Antonio Pardo
- Querer probar la existencia de Dios desde la ciencia no lleva muy lejos. Pero ciencia y fe son perfectamente compatibles. Los posibles desencuentros se reducen al final a mala ciencia o a conceptos equivocados sobre religión
Me han pedido que escriba aquí mi experiencia, como científico creyente, sobre las colisiones entre ciencia y fe que se me hayan dado. Ante esta página en blanco se me plantea la duda sobre qué escribir, pues personalmente no he encontrado ninguna. Sí se me ocurren cuestiones planteadas por terceros u observadas a lo largo de los años, que quizá sirvan para ejemplificar los motivos de choque que observo en otros. En todos los casos, se derivan de confusiones sobre cuestiones científicas o religiosas. O ambas.
Por mi trabajo en cuestiones de ética profesional, en algún caso me han consultado la posibilidad de investigar con células madre provenientes de embriones humanos. El tema no tiene dificultad ninguna: todo lo que sea destruir seres humanos (en estado embrionario en este caso) es éticamente incorrecto. Pero detrás de esta consulta laten, a mi entender, dos confusiones.
Una es pensar que esta respuesta es una cuestión de doctrina cristiana y no simplemente de ética, alcanzable por cualquiera. No hay más que recordar los artículos de Oriana Fallaci (no creyente) al respecto. Se olvida que la diferencia observable entre un cristiano y un hombre bueno es que el cristiano va a misa, pero que ambos están sujetos a la búsqueda del bien en su comportamiento.
Y la segunda confusión se deriva del entusiasmo científico por una técnica recién salida al mercado, que promete mucho, pero que no está demostrado que vaya a rendir realmente los resultados que muchos esperan de ella. Actualmente ese desarrollo futuro es una hipótesis, y el entusiasmo ante ella es sólo eso, entusiasmo, no base científica.
El otro campo en que he encontrado planteamientos aparentemente incompatibles entre ciencia y fe ha sido en la docencia de cuestiones de método científico en el estudio de la evolución biológica, fenómeno que existe realmente, sin discusión alguna. Dejando aparte los desatinos científicos de la versión estándar del neodarwinismo más difundida, en este campo aparecían dudas de los alumnos sobre la incompatibilidad de las tesis científicas (bueno, de lo que suponían que eran tesis científicas y que había que matizar mucho) con el texto de la Biblia sobre los orígenes.
Estas dificultades, por lo que conozco, se plantean sobre todo en ámbitos no católicos, que enseñan la prioridad de la pura letra del texto del Génesis, sin interpretaciones. Olvidan que todo texto es interpretado; incluso la literalidad que propugnan es una interpretación. Pero, dada la poca formación humanística actual, este modo excesivamente simplificado de entender la Escritura se ha extendido muy ampliamente en el ámbito católico. Y los alumnos creyentes, enfrentados con estas dudas, preguntan sobre la cuestión.
Al proporcionarles una respuesta, observo que el profesor de ciencias creyente no está mucho mejor aparejado para responder a esa duda que los propios alumnos. De hecho, veo que solucionan personalmente el problema de dos modos: o abandonan la religión por hacer afirmaciones que les parecen estúpidas; o viven en dos mundos desconectados (el científico y la vida cristiana personal), centrándose sólo en un área científica estrecha sin hacerse preguntas globales enriquecedoras. Los alumnos reciben de ellos como respuesta la afirmación de que el texto de la Biblia se equivoca a ese respecto, pero rara vez algo con más enjundia.
Aquí, lo primero sería aclarar que la Biblia no es un texto científico: no pretende una descripción científica de la naturaleza, sino proporcionar un mensaje de salvación, y que su redacción se entrevera con la mentalidad de la época en que se escribió. ¿Imaginan que el Génesis comenzara por “Al principio fue el Big Bang”? Cosa de la que, por cierto, no podemos estar seguros, aunque muchos interpreten así dicha teoría física. Y en esta línea está el enorme campo de la interpretación de la Sagrada Escritura, de la que hay muchísima experiencia en el ámbito católico desde tiempos remotos.
En suma, los únicos roces que he observado se derivan, bien de una ciencia no muy rigurosa (en algunos casos cabría decir algo más fuerte), bien de interpretaciones de la religión notablemente discutibles.
Fuente: El Mundo