7/31/23

Buscar la novedad del Señor

 EL Papa ayer en el Ángelus


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy el Evangelio narra la parábola de un comerciante en busca de perlas preciosas. Él, dice Jesús, "encontró una perla de gran valor, fue, vendió todos sus bienes y la compró" (Mt 13,46). Detengámonos un poco en los gestos de este comerciante, que primero busca, luego encuentra y finalmente compra.

Primer gesto: buscar. Es un comerciante emprendedor, que no se queda quieto, sino que sale de su casa y se pone a buscar perlas preciosas. No dice: "Me conformo con las que ya tengo", sino que busca otras más bellas. Y esto nos invita a no encerrarnos en la costumbre, en la mediocridad de los que se conforman, sino a reavivar el deseo, para que el deseo de buscar, de seguir adelante no se extinga, a cultivar los sueños de bien, a buscar la novedad del Señor, porque el Señor no es repetitivo, siempre trae novedad, la novedad del Espíritu, siempre hace nuevas las realidades de la vida (cf. Ap 21,5). Y nosotros debemos tener esta actitud: buscar.

El segundo gesto del comerciante es encontrar. Es una persona prudente, que "tiene ojo" y sabe reconocer una perla de gran valor. No es fácil. Pensemos, por ejemplo, en los fascinantes bazares orientales, donde los bancos, llenos de mercancías, se sitúan a lo largo de las paredes de las calles abarrotadas de gente; o en algunos de los puestos que se ven en muchas ciudades, llenos de libros y objetos diversos. A veces, en estos mercados, si uno se detiene a mirar bien, puede descubrir tesoros: cosas muy valiosas, volúmenes raros que, mezclados con todo lo demás, uno no advierte a primera vista. Pero el mercader de la parábola tiene buen ojo y sabe encontrar, sabe "discernir" para encontrar la perla. Esto también es un aprendizaje para nosotros: cada día, en casa, en la calle, en el trabajo, de vacaciones, tenemos la oportunidad de vislumbrar el bien. Y es importante saber encontrar lo que vale: entrenarnos para reconocer las gemas preciosas de la vida y distinguirlas de las baratijas. ¡No desperdiciemos el tiempo y la libertad en cosas triviales, pasatiempos que nos dejan vacíos por dentro, mientras la vida nos ofrece cada día la perla preciosa del encuentro con Dios y con los demás! Es necesario saber reconocerla: discernir para encontrarla.

Y el último gesto del comerciante: compra la perla. Al darse cuenta de su inmenso valor, vende todo, sacrifica todos sus bienes para tenerla. Cambia radicalmente el inventario de su almacén; no queda nada más que esa perla: es su única riqueza, el sentido de su presente y de su futuro. Esto también es una invitación para nosotros. Pero, ¿cuál es esa perla por la que se puede renunciar a todo, de la que nos habla el Señor? Esta perla es Él mismo, es el Señor! Buscar al Señor y encontrar al Señor, encontrar al Señor, vivir con el Señor. La perla es Jesús: Él es la perla preciosa de la vida, que hay que buscar, encontrar y hacer propia. Merece la pena invertirlo todo en Él, porque, cuando uno encuentra a Cristo, la vida cambia. Si te encuentras con Cristo, te cambia la vida.

Retomemos entonces los tres gestos del mercader -buscar, encontrar, comprar- y hagámonos algunas preguntas. Buscar: ¿yo, en mi vida, estoy en búsqueda? ¿Me siento bien, conforme, o entreno mi deseo por el bien? ¿Estoy en una “jubilación espiritual”? ¡Cuántos jóvenes están “jubilados”! Segundo gesto, encontrar: ¿me ejercito en discernir lo que es bueno y viene de Dios, sabiendo renunciar a lo que me deja poco o nada? Por último, comprar: ¿sé gastarme por Jesús? ¿Está Él en primer lugar para mí, es Él el mayor bien de la vida? Sería bonito decirle hoy: "Jesús, Tú eres mi mayor bien". Cada uno, en su corazón, diga ahora: “Jesús, Tú eres mi mayor bien”.

Que María nos ayude a buscar, encontrar y abrazar a Jesús con todo nuestro ser.

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Después del Ángelus:

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy celebramos dos Jornadas Mundiales convocadas por la ONU: el Día de la Amistad y el Día contra la Trata de Seres Humanos. El primero promueve la amistad entre pueblos y culturas; el segundo combate el delito que convierte a las personas en mercancía. La trata es una terrible realidad que afecta a demasiadas personas: niños, mujeres, nietos, trabajadores... tantas personas explotadas. Todos ellos viven en condiciones inhumanas y sufren la indiferencia y el rechazo de la sociedad. Hay tanta trata en el mundo de hoy. Dios bendiga a los que se comprometen para luchar contra la trata.

No dejemos de rezar por la atormentada Ucrania, donde la guerra destruye todo, incluso el trigo. Esto es una grave ofensa a Dios, pues el trigo es Su don para alimentar a la humanidad; y el clamor de millones de hermanos y hermanas que padecen hambre se eleva al Cielo. Hago un llamamiento a mis hermanos, las autoridades de la Federación Rusa, para que se restablezca la iniciativa del Mar Negro y el trigo sea transportado con seguridad.

El próximo 4 de agosto se cumplirán tres años de la devastadora explosión en el puerto de Beirut. Renuevo mi oración por las víctimas y sus familias, que buscan verdad y justicia, y espero que la compleja crisis del Líbano pueda encontrar una solución digna de la historia y de los valores de ese pueblo. No olvidemos que el Líbano es también un mensaje.

Les pido que me acompañen con su oración en el Viaje a Portugal, que realizaré a partir del próximo miércoles, en ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud. Tantos jóvenes, de todos los continentes, vivirán la alegría del encuentro con Dios y con los hermanos, guiados por la Virgen María, que después de la Anunciación "se levantó y partió sin demora" (Lc 1,39). A Ella, estrella luminosa del camino cristiano, tan venerada en Portugal, encomiendo los peregrinos de la JMJ y todos los jóvenes del mundo.

Y ahora saludo a ustedes, romanos y peregrinos de Italia y de muchos países. Saludo en particular al coro de niños de Veliko Tarnovo, Bulgaria, y al grupo de jóvenes de México; así como a los adolescentes de Biadene y Caonada. Y saludo a los chicos de la Inmaculada.

Les deseo a todos un feliz domingo. Por favor, no se olviden de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta luego!.

Fuente: vatican.va

7/30/23

C.S. Lewis, un cautivo de la alegría

Juan Luis Lorda


C.S. Lewis es una figura cristiana de rango universal. Lo confirman las ventas todavía millonarias de sus libros, la amplitud creciente de la bibliografía, también académica, y su constante presencia en los testimonios publicados de cientos de conversos, especialmente en el mundo anglosajón

Todavía no aparece en las historias de la teología del siglo XX. Pero no se puede defender con san Anselmo que la teología es la fe que busca la inteligencia de lo que se cree, y negar el título de teólogo a C.S. Lewis, uno de los autores que han hecho pensar sobre la fe a millones de personas en el siglo XX, incluidos notables filósofos, teólogos y los últimos Papas.


C.S. Lewis es una figura cristiana de rango universal. No se trata de ninguna exageración. Lo confirman las ventas todavía millonarias de sus libros, la amplitud creciente de la bibliografía, también académica, y su constante presencia en los testimonios publicados de cientos de conversos, especialmente en el mundo anglosajón. Contraste que resulta más llamativo si se compara con la caída en picado en los últimos 50 años de todas las estadísticas eclesiásticas en Occidente: de práctica religiosa, de número de vocaciones y, cómo no, de ventas de libros de teología.

La fe que busca entender

Se puede querer ver o no, pero estamos ante un fenómeno teológico. Si queremos seguir repitiendo honestamente la frase de san Anselmo fides quaerensintellectum, hay que poner a Lewis en un lugar privilegiado de la teología del siglo XX. Además, la frase de san Anselmo le afecta muy directamente, porque a él le preocupaba entender y hacer entender la fe, y hacerla significativa a los hombres y mujeres del siglo XX.

Es frecuente que, en ámbitos académicos, se despeje esta literatura con la etiqueta de “apologética” o con la de “divulgación”, por contraste con otras publicaciones más eruditas, generalmente dedicadas a investigaciones históricas particulares. Pero se da la paradoja de que, en realidad, es más auténticamente teológica y responde mucho más exactamente a la expresión de san Anselmo.

San Gregorio de Nisa es un gran teólogo del siglo IV, que merece ser estudiado. Pero para estudiar la Trinidad o la Encarnación en san Gregorio de Nisa en la práctica no hace falta tener fe. Basta resumir inteligentemente una cantidad ya notable de bibliografía secundaria, como hace competentemente la mayoría de los estudiosos. En cambio, para hacer plausible la doctrina de la Trinidad o de la Encarnación en pleno siglo XX y después de dos guerras mundiales, y en medio de un aluvión de filosofías, sí que hace falta fe. Y pensarla muy bien.

Un teólogo laico

C.S. Lewis era un académico y sabía que lo que escribía, aunque no tuviera formas académicas, y estaba expuesto al juicio nada benévolo de sus colegas. Se lo tomaba muy en serio. C.S. Lewis era una persona con una capacidad crítica muy grande, que no aceptaba fácilmente cualquier idea ni cualquier gusto. Al menos al principio, se sentía un tanto incómodo al entrar en terrenos donde podían concurrir especialistas con más autoridad y se disculpa con frecuencia. Tampoco revela sus fuentes, aunque sabemos de algunas, porque se esforzaba en documentarse.

Pero la fuerza de su pensamiento no está en la acumulación exhaustiva de documentación en cada tema, sino en su empeño por plantearlo y resolverlo de la manera más inteligente e impactante posible. Hay una búsqueda crítica de eficacia.

Aprender a traducir para aprender a pensar

Divulgar es decir de manera simple lo que otros han dicho con más profundidad y extensión. Supone rebaja y pérdida. Pero eso no es lo que hace Lewis. Lo suyo es ganancia de pensamiento. Porque traduce a una manera de decir relevante y significativa las doctrinas que otros conservan por repetición, pero descoloridas, deshilachadas e incomprensibles, a medida que se han apartado de las fuentes donde nacieron. Fueron pensadas para iluminar, pero se han convertido en rutinarias construcciones de palabras que se repiten sin pensarlas a fondo.

En unas charlas sobre Apologética cristiana (19445), recogidas en Lo eterno sin disimulo, dice: “Nuestra tarea consiste en exponer lo eterno (lo mismo ayer, hoy y mañana) en el lenguaje de nuestra época”; y también: “Tenemos que aprender y dominar el lenguaje de nuestra audiencia”. Señala gran cantidad de palabras cristianas cuyo sentido es incomprensible o está profundamente alterado y termina: “Como conclusión debo decir que tienen ustedes que traducir cada trozo de su teología a la lengua vulgar. […] Sirve asimismo de gran ayuda para su propio pensamiento. He llegado a la convicción de que si ustedes no pueden traducir sus ideas al lenguaje inculto es que son confusas. La capacidad de traducirlas es la prueba de que han entendido realmente el significado que uno mismo les da. Traducir un pasaje de alguna obra teológica al lenguaje vulgar debería ser un ejercicio obligatorio en el examen antes de ordenarse”.

Cautivado por la alegría (1955)

El itinerario de conversión de Lewis, narrado por él en Cautivado por la alegría (SuprisedbyJoy), ilustra dos grandes puntos, que podrían considerarse claves de la teología del siglo XX, aunque parecen deberse más a su intuición personal que a sus lecturas.

La primera es el gran tema de la “alegría”, que atraviesa el libro de parte a parte. Unas tempranas experiencias de trascendencia, con un componente estético, despiertan en su espíritu la impresión de lo maravilloso, efímeramente presentido, y le dejan una nostalgia (Sehnsucht) que va a convertirse en el motor de una búsqueda de autenticidad y verdad. Mientras, por encima, un creciente racionalismo y escepticismo, unido a un ateísmo consolidado, le hacen experimentar el mundo como algo absurdo.

Esta experiencia se puede analizar desde la perspectiva que ahora preside el Catecismo de la Iglesia Católica: toda persona lleva en el fondo de sí misma una llamada a Dios, porque estamos hechos para Él. La idea está explícita en las Confesiones de san Agustín (“nos hiciste, Señor para ti…”), pero en el siglo XX la teología toma una conciencia muy fuerte de que es la clave de la apologética cristiana (Blondel) y de la entera presentación del cristianismo, y el punto donde se encuentran lo natural y lo sobrenatural (De Lubac) y un gran tema de la antropología cristiana (Gaudium et spes).

El otro descubrimiento fascinante para él, que tiene formación y sensibilidad literaria, es que el misterio de Cristo es el “mito verdadero”. Descubrimiento que debe a una conversación con sus colegas Tolkien y Dyson, y que desencadena su conversión. La figura de Jesucristo, perfectamente situada en la historia real, y sus hechos, también resultan ser formas simbólicas y expresivas que afectan a toda la realidad. La resurrección de Cristo es una primicia absoluta de toda resurrección y el símbolo más eminente de la eficacia cristiana que hace resucitar del pecado a una vida nueva. El tema del “mito verdadero” permite entrever la centralidad de la revelación cristiana, pero también los reflejos y aspiraciones que aparecen en otras religiones.

La abolición del hombre (1943)

Nació como réplica ante un “libro blanco”, un proyecto sobre la educación en el que todos los valores se reducían, en el fondo, a sentimientos subjetivos. El libro de Lewis se convirtió en una eficaz defensa del estatuto natural de las cosas y, en particular, de lo que llamamos “ley natural”, que viene ilustrado en este libro con la idea de “tao”.

El libro manifiesta una cierta sensibilidad fenomenológica al relacionar la captación de los valores con las actitudes que no son fingidas o improvisadas, sino “respuestas adecuadas”, muy en la línea de von Hildebrand. Así sucede con la admiración ante la belleza, o la obligación ante el bien debido o el arrepentimiento ante el mal hecho. No son sentimientos arbitrariamente creados por el sujeto, sino la respuesta adecuada a lo captado. Pero, como de costumbre, Lewis apenas revela fuentes.

Para mi gusto, este libro tiene la virtud de mostrar con gran eficacia lo que enormes libros dedicados a la idea de ley natural no han conseguido ni antes ni después. Porque, en el fondo, hay algo de paradójico en que para fundamentar la existencia de algo tan próximo a la conciencia y una experiencia tan universal como se supone que es la ley natural haya que escribir libros tan difíciles y gruesos. Lewis lo consigue mejor con mucho menos aparato.

El problema del dolor (1940)

Es, en realidad, el libro que le dio a conocer como apologista cristiano, nada más terminar la segunda guerra mundial. Procedente de charlas radiofónicas, es una teodicea en toda regla, en un momento trágico, con toda la resaca de los dolores y las desgracias encima. Momento inoportuno para hacer florituras intelectuales, pero muy oportuno para entrar a fondo. Pero hace falta mucho valor e ideas muy claras para entrarle en un contexto tan duro.

Lewis entra honradamente a todo, al estatuto del dolor físico y moral, a su relación con el pecado y con Dios. El tema conocerá un giro personal con motivo de la muerte de su esposa Joy, narrado desde dentro y como en primera fila, en Una pena en observación. Lo menos que se puede decir de estos dos libros es que se han convertido clásicos sobre la cuestión.

Mero cristianismo (1952)

El libro procede también de diversos ciclos de charlas radiofónicas. Y, en parte, al final es una expansión del anterior en el que se piensa la doctrina de Dios, de la redención del pecado (en el dolor) y de la moral cristiana. Un aspecto particular y tradicional de la apologética cristiana, Los milagros, merecerá un inteligente libro aparte.

Lewis prestó una atención muy especial a la mostrar la realidad del pecado y de la redención, porque se dio cuenta de que están muy fuera de lo que la gente es capaz de entender y aceptar. Es una de sus claves teológicas.

En una charla sobre Dios en el banquillo que da título a una recopilación de artículos, dice: “El cristianismo prometía curar a aquellos que sabían que estaban enfermos. […] El hombre antiguo se acercaba a Dios (o a los dioses) como la persona acusada se aproxima al juez. Para el hombre moderno se han invertido los papeles. Él es el juez y Dios está en el banquillo. El hombre moderno es un juez extraordinariamente benévolo: está dispuesto a escuchar a Dios […] incluso en la absolución de Dios. Pero lo importante es que el hombre está en el tribunal y Dios en el banquillo“.

Estos libros encuentran un complemento maravilloso en las Cartas del diablo a su sobrino, obra genial en el que aparecen todas las tretas del enemigo en las luchas de la vida cristiana y también de la conversión.

Alegorías

En paralelo, hay que poner el conjunto de obras alegóricas que son, en sí mismas, también formas de pensar los grandes temas cristianos (Dios, pecado y redención) cambiando los contextos. De distintas maneras funcionan así la Trilogía de Ransom, el ciclo de Crónicas de Narnia, inmensamente famosas y llevadas al cine, y el Gran divorcio. También El regreso del peregrino, hecho sobre la famosa obra protestante de Bunyan (El progreso del peregrino), donde, en el fondo, revisa su itinerario de conversión.

Y más

Y no hemos comentado un libro tan genial como Los cuatro amores, que sitúa y distingue perfectamente la caridad entre el conjunto de los amores humanos (camaradería, amistad, amor conyugal). Y muchos más “escritos menores”, como las Cartas a Malcolm, con muchas indicaciones sobre la oración; y sus comentarios a los salmos. Aparte de su correspondencia enorme, interesantísima y, en su conjunto, bastante bien conservada, con grandes amigos e interlocutores cristianos (Mcdonald, Allan Griffihts, sor Penélope, San Juan Calabria).

Entre los muchos libros interesantes que han surgido en los últimos años, Joseph Pearce ha publicado C. S. Lewis y la Iglesia católica. En él muestra cómo evolucionó Lewis hacia las posiciones más catolizantes de la Iglesia anglicana, que incluían la fe en los sacramentos (incluida la confesión personal) y la doctrina del purgatorio como purificación deseada por el alma (en la misma línea que lo había expuesto Newman). Pero mantuvo hasta el final un vestigio protestante que no quiso o pudo resolver y que se manifestó en su silencio sobre la Virgen María, la infalibilidad pontificia y sobre la bondad de la Reforma.

Fuente:  omnesmag.com


Futuro

Pedro López

Si se pierde el futuro, se pierde a la vez la esperanza y la posibilidad del perdón

El comienzo de algo es un momento propicio para mirar hacia delante. Somos seres de futuro. A veces, abalanzados hacia el porvenir. Ciertamente no hay que descuidar el presente, ni dejar de tener una ternura memoriosa. Pero lo nuestro, insisto, es vislumbrar lo por venir. Nadie acude a un vidente a que le lea el pasado, ni siquiera el presente: eso ya lo sé; sino el futuro. Y de ahí las trampas que nos pueden hacer. Porque el futuro, precisamente, por serlo, no es desfuturizable: no está presente y nadie nos lo puede desvelar. Y sin embargo, hemos de vislumbrar el porvenir. Quien no tiene futuro se fosiliza en un pasado; o se esfuma en un continuum presente. Pierde consistencia y se difumina en un ir y venir, en humo. La piedra es sólida. Nuestros ancestros construyeron catedrales, porque, aunque ellos no los disfrutaran, sus hijos o nietos sí que lo harían. Y quedaría por los siglos de los siglos. Nadie planta una semilla de naranja y al día siguiente, al amanecer, va a buscar sus frutos. Las cosas tienen su tiempo y como nunca estamos hechos del todo, hay que seguir esperando. Esperar es el verbo del futuro. Y la esperanza es la virtud clave del hombre.

Mi amigo lo está pasando fatal. Está hospitalizado. Le felicité el año nuevo; y su respuesta me dejó perplejo: yo soy castigado. El castigo recae sobre el pasado, pero si uno mira al futuro está todo por decidir. No hay castigo sobre el futuro, sino que es la apertura hacia un perdón sin límites. Esperanza y perdón andan de la mano, siempre ajuntadas, en un perpetuo apretón. Por eso, si se pierde el futuro, se pierde a la vez la esperanza y la posibilidad del perdón.

Tener futuro es algo que importa a todos. Los mayores, ciertamente tienen mucho pasado; los jóvenes, mucho en ciernes. Pero si miramos hacia delante, que es también mirar hacia adentro, entonces nos damos cuenta de que todos tenemos un formidable futuro, porque la vida no se termina aquí.

Siempre me ha parecido inclemente, inhumano, pensar que todo se acaba y que no hay más allá. Que nos deshacemos en polvo y que la historia todo lo sepulta en las ruinas del pasado. No disponer de futuro es la claudicación. Que todo fue un vano sueño. Y que a los que quise y quiero, una vez aparecidos en el proscenio teatral de la vida, desaparecen haciendo mutis por el foro.

Ahora que se habla tanto de resiliencia como sinónimo de resistencia ante las dificultades del presente, va bien que consideremos que fuerte no es aquel que no siente o que no cae; sino aquél que se levanta porque le espera el camino que le conduce a la meta. Si no hay futuro, no hay resiliencia: porque ya nada importa: no hay lugar al que ir.

Es quizá lo peor que nos pueda pasar. Quien carece de futuro, aunque disponga de algunas motivaciones, éstas se van consumiendo y agotando; y al final, se sume en una tiniebla que ya no se disipa a fuerza de voluntad. Lo advertía san Agustín, hace muchos siglos: «buscas la vida; buscas días buenos. Buena cosa es la que buscas, pero no está aquí. Esta piedra preciosa tiene su región propia; no se da aquí. Por mucho que te fatigues en excavar, nunca hallarás lo que no hay Fuente: levante-emv.com/

7/29/23

El tesoro escondido

17º domingo del Tiempo Ordinario (Ciclo A) 

Evangelio (Mt 13,44-52)

El Reino de los Cielos es como un tesoro escondido en el campo que, al encontrarlo un hombre, lo oculta y, en su alegría, va y vende todo cuanto tiene y compra aquel campo.

Asimismo el Reino de los Cielos es como un comerciante que busca perlas finas y, cuando encuentra una perla de gran valor, va y vende todo cuanto tiene y la compra.

Asimismo el Reino de los Cielos es como una red barredera que, se echa en el mar y recoge todo clase de cosas. Y cuando está llena la arrastran a la orilla, y se sientan para echar lo bueno en cestos, y lo malo tirarlo fuera. Así será el fin del mundo: saldrán los ángeles y separarán a los malos de entre los justos y los arrojarán al horno del fuego. Allí habrá llanto y rechinar de dientes.

¿Habéis entendido todo esto?

—Sí —le respondieron.

Él les dijo:

—Por eso, todo escriba instruido en el Reino de los Cielos es como un hombre, amo de una casa, que saca de su almacén cosas nuevas y cosas antiguas.

Comentario

Jesús compara el Reino de los Cielos con un tesoro escondido bajo tierra. La reacción del hombre que lo encuentra no parece la más virtuosa, porque oculta su hallazgo al dueño del campo y empeña sus bienes para comprarle el terreno y quedarse con el tesoro por añadidura. Sin embargo, con la ambiciosa reacción del personaje de la parábola, Jesús subraya por contraste el enorme valor que tiene el Reino de Dios, un tesoro cuyo descubrimiento debería llenarnos de alegría y también de un decidido afán por hacerse con él.

En realidad, el tesoro del cristiano —o la perla preciosa a la que se refiere la siguiente parábola—, es Cristo mismo, que nos ofrece su amor y su amistad; por quien vale la pena posponerlo todo en la jerarquía de nuestros afectos e intereses. San Josemaría explicaba este sentido de la parábola así: “El tesoro. Imaginad el gozo inmenso del afortunado que lo encuentra. Se terminaron las estrecheces, las angustias. Vende todo lo que posee y compra aquel campo. Todo su corazón late allí: donde esconde su riqueza”. Y añadía entonces el Fundador del Opus Dei: “Nuestro tesoro es Cristo; no nos debe importar echar por la borda todo lo que sea estorbo, para poder seguirle. Y la barca, sin ese lastre inútil, navegará derechamente hasta el puerto seguro del Amor de Dios”.

El Papa Francisco identificaba también el tesoro del campo con el amor de Jesús: “quien conoce a Jesús, quien lo encuentra personalmente, queda fascinado, atraído por tanta bondad, tanta verdad, tanta belleza, y todo en una gran humildad y sencillez. Buscar a Jesús, encontrar a Jesús: ¡este es el gran tesoro!” (…) Puedes cambiar efectivamente de tipo de vida, o bien seguir haciendo lo que hacías antes —aclara el Papa— pero  eres otro, has renacido: has encontrado lo que da sentido, lo que da sabor, lo que da luz a todo, incluso a las fatigas, al sufrimiento y también a la muerte”.

Jesús compara el Reino de los Cielos, a su vez, con una red barredera que abre sus brazos a todos sin distinción. Y al final, todos pasan también por un examen, un juicio, como el que hacen los pescadores con los peces en la orilla, para desechar los que no son buenos. Esta parábola es por tanto una metáfora del fin del mundo, del juicio final que precede a la posesión definitiva del Reino por parte de quienes lo han merecido durante su vida. La parábola de la red barredera se relaciona además con las anteriores del tesoro y la perla: precisamente porque el Reino (el amor de Cristo) es tan valioso como un tesoro o una perla finísima, por eso también se nos pedirá cuentas de cómo lo hemos buscado y amado en esta vida: “Que busques a Cristo. Que encuentres a Cristo. Que ames a Cristo”, solía recomendar san Josemaría a quienes trataba, animándoles a poner afán generoso en su amistad con Cristo, en su amor por Él.

“Es de notar —señala Santo Tomás de Aquino— que la bienaventuranza se otorga en proporción a la caridad y no en proporción a cualquier otra virtud”. En definitiva, la mejor forma de comprar el tesoro en el campo o la perla preciosa, lo que nos hará realmente buenos peces, será nuestro amor a Dios y a los demás. Y de eso se nos juzgará: “a la tarde —escribió san Juan de la Cruz— te examinarán en el amor; aprende a amar como Dios quiere ser amado”

Fuente: opusdei.org

7/28/23

Volver a casa

 Isis Barajas


A veces es más sencillo iniciar grandes gestas fuera de casa que cruzar el umbral del propio hogar dispuesto a darlo a todo

Un día cualquiera. Llega el momento anhelado de volver a casa tras una larga jornada de trabajo. Justo antes de introducir la llave en la cerradura, se empiezan a agolpar al otro lado de la puerta los gritos de varios niños. Algunos no quieren meterse en el baño, otro corre enfurecido detrás de su hermano, el mayor da un portazo porque no puede estudiar y en ese instante rompe a llorar el bebé que ya reclama su turno de comida. Todo se oye tras la puerta con dramática intensidad. Es entonces cuando uno quisiera guardar de nuevo la llave y volver dos horas más tarde. Pero no. Es la “hora santa”, la hora del sacrificio.

Un amigo de mi marido le confesó que, en estas situaciones, respira hondo y, mientras gira la llave, se dice en voz baja: “Aquí está mi cuerpo que será entregado por vosotros”. Y con esta máxima en la cabeza, deja las cosas en el dormitorio, se remanga la camisa y pregunta: “¿Por dónde empiezo?”.

Decía Santa Teresa de Calcuta que “si quieres cambiar el mundo, ve a casa y ama a tu familia”. A veces es más sencillo iniciar grandes gestas ahí fuera que cruzar el umbral del propio hogar. Y es que la casa no siempre es el remanso de paz donde recobrar las fuerzas, sino más bien ese lugar donde uno se derrama gota a gota.

El día de la boda entregamos nuestro cuerpo y también nuestra vida entera al otro. Es una donación que se actualiza cada día. El cuerpo se entrega en el lecho, pero también al levantarse rápidamente en la noche para atender a un hijo y que el otro no se despierte; el cuerpo se entrega en la ternura de una caricia, pero también regresando pronto del trabajo para aliviar la carga doméstica al que está en casa; el cuerpo se entrega al reservarnos un día para ir a cenar juntos, pero también diciendo “vete a descansar que ya me ocupo yo”.

Los esposos no son un equipo que se reparta las tareas o que gestione eficazmente la logística familiar; son una sola carne que se entrega mutuamente tanto en los grandes acontecimientos de la vida como en los detalles más pequeños. Esa grandeza del amor, que tantas veces parece imposible de vivir, en realidad es una gracia recibida en el sacramento del matrimonio, es un don que se nos regala.

En una entrevista que le hice hace unos años, Rocco Buttiglione me dejó una gran lección: “San Juan Pablo II me dijo que el don más grande que como padre podía dar a mis hijas era amar a su madre. No vivir con ella o no traicionarla, sino amarla”. Ese amor que se tenían los santos Luis y Celia Martin necesariamente fue la fuente de la que bebieron sus cinco hijas para llegar a entregarse completamente a Jesucristo como monjas de clausura. Una de ellas fue santa, Teresita del Niño Jesús, y otra, Leonia, está en proceso de beatificación.

Fue, sin duda, la profunda fidelidad de su mujer lo que sostuvo al beato Franz Jägerstätter cuando decidió oponerse al régimen nazi aun sabiendo que le costaría la vida. Solo su mujer, Franzciska, en un acto de amor y sacrificio sublime, permaneció a su lado, tal y como se puede contemplar en Vida oculta, la magnífica película de Terrence Malick.

“Volver a casa y amar a nuestro marido o esposa es hoy un acto de rebeldía”

Como diría Madre Teresa, el amor empieza en casa. Empieza, pero no termina en ella. El amor conyugal, con su dimensión martirial, tiene la capacidad de transformar el mundo. No queda en la vida íntima de la familia, sino que es fecundo y puede hacer vibrar a una sociedad dividida, aislada y dormida. Volver a casa y amar a nuestro marido o esposa es hoy un acto de rebeldía ante la mediocridad y el egoísmo. Es el comienzo de una civilización del amor.

Fuente: revistamision.com

JMJ 2023: El demonio no está invitado a Lisboa

 José Antonio García-Prieto Segura

Vaya por delante mi petición de perdón por la inmodestia de decir que el título de estas líneas lo encuentro muy acertado y nada gratuito, porque me lo ha suscitado la vida misma con sus diarios acontecimientos, mirado sala luz de la fe cristiana. Me explicaré, remontándome al origen y espíritu de estas Jornadas Mundiales. A nadie se le escapa que han sido y lo siguen siendo un grandioso acontecimiento de enorme atractivo y resonancia mundial. Desde el primer momento en que vieron la luz, en Roma, en el ya lejano 1986, instituidas e impulsadas por el papa santo Juan Pablo II, han atraído a millones de jóvenes del mundo entero. Conviene recordar brevemente su nacimiento y el espíritu que les dio inicio y las mantiene palpitantes.

          Era el Domingo de Ramos de1984 cuando, en Roma, el papa organizó un encuentro para celebrar el jubileo de los jóvenes, con motivo del Año Santo de la Redención de Cristo. Se esperaban 60.000 peregrinos, pero respondieron a la llamada unos 250.000 de muchos países. Yo vivía en Roma y pude gozar de aquel acontecimiento, que prometía mucho porque nació y estaba animado por algo imperecedero: conmemorar la alegría de la Resurrección de Cristo, centro y alma de estas Jornadas. Al año siguiente el papa decidió repetirlo: acudió todavía un mayor número de jóvenes; en marzo escribió una Carta Apostólica a los y las jóvenes de todo el mundo, yal fin, el 20 de diciembre anunciaría la institución de la Jornada Mundial de la Juventud.

          El propio Juan Pablo II habló así del espíritu de la JMJ y de la centralidad de Cristo en esos encuentros: “Todos los jóvenes deben sentirse acompañados por la Iglesia: por ello, toda la Iglesia, en unión con el Sucesor de Pedro, se siente más comprometida, a nivel mundial, a favor de la juventud, de sus preocupaciones y peticiones, de su apertura y esperanzas, para corresponder a sus aspiraciones, comunicando a través de una apropiada formación, la certeza que es Cristo, la Verdad que es Cristo, el Amor que es Cristo” (Discurso a la Curia romana, 20-XII-1985)

          Desde la primera JMJ 1986, en Roma, está a la vista el atractivo e impacto mundial que suponen. Sin ir más lejos, hace una semana, Alicia, una joven médico que charla de vez en cuando conmigo, me enviaba este mensaje: “Estoy muy liada en el trabajo, pero espero liberarme ahora en agosto: ¡Tengo enormes ganas de participar en la JMJ”. Sé que no va sola, porque conozco otros jóvenes con idénticos deseos de estar en Lisboa.

Las JMJ han producido muchos frutos de alegría y de vida cristiana. Refiero algunos muy sencillos: en la JMJ 2011 de Madrid, Andrés y Gema -sobrina nieta mía-, se comprometieron a seguir madurando cristianamente su noviazgo; más tarde recibieron el sacramento del matrimonio y Dios los ha bendecido ya con cuatro hijos. La JMJ de 2016 en Cracovia, vio nacer el noviazgo de Pedro con María, otra joven médico conocida; hace menos de un año se dieron el “sí” ante el altar. Y como no hay dos sin tres, mencionaré el testimonio de Carlos, un joven sacerdote catalán que estará presente en Lisboa los próximos días; él mismo recuerda así su presencia en la JMJ 2016: “Siendo seminarista, en Cracovia, tuve el privilegio de acompañar a otros jóvenes y ser testigo de cómo el Señor tocaba sus corazones. Para mí también fue una ocasión de tomar un nuevo impulso en la fe”. Son pequeños testimonios, como tres gotas de agua en el inmenso mar de las JMJ, pero ¡cuántas gotitas de decisiones de mejora personal y de seguir vivamente a Cristo habrán colmado esas Jornadas!

Llegados aquí, el lector se preguntará: ¿y dónde diablos está ese demonio que sale a relucir en el título de estas líneas? Pues apareció muy pronto en escena porque estos encuentros, al estar tan llenos de Cristo y, en torno a Él, de cientos de miles de jóvenes cristianos de todo el planeta -quizá algunos no lo sean, pero no están excluidos-, resultan un pastel extremadamente apetitoso para hacerse con esa juventud tan prometedora y que tanto atractivo suscita. Y si no es posible apropiarse del pastel y de esa juventud seguidora del Señor, el demonio se encarga de sembrar cizaña, y poner todos los medios para que el espíritu con que nacieron estas Jornadas desaparezca o se adultere, descafeinándolo con polémicas y enfrentamientos. Mencionaré dos hechos, bien conocidos, que prueban lo que acabo de escribir.

En mayo pasado el Vaticano quiso lanzar un sello conmemorativo de esta JMJ 2023 Lisboa. Diseñado ya por un artista italiano y prevista una tirada de 45.000 unidades, mostraba al papa Francisco en la quilla de una embarcación seguido por un grupo de jóvenes portando la bandera de Portugal. Pero apareció la cizaña y saltó la polémica. ¿Motivación? Quienes lo impugnaron argumentaban que esa representación emulaba la escultura del "Monumento a los Descubrimientos", instalado en la capital portuguesa durante la dictadura. El sello hubo que retirarlo y hacer otro nuevo. Pequeño embrollo, al fin, comparado con el que, de nuevo, el demonio volvió a suscitar en el mes de julio.

Se ha tratado de unas palabras del máximo representante, por parte de la Iglesia, de la JMJ en Lisboa. En la prensa hemos leído, en efecto, este comentario suyo: “Nosotros no queremos convertir a los jóvenes a Cristo ni a la Iglesia Católica ni nada de eso, en absoluto.” Dicho así, parece desvirtuar por completo el mandato evangélico y su impulso testimonial cristiano de los cientos de miles de chicas y chicos jóvenes que acudirán a Lisboa. No han faltado, enseguida, altas personalidades de la jerarquía de la Iglesia en diversos países, que han salido al paso de ese comentario poco afortunado Y, por su parte, el interesado ha rebatido que sus palabras habían sido sacadas de contexto.

Sin entrar en juicios de ningún tipo, es evidente que el demonio -único no invitado y por tanto excluido de la JMJ- está muy activo y no dejará de trabajar en lo suyo: sembrar cizaña y tratar de apartar las almas del amor de Cristo y de su seguimiento por todos los caminos de la tierra. Estemos atentos para no ser incautos y hacerle el juego.

Francisco se ha dirigido varias veces a los participantes en este encuentro. He visto su última grabación en video, donde también hacía una llamada a quienes no podamos estar allí físicamente presentes, y “sigan la Jornada desde lejos”: sepan, decía, que “es un punto de atracción para todos y donde todos hemos de mirar”. Por mi parte, animo al lector a hacerlo así de la mano de la Virgen María, cuya actitud decisiva de ir al encuentro de su prima Isabel, ha dado el lema a esta JMJ:”Se levantó y partió sin demora” (Lc 1, 39). María tenía ya a Cristo en su seno y, por eso, su presencia y encuentro con Isabel, en Ain Karim, lo llenó todo de luz y de alegría, como deseo que suceda en Lisboa.

Fuente: religion.elconfidencialdigital.com/

7/27/23

Nicolay Berdiaev y el Credo de Dostoievsky

Juan Luis Lorda

Casi todos los teólogos del siglo XX se sintieron fascinados por la profundidad con la que aparecen en Dostoievsky los misterios de la libertad y la gracia, el pecado y la redención por la caridad. Por eso Dostotievsky, aunque muere en 1881, casi puede ser considerado un teólogo del siglo XX.

Juan Luis Lorda en omnesmag.com

En el invierno entre 1920 y 1921, en plena revolución rusa, Nicolay Berdiaev, siempre audaz e imprevisible, dio un curso sobre Dostoievsky en la Academia Libre de la Cultura Espiritual, que había fundado en 1919.

En ese momento, el pensamiento y la teología occidental empezaban a descubrir y admirar el descomunal genio de Dostoievsky. Y el libro de Berdiaev proporcionaría claves. Berdiaev (1874-1948) fue siempre un espíritu radical e indómito, con una vertiente ácrata. Había sido marxista y revolucionario, y probó las cárceles y destierros zaristas, pero también se había interesado por la mística alemana y entrado en contacto con la tradición de Soloviev, y le sublevaba el totalitarismo bolchevique. El título de su Academia libre de la Cultura Espiritual era una declaración de principios, un reto y una provocación. Y, en efecto, después de varios arrestos, fue interrogado durante una noche por el terrible fundador de la cheka soviética, Dzerzhinsky, ante quien se defendió agotadoramente y le dejaron irse, según recuerda Solzhenitsyn en su Archipiélago Gulag.

De Moscú a París

Pero en la Rusia comunista no había sitio para una cultura libre y espiritual. Lo metieron en el famoso “barco filosófico” (“Philosophers’ ship”, 1922) y desembarcó con lo puesto y 48 años en Stettin, entonces puerto alemán. Le acompañaban algunos filósofos y teólogos, amigos suyos, como Sergei Boulgakov, y los Lossky: el padre, Nicolay, historiador de la filosofía rusa, y el hijo, Vladimir, que brillaría como el teólogo ortodoxo ruso más importante del siglo XX. Intentó fundar en Berlín una Academia de pensamiento ruso, pero resultó imposible en las duras condiciones de la posguerra alemana.

De manera que, lo mismo que otros intelectuales y familias rusas, acabó en París, donde discurriría el resto de su vida. Berdiaev era de familia noble y militar, por parte de padre. Y tenía ascendencia francesa, por parte de madre. En su casa hablaban francés, idioma de moda en la Rusia del XIX. Conocía ya Francia y llegó en un momento de efervescencia intelectual, también cristiana, en la que participaría muy activamente. Toda su vida fue un gran organizador de conferencias, tertulias y diálogos.

Tiene una obra amplísima. Se siente depositario del espíritu ruso y, en particular, del “espíritu de Dostoievsky”, que para él sería un descubrimiento fascinante y una gran luz. Escribir era como otra forma de hablar, y una prolongación de sus conferencias, tertulias y diálogos. Gran parte de su obra está traducida al castellano. Destacan su Autobiografía espiritual (1949), El Credo de Dostoievsky (1923), El sentido de la historia (1923), El cristianismo y el problema del comunismo, y Reino del espíritu, reino del César, su último libro.

Un espíritu vertiginoso y grandes preguntas

Berdiaev llevaba siempre en la cabeza un torbellino de ideas, de las que tomaba nota, y después ponía por escrito, vertiginosamente, construyendo sus libros como en oleadas, sin volver atrás y sin corregir. Así lo recuerda. Todo le hacía pensar, y tenía vivamente planteadas las grandes cuestiones sobre el sentido de la vida humana, el misterio de la libertad y la “cuestión escatológica”, que atraviesan su vida.

Le interesaba Rusia, con su tensa historia y paradójico espíritu. Le interesaba la revolución, en la que veía una terrible herejía cristiana basada en el falseamiento de la esperanza y en una escatología intraterrena. Le interesaba, especialmente, el misterio de la libertad humana y su choque con los abismos de la personalidad, tan bien reflejados en las novelas de Dostoievsky; y que sentía en su propia carne, pues era un espíritu apasionado, místico a su manera, y también colérico. Todo muy ruso, si le añadimos un profundo sentido de la misericordia ante los abismos humanos.

La Autobiografía espiritual

Todo esto lo cuenta en este amplio y apasionante retrato espiritual, menos preocupado por las anécdotas biográficas que por las características y evoluciones de su espíritu. Empieza describiendo los trazos de su temperamento a la vez sanguíneo y melancólico, con una curiosa “repugnancia al aspecto fisiológico de la vida” (Miracle, Barcelona 1957, 42), que le parece vulgar, especialmente los olores.

Sigue con sus descubrimientos: “Entre mi adolescencia y mi juventud, fui agitado por el siguiente pensamiento: ‘Cierto que desconozco el sentido de la vida, pero la búsqueda de tal sentido ya confiere un sentido a la vida y consagraré toda mi vida a esta búsqueda de su sentido’” (88-89).

Relata los distintos pasos del proceso de su conversión y acercamiento al cristianismo, también provocado por su matrimonio. Aunque se sentirá espiritualmente distante de la Iglesia demasiado establecida o rutinaria, mal signo de la fuerza de las realidades tremendas que representa. No se siente cómodo con una Iglesia ortodoxa que, a veces, le parece inculta y demasiado inclinada a mandar u organizar la vida. En este punto percibe toda la tragedia que aparece en la Leyenda del Gran Inquisidor. Por contraste apreciará los signos vitales de la piedad y la caridad, que también percibe en el catolicismo.

Le molesta lo que siente como demasiado organizado en cualquier campo. Y, tras la oleada idealista que le ha llegado a través del marxismo, es un decidido enemigo de la abstracción, de la objetivación de la realidad. En eso conecta con otros autores personalistas, como Gabriel Marcel. Se titula él mismo existencialista, y desarrolla una aguda sensibilidad frente a los teorizantes, a los que gustan de sustituir lo real por lo teórico o por lo “objetivo” que en gran parte es abstracción de lo real y reconstrucción hecha por el espíritu. Eso lo aprecia también en las pretensiones materialistas de las ciencias modernas. Y, de manera eminente, en la ideología marxista, que se titula “científica”.

Se siente un decidido investigador de la libertad humana, con todas sus contradicciones personales y sociales, con sus expresiones y pretensiones históricas, con sus impulsos renovadores y revolucionarios, con sus éxtasis y sus vértigos. Pero también con la gran fuerza personal transformadora cuando la libertad es una fuerza al servicio de la Verdad que es eterna. El libro termina: “La contradicción fundamental de mi vida vuelve a manifestarse constantemente: soy activo, apto para la lucha de las ideas, y al mismo tiempo, siento una terrible angustia y sueño en otro mundo, en un mundo totalmente distinto de este. Quiero todavía escribir otro libro sobre la nueva espiritualidad y la nueva mística. El núcleo principal estará constituido por la intuición básica de mi vida acerca del acto creador, teúrgico, del hombre. La nueva mística debe ser teúrgica” (316).

El espíritu de Dostoievsky

Las conferencias del curso de invierno de 1920 se las trajo en el barco, y fueron editadas en ruso en 1923, y más tarde en francés. En 1951 hubo una traducción castellana directa del ruso (ed. Apolo) y hay una reedición más reciente (Nuevo Inicio). El libro no tiene desperdicio y, como es habitual en el estilo de Berdiaev, se suceden frases apodícticas que son chispazos de brillantez.

En el primer capítulo, El retrato espiritual de Dostoievsky, declara: “Fue no solamente un gran artista, sino también un gran pensador y un gran visionario. Es un formidable dialéctico y el mejor de los metafísicos rusos” (9). “Dostoievsky refleja todas las contradicciones del alma rusa, todas sus antinomias […]. Por él se puede estudiar la estructura peculiarísima de nuestra alma. Los rusos cuando expresan las líneas más características de su pueblo, son, o bien ‘apocalípticos’ [como el propio Berdiaev] o bien ‘nihilistas’. Esto indica que no pueden permanecer en un justo medio de la vida del alma y la cultura, sin que su espíritu se encamine hacia lo final y hacia el máximo límite” (15-16). “Dostoievsky ha hecho un profundo estudio de ambas tendencias –apocalíptica y nihilista– del espíritu ruso. Ha sido el primero en descubrir la historia del alma rusa y su extraordinaria inclinación a lo diabólico y poseso” (18). “En sus obras nos presenta la erupción plutoniana de las fuerzas espirituales subterráneas del hombre” (19). “Las novelas de Dostoievsky no son novelas propiamente dichas: son tragedias” (20).

Y con eso se marca un gran contraste con el otro gran novelista Tolstoy, moderado, contenido, formal, más acabado pero menos profundo. Lo apolíneo frente a lo dionisíaco, pero también lo cristiano racionalizado y desprovisto de su tragedia frente a las paradojas del anonadamiento del pecado y de la cruz y los fulgores de la resurrección y la redención.

Al final, declara: “Dostoievsky ha sabido revelarnos cosas importantísimas del alma rusa y del espíritu universal. Pero no ha sabido hacernos la revelación del caso en que las fuerzas caóticas del alma se apoderan de nuestro espíritu” (140).

Lo que todavía tiene que decirnos Dostoievsky

“Todo el cristianismo tiene que ser resucitado y renovado espiritualmente. Ha de ser una religión de los tiempos futuros, si es que pretende ser eterno […]. Y el bautismo de fuego que hace Dostoievsky en las almas, facilita el camino del espíritu creador, el movimiento religioso y el futuro y eterno cristianismo. Dostoievsky merece, más que Tolstoy ser considerado un reformador religioso. Tolstoy derribó los valores religiosos y tanteó la creación de una nueva religión […]. Dostoievsky no inventó una nueva religión, sino que se mantuvo fiel a la Eterna Verdad y las eternas tradiciones del cristianismo” (245).

“Hace mucho tiempo que la sociedad europea ha permanecido en la periferia del Ser, contentándose con vivir en lo exterior. Ha pretendido permanecer eternamente en la superficie de la tierra pero, aún allí, en la ‘burguesa’ Europa se ha revelado el terreno volcánico y es inevitable que surja en ella el abismo espiritual. En todas partes ha de nacer un movimiento que vaya desde la superficie a la profundidad, aunque los hechos que precedan a ese movimiento sean puramente superficiales, como las guerras y las revoluciones. Y entre sus cataclismos, escuchando la voz que les llama, los pueblos de Europa se dirigirán al escritor ruso que ha revelado la profundidad espiritual del hombre y profetizado lo inevitable de la catástrofe mundial. Dostoievsky representa precisamente ese inapreciable valor que constituye la razón de la existencia del pueblo ruso y que servirá para su disculpa el día del Juicio Final” (247).

Así termina el libro. Cabe considerar que la situación de Europa se ha alejado de las sensaciones trágicas de la posguerra y, envuelta en un caparazón de propaganda comercial, se aleja cada día de las tragedias en las que vive gran parte de la humanidad, mientras se deshace con un problema generacional y demográfico provocado por la trivialización del sexo. Dostoievsky sigue siendo una salida, un aterrizaje en la realidad, para los espíritus que no quieren quedar atufados en el consumismo y el nuevo pensamiento único políticamente correcto.

Impacto teológico

En los años treinta y cuarenta, Berdiaev fue muy amigo de los teólogos rusos emigrados a París (Boulgakov, Lossky) y trató con Congar, Daniélou, De Lubac, y con el grupo de Esprit, de Mounier. A sus ojos, Berdiaev representaba, en vivo, el espíritu de Dostoievsky, en un momento en que se descubría la profundidad cristiana del gran novelista ruso, y se quería conocer su biografía, su contexto y su alma.

De Lubac dedicó la mitad de El drama del humanismo ateo a Dostoievsky, calificado como “profeta” cristiano, ante el nihilismo que intenta imponerse en una sociedad que quiere separarse de Dios. Por consejo de Max Scheler, Guardini dedicó a los personajes de Dostoievsky su primer curso sobre la Weltanschauung (cosmovisión) cristiana en Berlín, El universo religioso de Dostoievsky. Charles Moeller usó las obras de Dostoievsky para mostrar el contraste entre la cultura cristiana y la griega, en temas esenciales, en Sabiduría griega y paradoja cristiana.

Casi todos los teólogos del siglo XX se sintieron fascinados por la profundidad con la que aparecen en Dostoievsky los misterios de la libertad y la gracia, el pecado y la redención por la caridad. Por eso Dostotievsky, aunque muere en 1881, casi puede ser considerado un teólogo del siglo XX, tal ha sido su impacto. Y por eso también, El espíritu de Dostoievsky, de Berdiaev fue y sigue siendo un libro de referencia.

Fuente: almudi.org

7/26/23

El desprendimiento de los bienes materiales

 

Una tarea indispensable para la Alta Dirección

Bartlett y Ghoshal comentan que “las empresas son una de las más importantes instituciones de la sociedad moderna, si no la más importante”. Del estilo de dirección que tenga la Alta Dirección, por tanto, dependerá mucho el impacto en la sociedad donde ellas operan.  De otro lado, el profesor Sellés explica que la calidad de una decisión depende de tres componentes: el bien objetivo que se persigue, las perfecciones en la inteligencia que la consecución de dicho bien produce, y las cualidades en la voluntad que la obtención de ese bien exige para alcanzarlo.

El también explica que en la naturaleza humana hay una regla sencilla: los bienes pequeños desarrollan perfecciones pequeñas en la inteligencia y generan cualidades simples en la voluntad; mientras que los bienes grandes desarrollan perfecciones grandes en la inteligencia y generan virtudes en la voluntad.

Es por esto, que el desarrollo de las personas y de las organizaciones depende de los objetivos que se quieran alcanzar. Si el objetivo es un bien pequeño, los desarrollos serán limitados; si en cambio, es grande, las inteligencias y las voluntades adquirirán y desarrollarán muchas perfecciones.

Si aplicamos estos criterios para evaluar en el plano empresarial el contraste que hay entre el bien común y los bienes materiales, encontraremos que entre ellos existe una diferencia sustancial: mientras que el bien común demanda acciones de largo alcance, planes muy articulados y acciones complejas, además de fortaleza y perseverancia; los bienes materiales exigen  planes menos complejos, con horizontes más inmediatos, y acciones menos exigentes. Es decir, mientras el bien común es causa de mucho desarrollo hacia dentro de la organización, e incluso hacia fuera; los bienes materiales pueden ser fuente incluso de vicios.

Ahora bien, como en una empresa la elección entre perseguir el bien común o dedicarse a un mayor enriquecimiento material corresponde a la Alta Dirección, es a este nivel al que hay que advertirle, especialmente, de esta realidad peculiar de la naturaleza humana.  Perseguir grandes bienes, como el bien común, produce muchas perfecciones en las personas; y por tanto, como comenta el profesor Cazorla, genera desarrollo en la sociedad: porque el desarrollo es de las personas, y no del entorno físico.

Pero para que la Alta Dirección sea capaz de tomar este tipo de decisiones, antes debe aprender a vivir la virtud del desprendimiento de los bienes materiales. Sin esta virtud es difícil comprender que estos bienes son medios para servir a otros; que su acumulación tiene, por tanto, un sentido relativo; y que la propia persona debe conformarse con aquello que es suficiente para pasarlo bien, y no exagerar ni en las comodidades ni en las facilidades personales, menos cuando se utilizan recursos de la empresa.

Fuente: exaudi.org

7/25/23

Humanismo y tecnología

Ramiro Pellitero


“Este es el drama –observa el Papa, señalando el parecido con nuestra situación–, la colonización ideológica; el hombre, en contacto con las máquinas, se aplana cada vez más, mientras que la vida común se vuelve triste y enrarecida”.

Durante su viaje pastoral a Hungría, en el encuentro con el mundo universitario y de la cultura (cf. Discurso en la Universidad católica PéterPázmány, 30-IV-2023), el Papa Francisco retomó un argumento frecuente en las enseñanzas de su predecesor, Benedicto XVI (cf. Discurso en la entrega del I premio Ratzinger de teología, 30-VI-2011).

Se trata del contraste entre dos formas de conocimiento. Por un lado, el conocimiento humilde y relacional –humanista y realista– que se abre a la tecnología, la respeta y a la vez la sitúa constantemente en su adecuada perspectiva. Por otro lado, el conocimiento que tiende a dominar y poseer –tecnocrático–, en principio legítimo, pero que en nuestro tiempo conlleva de hecho el riesgo de acabar con el primer tipo de conocimiento, el humanismo. La armonía entre estos dos tipos de conocimientos, pertenece, efectivamente, a la buena salud de nuestras raíces.

Este argumento lo planteaba ya Romano Guardini hace un siglo: “En estos días he comprendido más que nunca que hay dos formas de conocimiento […], una conduce a la inmersión en el objeto y su contexto, por lo que el hombre que quiere saber trata de vivir en él; la otra, al contrario, reúne las cosas, las descompone, las ordena en cajas, adquiere dominio y posesión, las domina» (Cartas desde el Lago de Como. La técnica y el hombre –texto original de 1924-1927–, Brescia 2022, 55).

¿Podrá la vida permanecer viva?"

El primer tipo de conocimiento –observa Francisco– es humilde, observa y se sitúa al servicio de las personas y de la naturaleza creada; el segundo, en cambio, analiza para transformar la vida. Guardini no demoniza la tecnología, pero advierte del peligro de que se convierta en reguladora, sino en gobernante de la vida. Y se preguntaba Guardini: si este tipo de conocimiento prevalece ¿podrá la vida permanecer viva?

“Pensemos –propone el Papa a los universitarios húngaros– en el deseo de poner en el centro de todo no a la persona y sus relaciones, sino al individuo centrado en sus propias necesidades, ávido de ganar y voraz de aferrar la realidad”. No quiere el Papa generar pesimismo, sino ayudar a reflexionar sobre la “arrogancia de ser y de tener”, “que Homero ya veía como amenazante en los albores de la cultura europea y que el paradigma tecnocrático exaspera, con un cierto uso de algoritmos que pueden representar un riesgo más de desestabilización de lo humano”.

Oponerse a la colonización ideológica

Y se refiere Francisco, como otras veces, a la novela “El amor del mundo”, de Robert Benson (escrita en 1907), que describe ya un mundo dominado por la tecnología y el mito de un progreso estandarizado. Y esto, en nombre de un nuevo humanismo, que busca anular las diferencias y suprimir las religiones.

“Este es el drama –observa el Papa, señalando el parecido con nuestra situación–, la colonización ideológica; el hombre, en contacto con las máquinas, se aplana cada vez más, mientras que la vida común se vuelve triste y enrarecida”. En un mundo así “parece obvio descartar a los enfermos y aplicar la eutanasia, así como abolir las lenguas y culturas nacionales para lograr la paz universal, que en realidad se transforma en un persecución basada en la imposición del consenso, tanto que un protagonista afirma que 'el mundo parece a merced de una vitalidad perversa, que todo lo corrompe y confunde'".

Desde ahí vuelve Francisco la mirada a la Universidad y su papel: “el lugar donde nace, crece y madura el pensamiento abierto y sinfónico; no monocorde, no cerrado: abierto y sinfónico. Es el ‘templo’ donde el saber está llamado a liberarse de los estrechos confines del tener y del poseer para convertirse en cultura, es decir, ‘cultivo’ del hombre y sus relaciones fundantes: con lo trascendente, con la sociedad, con la historia, con la creación”, en la línea señalada por el Concilio Vaticano II, cuando invita a cultivar el sentido religioso, moral y social (cf. Const. past. Gaudium et spes, 59).

Ciertamente, advierte el sucesor de Pedro, cuando nos admiramos ante la obra de Dios, la cultura protege nuestra humanidad, favorece la contemplación y forma personas libres de las modas del momento, bien arraigadas, en cambio, en la realidad de las cosas. Y así, “humildes discípulos del saber, sienten que deben ser abiertos y comunicativos, nunca rígidos ni combativos”. El verdadero universitario nunca se siente satisfecho, sino que, movido por una sana inquietud, investiga y explora, sale de sus propias certezas para aventurarse humildemente en el misterio de la vida, sin caer en la rutina; se abre a otras culturas y comparte conocimientos.

Y por este camino retorna Francisco al tema con el que comenzó su discurso, con dos frases. La primera viene de la cultura clásica, que proponía “conócete a ti mismo” (oráculo de Delfos). Esto, propone el Papa, ha de llevarnos a conocer nuestros propios límites y frenar nuestra autosuficiencia. “Y mientras el pensamiento tecnocrático persigue un progreso que no admite límites, el hombre real está hecho también de fragilidades, y muchas veces es precisamente ahí donde comprende que es dependiente de Dios y está conectado con los demás y con la creación”.

Paradójicamente –observa Francisco– este situarnos en la humildad no nos hace más frágiles y pequeños, sino al contrario: nos hace más realistas y más grandes: Y así, “la cultura surge del asombro de este contraste: nunca satisfecha y siempre en búsqueda, inquieta y comunitaria, disciplinada en su finitud y abierta a lo absoluto”.

La segunda frase es de Jesucristo: "La verdad os hará libres" (Jn 8,32). Con la experiencia de la historia de Hungría, señala el Papa un riesgo que todavía no ha desaparecido: “la transición del comunismo al consumismo”. Esos dos “ismos” comparten una falsa idea de libertad: “la del comunismo fue una ‘libertad’ forzada, limitada desde fuera, decidida por otro; la del consumismo es una ‘libertad’ libertina, hedonista, cerrada en sí misma, que nos hace esclavos del consumo y de las cosas. ¡Y qué fácil es pasar de los límites impuestos a pensar, como en el comunismo, a pensar sin límites, como en el consumismo!”

Estamos, en efecto, ante un salto que podríamos llamar reactivo: “De una libertad restringida a una libertad sin frenos”. Lo que Jesús nos dice, con palabras de Francisco, es: “Lo que libera es la verdad, lo que libera al hombre de sus dependencias y encierros”. Y “la clave para acceder a esa verdad es un saber nunca desconectado del amor, relacional, humilde y abierto, concreto y comunitario, valiente y constructivo”. Esta es una propuesta de Francisco para que la universidad sea una fecunda cantera de humanismo y un laboratorio de esperanza.

Fuente: iglesiaynuevaevangelizacion.blogspot.com

7/24/23

Una explicación de mi mal y del ajeno

Juan Luis Selma

El mal se vence con el bien, no con más males añadidos: venganza, odio, injusticia...

La semana pasada hablábamos de la siembra, de aquello que nos gustaría cosechar. Ese mismo día vimos al joven Carlos Alcaraz acariciar el preciado trofeo de Wimbledon. En esta ocasión la cosecha fue rápida y abundante. Llama la atención su fuerza para sobreponerse a la contrariedad: remontar un 1-6 adverso; enfrentarse a todo un veterano, con el que había perdido… Obtuvo una gran recompensa bien peleada.

Hemos presenciado una gran victoria, que no ha sido fácil, como nada lo es en la vida. Hay que trabajar mucho, esforzarse, para lograr la buena cosecha; pero el éxito no está garantizado. Las derrotas, los fracasos, las desilusiones e, incluso, las traiciones suelen acompañarnos siempre. El asunto es contar con ello y superarnos; como lo hizo Carlitos en su reciente derrota frente a Djokovic: aprendió de ella y la transformó en victoria.

Nos podemos extrañar ante la presencia del mal, de la existencia de gente mala, mala; también del mal que hay en nosotros mismos. Leemos en el Evangelio: “Los siervos del amo de la casa fueron a decirle: Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿Cómo es que tiene cizaña? Él les dijo: Algún enemigo lo habrá hecho”.

Aquí se nos dice que el mal tiene su origen en el enemigo, no es Dios el culpable. Epicuro se planteó la siguiente paradoja: “¿Es que Dios quiere prevenir el mal, pero no es capaz? Entonces no es omnipotente. ¿Es capaz, pero no desea hacerlo? Entonces es malévolo. ¿Es capaz y desea hacerlo? ¿De dónde surge entonces el mal? ¿Es que no es capaz ni desea hacerlo? Entonces, ¿por qué llamarlo Dios?”. Así piensan muchos: no saben dar explicación del mal y niegan a Dios.

La existencia del mal en el mundo no es fruto de un malquerer de Dios, tampoco es un defecto de “fábrica”, es consecuencia de la mal vivida libertad. La Biblia lo explica con el pecado original. Dios destinó al hombre a la plena felicidad del Edén; le dio la oportunidad de ser libre, de elegir estar con Él, de moverse en su entorno. Podía elegir el bien, pero le pareció mejor optar por “la manzana”; tentado por el demonio, quiso ser dios, no reconocer a Dios sino sustituirle, vivir a su aire, romper el equilibrio de la creación. Fue engañado por el padre de la mentira y así le fue.

El no aceptarse como criatura, como hijo, por la soberbia; el preferir vivir en la mentira, fue el origen de todos los males. Se rompe el equilibrio entre la creación y el hombre. En nuestro interior, el dominio de la razón y del bien deja paso a las pasiones desordenadas, a la irracionalidad, a la injusticia; la relación entre el hombre y la mujer queda sometida a tensiones; las relaciones con los demás pasan a estar marcadas por el deseo y el dominio. La creación se vuelve hostil. Llega el dolor y la muerte.

Dios, siempre respetuoso, no tuvo más remedio que dejarnos hacer. Su sabiduría, paciencia y poderío absoluto sacará bien del mal. No destruye al pecador, al equivocado. Espera, como dice el Evangelio: “-¿Quieres que vayamos a arrancarla? Pero él les respondió: -No, no vaya a ser que, al arrancar la cizaña, arranquéis también con ella el trigo. Dejad que crezcan juntos hasta la siega. Y al tiempo de la siega les diré a los segadores: -Arrancad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla; el trigo, en cambio, almacenadlo en mi granero”.

“Dios en cambio sabe esperar –comenta el Papa Francisco–. Él mira el campo de la vida de cada persona con paciencia y misericordia: ve mucho mejor que nosotros la suciedad y el mal, pero ve también los brotes de bien y espera con confianza que maduren. Dios es paciente, sabe esperar. Qué hermoso es esto: nuestro Dios es un padre paciente, que nos espera siempre y nos espera con el corazón en la mano para acogernos, para perdonarnos. Él nos perdona siempre si vamos a Él”.

El mal que vemos en nosotros y en el mundo es fruto del pecado, del original y del personal de cada uno y de los demás. No nos podemos extrañar de él, pero tampoco conformarnos. El mal se vence con el bien, no con más males añadidos: venganza, odio, injusticia, desesperación… También de los fracasos, derrotas e injusticias se pueden sacar bienes.

Estamos felices con el triunfo de Carlitos, pero antes sufrió y perdió. También podemos vencer, ganar, sacar provecho de nuestros defectos y de los ajenos. Dios y sus hijos siempre ganan. Hay que contar con la ayuda de la gracia, con lucha personal, con la paciencia. Hay que recomenzar todas las veces que sea preciso. El dueño del campo no es indiferente frente al mal, sabe la diferencia que hay entre el trigo y la cizaña, pero espera. La conversión, en nuestro caso, siempre es posible.

Este domingo podemos sembrar buen trigo acudiendo a votar; no dejemos que la pereza o la desidia nos dominen. Luego lo podríamos lamentar.

Fuente: eldiadecordoba.es

Humanismo y tecnología

Ramiro Pellitero


“Este es el drama –observa el Papa, señalando el parecido con nuestra situación–, la colonización ideológica; el hombre, en contacto con las máquinas, se aplana cada vez más, mientras que la vida común se vuelve triste y enrarecida”.

Durante su viaje pastoral a Hungría, en el encuentro con el mundo universitario y de la cultura (cf. Discurso en la Universidad católica PéterPázmány, 30-IV-2023), el Papa Francisco retomó un argumento frecuente en las enseñanzas de su predecesor, Benedicto XVI (cf. Discurso en la entrega del I premio Ratzinger de teología, 30-VI-2011).

Se trata del contraste entre dos formas de conocimiento. Por un lado, el conocimiento humilde y relacional –humanista y realista– que se abre a la tecnología, la respeta y a la vez la sitúa constantemente en su adecuada perspectiva. Por otro lado, el conocimiento que tiende a dominar y poseer –tecnocrático–, en principio legítimo, pero que en nuestro tiempo conlleva de hecho el riesgo de acabar con el primer tipo de conocimiento, el humanismo. La armonía entre estos dos tipos de conocimientos, pertenece, efectivamente, a la buena salud de nuestras raíces.

Este argumento lo planteaba ya Romano Guardini hace un siglo: “En estos días he comprendido más que nunca que hay dos formas de conocimiento […], una conduce a la inmersión en el objeto y su contexto, por lo que el hombre que quiere saber trata de vivir en él; la otra, al contrario, reúne las cosas, las descompone, las ordena en cajas, adquiere dominio y posesión, las domina» (Cartas desde el Lago de Como. La técnica y el hombre –texto original de 1924-1927–, Brescia 2022, 55).

¿Podrá la vida permanecer viva?"

El primer tipo de conocimiento –observa Francisco– es humilde, observa y se sitúa al servicio de las personas y de la naturaleza creada; el segundo, en cambio, analiza para transformar la vida. Guardini no demoniza la tecnología, pero advierte del peligro de que se convierta en reguladora, sino en gobernante de la vida. Y se preguntaba Guardini: si este tipo de conocimiento prevalece ¿podrá la vida permanecer viva?

“Pensemos –propone el Papa a los universitarios húngaros– en el deseo de poner en el centro de todo no a la persona y sus relaciones, sino al individuo centrado en sus propias necesidades, ávido de ganar y voraz de aferrar la realidad”. No quiere el Papa generar pesimismo, sino ayudar a reflexionar sobre la “arrogancia de ser y de tener”, “que Homero ya veía como amenazante en los albores de la cultura europea y que el paradigma tecnocrático exaspera, con un cierto uso de algoritmos que pueden representar un riesgo más de desestabilización de lo humano”.

Oponerse a la colonización ideológica

Y se refiere Francisco, como otras veces, a la novela “El amor del mundo”, de Robert Benson (escrita en 1907), que describe ya un mundo dominado por la tecnología y el mito de un progreso estandarizado. Y esto, en nombre de un nuevo humanismo, que busca anular las diferencias y suprimir las religiones.

“Este es el drama –observa el Papa, señalando el parecido con nuestra situación–, la colonización ideológica; el hombre, en contacto con las máquinas, se aplana cada vez más, mientras que la vida común se vuelve triste y enrarecida”. En un mundo así “parece obvio descartar a los enfermos y aplicar la eutanasia, así como abolir las lenguas y culturas nacionales para lograr la paz universal, que en realidad se transforma en un persecución basada en la imposición del consenso, tanto que un protagonista afirma que 'el mundo parece a merced de una vitalidad perversa, que todo lo corrompe y confunde'".

Desde ahí vuelve Francisco la mirada a la Universidad y su papel: “el lugar donde nace, crece y madura el pensamiento abierto y sinfónico; no monocorde, no cerrado: abierto y sinfónico. Es el ‘templo’ donde el saber está llamado a liberarse de los estrechos confines del tener y del poseer para convertirse en cultura, es decir, ‘cultivo’ del hombre y sus relaciones fundantes: con lo trascendente, con la sociedad, con la historia, con la creación”, en la línea señalada por el Concilio Vaticano II, cuando invita a cultivar el sentido religioso, moral y social (cf. Const. past. Gaudium et spes, 59).

Ciertamente, advierte el sucesor de Pedro, cuando nos admiramos ante la obra de Dios, la cultura protege nuestra humanidad, favorece la contemplación y forma personas libres de las modas del momento, bien arraigadas, en cambio, en la realidad de las cosas. Y así, “humildes discípulos del saber, sienten que deben ser abiertos y comunicativos, nunca rígidos ni combativos”. El verdadero universitario nunca se siente satisfecho, sino que, movido por una sana inquietud, investiga y explora, sale de sus propias certezas para aventurarse humildemente en el misterio de la vida, sin caer en la rutina; se abre a otras culturas y comparte conocimientos.

Y por este camino retorna Francisco al tema con el que comenzó su discurso, con dos frases. La primera viene de la cultura clásica, que proponía “conócete a ti mismo” (oráculo de Delfos). Esto, propone el Papa, ha de llevarnos a conocer nuestros propios límites y frenar nuestra autosuficiencia. “Y mientras el pensamiento tecnocrático persigue un progreso que no admite límites, el hombre real está hecho también de fragilidades, y muchas veces es precisamente ahí donde comprende que es dependiente de Dios y está conectado con los demás y con la creación”.

Paradójicamente –observa Francisco– este situarnos en la humildad no nos hace más frágiles y pequeños, sino al contrario: nos hace más realistas y más grandes: Y así, “la cultura surge del asombro de este contraste: nunca satisfecha y siempre en búsqueda, inquieta y comunitaria, disciplinada en su finitud y abierta a lo absoluto”.

La segunda frase es de Jesucristo: "La verdad os hará libres" (Jn 8,32). Con la experiencia de la historia de Hungría, señala el Papa un riesgo que todavía no ha desaparecido: “la transición del comunismo al consumismo”. Esos dos “ismos” comparten una falsa idea de libertad: “la del comunismo fue una ‘libertad’ forzada, limitada desde fuera, decidida por otro; la del consumismo es una ‘libertad’ libertina, hedonista, cerrada en sí misma, que nos hace esclavos del consumo y de las cosas. ¡Y qué fácil es pasar de los límites impuestos a pensar, como en el comunismo, a pensar sin límites, como en el consumismo!”

Estamos, en efecto, ante un salto que podríamos llamar reactivo: “De una libertad restringida a una libertad sin frenos”. Lo que Jesús nos dice, con palabras de Francisco, es: “Lo que libera es la verdad, lo que libera al hombre de sus dependencias y encierros”. Y “la clave para acceder a esa verdad es un saber nunca desconectado del amor, relacional, humilde y abierto, concreto y comunitario, valiente y constructivo”. Esta es una propuesta de Francisco para que la universidad sea una fecunda cantera de humanismo y un laboratorio de esperanza.

Fuente: iglesiaynuevaevangelizacion.blogspot.com