6/18/12


'PODEMOS DESCANSAR EN EL SEÑOR PARA UN NUEVO COMIENZO'



Homilía del Cardenal Marc Ouellet en la 'Statio Orbis' del Congreso Eucarístico Internacional

Queridos hermanos y hermanas:
La cincuenta edición del Congreso Eucarístico Internacional está llegando a su fin. Estamos profundamente agradecidos a Dios por la luz de su Palabra y por el don de la Santa Eucaristía, que refuerza nuestra comunión con Cristo y con los otros.
Al final de esta celebración oiremos el mensaje del papa Benedicto XVI. Sus palabras nos recuerdan que este Congreso Eucarístico Internacional da testimonio de la Iglesia católica como la universal comunión de muchas Iglesias particulares. Los obispos, sacerdotes, religiosos y fieles laicos aquí representan a la Iglesia católica que se encuentra en todo el mundo en miles de comunidades, pero que es una en la fe y el amor de Jesucristo. Saludo a los representantes ecuménicos y les agradezco a todos por participar en este evento lleno de gracia.
Saludo al presidente de Irlanda, y a todas las autoridades civiles, consciente de la noble tradición de esta valiente nación. Agradezco de corazón al arzobispo Martin, al cardenal Brady y a todos los colaboradores de este evento por el don de su cálida hospitalidad y por el ejemplo de su fuerte dedicación a la renovación cristiana de su país.
Para prepararnos a escuchar el mansaje del santo padre, déjenme reflexionar sobre las lecturas de hoy, que nos ofrecen un mensaje de gran esperanza y confianza.
A través del profeta Ezequiel, el Señor dice: "También yo tomaré la copa de un cedro, de sus ramas cimeras tomaré un tallo, y lo plantaré en un monte muy alto; lo plantaré en un monte alto de Israel; y echará ramas y dará frutos, y se hará un cedro magnífico". (Ez. 17:22-23).
En el Evangelio, Jesús usa una imagen similar para hablar del Reino de Dios "[El Reino] es como un grano de mostaza. Cuando se siembra en la tierra, es la más pequeña de todas las semillas. Pero, una vez sembrada, crece, se hace mayor que cualquier hortaliza y echa ramas tan grandes que las aves del cielo pueden anidar a su sombra" (Mc. 4:31-32).
Entendemos la profesía de Ezequiel a la luz de Cristo. Jesucristo es el tallo tomado de la rama más alta, es Dios de Dios, y plantado por Dios mismo en una montaña muy alta, que es el Calvario.
Dios Padre ha plantado en el Calvario la semilla de la Cruz por amor a su creación y por todos los pecadores. La semilla de la Cruz es el Sagrado Corazón de su Hijo unigénito, traspasado hasta morir por nuestros pecados, pero elevado de la muerte por el poder de la divina misericordia. Por lo tanto, Cristo Jesús es el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo. Es el Santo Redentor en el que confiamos y encontramos salvación. La semilla del amor de Cristo, enterrada en la tierra del Calvario, produjo un fruto inimaginable: un árbol, el Árbol de la Vida, un noble cedro que es la Santa Iglesia de Dios, el alba del Reino. Creemos en una única, santa, católica y apostólica Iglesia, porque creemos en Cristo que quiere que la Iglesia sea su Cuerpo, nacida de la entrega de su Cuerpo Eucarístico.
Queridos hermanos y hermanas, regocijémonos llenémonos de confianza. "Estamos llenos de confianza" (2 Cor. 5:6), como san Pablo dice a los corintios. Lo estamos porque el Señor resucitado es nuestra casa y nuestra salvación. Experimentamos limitaciones y fallos en la Iglesia pero el Señor nos sostiene, curando nuestras heridas y reforzando nuestro amor. ¡Regocijémonos en El y estemos alegres!
Podemos descansar en el Señor para un nuevo comienzo. San Pablo nos da la clave para toda renovación personal o eclesial: "Queremos complacerle" (2 Cor. 5:6). Esta clave de renovación en nuestras vidas es una decisión de renovarnos en el amor del Señor y vivir y morir por El, conociendo que su gracia nunca falla. ¡Que el próximo Año de la Fe confirme en nosotros esta decisión!
Jesús es la semilla sembrada por Dios mismo en las profundidades de la tierra, una semilla que cayó a la tierra, murió y fue elevada a la vida eterna. De esta pequeña semilla de salvación viene el Árbol de la Vida, la Iglesia, en la toda la humanidad está llamada a encontrar un hogar y seguridad en la compañía del Señor resucitado.
Por esta verdadera razón, la Iglesia está llamada, y nosotros estamos llamados a dar testimonio del señor compaciéndole, es decir, predicando el Evangelio, viviendo en fraternidad y orando a Dios por el don de la salvación.
Después de esta semana de reflexión eucarística, celebración y adoración, somos ciertamente más conscientes de la llamada de Dios a la comunión con El y con los otros.
Llevemos el testimonio de su gracia llamando a los otros a la fe en esta comunión. Que la campana irlandesa, que resuena desde Lough Derg, desde Knock y Dublín, resuene en el mundo entero. Toquemos la campaña con nuestro personal testimonio de fe renovada en la Santa Eucaristía.
la fe es el don más precioso que hemos recibido con el Bautismo. ¡No lo conservemos en privado y con temor! ¡Dejémoslo crecer con un espléndido árbol a través del compartir en todas partes!
Incluso si a veces somos probados en nuestra fe, no temáis, y recordad que nosotros somos: el cuerpo de Cristo dedicado a amar a Dios sobre todas las cosas, dedicado a vivir en el Espíritu de la nueva y eterna alianza.
No estamos solos; el Espíritu de Pentecostés mora en nosotros. La comunión de los santos, con María en su centro, viene en nuestra ayuda tan pronto como toquemos la campaña de la oración con total confianza. ¡Mantenéos esperanzados y alegres, porque el Reino de Dios está cerca!
Queridos hermanos y hermanas, al final de esta Misa escucharemos el mensaje del santo padre para la conclusión de este Congreso. Oigámosle con gran respeto y gratitud porque es nuestro padre espiritual, un padre que es santo y digno de nuestra confianza y sincera obediencia.
Que nuestra comunión con el Cuerpo de Cristo sea un nuevo vínculo de amor; una pequeña semilla, quizás, pero, por la gracia y misericordia de Dios, llena de fruto.
Juntos oramos con las palabras de san Efrén, diácono y doctor de la Iglesia: "Señor... hemos tenido tu tesoro escondido entre nosotros desde que recibimos la gracia bautismal; crece cada vez más rico en nuestra mesa sacramental. ¡Enséñanos a encontrar nuestra alegría en su favor! Señor, tenemos entre nosotros tu memorial, recibido en tu mesa espiritual; danos poseerlo en su plena realidad cuando sean hechas nuevas todas las cosas" (Sermo 3, De fine et admonitione 2. 4-5). ¡Amen!


VIDEO MENSAJE DEL PAPA
   


Queridos hermanos y hermanas:
      Con gran afecto en el Señor, saludo a todos los que os habéis reunido en Dublín para el 50 Congreso Eucarístico Internacional, en especial al Señor Cardenal Brady, al Señor Arzobispo Martin, al clero, a las personas consagradas, a los fieles de Irlanda y a todos los que habéis venido desde lejos para apoyar a la Iglesia en Irlanda con vuestra presencia y vuestras oraciones.
      El tema del Congreso —«La Eucaristía: Comunión con Cristo y entre nosotros»— nos lleva a reflexionar sobre la Iglesia como misterio de comunión con el Señor y con todos los miembros de su cuerpo. Desde los primeros tiempos, la noción dekoinonia o communio ha sido central en la comprensión que la Iglesia ha tenido de sí misma, de su relación con Cristo, su Fundador, y de los sacramentos que celebra, sobre todo la Eucaristía. Mediante el Bautismo, se nos incorpora a la muerte de Cristo, renaciendo en la gran familia de los hermanos y hermanas de Jesucristo; por la Confirmación recibimos el sello del Espíritu Santo y, por nuestra participación en la Eucaristía, entramos en comunión con Cristo y se hace visible en la tierra la comunión con los demás. Recibimos también la prenda de la vida eterna futura.
      El Congreso tiene lugar en un momento en el que la Iglesia se prepara en todo el mundo para celebrar el Año de la Fe, para conmemorar el quincuagésimo aniversario del inicio del Concilio Vaticano II, un acontecimiento que puso en marcha la más amplia renovación del rito romano que jamás se haya conocido. Basado en un examen profundo de las fuentes de la liturgia, el Concilio promovió la participación plena y activa de los fieles en el sacrificio eucarístico. Teniendo en cuenta el tiempo transcurrido, y a la luz de la experiencia de la Iglesia universal en este periodo, es evidente que los deseos de los Padres Conciliares sobre la renovación litúrgica se han logrado en gran parte, pero es igualmente claro que ha habido muchos malentendidos e irregularidades. La renovación de las formas externas querida por los Padres Conciliares se pensó para que fuera más fácil entrar en la profundidad interior del misterio. Su verdadero propósito era llevar a las personas a un encuentro personal con el Señor, presente en la Eucaristía, y por tanto con el Dios vivo, para que a través de este contacto con el amor de Cristo, pudiera crecer también el amor de sus hermanos y hermanas entre sí. Sin embargo, la revisión de las formas litúrgicas se ha quedado con cierta frecuencia en un nivel externo, y la «participación activa» se ha confundido con la mera actividad externa. Por tanto, queda todavía mucho por hacer en el camino de la renovación litúrgica real. En un mundo que ha cambiado, y cada vez más obsesionado con las cosas materiales, debemos aprender a reconocer de nuevo la presencia misteriosa del Señor resucitado, el único que puede dar amplitud y profundidad a nuestra vida.
      La Eucaristía es el culto de toda la Iglesia, pero requiere igualmente el pleno compromiso de cada cristiano en la misión de la Iglesia; implica una llamada a ser pueblo santo de Dios, pero también a la santidad personal; se ha de celebrar con gran alegría y sencillez, pero también tan digna y reverentemente como sea posible; nos invita a arrepentirnos de nuestros pecados, pero también a perdonar a nuestros hermanos y hermanas; nos une en el Espíritu, pero también nos da el mandato del mismo Espíritu de llevar la Buena Nueva de la salvación a otros.
      Por otra parte, la Eucaristía es el memorial del sacrificio de Cristo en la cruz; su cuerpo y su sangre instauran la nueva y eterna Alianza para el perdón de los pecados y la transformación del mundo. Durante siglos, Irlanda ha sido forjada en lo más hondo por la santa Misa y por la fuerza de su gracia, así como por las generaciones de monjes, mártires y misioneros que han vivido heroicamente la fe en el país y difundido la Buena Nueva del amor de Dios y el perdón más allá de sus costas. Sois los herederos de una Iglesia que ha sido una fuerza poderosa para el bien del mundo, y que ha llevado un amor profundo y duradero a Cristo y a su bienaventurada Madre a muchos, a muchos otros. Vuestros antepasados en la Iglesia en Irlanda supieron cómo esforzarse por la santidad y la constancia en su vida personal, cómo proclamar el gozo que proviene del Evangelio, cómo inculcar la importancia de pertenecer a la Iglesia universal, en comunión con la Sede de Pedro, y la forma de transmitir el amor a la fe y la virtud cristiana a otras generaciones. Nuestra fe católica, imbuida de un sentido radical de la presencia de Dios, fascinada por la belleza de su creación que nos rodea y purificada por la penitencia personal y la conciencia del perdón de Dios, es un legado que sin duda se perfecciona y se alimenta cuando se lleva regularmente al altar del Señor en el sacrificio de la Misa. La gratitud y la alegría por una historia tan grande de fe y de amor se han visto recientemente conmocionados de una manera terrible al salir a la luz los pecados cometidos por sacerdotes y personas consagradas contra personas confiadas a sus cuidados. En lugar de mostrarles el camino hacia Cristo, hacia Dios, en lugar de dar testimonio de su bondad, abusaron de ellos, socavando la credibilidad del mensaje de la Iglesia. ¿Cómo se explica el que personas que reciben regularmente el cuerpo del Señor y confiesan sus pecados en el sacramento de la penitencia hayan pecado de esta manera? Sigue siendo un misterio. Pero, evidentemente, su cristianismo no estaba alimentado por el encuentro gozoso con Cristo: se había convertido en una mera cuestión de hábito. El esfuerzo del Concilio estaba orientado a superar esta forma de cristianismo y a redescubrir la fe como una amistad personal profunda con la bondad de Jesucristo. El Congreso Eucarístico tiene un objetivo similar. Aquí queremos encontrarnos con el Señor resucitado. Le pedimos que nos llegue hasta lo más hondo. Que al igual que sopló sobre los Apóstoles en la Pascua infundiéndoles su Espíritu, derrame también sobre nosotros su aliento, la fuerza del Espíritu Santo, y así nos ayude a ser verdaderos testigos de su amor, testigos de la verdad. Su verdad es su amor. El amor de Cristo es la verdad.
      Mis queridos hermanos y hermanas, ruego que el Congreso sea para cada uno de vosotros una experiencia espiritualmente fecunda de comunión con Cristo y su Iglesia. Al mismo tiempo, me gustaría invitaros a uniros a mí en la oración, para que Dios bendiga el próximo Congreso Eucarístico Internacional, que tendrá lugar en 2016 en la ciudad de Cebú. Envío un caluroso saludo al pueblo de Filipinas, asegurando mi cercanía en la oración durante el periodo de preparación a este gran encuentro eclesial. Estoy seguro de que aportará una renovación espiritual duradera, no sólo a ellos, sino también a todos los participantes del mundo entero. Ahora, encomiendo a todos los participantes en este Congreso a la protección amorosa de María, Madre de Dios, y a san Patricio, el gran Patrón de Irlanda, a la vez que, como muestra de gozo y paz en el Señor, os imparto de corazón la Bendición Apostólica. 
                                                                                                                            Benedictus PP. XVI