Luis Javier Moxó Soto
Esta semana 19ª del Tiempo Ordinario nos llama a considerar la espera cristiana, su vivencia activa en el servicio al prójimo y la garantía de su cumplimiento.
Dios forma un pueblo para comunicarse y manifestar su fortaleza, bondad y misericordia. La fe es la respuesta adecuada de Israel en la historia de la salvación (Heb 11, 1-2.8-19). Y ejercer una espera activa, como dice el salmo 32, es aguardarle porque “Él es nuestro auxilio y escudo”. Confiando así, nuestro corazón se alegrará. El evangelio del domingo (Lc 12, 32-48) nos recomienda estar siempre alerta, vigilantes, porque la llegada del Señor sucede de manera imprevista, el día y la hora que Él quiera.
Podemos preguntarnos por qué en la solemnidad de la Asunción de Nuestra Señora, que celebramos el próximo 15, se lee la secuencia de la visita de María, embarazada, a Isabel y el Magnificat. “Se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña” (Lc 1, 39). Podemos imaginarnos cómo vivió la Virgen esa disponibilidad familiar, ese servicio a todos durante su vida, desde la sencillez y la humildad en la que el Señor se fijó. Esto es lo que la llevó a decir también “porque El Poderoso ha hecho obras grandes en mí” (Lc 1, 49). La Virgen María es la primera que nos muestra la grandeza de servir activamente, a los más necesitados, en la espera del Señor.
Santa Juana Francisca de Chantal, cuya memoria celebramos el día 12, tiene mucho que ver con ese mismo evangelio, porque fue cofundadora, junto con San Francisco de Sales, en 1610, de la Orden de la Visitación de Nuestra Señora. En su fundación se recomienda el ejercicio del amor divino mediante la visita a pobres y enfermos, además de la promoción de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús.
Esa misma fe, garantía de lo que no se ve, fue el fundamento de la esperanza de San Maximiliano María Kolbe, franciscano conventual polaco, que recordamos el día 14. Gran propagador de la devoción al Inmaculado Corazón de María, en el campo de concentración nazi de Auschwitz, ofreció su vida en 1941, a cambio de otro compañero que iba a ser ejecutado, diciendo: “Soy un sacerdote católico polaco, estoy ya viejo. Querría ocupar el puesto de ese hombre que tiene esposa e hijos”.
La actitud servicial se nos muestra también en San Esteban de Hungría, rey, que ayudó mucho a los pobres, tanto que a veces arriesgaba su integridad física. Cuando le aconsejaban más prudencia y no exponerse tanto, dijo: “Una cosa sí me he propuesto: no negar jamás una ayuda o un favor. Si en mí existe la capacidad de hacerlo”.
Pidamos a Nuestra Madre que la espera del Señor nos mantenga en el servicio y ayuda a los más necesitados, movidos por los ejemplos de santidad de esta semana.