DANTE ALBA, LC
Fascinado por estas prácticas, asistía a sesiones de espiritismo y ritos que prometían contacto con fuerzas sobrenaturales. Su curiosidad se transformó en obsesión: fue “ordenado” como sacerdote satánico y llegó a dirigir rituales blasfemos.
Nacido el 10 de febrero de 1841 en Latiano, en el sur de Italia, Bartolo Longo provenía de una familia profundamente católica. Su padre, médico, y su madre, Antonina Luparelli, lo educaron en la fe. Sin embargo, la muerte temprana de su madre, cuando él tenía apenas diez años, marcó su vida de forma importante. Durante sus años universitarios en Nápoles, donde estudió derecho, Bartolo se dejó arrastrar por el ambiente anticlerical y el auge del espiritismo. Fascinado por estas prácticas, asistía a sesiones de espiritismo y ritos que prometían contacto con fuerzas sobrenaturales. Su curiosidad se transformó en obsesión: fue “ordenado” como sacerdote satánico y llegó a dirigir rituales blasfemos. Su salud física y mental se deterioró profundamente y él mismo escribió más tarde que en esa época era “piel y huesos”, atormentado por visiones y remordimientos. En medio de esa oscuridad interior, su familia nunca dejó de rezar por él. Un antiguo profesor, Vincenzo Pepe, lo confrontó con dureza, advirtiéndole que estaba encaminado a la perdición. Aquellas palabras lo sacudieron profundamente. Poco después conoció al fraile dominico Alberto Radente, quien lo guio pacientemente por un camino de reconciliación con la Iglesia. A través de la confesión, la dirección espiritual y la oración del rosario, Bartolo encontró la paz que había perdido. El 7 de octubre de 1871, Longo se unió a la Tercera Orden Dominicana y tomó el nombre de “Hermano Rosario”. Desde entonces, renunció públicamente al espiritismo y proclamó: “Renuncio al espiritismo porque no es más que un laberinto de errores y falsedades”. Su conversión fue total: dedicó su vida a reparar el daño espiritual que había causado y a promover la devoción mariana como camino de redención. Movido por esa fe renovada, Bartolo Longo consagró sus recursos y energías a la construcción de un santuario en honor a la Virgen del Rosario en el valle de Pompeya. Junto a la condesa Marianna Farnararo De Fusco, transformó una pequeña iglesia en ruinas en un majestuoso templo que pronto se convirtió en centro de peregrinación. En 1875 obtuvo una vieja imagen de la Virgen del Rosario, la restauró y la colocó en el altar del nuevo santuario. Pronto comenzaron a atribuirse curaciones y conversiones a la intercesión de la Virgen. Bartolo y la condesa De Fusco compartieron una profunda amistad espiritual. En 1885, por consejo del papa León XIII, contrajeron matrimonio civil para regularizar su situación ante la ley, aunque ambos decidieron vivir en castidad, dedicados al servicio de los pobres y de los niños. Fundaron escuelas, orfanatos y obras de asistencia para los hijos de presos, resucitando espiritualmente una región marcada por la pobreza y el abandono. La devoción al rosario se convirtió en el centro de su apostolado. Escribió tratados y oraciones, entre ellas la famosa “Súplica a la Virgen del Rosario de Pompeya”, que aún hoy se reza cada año ante el santuario. Decía que “quien difunde el rosario, se salva”, convencido de que aquella oración era su misión de vida. Bartolo Longo murió en Pompeya el 5 de octubre de 1926, hace casi cien años, dejando una obra espiritual y social inmensa. Fue beatificado por san Juan Pablo II en 1980, y el domingo 19 de octubre fue canonizado por el papa León XIV, quien lo presentó al mundo como ejemplo luminoso de la misericordia divina. Su historia es una de las conversiones más sorprendentes en la historia de la Iglesia ya que pasó de ser un sacerdote satánico a un apóstol del rosario, de las tinieblas a la luz de la fe. La Iglesia proclama a este nuevo santo recordando a toda la humanidad que una persona por más alejada que esté de la fe puede ser rescatada por el poder redentor de Cristo; incluso el alma más extraviada puede convertirse en instrumento de evangelización.
Fuente: zenit.org