31.º domingo Tiempo Ordinario (Ciclo A).
Evangelio (Mt 23, 1-13)
Entonces Jesús habló a las multitudes y a sus discípulos diciendo:
—En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos. Haced y cumplid todo cuanto os digan; pero no obréis como ellos, pues dicen pero no hacen. Atan cargas pesadas e insoportables y las echan sobre los hombros de los demás, pero ellos ni con uno de sus dedos quieren moverlas. Hacen todas sus obras para que los vean los hombres; ensanchan sus filacterias y alargan sus franjas. Anhelan los primeros puestos en los banquetes, los primeros asientos en las sinagogas y que los saluden en las plazas, y que la gente les llame Rabbí. Vosotros, al contrario, no os hagáis llamar Rabbí, porque sólo uno es vuestro Maestro y todos vosotros sois hermanos. No llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque sólo uno es vuestro Padre, el celestial. Tampoco os dejéis llamar doctores, porque vuestro Doctor es uno sólo: Cristo. Que el mayor entre vosotros sea vuestro servidor. El que se ensalce será humillado, y el que se humille será ensalzado.
Comentario
El evangelio de este domingo recoge una colección de dichos de Jesús que forman parte de una amplia instrucción para sus discípulos. El Maestro va señalando con claridad las actitudes que ha de tener un buen cristiano y los comportamientos que debe evitar. Sobre todo, el Señor pone en guardia contra el vicio de la severidad y contra la búsqueda del aplauso y el reconocimiento ajenos.
Por las críticas que hace Jesús a quienes ocupaban cargos de autoridad, se deduce lo arraigada que estaría en muchos la severidad, mezclada con el afán de adulación. Y quizá no tenían a nadie entonces con el valor suficiente para denunciarlo. A este respecto, señalaba el Papa Francisco que “la autoridad nace del buen ejemplo, para ayudar a los otros a practicar lo que es justo y necesario, sosteniéndoles en las pruebas que se encuentran en el camino del bien. La autoridad es una ayuda, pero si está mal ejercida, se convierte en opresiva, no deja crecer a las personas y crea un clima de desconfianza y de hostilidad, y lleva también a la corrupción”.
Suele suceder a los malos gobernantes o docentes, o a los malos padres de familia, que emanen excesivas normas, reglas o decretos para sentirse obedecidos, mientras ellos se consideran exentos de vivirlos. Comentando este pasaje, un Padre de la Iglesia concluía: “en toda tu vida no dejes de ser austero contigo, y benigno respecto de los demás; que los hombres te oigan exigiendo poco y que te vean haciendo mucho”.
De estas primeras advertencias del Señor se desprende, por contraste, uno de los rasgos más evangelizadores que existen: el de la coherencia de vida, el buen ejemplo, la fiel correspondencia entre lo que se dice y lo que se hace. “El buen ejemplo y el esmerado cumplimiento de las obligaciones profesionales, familiares y sociales —escribía a este propósito el Prelado del Opus Dei—, son imprescindibles para ayudar a otras personas a seguir al Señor”. Y cuando se trata de instruir a los demás, es hermoso el esfuerzo por “hacer amable la verdad”, como sintetizaba el Beato Álvaro del Portillo. Se trata de ponernos en el lugar de la otra persona, viviendo sobre todo la comprensión. En este sentido, san Josemaría escribió: “cuando te hablo del "buen ejemplo", quiero indicarte también que has de comprender y disculpar, que has de llenar el mundo de paz y de amor” (Forja, 560).
Jesús también se refiere a la imprescindible virtud de la humildad, sin la cual no es posible progresar en la vida interior y menos aún dar fruto apostólico. Quien, de cualquier forma, se siente en algo superior a los demás, ya está ahogando los canales de la gracia. En cambio, quien se sabe muy agraciado por Dios sin mérito propio, sabrá transmitir con sencillez y alegría lo que ha recibido. Por eso, el Papa Francisco concluía: “Todos somos hermanos y no debemos de ninguna manera dominar a los otros y mirarlos desde arriba. No. Todos somos hermanos. Si hemos recibido cualidades del Padre celeste, debemos ponerlas al servicio de los hermanos, y no aprovecharnos para nuestra satisfacción e interés personal. No debemos considerarnos superiores a los otros; la modestia es esencial para una existencia que quiere ser conforme a la enseñanza de Jesús, que es manso y humilde de corazón y ha venido no para ser servido sino para servir. Que la Virgen María, «humilde y alta más que otra criatura» (Dante, Paraíso, XXXIII, 2), nos ayude, con su materna intercesión, a rehuir del orgullo y de la vanidad, y a ser mansos y dóciles al amor que viene de Dios, para el servicio de nuestros hermanos y para su alegría, que será también la nuestra”.
Fuente: opusdei.org