8/31/23

La pasión por la evangelización: el celo apostólico del creyente

 El Papa ayer en la Audiencia General


Catequesis.  19. Rezar y servir con alegría: Santa Catalina Tekakwitha, la primera santa nativa norteamericana

Queridos hermanos y hermanas:

En la catequesis de hoy, reflexionamos sobre santa Catalina Tekakwitha, la primera nativa norteamericana en ser canonizada. Cuando Catalina tenía apenas cuatro años, sus padres y su hermano menor murieron a causa de una epidemia de viruela. Ella sobrevivió, pero le quedaron algunas secuelas físicas. A los veinte años recibió el Bautismo. Esta decisión provocó incomprensiones y amenazas entre los suyos, por lo que tuvo que refugiarse en la región de los mohicanos, en una misión de los Padres jesuitas. 

Todos estos acontecimientos suscitaron en Catalina un gran amor por la cruz, que es a su vez el signo definitivo del amor de Cristo por todos nosotros. En la comunidad, ella se distinguió por su vida de oración y de servicio humilde y constante. Enseñaba a los niños a rezar, cuidaba a los enfermos y a los ancianos. En definitiva, supo dar testimonio del Evangelio viviendo lo cotidiano con fidelidad y sencillez. Que también nosotros sepamos vivir lo ordinario de manera extraordinaria, pidiendo la gracia de ser —como esta joven santa— verdaderos seguidores de Jesús.

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Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Mañana por la tarde partiré hacia el continente asiático, para visitar a los hermanos y hermanas de Mongolia. Les pido que me acompañen en este viaje con su oración. Que Jesús los bendiga y la Virgen Santa los cuide. Muchas gracias.

Fuente: vatican.va

“Armonía: Papa Francisco – Opus Dei” sobre la relación entre la institución y el Pontífice

José María Montiu de Nuix


En estos últimos meses, de modo curioso y bastante reiterado, algunos medios periodísticos se han empeñado en buscar cinco pies al gato. Más concretamente, han pretendido la existencia de una lucha entre el Papa Francisco y el Opus Dei.

Sin embargo, en realidad, entre Su Santidad y el Opus Dei lo único que hay es armonía. Así de sencillo: armonía. Para decirlo de forma gráfica, o fotográfica, es un fuerte abrazo.

Acto seguido, lo demuestro. Para ello, considero primero la relación del Papa con el Opus Dei, y después la relación del Opus Dei con el Papa.

Al respecto téngase en cuenta el aforismo siguiente: el actuar sigue al ser. En particular, del ser del amigo lo que fluye es la acción amical. Pero, el Papa Francisco es un gran amigo del Opus Dei. Pues, en una entrevista al periódico ABC, ha afirmado: “Soy muy amigo del Opus Dei, los quiero mucho y trabajan bien en la Iglesia. El bien que hacen es muy grande”.

Luego, la actuación del Santo Padre para con el Opus Dei es amical y conforme al gran reconocimiento, aprecio y amor que tiene a esta institución católica. Además, habría que tener un entendimiento muy retorcido para pensar que Su Santidad, ya que es un gran amigo del Opus Dei, y tanto aprecio le tiene, está enfrentado al Opus Dei. San Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei, tenía un amor inmenso al Romano Pontífice. En un sentido, que puede comprenderse bien, puede afirmarse que tenía un amor infinito al Papa. Todo el Opus Dei participa de este cariño del fundador al Santo Padre. En el Opus Dei sólo hay cariño al Sumo Pontífice. Esto lo constata cualquiera que conozca al Opus Dei. Además, todo el mundo conoce que el Opus Dei es fidelísimo al Papa. La consecuencia de ello es evidente y obvia. Esto es, cualquier decisión del Santísimo Padre, sea la que fuere, será siempre bien acogida por el Opus Dei. Tanto si esta decisión es acertadísima, como si no lo es. También si conlleva un cambio en los estatutos o en la legislación del Opus Dei.

La razón de ser de esto no puede ser más clara y patente. La misma consiste en que el Opus Dei es una institución católica que está, simplemente, a los pies del Sumo Pontífice. En esto consiste precisamente el mismo ser del Opus Dei. Como el Opus Dei no ve al que es la cabeza visible de la Santa Madre Iglesia católica con una mirada humana, sino con visión sobrenatural, reconociendo en él al Vicario de Cristo, al Vice-Dios, siempre la respuesta que da es la obediencia plena, total, sin excepciones.

Así pues, no hay cosa más absurda que suponer que el Opus Dei ha entrado en conflicto con el Papa Francisco, porque no puede darse ello donde hay tanto cariño y tanta fidelidad. Al igual que sería absurdo confundir un beso con un golpe o con un desamor.

En definitiva, basta un mínimo de formación y un poco de sentido común sobrenatural en los lectores para darse cuenta de que no puede haber un problema entre el Opus Dei y el Papa Francisco. Basta esta agujita para deshacer el globo hinchadísimo de las falsas noticias que afirman la existencia de tal conflicto.

Termino con una anécdota. Cuando Tomás Alvira era muy mayor, y no mucho antes de su fallecimiento, una hija le hizo esta broma: papá, bueno, ya con tantos años como lleváis casados, pues mamá ya no te interesará tanto. Un hijo de Tomás cuenta que fue la única vez que vio a su padre perder el color del rostro. No aceptó la broma, por así decir. Y, entonces, Tomás Alvira, dijo, de su esposa, Paquita Domínguez: ¡la quiero cada día más y mucho más que cuando éramos novios!

Así también en el Opus Dei, el amor al Papa, como virtud que es, se va cultivando y va creciendo con el tiempo.

Fuente: exaudi.org

8/30/23

La sombra de san Agustín en la JMJ de Lisboa

José Antonio García-Prieto Segura

“Nos has hecho, Señor, para Ti y nuestro corazón está inquieto mientras no descansa en Ti” (S. Agustín, Confes. I, 1, 1).

Con la fiesta de san Agustín que hemos celebrado el día 28, va cerrando sus puertas este mes de la JMJ 2023 de Lisboa, testigo del mega encuentro de jóvenes por encima del millón de participantes. “Juntos han hecho posible esta gran fiesta de la fe”, ha dicho el papa Francisco a su regreso de Portugal (Audiencia 9-VIII-23). Eso ha sido, en sustancia, el gran acontecimiento en Lisboa y Fátima.        

Los Discursos de Francisco han sido numerosos, y me centraré en el dirigido a los universitarios, el 3 de agosto, por ser el que me ha inspirado el contenido y título de estas líneas, y en el que he percibido claramente la presencia de san Agustín, en frases claves, a las que enseguida me referiré. La rectora de la Universidad Católica de Lisboa, en su saludo de acogida al papa y a los participantes, dijo que “todos nos sentimos peregrinos”. Precisamente en el concepto y razón del peregrino, Francisco centró su discurso, afirmando que: “El peregrino deja de lado la rutina cotidiana y se pone en camino con un propósito, moviéndose ‘más allá de los confines’, hacia un horizonte de sentido. En el término ‘peregrino’ vemos reflejada la conducta humana, porque cada uno está llamado a confrontarse con grandes preguntas (...), que invitan a emprender un viaje, a superarse a sí mismos, a ir más allá. Es un proceso que un universitario comprende bien, porque así nace la ciencia. Y así crece también la búsqueda espiritual. Peregrino es caminar hacia una meta o buscar una meta.” (Discurso 3-VIII-23). Y como en este caminar no faltan desánimos e inquietudes, el papa vio oportuno apoyar esta experiencia del peregrino, en unas palabras del gran poeta portugués Pessoa, que “dijo, de un modo atribulado pero acertado, que ‘estar insatisfecho es ser hombre’ (O Quinto Império, en Mensagem)”.                                                                          

Leer esas palabras del poeta luso y aflorarme súbita y espontáneamente la figura y genio de san Agustín, fue todo uno. En efecto, Pesoa testimonia la universal vivencia humana que ya tuvo san Agustín: la experiencia de hondas insatisfacciones vitales, que nos constituyen como humanos; esto, intuyó Agustín, se debe a que cada uno no se ha dado el ser a sí mismo, porque es como un regalo del Amor creador, que espera nuestra correspondencia. Y en el peregrinar terreno aparece ya la gran tensión vital de la libertad y el amor.                  

Francisco observa que Pesoa expresó esa insatisfacción “de un modo atribulado”; y la razón, a mi modo de ver, está en que Pesoa no fue más allá en la búsqueda del sentido de esas inquietudes o, si lo intentó, no llegó a encontrarlo. En cambio, como acabo de apuntar, San Agustín gracias a la luz de la fe, dio plenamente en la diana, al desvelar el “por qué” de nuestras insatisfacciones, razonando así: como cada persona es fruto del Amor divino, nuestro corazón está destinado a vivir en un intercambio de amor con quien es el mismo Amor. Y como los anhelos del corazón son inconmensurables, nada de esta tierra puede colmarlos plenamente. Es lo que expresó magistralmente con aquellas palabras al inicio de sus Confesiones: “nos has hecho, Señor, para Ti y nuestro corazón está inquieto mientras no descansa en Ti” (S. Agustín, Confes. I, 1, 1).                                                              

En la raíz de esas inquietudes del peregrino hay, pues, una íntima nostalgia del Amor que nos precede, y que al final del camino nos espera. La nostalgia es muy nuestra, pero originada en Dios-Amor. En nuestro ser laten un “antes” y un “después” de amor, que explican las inquietudes del corazón; pero si descubrimos su sentido -como san Agustín-, nos llenaremos de sosiego sabiendo que, un día, Quien las dio origen, las transformará en una alegría sin fin.            

Francisco, prosiguiendo su discurso, usó dos expresiones que rezuman pensamiento agustiniano. Al referirse al “carácter incompleto que define nuestra condición de buscadores y peregrinos”, recordó que nos sucede esto porque, ”como dice Jesús, ‘estamos en el mundo, pero no somos del mundo’ (Jn 17,16). Estamos llamados a algo más, a un despegue sin el cual no hay vuelo. No nos alarmemos entonces, si nos encontramos interiormente sedientos, inquietos, incompletos, deseosos de sentido y de futuro, ¡com saudades do futuro!” (Discurso, 3-VIII-23) El papa usó esta expresión portuguesa que significa “con nostalgias de futuro”. Aunque no mencionó a San Agustín, aquí está latente de nuevo su espíritu; concretamente, en estas dos frases del papa:                                                                

“No nos alarmemos entonces, si nos encontramos interiormente sedientos”. Esta sed interior siempre estará viva por lo ya dicho: Dios ha sellado nuestro corazón con la sed divina de su Amor. San Agustín lo expresa, en latín, con solo tres palabras: “Deus sititsitiri”, cuya traducción precisa es: “Dios tiene sed de que tengamos sed de Él” (Quaest. 64, 4). Es una verdad para meditarse, sin más comentarios.                                                                                     

Por lo que mira a la otra frase: hablar de “nostalgias de futuro”, resulta un oxímoron, porque las nostalgias siempre hacen referencia a “un pasado”, al dolor de un amor perdido, que lo añora quien ha amado a “alguien, o a un algo queridos”, ya sea una persona, la patria chica, etc. Por tanto, hablar de nostalgias de futuro, solo tiene sentido si hay en nosotros algo que nos precede y constituye nuestro más íntimo ser: el Amor creador al que ya, con san Agustín, me he referido. Ese Amor que está en nuestro origen, y nos espera también al final de nuestra existencia terrena.                                                                              

Todo lo anterior lo sabían muy bien el más de millón de jóvenes que han peregrinado a la JMJ de Lisboa, como también los cristianos que vivimos de fe. Ha sido “la gran fiesta de la fe”, que decía al principio con palabras del papa. Ahora, y siempre, la fiesta debe proseguir “por dentro”, iluminando lo ordinario y aparentemente sin brillo de cada jornada, porque permanece viva la fe que se abre a la esperanza; a una esperanza alegre, porque unidas estas dos virtudes, nos dicen y anticipan ya que, al final del camino, nos aguarda cara a cara el Amor de Dios.  

Fuente: religion.elconfidencialdigital.com/

8/29/23

La educación nunca fue ni será neutra

Catherine L´Ecuyer


Educar es enseñar a distinguir la verdad y el error, el bien y el mal, lo bello y lo feo

Educar nunca fue neutro. Educar, decía Platón, es enseñar a desear lo bello. Lo bello, decían los griegos, es la expresión visible de la verdad y de la bondad. La potencia del bien se ha refugiado en la naturaleza de lo bello, afirmaba Platón. En los griegos no existe una verdad que no sea bella, o una belleza que no sea expresión de lo verdadero y de lo bueno. Verdad, bondad y belleza, también llamados trascendentales, forman un todo indivisible.

Podríamos decir que la razón de ser de la educación clásica es que el educado aspire a encarnar la belleza. Que sienta placer al hacer el bien, conocer la verdad y saborear lo bello. La virtud, por lo tanto, no consiste en un suplemento de fuerza en la voluntad, o en ir meramente a contracorriente de las propias tendencias; consiste en que todo el ser marque una tendencia natural hacia los trascendentales. El virtuoso no es aquel que sufre continuamente al hacer por deber lo que le disgusta, sino el que disfruta haciendo el bien, buscando la verdad y anhelando lo bello. Llana y sencillamente lo hace porque le da la gana. El motor de la virtud es la belleza; es bello aquello que tiene sentido. Podemos imaginar algo falso, pero solo podemos encontrar sentido y comprender aquello que es verdadero, decía Newton. Es precisamente por tener sentido que la belleza llena de sentido al que la anhela.

La metafísica clásica tampoco es neutra. «Existe belleza en todas las cosas», afirma el optimista Aquinate. Según la filosofía clásica, el ser es necesariamente bello por el mero hecho de ser. ¿Existe entonces la fealdad? Sí, pero los filósofos clásicos afirman que solo existe en contraposición con lo bello: la fealdad es ausencia de belleza (que nunca puede ser completa). Para entendernos, si algo es feo, es que solo lleva un 2% de belleza; si es hermoso llevará un 50%; y si algo es bello a lo mejor alcanza un 90%. Los educadores llevan siglos en búsqueda del medidor de belleza. Pero no existe tal artefacto. Para captar la cantidad de belleza, solo existen pieles finas o pieles de elefante capaces de filtrar lo mediocre para transmitir lo excelente. Esa piel fina es la sensibilidad del educador que le permite sintonizar con lo bello.

Desde Rousseau, se hizo un giro metafísico respecto a los trascendentales. El Romanticismo, que surge como contrapeso al racionalismo y en rebelión a la filosofía clásica, da una importancia prioritaria a la imaginación productiva. Para el Romanticismo, la realidad es subjetiva y su valor depende del impacto que los sentimientos individuales tienen sobre la imaginación. La imaginación es productiva porque es, en sí misma, la medida de la realidad. «Lo que se llama Romanticismo es una metafísica sentimental», apunta Américo Castro. «No estoy seguro de nada más que de la santidad de los afectos del corazón y de la verdad de la imaginación. Lo que la imaginación toma como belleza debe ser verdad ─existiera antes o no─», afirma Keats.

Asistimos recientemente a una vuelta de tuerca más al giro metafísico iniciado por la modernidad: el culto al feísmo. El culto al feísmo ha impregnado el arte, la educación, la política y la cultura en general. Solo hay que analizar las películas que ven nuestros hijos: el malo es el bueno y el bueno es el malo. En política, el mentiroso es el espabilado y el que dice la verdad es el bobo que se cree las noticias falsas. En el arte, la belleza se ve como un pegote cursi y la fealdad 'mola'. En la educación la apología de la ignorancia campa a sus anchas y se habla de la cultura y del conocimiento como obstáculos al progreso.

El culto al feísmo tampoco es neutro. Es una forma de rebelión hacia lo bello, según la cual toda Belleza es un engaño que debe desenmascararse, destruirse. El culto a la fealdad actúa como el pirómano que encuentra satisfacción en destruir la belleza de los bosques. Se trata de un giro metafísico radical en el que los trascendentales pasan a ser la fealdad, la mentira y el mal. Ve en las virtudes mentiras y en el vicio una manifestación de sinceridad. La sospecha hacia todo lo bueno y lo bello es consecuencia de una falta de asombro. El cinismo y el desdén universal son consecuencia de la pérdida de la capacidad de admiración.

Lo que distingue la situación actual a la de otros periodos oscuros o aparentemente peores de la historia, es que entonces el mal se consideraba mal y el bien se llamaba por su nombre. Ahora, el mal está disfrazado de virtud y de superioridad moral, y se sospecha de la verdad como si fuese mentira y odio. El rechazo por llamar bien al bien y mal al mal llega hasta el extremo de llevarnos a quemar libros de literatura clásica que nos recuerdan esos cánones.

Educar no es neutro. Y cuando decimos que lo es, no solamente estamos tomando partido a favor de cierta versión de la modernidad, sino que entramos en una dinámica que hace imposible la tarea de educar. ¿Por qué? Cuando dejamos, por afán de neutralidad, de enseñar lo que está bien y lo que está mal, entramos en el bucle del activismo y del eclecticismo pedagógico. Cuando dejamos de describir la realidad tal como es, el alumno pierde el compás interno que dirige sus acciones, pierde la intuición que le hace capaz de distinguir lo que es falso de lo que es verdadero y se adormece el asombro que le permite admirarse y conmocionarse ante lo bello. Pierde la motivación vital que le hace disfrutar al aprender lo que tiene sentido. Una vez educar parece haberse convertido en una tarea utópica, sentimos la necesidad de echamos mano de una panoplia de artilugios metodológicos, didácticos y tecnológicos y de confiar la educación a la suerte de los magos, los 'gurús' iluminados y las empresas tecnológicas. Una educación que aspira a ser neutra siempre acaba desnortada.

¿Cómo volver a encontrarse con el placer de aprender acerca de lo verdadero, de admirarse ante lo bello y de aspirar al bien? Para ello, los educadores debemos salir de la cómoda postura de la neutralidad y volver a la esencia de lo que significa educar. Debemos descubrir la belleza que se encuentra en la verdad y la bondad. Sin complejos. En un mundo que entiende el progreso en término de vorágine de la innovación, hemos de ser conscientes de que ni los métodos, ni la didáctica, ni la innovación son neutros. Cada uno de ellos estará al servicio de una antropología romántico-idealista, mecanicista, o bien clásico-realista. La innovación sí puede tener sentido, pero siempre y cuando parta de unos fines de la educación que son estables y que resuenan con la naturaleza humana. Por eso, solo un educador capaz de usar los métodos clásicos de toda la vida es capaz de innovar con sentido. No, la educación nunca fue ni será neutra.

Fuente:  religionenlibertad.com

8/28/23

El Opus Dei, prelatura personal

 Redacción de Opus Dei

Las prelaturas personales son uno de los modos de auto-organización de la Iglesia.

Desde el punto de vista jurídico, el Opus Dei es una Prelatura personal de la Iglesia católica. Estructuradas jerárquicamente, las prelaturas tienen encomendada la realización de peculiares actividades pastorales.

En el derecho de la Iglesia Católica, la figura jurídica denominada prelatura personal fue prevista por el Concilio Vaticano II. El decreto conciliar Presbyterorum ordinis (7-XII-1965), n. 10, estableció que, para la realización de «obras pastorales peculiares a los diversos grupos sociales que hay que llevar a cabo en alguna región o nación, o en cualquier parte de la tierra», se podrían constituir en el futuro, entre otras instituciones, «peculiares diócesis o prelaturas personales».

Las prelaturas personales

El Concilio se proponía perfilar una nueva figura jurídica que, caracterizada por su flexibilidad, pudiera contribuir a la efectiva difusión del mensaje y del vivir cristianos: la organización de la Iglesia respondía así a las exigencias de su misión, que se inserta en la historia de los hombres.

La mayoría de las circunscripciones eclesiásticas existentes son territoriales porque se organizan sobre la base de la vinculación de los fieles con un determinado territorio por el domicilio. Es el caso típico de las diócesis.

Otras veces, sin embargo, la determinación de los fieles de una circunscripción eclesiástica no se establece sobre la base del domicilio sino en virtud de otros criterios, como pueden ser la profesión, el rito, la condición de emigrantes, una convención establecida con la entidad jurisdiccional, etc. Es el caso, por ejemplo, de los ordinariatos militares y de las prelaturas personales.

Las prelaturas personales —auspiciadas por el Concilio Vaticano II, como se ha dicho— son entidades al frente de las cuales hay un Pastor (un prelado, que puede ser obispo, que es nombrado por el Papa y que gobierna la prelatura con potestad de régimen o jurisdicción); junto al prelado hay un presbiterio, compuesto de sacerdotes seculares, y los fieles laicos, hombres y mujeres.

Las prelaturas personales son, por tanto, instituciones pertenecientes a la estructura jerárquica de la Iglesia, es decir, son uno de los modos de auto-organización que la Iglesia se da en orden a la consecución de los fines que Cristo le asignó, con la característica de que sus fieles continúan perteneciendo también a las iglesias locales o diócesis donde tienen su domicilio.

El Opus Dei fue erigido POR Juan Pablo II en Prelatura Personal de ámbito internacional, mediante la Constitución Apostólica ut Sit del 28 de Noviembre de 1982

Por los rasgos señalados, entre otros, las prelaturas personales se diferencian de los institutos religiosos y de vida consagrada en general; y de los movimientos y asociaciones de fieles. El Derecho Canónico prevé que cada una de las prelaturas personales se regule por el derecho general de la Iglesia y por sus propios estatutos.

La prelatura del Opus Dei

Antes de ser erigido en Prelatura, el Opus Dei era ya una unidad orgánica compuesta por laicos y sacerdotes que cooperan en una tarea pastoral y apostólica de ámbito internacional. Esa concreta tarea cristiana consiste en difundir el ideal de santidad en medio del mundo, en el trabajo profesional y en las circunstancias ordinarias de cada uno.

Pablo VI y los sucesivos Romanos Pontífices determinaron que se estudiara la posibilidad de dar al Opus Dei una configuración jurídica adecuada a su naturaleza, configuración que, a la luz de los documentos conciliares, había de ser la de prelatura personal.

En 1969 comenzaron los trabajos para realizar esa adecuación, con intervención tanto de la Santa Sede como del Opus Dei. Estos trabajos concluyeron en 1981. A continuación, la Santa Sede remitió un informe a los más de dos mil obispos de las diócesis donde estaba presente el Opus Dei, para que hiciesen llegar sus observaciones.

Cumplido este paso, el Opus Dei fue erigido por Juan Pablo II en prelatura personal de ámbito internacional, mediante la Constitución apostólica Ut sit del 28 de noviembre de 1982, que fue ejecutada el 19 de marzo de 1983. Con este documento el Romano Pontífice promulgó los Estatutos, que son la ley particular pontificia de la Prelatura del Opus Dei. Estos Estatutos son los preparados por el fundador años atrás, con los cambios imprescindibles para adaptarlos a la nueva legislación.

Relación con las diócesis

La Prelatura del Opus Dei es una estructura jurisdiccional perteneciente a la organización pastoral y jerárquica de la Iglesia. Tiene, al igual que las diócesis, las prelaturas territoriales, los vicariatos, los ordinariatos militares, etc., su propia autonomía y jurisdicción ordinaria para la realización de su misión al servicio de toda la Iglesia.

Por eso depende inmediata y directamente del Romano Pontífice, a través de la Congregación para los Obispos. La potestad del prelado se extiende a cuanto se refiere a la peculiar misión de la prelatura:

a) Los fieles laicos de la prelatura están sometidos a la potestad del prelado en todo lo relativo al cumplimiento de los peculiares compromisos —ascéticos, formativos y apostólicos— asumidos en la declaración formal de incorporación a la prelatura.

Los fieles laicos del Opus Dei siguen siendo fieles de las diócesis en que residen y siguen sometidos a la potestad del Obispo diocesano del mismo modo y en las mismas cuestiones que los demás bautizados

Estos compromisos, por su materia, no interfieren con la potestad del obispo diocesano. A la vez, los fieles laicos del Opus Dei siguen siendo fieles de las diócesis en que residen y, por tanto, siguen sometidos a la potestad del obispo diocesano del mismo modo y en las mismas cuestiones que los demás bautizados, sus iguales.

b) Según las disposiciones de la ley general de la Iglesia y del derecho particular del Opus Dei, los diáconos y presbíteros incardinados en la prelatura pertenecen al clero secular y están plenamente bajo la potestad del prelado.

Deben fomentar relaciones de fraternidad con los miembros del presbiterio diocesano y observar cuidadosamente la disciplina general del clero, y gozan de voz activa y pasiva para la constitución del consejo presbiteral de la diócesis.

Asimismo los obispos diocesanos, con la previa venia del prelado o, en su caso, de su vicario, pueden encomendar a los sacerdotes del presbiterio de la prelatura encargos u oficios eclesiásticos (párrocos, jueces, etc.) de los que sólo darán cuenta al obispo diocesano y que desempeñarán siguiendo sus directrices.

Los Estatutos del Opus Dei (título IV, capítulo V) establecen los criterios para las relaciones de armónica coordinación entre la prelatura y las diócesis en cuyo ámbito territorial la prelatura lleva a cabo su misión específica. Algunas características de esta relación son las siguientes:

a) No se inicia la labor del Opus Dei ni se procede a la erección canónica de un centro de la prelatura sin el consentimiento previo del obispo diocesano.

b) Para erigir iglesias de la prelatura, o cuando se encomiendan a ésta iglesias ya existentes en las diócesis —y, en su caso, parroquias— se estipula un convenio entre el obispo diocesano y el prelado o el vicario regional correspondiente; en estas iglesias se observan las disposiciones generales de la diócesis respecto a las iglesias llevadas por el clero secular.

c) Las autoridades regionales de la prelatura informan regularmente y mantienen relaciones habituales con los obispos de las diócesis donde la prelatura realiza su tarea pastoral y apostólica; y también con los obispos que ejercen cargos directivos en las Conferencias Episcopales y con sus respectivos organismos.

Normas jurídicas por las que se rige el Opus Dei

a) Normas del derecho general

1. El Opus Dei, como prelatura personal, se rige por las normas del derecho universal de la Iglesia para las circunscripciones eclesiásticas. Además, el Código del Derecho Canónico de 1983 contiene las normas básicas que regulan las prelaturas personales en sus cánones 294-297. En la Santa Sede, la Prelatura, como las demás estructuras jerárquicas seculares -diócesis, prelaturas, ordinariatos, etc.- depende de la Congregación para los Obispos.

b) Normas del derecho particular emanadas por el Romano Pontífice

1. El Opus Dei fue erigido por Juan Pablo II en prelatura personal de ámbito internacional mediante la Constitución Apostólica Ut sit del 28 de noviembre de 1982 (más información).

2. Según la Constitución Apostólica Ut sit, el Opus Dei se rige también por unos Estatutos propios, llamados Código de derecho particular del Opus Dei, que fueron otorgados por Juan Pablo II con esa Constitución apostólica.

3. La prelatura del Opus Dei está constituida por un prelado, un presbiterio propio, y fieles laicos (mujeres y hombres). Los fieles de la Obra, de acuerdo con el derecho particular, dependen del prelado en lo que se refiere a las tareas específicas de la prelatura. Como todos los laicos católicos, secundan las indicaciones del obispo de la diócesis a la que pertenecen.

4. Los sacerdotes que forman parte del presbiterio de la prelatura dependen plenamente del prelado, quien les señala sus cometidos pastorales, que desempeñan en cada lugar en comunión con el Obispo y con la pastoral diocesana. La prelatura se responsabiliza de sostenerles económicamente.

c) Normas jurídicas particulares del prelado y ejercicio de la potestad de gobierno

1. La potestad del prelado hace referencia a los tres ámbitos de la potestad de gobierno mencionadas por el canon 135, esto es: a la potestad legislativa -el poder de emanar leyes o decretos generales en las materias de propia competencia-, a la potestad ejecutiva, y a la potestad judicial.

2. El prelado tiene potestad para promulgar normas que desarrollen el derecho particular de la prelatura. También ejerce la potestad ejecutiva o administrativa: el Boletín Romana publica semestralmente decretos del prelado, así como un resumen de su actividad ordinaria. La potestad judicial se ejercita a través del tribunal erigido de acuerdo con las normas eclesiásticas.

Fuente: opusdei.org/es


¿Quién dirías que eres tú?

Juan Luis Selma


Bauman hablaba de sociedad líquida, pero avanzamos y somos gaseosos

Bauman, al final de segundo milenio, hablaba de la sociedad líquida. Ahora seguimos avanzando y hemos llegado a la gaseosa, menos consistente todavía. No parece gustarnos lo sólido, lo contundente, lo que nos ata y ancla. Por esto, no creo que preguntarse qué es lo que somos, así, sin matices, parezca moderno, ni políticamente correcto. Sería más popular indagar sobre qué me siento ahora, sin que esto me comprometa con lo que pueda sentir mañana.

“Ser o no ser...". Es la primera línea de un soliloquio de la obra de William Shakespeare, en Hamlet (escrita alrededor de 1600). Ahora, a Hamlet le costaría mucho más salir de su duda. Si prescindimos del ser, de la realidad y nos adentramos en el mundo de los sentimientos, de las fantasías, de las ideologías, si no queremos que ninguna realidad nos ate, no podremos tomar nunca una decisión realmente libre. Estaremos al albur del capricho, del quedar bien, del absurdo. Y esta fluidez que se evapora no da razón de nada. Y sin razón-verdad no hay lógica, ni decisión libre.

Leía el domingo, en un dominical, que hay disfraces tan perfectos, que te pueden identificar con un estupendo ejemplar de perro; así puede cumplir su sueño un japonesito: ser un auténtico can, solo le faltaría poder ladrar. Con unos buenos trajes de silicona puedes aparecer en la playa hecho todo un “cachas”. Pero un buen disfraz te da la apariencia, nada más.

Pienso que la realidad no debe ser tan mala, ni frustrante. Es verdad que siempre hay que soñar, pero con los pies en el suelo. Cuando se escapa un globo de las manos de un niño se eleva, pero lo perdemos de vista y acaba perdiendo presión bien lejos.

Hay que apostar por la realidad, amar el mundo en que vivimos, aceptarnos y querernos con nuestros logros y defectos. Contar y partir de lo que son las cosas, de cómo son los demás y somos nosotros. Tanto fluido que se evapora nos lleva hacia el coma etílico, es una borrachera, una escapada hacia ninguna parte. Al final nos damos de bruces con la realidad, que no tiene por qué ser dura.

El Evangelio de hoy va sobre identidades. Jesús les pregunta a lo suyos quién dice la gente que es él. Luego les interpela a ellos: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”. Por supuesto que él conoce perfectamente la respuesta: se sabe el Hijo de Dios. ¿Quién es Jesús para mí?, me podría preguntar. Pero hoy no vamos por este camino. ¿Sé quién soy yo?, ¿qué soy?, ¿qué es el hombre? Es esta una cuestión fundamental.

Sabemos muchas cosas: predecimos el tiempo, conocemos todos nuestros genes, las partes del cerebro y su función. Pero nuestro saber es fragmentario. Tenemos mucha información y poca sabiduría: conocimiento profundo. Pensamos que nada puede frenar nuestra ansia de libertad, de libertinaje, más bien; que la ciencia puede hacer todo lo que le venga en gana, sin límites, razones o lógica. Puedo hacer lo que quiera con mi cuerpo, lo aguanta todo.

Copio de un estupendo libro de ciencia, Humanos, de la doctora López Moratalla: “Cuando la razón está prisionera, el cuerpo tiene palabras, a veces la última palabra. Este detecta el autoengaño y se expresa en su propio lenguaje auténtico, que no miente. Es posible que uno quiera ignorar los mensajes de su cuerpo o intente reírse de ellos, porque las modas impuestas por las ideologías mandan mucho. Pero tarde o temprano hace estallar la vida en mil pedazos. De ahí, que importa prestar atención a los mensajes que grita, porque expresan el ansia implacable de felicidad, que es la fuerza vital de cada uno”.

En el silencio de mi interior sé decirme quién soy, sé dar razón de mi existencia, de mis actos, de mis decisiones. Cuando me miro al espejo, sé leer el fondo de mis ojos. Sé discernir lo que me hace feliz, humano. También podríamos atrevernos a preguntar a nuestros deudos qué piensan de mí, qué dicen de mí, a gritos, mis actos y decisiones. Cuando miro mis manos, ¿qué veo en ellas? Puede ser que, sin darme mucha cuenta, no las use para acariciar sino para dominar.

No es fácil conocerse. Ya los sabios antiguos nos retaban: ¡Conócete a ti mismo! Si no sé quién, ni qué soy; si desconozco mi “libro de instrucciones”, si no tengo razones, seré un irracional, un loco más. Cristo le dice a Pedro: “Bienaventurado eres, Simón, hijo de Juan, porque no te ha revelado eso ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos”. Solo nuestro Padre Dios, nuestro creador, sabe quiénes somos.

Según Benedicto XVI: “El hombre es un ser que alberga en su corazón una sed de infinito, una sed de verdad –no parcial, sino capaz de explicar el sentido de la vida– porque ha sido creado a imagen y semejanza de Dios”. Dice también: “La grandeza singular del ser humano tiene su última raíz en esto: el hombre puede conocer la verdad”.

Fuente: eldiadecordoba.es


8/27/23

¿Quién soy yo para vosotros, ahora?

 El Papa en el Ángelus


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy en el Evangelio (cf. Mt 16,13-20) Jesús pregunta a los discípulos – una hermosa pregunta: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?» (v. 13).

Es una pregunta que podemos hacernos también nosotros: ¿Qué dice la gente de Jesús? En general, cosas hermosas: muchos lo ven como un gran maestro, como una persona especial: buena, justa, coherente, valiente… Pero, ¿esto es suficiente para entender quién es, y, sobre todo, es suficiente para Jesús? Parece que no. Si Él fuera solamente un personaje del pasado – como lo eran para la gente de aquel tiempo las figuras citadas en el mismo Evangelio, Juan Bautista, Moisés, Elías y los grandes profetas – sería solo un hermoso recuerdo de un tiempo pasado. Y esto para Jesús no está bien. Por eso, inmediatamente después, el Señor plantea a los discípulos la pregunta decisiva: «Y vosotros – ¡vosotros! – ¿quién decís que soy yo?» (v. 15). ¿Quién soy yo para vosotros, ahora? Jesús no quiere ser un protagonista de la historia, sino que quiere ser protagonista de tu presente, de mi presente; no un profeta lejano: Jesús quiere ser el Dios cercano.

Cristo, hermanos y hermanas, no es un recuerdo del pasado, sino el Dios del presente. Si fuera solo un personaje histórico, imitarlo hoy sería imposible: nos encontraríamos frente al gran foso del tiempo y, sobre todo, ante su modelo, que es como una montaña altísima e inalcanzable; deseosos de escalarla, pero sin las capacidades ni los medios necesarios. En cambio, Jesús está vivo: recordemos esto, Jesús está vivo, Jesús vive en la Iglesia, vive en el mundo, Jesús nos acompaña, Jesús está a nuestro lado, nos ofrece su Palabra, nos ofrece su gracia, que iluminan y reconfortan en el camino: Él, guía experto y sabio, está feliz de acompañarnos en los senderos más difíciles y en las ascensiones más impracticables.

Queridos hermanos y hermanas, en el camino de la vida no estamos solos, porque Cristo está con nosotros, Cristo nos ayuda a caminar, como hizo con Pedro y con los demás discípulos. Precisamente Pedro, en el Evangelio de hoy, lo comprende y por gracia reconoce en Jesús «el Hijo del Dios vivo» (v. 16): “Tú eres el Cristo, Tú eres el Hijo de Dios vivo”, dice Pedro; no es un personaje del pasado, sino el Cristo, es decir, el Mesías, el esperado; no es un héroe difunto, sino el Hijo de Dios vivo, hecho hombre y venido para compartir las alegrías y las fatigas de nuestro camino. No nos desanimemos si a veces la cima de la vida cristiana parece demasiado alta y el camino demasiado empinado. Miremos a Jesús, siempre; miremos a Jesús que camina junto a nosotros, que acoge nuestras fragilidades, comparte nuestros esfuerzos y apoya sobre nuestros hombros débiles su brazo firme y suave. Con Él cerca, también nosotros tendámonos la mano los unos a los otros y renovemos la confianza: ¡Con Jesús lo que parece imposible en solitario ya no lo es, con Jesús se puede avanzar!

Hoy nos hará bien repetirnos la pregunta decisiva, que sale de su boca: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (cf. v. 15). Tú – Jesús te dice – tú, ¿quién dices que soy yo? Escuchemos la voz de Jesús que nos pregunta esto.  En otras palabras: Para mí, ¿quién es Jesús? ¿Un gran personaje, un punto de referencia, un modelo inalcanzable? ¿O es el Hijo de Dios, que camina a mi lado, que puede llevarme hasta la cima de la santidad, allí donde en solitario no soy capaz de llegar? ¿Jesús está realmente vivo en mi vida, Jesús vive conmigo? ¿Es mi Señor? ¿Yo me encomiendo a él en los momentos de dificultad? ¿Cultivo su presencia a través de la Palabra, a través de los Sacramentos? ¿Me dejo guiar por Él, junto a mis hermanos y hermanas, en la comunidad?

Que María, Madre del Camino, nos ayude a sentir a su Hijo vivo y presente junto a nosotros.

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Después del Ángelus

¡Queridos hermanos y hermanas!

El jueves partiré por un viaje de algunos días hacia el corazón de Asia, a Mongolia. Se trata de una visita muy deseada, que será la ocasión para abrazar una Iglesia pequeña en los números, pero vivaz en la fe y grande en la caridad; y también para encontrar de cerca a un pueblo noble, sabio, con una gran tradición religiosa que tendré el honor de conocer, especialmente en el contexto de un evento interreligioso. Deseo ahora dirigirme precisamente a vosotros, hermanos y hermanas de Mongolia, diciéndoos que estoy feliz de viajar para estar entre vosotros como hermano de todos. Agradezco a vuestras autoridades por la cortés invitación e a todos lo que, con gran compromiso, están preparando mi llegada. Pido a todos que acompañen esta visita con la oración.

Aseguro el recuerdo en la oración por las víctimas de los incendios que se han declarado en estos días en el noreste de Grecia, y expreso cercanía solidaria al pueblo griego. Y permanezcamos siempre cerca también del pueblo ucraniano, que sufre por la guerra, y sufre tanto: ¡No olvidemos a Ucrania!

Os saludo a todos vosotros, romanos y peregrinos de Italia y de muchos países.

En particular, saludo al grupo parroquial llegado de Madrid; a los sacerdotes de la diócesis de Molfetta-Ruvo-Giovinazzo-Terlizzi, con su obispo; a los fieles de San Gaetano da Thiene en Melìa; a las familias del barrio Pizzo Carano de San Cataldo y a los ciclistas de la Ciociaria. Saludo a los monaguillos de la unidad pastoral de Codevigo, en la diócesis de Padua, en peregrinaje a Roma con su párroco.

Hoy se recuerda a Santa Mónica, madre de San Agustín: con sus oraciones y sus lágrimas pedía al Señor la conversión del hijo; ¡mujer fuerte, gran mujer! Recemos por las muchas madres que sufren cuando los hijos se han perdido un poco o están en caminos difíciles de la vida.

Deseo a todos un feliz domingo. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!

Fuente: vatican.va

8/26/23

Tú eres Pedro

21.º domingo del Tiempo ordinario (Ciclo A)

Evangelio (Mt 16,13-20)

Cuando llegó Jesús a la región de Cesarea de Filipo, comenzó a preguntarles a sus discípulos:

—¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?

Ellos respondieron:

—Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, y otros que Jeremías o alguno de los profetas.

Él les dijo:

—Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?

Respondió Simón Pedro:

—Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.

Jesús le respondió:

—Bienaventurado eres, Simón, hijo de Juan, porque no te ha revelado eso ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Te daré las llaves del Reino de los Cielos; y todo lo que ates sobre la tierra quedará atado en los cielos, y todo lo que desates sobre la tierra quedará desatado en los cielos.

Entonces ordenó a los discípulos que no dijeran a nadie que él era el Cristo.

Comentario

Con cierta frecuencia aparece en los evangelios la cuestión sobre la identidad de Jesús, un misterio que los contemporáneos de Jesús no sabían descifrar y que la Iglesia tardaría tiempo en definir doctrinalmente. En esta ocasión, durante una estancia en los contornos de Cesarea de Filipo, Jesús mismo pregunta a sus discípulos quién es Él, según las gentes y según ellos mismos. Los apóstoles le responden que algunos lo consideran “Juan el Bautista, otros que Elías, y otros que Jeremías o alguno de los profetas” (v. 14). Se evidencia de este modo la limitada capacidad humana para entender la identidad y la misión de Jesús, a quien confunden con algún profeta; incluso con Juan Bautista, que ya había fallecido.

Pero “no ocurre así con Pedro –explica el Catecismo de la Iglesia− cuando confiesa a Jesús como ‘el Cristo, el Hijo de Dios vivo’ (Mt 16, 16) porque Jesús le responde con solemnidad ‘no te ha revelado esto ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos’ (Mt 16, 17)”. Con esta sentencia, Jesús aclara que el misterio de su Persona solo se comprende si Dios Padre lo da a conocer; o más bien, cuando nos hace cada vez más capaces de conocerlo. Por un designio divino, Pedro ha recibido del cielo esta revelación y está en disposiciones de confesarla.

“Simón Pedro encuentra en su boca palabras más grandes que él, palabras que no vienen de sus capacidades naturales –explica el Papa Francisco−. Quizá él no había estudiado en la escuela, y es capaz de decir estas palabras, ¡más fuertes que él! Pero están inspiradas por el Padre celeste (cf v. 17), el cual revela al primero de los doce la verdadera identidad de Jesús: Él es el Mesías, el Hijo enviado por Dios para salvar a la humanidad. Y de esta respuesta, Jesús entiende que, gracias a la fe donada por el Padre, hay un fundamento sólido sobre el cual puede construir su comunidad, su Iglesia. Por eso dice a Simón: ‘Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia’ (v. 18)”.

Jesús podía haber elegido como fundamento para su Iglesia a muchos otros hombres quizá más influyentes y capaces que Pedro desde el punto de vista humano. Sin embargo, eligió a Simón, el pescador, en quien los demás discípulos reconocieron al vicario de Jesús, y el primero entre todos.

Comentando esta escena, el papa san León Magno ponía en boca de Jesús unas palabras que explican el primado de Pedro, su participación en el poder de Jesús y su continuidad a lo largo del tiempo: “Del mismo modo que mi Padre te ha revelado mi divinidad, igualmente yo ahora te doy a conocer tu dignidad: Tú eres Pedro: Yo, que soy la piedra inviolable, la piedra angular que ha hecho de los dos pueblos una sola cosa, yo, que soy el fundamento, fuera del cual nadie puede edificar, te digo a ti, Pedro, que eres también piedra, porque serás fortalecido por mi poder de tal forma que lo que me pertenece por propio poder sea común a ambos por tu participación conmigo. Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Sobre esta fortaleza —quiere decir— construiré el templo eterno y la sublimidad de mi Iglesia, que alcanzará el cielo y se levantará sobre la firmeza de la fe de Pedro”.

El amor al Papa, sea quien sea, es por eso una característica fundamental de todo cristiano. San Josemaría lo explicaba así: “Tu más grande amor, tu mayor estima, tu más honda veneración, tu obediencia más rendida, tu mayor afecto ha de ser también para el Vice–Cristo en la tierra, para el Papa. -Hemos de pensar los católicos que, después de Dios y de nuestra Madre la Virgen Santísima, en la jerarquía del amor y de la autoridad, viene el santo Padre".

Fuente: opusdei.org

8/25/23

Los jóvenes, el diálogo y la conversión

Ramiro Pellitero

Con ocasión de la Jornada mundial de la juventud (JMJ), ha surgido una controversia entre dos posiciones que, un poco disecadas, podrían verse como alternativas. Pero no resulta así, si se miran las cosas más detenidamente

Para unos, la Jornada Mundial de la Juventud debería tener como objetivo el encuentro y la convivencia entre los jóvenes, la acogida de la diversidad cultural y religiosa, la promoción de la solidaridad y de la interculturalidad (todo esto podría resumirse en el diálogo), pero no la conversión (sobre todo si se piensa en una conversión impuesta de modo agresivo).

Para otros, la JMJ debería tener como finalidad principal la conversión a Cristo o la evangelización (el anuncio del Evangelio); pues la voluntad de Dios no puede querer de por sí la diversidad de las religiones. Además, las creencias de cada uno no son indiferentes o irrelevantes. Y por eso, centrarse en la acogida de lo diverso y el diálogo podría conducir a un indiferentismo epistemológico, que haría de todo intento de conversión una agresión arrogante.

De esta manera, el diálogo se opondría a la conversión o la evangelización.

La evangelización entendida ampliamente

Sin embargo, san Pablo VI explica que la evangelización es una realidad dinámica, un proceso compuesto de varios elementos: “renovación de la humanidad [de los criterios, valores e intereses, desde el respeto a la conciencia y a las convicciones], testimonio, anuncio explícito, adhesión del corazón [conversión], entrada en la comunidad, acogida de los signos, iniciativas de apostolado » (Exhort. Ap. Evangelii nuntiandi, n. 24). Estos elementos, añade, puede parecer que se oponen o excluye entre sí; pero en realidad son complementarios y mutuamente enriquecedores; y por eso hay que ver siempre cada uno de ellos integrado con los otros.

Esto quiere decir (y aquí queríamos llegar) que la conversión es un elemento de un proceso más amplio, que es la evangelización; y que abarca tanto el respeto y el diálogo como el testimonio propiamente cristiano y el anuncio de Cristo, pasando por la conversión personal hasta la vivencia de lo cristiano en la Iglesia, lo cual lleva de nuevo, cerrando el ciclo al diálogo y al testimonio cristiano.

Con otras palabras: encuentro, diálogo y acogida por un lado y, por otro, anuncio de Cristo y llamada a la conversión no son realidades que se puedan oponer; sino que son complementarias: se exigen mutuamente y no pueden sustituirse una a la otra.

Si acudimos al Evangelio, vemos cómo Jesús une en su enseñanza el encuentro y el diálogo con las personas junto con la llamada a la conversión y el anuncio del Reino. Además, ya por el misterio mismo de la Encarnación que lo constituye, Jesucristo une en sí el diálogo de la salvación que Dios quiere ofrecer al mundo (puesto que Él es la Palabra hecho hombre) y el Evangelio (el anuncio de la salvación y la llamada a la conversión) en personal plenitud. La existencia de Jesucristo y su entrega redentora es la forma que adquiere el diálogo de Dios con los hombres al llegar la plenitud de la revelación. De ahí que los cristianos debamos aspirar a unir ambos aspectos, a partir de nuestra vida en Cristo por el Espíritu Santo.

Encuentro y anuncio, diálogo y llamada a la conversión

¿Es lo mismo misión que evangelización? Como sugiere la palabra misma, la evangelización (entendida no solo como primer anuncio del Evangelio sino como todo lo que hace la Iglesia en su misión y los cristianos para extender el mensaje del Evangelio a partir de nuestras vidas) es la acción de poner en práctica, “en acto”, la misión que el Señor nos ha encargado: evangelizar, anunciar la Buena Noticia de la salvación.

Cada cristiano está enviado a hacer, con su vida y sus palabras, un testimonio y un anuncio de la fe. Ante todo, allí donde está, contando con la abundante ayuda de Dios y en el marco de la familia eclesial. Además, puede recibir dones (carismas) para colaborar con otros en diversas tareas o servicios, dentro de la gran misión evangelizadora.

Los jóvenes están llamados a encontrarse, a dialogar sobre los desafíos que el mundo actual supone. Y ese diálogo y esos desafíos son también los que tiene por delante la misión de la Iglesia. Por parte de los cristianos, el diálogo (en orden a la salvación) es una de las claves de la constitución pastoral Gaudium et spes del Concilio Vaticano II. La encíclica programática de Pablo VI, Ecclesiamsuam, publicada cuando estaban en curso los trabajos conciliares, dedica su tercera parte al diálogo de salvación. Y especifica algunas características de ese diálogo: claridad, afabilidad, confianza y prudencia pedagógica (cf. n. 35), sin renunciar a la identidad cristiana.

Los jóvenes cristianos participan, con sus iguales, en el mejoramiento de la sociedad y en la transformación del mundo para bien de todos. En sus encuentros y diálogos con los demás jóvenes, tienen una propuesta, la fe, que aporta luz y vida al mundo y a las personas.

Los cristianos no dejamos “aparte” esa propuesta (que comporta el anuncio de Cristo y la llamada a la conversión) en nuestro encuentro y diálogo con todos. Y viceversa: tampoco olvidamos, a la hora de proponer el mensaje del Evangelio, el diálogo sobre las grandes cuestiones y desafíos de nuestro tiempo. De ahí que cuidamos nuestros encuentros, amistades y trabajos con quienes nos rodean.

¿Cómo debe configurarse en la práctica este binomio diálogo-llamada a la conversión? Esto depende en cada caso del adecuado discernimiento espiritual, eclesial y evangelizador. En ese discernimiento, el protagonista principal es el Espíritu Santo (de ahí la importancia de la vida espiritual, sobre la base de la oración y los sacramentos), que nos ayuda a superar los conflictos resolviendo las polarizaciones estériles.

Fuente: iglesiaynuevaevangelizacion.blogspot.com

8/24/23

La reforma de las prelaturas personales y el Opus Dei

 Rafael Domingo Oslé 


El papa Francisco está cumpliendo a pie juntillas uno de los puntos centrales de su pontificado: llevar a cabo una reforma profunda del Vaticano que facilite la misión evangelizadora de la Iglesia. Para ello, entre otras muchas labores, Francisco está revisando a fondo el derecho canónico (penal, procesal, matrimonial, vida religiosa) pues es consciente de que un buen derecho genera armonía y unidad, otorga seguridad jurídica a las instituciones y acrecienta la eficacia.

La reciente reforma de las prelaturas personales del Código de Derecho Canónico responde a este ideal. La creación de prelaturas personales (Decreto Presbyterorum Ordinis, 10), como realidades eclesiásticas para la distribución del clero y para el cumplimiento de peculiares labores apostólicas, fue una de las grandes aportaciones pastorales del Concilio Vaticano II y la legislación posconciliar, comparable a la creación de las personas jurídicas por el derecho medieval canónico, mucho antes de que lo hiciera el derecho secular.

Al dar vida a las prelaturas personales, el Concilio Vaticano II apostó por incorporar a la Iglesia el entonces moderno principio de funcionalidad, como tercer pilar, a modo de complemento de los otros dos grandes pilares: los principios de personalidad y territorialidad. El principio de funcionalidad justifica y legitima la creación de instituciones eclesiásticas con el fin de cubrir una necesidad pastoral apremiante reconocida como tal por la jerarquía de la Iglesia: atender cristianos perseguidos, migrantes, pacientes con enfermedades contagiosas, grupos sociales marginados, ayudar a la reconstrucción de una zona en guerra, o promover la llamada universal a la santidad, meollo del mensaje del Vaticano II, como en el caso del Opus Dei, única prelatura existente hasta ahora, erigida por Juan Pablo II hace más de cuarenta años. En estas tareas peculiares, a veces, trabajarán solo sacerdotes, pero otras veces, como es el caso del Opus Dei, conjuntamente sacerdotes y laicos, como expresión carismática específica de la unidad del pueblo de Dios.

Alrededor de esta idea brillante y revolucionaria, muy en consonancia con lo que estaba sucediendo en el derecho secular, pronto surgió un apasionado debate canonístico acerca de la naturaleza jurídica de las prelaturas personales, ya que su nacimiento exigía reinterpretar, enriquecer y progresar en el entendimiento de los dualismos territorialidad-personalidad, carisma-jerarquía, sacerdocio-laicado con que tradicionalmente se venía operando en el derecho de la Iglesia.

Así las cosas, algunos canonistas tendieron a considerar las prelaturas como circunscripciones pastorales cuasidiocesanas, asimilables, pero no identificables, a las iglesias particulares, enfatizando así su carácter jerárquico. Otros concibieron las prelaturas personales como entes de base asociativa para una mejor formación, incardinación y distribución de clero al servicio de las iglesias particulares y, por tanto, asimilables, pero no identificables, a las asociaciones de clérigos. Trataban así de resaltar el componente asociativo y clerical de las prelaturas personales. La falta de acuerdo entre los canonistas sobre este punto central obstaculizó, por desgracia, el proceso de creación de nuevas prelaturas personales al servicio de determinadas tareas pastorales en la Iglesia.

Con la nueva regulación de las prelaturas, el Papa Francisco ha clarificado algunas cuestiones o destacado otras ya sabidas y aceptadas por la canonística. La nueva normativa deja muy claro que las prelaturas no son estructuras jerárquicas cuasidiocesanas y, por tanto, no pueden asimilarse a las iglesias particulares. En contra de lo que opinaban algunos canonistas, la reforma asimila expresamente las prelaturas a las asociaciones públicas clericales de derecho pontificio con derecho a incardinar clero. Este es, quizás, el punto central de la reforma. Para resaltar esta asimilación, la reforma establece también que el prelado, más que Ordinario de la prelatura, como señalaron Pablo VI y Juan Pablo II, sea un moderador con facultades jurisdiccionales para incardinar sacerdotes, erigir un seminario y guiar el ministerio al servicio de la finalidad de la prelatura. Por otra parte, se recuerda y acentúa que los laicos que trabajan al servicio de la prelatura son fieles de las diócesis y seguirán formando parte de ellas. Este punto era y es indiscutido.

Me parece importante resaltar que asimilar en derecho no es identificar, sino buscar un primum analogatum, un concepto primario que sirva de referente a quien interprete y aplique la ley. Se puede asimilar, a efectos legales, un residente en un país con dos años de residencia a un ciudadano, pero un residente no es un ciudadano nativo. Se puede asimilar, a efectos legales, una pareja de hecho a un matrimonio civil, pero no son identificables. Se puede y debe asimilar, a efectos legales, un hijo biológico y un hijo adoptivo, pero no son identificables. La asimilación es una técnica legislativa que evita la repetición innecesaria, facilita la interpretación y permite el desarrollo ordenado de instituciones nacientes. Pero identificar plenamente los elementos asimilados constituye un error que acaba desnaturalizando al componente más débil.

Decir que las prelaturas son asimilables a ciertas asociaciones clericales muestra, a la postre, que no son constitutivamente asociaciones clericales, sino algo más. Y es que, para captar la naturaleza de las prelaturas personales, hay que acudir al principio de funcionalidad, no sólo al principio asociativo. Es la misión, la tarea específica a la que está orientada, la que determina la forma de organizarse.

Muchos de los servicios o tareas apostólicas peculiares de las prelaturas serán más carismáticos que jerárquicos (es el caso del Opus Dei y así lo ha recordado Francisco recientemente) y otros al revés. Todo cabe o debería caber. Pero no debemos olvidar que toda realidad eclesial es ambas cosas, con distintas intensidades. Lo jerárquico potencia la unidad en la diversidad, lo carismático, en cambio, la diversidad en la unidad,

Aquí es precisamente donde encaja la presencia del laicado. Es obvio que no caben prelaturas personales sin clero. Pero no se puede cerrar la puerta a la incorporación de laicos a las prelaturas personales cuando esto sea una exigencia del carisma, como ocurre en el caso de la Obra. El Opus Dei es una familia formada por laicos y sacerdotes, mujeres y hombres, casados y solteros, ricos y pobres. El principio de funcionalidad (la misión específica) complementa el principio de territorialidad y determina la forma de organizarse.

Cuando Juan Pablo II erigió el Opus Dei en prelatura personal reconoció el carisma otorgado por Dios a san Josemaría de promover la llamada universal a la santidad en medio del mundo y lo elevó a categoría de tarea necesaria en la Iglesia, por coincidir con el mensaje central del Concilio Vaticano II. Por eso, creó la primera prelatura, compuesta por sacerdotes y laicos, unos incardinados y otros incorporados, siempre al servicio de sus respectivas diócesis. Con esta aprobación también dio respuesta a la aspiración del fundador: encontrar una fórmula jurídica adecuada al carisma específico del Opus Dei.

Que esa prelatura sea asimilable a ciertas asociaciones clericales, es, repito, una técnica jurídica totalmente aceptable. Pero una interpretación clerical, clericalista, si se me permite, de la reforma que no solo asimilara, sino que identificara la prelatura con una asociación clerical, desnaturalizaría el carisma esencialmente secular de la única prelatura creada hace ya cuarenta años por la Santa Sede. Por lo demás una excesiva clericalización de la reforma, o un exceso de academicismo que cerrara los ojos a una realidad pastoral ya existente, contravendría el espíritu evangelizador y sinodal que el Papa Francisco viene impulsando desde el inicio de su pontificado.

Fuente: exaudi.org

El celo apostólico

 El Papa ayer en la Audiencia General


Queridos hermanos y hermanas:

Retomamos el ciclo de catequesis dedicadas al tema del celo apostólico. Hoy reflexionamos sobre la evangelización en el continente americano, y ahí tenemos un modelo excepcional: la Virgen de Guadalupe. En México —como en Lourdes y en Fátima— María se apareció a una persona humilde, sencilla, a un indio que se llamaba Juan Diego, y de ese modo hizo llegar su mensaje a todo el Pueblo fiel de Dios. Ella anuncia a Jesús siguiendo el camino de la inculturación, es decir, por medio de la lengua y la cultura autóctonas, y con su cercanía materna manifiesta a todos sus hijos el amor y el consuelo de su Inmaculado Corazón.

A Juan Diego no le fue fácil ser mensajero de la Virgen, tuvo que afrontar incomprensiones, dificultades e imprevistos. Esto nos enseña que para anunciar el Evangelio no es suficiente dar testimonio del bien, sino a veces saber sufrir los males, con paciencia y constancia, sin miedo a los conflictos. En esos momentos difíciles de conflictos, invoquemos a María, nuestra Madre, que siempre nos ayuda, nos alienta y nos guía hacia Dios.

* * *

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Por intercesión de Nuestra Señora de Guadalupe, pidamos al Señor que auxilie y que fortalezca especialmente a las madres y a las abuelas, que son las primeras mensajeras del Evangelio para sus hijos y sus nietos. Que Jesús los bendiga y la Virgen Santa los cuide. Muchas gracias.

Fuente: vatican.va

8/23/23

«Tres condiciones para amar»

Lucas Buch


Amor est oculus; el amor es el ojo, ya que es lo que fija la atención

¿Quién no ha escuchado alguna vez las vibrantes palabras del himno a la caridad de san Pablo? Es, tal vez, el canto al amor más conocido de la cultura occidental. No solo subraya con enérgicos trazos su absoluta necesidad, sino que además despliega con la misma fuerza sus notas características: “La caridad es paciente, la caridad es amable; no es envidiosa, no obra con soberbia, no se jacta, no es ambiciosa, no busca lo suyo, no se irrita, no toma en cuenta el mal, no se alegra por la injusticia, se complace en la verdad; todo lo aguanta, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. La caridad no acaba nunca…” (1Co 13, 4-8). Leyendo estas líneas, ¿quién no se enciende en deseos de vivir un amor como el que describe? Muchas parejas escogen esta lectura para la ceremonia de su matrimonio. Y algunos sacerdotes suelen sugerirles, en la homilía de su boda, que impriman ese texto, lo enmarquen y lo cuelguen en algún lugar visible de su nueva casa. Será un continuo recordatorio de la clave del éxito… y de lo que de verdad deseaban al casarse. Quizá por eso mismo el papa Francisco hizo un comentario muy hermoso a este himno en el cap. 4 del documento que escribió sobre el matrimonio y la familia.

Así pues, hay un consenso universal —occidental, al menos— sobre el valor inmenso del amor y sobre las características del amor verdadero. Entonces, si lo tenemos tan claro, ¿por qué contemplamos tantas formas de desamor, de violencia, de egoísmo? ¿Por qué cuesta tanto algo que resulta tan atractivo? En este caso, como en todas las grandes cuestiones de la vida humana, una cosa es entender teóricamente, y otra –muy distinta– comprender vitalmente y poner por obra. Pero que sean cosas distintas no quiere decir que estén desconectadas. Comprender la grandeza del amor, dejarse atraer por su belleza, puede ser un primer paso para comenzar a vivirlo. Lo que voy a hacer en estas líneas es señalar tres condiciones que son necesarias continuar ese paso.

La primera se resume en una sencilla palabra: esternocleidomastoideo. A la gente del mundo biomédico le sonará familiar; al resto también, porque es uno de esos términos que se quedan grabados en el colegio. El esternocleidomastoideo es el músculo que nos permite girar el cuello (en realidad lo hacen también otros cercanos, pero ninguno de ellos tiene un nombre tan sonoro como este). Para amar hay que saber mover el esternocleidomastoideo, porque es preciso mirar a nuestro lado. Una persona que no ve las necesidades de los demás, ¿cómo les va a amar? En el Evangelio tenemos algunos ejemplos encantadores, como la rapidez con que la madre de Jesús se da cuenta de que los novios de Caná iban a tener problemas serios. Antes de que nadie más haya percibido la carencia, le dice a su hijo: “No tienen vino”. Como contraste, a diario nos cruzamos con personas que son incapaces de descubrir los problemas de los demás; van a lo suyo: sus proyectos, sus problemas, sus dolores, sus ilusiones… Miran solo hacia delante (y hacia sí mismos), como esos caballos que avanzan por el tráfico de una gran ciudad gracias a las anteojeras que les impiden ver los coches que pasan a su lado. Hay muchas personas que van —¿que vamos?— por la vida con anteojeras… al menos a ratos. Y así no se puede querer.

La segunda condición tiene que ver con la primera, pues para amar no basta ver lo que sucede a mi alrededor, sino que además tiene que importarme; de hecho, lo que suele suceder es que no lo veo porque no me importa. Los medievales indicaban esto mismo con una expresión muy hermosa: amor est oculus; el amor es el ojo, ya que es lo que fija la atención, lo que agudiza la visión para darme cuenta de cómo están los demás. A esta segunda condición la podemos denominar: una inteligencia centrífuga. Si la inteligencia nos permite interpretar la realidad y tomar decisiones, según lo que consideramos mejor, esta puede ser centrípeta o centrífuga. Centrípeta, cuando el polo de atención está en mí mismo, y considero que vale la pena hacer tal o cual cosa porque me cuadra, porque me apetece… o, más habitualmente, porque me renta. La inteligencia centrífuga, en cambio, interpreta que una actuación es mejor —y por tanto vale la pena decidirse por ella— según pueda hacer un mayor bien a los demás. Recuerdo a un sacerdote de cierta edad, que se encontraba en la fase final de una larga enfermedad. Aún tenía fuerza para atender gente, y un día, predicando precisamente a un grupo de jóvenes, les dijo con mucha fuerza: “Cuando podáis elegir, elegid aquello que os permita amar más”. Eso es lo propio de una inteligencia centrífuga.

En esta segunda condición hay que ir con cuidado, porque a veces confundimos “amar más” con “amargarte más”, de modo que asumimos esa máxima de conducta cuando nos vemos con especiales fuerzas. Después, la dejamos aparcada. Pero amar no es siempre renunciar. Unas veces sí, ciertamente, pero otras consiste en disfrutar con las personas a las que quiero, en crecer con ellas. Y cuando he experimentado todo eso, entonces no me importa renunciar a lo que haga falta. Se da la paradoja de que, entonces, llego incluso a disfrutar “amargándome” por los demás, porque veo que tiene todo el sentido. Mi corazón ha aprendido a saborear el gusto de amar, de hacer crecer, de hacer feliz a otros. Cualquiera que haya tenido una experiencia de amistad sabe a lo que me refiero. Quienes han tenido un hijo también lo entienden.

Llegamos, finalmente, a la tercera y última condición: el gran descubrimiento. Cuando Jesús terminó de lavar los pies de sus discípulos en la última cena, les dijo: “—¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros?”. La verdad es que no habían entendido nada… así que no esperó respuesta: “ Vosotros me llamáis el Maestro y el Señor, y tenéis razón, porque lo soy. Pues si yo, que soy el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros. Os he dado ejemplo para que, como yo he hecho con vosotros, también lo hagáis vosotros” (Jn 13, 12-15). El mismo apóstol que recogió estas palabras del Maestro, escribió años más tarde: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo (…). Nosotros amemos a Dios, porque él nos amó primero” (1Jn 4, 10.19). En realidad, para el ser humano, amar es siempre responder al amor recibido. Cualquier persona, cuando ama, no hace más que responder a un amor previo. De hecho, pasamos 9 meses y unos cuantos años en los que prácticamente lo único que podemos hacer es dejarnos amar. Y no por eso nuestra vida vale menos; dejarse amar introduce un gran bien en el mundo: el del amor que nos dan. Después, con nuestros actos, podemos también responder a ese amor con nuevo amor. Pero lo primero es siempre recibir —y descubrir el amor que hemos recibido.

Si eso vale para cualquier amor, es verdad especialmente en el plano del amor que Dios quiere compartir con nosotros. En el documento que dirigió a la juventud, el papa Francisco quiso dedicar el capítulo 4, que es el central, al “gran anuncio para todos los jóvenes”. Es un texto para meditar con calma, poco a poco, pidiéndole a la Luz que es el Espíritu Santo que nos abra los ojos del corazón para que descubramos vitalmente lo que significa ese anuncio. El papa lo resume en tres grandes afirmaciones: Dios te ama, Cristo te salva, y, en tercer lugar, ¡Él vive… y te quiere vivo! Como hemos dicho antes, una cosa es entender estas afirmaciones con la cabeza, y otra descubrir su sentido en profundidad, de modo que afecte a nuestra vida entera.

Como suelo escribir aquí solamente una vez al mes, podemos quedar en leer despacio ese texto —el cap. 4 de Christus vivit— durante las próximas semanas, y el mes que viene comentamos algún detalle. A fin de cuentas, la Cuaresma, como experiencia de desierto, es el mejor momento para lanzarse a este tipo de descubrimientos.

Fuente: jovenescatolicos.es