1/31/23

La oración, escuela del corazón

Ramiro Pellitero

La oración es puerta de la misericordia, escuela de misericordia, fuente de misericordia para nuestro corazón, a medida que nos identificamos con el corazón de Dios.

Recién concluida, la catequesis del Papa sobre la oración, al hilo del Catecismo de la Iglesia Católica, está llena de imágenes vivas, ancladas en la historia de la salvación, sobre todo en los evangelios. De esta manera responde implícitamente a la pregunta sobre el papel de la oración en la formación de la afectividad y de la sensibilidad del cristiano.

En la web de Vatican News se resume esa catequesis con esta frase “del corazón humano a la misericordia de Dios” (A. Lomonaco). Y bien podría servir la recíproca, como expresión de la iniciativa de Dios, que quiere “contagiar” su misericordia al hombre: “desde el corazón de Dios a la misericordia del hombre”. Esto se manifiesta sobre todo en Jesús, en su vida, en sus enseñanzas, en su entrega por nosotros.

Las dimensiones afectivas de la oración

La oración brota del grito de la fe en medio de la oscuridad, como en Bartimeo. Pero también del corazón de cada hombre, aunque no lo sepa. Porque todo hombre es “mendigo de Dios" (san Agustín). La oración del cristiano nace de la revelación de Dios que nos venido con Jesús, para llevarnos a la alianza y la amistad con Dios. Pues Él conoce solo el amor y la misericordia. “Ese es el núcleo incandescente de toda oración cristiana. El Dios del amor, nuestro Padre que nos espera y nos acompaña” (Audiencia general, 13-V-2020).

La oración surge también ante la belleza de la creación, porque lo creado lleva “la firma de Dios”. Y se traduce en admiración, agradecimiento y esperanza. Quien reza se convierte en portador de luz y de alegría. La oración abre la puerta al Dios de la vida. Un jefe de gobierno ateo, refiere Francisco, encontró a Dios porque recordó que “la abuela rezaba”. Es una siembra de vida. Y por eso es importante enseñar a los niños a rezar y hacer la señal de la cruz. La oración es la nostalgia de un encuentro con Dios.

La oración de los justos es escucha y recepción, hecha historia personal, de la Palabra de Dios (Abraham). Es, desde la impermeabilidad a la gracia, apertura a la misericordia de Dios (Jacob). Es hacerse puente entre Dios y el pueblo (Moisés).La oración es “el hilo rojo que da unidad a todo lo que sucede” (David). Es el camino para recobrar la serenidad y la paz (Elías).

La oración de los salmos nos asegura que Dios tiene un corazón de padre que con ternura llora por sus hijos, por sus penas y sufrimientos, como Jesús lloró por Jerusalén y por Lázaro.

Jesús nos revela que Él está continuamente ante el Padre y con el Espíritu Santo rezando por nosotros. En su oración de Getsemaní nos enseña a dejarnos transformar por el Espíritu y abandonarnos en el Padre. Sin la oración no tenemos fuerzas, sin la oración no tenemos oxígeno para vivir. La oración nos trae la presencia del Espíritu Santo y nos quita el temor. En la oración nos unimos a Jesús. La oración de Jesús es el “lugar” de su vida interior con Dios Padre, el lugar del abandono en su voluntad. Él "reza por nosotros como nuestro sacerdote; reza en nosotros como nuestra cabeza; es rezado por nosotros como nuestro Dios. Reconozcamos, pues, en Él nuestra voz, y en nosotros la suya" (san Agustín).

Oración llena de confianza y de docilidad debía de ser la de María, como señala Francisco: "Señor, lo que quieras, cuando quieras y como quieras". Su corazón atesora los acontecimientos, sobre todo los de la vida de Jesús, en la oración, como la perla que se va construyendo con elementos del entorno. También la Iglesia persevera, desde el principio, en oración, gracias al Espíritu Santo, que es quien le otorga la unidad y la vida. Una vida que es la misma vida de Jesús (cf. Ga 2, 20).

La oración nos ayuda a dejarnos bendecir por Dios para poder bendecir a los demás. Nos enseña a esperar y a pedir, interceder y amar. Se trata de hacer nuestras las necesidades de las personas que nos rodean, a base de identificarnos con el corazón de Dios: “En realidad, se trata de mirar con los ojos y el corazón de Dios, con su misma invencible compasión y ternura. Rezar con ternura por los otros” (Audiencia general, 16-XII-2020). Rezar con gratitud y esperanza, rezar alabando a Dios, como Jesús, porque los sencillos y humildes son capaces de reconocer a Dios.

Como auxilios o apoyos para la oración, el Papa señalaba en primer lugar la Sagrada Escritura, que dejado como su “molde”, su huella, en la vida de los santos, con obediencia y creatividad. También la liturgia, porque un cristiano sin liturgia es como un cristiano sin el “Cristo total” (en expresión de san Agustín: Cristo, cabeza con su cuerpo que es la Iglesia). Cuando vamos a misa o celebramos un sacramento, rezamos con Cristo, que se hace presente, y nosotros cada uno y todos juntos, actuamos con Él.

Oración, vida cotidiana y misericordia

“La oración sucede en el hoy -afirma Francisco–. Jesús nos viene al encuentro hoy, este hoy que estamos viviendo. Y es la oración que transforma este hoy en gracia, o mejor, que nos transforma: apacigua la ira, sostiene el amor, multiplica la alegría, infunde la fuerza para perdonar” (Audiencia general, 10-II-2021).

Y así vuelve el Papa a ese núcleo fundamental; la oración nos injerta el corazón de Dios para enseñarnos a amar como Él, con misericordia y ternura, sin poner por delante el juicio y la condena. Vale la pena trascribir este párrafo más largo

“La oración nos ayuda a amar a los otros, no obstante sus errores y sus pecados. La persona siempre es más importante que sus acciones, y Jesús no ha juzgado al mundo, sino que lo ha salvado. (...) Jesús ha venido a salvarnos: abre tu corazón, perdona, justifica a los otros, entiende, también tú sé cercano a los otros, ten compasión, ten ternura como Jesús. Es necesario querer a todos y cada uno recordando, en la oración, que todos somos pecadores y al mismo tiempo amados por Dios uno a uno. Amando así este mundo, amándolo con ternura, descubriremos que cada día y cada cosa lleva escondido en sí un fragmento del misterio de Dios” (Ibid.)

La oración es puerta de la misericordia, escuela de misericordia, fuente de misericordia para nuestro corazón, a medida que nos identificamos con el corazón de Dios.

“La oración nos abre de par en par a la “Trinidad” (Audiencia general, 3-III-2021). Jesús nos ha revelado el corazón de Dios, y el camino de la oración es la humanidad de Cristo. En ese “camino”, el Espíritu Santo nos enseña a orar a Dios nuestro Padre. El Espíritu es el maestro interior y el artífice principal de nuestra oración (cf. Audiencia general, 17-III-2021), el artista que compone en nosotros obras originales. Las obras, podríamos decir, del corazón (en sentido bíblico), las obras del amor.

Y ese corazón vive también del corazón de nuestra Madre, María. Y vive en el corazón de la Iglesia, que es la comunión de los santos: “Cuando rezamos nunca estamos solos, sino en compañía de otros hermanos y hermanas en la fe, tanto de los que nos han precedido como de los que aún peregrinan a nuestro lado. En esta comunión, los santos —sean reconocidos o anónimos, “de la puerta de al lado”— rezan e interceden por y con nosotros. Junto a ellos, estamos inmersos en un mar de invocaciones y súplicas que se elevan al Padre” (Audiencia general, 7-IV-2021). La Iglesia entera (en las familias, en las parroquias, en las demás comunidades cristianas) es maestra de oración. Todo en la Iglesia nace y crece en la oración. Y las reformas que a veces se proponen sin oración, no van adelante, se quedan en un envoltorio vacío, cuando no hacen la guerra a la Iglesia junto con su Enemigo. La oración es aceite para la lámpara de la fe. Solo con la oración se mantiene la luz, la fuerza y el camino de la fe. En efecto, y por eso no solo hemos de hacer oración sino enseñar a hacer oración, educar para la oración.

Oración vocal, meditación, contemplación

Para ponderar la importancia de la oración vocal (las oraciones que muchos hemos aprendido desde niños, sobre todo el Padrenuestro) dice el Papa: “La Palabra divina se ha hecho carne, y en la carne de cada hombre la palabra vuelve a Dios en la oración”. Y continúa: “Las palabras son nuestras criaturas, pero son también nuestras madres, y de alguna manera nos modelan. Las palabras de una oración nos hacen atravesar sin peligro un valle oscuro, nos dirigen hacia prados verdes y ricos de aguas, haciéndonos festejar bajo los ojos de un enemigo, como nos enseña a recitar el salmo (cfr. Sal 23)”.

Desde ahí se puede ir pasando a la meditación, que nos hace encontrarnos con Jesús bajo la guía del Espíritu Santo. Y de la meditación, a la oración contemplativa (cf. Audiencia general, 5-V-2021), la de quien, como el santo cura de Ars, se siente mirado por Dios. La contemplación, que se va identificando con el amor, no se contrapone a la acción de cristiano, sino que la fundamenta y garantiza su calidad.

Y a propósito de la contemplación que es meta de toda oración, insiste Francisco en esta escuela del corazón que es la oración:

“Ser contemplativos no depende de los ojos, sino del corazón. Y aquí entra en juego la oración, como acto de fe y de amor, como ‘respiración’ de nuestra relación con Dios. La oración purifica el corazón, y con eso, aclara también la mirada, permitiendo acoger la realidad desde otro punto de vista” (Audiencia general, 5-V-2021).

Oración, combate y certeza

La oración cristiana es un combate (cf. Audiencia general, 12-V-2021) a veces duro y largo, a veces con gran oscuridad. Y muchos santos han dado sabios consejos. Pero no deja de ser un combate, como el de aquel obrero –lo relata Francisco– que fue en tren hasta el santuario de Luján para pedir toda la noche por su hija enferma, que se curó milagrosamente.

Entre los obstáculos a la oración, que podríamos llamar ordinarios, destacan las distracciones, la aridez y la pereza (cf. Audiencia general, 19-V-2021). Es preciso combatirlos con vigilancia, esperanza y perseverancia, aunque a veces nos “enojemos” con Dios y como los niños no paremos de preguntar por qué.

En el Evangelio hay casos donde se ve claramente que Dios espera para concedernos lo que pedimos. Lo que no hemos de perder es la certeza de ser escuchados (cf. Audiencia general, 26-V-2021). Incluso puede parecer que Dios Padre no escucha la oración de Jesús en Getsemaní, pero es necesario esperar con paciencia hasta el tercer día, en que se produce la resurrección.

La oración de Jesús por nosotros

“No olvidemos –señala el Papa– que lo que nos sostiene a cada uno de nosotros en la vida es la oración de Jesús por cada uno de nosotros, con nombre, apellido, ante el Padre, enseñándole las heridas que son el precio de nuestra salvación. (...) Sostenidas por la oración de Jesús, nuestras tímidas oraciones se apoyan en alas de águila y suben al cielo” (Audiencia general, 2-VI-2021).

En correspondencia de amor, lo que hemos de hacer nosotros es perseverar en la oración (cf. Audiencia general, 9-VI-2021), sabiendo compaginarla con el trabajo.

“Los tiempos dedicados a estar con Dios revitalizan la fe, que nos ayuda en la concreción de la vida, y la fe, a su vez, alimenta la oración, sin interrupción. En esta circularidad entre fe, vida y oración, se mantiene vivo el fuego del amor cristiano que Dios espera de nosotros” (Ibid.).

La oración pascual de Jesús por nosotros (cf. Audiencia general, 16-VI-2021) fue la más intensa, en el contexto de su pasión y muerte: en la última cena, en el huerto de Getsemaní y en la cruz.

En suma, nosotros no solo rezamos, sino que “hemos sido rezados” por Jesús. “Hemos sido queridos en Cristo Jesús, y también en la hora de la pasión, muerte y resurrección todo ha sido ofrecido por nosotros”. Y de ahí ha de brotar nuestra esperanza y nuestra fortaleza para ir adelante, dando con toda nuestra vida gloria a Dios.

En efecto. Y de esta manera el Espíritu Santo nos va introduciendo y configurando en la misma “sensibilidad” de Dios.

Fuente: iglesiaynuevaevangelizacion.blogspot.com/

VIAJE APOSTÓLICO DE SU SANTIDAD EL PAPA FRANCISCO A LA REPÚBLICA DEMOCRÁTICA DEL CONGO Y A SUDÁN DEL SUR

 


Peregrinación ecuménica de paz a Sudán del Sur

31 DE ENERO- 5 DE FEBRERO DE 2023

  

Martes, 31 de enero de 2023

ROMA - KINSASA

7:55Salida en avión desde el Aeropuerto Internacional de Roma/Fiumicino hacia Kinsasa
15:00Llegada al Aeropuerto Internacional "Ndjili" de Kinsasa
15:00Recibimiento oficial
16:30Ceremonia de bienvenida en el Palacio de la Nación de Kinsasa
16:45Visita de cortesía al presidente de la República en la Sala Presidencial del Palacio de la Nación de Kinsasa
17:30Encuentro con las autoridades, la sociedad civil y el Cuerpo Diplomático en el jardín del Palacio de la Nación de Kinsasa

 

Miércoles, 1 de febrero de 2023

KINSASA

9:30Santa Misa en el Aeropuerto de Ndolo, Kinsasa
16:30Encuentro con las víctimas del este del país en la Nunciatura Apostólica
18:30Encuentro con los representantes de algunas obras caritativas en la Nunciatura Apostólica

 

Jueves, 2 de febrero de 2023

KINSASA

9:30Encuentro con los jóvenes y los catequistas en el Estadio de los Mártires
16:30Encuentro de oración con los obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, seminaristas en la Catedral de Nuestra Señora del Congo
18:30Encuentro privado con los miembros de la Compañía de Jesús en la Nunciatura Apostólica

 

Viernes, 3 de febrero de 2023

KINSASA - YUBA

8:30Encuentro con los obispos en la sede de la CENCO
10:10Cerimonia de despedida en el Aeropuerto Internacional "Ndjili" de Kinshasa
10:40Salida en avión desde el Aeropuerto Internacional "Ndjili" de Kinsasa hacia Yuba

Acompañan al Papa en el viaje a Sudán del Sur el Arzobispo de Canterbury y el Moderador de la Asamblea General de la Iglesia de Escocia

15:00Llegada al Aeropuerto Internacional de Yuba
15:00Ceremonia de bienvenida 
15:45Visita de cortesía al presidente de la República en el Palacio Presidencial 
16:15Encuentro con los vicepresidentes de la República
17:00Encuentro con las autoridades, la sociedad civil y el Cuerpo Diplomático en el jardín del Palacio Presidencial

 

Sábado, 4 de febrero de2023

YUBA

9:00Encuentro con los obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, seminaristas en la Catedral de Santa Teresa 
11:00Encuentro privado con los miembros de la Compañía de Jesús en la Nunciatura Apostólica
16:30Encuentro con los desplazados internos en la “Freedom Hall”
18:00Oración ecuménica en el Mausoleo John Garang 

 

Domingo, 5 de febrero de 2023

YUBA - ROMA

8:45Santa Misa en el Mausoleo John Garang
11:00Ceremonia de despedida en el Aeropuerto Internacional de Yuba
11:30Salida en avión desde el Aeropuerto Internacional de Yuba hacia Roma
17:30Llegada al Aeropuerto Internacional de Roma/Fiumicino

 

Huso horario

 

 
Roma+1h UTC
Kinsasa+1h UTC
Yuba+2h UTC


 

Fuente: Boletín de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, 1/12/2022

1/30/23

Y dijimos sí

Pedro López

Hemos perdido una generación, que habrá que recuperar

Hace años comenzamos con el derrumbamiento del sistema educativo. No lo cambiamos por otro mejor, sino que simplemente lo dimos por amortizado, haciendo exactamente lo contrario de lo que hasta ese momento, y durante generaciones, se había hecho. Que para eso nosotros éramos los modernos.

 Memorizar es algo frustrante e inservible para los alumnos; y dijimos sí. Todos iguales en el aula, nada de señor profesor, sino colegas; y dijimos sí. No había que destacar con notas, para que no sobresalieran unos de otros: es mejor indicar que progresa adecuadamente; y dijimos sí. No hay que malograr los anhelos de los alumnos, ni corregir los comportamientos inadecuados: no somos quiénes para decir lo que está bien o mal; y dijimos sí. El niño tiene que desarrollarse por sí mismo sin que los adultos intervengan ni por supuesto llevarles la contraria, pues no hay que hacerles sufrir; y dijimos sí. Hay que ser participativos y que los alumnos hagan collage, que así aprenden mejor; y dijimos sí. No han de tener “complejos de culpabilidad” ni que se sientan diferentes; y dijimos sí. Basta de enseñarles antiguallas de tipo religioso que coartan su libertad: han de hacer lo que quieran; y dijimos sí. Han de descubrir por sí mismos lo relacionado con su cuerpo sin cortapisas ni moralinas inaceptables; y dijimos sí. También han de experimentar jugando con el cuerpo del otro, independientemente de su sexo, para saber cómo es; y dijimos sí. Debían disfrutar, que la vida solo se vive una vez, y que para ello podían hacer cualquier experimento corporal y si hay disforia eliminarla; y dijimos sí. Les hemos enseñado a hacer cosas por las que no arrepentirse y si, por un casual, se ha sobrepasado eliminar ocultamente los efectos colaterales indeseados; y dijimos sí. Hay que enseñarles cómo deleitarse y facilitarles el material correspondiente adecuadamente ilustrado con todo lujo de detalles; y dijimos sí. La filosofía es una inutilidad que no sirve para nada, cuando han de aprender las nuevas tecnologías; y dijimos sí. La juventud es el nuevo modelo al que todos, independientemente de la edad, debemos conformarnos pues es plenitud; y dijimos sí. A los padres no hay que hacerles mucho caso que a veces son un poco anticuados y lerdos con los smartphones; y dijimos sí. No pasa nada por pasar de curso sin saber nada; y dijimos sí.

 Y ahora, después de esta simple, y no exhaustiva enumeración, cada uno ha de ver –si no es ciego- las consecuencias, pues se cosecha lo que se siembra: los padres se ven desbordados por todos los frentes; los profesores profundamente desalentados en aulas ingobernables y con adolescentes contestones que hacen la vida imposible; las consultas de los psicólogos y pedagogos abarrotadas; etc.

 Mi impresión: hemos perdido una generación, que habrá que recuperar; pero disponemos de tiempo y de personas, dispuestas y preparadas, para realizar un “come-back, un reseteo en toda regla. Conozco a muchos y muy buenos profesionales de la educación, tanto en la concertada como en la pública, con sabiduría, gran capacidad de trabajo y tenacidad. Pero hay que comenzar ya: no hay tiempo que perder. Y una última cosa: aquí no valen juegos demagógicos o ideológicos. Nos jugamos mucho.

Fuente: levante-emv.com/


1/29/23

Bienaventurados...

El Papa en el Ángelus


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En la Liturgia de hoy se proclaman las bienaventuranzas según el Evangelio de Mateo (cfr. Mt 5,1-12). La primera es fundamental y dice así: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos» (v. 3).

¿Quiénes son los “pobres de espíritu”? Son aquellos que saben que no se bastan consigo mismos, que no son autosuficientes, y viven como “mendicantes de Dios”: se sienten necesitados de Dios y reconocen que el bien viene de Él, como don, como gracia. Quien es pobre de espíritu atesora lo que recibe; por eso desea que ningún don se desperdicie. Hoy quisiera detenerme sobre este aspecto típico de los pobres de espíritu: no desperdiciar. Los pobres en espíritu buscan no desperdiciar nada. Jesús nos muestra la importancia de no desperdiciar, por ejemplo, después de la multiplicación de los panes y de los peces, cuando pide que se recoja la comida que ha sobrado para que nada se pierda (cfr. Jn 6,12). No desperdiciar nos permite apreciar el valor de nosotros mismos, de las personas y de las cosas. Pero lamentablemente es un principio a menudo desatendido, sobre todo en las sociedades más ricas, en las que domina la cultura del derroche y la cultura del descarte: ambas son una peste. Quisiera proponeros tres desafíos contra la mentalidad del derroche y del descarte.

Primer desafío: no desperdiciar el don que nosotros somos. Cada uno de nosotros es un bien, independientemente de las cualidades que tiene. Cada mujer, cada hombre es rico no solo de talentos, sino de dignidad, es amado por Dios, vale, es valioso. Jesús nos recuerda que somos bienaventurados no por lo que tenemos, sino por lo que somos.  Y cuando una persona se deja ir y se abandona, se desperdicia a sí misma. Luchemos, con la ayuda de Dios, contra la tentación de considerarnos inadecuados, equivocados, y de compadecernos a nosotros mismos. 

Después, segundo desafío: no desperdiciar los dones que tenemos. Resulta que en el mundo cada año se desperdicia cerca de un tercio de la producción total de alimentos. ¡Y esto mientras muchos mueren de hambre! Los recursos de la creación no se pueden usar así; los bienes deben ser custodiados y compartidos, de forma que a nadie le falte lo necesario. ¡No malgastemos lo que tenemos, difundamos una ecología de la justicia y de la caridad, del compartir!

Finalmente, tercer desafío: no descartar a las personas. La cultura del descarte dice: te uso hasta que me sirves; cuando ya no me intereses o seas un obstáculo para mí, te tiro. Y se tratan así especialmente a los más frágiles: los niños todavía no nacidos, los ancianos, los necesitados y los desfavorecidos. Pero las personas no se pueden tirar, ¡los desfavorecidos no se pueden tirar! Cada uno es un don sagrado, y cada uno es un don único, a cualquier edad y en cualquier condición. ¡Respetemos y promovamos la vida siempre!  ¡No descartemos la vida!

Queridos hermanos y hermanas, planteémonos algunas preguntas. En primer lugar, ¿cómo vivo la pobreza de espíritu? ¿Sé hacer espacio a Dios, creo que Él es mi bien, mi verdadera y gran riqueza? ¿Creo que Él me ama o me dejo ir con tristeza, olvidando que soy un don? Y también: ¿estoy atento a no desperdiciar, soy responsable en el uso de las cosas, de los bienes? ¿Y estoy dispuesto a compartirlos con los otros o soy un egoísta? Finalmente: ¿considero a los más frágiles como dones valiosos que Dios me pide que custodie? ¿Me acuerdo de los pobres, de quién está privado de lo necesario?

Que nos ayude María, Mujer de las bienaventuranzas, a testimoniar la alegría de que la vida es un don y la belleza de hacernos don.

 



Después del Ángelus

¡Queridos hermanos y hermanas!

Con gran dolor recibo las noticias que llegan desde Tierra Santa, en particular de la muerte de diez palestinos, entre los cuales una mujer, muertos durante las acciones militares israelíes de antiterrorismo en Palestina; y de lo sucedido cerca de Jerusalén el viernes por la noche, cuando un palestino mató a siete judíos israelíes y otro hirió a tres a la salida de la sinagoga. La espiral de muerte que aumenta cada día no hace otra cosa que cerrar los pocos destellos de confianza que hay entre los dos pueblos. Desde el inicio del año decenas de palestinos han muerto en los tiroteos con el ejército israelí. Hago un llamamiento a los dos Gobiernos y a la Comunidad internacional, para que se encuentren, enseguida y sin demora, otros caminos, que incluyan el diálogo y la búsqueda sincera de la paz. ¡Recemos por esto, hermanos y hermanas!

Renuevo mi llamamiento por la grave situación humanitaria en el corredor de Lachín, en el Cáucaso Meridional. Estoy cerca de todos aquellos que, en pleno invierno, están obligados a hacer frente a estas condiciones deshumanas. Es necesario realizar todo esfuerzo a nivel internacional para encontrar soluciones pacíficas por el bien de las personas.

Se celebra hoy la 70ª Jornada mundial de los enfermos de lepra. Lamentablemente, el estigma vinculado a esta enfermedad sigue provocando graves violaciones de los derechos humanos en distintas partes del mundo. Expreso mi cercanía a los que la sufren y aliento al empeño por la plena integración de estos hermanos y hermanas nuestros. 

Dirijo mi saludo a todos vosotros, venidos desde Italia y de otros países. Saludo al grupo de quinceañeras de Panamá y a los estudiantes de Badajoz, en España. Saludo a los peregrinos de Moiano y Monteleone de Orvieto, a los de Acqui Terme y a los chicos del grupo Agesci Cercola Primo.

¡Y ahora con gran afecto saludo a los chicos y las chicas de Acción Católica de la diócesis de Roma! Habéis venido en la “Caravana de la Paz”. Os doy las gracias por esta iniciativa, más valiosa este año porque, pensando en la martirizada Ucrania, nuestro esfuerzo y nuestra oración por la paz deben ser todavía más fuertes. Pensemos en Ucrania y recemos por el pueblo ucraniano, tan maltratado. Escuchemos ahora el mensaje que vuestros amigos, aquí junto a mí, nos leerán.

[Lectura del mensaje]

Queridos hermanos y hermanas, pasado mañana partiré para un viaje apostólico en la República Democrática del Congo y en la República de Sudán del Sur. Doy las gracias a las autoridades civiles y a los obispos locales por las invitaciones y por los preparativos de estas visitas, saludo con afecto a esas queridas poblaciones que me esperan.

Esas tierras están probadas por largos conflictos: la República Democrática del Congo sufre, sobre todo en el este del país, por los enfrentamientos armados y por la explotación; mientras que Sudán del Sur, desgarrado por años de guerra, no ve la hora de que terminen las violencias constantes que obligan a tantas personas a vivir desplazadas y en condiciones de gran penuria. A Sudán del Sur llegaré con el arzobispo de Canterbury y el moderador de la Asamblea General de la Iglesia de Escocia: viviremos así juntos, como hermanos, una peregrinación ecuménica de paz.

Os pido a todos, por favor, que me acompañéis en este viaje con la oración.

Y os deseo a todos un feliz domingo. Y por favor no os olvidéis de rezar por mí. Buen almuerzo y hasta pronto. 

Fuente: vatican.va

1/27/23

El poema del amor divino

4.º domingo del tiempo ordinario (ciclo A)


Evangelio (Mt 5, 1-12)

Al ver Jesús a las multitudes, subió al monte; se sentó y se le acercaron sus discípulos; y abriendo su boca les enseñaba diciendo:

—Bienaventurados los pobres de espíritu, porque suyo es el Reino de los Cielos.

»Bienaventurados los que lloran, porque serán consolados.

»Bienaventurados los mansos, porque heredarán la tierra.

»Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque quedarán saciados.

»Bienaventurados los misericordiosos, porque alcanzarán misericordia.

»Bienaventurados los limpios de corazón, porque verán a Dios.

»Bienaventurados los pacíficos, porque serán llamados hijos de Dios.

»Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque suyo es el Reino de los Cielos.

»Bienaventurados cuando os injurien, os persigan y, mintiendo, digan contra vosotros todo tipo de maldad por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo: de la misma manera persiguieron a los profetas de antes de vosotros.

Comentario

El Evangelio de este domingo recoge uno de los pasajes más sorprendentes y nucleares de la predicación de Jesús: las bienaventuranzas, que son con su lenguaje paradójico una enseñanza sobre la verdadera felicidad que todos los hombres buscan. San Josemaría las definía como “un poema del amor divino”[1]. De hecho, como explica el Papa Francisco, “las bienaventuranzas son el retrato de Jesús, su forma de vida; y son el camino de la verdadera felicidad, que también nosotros podemos recorrer con la gracia que nos da Jesús”[2]. Mateo nos muestra al Maestro en el monte, predicando con autoridad y majestad. Mezclados entre la muchedumbre, hoy podemos sentir como dirigidas a nosotros sus palabras.

“Bienaventurados los que lloran, porque serán consolados”. Cuando un cristiano procura imitar al Maestro, “experimenta la íntima relación entre Cruz y Resurrección”[3], como explicaba Benedicto XVI. Unidos a Cristo, adquirimos la fuerza para transformar el sufrimiento en amor redentor. Tenemos entonces la misma alegría que vivió el Señor en su Pasión, porque con ella nos alcanzaba el don del Espíritu Santo y nos abría las puertas del Cielo. Con esta esperanza y consuelo, el cristiano es consuelo para los demás; “puede atreverse a compartir el sufrimiento ajeno y deja de huir de las situaciones dolorosas”, nos dice el Papa Francisco[4].

“Bienaventurados los pobres de espíritu”. En la vida de un cristiano la pobreza no es opcional: sin ella no se es discípulo ni tampoco dichoso. Todos hemos de vivirla como el Maestro. Y para encarnar la pobreza en medio del mundo, san Josemaría recomendaba: “te aconsejo que contigo seas parco, y muy generoso con los demás; evita los gastos superfluos por lujo, por veleidad, por vanidad, por comodidad...; no te crees necesidades”[5]. Frente a un clima general de consumismo, es necesario revisar con frecuencia si estamos desprendidos de las cosas que usamos; si vivimos ligeros de equipaje para seguir de cerca a Jesús y empezar a poseer “el Reino de Dios”. Si vivimos la pobreza sabremos cuidar también con generosidad de los demás y en especial de los pobres y los que pasan necesidad, a los que nunca veremos con indiferencia.

“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia”. En la opulencia de los ricos y saciados no hay sitio para Dios y los demás. En cambio, quienes viven con sobriedad y templanza empiezan a “ser saciados” por Dios. Se trata de disfrutar de los bienes terrenos con agradecimiento, pero de forma que nos lleven a desear los bienes espirituales. Esta bienaventuranza nos invita también a trabajar con confianza en la providencia: mientras procuramos ganar con rectitud el sustento necesario, mantenemos la serenidad ante las posibles estrecheces, porque Dios nunca abandona a sus hijos.

Por último, “Bienaventurados cuando os injurien, os persigan y, mintiendo, digan contra vosotros todo tipo de maldad por mi causa”. Nuestra coherencia de cristianos corrientes puede chocar o molestar a otros. Pero hemos de ser valientes para reflejar con nuestra conducta recta el Rostro amable de Jesús que todas las personas buscan. En esto podemos seguir el consejo que daba san Pedro a los primeros cristianos: “si tuvierais que padecer por causa de la justicia, bienaventurados vosotros: No temáis ante sus intimidaciones, ni os inquietéis, sino glorificad a Cristo Señor en vuestros corazones, siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza; pero con mansedumbre y respeto, y teniendo limpia la conciencia, para que quienes calumnian vuestra buena conducta en Cristo, queden confundidos en aquello que os critican” (1Pedro 3,14-18). En resumen, y en contra de lo que pueda parecer, nuestra dicha no radica en la posesión ilimitada de bienes. Tampoco en conseguir a toda costa la aprobación ajena. La felicidad está más bien en la identificación con Cristo.

Fuente: opusdei.org


No digas que es falta de tiempo cuando es falta de interés

Redacción de refugiodelalma

Rodearte de gente que te aprecia, que te guarda un lugar y que quiere estar en tu vida, será la base para sentirte agusto y establecer relaciones verdaderas

Seguramente muchas veces has dejado de hacer algo porque te ponías como excusa que no tenías tiempo. Lo cierto es que, cuando algo realmente nos interesa, sacamos tiempo de donde haga falta. Por eso, se dice que el interés es una emoción asociada a la motivación, y eso es una gran realidad. Si bien el interés es una emoción catalogada como positiva, también es cierto que debemos aprender a gestionarla, porque mal llevada, puedes convertirse en una emoción negativa que nos perjudique.

Una circunstancia que suele ser muy común para utilizar esta excusa del tiempo es en una relación, ya puede ser de pareja o de amistad, pero cuando alguien no tiene tiempo para estar con la otra persona, lo que en verdad tiene es falta de interés. ¿Cuánto tiempo puede llevar mandar un mensaje o hacer una llamada? Incluso tomar una taza de café puede ser una opción para ver a aquella persona que tanto deseas y que no afecte demasiado a tu día a día.

El caso es que, tanto si eres tú el que dice no tener tiempo para cuidar a sus relaciones, o como si eres la persona que se queda esperando a que la llamen, te aconsejamos que hagas frente a la verdad. Y la verdad es que la falta de tiempo no existe. Si quieres, sabes que puedes encontrar tiempo para lo que sea. Esperar a que alguien que queremos nos llame o nos avise para prestarnos su tiempo puede ser algo devastador. Y es que, aunque queramos engañarnos, lo más probable es que esa persona no tenga interés en nosotros.

Acepta que no hay interés

Por el mundo hay mucha gente que no es capaz de hacer frente a sus decisiones. Si caemos en las redes de una persona así, podemos sufrir mucho esperando una atención que nunca obtenemos. Y no olvidemos que si alguien puede salir perjudicados somos nosotros y nuestra autoestima, así que aunque duela, tienes que saber trabajar la inteligencia emocional y ser más reflexivo con lo que te rodea cuando te encuentres ante una situación de esas características.

Lo cierto es que, como bien dicen, la atención no se pide, por lo que si alguien nos valora y quiere pasar tiempo con nosotros, lo más habitual es que salga de la persona en cuestión, y no que tengamos que andar mendigando su tiempo. Aunque puede ser doloroso, lo mejor es aceptarlo. Cuando lo hagamos para nada tenemos que sentirnos culpables, porque desde luego no es así. Lo mismo esa persona no era quien tú creías, no era esa amistad verdadera que todos queremos tener. Lo que debemos hacer es valorarnos a nosotros mismos, trabajar sobre nuestro amor propio porque eso será clave para salir de esta situación en la que, decidamos estar solo con quien tenga ganas de estar con nosotros.

Cuanto más alarguemos la espera más sufriremos y correremos los riesgos de la autoestima baja, así que hemos de ser conscientes de que somos personas válidas, y que merecemos atención y sobre todo, sinceridad. Justificar al otro pensando que en realidad no tiene tiempo para hacer lo que desea es engañarnos a nosotros mismos y darnos menos valor que el que realmente merecemos.

Disfruta del tiempo de calidad

Andar mendigando el tiempo de los demás es algo que nos perjudica enormemente. De hecho, cuando conseguimos pasar tiempo con la persona en cuestión, lo más normal es que no sea algo real, sino que sea un tiempo de caridad que en nada nos beneficia. En este caso, es mejor apostar por el tiempo de calidad, el tiempo que llena.

Como somos seres sociales, necesitamos de los demás para vivir en armonía. Tener relaciones es bueno, porque ya sabemos que la amistad es una gran fuente de felicidad, pero es preciso saber elegir las adecuadas. Reconocer a aquellos que te quieren y te valoran es realmente sencillo. Así que lo mejor será que descubras cómo identificar a una persona tóxica para alejarte de ella porque ese es el punto en el que te puedes encontrar. Solo tienes que fijarte en los detalles y saber quien está dispuesto a pasar tiempo contigo, solo por el placer de tu compañía.

Cuando nos rodeamos de verdaderas relaciones, en las que cuidar del otro y disfrutar juntos es lo primordial, sentiremos esa paz de estar junto donde debemos estar. Rodearte de gente que te aprecia, que te guarda un lugar y que quiere estar en tu vida, será la base para sentirte agusto y establecer relaciones verdaderas.

No tengas miedo a echar a las personas de tu vida que no te merecen. Y es que, pasar tiempo contigo es lo mínimo que debe desear alguien que quiera tener una relación de amistad o de amor contigo. Si detectas que la persona no para de darte largas, será el momento de valorarte, tomar las riendas de tu vida, y echar aquello que te hace sentir insignificante.

Fuente: refugiodelalma.com/

1/26/23

“Aprendan a hacer el bien”

Homilía del Papa en la fiesta de la Conversión de S. Pablo


Frente a las diversas formas de desprecio y racismo; frente a la comprensión errónea e indiferente y a la violencia sacrílega, la Palabra de Dios nos amonesta: ‘¡Aprendan a hacer el bien! ¡Busquen el derecho!’ (Is 1,17). En efecto, no es suficiente denunciar; es necesario también renunciar al mal, pasar del mal al bien. La amonestación, por tanto, está encaminada a nuestro cambio”, señaló el Papa Francisco.

El Santo Padre ha presidido hoy, 25 de enero de 2023, la celebración de las segundas vísperas en la fiesta de la Conversión de san Pablo Apóstol, desde la Basílica de San Pablo Extramuros. Esta celebración constituye la última de las actividades de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, celebrada del 18 al 25 de enero.

A continuación, sigue el texto completo de la homilía del Papa.

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Homilía del Santo Padre

Acabamos de escuchar la Palabra de Dios que ha marcado esta Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos. Son palabras fuertes, tan fuertes que podrían parecer inoportunas mientras tenemos la alegría de encontrarnos como hermanos y hermanas en Cristo para celebrar una liturgia solemne de alabanza en su honor. No faltan hoy noticias tristes y preocupantes, por lo que con gusto prescindiríamos de los “reproches sociales” de la Escritura. Y aún así, si prestamos atención a las inquietudes del tiempo en que vivimos, con mayor razón hemos de interesarnos en lo que hace sufrir al Señor, por quien vivimos. Y si nos hemos reunido en su nombre, no podemos más que poner al centro su Palabra, que es profética. En efecto, Dios, con la voz de Isaías, nos amonesta y nos invita al cambio. Amonestación y cambio son las dos palabras sobre las que quisiera proponerles algunas ideas esta tarde.

  1. Amonestación. Volvamos a escuchar algunas palabras divinas: “Cuando ustedes vienen a ver mi rostro, […] no me sigan trayendo vanas ofrendas; […] cuando extienden sus manos, yo cierro los ojos; por más que multipliquen las plegarias, yo no escucho” (Is1,12.13.15). ¿Qué es lo que suscita la indignación del Señor, al punto de reclamarle al pueblo que tanto ama con ese tono tan furioso? El texto nos revela dos motivos. En primer lugar, Él critica el hecho de que, en su templo, en su nombre, no se cumple lo que Él quiere. No quiere ni incienso ni ofrendas, sino que el oprimido sea socorrido, que se haga justicia al huérfano, que se defienda a la viuda (cf. v. 17). En la sociedad del tiempo del profeta, se había difundido la tendencia —lamentablemente siempre actual— de considerar que los bendecidos por Dios eran los ricos y aquellos que hacían muchas ofrendas, despreciando a los pobres. Pero esto es malinterpretar completamente al Señor. Jesús llama bienaventurados a los pobres (cf. Lc 6,20), y en la parábola del juicio final se identifica con los que tienen hambre, los que tienen sed, los que están de paso, los necesitados, los enfermos y los encarcelados (cf. Mt 25,35-36). Este es el primer motivo de la indignación: Dios sufre cuando nosotros, que nos decimos ser fieles suyos, anteponemos nuestra visión a la suya; seguimos los criterios de la tierra antes que los del cielo, conformándonos con la ritualidad exterior y quedándonos indiferentes delante de aquellos que más le importan a Él. Por tanto, Dios siente dolor, podríamos decir, por nuestra comprensión errónea e indiferente.

Además de esto, hay un segundo motivo, más grave, que ofende al Altísimo: la violencia sacrílega. Él dice: “¡No puedo aguantar el delito y la fiesta! […] ¡las manos de ustedes están llenas de sangre! […] ¡Aparten de mi vista la maldad de sus acciones!” (Is 1,13.15.16). El Señor está “enfadado” por la violencia cometida contra el templo de Dios que es el hombre, mientras es honrado en los templos construidos por el hombre. Podemos imaginar con cuánto sufrimiento ha de presenciar guerras y acciones violentas realizadas por quien se profesa cristiano. Viene a la mente aquel episodio en el que un santo, con el fin de protestar contra la crueldad del rey, fue a verlo durante la Cuaresma para ofrecerle carne. Cuando el soberano, en nombre de su religiosidad, la rechazó indignado, el hombre de Dios le preguntó por qué le daba escrúpulo comer carne animal, cuando en cambio no titubeaba en entregar a la muerte a hijos de Dios.

Fuente: exaudi.org

1/25/23

La pasión por la evangelización: el celo apostólico del creyente

El Papa en la Audiencia General


Catequesis.  3. Jesús, maestro del anuncio

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El miércoles pasado reflexionamos sobre Jesús modelo del anuncio, sobre su corazón pastoral siempre dirigido a los demás. Hoy nos fijamos en Él como maestro del anuncio. Dejémonos guiar por el episodio en el que predica en la sinagoga de su pueblo, Nazaret. Jesús lee un pasaje del profeta Isaías (cfr. 61,1-2) y después sorprende a todos con una “predicación” muy breve, de una sola frase, una sola frase. Y dice así: «Esta escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido hoy» (Lc 4,21). Esta fue la predicación de Jesús: «Esta escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido hoy». Esto significa que para Jesús ese pasaje profético contiene lo esencial de lo que Él quiere decir de sí. Por tanto, cada vez que nosotros hablamos de Jesús, deberíamos recalcar su primer anuncio. Veamos entonces en qué consiste este primer anuncio. Se pueden identificar cinco elementos esenciales.

El primer elemento es la alegría. Jesús proclama: «El Espíritu del Señor sobre mí, […] me ha enviado para anunciar a los pobres la Buena Nueva» (v. 18), es decir un anuncio de leticia, de alegría. Buena Nueva: no se puede hablar de Jesús sin alegría, porque la fe es una estupenda historia de amor para compartir. Testimoniar a Jesús, hacer algo por los otros en su nombre, es decir entre las líneas de la vida haber recibido un don tan hermoso que ninguna palabra basta para expresarlo. Sin embargo, cuando falta la alegría, el Evangelio no pasa, porque este ―lo dice la palabra misma― es buena nueva, y Evangelio quiere decir buena nueva, anuncio de alegría. Un cristiano triste puede hablar de cosas muy hermosas, pero todo es vano si el anuncio que transmite no es alegre. Decía un pensador: “un cristiano triste es un triste cristiano”: no olvidar esto.

Vamos al segundo aspecto: la liberación. Jesús dice que ha sido enviado «a proclamar la liberación a los cautivos» (ibid.). Esto significa que quien anuncia a Dios no puede hacer proselitismo, no, no puede presionar a los otros, sino aligerarlos: no imponer pesos, sino aliviar de ellos; llevar paz, no llevar sentimientos de culpa. Cierto, seguir a Jesús conlleva una ascesis, conlleva sacrificios; por otro lado, si cualquier cosa hermosa lo requiere, ¡mucho más la realidad decisiva de la vida! Pero quien testimonia a Cristo muestra la belleza de la meta, más que la fatiga del camino. Nos habrá sucedido contarle a alguien sobre un bonito viaje que hemos hecho. Por ejemplo, habremos hablado de la belleza de los lugares, de lo que hemos visto y vivido, no del tiempo que tardamos en llegar ni de las colas del aeropuerto, ¡no! Así cada anuncio digno del Redentor debe comunicar liberación. Como el de Jesús. Hoy hay alegría, porque he venido a liberar.

Tercer aspecto: la luz. Jesús dice que ha venido a traer «la vista a los ciegos» (ibid.). Llama la atención que, en toda la Biblia, antes de Cristo, nunca aparece la curación de un ciego, nunca. De hecho, era un signo prometido que llegaría con el Mesías. Pero aquí no se trata solo de la vista física, sino de una luz que hace ver la vida de forma nueva. Hay un “venir a la luz”, un renacimiento que sucede solo con Jesús. Si lo pensamos, así empezó para nosotros la vida cristiana: con el Bautismo, que antiguamente se llamaba precisamente “iluminación”. ¿Y qué luz nos dona Jesús? Nos trae la luz de la filiación: Él es el Hijo amado del Padre, viviente para siempre; y con Él también nosotros somos hijos de Dios amados para siempre, a pesar de nuestros errores y defectos. Entonces la vida ya no es un ciego avanzar hacia la nada, no: no es cuestión de suerte o fortuna. No es algo que dependa de la casualidad o de los astros, y tampoco de la salud o de las finanzas, no. La vida depende del amor, del amor del Padre, que cuida de nosotros, sus hijos amados. ¡Qué hermoso es compartir con los otros esta luz! ¿Habéis pensado que la vida de cada uno de nosotros ―mi vida, tu vida, nuestra vida― es un gesto de amor? ¿Es una invitación al amor? ¡Esto es maravilloso! Pero muchas veces lo olvidamos, frente a las dificultades, a las malas noticias, también frente ―y esto es feo― a la mundanidad, la forma de vivir mundana.

Cuarto aspecto del anuncio: la sanación. Jesús dice que ha venido «para dar libertad a los oprimidos» (ibid.)Oprimido es quien en la vida se siente aplastado por algo que sucede: enfermedades, fatigas, angustias, sentimientos de culpa, errores, vicios, pecados… Oprimidos por esto: pensemos, por ejemplo, en los sentimientos de culpa por eso, por lo otro… Lo que nos oprime, sobre todo, es precisamente ese mal que ninguna medicina o remedio humano puede resanar: el pecado. Y si uno tiene sentido de culpa por algo que ha hecho, y este se siente mal… Pero la buena noticia es que con Jesús este mal antiguo, el pecado, que parece invencible, ya no tiene la última palabra. Yo puedo pecar porque soy débil. Cada uno de nosotros puede hacerlo, pero esta no es la última palabra. La última palabra es la mano tendida de Jesús que nos levanta del pecado. Y padre, ¿esto cuándo lo hace?  ¿Una vez? No. ¿Dos? No. ¿Tres? No. Siempre. Cada vez que tú estás mal, el Señor siempre tiene la mano tendida. Solamente hay que aferrarse y dejarse llevar. La buena noticia es que con Jesús este mal antiguo ya no tiene la última palabra: la última palabra es la mano tendida de Jesús que te lleva adelante. Jesús nos sana del pecado siempre. ¿Y cuánto debo pagar por la sanación? Nada. Nos sana siempre y gratuitamente. Invita a los que están «fatigados y sobrecargados» ―lo dice el Evangelio― a ir a Él (cfr. Mt 11,28). Y entonces acompañar a alguien al encuentro con Jesús es llevarle al médico del corazón, que levanta la vida. Es decir: “Hermano, hermana, yo no tengo respuesta a muchos de tus problemas, pero Jesús te conoce, Jesús te ama, te puede sanar y serenar el corazón”. Quien lleva pesos necesita una caricia sobre el pasado. Muchas veces oímos: “Pero yo necesitaría sanar mi pasado… necesito una caricia sobre ese pasado que me pesa tanto…”. Necesita perdón. Y quien cree en Jesús tiene precisamente eso para donar a los otros: la fuerza del perdón, que libera el alma de toda deuda. Hermanos, hermanas, no lo olvidéis: Dios lo olvida todo. ¿Por qué? Sí, olvida todos nuestros pecados, de ellos no tiene memoria. Dios perdona todo porque olvida nuestros pecados. Solamente hay que acercarse al Señor y Él nos perdona todo. Pensad en algo del Evangelio, de ese que ha empezado a hablar: “¡Señor, he pecado!”. Ese hijo… Y el padre le pone la mano en la boca. “No, está bien, nada…”. No le deja terminar...Y esto es hermoso. Jesús nos espera para perdonarnos, para resanarnos. ¿Y cuánto? ¿Una vez? ¿Dos veces? No. Siempre. “Pero padre, yo hago las mismas cosas siempre…”. Y también él hará las mismas cosas siempre: perdonarte, abrazarte. Por favor, no desconfiemos de esto. Así se ama al Señor. Quien lleva pesos y necesita una caricia sobre el pasado, necesita perdón, que sepa que Jesús lo hace. Y es esto lo que da Jesús: liberar el alma de toda deuda. En la Biblia se habla de un año en el que se era liberado del peso de las deudas: el Jubileo, el año de gracia. Es como el último punto del anuncio.

Jesús, de hecho, dice que ha venido «a proclamar un año de gracia del Señor» (Lc 4,19). No era un jubileo programado, como los que estamos haciendo ahora, que todo está programado y se piensa en qué hacer, qué no hacer… No. Pero con Cristo la gracia que hace nueva la vida llega y asombra siempre. Cristo es el Jubileo de cada día, de cada hora, que se acerca a ti, para acariciarte, para perdonarte. Y el anuncio de Jesús debe llevar siempre el asombro de la gracia. Este asombro… “No me lo puedo creer, he sido perdonado, he sido perdonada”. ¡Pero tan grande es nuestro Dios! Porque no somos nosotros los que hacemos grandes cosas, sino que es la gracia del Señor que, también a través de nosotros, realiza cosas imprevisibles. Y estas son las sorpresas de Dios.  Dios es un maestro de las sorpresas. Siempre nos sorprende, siempre nos espera. Nosotros llegamos y Él está esperando. Siempre. El Evangelio va acompañado de un sentido de maravilla y de novedad que tiene un nombre: Jesús.

Él nos ayude a anunciarlo como desea, comunicando alegría, liberación, luz, sanación y asombro. Así se comunica Jesús.

Una última cosa: esta buena nueva, que dice el Evangelio, está dirigida «a los pobres» (v. 18). A menudo nos olvidamos de ellos, sin embargo, son destinatarios mencionados explícitamente, porque son los predilectos de Dios. Acordémonos de ellos y recordemos que, para acoger al Señor, cada uno de nosotros debe hacerse “pobre dentro”. Con esa pobreza que hace decir: “Señor necesito perdón, necesito ayuda, necesito fuerza”. Esta pobreza que todos nosotros tenemos: hacerse pobre dentro. Se trata de vencer toda pretensión de autosuficiencia para saberse necesitado de gracia, y siempre necesitado de Él. Si alguien me dice: Padre, pero ¿cuál es la vía más breve para encontrar a Jesús? Hazte necesitado. Hazte necesitado de gracia, necesitado de perdón, necesitado de alegría. Y Él se acercará a ti.


 

Saludos

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Hoy celebramos la Conversión del apóstol san Pablo y concluimos la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos. En este día tan especial, pidamos a Jesús maestro que nos enseñe a ser artesanos de comunión, anunciándolo con alegría y sencillez de corazón. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.

Fuente: vatican.va


 

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 Enrique García-Máiquez