10/31/20

Sobre las indulgencias plenarias para los fieles difuntos en la actual situación de pandemia

Decreto de la Penitenciaría Apostólica


Este año, en las circunstancias actuales debidas a la pandemia de "covid-19", las indulgencias plenarias para los fieles fallecidos se prorrogarán durante todo el mes de noviembre, con la adecuación de las obras y condiciones para garantizar la seguridad de los fieles.

Esta Penitenciaría Apostólica ha recibido muchas peticiones de los sagrados pastores solicitando que este año, a causa de la epidemia de "covid-19", se conmutaran las obras piadosas para obtener las indulgencias plenarias aplicables a las almas del purgatorio, según el Manual de Indulgencias (conc. 29, § 1). Por este motivo la Penitenciaría Apostólica, por mandato especial de Su Santidad el Papa Francisco, establece de muy buen grado y decide que este año, para evitar las aglomeraciones donde están prohibidas:

a. La indulgencia plenaria para los que visiten un cementerio y recen por los difuntos aunque sólo sea mentalmente, establecida por regla general sólo en días concretos del 1 al 8 de noviembre, podrá ser trasladada a otros días del mismo mes hasta que acabe. Estos días, elegidos libremente por los fieles, también pueden ser independientes entre sí.

b. la indulgencia plenaria del 2 de noviembre, establecida con ocasión de la conmemoración de Todos los Fieles Difuntos para los que visiten piadosamente una iglesia u oratorio y reciten allí el "Padre Nuestro" y el "Credo", puede ser transferida no sólo al domingo anterior o posterior o al día de la solemnidad de Todos los Santos, sino también a otro día del mes de noviembre, libremente elegido por cada uno de los fieles.

Los ancianos, los enfermos y todos aquellos que por motivos graves no puedan salir de casa, por ejemplo a causa de las restricciones impuestas por la autoridad competente para el tiempo de la pandemia, con el fin de evitar que numerosos fieles se aglomeren en los lugares sagrados, podrán obtener la indulgencia plenaria siempre que se unan espiritualmente a todos los demás fieles, completamente desapegados del pecado y con la intención de cumplir cuanto antes las tres condiciones habituales (confesión sacramental, comunión eucarística y oración según las intenciones del Santo Padre), ante una imagen de Jesús o de la Santísima Virgen María, recen oraciones piadosas por los difuntos, por ejemplo, laudes y vísperas del Oficio de Difuntos, el rosario mariano, la corona de la Divina Misericordia, otras oraciones por los difuntos más apreciadas por los fieles, o se dediquen a la lectura meditada de alguno de los pasajes del Evangelio propuestos por la liturgia de los difuntos, o realicen una obra de misericordia ofreciendo a Dios los dolores y las dificultades de su propia vida.

Para facilitar la obtención de la gracia divina por medio de la caridad pastoral, esta Penitenciaría ruega encarecidamente a todos los sacerdotes con facultades adecuadas que se ofrezcan con particular generosidad a la celebración del sacramento de la Penitencia y administren la santa comunión a los enfermos.

Sin embargo, en lo que respecta a las condiciones espirituales para la plena consecución de la indulgencia, se recuerda que hay que recurrir a las indicaciones ya emanadas en la nota "Sobre el sacramento de la penitencia en la actual situación de pandemia", emitida por esta Penitenciaría Apostólica el 19 de marzo de 2020.

Por último, puesto que las almas del Purgatorio son ayudadas por los sufragios de los fieles y especialmente por el sacrificio del altar agradable a Dios (cf. Conc. Tr. Sess. XXV, Decr. De Purgatorio), se invita encarecidamente a todos los sacerdotes a celebrar tres veces la santa misa el día de la Conmemoración de Todos los fieles Difuntos, de acuerdo con la Constitución Apostólica "Incruentum Altaris", promulgada por el Papa Benedicto XV, de venerada memoria, el 10 de agosto de 1915.

Este decreto es válido para todo el mes de noviembre. No obstante cualquier disposición en contrario.

Dado en Roma, desde la sede de la Penitenciaría Apostólica, el 22 de octubre de 2020, memoria de San Juan Pablo II.

Maurus. Card. Piacenza
Paenitentiarius Maior

Christophorus Nykiel
Regens

10/30/20

Santos y alegres

Monseñor Enrique Díaz Díaz


Apocalipsis 7, 2-4. 9-14: “Vi una muchedumbre tan grande, que nadie podía contarla. Eran individuos de todas las naciones y razas, de todos los pueblos y lenguas”. 

Salmo 23: “Esa es la clase de hombres que te buscan, Señor”. 

I San Juan 3, 1-3: “Veremos a Dios tal cual es”. 

San Mateo 5, 1-12: “Alégrense y salten de contento, porque su premio será grande en los cielos”.

La propuesta y la lógica de Jesús va contra la propuesta y la lógica del mundo. “Ser santo” era el anhelo y el sueño que se trataba de grabar en el corazón de los pequeños y los jóvenes de hace ya algunos años. Quizás en nuestro mundo ya no se escuche este anhelo. Y sin embargo ésta sigue siendo la propuesta seria de Jesús. No se trata de esa santidad estirada, fría y a veces hasta inhumana, con que se acostumbra presentar a muchos de los santos.

La invitación de Jesús a ser santos tiene mucho que ver con la vida diaria, con el compromiso con los hermanos y con la verdadera felicidad. Ser santo es alegría, dinamismo y fuerza en la búsqueda de la verdad.

Se podría resumir en el Sermón del la Montaña cuyo pórtico, las Bienaventuranzas, nos ofrece hoy el pasaje de San Mateo. Dejando de lado la felicidad como era presentada con frecuencia en el Antiguo Testamento que unía una vida justa con riquezas, salud y larga vida, Cristo nos presenta nuevas pistas que conducen a la verdadera felicidad.

Las Bienaventuranzas declaran dichosas a personas consideradas, de ordinario, malditas o desgraciadas. La primera de ellas resume en cierta manera a las demás: “Dichosos los pobres de espíritu”, o sea,  los que han puesto su confianza en el Señor.

Después cada bienaventuranza es una proclamación mesiánica, un anuncio de que el Reino ha llegado para aquellos que tienen el corazón limpio y buscan la justicia. Ser santo hoy es vivir plenamente las Bienaventuranzas que nos propone Jesús. Esto lo ha expresado de muchas maneras y enfáticamente el Papa Francisco en “Gaudete et exultate”,  proponiendo una santidad cercana, de casa, pero llena de la presencia de Dios.

El Antiguo Testamento llama a Dios “el único y verdaderamente Santo”, expresando sobre todo su trascendencia, su completa separación de lo humano. Sin embargo, siempre surge la invitación a “ser santos como Dios es santo”. Israel se considera un pueblo santo, pero en el sentido de estar “separado” de los demás. Expresa su santidad sobre todo en el culto a Dios, sus sacrificios…

Pero con frecuencia cae en el pecado y los profetas le exigen la verdadera santidad: el culto que Dios quiere es la fidelidad y el amor, traducidos en justicia, verdad y amor al hermano. Cristo es llamado “el Santo de Dios”, hace la voluntad de su Padre y está lleno del Espíritu Santo. Siendo hombre, está lleno de santidad. Pero Cristo mismo nos llama también a cada uno de nosotros a ser santos, a parecernos a nuestro Padre Dios: “sean misericordiosos como su Padre Celestial es misericordioso”.

Y en las bienaventuranzas nos expone su carta magna que nos llevará a alcanzar la verdadera santidad. En las Bienaventuranzas aparece claro que Dios es muy cercano al hombre, al que sufre, a los que tienen hambre y sed de justicia, a los que lloran y son despreciados.

Dios no es insensible al sufrimiento humano. Dios no es apático, sufre donde sufre el amor. A nuestro mundo, que sí es indiferente y que ha perdido la capacidad de percibir el sufrimiento humano, Cristo le propone las Bienaventuranzas como camino de felicidad.

La vida está sembrada de problemas y conflictos, y sin embargo podemos decir que “la felicidad interior” es una señal de que alguien sabe vivir plenamente y que sólo son felices quienes saben amar.

Las Bienaventuranzas nos invitan a preguntarnos si tenemos la vida bien planeada: ¿Qué sucedería si yo aceptara vivir con un corazón más sencillo, sin tanto afán de seguridad, con más limpieza interior, compartiendo el dolor con los que sufren y depositando mi confianza en un Dios que me ama de manera incondicional?

¿En qué creer: en las bienaventuranzas que me propone Jesús o en los reclamos de nuestra sociedad?  Si realmente somos discípulos descubriremos que somos más felices cuando amamos, aun con dolor, que cuando no amamos y por lo tanto no sufrimos. Ser cristiano es buscar la felicidad, la verdadera felicidad, que comienza aquí y que alcanzará su plenitud en el encuentro final con Dios.

Si Cristo nos presenta las Bienaventuranzas como Buena Noticia quiere decir que  su mensaje no es algo hueco o vacío, sino una realidad presente en nuestro ambiente. Ya hay en nuestro mundo frutos y signos de la Buena Noticia. Debemos descubrirlos. Ya hay “santos” en medio de nosotros y podemos reconocerlos.

En este mundo podemos vivir la santidad, en nuestra realidad concreta. Y los santos, en el verdadero sentido de la palabra, son ejemplos que nos ayudan en este camino de seguimiento. Son modelo, testimonio y ayuda para sostenernos en nuestras luchas. Pero no son amuleto ni una especie de talismán para tener suerte en la vida. Son mucho más, no son Dios, pero nos acercan a Dios.

Hoy, al recordar la fiesta de todos los santos, dejemos que las Bienaventuranzas arraiguen en nosotros. Demos crédito a las palabras de Jesús. Es necesario dejarnos transformar por ellas; creer en los pobres, en los hambrientos, en los que lloran, en los misericordiosos, en los que trabajan por la justicia, en los limpios de corazón, en los desposeídos, en los que trabajan por la paz. Creer que estoy llamado a la santidad, a la vida, a ser hijo de Dios. Creer que Jesús me acompaña en este camino de santidad. 

Padre Bueno, que otorgas a tu Iglesia la alegría de celebrar los méritos y la gloria de todos los santos, concede a tu pueblo dejarse guiar por Jesús en el camino de la verdadera santidad y vivir cada día las Bienaventuranzas. Amén.

10/29/20

La iglesia que arde sí ilumina

 Pedro María Reyes



Siempre vamos a tener persecuciones en la tierra, pero será por fidelidad al mandato del Señor y no por motivos humanos, y los perseguidores recibirán el ejemplo de nuestra actitud

La única iglesia que ilumina es la que arde. Esta expresión, que se atribuye al revolucionario ruso Piotr Kropotkin (1842-1921) ha sido gritada demasiadas veces en los 100 años que hace que se pronunció por vez primera. Lamentablemente muchas veces no ha sido una simple puesta en escena, sino que desde entonces han ardido miles de iglesias en todo el mundo a manos de violentas turbas que aplaudían y coreaban rítmicamente esta frase. La última vez hace unos días en Santiago de Chile.

Lo que está ocurriendo en Santiago no es novedad: desde la muerte de San Esteban las persecuciones han acompañado a los cristianos hasta el día de hoy. El Señor ya se lo anunció a los Apóstoles (cf. Mc 10, 29-30), y desde que a Kropotkin se le ocurrió esa frase son muchos los cristianos que han sufrido las consecuencias de esta ocurrencia, con el resultado de varios millones de muertos y muchos miles de iglesias iluminando el cielo con sus llamas.

Veía las imágenes que nos trae internet sobre los sucesos de Santiago y, mientras pedía perdón a Dios por esos hechos, reflexionaba sobre la actitud de un cristiano ante estos hechos. Esta mañana casualmente leí un texto de la Sagrada Escritura que me ayudó. San Pedro intenta consolar a los cristianos que sufrían persecuciones y les dice:

No les tengáis miedo ni os amedrentéis. Más bien, glorificad a Cristo el Señor en vuestros corazones, dispuestos siempre para dar explicación a todo el que os pida una razón de vuestra esperanza, pero con delicadeza y con respeto, teniendo buena conciencia, para que, cuando os calumnien, queden en ridículo los que atentan contra vuestra buena conducta en Cristo. Pues es mejor sufrir haciendo el bien, si así lo quiere Dios, que sufrir haciendo el mal (1Pe 3, 14-17).

Nuestra respuesta, por lo tanto, debe ser la que San Pedro aconsejó: dar explicación de nuestra fe con respeto y delicadeza y ser ejemplares en nuestra conducta «para que, cuando os calumnien, queden en ridículo los que atentan contra vuestra buena conducta en Cristo».

Y para ello lo primero es perdonar. «Los que perdonan de verdad no olvidan, pero renuncian a ser poseídos por esa misma fuerza destructiva que los ha perjudicado. Rompen el círculo vicioso, frenan el avance de las fuerzas de la destrucción. Deciden no seguir inoculando en la sociedad la energía de la venganza que tarde o temprano termina recayendo una vez más sobre ellos mismos» (Francisco, Enc. Fratelli tutti, n. 251).

Podemos decir que este consejo del Papa enlaza con lo que nos pide San Pedro: los cristianos desarmaremos a los que nos persiguen mediante nuestro perdón. Siempre vamos a tener persecuciones en la tierra (cf. Jn, 15, 18 y 20), pero será por fidelidad al mandato del Señor y no por motivos humanos, y los perseguidores recibirán el ejemplo de nuestra actitud. De este modo la iglesia que arde ciertamente iluminará, no con las llamas del fuego sino por el testimonio de los cristianos ante la sociedad.

Pedro María Reyes, en religion.elconfidencialdigital.com.


Carta abierta a diputados partidarios de la eutanasia

 Juan Moya



No somos nosotros los que debemos decidir quién no puede nacer (aborto) y quién no debe seguir viviendo (eutanasia). Arrogarse ese poder supone un desquiciamiento moral muy grande


Estimados señores diputados, escribirles esta carta puede ser una ingenuidad por mi parte y una pérdida de tiempo; también porque no tengo ningún ascendiente especial sobre ninguno de ustedes. Soy sacerdote y doctor en Medicina. Sin embargo, porque quiero creer en la nobleza y rectitud de conciencia de muchos hombres de bien −de los que no hay que excluir a nadie, mientras no se demuestre lo contrario− me animo a hacerlo.

La dedicación a la política y el encargo que ustedes desempeñan es de una gran responsabilidad, porque de cómo lo lleven a cabo dependerá hacer un gran bien, contribuyendo al bien común de la sociedad, o −Dios no lo quiera− un gran mal si no lo desempeñan con criterios adecuados.

La vida −queramos o no−, en último término la hemos recibido de Dios, a través de nuestros padres. Somos administradores, no dueños absolutos. Por eso no tenemos derecho a disponer de ella a nuestro antojo. No existe, no puede existir, el derecho a provocar la muerte propia o ajena. Lo que sí existe es el deber de respetar y cuidar toda vida humana, que no pierde su valor esencial por la enfermedad o la ancianidad. La existencia del hombre y la mujer se engrandece cuando sabemos vivir y morir con la dignidad inviolable de toda persona humana. Por el contrario se envilece si no sabemos o no queremos vivir y morir de acuerdo con esa dignidad. Además, al menos los cristianos reconocemos el valor sobrenatural del dolor y la enfermedad, unidos a la muerte de Jesucristo en la Cruz, que aceptó libremente para redimirnos y manifestarnos su amor incondicional.

¡No aprueben la mal llamada eutanasia, mal llamada porque provocar la muerte nunca será una "buena muerte" −que eso significa eutanasia−, sino todo lo contrario!. Mitigar el dolor, sí, sin caer en el ensañamiento terapéutico. Matar o pedir ser matado, no, nunca.

¿Han pensado seriamente el cargo de conciencia que les acompañará durante toda su vida si dan su voto a esa ley? ¿Quieren pasar a la historia como cooperadores necesario de la legalización del suicidio asistido y permitir, en la práctica, que algunos médicos, prostituyendo su profesión que es para curar o al menos aliviar, induzcan a recibirla a pacientes que aún podrían vivir años? ¿Son conscientes de la esquizofrenia que supone, en plena pandemia con miles de muertos, facilitar la muerte artificial de muchos más? ¿No les parece evidente que esa ley, de aprobarse, llevará inevitablemente a que algunos médicos irresponsables dejen de atender adecuadamente a enfermos de Covid?

¿Conocen ustedes algún otro país del mundo que cuando debería poner sus esfuerzos en sacarlo adelante, por la gravísima situación económica y sanitaria, dedique su tiempo a ensombrecer aún mucho más la esperanza de vida? ¿No se dan cuenta de que la verdadera compasión por el enfermo está en curar, aliviar, acompañarle a él y a su familia, tratarle con interés y afecto, facilitar la atención espiritual si el enfermo lo desea...? Nunca en quitarle la vida, aunque lo pidiera por el dolor o la angustia, que en gran parte desaparecería si se le atiende bien.

Quizás no se den cuenta de que constituirse en dueños de la vida y de la muerte no es algo que nos corresponda a nosotros, los hombres, sino a Dios. No somos nosotros los que debemos decidir quién no puede nacer (aborto) y quién no debe seguir viviendo (eutanasia). Arrogarse ese poder supone un desquiciamiento moral muy grande.

Debemos confiar que no pocos de ustedes sean capaces de reflexionar, y no dar su voto a una ley injusta e inicua, inhumana, materialista y atea. Sería la negación del 5º mandamiento, que a todos incumbe, no solo a los creyentes.

Como el no robar, no mentir, etc. Los Diez Mandamientos son válidos para todos los hombres de todas las épocas y creencias, porque se fundamentan en la dignidad de ser humano, que a la vez debe reconocer su condición de criatura, que no tiene en sí misma la razón de su existencia, sino en su Dios y Creador, al que tendremos que dar cuenta un día de todas nuestras acciones.

Pongan su esfuerzo en mejorar la medicina paliativa, que tanto ayuda a sobrellevar el dolor y la enfermedad. Tengan la satisfacción de poner los medios necesarios para ayudar a bien morir −lo contrario de la eutanasia− a muchas personas, que en realidad, como decía, no desean morir, sino ser bien atendidos, materialmente y humanamente. Identifíquense con el buen samaritano de la parábola −del que ha hablado el Papa recientemente−, y no con los que pasan de largo, y menos aún con los que podrían haber rematado al herido, si no lo hubiera socorrido ese buen samaritano.

La eutanasia es el fracaso de la medicina y el fracaso del legislador del que ya nadie se podrá fiar: quien no valora la muerte y es capaz de aprobarla, pierde toda credibilidad para hablar de cómo organizar la sociedad. Es también el fracaso de toda creencia en la trascendencia, lo que empobrece y llena de pesimismo las relaciones humanas, rebajándolas a un nivel puramente pragmático y economicista, en el que han desaparecido valores absolutos. La noble tarea de gobernar se pierde, se deslegitima porque no busca el bien común, sino lo que parezca que conviene a los propios intereses.

Señor diputado, aún está a tiempo de votar en conciencia, decir NO y presentar una alternativa positiva a esa vergonzosa ley.

Juan Moya
Rector del Real Oratorio del Caballero de Gracia

Fuente: religion.elconfidencialdigital.com.


10/28/20

Jesús muestra el camino de la oración

 El Papa en la Audiencia General

Catequesis – 12. Jesús, hombre de oración


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy, en esta audiencia, como hemos hecho en las audiencias precedentes, permaneceré aquí. A mí me gustaría mucho bajar, saludar a cada uno, pero tenemos que mantener las distancias, porque si yo bajo se hace una aglomeración para saludar, y esto está contra los cuidados, las precauciones que debemos tener delante de esta “señora” que se llama Covid y que nos hace tanto daño. Por eso, perdonadme si yo no bajo a saludaros: os saludo desde aquí pero os llevo a todos en el corazón. Y vosotros, llevadme a mí en el corazón y rezad por mí. A distancia, se puede rezar uno por otro; gracias por la comprensión.


El primer acto público de Jesús es por tanto la participación en una oración coral del pueblo, una oración del pueblo que va a bautizarse, una oración penitencial, donde todos se reconocían pecadores. Por esto el Bautista quiso oponerse, y dice: “Soy yo el que necesita ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?” (Mt 3, 14). El Bautista entiende quién era Jesús. Pero Jesús insiste: el suyo es un acto que obedece a la voluntad del Padre (v. 15), un acto de solidaridad con nuestra condición humana.En nuestro itinerario de catequesis sobre la oración, después de haber recorrido el Antiguo Testamento, llegamos ahora a Jesús. Y Jesús rezaba. El inicio de su misión pública tiene lugar con el bautismo en el río Jordán. Los evangelistas coinciden al atribuir importancia fundamental a este episodio. Narran que todo el pueblo se había recogido en oración, y especifican que este reunirse tuvo un claro carácter penitencial (cfr. Mc 1, 5; Mt 3, 8). El pueblo iba donde Juan para bautizarse para el perdón de los pecados: hay un carácter penitencial, de conversión.

Él reza con los pecadores del pueblo de Dios. Metamos esto en la cabeza: Jesús es el Justo, no es pecador. Pero Él ha querido descender hasta nosotros, pecadores, y Él reza con nosotros, y cuando nosotros rezamos Él está con nosotros rezando; Él está con nosotros porque está en el cielo rezando por nosotros. Jesús siempre reza con su pueblo, siempre reza con nosotros: siempre. Nunca rezamos solos, siempre rezamos con Jesús.


Jesús no es un Dios lejano, y no puede serlo. La encarnación lo reveló de una manera completa y humanamente impensable. Así, inaugurando su misión, Jesús se pone a la cabeza de un pueblo de penitentes, como encargándose de abrir una brecha a través de la cual todos nosotros, después de Él, debemos tener la valentía de pasar. Pero la vía, el camino, es difícil; pero Él va, abriendo el camino.No se queda en la orilla opuesta del río —“Yo soy justo, vosotros pecadores”— para marcar su diversidad y distancia del pueblo desobediente, sino que sumerge sus pies en las mismas aguas de purificación. Se hace como un pecador. Y esta es la grandeza de Dios que envió a su Hijo que se aniquiló a sí mismo y apareció como un pecador.

El Catecismo de la Iglesia Católica explica que esta es la novedad de la plenitud de los tiempos. Dice: “La oración filial, que el Padre esperaba de sus hijos va a ser vivida por fin por el propio Hijo único en su Humanidad, con los hombres y en favor de ellos” (n. 2599). Jesús reza con nosotros. Metamos esto en la cabeza y en el corazón: Jesús reza con nosotros.

Ese día, a orillas del río Jordán, está por tanto toda la humanidad, con sus anhelos inexpresados de oración. Está sobre todo el pueblo de los pecadores: esos que pensaban que no podían ser amados por Dios, los que no osaban ir más allá del umbral del templo, los que no rezaban porque no se sentían dignos. Jesús ha venido por todos, también por ellos, y empieza precisamente uniéndose a ellos, a la cabeza.


Esta sencilla frase encierra un inmenso tesoro: nos hace intuir algo del misterio de Jesús y de su corazón siempre dirigido al Padre. En el torbellino de la vida y el mundo que llegará a condenarlo, incluso en las experiencias más duras y tristes que tendrá que soportar, incluso cuando experimenta que no tiene dónde recostar la cabeza (cfr. Mt 8, 20), también cuando el odio y la persecución se desatan a su alrededor, Jesús no se queda nunca sin el refugio de un hogar: habita eternamente en el Padre.Sobre todo el Evangelio de Lucas destaca el clima de oración en el que tuvo lugar el bautismo de Jesús: “Sucedió que cuando todo el pueblo estaba bautizándose, bautizado también Jesús y puesto en oración, se abrió el cielo” (3, 21). Rezando, Jesús abre la puerta de los cielos, y de esa brecha desciende el Espíritu Santo. Y desde lo alto una voz proclama la verdad maravillosa: “Tú eres mi Hijo; yo hoy te he engendrado” (v. 22).

Esta es la grandeza única de la oración de Jesús: el Espíritu Santo toma posesión de su persona y la voz del Padre atestigua que Él es el amado, el Hijo en el que Él se refleja plenamente.

Esta oración de Jesús, que a orillas del río Jordán es totalmente personal –  y así será durante toda su vida terrena –, en Pentecostés se convertirá por gracia en la oración de todos los bautizados en Cristo. Él mismo obtuvo este don para nosotros, y nos invita a rezar como Él rezaba.

Por esto, si en una noche de oración nos sentimos débiles y vacíos, si nos parece que la vida haya sido completamente inútil, en ese instante debemos suplicar que la oración de Jesús se haga nuestra. “Yo no puedo rezar hoy, no sé qué hacer: no me siento capaz, soy indigno, indigna”. En ese momento, es necesario encomendarse a Él para que rece por nosotros. Él en este momento está delante del Padre rezando por nosotros, es el intercesor; hace ver al Padre las llagas, por nosotros.


Y como dice ese teólogo, se acercaban al Jordán “desnuda el alma y desnudos los pies”. Así es la humildad. Para rezar es necesario humildad. Ha abierto los cielos, como Moisés había abierto las aguas del mar Rojo, para que todos pudiéramos pasar detrás de Él. Jesús nos ha regalado su propia oración, que es su diálogo de amor con el Padre. Nos lo dio como una semilla de la Trinidad, que quiere echar raíces en nuestro corazón. ¡Acojámoslo! Acojamos este don, el don de la oración. Siempre con Él. Y no nos equivocaremos.¡Tenemos confianza en esto! Si nosotros tenemos confianza, escucharemos entonces una voz del cielo, más fuerte que la que sube de los bajos fondos de nosotros mismos, y escucharemos esta voz susurrando palabras de ternura: “Tú eres el amado de Dios, tú eres hijo, tú eres la alegría del Padre de los cielos”. Precisamente por nosotros, para cada uno de nosotros hace eco la palabra del Padre: aunque fuéramos rechazados por todos, pecadores de la peor especie. Jesús no bajó a las aguas del Jordán por sí mismo, sino por todos nosotros. Era todo el pueblo de Dios que se acercaba al Jordán para rezar, para pedir perdón, para hacer ese bautismo de penitencia.

Nuestros últimos días

 Rosa Pich-Aguilera y Álvaro Postigo


Hace unas semanas mi hijo Álvaro me mandó este texto sobre los últimos días que pasó con su padre. Me dijo que lo podía subir al blog, así que hoy, día en que mi marido cumpliría 60 años, lo comparto con vosotros. Espero que os guste tanto como a mí: Mi padre se encontraba siempre...


Mi padre se encontraba siempre fatal. A veces le decíamos que se lo estaba imaginando e incluso nos reíamos porque parecía un “pupas”. Los médicos le decían que los dolores eran debido al accidente que tuvo en su juventud, pero él seguía con dolores y sabía que tenía algo más. Delante de mí siempre estaba con una sonrisa, alegre y educándome día a día, como a todos mis hermanos. Yo sufría por sus dolores, pues siempre le dolía algo, siempre se encontraba mal. Pero a la vez intentaba a toda costa evitar que le viésemos sufriendo.

Cuando yo estaba en tercero de ESO mi padre ya no podía aguantar más. Estaba con dolores que le dejaron en cama unos cuantos días y los médicos decían que era debido a su columna vertebral (se la destrozó en el accidente de coche que tuvo). Al final se fue a un hospital para hacerse varias pruebas. Le fui a ver unos cuantos días, a hacerle compañía. Él me preguntaba por el colegio, por los amigos, por el club, etc. Parecía que el que estaba hospitalizado era yo y mi padre haciéndome preguntas para que no me preocupara. Tras unos cuántos días de pruebas, mi padre nos reunió a toda la familia en el pasillo del hospital, todos vestidos de colegio, y nos dijo “Dios es muy, muy, muy bueno. Primero se llevó al cielo a Javi y a Montsita, después a Carmineta y ahora Dios me ha dado un cáncer”. Mientras lo iba explicando, a mis hermanos se les caían las lágrimas y yo me aguanté por no hacer un ambiente de madalenas lloronas, pero yo estaba que no me lo creía. Justo coincidía con la Cuaresma y en la familia intentamos no tomar chocolate durante estos días, pero hicimos una excepción y tomamos todo tipo de dulces de la marca Farga. Ese día rompimos el sacrificio porque mi madre decía que era un día especial. Uno de mis hermanos preguntó algo como si era un cáncer mortal y mi padre respondió que podía ser. En esos momentos yo ya dejé de ser un hombre y me empezaron a caer todas las lágrimas.

Yo seguí haciendo vida normal, iba al colegio, al club, etc. Iba a ver con frecuencia a mi padre a ver cómo estaba, siempre sonriendo y con visitas. Más adelante mi padre se trasladó al hospital la Quirón, donde le dieron una habitación solo para él, con antesala y todo. Allí iba a verle cada día. Se le veía tranquilo y contento. Recuerdo ir a verle con mi amigo Santi y cómo bromeó con él cuando le vio. De un día para otro el cáncer se propagó por casi todo su cuerpo. Uno de mis hermanos mayores echó a toda la gente de la habitación (había siempre gente con él) y mi hermano Juampi me cogió del hombro y me dijo “Álvaro, los médicos dan días a papá, piensa las últimas palabras que quieres decirle”. Le dije a mi hermano que no sabía qué decirle y me dijo que le preguntase qué esperaba de mí. Cuando entré en la habitación estaba solo y mi padre en la cama estirado, muerto de dolor. Se me empezaron a caer las lágrimas de la cara poco a poco y me preguntó por qué lloraba. Yo le dije que se iba al cielo y me contestó diciendo que no dijera tonterías. Le pregunté qué esperaba de mí, me contestó que cuidase a mamá, que fuese a misa todos los días, que no fuese glotón, que cuidase a mis hermanos y a mis amigos. Al irme de la habitación con el alma hundida en lágrimas le pregunté por mi vocación y él me contestó que fuese muy fiel a lo que el Señor me pida. Ese mismo día me quedé a dormir en la habitación con Juampi. No sabía cuánto tiempo iba a seguir vivo y me dije a mí mismo que no pensaba dormir en casa, que yo acompañaría a mi padre esa noche.

La noche comenzó. Vi a mi hermano rezando las tres avemarías de la noche con mi padre, después se acostó en la cama, yo dormí en la antesala y mi hermano al lado suyo. Al cabo de media hora mi padre se había levantado de la cama porque tenía sed, se volvió a despertar porque tenía hambre, después decía que quería irse de este de sitio… en ese momento vi que mi padre cada vez estaba más en la otra vida que en esta. Al final llamamos a una enfermera y no me acuerdo qué hizo, pero yo me fui a la cama asustado porque mi padre ya no actuaba como siempre le había visto actuar, sonriendo y de forma educada. Al día siguiente me desperté y mi hermano me dijo que papá estaba durmiendo. Me fui al colegio y al volver por la tarde vi a mi padre completamente sedado. No podía ver esa imagen en mi cabeza. Toda la habitación llena de personas rezando y cantando y yo veía a mi padre con la boca abierta como si fuera un discapacitado al 100%. Me dijeron que podía escuchar todo, pero no podía moverse y que era muy difícil que saliera de esa. Entonces me fui al baño con mi hermana Anita que estaba llorando y me puse a llorar con ella. Empecé a decir que papá no podía morirse porque Rafa (el más pequeño de la familia) solo tenía 7 años. Mi hermano no se podía quedar sin padre a esa edad. Esa noche dejé un rosario de dedo en la mano de mi padre, que ya estaba llena de otros rosarios. Me dije a mí mismo que tenía que decir buenas noches a mi padre y le fui a decir adiós. Cuando estuve en la habitación conseguí estar solo con él y le dije llorando a su oreja que no se olvidara de mí cuando estuviese en el cielo. Se lo dije varias veces, en voz baja, pero en mi interior estaba gritando a voces. Cuando vi el rosario que había dejado antes, algo me dijo que lo cogiera y me lo colgué en mi escapulario. Me fui abajo a rezar a la capilla que había en el hospital y me puse a rezar llorando a Dios.

Al día siguiente teníamos atletismo antes de empezar el cole y todos mis hermanos fuimos. Al acabar vino el subdirector del colegio y me dijo que nos llevaba a todos mis hermanos a casa. Algo profundo se clavó en mi corazón y le pregunté qué había pasado. Me dijo que nada, pero yo sabía que esa respuesta no era verdad. Mientras me estaba duchando estuve pensando si mi padre se habría ido al cielo. Sabía que había pasado eso, pero una parte de mí no lo aceptaba y no me lo podía creer. Cuando estaba en el coche con mis 4 hermanos grité a mis amigos que me encontré diciéndoles que me iba a casa y que me saltaba colegio. Sabía que era por mi padre, pero empecé hacer gracietas y el tonto para distraer a mis hermanos. No sé si lo conseguí, nunca se lo he preguntado.

Al llegar a casa toda la familia estaba en casa y mi hermano mayor, Perico, nos dice que Dios es muy, muy, muy bueno. Primero se llevó al cielo a Javi y a Montsita, después a Carmineta y ahora a papá. Mis hermanos pequeños se derrumbaron al momento, yo me quedé helado y después me fui al cuarto de mi hermano mayor a llorar como un bebé. Me enfadé mucho, no entendía por qué nos pasaba esto a nuestra familia.

El velatorio fue durante dos noches. Fueron días muy duros. Yo intentaba trasmitir paz en casa y paz a todos mis hermanos y amigos que me venían a ver. Aún no me lo creía, parecía mentira lo que estaba pasando, no podía entrar en mi cabeza cómo Dios nos hacía esto. Las amigas de mi madre y familiares y amigos fueron muy buenos, nos hacían los desayunos, comidas y cenas. Les doy las gracias de todo corazón. En el velatorio rezábamos el rosario y cantábamos. Fueron días muy dolorosos y bonitos donde pude tocar el cielo.

El día del entierro llegamos tarde debido al tráfico. Entramos todos con una mano en el ataúd de mi padre acompañándolo hasta donde nos sentábamos nosotros. Recuerdo que tuve la cabeza inclinada todo el rato. Durante la misa estuve todo el rato llorando y sonándome la nariz. La misa más bonita de mi vida. No entendía por qué mi padre se había ido. Al salir de la iglesia me metí en el coche y fuimos a enterrarle. Cuando le enterramos y le ponían la losa de piedra, lloré las últimas lágrimas que tenía. Se me quedaron los ojos hinchados y el lagrimal seco porque mi padre ya no estaba.

Durante y después de la muerte de mi padre entendí, gracias a la fe que tengo, que no hay que tener miedo a nada en esta vida, ni siquiera a la muerte. Esta vida es el principio del final. Que después de la muerte está la vida eterna. Sé que mi padre y mis hermanos están allí y me están esperando y que cuando me muera estaré con ellos para toda la eternidad. Además, yo creo en la comunión de los santos. Eso se hace realidad en la santa Misa. Allí puedo hablar cada día con mi padre a solas y con mis hermanos. Sé que mi padre está en el cielo cuidándome y siempre está en la misa conmigo, a mi lado.

Papá, que sepas que te quiero, siempre fuiste un ejemplo para mí. Intentaré estar a la altura. Espero verte pronto. Tu hijo que te quiere con locura,

Álvaro

Fuente: https://comoserfelizconunodostreshijos.com/blog/

10/27/20

Es del dolor, imbécil

 Enrique García-Máiquez

Ahora oigo mucho la radio porque voy todo el día de arriba abajo en el coche. Entre el confinamiento y el sedentario verano, había olvidado lo que era quemar caucho. A cambio, escucho. He descubierto −aunque el locutor que nos contaba su vida no cayó en la cuenta− que el mejor activista contra la eutanasia fue Antístenes, el fundador del cinismo, nada menos. Eso nos viene muy bien porque hay quien piensa que sólo es posible estar en contra desde el catolicismo más ortodoxo. ¡Sí, hombre!

Discípulo de Sócrates, encontró la calma en el desprendimiento de los bienes materiales y la indiferencia a la opinión del mundo. A veces le objetaban que no era hijo de atenienses ni de padres libres. Replicaba él, héroe de guerra: "Ni tampoco de dos palestritas o luchadores, y no obstante, soy palestrita".

Este ateniense libre, ya anciano, tuvo una enfermedad muy dolorosa. Diógenes, su discípulo, entró en su habitación con un puñal y se lo dejó ver y preguntó con tonito demagógico: "¿Necesitas de un amigo?". Salió. Antístenes volvió a quejarse: "¿Quién podrá librarme de tanto dolor?" A lo que el diligente Diógenes entró blandiendo el puñal y señalándolo dijo: "¡Éste!", dispuesto a hundírselo del tirón en el quinto espacio intercostal. A lo que Antístenes dio una respuesta de gran actualidad filosófica y ética: "Digo librarme del dolor, imbécil, no de la vida". No creo que el ángel que retuvo la mano de Abraham cuando lo del sacrificio de Isaac fuese más expeditivo.

En la radio no sacaron el corolario de esta escena, pero ya vemos que el Gobierno tiene el verdadero síndrome de Diógenes, que no es tanto recoger basura como creer que un cuchillo o una jeringuilla letal bien clavados solucionan nada a los enfermos. Hace 2.400 años Antístenes dio la respuesta exacta. También había dicho, por cierto, que "las ciudades se pierden cuando no pueden discernir a los honestos de los viles".

Son los cuidados paliativos y el cariño los que requieren los enfermos y mayores. Y ha sido eso, desgraciadamente, lo que hemos echado en falta en esta crisis; y no me refiero sólo a los terribles vídeos de algunas cuidadoras de ancianos desalmadas, sino también al cribado en los hospitales y al abandono en las residencias. Si yo fuese médico de cuidados paliativos, usaría este luminoso apotegma como lema de mi especialidad: "Es el dolor, imbécil", la frase de Antístenes, el cínico, sí, pero no tanto.


Enrique García-Máiquez, en diariodecadiz.es.

“La santidad es un deber de todo bautizado”

Padre Antonio Rivero L.C.

SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS

1 DE NOVIEMBRE - Ciclo A

Textos: Ap 7, 2-4.9-14; 1 Jn 3, 1-3; Mt 5, 1-12a.

Idea principal: La santidad no es un privilegio de algunos. Es un deber de todo bautizado.

Síntesis del mensaje: Hoy celebramos el misterio de esa multitud innumerable de personas de carne y hueso, como cada uno de nosotros, que ya gozan de Dios y siguen en comunión con nosotros desde el cielo. Fiesta que nos transmite alegría y optimismo. Si ellos pudieron, ¿por qué no nosotros?

Los que alcanzaron la santidad son más de los que podemos registrar. La Fiesta de Todos los Santos, además de ser una oportunidad para conmemorarlos, debería ser también una llamada a imitarlos: si ellos pudieron ser fieles a Jesús, ¿por qué nosotros no?

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, la santidad es el destino de la Iglesia. No es la misión de determinadas personas, ni un camino individual, ni un mérito propio. Es el llamado para todos los cristianos, en el que se nos invita a ser como Jesús y a identificarnos con Él. Todas las condiciones de vida son caminos de santidad, y por lo tanto todos estamos llamados a ser santos: cumpliendo los mandamientos, aprovechando los sacramentos y la oración, poniendo nuestras virtudes al servicio de los demás y siendo testimonio vivo del amor de Dios en nuestra vida cotidiana.

En resumen: viviendo en su amor de manera permanente. Nuestros talentos, que son dones de Dios, son las semillas con las que podemos empezar. Los gestos y acciones que hagamos por los demás cada día, van a ir haciendo de nosotros mejores personas, más abiertas y disponibles.

La santidad es un don. Para poder recorrer este camino y vivirlo con alegría, lo único que hay que hacer es dejar actuar a Dios en nuestras vidas y abandonarnos en su amor.

En segundo lugar, a lo largo de la historia, además de los mártires hubo muchos hombres y mujeres que, sin dejar de ser lo que eran, llegaron a ser santos. En sus trabajos, en sus familias, entre sus amigos, en cada una de sus obligaciones. Día a día, aceptaron el impulso del Espíritu Santo, tomaron como modelo el amor de Jesús y supieron ponerlo al servicio de los demás. Hay tantas formas de llegar a la santidad como personalidades, vocaciones, virtudes, realidades.

Lo que sí se comparte en todos los casos, es que siempre se llega a ser santo partiendo desde la propia humanidad. Santo fue san Isidro labrador y el humilde fraile san Martín de Porres. Santa fue la exesclava Bakhita y la gran mística santa Teresa de Jesús. Santo fue el monaguillo san Tarsicio y el obispo Monseñor Guízar y Valencia. Camino de la santidad va la niña madrileña Alexia, que murió a los 14 años a causa de un proceso tumoral en la columna vertebral conocido como sarcoma de Ewing y santo fue Rafael Arnáiz Barón, monje trapense, a quien Dios quiso probar misteriosamente con una penosa enfermedad –la diabetes sacarina– que le obligó a abandonar tres veces el monasterio, adonde otras tantas volvió en aras de una respuesta generosa y fiel a lo que sentía ser la llamada de Dios.

Santificado en la gozosa fidelidad a la vida monástica y en la aceptación amorosa de los planes de Dios, consumó su vida en la madrugada del 26 de abril de 1938, recién estrenados los 27 años, siendo sepultado en el cementerio del monasterio. Pronto voló imparable su fama de santidad allende los muros del monasterio. Con la fragancia de su vida, sus numerosos escritos continúan difundiéndose con gran aceptación y bien para cuantos entran en contacto con él.

Finalmente, sólo faltamos tú y yo en esta carrera por la santidad. Ya sabemos el camino: las bienaventuranzas. Ya tenemos la gasolinera durante el camino: la Eucaristía. Ya tenemos el cayado donde sostenernos: la cruz. Ya tenemos el taller por si se rompe alguna rueda: la confesión. Y en los momentos de oscuridad o tormenta, ahí está la brújula del evangelio y el faro del magisterio de la Iglesia. Y no vamos solos, a nuestra derecha y a nuestra izquierda, adelante y atrás, van caminando otros hermanos: dejémonos ayudar por ellos y ayudémosles también a ellos.

No olvidemos: la santidad es para todos. Lo que pasa es que tenemos muchos interesados en que no seamos santos. El primero es Satanás, luego el mundo cuando no tiene a Dios, y también nosotros mismos cuando nos movemos por intereses personales, por el pecado y por el placer desmedido. Varios santos, como San Francisco de Sales (que celebramos el mes pasado), fueron precisamente predicadores de la santidad al alcance de todos. Los santos también tenían sus defectos, muchos sintieron la pereza, la ira, el miedo, las tentaciones contra la castidad, contra la humildad, y mucho más.

Pero hubo un momento en el que se decidieron a dejar esa vida en la que se agradaban a ellos mismos y pasaron a agradar a Dios. En ese momento la oración pasó a ser como el alimento que diariamente comían; la bondad y caridad para con los demás pasó a ser como el aire que todos los días respiraban; la aceptación de las cruces pasó a ser como la ropa que todos los días vestían. ¡Sólo faltas tú y yo!

Para reflexionar: reflexiona conmigo: ¡Tú puedes ser santo, tú puedes ser santa! No tienes que hacer nada especial, sólo déjate guiar por Dios, búscalo, ámalo, y déjate amar. Vive tu vida normal, pero ofrece todo a Dios. Si duermes, ofrécelo a Dios; si comes, ríes, cantas o trabajas, hazlo con Dios y por Él; si eres feliz o tienes dificultades, acércate a Él, pues te dará lo que buscas. Claro, no creas que será fácil, como nada en esta vida es fácil (dímelo tú que sabes lo costoso que es tratar de ser bueno en esta vida…), pero ¿quieres hacer la prueba? ¡Te aseguro que nunca te arrepentirás!

Para rezarSeñor, quiero ser santo. Ayúdame. Santos del cielo, interceded por mí.

10/26/20

El verdadero amor de Dios se expresa en el amor al prójimo

 El Papa ayer en el Ángelus


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En la página evangélica de hoy (cfr. Mt 22, 34-40), un doctor de la Ley pregunta a Jesús cuál es “el mandamiento mayor” (v. 36), es decir el mandamiento principal de toda la Ley divina. Jesús responde sencillamente: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente” (v. 37). Y a continuación añade: «El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (v. 39).

La respuesta de Jesús retoma y une dos preceptos fundamentales, que Dios ha dado a su pueblo mediante Moisés (cfr Dt 6, 5; Lv 19, 18). Y así supera la trampa que le han tendido para “ponerle a prueba” (v. 35). Su interlocutor, de hecho, trata de llevarlo a la disputa entre los expertos de la Ley sobre la jerarquía de las prescripciones. Pero Jesús establece dos fundamentos esenciales para los creyentes de todos los tiempos, dos fundamentos esenciales de nuestra vida.

El primero es que la vida moral y religiosa no puede reducirse a una obediencia ansiosa y forzada. Hay gente que trata de cumplir los mandamientos de forma ansiosa o forzada, y Jesús nos hace entender que la vida moral y religiosa no puede reducirse a una obediencia ansiosa y forzada, sino que debe tener como principio el amor. El segundo fundamento es que el amor debe tender juntos e inseparablemente hacia Dios y hacia el prójimo.

Esta es una de las principales novedades de la enseñanza de Jesús y nos hace entender que no es verdadero amor de Dios el que no se expresa en el amor al prójimo; y, de la misma manera, no es verdadero amor al prójimo el que no se deriva de la relación con Dios.

Jesús concluye su respuesta con estas palabras: “De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas” (v. 40). Esto significa que todos los preceptos que el Señor ha dado a su pueblo deben ser puestos en relación con el amor de Dios y del prójimo. De hecho, todos los mandamientos sirven para realizar, para expresar ese doble amor indivisible. El amor por Dios se expresa sobre todo en la oración, en particular en la adoración.

Nosotros descuidamos mucho la adoración a Dios. Hacemos la oración de acción de gracias, la súplica para pedir alguna cosa…, pero descuidamos la adoración. Adorar a Dios es precisamente el núcleo de la oración. Y el amor por el prójimo, que se llama también caridad fraterna, está hecho de cercanía, de escucha, de compartir, de cuidado del otro. Y muchas veces nosotros descuidamos el escuchar al otro porque es aburrido o porque me quita tiempo, o de llevarlo, acompañarlo en sus dolores, en sus pruebas…

¡Pero siempre encontramos tiempo para chismorrear, siempre! No tenemos tiempo para consolar a los afligidos, pero mucho tiempo para chismorrear. ¡Estad atentos! Escribe el apóstol Juan: “Quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve” (1 Jn 4, 20). Así se ve la unidad de estos dos mandamientos.

En el Evangelio de hoy, una vez más, Jesús nos ayuda a ir a la fuente viva y que brota del Amor. Y tal fuente es Dios mismo, para ser amado totalmente en una comunión que nada ni nadie puede romper. Comunión que es un don para invocar cada día, pero también compromiso personal para que nuestra vida no se deje esclavizar por los ídolos del mundo. Y la verificación de nuestro camino de conversión y de santidad está siempre en el amor al prójimo.

Esta es la verificación: si yo digo “amo a Dios” y no amo al prójimo, no va bien. La verificación de que yo amo a Dios es que amo al prójimo. Mientras haya un hermano o una hermana a la que cerremos nuestro corazón, estaremos todavía lejos del ser discípulos como Jesús nos pide. Pero su divina misericordia no nos permite desanimarnos, es más nos llama a empezar de nuevo cada día para vivir coherentemente el Evangelio.

Que la intercesión de María Santísima nos abra el corazón para acoger el “mayor mandamiento”, el doble mandamiento del amor, que resume toda la ley de Dios y de la que depende nuestra salvación.

10/25/20

La buena educación: el poder de la amabilidad

 Juan Luis Selma

El mundo necesita amabilidad: siendo amables seremos capaces de convertirlo en un lugar más feliz en el que vivir; o podremos, al menos, aliviar mucha de la infelicidad que existe en él y construir otro mundo muy diferente”. Así comienza un estupendo libro, El poder oculto de la amabilidad, de Lawrence G. Lovasik. La amabilidad, la buena educación, la sonrisa son ingredientes necesarios para una vida feliz.

Hace unos días estaba en la cola del supermercado en una hora punta, delante tenía una señora con un carro repleto de compras, llegó un chico con un solo producto y se dispuso pacientemente a esperar, cuando le llegó el turno a la señora le ofreció pasar delante. El hombre se quedó perplejo y le preguntó por qué lo hacía; ella dijo que era lo que había aprendido de su madre. El joven lo agradeció y manifestó que hacía mucho tiempo que nadie había tenido un detalle desinteresado con él. Se fue asombrosamente feliz. Detalles como esté están al alcance de cualquiera y aunque parezcan insignificantes sí importan mucho.

Pedir las cosas por favor, dar las gracias, llamar a la gente por su nombre, ceder el paso, dejar las cosas en su sitio, no dar voces ni excederse con los tacos hacen más llevadera la convivencia. El ecosistema adecuado para la persona humana es el amor. Provenimos del Amor y estamos hechos para amar. Pero un gran amor se teje con muchos hilos, está compuesto de un cúmulo de detalles.

La educación acumula el saber de los nuestros, todas las experiencias positivas que ayudan a una buena convivencia. Una persona educada incorpora a su saber y buen hacer la cultura de su entorno, el conocimiento acumulado por el esfuerzo y sabiduría de sus semejantes. Despreciar la buena educación es como volver a la selva, al caos originario, prescindir de los aciertos comprobados y fiarlo todo en la espontaneidad: gran valor, pero no el único.

Este domingo el Evangelio nos lleva a centrar nuestra existencia en el amor: el mandamiento principal. Se nos pide amar precisamente porque hemos recibido mucho amor, el de Dios y el de los nuestros. Estamos en condiciones de derrochar cariño, amabilidad y simpatía. Es posible que podamos sentirnos poco queridos, que no notemos el cariño, pero no es cierto. Nuestras carencias afectivas, aunque tengan algún fundamento externo, son debidas principalmente a nuestro ensimismamiento. Basta salir de uno mismo, de nuestro amor propio herido, de nuestros complejos, de las presuntas injusticias sufridas, para volver a descubrir que somos capaces de dar amor y de recibirlo.

Pero el amor no es solo un sentimiento, es mucho más. Es una tarea, una misión, un empeño. Es una decisión: yo quiero amar, dar mi ternura a esta persona. Podemos empezar, o recomenzar, mirando con afecto al otro, fijándome en lo bueno que tiene −sin obcecarme con sus defectos–, teniendo detalles, dedicándole mi tiempo.

En el ámbito familiar debemos ser educados. Los malos modales: gritos, gestos, impaciencias, indiferencias… dejan heridas que se pueden enconar. En cambio, las palabras amables, dar las gracias, pedir las cosas por favor, sin exigir, facilitan la cercanía; procurar ser ordenados, dejar las cosas en su sitio, ir limpios y vestir bien; pedir perdón, las veces que sea necesario, crean el clímax adecuado al querer.

La sonrisa es una gran aliada en este terreno. Sonreír es manifestar alegría, contento de estar contigo, de verte. El mensaje que lanza es: me eres grato, me alegra verte, me importas y me hace feliz tu compañía. La alegría es una gran comunicadora. Manifiesta que alguien es feliz y, si me acerco a él, me enriquecerá. Si decidimos amar debemos crecer en amabilidad, tener paz interior y alegría de vivir; cuidar los detalles de educación, siempre importantes y sonreír mucho. Haciéndolo estaremos creando un oasis de ternura donde podrán ser felices las personas que nos rodean.


Juan Luis Selma, en eldiadecordoba.es.

10/24/20

El primer mandamiento

 30° domingo del Tiempo ordinario (Ciclo A)

Evangelio (Mt 22,34-40)

Los fariseos, al oír que había hecho callar a los saduceos, se pusieron de acuerdo, y uno de ellos, doctor de la ley, le preguntó para tentarle:

— Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?

Él le respondió:

— Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente. Éste es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es como éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas.


Comentario

Fariseos y saduceos eran dos grupos muy influyentes en la sociedad en la que vivía Jesús, pero tenían puntos de vista distintos en la interpretación de la Ley. Los saduceos eran personas de la alta sociedad. De entre ellos habían salido, desde el inicio de la ocupación romana, los sumos sacerdotes que, en ese momento, eran los representantes judíos ante el poder imperial. Estaban más pendientes de la política y del Templo que de las cuestiones religiosas relacionadas con la vida diaria. Los fariseos, por su parte, eran muy minuciosos en el cumplimiento de las prescripciones de la Ley de Dios.

Quizá admirados por la brillantez de la respuesta de Jesús a unos saduceos, a los que había dejado sin palabras, unos fariseos lo pusieron a prueba con una pregunta muy delicada. En su cuidado meticuloso por cumplir hasta la más pequeña indicación de la Ley, los fariseos llegarían a establecer una lista de seiscientos trece mandamientos. Ante tal abundancia y variedad de preceptos, que hace muy difícil incluso recordarlos todos, no es superflua la pregunta que le hacen: ¿Cuál es el mandamiento principal de la Ley?

La respuesta de Jesús es un tanto sorprendente, pero muy certera. No les señala ninguno de los diez mandamientos del Decálogo, sino que menciona dos que no forman parte de él. Primero cita un texto que en el Antiguo Testamento forma parte de una oración llamada Shemá, contenida en el libro del Deuteronomio: “Escucha, Israel: el Señor es nuestro Dios, el Señor es Uno. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas” (Dt 6,4-5). El segundo, “amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Lv 19,18), es uno de los muchos preceptos incluidos en la denominada Ley de Santidad, que está en el libro del Levítico.

Lo singular en la respuesta de Jesús consiste en señalar esos dos mandamientos que estaban como perdidos en medio de la multitud de preceptos contenidos en la Ley, y mencionarlos juntos, poniendo de manifiesto que el amor a Dios y el amor al prójimo son inseparables y complementarios.

Lo primero es el amor a Dios, un amor que es justa correspondencia a quien se ha adelantado a amarnos a nosotros. Ahora bien, ¿en qué consiste el amor a Dios? Benedicto XVI nos lo explica en su Encíclica Deus caritas est: “La historia de amor entre Dios y el hombre consiste precisamente en la comunión de voluntad que crece en la comunión del pensamiento y del sentimiento, de modo que nuestro querer y la voluntad de Dios coinciden cada vez más: la voluntad de Dios ya no es para mí algo extraño que los mandamientos me imponen desde fuera, sino que es mi propia voluntad, habiendo experimentado que Dios está más dentro de mí que lo más íntimo mío”.

A la vez, el amor a Dios nos lleva de la mano al amor al prójimo, como él mismo sigue explicándolo más adelante: “en Dios y con Dios, amo también a la persona que no me agrada o ni siquiera conozco. (…) Entonces aprendo a mirar a esta otra persona no ya sólo con mis ojos y sentimientos, sino desde la perspectiva de Jesucristo. Su amigo es mi amigo. (…) Al verlo con los ojos de Cristo, puedo dar al otro mucho más que cosas externas necesarias: puedo ofrecerle la mirada de amor que él necesita”.

“Si queremos ayudar a los demás, hemos de amarles, repito –insistía san Josemaría–, con un amor que sea comprensión y entrega, afecto y voluntaria humildad. Así entenderemos por qué el Señor decidió resumir toda la Ley en ese doble mandamiento, que es en realidad un mandamiento solo: el amor a Dios y el amor al prójimo, con todo nuestro corazón”.


El Papa recibe al presidente de España


El Papa Francisco ha recibido en audiencia en el Palacio Apostólico Vaticano a Pedro Sánchez Pérez-Castejón, presidente del Gobierno de España, en la mañana de hoy, 24 de octubre de 2020, informa la Santa Sede en un comunicado.

Durante el encuentro, el Santo Padre ha dirigido un breve mensaje a la delegación presente y ha asegurado a Sánchez que la política “no solo es un arte, sino que para los cristianos es un acto de caridad, ennoblece y muchas veces lleva el sacrificio de la propia vida”.

Misión del político

De hecho, Francisco ha indicado que el político “tiene en sus manos una misión muy difícil”, con tres canales: “para con el país, para con la nación y “para con la patria”.

Tiene la misión “de hacer progresar el país. Por la agricultura, ganadería, minería, investigación, educación, arte…Que el país crezca”, y eso “es desgastante”.

Tiene la misión “de consolidar la nación, no solo de cuidar las fronteras, que ya eso es muy importante, sino la nación como organismo de leyes, de modos de proceder, de hábitos, consolidar la nación”, continúa.

“Y tiene la misión de hacer crecer la patria. País, nación y patria están en las manos de un político”, insiste el Papa, esto “es bastante trabajo”.

Asimismo, el Pontífice ha asegurado que hacer progresar un país “parece fácil, pero no lo es”, pues supone continúas relaciones internacionales de comercio, de ciencia y de técnica. Consolidar la nación, describe, “a veces supone dificultades de entendimiento con los localismos, pero también de entendimiento del derecho, de la justicia, de hacer que la nación sea más fuerte”.

Pero quizás lo más difícil, de acuerdo al Obispo de Roma, es hacer crecer la patria “porque allí entramos en una relación de filiación”. La patria “es algo que hemos recibido de nuestros mayores (patria-paternidad) y algo que tenemos que dar a nuestros hijos, estamos de paso en la patria”.

Las ideologías “desfiguran la patria”

Además, el Papa Francisco apuntó que es necesario aprender de la historia porque las ideologías “deconstruyen la patria, no construyen” y “es muy triste cuando las ideologías se apoderan de la interpretación de una nación, de un país y desfiguran la patria”.

El Sucesor de Pedro ha pedido al presidente de España que “transmita a los miembros de su parlamento” todo esto, así como “el gran respeto que tiene por la vocación política”, pues esta misión es “una de las formas más altas de la caridad y del amor”, de servicio.

Finalmente, el Santo Padre ha invitado a que recen por él y a “los que no rezan, que no son creyentes, al menos mándenme buena onda, que me hace mucha falta”

Reunión con la Secretaría de Estado

Según indica la nota de la Santa Sede, el presidente español se ha reunido sucesivamente con monseñor Paul Richard Gallagher, secretario para las Relaciones con los Estados.

El diálogo con la Secretaría de Estado se ha dedicado “a las relaciones bilaterales y a las cuestiones de interés común que atañen a la Santa Sede y a España”. A su vez, se ha subrayado “la oportunidad de un diálogo constante entre la Iglesia local y las autoridades gubernamentales”.

Con posterioridad, se han abordado algunos temas de carácter internacional como la emergencia sanitaria actual, el proceso de integración europea y las migraciones.

Comunicado del Gobierno español

Por su parte, el Gobierno español ha informado en un comunicado que, durante esta primera visita al Vaticano, se han tratado “cuestiones de interés común” como el multilateralismo, el cambio climático, las migraciones y el pacto educativo global.

El presidente y el Papa han coincidido respecto a la necesidad de “construir un mundo basado en la colaboración y la solidaridad”.

El texto también indica cómo, al finalizar el acto, el presidente ha hecho entrega al Papa de un facsímil del Libro de Horas del Obispo Fonseca, cuyo original manuscrito data del siglo XV.

Del mismo modo, Francisco ha regalado a Pedro Sánchez un “relieve doble en bronce patinado que representa la misericordia, la acogida y la fraternidad, y siete escritos que corresponden a sus encíclicas y exhortaciones apostólicas”.