necesitamos alimentarnos.
Las Escrituras nos muestran que para mucha gente el encuentro con Jesús se realizó a partir de una pregunta. Jesús no pide invocaciones refinadas, es más, toda la existencia humana, con sus problemas más concretos y cotidianos, puede convertirse en oración. En los Evangelios encontramos una multitud de mendigos que suplican liberación y salvación. Uno pide pan, otro la curación; algunos la purificación, otros la vista; o que una persona querida pueda revivir... Jesús nunca pasa indiferente junto a esas peticiones y dolores.
Así pues, Jesús nos enseña a pedir al Padre el pan de cada día. Y nos enseña a hacerlo unidos a tantos hombres y mujeres para los que esa oración es un grito −que a menudo se queda dentro− que acompaña el afán de cada día. ¡Cuántas madres y padres, todavía hoy, van a dormir con el tormento de no tener mañana pan suficiente para sus hijos! Imaginemos esa oración rezada no desde la seguridad de un cómodo apartamento, sino en la precariedad de un cuarto en el que apañarse, donde falta lo necesario para vivir. Las palabras de Jesús asumen una fuerza nueva. La oración cristiana comienza por ese nivel. No es un ejercicio para ascetas; parte de la realidad, del corazón y de la carne de personas que viven en la necesidad, o que comparten la condición de quien no tiene lo necesario para vivir. Ni siquiera los más altos místicos cristianos pueden prescindir de la sencillez de esta petición. “Padre, haz que para nosotros y para todos, hoy haya el pan necesario”. Y quien dice pan, dice agua, medicinas, casa, trabajo… Pedir lo necesario para vivir.
El pan que el cristiano pide en la oración no es el “mío” sino “nuestro” pan. Así lo quiere Jesús. Nos enseña a pedirlo no solo para uno mismo, sino para toda la fraternidad del mundo. Si no se reza de ese modo, el “Padrenuestro” deja de ser una oración cristiana. Si Dios es nuestro Padre, ¿cómo podemos presentarnos a Él sin tomarnos de la mano? Todos. Y si el pan que Él nos da nos lo robamos entre nosotros, ¿cómo podemos llamarnos sus hijos? Esta oración contiene una actitud de empatía, una actitud de solidaridad. En mi hambre siento el hambre de las multitudes, y entonces rezaré a Dios hasta que su petición sea escuchada. Así Jesús educa a su comunidad, a su Iglesia, a llevar a Dios las necesidades de todos: “Todos somos tus hijos, Padre, ¡ten piedad de nosotros!”. Y ahora nos vendrá bien detenernos un poco y pensar en los niños hambrientos. Pensemos en los niños que están en países en guerra: los niños hambrientos de Yemen, los niños hambrientos de Siria, los niños hambrientos de tantos países donde no hay pan, en Sudán del Sur. Pensemos en esos niños y, pensando en ellos, digamos juntos, en voz alta, la oración: “Padre, danos hoy nuestro pan de cada día”. Todos juntos.
El pan que pedimos al Señor en la oración es el mismo que un día nos acusará. Nos reprochará la poca costumbre de partirlo con quien está cerca, la poca costumbre de compartirlo. Era un pan regalado para la humanidad, pero fue comido solo por algunos: el amor no puede soportar eso. Nuestro amor no puede soportarlo; y tampoco el amor de Dios puede soportar ese egoísmo de no compartir el pan.
Una vez había una gran muchedumbre delante de Jesús; era gente que tenía hambre. Jesús preguntó si alguien tenía algo, y se encontró solo a un niño dispuesto a compartir sus provisiones: cinco panes y dos peces. Jesús multiplicó aquel gesto generoso (cfr. Jn6,9). Ese niño había aprendido la lección del “Padrenuestro”: que el alimento no es propiedad privada −metámonos esto en la cabeza: la comida no es propiedad privada−, sino providencia para compartir, con la gracia de Dios.
El verdadero milagro obrado por Jesús aquel día no fue tanto la multiplicación −que lo es−, sino el compartir: dad lo que tenéis y yo haré el milagro. Él mismo, multiplicando aquel pan ofrecido, anticipó la ofrenda de sí en el pan eucarístico. Pues solo la Eucaristía es capaz de saciar el hambre de infinito y el deseo de Dios que anima a cada hombre, también en la búsqueda del pan de cada día.
Saludos
Me alegra saludar a los peregrinos de Francia y de otros países francófonos. Saludo en concreto a los sacerdotes de la diócesis de Cambrai, con su obispo Mons. Dollmann, a los miembros de la Facultad de Derecho Canónico de Paris, a los peregrinos de Angers, y a los numerosos jóvenes de Paris, Rueil-Malmaison, Dreux, Aix-en-Provence y de otros lugares. Que la oración del “Padrenuestro” nos ayude a pedir el pan de cada día para todos, para que en la búsqueda del pan diario, podamos manifestar que solo la Eucaristía es capaz de saciar el hambre de infinito y el deseo de Dios, presentes en todo hombre. Dios os bendiga.
Saludo a los peregrinos de lengua inglesa presentes en la Audiencia de hoy, especialmente a los provenientes de Inglaterra, Irlanda, Dinamarca, Japón y Estados Unidos de América. A todos deseo que el camino cuaresmal nos lleve a la Pascua con corazones purificados y renovados por la gracia del Espíritu Santo. Sobre vosotros y vuestras familias invoco la alegría y la paz en Cristo nuestro Redentor.
Saludo de corazón a los hermanos y hermanas de lengua alemana. Todos somos hijos del Padre Eterno, que nos ve y provee. Este hecho crea una comunión entre nosotros y un compartir los dones del Padre; estamos, pues, invitados a dar a los que lo necesitan y están en dificultad. Deseo a todos una buena estancia en Roma y una buena cuaresma.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española venidos de España y Latinoamérica. Pidamos al Señor que no nos haga faltar nuestro pan cotidiano, y nos ayude a comprender que este no es una propiedad privada sino, ayudados por su gracia, es providencia para compartir y oportunidad para salir al encuentro de los demás, especialmente de los pobres y necesitados. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.
Dirijo un cordial saludo a los peregrinos de lengua portuguesa, en particular a los participantes en el Congreso promovido por el Instituto Silvio Meira, a los alumnos y profesores del Instituto Nun’Álvares y a los fieles de Cascavel y Hamilton en Canadá, animando a todos a ser testigos del amor que Jesús nos ha demostrado con su sacrificio en la Cruz. Que sea la cruz la señal de una vida de entrega alegre al prójimo. Con mucho gusto os bendigo a vosotros y a vuestros seres queridos.
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua árabe, en concreto a los provenientes de Oriente Medio. Queridos hermanos y hermanas, en su sencillez y carácter, el “Padrenuestro” enseña a quien lo reza a no multiplicar palabras vanas, porque −como Jesús mismo dice− «bien sabe vuestro Padre de qué tenéis necesidad antes de que se lo pidáis», por eso el primer paso de la oración es la entrega de nosotros mismos a Dios, y nuestras peticiones expresan la confianza en el Padre; y es precisamente esa confianza la que nos hace pedir lo que necesitamos sin vergüenza alguna. El Señor os bendiga.
Saludo cordialmente a los peregrinos polacos. Mañana, en los Jardines Vaticanos, se plantará un roble de los bosques polacos, como signo de los lazos vivos y fuertes entre la Santa Sede y Polonia que hace cien años recuperó su independencia. Precisamente el 30 de marzo de 1919 la Santa Sede reconoció la libre República Polaca, restableciendo luego las relaciones diplomáticas con ella. Ese árbol es también un símbolo del compromiso de Polonia a favor de la salvaguarda del ambiente natural. Agradeciendo a Dios el don de la libertad, recemos para que sea siempre usada para el crecimiento espiritual, cultural y social de vuestro Pueblo, y para el desarrollo integral de cada persona. Dios os bendiga.
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana. Me alegra recibir a los peregrinos de las diócesis de Palermo y de Piazza Armerina, con sus obispos Mons. Corrado Lorefice y Mons. Rosario Gisana; y a los grupos parroquiales, en particular al de Chiusi Stazione, acompañado por su obispo Mons. Stefano Manetti. Saludo al Movimiento unido Dependientes 118 Sicilia; a la Asociación Libres y fuertes de Pontinia y a los Institutos de enseñanza media, particularmente a los de Ladispoli, de Fasano, de Corropoli y de Nápoles.
Un pensamiento particular para los jóvenes, ancianos, enfermos y recién casados. La visita a las Tumbas de los Apóstoles sea para todos ocasión para crecer en el amor de Dios y para dejarnos transformar por la gracia divina, que es más fuerte que cualquier pecado.
“24 horas para el Señor”
Como cada año, el viernes y sábado próximos, nos encontraremos para la tradicional iniciativa: «24 horas para el Señor». El viernes, a las 17:00, en la Basílica Vaticana, celebraré la Liturgia Penitencial. Qué significativo sería que también nuestras iglesias, en esta particular ocasión, estuviesen abiertas mucho tiempo, para pedir la misericordia de Dios y acogerla en el Sacramento del Perdón.
* * *
Queridos hermanos y hermanas, hoy tenemos la alegría de tener con nosotros a una persona que deseo presentaros. Es Sor Maria Concetta Esu, de la Congregación de las Hijas de San José de Genoni. ¿Y por qué hago esto? Sor Maria Concetta tiene 85 años, y desde casi 60 es misionera en África, donde realiza su servicio de obstetra. Un aplauso. La conocí en Bangui, cuando fui a abrir el Jubileo de la Misericordia. Allí ella me contó que en su vida ha ayudado a nacer a miles de niños. ¡Qué maravilla! También aquel día venía del Congo en Canoa −con 85 años− a hacer la compra en Bangui. En estos días ha venido a Roma para un encuentro con sus hermanas, y hoy ha venido a la Audiencia con su Superiora. Entonces he pensado aprovechar esta ocasión para darle un signo de reconocimiento y decirle un gran gracias por su ejemplo. Querida Hermana, en nombre mío y de la Iglesia, te ofrezco una condecoración. Es una señal de nuestro cariño y de nuestro “gracias” por todo el trabajo que has hecho en medio de las hermanas y hermanos africanos, al servicio de la vida, de los niños, de las madres y de las familias. Con este gesto dedicado a ti, pretendo también expresar mi reconocimiento a todos los misioneros y misioneras, sacerdotes, religiosos y laicos, que esparcen la semilla del Reino de Dios en todas partes del mundo. Vuestra labor, queridos misioneros y misioneras, es grande. Vosotros “quemáis” la vida sembrando la palabra de Dios con vuestro ejemplo… Y en este mundo no sois noticia. No sois noticia en los periódicos. El cardenal Hummes, que es el encargado del Episcopado brasileño, de toda la Amazonia, va a menudo a visitar las ciudades y aldeas del Amazonas. Y cada vez que llega allá −me lo ha contado él mismo− va al cementerio y visita las tumbas de los misioneros; tantos muertos jóvenes por las enfermedades contra las que no tienen anticuerpos. Y él me dijo: “Todos estos merecen ser canonizados”, porque han “quemado” la vida en el servicio. Queridos hermanos y hermanas, Sor Maria Concetta, después de este compromiso, en estos días volverá a África. Acompañémosla con la oración. Y que su ejemplo nos ayude a todos a vivir el Evangelio allí donde estemos. ¡Gracias, Hermana! Que el Señor te bendiga y la Virgen te proteja.
3/26/19
“La Virgen María, la joven llena de gracia, sigue hablando a las nuevas generaciones”
Discurso del Papa ayer en Loreto
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! Y gracias por vuestro calurosa bienvenida, ¡gracias!
Las palabras del ángel Gabriel a María: “Alégrate, llena de gracia” (Lc 1, 28), resuenan de manera singular en este Santuario, un lugar privilegiado para contemplar el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios. Aquí, de hecho, están las paredes que, según la tradición, provienen de Nazaret, entre las cuales la Santísima Virgen pronunció su “sí”, convirtiéndose en la madre de Jesús. Desde que la llamada “casa de María” se convirtió en una presencia venerada y amada en este lugar, la Madre de Dios no ha dejado de conseguir beneficios espirituales para aquellos que, con fe y devoción, vienen aquí para rezar. Entre estos, hoy también me coloco yo, y agradezco a Dios el habérmelo concedido precisamente en la fiesta de la Anunciación.
Saludo a las Autoridades, con gratitud por su acogida y su colaboración. Saludo al arzobispo Fabio Dal Cin, que ha expresado los sentimientos de todos vosotros. Con él saludo a los otros prelados, a los sacerdotes, a las personas consagradas, con un pensamiento especial para los Padres capuchinos, a quienes está confiada la custodia de este insigne santuario tan querido por el pueblo italiano. ¡Son buenos estos capuchinos! Siempre en el confesionario, siempre, hasta el punto de que entras en el santuario y siempre hay allí, uno, o dos, o tres o cuatro, pero siempre; tanto por la mañana como por la tarde y es un trabajo difícil. Son buenos y les agradezco especialmente este precioso ministerio del confesionario continuo durante toda la jornada. ¡Gracias! Y a todos vosotros, ciudadanos de Loreto y peregrinos reunidos aquí, extiendo mi cordial saludo.
A este oasis de silencio y piedad, vienen muchos, de Italia y de todo el mundo, para conseguir fortaleza y esperanza. Pienso en particular en los jóvenes, las familias y los enfermos.
La Santa Casa es la casa de los jóvenes,porque aquí la Virgen María, la joven llena de gracia, sigue hablando a las nuevas generaciones, acompañando a cada uno en la búsqueda de su propia vocación. Por eso he querido firmar aquí la Exhortación Apostólica, fruto del Sínodo dedicado a los jóvenes. Se titula “Christus vivit – Cristo vive”. En el evento de la Anunciación, aparece la dinámica de la vocación, expresada en los tres momentos que marcaron el Sínodo: 1) escucha del proyecto de la Palabra de Dios; 2) discernimiento; 3) decisión.
El primer momento, el de la escucha, se manifiesta con las palabras del ángel: “No temas María, […] concebirás un hijo, le darás a luz y le pondrás por nombre Jesús” (vv. 30-31). Siempre es Dios quien toma la iniciativa de llamar para que lo sigamos. Dios es quien toma la iniciativa. Él nos precede siempre, nos precede, abre camino en nuestra vida. La llamada a la fe y al camino coherente de vida cristiana o a la consagración especial es una irrumpir discreto pero fuerte de Dios en la vida de un joven, para ofrecerle su amor como un regalo. Es necesario estar listos y dispuestos a escuchar y aceptar la voz de Dios, que no se reconoce en el ruido y la agitación. Su diseño sobre nuestra vida personal y social no se percibe quedándose en la superficie, sino bajando a un nivel más profundo, donde actúan las fuerzas morales y espirituales. Es allí donde María invita a los jóvenes a bajar y entra en sintonía con la acción de Dios.
El segundo momento de cada vocación es el discernimiento, expresado en las palabras de María: “¿Cómo será esto?” (V. 34). María no duda; su pregunta no es una falta de fe; de hecho, expresa el deseo de descubrir las “sorpresas” de Dios. Ella está atenta para captar todas las exigencias del plan de Dios para su vida, para conocerlo en todas sus facetas, para que su colaboración sea más completa y más responsable. Es la actitud propia del discípulo: toda colaboración humana con la iniciativa gratuita de Dios debe inspirarse en una profundización de las propias capacidades y actitudes, conjugadas con el saber que siempre es Dios es el que da, el que actúa; así también la pobreza y la pequeñez de aquellos a quienes el Señor llama a seguirlo en el camino del Evangelio se transforma en la riqueza de la manifestación del Señor y en la fuerza del Todopoderoso.
La decisión es el tercer pasaje que caracteriza toda vocación cristiana y se hace explícita en la respuesta de María al ángel: “Hágase en mí según tu palabra” (v. 38). Su “sí” al proyecto de salvación de Dios, actuado a través de la Encarnación, es la entrega a Él de toda su vida. Es el “sí” de la plena confianza y la total disponibilidad a la voluntad de Dios. María es el modelo de cada vocación y la inspiradora de toda pastoral vocacional: los jóvenes que buscan o se preguntan sobre su futuro, pueden encontrar en María aquella que los ayuda a discernir el plan de Dios para sí mismos y la fuerza para adherirse a él.
¡Pienso en Loreto como en un lugar privilegiado donde los jóvenes pueden venir en busca de su vocación, a la escuela de María! Un polo espiritual al servicio de la pastoral vocacional. Por lo tanto, espero que se relance el Centro “Juan Pablo II” al servicio de la Iglesia en Italia e internacionalmente, en continuidad con las indicaciones surgidas del Sínodo. Un lugar donde los jóvenes y sus educadores puedan sentirse bienvenidos, acompañados y ayudados a discernir. Por este motivo, también pido encarecidamente a los frailes capuchinos un servicio más: el servicio de ampliar el horario de apertura de la basílica y de la Santa Casa a última hora de la tarde y también a primera de la noche cuando haya grupos de jóvenes que vienen a orar y discernir su vocación.
El Santuario de la Santa Casa de Loreto, también debido a su ubicación geográfica en el centro de la península, se presta a convertirse, para la Iglesia que está en Italia, en un lugar de propuesta para la continuación de los encuentros mundiales de los jóvenes y de la familia. Es necesario, en efecto, que el entusiasmo de la preparación y celebración de estos eventos se corresponda con la actualización pastoral, lo que da sustancia a la riqueza de los contenidos, a través de propuestas de profundización, oración y compartición
La casa de María es también la casa de la familia. En la delicada situación del mundo actual, la familia fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer asume una importancia y una misión esenciales. Es necesario redescubrir el plan trazado por Dios para la familia, reafirmar su grandeza y su carácter insustituible al servicio de la vida y de la sociedad. En la casa de Nazaret, María vivió la multiplicidad de las relaciones familiares como hija, novia, esposa y madre.
Por eso, cada familia, en sus diferentes componentes, encuentra aquí acogida e inspiración para vivir su identidad. La experiencia doméstica de la Virgen Santa indica que la familia y los jóvenes no pueden ser dos sectores paralelos de la pastoral de nuestras comunidades, sino que deben caminar juntos, porque muy a menudo los jóvenes son aquella que una familia les ha dado durante su crecimiento. Esta perspectiva recompensa en unidad una pastoral vocacional atenta a expresar el rostro de Jesús en sus muchos aspectos, como sacerdote, como esposo, como pastor.
La casa de María es la casa de los enfermos. Aquí encuentran acogida los que sufren en cuerpo y espíritu, y la Madre da a todos la misericordia del Señor de generación en generación. La enfermedad hiere a la familia y los enfermos deben ser acogidos dentro de la familia. Por favor, no caigamos en esa cultura del descarte que proponen las múltiples colonizaciones ideológicas que hoy nos atacan. La casa y la familia son la primera cura del enfermo para amarlo, apoyarlo, alentarlo y cuidarlo. Por eso el santuario de la Santa Casa es el símbolo de cada casa acogedora y santuario de los enfermos. Desde aquí les envío a todos, en cualquier parte del mundo, un pensamiento afectuoso y les digo: Vosotros estáis en el centro de la obra de Cristo, porque compartís y lleváis de manera más concreta la cruz de cada día detrás de Él. Vuestro sufrimiento puede convertirse en una colaboración decisiva para la venida del Reino de Dios.
Queridos hermanos y hermanas: Dios, a través de María, confía una misión en nuestro tiempo a vosotros y a quienes están vinculados a este Santuario: Llevar el Evangelio de la paz y de la vida a nuestros contemporáneos a menudo distraídos, atrapados por intereses terrenales o inmersos en un clima de aridez espiritual. Hay necesidad de personas sencillas y sabias, humildes y valientes, pobres y generosas.
En resumen, personas que, según la escuela de María, acojan el Evangelio sin reservas en sus vidas. Así, a través de la santidad del pueblo de Dios, desde este lugar seguirán difundiéndose en Italia, en Europa y en el mundo testimonios de santidad en cada estado de vida, para renovar la Iglesia y animar a la sociedad con la levadura del Reino de Dios.
¡Qué la Santísima Virgen ayude a todos, especialmente a los jóvenes, a recorrer el camino de la paz y la fraternidad fundadas en la acogida y el perdón, en el respeto a los demás y en el amor, que es entrega de uno mismo! Nuestra Madre, estrella luminosa de alegría y serenidad, conceda a las familias, santuarios del amor, la bendición y la alegría de la vida. María, fuente de todo consuelo, brinde ayuda y confortación a los que están sometidos a duras pruebas.
Con estas intenciones, ahora nos unimos en la oración del Ángelus.
3/25/19
Se cumplen seis años de la Primera Homilía del Papa en Santa Marta
vatican.news.va
Inmediatamente después de la elección, el Papa eligió residir en la ‘Domus Sanctae Marthae’, en cuya capilla comenzó a celebrar misas invitando a grupos de fieles
El 22 marzo de hace seis años, la Radio Vaticana y el Osservatore Romano daban noticia de la primera Misa celebrada por el Papa Francisco en la capilla de la Casa Santa Marta. A la celebración habían sido invitados, con gran sorpresa para ellos, los barrenderos y jardineros que aquel día trabajaban en el Vaticano, en total unas 30 personas. Desde entonces, las homilías de Santa Marta se han convertido en una de las características de este pontificado.
La emoción de los jardineros y barrenderos vaticanos
“Nosotros somos los invisibles”, afirmaba Luciano Cecchetti, responsable del servicio de jardines y limpieza vaticana. “Encontrarse ante el Santo Padre, en una Misa para nosotros, es algo que no pasa todos los días. Miraba a mi alrededor y veía las caras de los empleados: salimos todos un poco con los ojos llorosos. Fue una Misa muy sencilla, en contacto directo con quien desde hacía pocos días había sido elegido Pontífice. Se lo agradecimos mucho, especialmente cuando nos saludó al final: fuimos presentados uno a uno y para cada uno tuvo unas palabras. Lo que nos decía a todos era: rezad por mí”.
La primera homilía
El Papa comentó el pasaje del Evangelio del día (Jn 10,31-42): Los judíos recogieron otra vez piedras para lapidarle. Jesús les replicó: Os he mostrado muchas obras buenas de parte del Padre, ¿por cuál de ellas queréis lapidarme? “Si tenemos el corazón cerrado −dijo el Papa−, si tenemos el corazón de piedra, las piedras llegan a las manos y somos capaces de lanzarlas”: por eso hay que abrir el corazón al amor.
Acción de gracias después de la Misa
Al término de la Misa, el Santo Padre fue un momento a la sacristía para quitarse los ornamentos, y luego regresó a la capilla para sentarse entre los fieles. Es un primer mensaje que da el Papa: después de Misa no hay que dispersarse enseguida, sino que se pasan unos minutos de oración personal en un profundo silencio.
Las homilías “espontáneas” de Santa Marta
El Papa ha predicado en seis años 678 homilías en Santa Marta: 150 en 2013, 136 en 2014, 90 en 2015, 96 en 2016, 102 en 2017, 89 en 2018, y de momento 15 en 2019. Siempre son “sin papeles”, breves, sencillas y claras, con un lenguaje concreto y vívido. Contienen tres elementos: una idea, una imagen, un sentimiento. Concluyen con una síntesis, que pretende recoger y fijar en los corazones lo que la Palabra quiere decir ese día, y con una petición al Señor para que esa Palabra transforme la vida.
En el centro está Jesús
En cada homilía, el Papa quiere destacar el anuncio principal del Evangelio, el kerygma: la buena nueva de que Jesús nos ama, dio la vida por nosotros y vive junto a nosotros cada día para liberarnos y comunicarnos la infinita misericordia del Padre. Son homilías que procuran tocar los corazones: el Papa recuerda que “la Palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que una espada de doble filo: entra hasta la división del alma y del espíritu…” (Hb4,12). La Palabra, si es escuchada y acogida de verdad, cambia la vida, nos desafía, nos mueve y nos empuja a lo esencial: la caridad.
Un lenguaje positivo que abre a la esperanza
Otra característica de estas homilías es el lenguaje positivo. Aunque a veces pueden parecer fuertes y duras en las expresiones o señalen algo negativo, pretenden siempre abrir a la esperanza, sin caer nunca prisioneros de la negatividad. El Evangelio es buena noticia porque expresa cercanía, paciencia, acogida cordial que no condena (cfr. Evangelii gaudium, 165).
La Palabra que da vida vence las palabras venenosas
Ya en las primeras homilías, el Papa presenta un tema recurrente de su predicación: cuidado con lanzar palabras como piedras. La Palabra da vida, pero muchas de nuestras palabras matan, dividen, acusan. Las murmuraciones son una bomba −repite a menudo−, son como actos de terrorismo. En la Misa de Santa Marta del 27 de marzo de 2013 comentó la traición de Judas, que habla mal de Jesús y lo vende como si fuese una mercancía. Quien habla mal tiene el corazón cerrado, no tiene comprensión, no tiene amor, no tiene amistad. Hay que extinguir el veneno de las palabras para encontrar la Palabra que cura.
La nota de la Santa Sede
Muchos han pedido la posibilidad de acceder a las homilías completas de Santa Marta, y no solo a la síntesis publicada en los medios vaticanos. En nota del 29 de mayo de 2013, explicando el carácter que el mismo Papa Francisco atribuye a la celebración matutina de la Misa de Santa Marta, se dice: “Se trata de una Misa con presencia de un grupo no pequeño de fieles (en general más de 50 personas), pero a los que el Papa pretende dar un carácter de familiaridad. Por eso, a pesar de las peticiones, explícitamente ha deseado que no se trasmita en directo ni el vídeo ni el audio. En cuanto a las homilías, no son pronunciadas leyendo un texto escrito, sino espontáneamente, en italiano, lengua que el Papa habla muy bien, pero no es su lengua materna. Una publicación íntegra comportaría necesariamente una transcripción y una reescritura del texto en varios puntos, pues la forma escrita es diferente a la oral, que en este caso es la forma original elegida intencionalmente por el Santo Padre. En definitiva, necesitaría una revisión del mismo Santo Padre, pero el resultado sería claramente otra cosa, que no es la que el Santo Padre pretende hacer cada mañana. Tras atenta reflexión se consideró que el modo mejor para hacer accesible a un amplio público la riqueza de las homilías del Papa sin alterar su naturaleza es el de publicar una amplia síntesis, llena de frases originales entrecomilladas que reflejan el sabor genuino de las expresiones del Papa (…). La solución respeta en primer lugar la voluntad del Papa y la naturaleza de la celebración matutina, y al mismo tiempo permite a un gran público acceder a los mensajes principales que el Santo Padre ofrece a los fieles en dicha circunstancia”.
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