3/31/21

Sentido del Triduo Pascual

El Papa en la Audiencia General


La tarde del Jueves Santo, entrando en el Triduo pascual, reviviremos la Misa llamada in Cœna Domini, es decir la Misa donde se conmemora la Última cena, lo que sucedió allí, en aquel momento. Es la tarde en la que Cristo dejó a sus discípulos el testamento de su amor en la Eucaristía, pero no como recuerdo, sino como memorial, como su presencia perenne. Cada vez que se celebra la Eucaristía, como dije al principio, se renueva este misterio de la redención. En este Sacramento, Jesús sustituyó la víctima del sacrificio −el cordero pascual− por él mismo: su Cuerpo y su Sangre nos salvan de la esclavitud del pecado y de la muerte. La salvación de toda esclavitud está ahí. Es la tarde en la que Él nos pide que nos amemos haciéndonos siervos los unos de los otros, como hizo Él lavando los pies a los discípulos. Un gesto que anticipa la cruenta oblación en la cruz. Y de hecho el Maestro y Señor morirá el día después para limpiar no los pies, sino los corazones y toda la vida de sus discípulos. Fue una oblación de servicio a todos, porque con ese servicio de su sacrificio nos redimió a todos.

El Viernes Santo es día de penitencia, de ayuno y de oración. A través de los textos de la Sagrada Escritura y las oraciones litúrgicas, estaremos como reunidos en el Calvario para conmemorar la Pasión y Muerte redentora de Jesucristo. En la intensidad del rito de la Acción litúrgica se nos presentará el Crucificado para adorarlo. Al adorar la Cruz, reviviremos el camino del Cordero inocente inmolado por nuestra salvación. Llevaremos en la mente y en el corazón los sufrimientos de los enfermos, de los pobres, de los descartados de este mundo; recordaremos a los “corderos inmolados” víctimas inocentes de las guerras, de las dictaduras, de las violencias diarias, de los abortos… Ante la imagen de Dios crucificado llevaremos, en la oración, a tantos, demasiados crucificados de hoy, que solo de Él pueden recibir el consuelo y el sentido de su sufrimiento. Y hoy hay muchos: no olvidar a los crucificados de hoy, que son la imagen de Jesús Crucificado, y en ellos está Jesús.

Desde que Jesús tomó sobre sí las llagas de la humanidad y la misma muerte, el amor de Dios ha regado nuestros desiertos, ha iluminado nuestras tinieblas. Por que el mundo está en tinieblas. Hagamos una lista de todas las guerras que se están combatiendo en este momento; de todos los niños que mueren de hambre; de los niños que no tienen educación; de pueblos enteros destruidos por las guerras, por el terrorismo. De tanta, tanta gente que para sentirse un poco mejor necesita de la droga, de la industria de la droga que mata… ¡Es una calamidad, es un desierto! Hay pequeñas “islas” del pueblo de Dios, tanto cristianas como de cualquier otra fe, que conservan en el corazón las ganas de ser mejores. Pero digámonos la verdad: en ese Calvario de muerte, es Jesús el que sufre en sus discípulos. Durante su ministerio, el Hijo de Dios derramó la vida a manos llenas, curando, perdonando, resucitando… Ahora, en la hora del supremo Sacrificio de la cruz, lleva a cumplimiento la obra encomendada por el Padre: entra en el abismo del sufrimiento, entra en esas calamidades de este mundo, para redimir y transformar. Y también para liberarnos a cada uno del poder de las tinieblas, de la soberbia, de la resistencia a ser amados por Dios. Y eso, solo el amor de Dios puede hacerlo. En sus llagas hemos sido sanados (cfr. 1P 2,24), dice el apóstol Pedro, por su muerte hemos sido regenerados, todos nosotros. Y gracias a Él, abandonado en la cruz, ya nunca nadie está solo en la oscuridad de la muerte. Jamás. Él está siempre al lado: solo hay que abrir el corazón y dejarse mirar por Él.

El Sábado Santo es el día del silencio: hay un gran silencio sobre toda la Tierra; un silencio vivido en el llanto y en el desconcierto de los primeros discípulos, conmocionados por la muerte ignominiosa de Jesús. Mientras el Verbo calla, mientras la Vida está en el sepulcro, aquellos que habían esperado en Él son sometidos a dura prueba, se sienten huérfanos, quizá hasta huérfanos de Dios. Este sábado es también el día de María: también Ella lo vive en el llanto, pero su corazón está lleno de fe, lleno de esperanza, lleno de amor. La Madre de Jesús había seguido al Hijo a lo largo de la vía dolorosa y se había quedado al pie de la cruz, con el alma traspasada. Pero cuando todo parece haber terminado, Ella vela, vela a la espera manteniendo la esperanza en la promesa de Dios que resucita a los muertos. Así, en la hora más oscura del mundo, se ha convertido en Madre de los creyentes, Madre de la Iglesia y signo de la esperanza. Su testimonio y su intercesión nos sostienen cuando el peso de la cruz se vuelve demasiado pesado para cada uno de nosotros.

En las tinieblas del Sábado Santo irrumpirán la alegría y la luz con los ritos de la Vigilia pascual, de noche, y el canto festivo del Aleluya. Será el encuentro en la fe con Cristo resucitado y la alegría pascual se prolongará durante los cincuenta días que seguirán, hasta la venida del Espíritu Santo. ¡El que había sido crucificado ha resucitado! Todas las preguntas e incertidumbres, las vacilaciones y miedos son disipados por esta revelación. El Resucitado nos da la certeza de que el bien triunfa siempre sobre el mal, que la vida vence siempre a la muerte y nuestro final no es bajar cada vez más abajo, de tristeza en tristeza, sino subir a lo alto. El Resucitado es la confirmación de que Jesús tiene razón en todo: al prometernos la vida más allá de la muerte y el perdón más allá de los pecados. Los discípulos dudaban, no creían. La primera en creer y ver fue María Magdalena, apóstol de la resurrección que fue a contar que había visto a Jesús, y la había llamado por su nombre. Y después, le vieron todos los discípulos. Pero, yo quisiera detenerme en esto: los guardias, los soldados, que estaban en el sepulcro para no dejar que vinieran los discípulos a llevarse el cuerpo, le vieron: le han visto vivo y resucitado. Los enemigos le han visto, y después fingieron que no le habían visto. ¿Por qué? Porque les pagaron. Aquí está el verdadero misterio de lo que Jesús dijo una vez: “Hay dos señores en el mundo, dos, no más: dos. Dios y el dinero. Quien sirve al dinero está contra Dios”. Y aquí fue el dinero el que hizo cambiar la realidad. Habían visto la maravilla de la resurrección, pero les pagaron para callar. Pensemos en las muchas veces que hombres y mujeres cristianos han sido pagados para no reconocer en la práctica la resurrección de Cristo, y no han hecho lo que Cristo nos ha pedido que hagamos, como cristianos.

Queridos hermanos y hermanas, también este año viviremos las celebraciones pascuales en el contexto de la pandemia. En muchas situaciones de sufrimiento, especialmente cuando quienes las sufren son personas, familias y poblaciones ya probadas por la pobreza, calamidades o conflictos, la Cruz de Cristo es como un faro que indica el puerto a las naves que aún están en el mar tempestuoso. La Cruz de Cristo es la señal de la esperanza que no defrauda; y nos dice que ni siquiera una lágrima, ni siquiera un lamento se pierden en el plan de salvación de Dios. Pidamos al Señor que nos dé la gracia de servirle y reconocerle y no dejarnos pagar para olvidarle.

Saludos

Saludo cordialmente a los fieles de lengua francesa. La Cruz de Cristo es como un faro que indica el puerto a las naves en la tempestad. Que esta Pascua sea para vosotros, especialmente para cuantos sufren o están en la prueba, un signo seguro de esperanza que no defrauda; y os traiga alegría y paz. ¡Dios os bendiga!

Saludo cordialmente a los fieles de lengua inglesa. A todos deseo que esta Semana Santa os lleve a celebrar la resurrección del Señor Jesús con corazones purificados y renovados por la gracia del Espíritu Santo. ¡Dios os bendiga!

Saludo con afecto a los fieles de lengua alemana. Tomemos ejemplo de María, Madre Dolorosa, y no huyamos de las cruces de nuestra vida, uniendo todos nuestros sufrimientos al sacrificio de Cristo. El Señor crucificado, por la fuerza de su amor, los transformará en signos de consuelo y de gloria.

Saludo cordialmente a los fieles de lengua española. Que en estos momentos de incerteza y aflicción por la pandemia, la fuerza de Cristo resucitado afiance nuestra fe, renueve nuestra esperanza y aumente nuestra caridad. Felices pascuas de Resurrección para todos. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.

Queridos hermanos y hermanas de lengua portuguesa: celebrando los misterios centrales de nuestra fe, os animo una vez más a no permitir nunca que os roben la esperanza y la alegría traídas por Cristo con su victoria sobre la muerte. ¡Deseo a todos una santa y provechosa celebración del triduo de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor!

Saludo a los fieles de lengua árabe. Acercándonos a la fiesta de la Pascua, llevemos en la mente y en el corazón los sufrimientos de los enfermos, de los pobres, de los descartados de este mundo, recordando también a los “corderos inmolados” víctimas inocentes de las guerras, de las dictaduras, de las violencias diarias, de los abortos, para que Cristo, con su Resurrección, les conceda salud, consuelo y prosperidad. ¡Que el Señor os bendiga a todos y os proteja ‎siempre de todo mal‎‎‎‏!

Saludo cordialmente a los polacos. Mañana entramos en el Triduo Pascual, en el misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. Su obra salvadora es la definitiva revelación del amor de Dios que perdona, manifiesta su misericordia y nos da una nueva vida. Que la alegría de la mañana de Pascua, a pesar de los esfuerzos para derrotar la pandemia, os dé esperanza, confianza y paz. Os deseo un encuentro gozoso con el Señor Resucitado y os bendigo de corazón.

Dirijo un cordial saludo a los fieles de lengua italiana. En esta Semana Santa no dejéis de uniros más profundamente a Cristo muerto y resucitado. Experimentaréis así la bondad de Dios, que no escatimó a su propio Hijo para redimirnos del pecado y hacernos “inmaculados” y “resplandecientes como estrellas en el mundo” (Fil 2,5).

Mi pensamiento va finalmente, como de costumbre, a los ancianos, jóvenes, enfermos y recién casados. Os animo a ser imagen de la misericordiosa bondad de Dios y testigos de esperanza. ¡A todos mi bendición!

Un año salvando al mundo

 Antonio Moreno


Aunque nos den ganas de contestar con datos a quién echa en cara a los católicos lo ocurrido este año siempre se puede hacer más

−¿Dónde está ahora tu Iglesia? 

La pregunta me la lanzó un vecino con el que coincidí mientras bajábamos la basura durante aquellos primeros días del confinamiento hace ahora un año. Es un buen tipo Javier: padre de familia, abogado y ciclista aficionado.

Me sorprendió que, en medio de la confusión de aquellos días de marzo de 2020, la conclusión de su primer análisis sobre la tragedia que se nos había venido encima pasara por culpabilizar de alguna forma a la Iglesia o, al menos, por exigirle responsabilidades.

A bote pronto, se me ocurrió argumentarle con las noticias que había leído aquella misma mañana: la rápida respuesta de las clarisas de Alhama de Granada, proveyendo al ayuntamiento de mascarillas confeccionadas por ellas mismas; la donación por parte del Papa de respiradores a distintos hospitales o el ofrecimiento de las diócesis a las autoridades para aportar medios económicos o residenciales a la lucha contra la pandemia.

Nada de eso parecía convencer a Javier que consideraba ridículos aquellos gestos. Yo no quise entrar a polemizar, porque sé que, contra los prejuicios, de nada sirven los argumentos, así que me despedí cortésmente y le dije que sí, que siempre se podía hacer más.

Y vaya que sí se ha hecho más. En este último año, la Iglesia se ha volcado en la atención espiritual y social de los españoles de forma admirable, lo que ha sido en términos generales muy valorado por la sociedad, como demuestran dos datos que se han dado a conocer recientemente:

En primer lugar, los resultados de la campaña “Cáritas ante el coronavirus”, calificada por la propia entidad como una auténtica «Explosión de solidaridad» y que ha contado con el apoyo de más de 70.000 donantes que han aportado 65 millones de euros destinados en su mayor parte a cubrir necesidades básicas de alimentación, higiene o gastos de vivienda y suministros de las personas que se han encontrado, de la noche a la mañana, sin medios para subsistir.

Y, en segundo lugar, el aumento del número de españoles que marcaron la casilla de la Iglesia en su declaración de la renta. Más de 100.000 “X” nuevas que suponen un espaldarazo a la labor que han estado haciendo los capellanes de hospital −muchos de ellos fallecieron contagiados−; los párrocos, que han llevado consuelo a las familias de los afectados; o los religiosos, religiosas, trabajadores y voluntarios de las instituciones eclesiales que se han jugado el tipo por cuidar de las personas a su cargo.

El domingo, cuando salía de casa para ir a Misa, me crucé de nuevo en el portal con Javier, que salía con su bicicleta:

−¿Qué? ¿A tu Iglesia? −me preguntó.

−Bueno, sí, ya sabes…

−Nada, nada, a ver si rezando mucho acabáis con el coronavirus −me soltó, sarcástico, sin darme tiempo a contestarle.

Mientras lo veía a alejarse con su bici, se me ocurrieron varias respuestas para devolvérsela; pero al escuchar luego en Misa aquello de que el Hijo no ha venido a juzgar al mundo sino a que el mundo se salve por él, pensé que la mejor respuesta habría sido la misma que le di el año pasado por estas fechas: «sí, siempre se puede hacer más».


Antonio Moreno, en omnesmag.com


3/30/21

Horario e itinerarios

Enrique García-Máiquez

Cuando pase bajo el balcón de la casa de mi abuela sentiré que faltan muchos en ese balcón

El año pasado el confinamiento nos cogió por sorpresa, pero ahora estamos preparados, listos, ya. Este Domingo de Ramos será el segundo de mi vida, desde los seis años, en que no salga en procesión acompañando a Nuestra Señora de la Amargura y al Cristo de la Flagelación, pero no será el segundo en que yo no salga, qué va, aunque sea solo o sólo con mis hijos. Quiero decir que, aunque los pasos no salgan, vamos a hacer, por nuestra cuenta y riesgo, el mismo itinerario.

Paradójicamente, para mantener el anonimato iré sin túnica blanca ni capirote ni capa negra. Aunque me pienso poner un jersey como el carbón y una camisa muy blanca. Cirios no llevaremos otros que nuestros corazones encendidos. Andaremos mucho más rápido que en una salida procesional como Dios manda, porque no tendremos, ay, que acomodar nuestro paso al sagrado, sentido, sensitivo y sufrido de los costaleros. Calculo, sin embargo, que me dará tiempo a rezar las cuatro partes de un rosario, justo lo mismo que en la procesión, porque en ella, entre los niños pidiendo cera, los empujones de las bullas y la incomodidad de acomodarse el velillo, uno va muy entretenido. Pensaré en el alma de los que me cruce como en la procesión pienso en el alma de entre los que cruzo.

Las imágenes del Cristo y de la Virgen las veré casi igual, porque los penitentes apenas las podemos atisbar de lejos a la vuelta de alguna esquina. Ahora aparecerán en cualquier rincón, a golpe de memoria. Y del mismo modo que, a partir de cierta altura y cierta hora, uno ya está deseando recogerse, estaremos deseando regresar a la iglesia para reencontrarnos con las imágenes que hemos llevado por las calles de nuestro pueblo sobre los hombros de la nostalgia, jamás de la resignación.

Cuando pase bajo el balcón de la casa de mi abuela, miraré hacia arriba y sentiré lo de todos los años, pero un poco más: que faltan muchos en ese balcón. Aunque esta vez pensaré que, como también faltan los que sí están, todas las ausencias son relativas, temporales, circunstanciales.

No sé si encontraré algo de incienso, ni si tendremos el valor de quemarlo y de poner en el móvil la marcha "Campanilleros" ni de apretar un puñado de pétalos de rosa a nuestro paso por la calle Cielo para que todos nuestros sentidos participen también. La procesión ya fue por dentro el año pasado. Que este año vaya por fuera −aunque sea por lo civil− está en nuestra mano.


Enrique García-Máiquez, en diariodecadiz.es

3/29/21

Dejarse sorprender por Jesús "para volver a vivir"

Homilía del Papa el Domingo de Ramos

Esta Liturgia suscita cada año en nosotros un sentimiento de asombro. Pasamos de la alegría que supone acoger a Jesús que entra en Jerusalén al dolor de verlo condenado a muerte y crucificado. Es un sentimiento profundo que nos acompañará toda la Semana Santa. Entremos pues en este asombro.

Jesús nos sorprende en seguida. Su gente lo acoge con solemnidad, pero Él entra en Jerusalén sobre un humilde burrito. Su gente espera para la Pascua al libertador poderoso, pero Jesús viene para cumplir la Pascua con su sacrificio. Su gente espera celebrar la victoria sobre los romanos con la espada, pero Jesús viene a celebrar la victoria de Dios con la cruz. ¿Qué le pasó a aquella gente, que en pocos días pasó de aclamar con hosannas a Jesús a gritar “crucifícalo”? ¿Qué les sucedió? En realidad, esas personas seguían más una imagen del Mesías, que al Mesías real. Admiraban a Jesús, pero no estaban dispuestas a dejarse sorprender por Él. El asombro es distinto de la admiración. La admiración puede ser mundana, porque busca los gustos y expectativas de cada uno; en cambio, el asombro permanece abierto al otro, a su novedad. También hoy hay muchos que admiran a Jesús, porque habló bien, porque amó y perdonó, porque su ejemplo cambió la historia... y tantas cosas más. Lo admiran, pero sus vidas no cambian. Porque admirar a Jesús no basta. Es necesario seguir su camino, dejarse cuestionar por Él, pasar de la admiración al asombro.

¿Y qué es lo que más sorprende del Señor y de su Pascua? El hecho de que llegue a la gloria por el camino de la humillación. Triunfa acogiendo el dolor y la muerte, que nosotros, rehenes de la admiración y del éxito, evitaríamos. Jesús, en cambio −nos dice san Pablo−, «se despojó de sí mismo, […] se humilló a sí mismo» (Flp 2,7.8). Sorprende ver al Omnipotente reducido a nada. Verle a Él, la Palabra que sabe todo, enseñarnos en silencio desde la cátedra de la cruz. Ver al rey de reyes que tiene por trono un patíbulo. Ver al Dios del universo despojado de todo. Verlo coronado de espinas y no de gloria. Verle a Él, la bondad en persona, que es insultado y pisoteado. ¿Por qué toda esa humillación? Señor, ¿por qué dejaste que te hicieran todo eso?

Lo hizo por nosotros, para tocar lo más íntimo de nuestra realidad humana, para experimentar toda nuestra existencia, todo nuestro mal. Para acercarse a nosotros y no dejarnos solos en el dolor y en la muerte. Para recuperarnos, para salvarnos. Jesús subió a la cruz para descender a nuestro sufrimiento. Probó nuestros peores estados de ánimo: el fracaso, el rechazo de todos, la traición de quien le quiere e, incluso, el abandono de Dios. Experimentó en su propia carne nuestras contradicciones más dolorosas, y así las redimió, las transformó. Su amor se acerca a nuestra fragilidad, llega hasta donde nosotros sentimos más vergüenza. Y ahora sabemos que no estamos solos. Dios está con nosotros en cada herida, en cada miedo. Ningún mal, ningún pecado tiene la última palabra. Dios vence, pero la palma de la victoria pasa por el madero de la cruz. Por eso las palmas y la cruz están juntas.

Pidamos la gracia del asombro. La vida cristiana, sin asombro, es gris. ¿Cómo se puede manifestar la alegría de haber encontrado a Jesús, si no nos dejamos sorprender cada día por su amor admirable, que nos perdona y nos hace recomenzar? Si la fe pierde su capacidad de sorprenderse se queda sorda, ya no siente la maravilla de la gracia, ya no experimenta el gusto del Pan de vida y de la Palabra, ya no percibe la belleza de los hermanos y el don de la creación. Y no tiene ninguna otra salida que refugiarse en el legalismo, en el clericalismo y en todas esas actitudes que Jesús condena en el capítulo 23 de Mateo.

En esta Semana Santa, levantemos nuestra mirada a la cruz para recibir la gracia del asombro. San Francisco de Asís, mirando al Crucificado, se asombraba de que sus frailes no llorasen. Y nosotros, ¿aún logramos dejarnos remover por el amor de Dios? ¿Por qué hemos perdido la capacidad de asombrarnos ante él? ¿Por qué? Tal vez porque nuestra fe ha sido corroída por la rutina. Tal vez porque permanecemos encerrados en nuestros remordimientos y nos dejamos paralizar por nuestras insatisfacciones. Tal vez porque hemos perdido la confianza en todo y nos creemos perdidos. Pero detrás de todos esos “tal vez” está el hecho de que no nos hemos abierto al don del Espíritu, que es Aquel que nos da la gracia del asombro.

Recomencemos desde el asombro; miremos al Crucificado y digámosle: “Señor, ¡cuánto me amas, qué valioso soy para Ti!”. Dejémonos sorprender por Jesús para volver a vivir, porque la grandeza de la vida no está en tener o en afirmarse, sino en descubrirse amados. Esa es la grandeza de la vida, descubrirse amados. Y la grandeza de la vida está precisamente en la belleza del amor. En el Crucificado vemos a Dios humillado, al Omnipotente reducido a un descarte. Y con la gracia del asombro entendemos que, acogiendo a quien es descartado, acercándonos a quien es humillado por la vida, amamos a Jesús. Porque Él está en los últimos, en los rechazados, en aquellos que nuestra cultura farisaica condena.

Hoy el Evangelio nos muestra, justo después de la muerte de Jesús, la imagen más hermosa del asombro. Es la escena del centurión que, al verlo «expirar así, exclamó: “¡Realmente este hombre era Hijo de Dios!”» (Mc 15,39). Se dejó asombrar por el amor. ¿Cómo había visto morir a Jesús? Lo había visto morir amando, y eso le impresionó. Sufría, estaba agotado, pero seguía amando. Eso es el asombro ante Dios, que sabe llenar de amor incluso el morir. En ese amor gratuito e inaudito, el centurión, un pagano, encuentra a Dios. ¡Realmente este hombre era Hijo de Dios! Su frase ratifica la Pasión. Muchos antes que él en el Evangelio, admirando a Jesús por sus milagros y prodigios, lo habían reconocido como Hijo de Dios, pero Cristo mismo los había mandado callar, porque existía el riesgo de quedarse en la admiración mundana, en la idea de un Dios que había que adorar y temer en cuanto poderoso y terrible. Ahora ya no, ante la cruz no hay lugar a malas interpretaciones. Dios se ha revelado y reina sólo con la fuerza desarmada y desarmante del amor.

Hermanos y hermanas, hoy Dios continúa sorprendiendo nuestra mente y nuestro corazón. Dejemos que este asombro nos invada, miremos al Crucificado y digámosle también nosotros: “Realmente Tú eres el Hijo de Dios. Tú eres mi Dios”.

En la oración del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas, hemos entrado en la Semana Santa. Por segunda vez la vivimos en el contexto de la pandemia. El año pasado estábamos más alterados, este año estamos más probados. Y la crisis económica se ha hecho más pesada.

En esta situación histórica y social, ¿qué hace Dios? Toma la cruz. Jesús toma la cruz, es decir, asume el peso del mal que dicha realidad comporta, mal físico, psicológico y sobre todo mal espiritual, porque el Maligno aprovecha las crisis para sembrar desconfianza, desesperación y cizaña.

¿Y nosotros? ¿Qué debemos hacer? Nos lo muestra la Virgen María, la Madre de Jesús, que es también su primera discípula. Ella siguió a su Hijo. Cargó con su cuota de sufrimiento, de oscuridad, de desconcierto, y recorrió el camino de la pasión, manteniendo encendida en su corazón la lámpara de la fe. Con la gracia de Dios, también nosotros podemos hacer ese camino. Y, a lo largo del vía crucis cotidiano, encontramos los rostros de tantos hermanos y hermanas en dificultad: no pasemos de largo, dejemos el corazón se mueva a compasión y acerquémonos. En ese momento, como el Cirineo, podemos pensar: “¿Por qué yo?”. Pero luego descubriremos el don que, sin merecerlo, se nos ha concedido.

Recemos por todas las víctimas de la violencia, especialmente por las del atentado ocurrido esta mañana en Indonesia frente a la catedral de Makassar.

Que nos ayude la Virgen, que siempre nos precede en el camino de la fe.

Que nos ayude la Virgen, que siempre nos precede en el camino de la fe.

El Papa ayer en el Ángelus 


Queridos hermanos y hermanas:

Hemos entrado en la Semana Santa. Por segunda vez la vivimos en el contexto de la pandemia. El año pasado estábamos más conmocionados, este año estamos más probados. Y la crisis económica se ha hecho más pesada.

En esta situación histórica y social, ¿qué hace Dios? Toma la cruz. Jesús toma la cruz, es decir, asume el peso del mal que implica dicha realidad, el mal físico, el psicológico y sobre todo el mal espiritual, porque el Maligno aprovecha las crisis para sembrar la desconfianza, la desesperación y la cizaña.

¿Y nosotros? ¿Qué debemos hacer? Nos lo muestra la Virgen María, la Madre de Jesús, que es también su primera discípula. Ella siguió a su Hijo. Ella asumió su propia cuota de sufrimiento, de oscuridad, de desconcierto, y recorrió el camino de la pasión, manteniendo la lámpara de la fe encendida en su corazón. Con la gracia de Dios, nosotros también podemos hacer este camino. Y, a lo largo del vía crucis cotidiano, nos encontramos con los rostros de tantos hermanos y hermanas en dificultad: no pasemos de largo, dejemos que nuestro corazón se mueva a compasión y acerquémonos. En este momento, como el Cirineo, podemos pensar: "¿Por qué justamente yo?". Pero luego descubriremos el don que, sin merecerlo, se nos ha concedido.

Recemos por todas las víctimas de la violencia, especialmente por las del atentado ocurrido esta mañana en Indonesia frente a la catedral de Makassar.

Que nos ayude la Virgen, que siempre nos precede en el camino de la fe.

3/28/21

¿Soy de fiar? Buena pregunta de cara a la Semana Santa

Juan Luis Selma


La familia puede ser una escuela de coherencia, de virtudes. Un semillero de buen hacer

No hay más que ver un noticiero o leer un periódico para ver que estamos rodeados de tránsfugas, de mociones de censura desleales, de solemnes promesas no cumplidas. Pero no solo en el campo político, también en el empresarial, deportivo, familiar y afectivo. ¡Cuántas promesas de amor eterno caducan en poco tiempo! ¡Cuántas familias rotas!

Hemos entrado en la Semana Santa, la segunda sin procesiones −esperemos que sea la última−, y hoy es Domingo de Ramos. Es la única vez que Jesús se deja aclamar por las multitudes, montando un humilde pollino hace su entrada en Jerusalén.

“Muchos extendieron sus mantos en el camino, otros el ramaje que cortaban de los campos. Los que iban delante y los que seguían detrás gritaban: ¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito el Reino que viene, el de nuestro padre David! ¡Hosanna en las alturas!” Parece que por fin los hebreos se muestran agradecidos con quien les ha curado, dado de comer, devuelto a la vida sus muertos…

A los cinco días, el Viernes Santo, los mismos que hoy aclaman condenarán: “¡Crucifícalo, crucifícalo!” ¿Cómo se explica esto? ¿Cómo se puede cambiar de opinión tan rápidamente? Quizá sea por falta de convicción ayudada por un instinto camaleónico, que nos lleva a seguir la corriente, a no tener pensamiento propio, a dejarse llevar. Pero seguramente también influye la debilidad humana, cuando las cosas se ponen difíciles, cuando cuesta dar la cara o ser fiel a la palabra dada, es más cómodo mirar a otro lado.

Pienso que a nadie le gusta tener un amigo desleal, a un esposo/a infiel, a un hijo que no asume sus obligaciones. Esto es buena señal, aún queda algo de humanidad. Pero me temo que vamos hacia una sociedad que aplaude la deslealtad, que, a fuerza de tanto mal ejemplo, de ideologías rompedoras con todo lo pasado, podamos pensar que el compromiso, la coherencia no son humanos.

Son reminiscencias de un oscuro pasado, cadenas que hay que romper. Por eso debemos preguntarnos si somos de fiar, cuestionarnos de qué lado estamos. No basta con sufrir las deslealtades de los otros, quejarnos. Debemos ver qué precio estamos dispuestos a pagar para ser personas de palabra, para asumir los compromisos que libremente hemos asumido.

En el proceso a Jesús, Pilato le preguntó: “Y ¿qué es la verdad?”. Ya se vislumbra en aquel poderoso cierto pensamiento débil −nada hay nuevo bajo el sol−, su actitud pragmática, acomodaticia, le lleva a condenar a un inocente a sabiendas. Dice Alejandro Llano: “El sucedáneo posmoderno de la libertad es la superficialidad del pasar de una cosa a otra en tiempo cero, de saltar de representación en representación hasta una fantasía total, donde impera la lógica del doble.

El único pensamiento libre es, como quiere Vattimoel pensamiento débil: la penumbra de las incertidumbres, los intersticios entre una imagen y otra, la pérdida de peso ontológico, en una especie de anorexia cultural generalizada”.

No podemos ser de fiar sin tener convicciones, sin amar la verdad, sin que tengamos unos referentes intocables, que son garantía frente a nuestra debilidad y arbitrariedad. Lo divertido, lo que me pide el cuerpo, lo guay no pueden ser las coordenadas de una vida humana. Volvemos nuestra mirada a Cristo y vemos una vida plena, de entrega libre, de compromiso con la Verdad. Han pasado más de dos mil años y sigue siendo el punto de referencia de la humanidad. Su salvador.

Nos preguntábamos si éramos de fiar. Podemos ver si volveríamos a gritar a ese que es inocente: ¡crucifícale!, y lo hacemos cuando renunciamos a nuestras convicciones: cuando, ante las dificultades matrimoniales acariciamos la tentación de rehacer la vida; si vendemos nuestra integridad profesional por un puñado de monedas o por un cargo; si dejamos al amigo en apuros para no complicarnos la vida; cuando ocultamos nuestras creencias en un foro adverso; si nos vendemos al pensamiento débil y renunciamos a lo evidente: “lo cual se muestra en los juegos eróticos que tienden a borrar la distinción entre el propio cuerpo y el de los demás, tras superar la clasificación binaria entre los sexos y sumirse en la informe dinámica de la transexualidad” en palabras de Llano.

La familia puede ser una escuela de coherencia, de lealtad, de virtudes. Un semillero de buen hacer. Una palestra donde nos entrenamos viviendo con cariño y fidelidad nuestros pequeños y grandes compromisos.


Juan Luis Selma, en eldiadecordoba.es

3/27/21

“Id a la aldea que tenéis enfrente y nada más entrar en ella encontraréis un borrico atado (…) desatadlo y traedlo”

Domingo de Ramos (Ciclo B)


Jesús nos desata, como hizo con aquel borrico, para hacernos partícipes de su gloria, de su entrega sin condiciones. Este es nuestro destino, nuestra maravillosa aventura. Dios tenía un plan para ese borrico. Del mismo modo tiene un plan para cada uno de nosotros, un plan de libertad y gloria.


Evangelio (Mc 11, 1-10)

Al acercarse a Jerusalén, a Betfagé y Betania, junto al Monte de los Olivos, envió a dos de sus discípulos y les dijo:

−Id a la aldea que tenéis enfrente y nada más entrar en ella encontraréis un borrico atado, en el que todavía no ha montado nadie; desatadlo y traedlo. Y si alguien os dice: «¿Por qué hacéis eso?», respondedle: «El Señor lo necesita y enseguida lo devolverá aquí».

Se marcharon y encontraron un borrico atado junto a una puerta, fuera, en un cruce de caminos, y lo desataron. Algunos de los que estaban allí les decían:

−¿Qué hacéis desatando el borrico?

Ellos les respondieron como Jesús les había dicho, y se lo permitieron.

Entonces llevaron el borrico a Jesús, echaron encima sus mantos, y se montó sobre él. Muchos extendieron sus mantos en el camino, otros el ramaje que cortaban de los campos. Los que iban delante y los que seguían detrás gritaban:

−¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito el Reino que viene, el de nuestro padre David! ¡Hosanna en las alturas!

Y entró en Jerusalén en el Templo; y después de observar todo atentamente, como ya era hora tardía, salió para Betania con los doce.


Comentario

Hoy celebramos el Domingo de Ramos en la Pasión del Señor.

Recordamos la entrada de Cristo en Jerusalén montado en un pollino, donde es recibido entre aclamaciones.

Es una escena de gran intensidad.

Jerusalén está llena de peregrinos que han llegado de todo Israel para celebrar la Pascua.

Vienen en grupos más o menos numerosos y entran en la Ciudad Santa con cantos festivos de alabanza y gratitud.

Uno de esos grupos es el del Señor. El clima de alegría se desborda en una alabanza jubilosa.

Jesús durante tres años ha despertado ilusiones y esperanzas en el corazón de las personas.

Sobre todo, entre la gente humilde, simple, pobre, olvidada, la que no cuenta a los ojos del mundo.

Ha sabido comprender las miserias humanas, ha mostrado el rostro de la misericordia de Dios y se ha hecho siervo de todos para curar cuerpos y almas.

Este es Jesús. Este es su corazón atento a todos nosotros, que ve nuestras debilidades, nuestros pecados, nuestras soledades, angustias y temores, nuestras lágrimas.

El amor de Jesús es grande. Así entra en Jerusalén.

Es una escena de gran belleza, llena de la luz del amor de Jesús.

Y, así también, quiere entrar en nuestros corazones.

Nuestra alegría, al igual que la alegría de los discípulos del Señor, no es algo que nace de tener cosas, sino de haber encontrado a una persona, Jesús, el Hijo de Dios vivo.

La alegría del cristiano nace de saber que, con Cristo, nunca estamos solos, incluso en los momentos más difíciles, cuando tropezamos con problemas que parecen insuperables.

Nos acercamos a Jesús, le acompañamos, pero sobre todo sabemos que es Él quien nos acompaña y nos carga sobre sus hombros.

Aquí reside nuestra alegría.

Jesús quiere ser identificado con un animal de carga, con un borrico, porque para eso ha venido, para cargar con nosotros. El borrico lleva a Jesús, pero en realidad es Él quien lleva el peso. Se acerca a nosotros así, con sencillez, con decisión, para coger sobre sus hombros nuestras derrotas, nuestros pesos, nuestra incapacidad para amar.

La raíz de nuestra alegría radica aquí: Dios se ha hecho uno como nosotros y está dispuesto a todo.

Quiere atravesar todas las calles de nuestro corazón para quitarnos los miedos, las heridas más profundas que nos impiden amar y aceptar el amor sin condiciones. Para que podamos gritar al mundo que nuestra vida está iluminada por el amor apasionado de Cristo y de su Resurrección.

A la vez, Cristo tiene necesidad de nosotros. Quiere que llevemos sobre nosotros la gloria de su vida allí donde vivimos: en nuestras casas, calles, plazas, familias, trabajos.

Jesús nos desata, como hizo con aquel borrico, para hacernos partícipes de su gloria, de su entrega sin condiciones. Este es nuestro destino, nuestra maravillosa aventura.

Dios tenía un plan para ese borrico. Del mismo modo tiene un plan para cada uno de nosotros, un plan de libertad y gloria.

Durante estos días acompañaremos a Jesús.

Y siempre tendremos a nuestro lado a su Madre, María.

Junto a ella, le podremos decir que queremos ser de los que están al lado de su Hijo, de los que le alaban y agradecen, de los que le piden perdón por nuestros pecados y los de todos los hombres, de los que se sacrifican por lo demás, de los que no tienen miedo a la Cruz, de los que lo muestran con alegría en nuestras casas, calles, plazas, trabajos. Allí donde vivimos.


Fuente: opusdei.org


Cirineos de pasillo

María José Atienza Amores


Ahora que se acerca la hora de llevar la cruz, de llevarla por los pasillos de casa, del hospital, sin ayuda muchas veces, tenemos el mejor momento para orar sobre esa elección de Dios con nosotros

Probablemente hayas visto esa instantánea. La tomó el pasado año Alessandro Garofalo, fotógrafo de Reuters. En ella dos hombres portan una imagen de Cristo Crucificado por el interior de un pasillo. Sucedió en Taranto, Italia. Allí, Amedeo Basile, el sacerdote de la iglesia de Santa Maria Addolorata, en el momento más duro del confinamiento, subió las imágenes de un Cristo y de Santa María Dolorosa y, junto a sus fieles asomados a los balcones, rezaron el Via crucis al atardecer del Viernes Santo. 

Aquella foto búscala si puedes!) cuando ya trasladaban la imagen a su emplazamiento original, dio la vuelta al mundo y fue elegida entre las prestigiosas “Fotos del Año”. Quizás porque no inmortalizaba tan sólo un momento determinado en un lugar del mundo; aquella imagen era la “foto del mundo” en ese momento: el mundo que se topó con la cruz, con la incertidumbre, con la debilidad, en el interior de su casa.

Tú y yo, en este tiempo, estamos llamados a llevar a Cristo por los pasillos de casa, a cargar ese peso sin reconocimiento, sin cirios, ni incienso… La procesión va, como nunca antes, por dentro.  La misma imagen contiene toda la fuerza de la salvación. La de Cristo-Dios que se deja llevar a la Cruz por ti y por mí, la de Cristo, perfecto Hombre, que no puede con el peso del madero y que pide ayuda al hombre para salvarlo… 

Esos modernos cirineos con vaqueros y tatuajes, que ayudan a Cristo a llegar a todos los hombres, que se sienten torpes ante las dimensiones del madero, que se saben débiles y temerosos ante el dolor y el sufrimiento, esos inútiles, somos tú y yo: la nada de la que Dios se sirve para hacer la redención, también, o quizás especialmente, en tiempos de pandemia.

Ahora que se acerca la hora de llevar la cruz, de llevarla por los pasillos de casa, del hospital, sin ayuda muchas veces, tenemos el mejor momento para orar sobre esa elección de Dios con nosotros. Escogidos por casualidad, no por nuestros méritos, como los cirineos de ese Jesús que pasa por lo más profundo de nuestra intimidad.

Sí. Esta Semana Santa, otra vez es Cristo el que vendrá a casa. No podremos verle representado por las calles, en esa catequesis plástica que cada año ponen por nuestras ciudades tantas Hermandades y Cofradías, no veremos las lágrimas de otros, ni rezaremos hombro con hombro con nuestros hermanos bajo un costal o en silencio, desconocidos e ignorados bajo un antifaz de nazareno.

Lo haremos, otra vez, en el territorio de nuestra vida ordinaria, y este año no será por sorpresa. A pocas horas de los días de pasión, vuelvo a contemplar esa foto de Garofalo, para recordar que, con la esperanza de volver a cruzar la mirada con Cristo en las calles, la primera procesión, el primer encuentro con Cristo, se recorre en los pasillos de nuestra alma, solos, en silencio, en el confinamiento elegido de la oración. 


María José Atienza Amores, en omnesmag.com

3/26/21

Celebrar la riqueza de la fe en el año de la familia

 Salvador Bernal

San José es mucho san José. Se comprende que su figura, caracterizada por eludir protagonismos y pasar inadvertida, lo ocupara todo el día de su solemnidad litúrgica. Quizá por esto, en la homilía del pasado 19, el celebrante olvidó recordar el comienzo de un nuevo año en la Iglesia católica, esta vez dedicado a la familia, con motivo del quinto aniversario de la exhortación apostólica Amoris laetitia. Y muestra las riquezas de la fe, tan difícil de apresar en palabras humanas.

Por esta razón, el creyente vive el viejo consejo de escudriñar las Escrituras, convencido también de que siguen hablando íntimamente a cada uno, especialmente en la celebración litúrgica. La palabra divina inspira y fundamenta el comportamiento humano, adaptando una voluntad eterna a la humana condición temporal.

Como no dejó de repetir Juan Pablo II antes y después del jubileo del año 2000, tiempo y eternidad se dan la mano en la Persona de Jesucristo. En cierta medida, el cristiano, hijo de Dios por el bautismo, une también en su corazón la capacidad de atisbar la acción de la gracia increada en su vida, para superar así lo efímero y transitorio, y ganar la inmortalidad de sueños e ilusiones rectamente llevados a la práctica.

Amor y alegría son dos conceptos esenciales del cristianismo, con resonancias específicas en la vida familiar. Se explica que el papa Francisco las eligiese para titular la exhortación apostólica del 19 de marzo de 2016, después de los dos sínodos de obispos convocados para dar respuesta a las crisis matrimoniales: la síntesis del título en la traducción española es justamente “sobre el amor en la familia”. Y, puestos a elegir, recomiendo especialmente el capítulo cuarto, brillante aplicación al matrimonio del “himno del amor” de la primera epístola de san Pablo a los Corintios (1 Cor 13,4-7).

Dios es Amor. No es tópico repetir que la vida del cristiano es de Amor. San Josemaría lo aplicaba también al trabajo: “el hombre no debe limitarse a hacer cosas, a construir objetos. El trabajo nace del amor, manifiesta el amor, se ordena al amor”. Sobre todo, a las relaciones humanas, al matrimonio, a la propia lucha por la plenitud de vida cristiana: “Este corazón nuestro ha nacido para amar. Y cuando no se le da un afecto puro y limpio y noble, se venga y se inunda de miseria”. El amor a los hombres y a Dios “se halla igualmente lejos de la sensualidad que de la insensibilidad, de cualquier sentimentalismo como de la ausencia o dureza de corazón”.

Se aplica a cualquier situación: “Es una pena no tener corazón. Son unos desdichados los que no han aprendido nunca a amar con ternura. Los cristianos estamos enamorados del Amor: el Señor no nos quiere secos, tiesos, como una materia inerte. ¡Nos quiere impregnados de su cariño! El que por Dios renuncia a un amor humano no es un solterón, como esas personas tristes, infelices y alicaídas, porque han despreciado la generosidad de amar limpiamente”.

La doctrina y la praxis cristianas se apoyan en el amor: desde el Génesis o el Cantar de los cantares, hasta el Evangelio y los primeros cristianos, con ejemplos inolvidables en los grandes místicos −entre nosotros, Teresa de Jesús y Juan de la Cruz− y en tantos santos contemporáneos. Es uno de los fundamentos de la alegría, rasgo inseparable de la vida de fe, aun en momentos de dolor o incertidumbre. Lo hemos palpado durante un año largo de pandemia. Como sabíamos antes, en los países latinos no había estallado la revolución, porque la familia era inesperado pero seguro refugio del galopante desempleo juvenil.

Amoris laetitia ayuda a profundizar en la belleza gozosa de la familia, para darla a conocer y vivir sus exigencias con buen ánimo. En cierto modo, es un gran manual para superar con éxito la asignatura pendiente de difundir las magnalia Dei, las maravillas que darán a una civilización quizá cansada una nueva esperanza.

Además, para los católicos, el Año de la Familia se solapa hasta la Inmaculada con el de san José, que comenzó en diciembre pasado. Como ha escrito Mons. Fernando Ocáriz, “esta coincidencia puede ser una ocasión para acudir especialmente a la intercesión del santo Patriarca, para que cuide nuestras familias y las de todo el mundo, y también para que muchos jóvenes descubran la belleza de emprender la vida matrimonial, conscientes además de la misión evangelizadora de la familia cristiana”.


Salvador Bernal, en religion.elconfidencialdigital.com

3/25/21

Convivir en espíritu y en verdad

 José Antonio García-Prieto Segura


Importa mucho actuar siempre guiados por el amor a la verdad y con sinceridad de corazón, aunque las circunstancias hagan que los “registros” con que se expresan, sean a veces muy distintos

El día en que se aprobó la ley que reconocía el derecho a acortar la vida, publiqué un artículo para mostrar lo insostenible de tal derecho. Al día siguiente, en este mismo medio, apareció un buen artículo sobre idéntico tema, mucho más breve. Con distintos puntos de vista, coincidíamos en lo esencial: la ley era inicua, auténtico oxímoron, porque “inicuo” es lo que “no tiene equidad o es injusto”. ¿Y caben leyes injustas? Recibí bastantes correos; el de Ernesto, un amigo, me decía: “he leído tu último artículo en ECD. ¿Un poco largo no?”.

Tenía razón y se la di, añadiendo que acababa de leer otro sobre el mismo tema, y ambos me parecían válidos. La extensión y diversidad poco importa, si se coincide en lo esencial, y tal era el caso. El estilo ajeno, respecto del mío, me pareció directo y, con razón, hasta contundente.

Entonces me vino a la mente una asociación de ideas e incluso el título de este artículo, tomado en parte del Evangelio. Dejo a un lado, pues, la inicua ley que ha sido como la aguja para enhebrar el hilo de lo que sigue. Que el cambio de agujas no desanime al lector, si tiene paciencia para continuar a lo largo de estas líneas. Deseo destacar la importancia que encierra para convivir serenamente, el que las personas nos hablemos con sinceridad, de corazón a corazón y con la verdad por delante, más allá del tipo de discurso que empleemos. Es un reto arduo en los tiempos de post-verdad y escasez de espíritu trascendente que atravesamos.

Vayamos a la vida: quienes conocen el Evangelio recuerdan el encuentro de Jesús con una mujer samaritana. Ella iba a buscar agua, y él le pidió de beber. Fue el inicio de la amable conversación que mantuvieron, a pesar de la enemistad entre judíos y samaritanos. La mujer, después de tratar situaciones graves de su propia vida, le planteó una debatida cuestión religiosa: si los adoradores de Dios debían hacerlo donde los samaritanos decían −el templo del monte Garizim−, o en el templo de Jerusalén, según los judíos. Jesús, al responderle, fue a la raíz y superó el dilema: Créeme, mujerllega la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre (...) Pero llega la hora, y es ésta, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad. Porque así son los adoradores que el Padre busca. Era el final de un razonado discurso en el que Cristo, con sus comentarios, despejó problemas existenciales y religiosos de la mujer. Ella, percibiendo que aquel hombre la trataba con delicadeza, respeto, y veracidad, terminó convencida. El culmen de la conversación fue descubrirle cómo debía ser el trato del creyente con Dios: en espíritu y en verdad, sin perderse en formalismos vacíos. Lo considero principio excelente, válido para todo el mundo en la diaria convivencia.

No hace falta ser cristiano −pienso− para concluir que ése es el buen camino: un trato animado por el espíritu −es decir, de corazón a corazón y hasta apuntando a lo trascendente−, e impulsado por la verdad que interpela a la razón y a la conciencia de quienes conversan. Y así, llegar a proposiciones −si fuera el caso− con exigencias importantes que liberen de ataduras y miserias personales. Eso sucedió con aquella mujer, a juzgar por su reacción después de hablar con Cristo: dejó el cántaro, y olvidándose hasta de lo que había ido a hacer, salió disparada a comunicar a otros el alegre descubrimiento que acababa de realizar.

Sin embargo, el protagonista tranquilo y sosegado de aquel diálogo, al cabo de un tiempo defiende idéntica verdad con terrible e inusitada contundencia: Cristo, a latigazos, arroja del Templo de Jerusalén a los mercaderes y derriba sus mesas de negocios, por haberlo convertido en cueva de ladrones. Se diría que no era la misma persona; quizá la samaritana, de haber estado allí, con dificultad lo hubiera reconocido. Dos gestos y modos distintos de hablar y de actuar de Jesús, pero siempre coherentes. Su corazón que le llevó a hablar con claridad y dulzura a la samaritana, fue el mismo que, con idéntico amor, le movió a empuñar el látigo.

Importa mucho actuar siempre guiados por el amor a la verdad y con sinceridad de corazón, aunque las circunstancias hagan que los “registros” con que se expresan, sean a veces muy distintos. El trato en espíritu y en verdad para con Dios, de los creyentes, tendría que animar también el de la convivencia ordinaria de todos: entre personas de la propia familia, el de las relaciones con colegas de trabajo, conversaciones entre amigos, etc. Hablarnos con veracidad y sencillez, sobre lo que consideramos que ayudaría a resolver un problema o una grave situación −sea nuestra, de la otra persona, o de ambos a la vez−, ayuda a derribar barreras o incomprensiones, si las hubiera. Muchos, quizá, tenemos experiencia de que es así.

Los dos modos distintos de actuar de Jesús me sugieren una última consideración, especialmente apropiada para los que somos Familia de Dios, en su Iglesia. Corremos el peligro de que los modos actuar y decir de otros cristianos nos lleven −por ligereza nuestra− a juicios erróneos o fuera de lugar sobre esas personas. Porque a veces, por poner un ejemplo, se leen o escuchan comentarios comparativos entre Papas −llámense Juan Pablo IIBenedicto XVI o Francisco, por citar los recientes−, que invitarían a contraponerlos, por pensar que algunas de sus enseñanzas fuesen divergentes; o yendo más lejos todavía, a emitir juicios que parecen olvidar que todo Papa es Vicario del mismo y único Señor, al margen de los diversos modos de hacer y enseñar de unos y otros.

Ningún católico debería tropezar en la piedra en que tropezaron los corintios, cuando san Pablo les llamó la atención, porque cada uno de vosotros va diciendo“Yo soy de Pablo”, “yo, de Apolo”, “Yo de Cefas”, “Yo de Cristo”. Y les pide que, desde la fe, piensen también con sensatez, meditando lo que les escribe: “¿Está dividido Cristo?” (I Cor. 1, 12-13). Los cristianos estamos llamados a esa fe adulta y bien formada, que va más allá de las apariencias: a valorar todo, en definitiva, desde la sabiduría, que es don del Espíritu Santo.

Pero la convivencia en espíritu y en verdad debería ser patrimonio común −al margen de las creencias que se tengan o dejen de tenerse− y un reto por el que vale la pena sentirse fuertemente motivados.


José Antonio García-Prieto Segura, en religion.elconfidencialdigital.com

3/24/21

Rezar en comunión con María

El Papa en la Audiencia General


Catequesis 27. 

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy la catequesis está dedicada a la oración en comunión con María, y tiene lugar precisamente en la vigilia de la solemnidad de la Anunciación. Sabemos que el camino principal de la oración cristiana es la humanidad de Jesús. De hecho, la confianza típica de la oración cristiana no tendría significado si el Verbo no se hubiera encarnado, donándonos en el Espíritu su relación filial con el Padre. Hemos escuchado, en la lectura, de esa reunión de los discípulos, a las mujeres pías y María, rezando, después de la Ascensión de Jesús: es la primera comunidad cristiana que espera el don de Jesús, la promesa de Jesús.

Cristo es el Mediador, el puente que atravesamos para dirigirnos al Padre (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 2674).  Es el único Redentor: no hay co-redentores con Cristo. Es el Mediador por excelencia, es el Mediador. Cada oración que elevamos a Dios es por Cristo, con Cristo y en Cristo y se realiza gracias a su intercesión. El Espíritu Santo extiende la mediación de Cristo a todo tiempo y todo lugar: no hay otro nombre en el que podamos ser salvados (cf. Hch 4,12). Jesucristo: el único Mediador entre Dios y los hombres.

De la única mediación de Cristo toman sentido y valor las otras referencias que el cristianismo encuentra para su oración y su devoción, en primer lugar a la Virgen María, la Madre de Jesús.

Ella ocupa en la vida y, por tanto, también en la oración del cristiano un lugar privilegiado, porque es la Madre de Jesús. Las Iglesias de Oriente la han representado a menudo como la Odighitria, aquella que “indica el camino”, es decir el Hijo Jesucristo. Me viene a la mente ese bonito cuadro antiguo de la Odighitria en la catedral de Bari, sencillo: la Virgen que muestra a Jesús, desnudo. Después le pusieron la camisa para cubrir esa desnudez, pero la verdad es que Jesús retratado desnudo, a indicar que él, hombre nacido de María, es el Mediador. Y ella señala al Mediador: ella es la Odighitria. En la iconografía cristiana su presencia está en todas partes, y a veces con gran protagonismo, pero siempre en relación al Hijo y en función de Él. Sus manos, sus ojos, su actitud son un “catecismo” viviente y siempre apuntan al fundamento, el centro: Jesús. María está totalmente dirigida a Él (cf. CCE, 2674). Hasta el punto que podemos decir que es más discípula que Madre. Esa indicación, en las bodas de Caná: María dice “haced lo que Él os diga”. Siempre señala a Cristo; es la primera discípula.

Este es el rol que María ha ocupado durante toda su vida terrena y que conserva para siempre: ser humilde sierva del Señor, nada más. A un cierto punto, en los Evangelios, ella parece casi desaparecer; pero vuelve en los momentos cruciales, como en Caná, cuando el Hijo, gracias a su intervención atenta, realizó la primera “señal” (cf. Jn 2,1-12), y después en el Gólgota, a los pies de la cruz.

Jesús extendió la maternidad de María a toda la Iglesia cuando se la encomendó al discípulo amado, poco antes de morir en la cruz. Desde ese momento, todos nosotros estamos colocados bajo su manto, como se ve en ciertos frescos y cuadros medievales.  También la primera antífona latina – Sub tuum praesidium confugimus, sancta Dei Genitrix: la Virgen que, como Madre a la cual Jesús nos ha encomendado, envuelve a todos nosotros; pero como Madre, no como diosa, no como corredentora: como Madre. Es verdad que la piedad cristiana siempre le da bonitos títulos, como un hijo a la madre: ¡cuántas cosas bonitas dice un hijo a la madre a la que quiere! Pero estemos atentos: las cosas bonitas que la Iglesia y a los Santos dicen de María no quita nada a la unicidad redentora de Cristo. Él es el único Redentor. Son expresiones de amor como un hijo a la madre – algunas veces exageradas. Pero el amor, nosotros lo sabemos, siempre nos hace hacer cosas exageradas, pero con amor.

Y así empezamos a rezarla con algunas expresiones dirigidas a ella, presentes en los Evangelios: “llena de gracia”, “bendita entre las mujeres” (cf. CCE, 2676s.). En la oración del Ave María pronto llegaría el título “Theotokos”, “Madre de Dios”, ratificado por el Concilio de Éfeso.  Y, análogamente y como sucede en el Padre Nuestro, después de la alabanza añadimos la súplica: pedimos a la Madre que ruegue por nosotros pecadores, para que interceda con su ternura, “ahora y en la hora de nuestra muerte”. Ahora, en las situaciones concretas de la vida, y en el momento final, para que nos acompañe —como Madre, como primera discípula— en el paso a la vida eterna.

María está siempre presente en la cabecera de sus hijos que dejan este mundo. Si alguno se encuentra solo y abandonado, ella es Madre, está allí cerca, como estaba junto a su Hijo cuando todos le habían abandonado.

María ha estado presente en los días de pandemia, cerca de las personas que lamentablemente han concluido su camino terreno en una condición de aislamiento, sin el consuelo de la cercanía de sus seres queridos. María está siempre allí, junto a nosotros, con su ternura materna.

Las oraciones dirigidas a ella no son vanas. Mujer del “sí”, que ha acogido con prontitud la invitación del Ángel, responde también a nuestras súplicas, escucha nuestras voces, también las que permanecen cerradas en el corazón, que no tienen la fuerza de salir pero que Dios conoce mejor que nosotros mismos. Las escucha como Madre. Como y más que toda buena madre, María nos defiende en los peligros, se preocupa por nosotros, también cuando nosotros estamos atrapados por nuestras cosas y perdemos el sentido del camino, y ponemos en peligro no solo nuestra salud sino nuestra salvación. María está allí, rezando por nosotros, rezando por quien no reza. Rezando con nosotros. ¿Por qué? Porque ella es nuestra Madre.


Saludos

Saludo cordialmente a los fieles de lengua española. Los animo a confiar nuestras súplicas al Salvador a la poderosa intercesión de María, la Reina Madre que lleva ante el trono de su Hijo nuestro ruego, pues somos sus hijos queridos. Que Dios los bendiga y la Virgen Santa los cuide.

 


LLAMAMIENTOS

Me he enterado con dolor de la noticia de los recientes ataques terroristas en Níger, que han provocado la muerte de 137 personas. Recemos por las víctimas, por sus familias y por toda la población, para que la violencia sufrida non haga perder la confianza en el camino de la democracia, de la justicia y de la paz.

En estos días, grandes inundaciones han causado graves daños en el Estado de Nuevo Gales del Sur, en Australia. Estoy cerca de las personas y las familias golpeadas de nuevo por esta calamidad, especialmente a los que han visto sus casas destruidas, y animo a aquellos que están trabajando para buscar a los desaparecidos y llevar ayuda.

Hoy es el Día mundial por la lucha contra la tuberculosis. Que esta ocasión pueda favorecer un impulso renovado en el cuidado de tal enfermedad y una mayor solidaridad con quienes lo sufren. Sobre ellos y sus familiares invoco el consuelo del Señor.


 

Resumen leído por el Santo Padre en español

Queridos hermanos y hermanas:

En la catequesis de hoy reflexionamos sobre la oración con María. Estamos en vísperas de la fiesta de la Anunciación y esto ya nos indica que la vía maestra de la oración cristiana es la humanidad de Jesús. No podríamos entrar en esa intimidad con Dios si el Verbo no se hubiera hecho carne y no nos hubiese comunicado el Espíritu Santo para poder llamar a Dios «Padre».

Cristo es el mediador, el único mediador, el puente a través del cual llegamos al Padre. Nuestra oración es siempre por Cristo, con Él y en Él, en la unidad del Espíritu. Cualquier otra referencia encuentra en esta verdad su sentido. Si María ocupa un puesto privilegiado en este itinerario es porque nos indica el camino hacia su Hijo. Las manos, los ojos, los gestos de María son un catecismo viviente, que nos muestran cómo adorar a Jesús en el pesebre, cómo seguirlo en el servicio a los hermanos y cómo acompañarlo en el extremo sacrificio de la cruz.

A los pies de la cruz, Jesús quiso además extender la maternidad de María a toda la Iglesia, colocándonos bajo su manto. De este modo comenzamos a pedir su intercesión con expresiones directas sacadas de la Sagrada Escritura: “Llena de gracia”, “Bendita entre las mujeres”, o con el título de “Madre de Dios”, proclamado por el Concilio de Éfeso. Ella pide por nosotros pecadores en cada circunstancia, como en Caná, y no deja de estar junto a la cruz de su Hijo, al acompañarnos en la hora de la muerte. Aquellos que, como durante esta cruel pandemia, se encuentran solos y desamparados, en ella hallan la ternura de la Madre que nunca nos abandona.